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La dama y el filósofo (página 2)



Partes: 1, 2

2. El salón de
las paradojas.

Con la amenaza del Inca resonando, Eloísa y
Abelardo se enfrentaron a tres puertas. Al acercarse a la primera
esta inesperadamente pronunció: "Detrás de
mí hay treinta guerreros con treinta lanzas para impedir
el paso". La segunda dijo: "Detrás de mí hay
treinta jaguares con un hambre de treinta años para
impedir el paso". La tercera: "Detrás de mí hay
treinta flecheros con sus arcos y flechas para impedir el
paso".

Abelardo y Eloísa se miraron
perplejos.

– ¿Estamos ante una paradoja?
–preguntó Eloísa a Abelardo-.

– Creo que no pero se le parece. Una paradoja que se
puede rebatir parte de cierta afirmación falsa puesta de
una manera que parece verdadera. A veces pasan decenas o
centenares de años hasta que se descubre la falsedad.
Posiblemente ese sea el caso de las paradojas que vamos a
encontrar ahí dentro…si descubrimos por cuál
puerta tomar.

– El Inca ha dicho que solo a una puerta debemos
atender.

– Bien –decidió Abelardo-, fijémonos
en qué ha dicho cada una.

Pero Eloísa levantó enseguida la palma de
la mano y miró divertida a Abelardo. Finalmente ambos
echaron a reír y abrieron la puerta del medio. Solamente
tuvieron que sortear los esqueletos de treinta jaguares para
encontrarse ya en el salón de las paradojas.

Era un salón amplio, dorado como todo el palacio,
pero las paredes tenían grabadas figuras como las de la
Grecia
Clásica. En el techo había agujeros para permitir
aire y sol y
salteadamente lucían su verdor algunas plantas. Se
vislumbraban extrañas esculturas, seres humanos congelados
en el tiempo.
Aquiles, el de los pies ligeros, corría detrás de
una tortuga pero no lograba darle alcance. Un viejecito muy sabio
estaba sentado sonriendo.

– ¿Es usted Zenón de Elea? –le
preguntó Eloísa-.

El sofista griego del siglo V AC asintió
profundamente y dijo:

– Por muy veloz que corra Aquiles cuando llegue donde
está la tortuga ella habrá avanzado ya un tramo.
Pequeño pero un tramo al fin. Cuando Aquiles recorra este
tramo ya la tortuga habrá avanzado otro, y así por
siempre. Nunca Aquiles le dará alcance a la
tortuga.

– Pero yo no soy Aquiles –dijo Abelardo- y si
corro tras esa tortuga la alcanzo y la paso. ¿Quiere
verlo?

– No quiero verlo porque no puedo verlo. Nos
parece que un cuerpo adelanta al otro pero eso solo indica que
los sentidos
nos engañan, es una ilusión de los sentidos pues
contradice a la lógica.
Por muy veloz que sea Aquiles cuando llegue al lugar donde estaba
la tortuga habrá pasado un tiempo y en ese tiempo la
tortuga adelantaría algo siempre. Lógicamente nunca
puede alcanzarla aunque así parezca.

Eloísa miraba al anciano molesta. Abelardo le
tomó la mano, acarició su rostro y el enojo se le
fue pasando.

– Usted –dijo Abelardo a Zenón- lo
único que ha hecho es poner un límite al movimiento de
Aquiles: solo puede llegar hasta el lugar donde estaba la
tortuga
cada vez.

Se enfurruñó el viejecito.

– Antes de Aquiles continuar tiene que llegar
necesariamente al lugar donde estuvo antes la tortuga. ¡Y
en ese tiempo esta ya habrá avanzado algo!

Bien. Ponga usted una meta a ambos, aquel árbol,
por ejemplo –y Abelardo señaló un frondoso
platanero-. Dé usted a la tortuga la ventaja que quiera.
Como Aquiles puede ir tan veloz como desee en el tiempo en que la
tortuga avanza un tramito ya Aquiles habrá llegado
allá miles de veces, ida y vuelta, pasando cada vez por el
lado de la tortuga.

