- Che, el poeta
futuro - Poemas
escritos por Ernesto Guevara de la Serna, en Bolivia, Guatemala
y México, durante su segundo viaje por América
Latina - Bibliografía
Che, el
poeta futuro
Marco Vinicio Mejía
Ernesto Che Guevara ha
ejercido y cumple una enorme influencia, especialmente entre la
juventud, como
ejemplo de permanente espíritu crítico, integridad
moral y
austeridad. Esta condición le permitió rechazar los
convencionalismos, la fama y los privilegios. Una gran cantidad
de hagiografías lo muestran como un tipo
antropológico superior, en quien bulle la necesidad de
transformar tanto a la sociedad como
al individuo, con
gran sensibilidad ante las injusticias y capaz de llegar hasta la
propia inmolación.
Sólo los que odian más y conocen menos
pueden afirmar que fue un "sanguinario". El afán de
contribuir a su mitificación, de insistir en abordarlo
como un icono ante nuestra inconfesada imposibilidad de vivir
heroicamente, no ha permitido apreciar que dentro del
revolucionario sin concesiones, aguarda una persona de gran
ternura, quien encontró en la poesía
el medio más sublime para expresar sus
sentimientos.
La apologética de Guevara evita su
impermeabilidad frente a la duda, la aspereza de carácter que debió encauzar a lo
largo del tiempo y un
tono autoritario. Lo inocultable es que mantuvo las manos
inmaculadas al no dejarse corromper por el poder y
resistir las delicias deletéreas de la
privilegiatura.
La constante lucha contra el asma, lo
llevó a afrontar los mayores desafíos, en cotidiana
contienda con la muerte. Es
memorable su convicción del "absoluto sentido fatalista de
mi misión que
me quita todo miedo". Esa creencia terminó en las palabras
que le dirigió a su verdugo: "Póngase sereno, usted
va a matar a un hombre".
A cuarenta años de su asesinato en el
pequeño pueblo boliviano de La Higuera, este libro presenta
una faceta suya desconocida. Calificarlo como poeta, no proviene
de constatar que escribió con palabras exquisitas sino
porque supo decir con precisión acerca de lo que no
podía hacerse de otra manera.
Cuatro décadas después de su muerte, tan
escabrosa como heroica, sus enemigos no son sólo a quienes
combatió. Sus peores adversarios son los que han querido
vaciar de contenido su imagen hasta
estamparla en camisetas y conducirlo al mercado de las
cosas inútiles. Ahora el recuerdo es para el joven
Ernesto, quien se lamentaba de un mundo "en el que hay que luchar
por lo evidente".
Lector de poemas,
creador él mismo, ha inspirado a poetas para convertirse
en viva sustancia de acentos que nutren el imaginario colectivo.
Tras varios años de búsqueda, logré reunir
textos que permanecían dispersos en testimonios
inencontrables, con el propósito de guardarlos en la grata
solidez de un libro. No pretendo "dulcificar" la vida y obra de
Che Guevara. No es ocasión para especular sobre su gusto
por la literatura.
El desafío es insistir en modificar nuestra
manera de ver la realidad, acercándonos a Che con
los ojos limpios y el corazón en
la mano, repitiendo con Miguel Barnet: "Che, tú lo sabes
todo, […] No es que yo quiera darte / pluma por pistola / pero
el poeta eres tú."
En nuestra Guatemala
irredenta, tenemos necesidad de referentes terrenales para
superar el escepticismo y el desencanto. Volver la mirada
a Che tal vez provenga del tan confuso como desesperado intento
de recuperar olvidados valores como
la honradez absoluta, el afán de lograr la justicia y
cultivar el sentido del sacrificio. También, la
sensación de que fue estéril el martirologio
durante una de las guerras
internas más cruentas de Latinoamérica, pone en evidencia que cada
uno, al igual que Guevara, sólo ha cultivado su
espejismo personal.
De ahí la importancia de reflexionar en
términos como los de Michel Foucault, quien
nos muestra el camino
en "Las palabras y las cosas" (1966): "La hazaña no
consiste en triunfar realmente (por eso la victoria en el fondo
no importa), sino en transformar la realidad en signo." Es,
precisamente, lo que ocurrió con Ernesto Che Guevara, en
quien falta encontrar lo esencial, esa alquimia particular de
sintetizar y enfrentar a los contrarios, de reconciliar a
Marx con
Rimbaud, de encontrar a Guevara salvado por Che.
Además, busco reivindicarlo en su
período de formación como revolucionario, etapa
en la cual escribió estos poemas. En Guatemala
experimentó la toma de conciencia, pero
le negaron trabajo y la
oportunidad de defender la revolución
encabezada por Jacobo Arbenz. Esta experiencia definió su
intransigencia, pues el imperialismo
no hace concesiones. Después, encontró su causa y
su destino entre los cubanos.
El 2 de enero de 1959, quien ingresó en La Habana
ya no era Ernesto, sino Che. "Ahora empieza la
revolución", advirtió. En Cuba, se
concentró en la reforma
agraria, la industrialización y la salud para todos, la
última como "revolución dentro de la
revolución". Abogó por un comunismo sin
partido donde "los únicos privilegiados sean los niños".
Promovió el internacionalismo solidario que en la
actualidad se extiende en las manos bienhechoras de las brigadas
médicas cubanas que atienden a los pobres del mundo en los
lugares más recónditos. La impaciencia lo condujo a
la malograda misión en el Congo y, posteriormente, a
Bolivia, donde
fue asesinado el 9 de octubre de 1967.