– ¡No puede! –refunfuñó
Zenón-. ¡Tiene que pasar primero por donde estaba la
tortuga, esta en ese tiempo habrá avanzado,
y…!

– Abelardo sonrió a Eloísa y se
dispusieron a continuar.

– Espere –gritó Zenón-. Usted no ha
podido decirme en qué falla mi argumento pues no tiene
fallo alguno. Usted lo que hizo fue cambiar el problema por otro
y no rebatir el mío.

– Pues falla –sentenció Abelardo palabra a
palabra- en que usted no tiene en cuenta una cosa que existe: la
velocidad, el
cambio de
espacio en la unidad de tiempo. No tener en cuenta el cambio es
como no tener en cuenta el movimiento como el elemento primordial
del que se derivan el espacio y el tiempo. Usted, al no tener en
cuenta la velocidad de cada uno abole el movimiento desde un
principio y solo cuenta para usted el espacio y el tiempo
desligados del movimiento. Por eso "demuestra" que no existe el
movimiento porque lo ha eliminado desde el mismo planteamiento del
problema. Ha sido muy agudo porque lo ha escondido bien,
puede engañar a cualquiera.

– ¡Usted falta el respeto a mis
años! Y en cuanto al movimiento, ¡no existe! Venga a
ver mi segundo razonamiento –y arrastró a Abelardo
de la mano hasta donde estaba otro hombre
congelado en el tiempo al lanzar una flecha. Esta había
salido despedida del arco pero no avanzaba nada
absolutamente-.

– ¿Lo comprenden ambos ahora? –dijo
Zenón pasando sus ojos complacidos de la escultura a la
pareja-.

– Esto es imposible –dijo Abelardo alargando la
mano para tocar lo que parecía una escultura, pero el
sabio se lo impidió-.

– Es lógica pura. Para que una flecha avance
tiene que hacerlo de un punto a otro del espacio. Pero un punto
es infinitamente pequeño, luego la punta de la flecha en
ese punto infinitamente pequeño no puede moverse, no tiene
espacio para moverse. Obligatoriamente tiene que permanecer
ahí en reposo. Así, lo que nuestros sentidos
reconocen como movimiento es engañoso, el movimiento es
solamente una sucesión de estados de reposo.

Abelardo y Eloísa permanecieron callados. Se
miraron, se tomaron de las manos.. El anciano había hecho
magia con la lógica y era difícil descubrir el dato
escondido. Abelardo se frotó la barbilla y Eloísa
pasó la mano por sus bucles. Y abrió los
ojos.

– ¿Recuerda usted –dijo la muchacha- lo que
ocurrió cuando Odiseo después de su largo viaje vio
en la sala de su casa a los pretendientes riñendo por su
esposa Penélope?

– ¿Una mujer pretende
contradecirme?

– Anciano y cubierto de harapos nadie lo
reconocía –continuó Eloísa sin hacer
caso del reproche-. Propuso una manera de dirimir la riña.
Penélope pertenecería a quien pudiera tensar un
gran arco

– ¿Una mujer osa confrontarme?

– Ninguno de los pretendientes lo pudo tensar
–acotó Abelardo, sin saber muy bien hacia
dónde se movía el pensamiento de
Eloísa-.

– ¿Pudo moverse alguna flecha?

La pregunta sacudió a todas las paradojas del
salón.

– No pudo –continuó Eloísa-. La
flecha solo se movió cuando el propio Odiseo fue capaz de
tensar el arco y disparar.

– ¿Una mujer pretende oponerse A MI
demostración?

– Usted ha sacado de escena –dijo Eloísa
mirando recto a los ojos del anciano- a un personaje que siempre
acompaña al movimiento: la energía. Ninguno de los
pretendientes tenía la fuerza de
Odiseo, no podía comunicarle suficiente energía a
la flecha y esta efectivamente no se movió. Al escamotear
la energía, escamotea usted el movimiento y luego afirma
que no existe.

– ¿Una mujer me desafía? ¡Zeus!
¿Es una mujer la que intenta rebatirme?

Eloísa y Abelardo, de las manos, se alejaban en
dirección de un hombre en su madurez
sentado junto a una yuca florida mientras el anciano
proseguía su cantilena: una mujer, una mujer, ¡por
Zeus…una mujer!

– Te presento a Protágoras –dijo Abelardo a
Eloísa-, un sofista contemporáneo de
Zenón.

El hombre siquiera se inmutó, permanecía
inspeccionado una larga lista. A su lado había una varilla
y una cinta de medir. La pareja se acercó un poco
más. Protágoras levantó la cabeza y como un
resorte fue a parar al lado de ellos con la varilla en una mano y
la cinta de medir en la otra.

– Por favor, necesito continuar mi lista. Tomen esta
cinta, midan la varilla y díganme cuánto les
midió. Pero lo más exactamente posible.

Abelardo hizo la medida y después Eloísa.
Obtuvieron valores
ligeramente diferentes uno del otro.

– Ajá –exclamó el hombre con
alegría-, ¡otros dos valores! –Y corrió
a apuntarlos en la lista-.

– Se pudiera saber –preguntó Eloísa
curiosa-, ¿qué es esa lista?

Abelardo le susurró a Eloísa que le
permitiera a él, no fuera a pasar lo mismo que con
Zenón. Los griegos subestimaban el pensamiento femenino,
aunque no los grandes griegos, como Pericles. El mundo era para
ellos un asunto de hombres; las mujeres, al gineceo.
Eloísa hizo una mueca.

– Mi lista –dijo el sabio dirigiéndose
exclusivamente a Abelardo- es la confirmación de que el
mundo solo existe en las ideas.

– ¿Puede saberse por qué?

– Está probado. Ustedes dos acaban de completar
los dos millones quinientos mil seres humanos que han medido esta
varilla. Y vea, ninguna medida coincide con otra. Eso
indudablemente significa que la realidad es opinable, depende de
cada cual. Es el hombre quien realmente es la medida de todas las
cosas.

Abelardo tomó la lista y la estuvo escrutando un
tiempo.

– ¿No comprende usted que hay muchas, muchas
medidas muy cercanas una de otra?

– Pero todas son distintas y es por eso que cada juicio,
aunque sea del científico más reputado, es nada
más que eso: su juicio, su opinión y
no tiene más validez que el juicio de otro.

Abelardo extrajo desde sus vestiduras de monje una
computadora
manual
cuántica, abrió un paquete estadístico y
leyó
rápidamente una gran cantidad de números de la
lista. A su orden estos se aleatorizaron. Dispuso "Entrada" y con
rapidez se dibujó en la pantalla una bella curva semejante
a una campana. La enseñó a
Protágoras.

– Mire. Esta curva representa cómo están
agrupadas todas las medidas de su lista. Como puede ver la
inmensa mayoría se acumula en torno al centro
de la campana –y con el Indicador le mostraba los
números de la lista-. Esto significa dos cosas: primero
que la verdadera longitud de la varilla está en un cierto
pequeño intervalo que rodea el valor de ese
centro, ¿no ve que es ahí donde más medidas
se acumulan?; y segundo que, naturalmente, cada persona es
diferente y aprecia con más o menos error la longitud real
de la varilla.

Protágoras se quedó un instante
indeciso

– No sé de dónde ha sacado usted esa
cosa.