Che es el coloso construido con miles de Ernestos,
más o menos anónimos, que han luchado por la
justicia y la emancipación. Ernesto Guevara llegó a
ser Che gracias a una gran voluntad, una crucial toma de
conciencia y la lucha por los desheredados de la tierra.
Este libro también rinde homenaje a todos los
pequeños Ernestos que nunca llegaron a ser Che, pero que
entregaron sus vidas por la causa en que
creían.
* * *
Las obras dedicadas a destacar la conciencia literaria
de Che identifican "tres grandes bloques": el ensayo, la
literatura testimonial y el epistolario. El primero lo desarrolla
en estudios, artículos y discursos en
los que aborda temas de economía, política, sociología, historia, educación, relaciones
internacionales, la guerra de
guerrillas, y cultura en
general.
La importancia que le concedió a la poesía
se percibe en una sus alocuciones, dirigida a los trabajadores.
Este es un ejemplo de lo que Denia García Ronda califica
como la "poética política" de Che. Sin alardes de
erudición, sus conceptos sobre el trabajo
como el centro de la lucha por la construcción del socialismo se
basan en un poema de León Felipe:
"Si ustedes me permiten, les voy a ‘empujar’
un pequeño versito. ¡No se preocupen, porque no es
de mi propia inspiración, como se dice! Es un poema
—nada más que unos párrafos de un
poema— de un hombre desesperado; es un poema escrito por un
viejo poeta que está llegando al final de su vida, que
tiene más de 80 años, que vio la causa
política que defendiera, la República
española, caer hace años; que desde entonces
siguió en el exilio, y que vive hoy en México. En
el último libro que editó hace algunos años
tenía unos párrafos interesantes. Decía
así:
‘Pero un hombre es un niño laborioso y
estúpido
que ha convertido el trabajo en una sudorosa
jornada,
convirtió el palo del tambor en una
azada
y en vez de tocar sobre la tierra una
canción de júbilo,
se puso a cavar…’
Y después decía —más o menos,
porque no tengo muy buena memoria—:
‘Quiero decir que nadie ha podido cavar al ritmo
del sol,
y que nadie todavía ha cortado una espiga con
amor
y con gracia.’
Es precisamente la actitud de los
derrotados dentro de otro mundo, de otro mundo que nosotros ya
hemos dejado afuera frente al trabajo; en todo caso la
aspiración de volver a la naturaleza, de
convertir en un fuego el vivir cotidiano."
Después de ese discurso, el
"poeta en obras" que era Che le escribió a León
Felipe, a quien había conocido en sus años
mexicanos. En la carta, le
cuenta que lo había citado para contradecir el pesimismo
del poeta y proponer su imagen del "hombre nuevo": "Maestro: Hace
ya varios años, al tomar el poder la Revolución,
recibí su último libro dedicado por Ud. Nunca se lo
agradecí, pero siempre lo tuve muy presente. Tal vez le
interese saber que uno de los dos o tres libros que
tengo en mi cabecera es El Ciervo; pocas veces puedo
leerlo porque todavía en Cuba dormir, dejar el tiempo
sin llenar con algo o descansar, simplemente es un pecado de lesa
dirigencia. El otro día asistí a un acto de
gran significación para mí. La sala estaba atestada
de obreros entusiastas y había un clima de hombre nuevo
en el ambiente. Me
afloró una gota del poeta fracasado que llevo dentro de
mí y recurrí a Ud., para polemizar a la distancia.
Es mi homenaje; le ruego que así lo
interprete."
Otro ejercicio escritural de Che es la literatura
testimonial, registrada en los diarios de guerra. Sus apuntes
durante la lucha en la Sierra Maestra, se convirtieron en los
artículos que conforman sus "Pasajes de la guerra
revolucionaria".
Después de que en diciembre de 1956 encallaron en
un lugar equivocado en Cuba, en medio de un manglar de pesadilla,
algunos rebeldes fueron heridos y otros huyeron en todas las
direcciones. Ernesto recibió un balazo en el cuello.
Creyéndose mortalmente herido, cayó en estado de
shock y la imagen que llegó a su mente fue la del cuento
"Encender una fogata": "Quedé tendido, disparé un
tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro impulso del herido.
Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor manera de morir en
ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé un
viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un
tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su
vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en
las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que
recuerdo".
Otra de sus crónicas se titula "A la deriva", en
la que describe con maestría cuando él y sus
hombres esperan la muerte, al igual que el protagonista de la
obra homónima de Horacio Quiroga.
Después de la invasión mercenaria que
derribó al gobierno de
Jacobo Arbenz, Che inició "la gran aventura a
México", en septiembre de 1954. Viajó en
compañía del estudiante guatemalteco Julio Roberto
Cáceres Valle, conocido como "El Patojo", con quien
forjó una entrañable amistad. Juntos,
compartieron las soledades y las premuras por sobrevivir en la
ciudad de México. Después del triunfo
revolucionario de 1959, Cáceres vivió en Cuba por
invitación de Che y regresó a Guatemala, donde
murió en uno de los combates que dispersaron la naciente
guerrilla. La última crónica de "Pasajes.." es un
retrato / homenaje para el amigo, de quien "vale la
recomendación final de sus versos como un
imperativo"
Página siguiente |