– Es un simple instrumento que con velocidad infinita
ordena y computa la información. Todos sus

datos, ordenados por proximidad, están
representados en esta curva. Ahora voy a decirle algo muy
importante: ¿quiere usted mejorar la medición? No pida a cuanta persona llegue
que haga la medida, mejor seleccione a las personas. Con diez
expertos medidores obtendrá un valor promedio mucho
más cercano al real. O pida a un inventor que construya un
equipo de medición más preciso que la cinta
métrica. Ayudándose de ambas cosas podrá
conocer el mundo lo suficiente para sus apremios actuales, pero
usted es un sofista y tal vez no le interese eso. Los sofistas
parten de premisas ciertas, fuerzan la lógica y con ellas
llegan a conclusiones falsas pero cuya falsedad no es evidente.
Usted parte de algo que es cierto: las personas son diferentes y
por ello observan las cosas desde perspectivas diferentes, y con
esta premisa usted arriba a que las personas hacen conclusiones
incompatibles entre sí. Pero puede demostrarse que, cuando
se mide algo, la mayoría de las personas concluyen cosas
muy parecidas entre si pues la realidad los obliga a ello. De
manera que se pueden compatibilizar los juicios y seleccionar,
entre todos, un juicio consensuado que se acerque todavía
más a la realidad. No es un juicio convencional arbitrario
pues con él se puede operar con éxito
en la realidad y si fuera arbitrario esto no se podría
hacer. He dicho "cuando se mide algo" pero en realidad, siempre
se puede medir todo. Cuando no existen instrumentos de
medición los juicios se confrontan llevándolos
a la práctica social y observando los resultados. Si
analiza un poco verá que es esto mismo lo que hacemos con
los instrumentos de medición. E igual que antes se
requerirá seleccionar a las personas que juzgan. No es
construir una elite, es permitir que juzguen quienes se han
esforzado más en depurar su moral y sus
pensamiento.

Protágoras había ido demudando conforme
Abelardo desarrollaba su discurso.
Ahora estaba desarmado, sin réplicas contundentes parta
defenderse. La pareja miró hacia las próximas tres
puertas y se dispusieron a marchar hacia allí. Abelardo
echó una ojeada y vio la cara del hombre.

– No se preocupe –le dijo-, su nombre
seguirá resonando en los tiempos porque vendrán
muchos que quieran igual a los sofistas alcanzar fortuna por fama
de sabios y muy pocos que frente a esto prefieran la cruz, la
emasculación, la cicuta o la hoguera. Dentro de
veinticinco siglos usted todavía será famoso
mientras que de Eloísa y Abelardo nadie se
recordará. Se organizarán cátedras en las
universidades de todo el planeta para proclamar la
incompatibilidad de los juicios y las teorías. Les llamarán
Cátedras de Ciencia,
Tecnología
y Sociedad
aunque su intención sea destruir la ciencia, la
tecnología y la sociedad. No tiene que
preocuparse1.

Conforme el hombre y la mujer se
alejaban una sonrisa sardónica se insinuó en el
rostro de Protágoras.

3. El gran salón
de los cuervos blancos.

Estaban de nuevo ante tres puertas. Al acercarse a la
primera esta inesperadamente pronunció:"Soy la
única que conduce al gran salón", y la del medio,
acabada esta declaración: "Mis hermanas nunca mienten".
Enseguida la tercera puerta advirtió: "Soy la única
que conduce al gran salón".

Abelardo y Eloísa quedaron indecisos.

– Evidentemente –dijo Eloísa- la puerta del
medio miente, pues una de sus "hermanas" miente.

– Y si miente no deberíamos hacerle caso.
Habrá que hacerle caso a alguna de los extremos, pero
ambas afirman lo mismo.

Abelardo se acarició la barbilla y murmuró
"Una miente y la otra no, pero ¿cuál?".

Eloísa abrió los ojos:

– ¿Y si las dos de los extremos
mintieran?

– Entonces –reflexionó Abelardo- la del
medio sería la nuestra.

– A la cual habría que hacer caso. Pero si una
sola puerta lleva al gran salón no podemos hacer caso a la
que nos induce a pensar que ambas llevan al gran salón
porque sus "hermanas" nunca mienten. ¡Qué es esto!
–exclamó Eloísa confundida-.

Un buen rato ambos estuvieron en silencio pero se
escuchó la voz del Sol:

"DE ESAS TRES PUERTAS HAY DOS QUE SIEMPRE
MIENTEN".

La pareja quedó deslumbrada unos minutos hasta
que el Sol
desapareció.

– Con seguridad una de
las que miente es la del medio pues otra de los extremos tiene
que mentir siempre y la del medio afirma que ambas nunca mienten
–concluyó Eloísa-.

Abelardo negó con la cabeza:

– Hemos constatado solamente que nos dijo una mentira y
no que "siempre miente".

Eloísa se quedó pensativa pero al cabo
levantó una de sus cejas. Una sonrisa astuta
alumbró su rostro juvenil. Se acercó a la puerta
del medio.

– ¿Acabas de decir una mentira?

-No –respondió la puerta-.

La joven repitió la misma pregunta tantas veces
que la puerta, ahíta ya, chilló:
"¡Sí!".

– ¿Ves? –dijo Eloísa a Abelardo-, no
siempre miente, acaba de decirnos una verdad. Así, quienes
siempre mentirán son las dos de los extremos.

Al abrir la puerta del medio una muchedumbre de cuervos
blancos se proyectó contra ellos, tanto que tuvieron que
escudarse con las manos. Dos sonoras palmadas calmaron a los
cuervos. Aparecieron dos hombres en el centro del salón,
uno mofletudo y sonriente, el otro –más
joven-ceñudo y de estampa arrogante.

– Hume y Hempel –informó Abelardo a
Eloísa conforme avanzaban hacia ellos.

Durante el largo trecho que conducía hasta ambos
personajes Abelardo, en susurros, fue informando a
Eloísa.

Hume es el escéptico por excelencia del siglo
XVII, para él la realidad puede existir pero es dudoso
conocerla. Solo disponemos de la experiencia que se vive, la cual
impresiona los sentidos y por lo mismo tenemos ideas en la mente
pero esas ideas no se puede asegurar que correspondan con las
cosas: no pueden ser el efecto de la realidad en la mente
porque los efectos no tienen nada que ver con las causas.
Más claro, no existen la causa y su efecto, es una
ilusión de la mente que observa dos impresiones contiguas
pero entre ellas no se puede demostrar que haya una
conexión necesaria. Ver el sol saliendo todos los
días no garantiza que saldrá mañana, y el
hombre cuenta con solo eso, sus impresiones de que sale todos los
días lo cual no puede probar ninguna regularidad o ley
científica, en la cuales se afirma que algo
sucederá en todo tiempo y lugar2.Por
otro lado

el hombre no puede experimentar en su mente leyes
científicas como la
gravedad3.

– ¿Para qué observar las cosas entonces?
–dijo Eloísa-, que cierre los ojos.

– Abre los ojos solamente para recibir impresiones que
le sirven de guía para la vida práctica.

– O sea –sonrió Eloísa- , los abre
para lo que le conviene.

– ¿De qué comentan? –se
escuchó una profunda voz-.

La nube de cuervos blancos permitió ver la figura
redonda de David Hume.

– Venimos a carear contigo –desafió
imprudente Eloísa-.

– ¿Quiénes son ustedes?

– Eloísa y Abelardo.

– ¿Conoces a Eloísa y Abelardo, Carl?
–preguntó Hume a su colega-.

– ¿Qué es eso, alguna marca de
chocolatines?

– Si sueltas una piedra de tu mano
–preguntó Eloísa a Hume sin miramientos-,
¿caerá al suelo?

– Ah, nos tuteamos ya, ¿qué crees
tú, jovencita?

– Que cae a tierra.

– ¿Y por qué?

– No porque la haya visto miles de veces caer cuando se
suelta, sino por la acción
del campo gravitatorio que descubrió un compatriota tuyo:
Isaac Newton.
Con ese descubrimiento se hicieron comprensibles las curvas
geométricas que describen los planetas en el
cielo. ¿No te parece que esa impresión de los
sentidos, elaborada intelectualmente a través de rigurosas
leyes matemáticas, fue una de las fuentes que
permitió a la humanidad comprender los fenómenos
terrestres y celestes como un todo único, desde la
caída de una manzana hasta el movimiento de los planetas
alrededor del sol? Escucha bien: los fenómenos terrestres
y celestes, dos mundos hasta ese momento incompatibles entre
sí, pasaron a formar parte de un único y armonioso
universo.

Eloísa se había quedado sin aliento.
Apareció la figura imponente de Carl Gustav Hempel y la
muchacha regresó a inspirar con fuerza.

– Sé que mañana el sol traerá de
nuevo la luz del
día no porque lo haya visto antes miles de veces sino
porque no tiene otra explicación la alternancia del
día y la noche que comprender rotando la bola del mundo, y
estoy segura de que ocurrirá mañana porque, dada la
simplísima ley de

gravitación universal entiendo que un planeta que
rota en el espacio no puede detenerse a no ser que frene sus
vueltas otro cuerpo cercano de gran masa, semejante a como a su
vez hace nuestra Tierra con la Luna, que fija su cara. Y que
venga otro cuerpo a rozarnos no ha sido detectado por
ningún astrónomo para mañana. Como ves esta
combinación de percepciones, análisis, síntesis,
deducciones e inducciones que he podido hacer es lo único
que me sirve con seguridad para la vida
práctica.

Hume se quedó mirando de hito en hito a la joven.
Hempel dio un paso hacia ella.

– Aparenta ser así -pronunció el
filósofo amenazador- pero no puede demostrarse.
Sálgase usted de la Física y aterrice en
la Lógica Inductiva. Si examinamos un millón de
cuervos y observamos que todos son negros, nuestra creencia en la
teoría
"todos los cuervos son negros" crecerá con cada observación. En Lógica la
afirmación "todos los cuervos son negros" equivale a la
afirmación "todas las cosas no-negras son no-cuervos". Por
tanto, el observar una manzana roja, que es una cosa no-negra,
¡incrementaría nuestra confianza en la creencia de
que todos los cuervos son negros!

– El que las creencias aumenten con cada
observación –protestó vivamente
Eloísa- no es ningún método
científico de investigación.

– Aunque sea tratado así por los lógicos
–precisó calmadamente Abelardo- y le llamen Inducción Baconiana.

– ¡Usted convirtió las creencias en
teorías! –casi increpó Eloísa
cambiando el pronombre-. ¡Usted es tan prestidigitador como
Zenón y Protágoras!

Abelardo sujetó a la mujer invitándola a
calmarse. No hacía falta, ahora Hempel simplemente la
ignoraba mientras sus ojos convergían en el
monje.

– No hay garantías para generalizar desde la
experiencia pasada. Aunque todos los cuervos observados sean
negros eso no garantiza que el próximo sea no-negro. Y si,
a partir de que ha observado que todos los monjes se visten de
negro usted concluye que el próximo que verá
también va de negro, comete la falacia de la
afirmación del consecuente.

Hempel quería llevar la discusión al
terreno de la Lógica Formal. Era su terreno.

– De acuerdo, señor Hempel, pero discutamos mejor
en el territorio de los contenidos. Algo para ser explicado lo es
por sus propiedades esenciales y por sus cualidades
fenoménicas y accidentales. Las dos últimas pueden
cambiar de un individuo o
cosa a otro pero no las primeras. Sea que el plumaje del
cóndor es una de sus propiedades esenciales. Lo es porque
el color negro le
permite calentar su cuerpo dadas la grandes alturas que
frecuenta, usted conoce que el negro es el color que mejor
absorbe la radiación
solar. Sea que la absorción de calor para
esta ave determina que tome suficiente altura como para abarcar
el horizonte que le permite alimentarse. ¿Diría
usted ahora que puede aparecer un cóndor
blanco?

Hempel guardó silencio unos instantes.

– Mi argumento es irrebatible. Lo reconoció
Bertrand Russell.

– Si usted no sale de la Lógica Formal, los
silogismos ausentes de contenido, su argumento es imbatible. Pero
si admite que para reconocer un cuervo la ciencia tiene que
descubrir primero sus propiedades y que esto no se realiza por
simple inspección de los individuos entonces su argumento
se viene abajo. Póngalo de esta manera: un cuervo, entre
otras propiedades esenciales, tiene la del color negro de su
plumaje. Examino cien cuervos y todos son negros. El ciento uno
debe ser negro o por esencia deja de ser cuervo.

Hempel cerró la boca. Apretó los labios.
Palmeó. Cientos de cuervos blancos revolotearon por la
sala hasta que una nueva palmada los hizo posarse.

– Muy bien –explicó Abelardo-, aparecen
cuervos que son blancos. Y es muy bueno que aparezcan porque
ahora tenemos un nuevo objeto de investigación: ampliar la
noción de cuervo para incluir la subespecie blanca. "De
cierta manera –dijo Justin Gaarder en El mundo de
Sofía
– el objeto de la ciencia es encontrar el cuervo
blanco".

Abelardo había dado por terminada la
discusión y extendió la mano a Eloísa.
Buscaron las otras tres puertas pero David Hume no les
permitió marcharse tan aprisa.

– Un momento, amigo, rebata esto. La impresión de
los sentidos es el hecho originario del conocimiento,
por lo cual el conocer, por ejemplo un cuervo negro, solo
está referido a la impresión sensible. No hay ideas
si antes no hay impresiones y las ideas mismas son, o recuerdo de
impresiones ya no actuales o anticipaciones de impresiones por
medio de la imaginación: en uno y otro caso por tanto las
ideas son imágenes
descoloridas de las impresiones. ¿Cuál es la
validez de un conocimiento? No puede fundarse en otra cosa
más que en las relaciones recíprocas de nuestras
representaciones, las cuales solo pueden explicarse de su hecho
originario: la impresión de los sentidos.

– ¿Cree usted en Dios?

Hume asimiló el golpe bajo.

– No, puesto que es una representación demasiado
compleja para admitir que sea producto de
impresiones sensoriales. Es más bien una
combinación de impresiones originales, como ángel
es la combinación de ave y ser humano. Pertenece a la
categoría de los sueños y las
fantasías.

– Y a otros, ¿no les ha llegado la
impresión completa de Dios?

– La Biblia afirma que sí, pero de las
impresiones no nacen ideas precisas de nada.

– ¿Cree en los cuervos blancos?

– Por supuesto, tengo impresiones vivísimas de
ellos.

– Pero no podrá afirmar que son realmente cuervos
porque de las impresiones no nacen ideas precisas de
nada.

Aunque fue una de las pocas veces que lo había
hecho, Hume frunció el ceño.

– ¿A dónde pretende llevarme? Las
impresiones sirven de guía para la vida
práctica.

– A ningún lugar –respondió
Abelardo-. Si usted parte del principio que el objeto de la mente
humana son ideas sesgadas del mundo real yo no encuentro razones
para rebatirlo, porque usted lo da como principio. Pero no puede
demostrarlo y mucho menos con los cuervos blancos. Si yo parto del
principio que las ideas son el reflejo adecuado de la realidad
objetiva tampoco puedo derivarlo de otro principio más
general porque él es el más general de todos los
principios. Yo
puedo creer en Dios y en el mundo en que vivo, usted no puede
creer ni en Dios ni en la realidad del mundo, ambas nociones son
para usted, por principio, dudosas. Quede pues cada uno con su
criterio.

Abelardo se despidió y junto a Eloísa fue
caminando hacia las otras tres puertas.

– Pudiste rebatirlo, pudiste poner ejemplos de conceptos
universales: la energía, que es eterna porque ni se crea
ni se destruye; el movimiento eterno que la acompaña. Son
ideas potentes que parten del contacto con el mundo y permiten al
ser humano operar con la realidad objetiva, lo cual prueba que
existen.

– Créeme, Eloísa, jamás discutas
con un escéptico.

Eloísa lo miró de
través.

– Pues hay autores que entre los escépticos te
han incluido –dijo, para molestarlo-.

– Son tontos, o se hacen.

4. La sala donde
combaten las ciencias.

Estaban de nuevo ante tres puertas. La primera
tenía grabado: CONDUZCO AL SALÓN. Esa misma
inscripción había en la segunda, y en la tercera:
CONDUZCO A LA TORTURA.

– Otra vez la misma situación –dijo
Eloísa desilusionada-.

– Las dos primeras mienten o por lo menos una de
ellas.

– Y la tercera nos advierte –puntualizó
Eloísa- que conduce a una tortura y no al salón,
por lo tanto a ella no hay que atender. Esperemos si el Sol nos
agrega algo.

Aguardaron unos minutos pero ahora el Sol no
apareció. Abelardo había quedado profundamente
pensativo. Dio dos pasos hacia la puerta que conducía a la
tortura y la abrió. Eloísa tuvo un
sobresalto.

– Esta es nuestra puerta, amada mía.

Entraron. Era un salón siglo XXI y en el centro
estaba dispuesto un gran banquete en lugar de una batalla. Los
comensales no parecían darse cuenta de que la pareja
había hecho su entrada. Levantaban copas de chicha y
engullían pescado picante. Eran los filósofos posmodernistas.

– Brindo por la vigorosa salud que las
Cátedras de Ciencia, Tecnología y Sociedad gozan en
todas las universidades del mundo.

– Y yo brindo –pronunció otro entusiasmado-
por la metafísica
cartesiano-newtoniana.

– La Mecánica
Cuántica ha legado un serio tejido
sociocultural.

– ¡Tras la fachada de objetividad de la ciencia
hay una ideología de dominación!

– Salud al discurso postcuántico.

– ¡La mecánica de los fluidos es realmente una
codificación de género!

– La ideología de género subyace en las
ciencias
naturales.

Uno de ellos se puso en pie parsimonioso. Levantó
la copa hacia el cabeza de la larga mesa de manteles
largos.

– Usted fue quien fundamentó nuestro pensamiento.
Es usted nuestro Gran Hermano. La revisión de la historia de la ciencia que
usted ha hecho ha permitido arrojar serias dudas sobre la
credibilidad en la ciencia.

Todos aplaudieron y el aludido hizo una levísima
reverencia.

-¡Qué es esto! –susurró
Abelardo a Eloísa-.¡Qué racimo de falsedades!
La metafísica cartesiano-newtoniana no existe, aunque
ambos hayan aludido a la metafísica. La mecánica cuántica no ofrece
ningún tejido cultural fuera de la ciencia natural, aunque
algunos hayan querido interpretar el Principio de Incertidumbre
como "principio de la imposibilidad del conocimiento de la
realidad objetiva": es un fenómeno totalmente natural que
ocurre cuando se dispersan estadísticamente los valores
pero puedo conocer esos valores y el error que tienen, o
sea su dispersión, su desviación. Discurso
postcuántico no hay a no ser que se imponga
irracionalmente. ¡La ciencia resultado del poder
político!, ¿cómo puede ser cierto si los
mismos fenómenos naturales han sido comprobados en
países donde gobiernan poderes políticos
mortalmente opuestos? La ciencia resultado de la ideología
de género, ¡qué
estupidez!4

Eloísa balanceó la cabeza

– Al desprestigiar la ciencia –dijo- fortalecen la
mística. Esos mismos procedimientos
practicaron contra nosotros en el siglo doce. ¿Y
quién es ese a quien adoran como a un dios?

– Thomas Kuhn –respondió Abelardo-, un
físico que vivió en el siglo veinte. Hizo el
anuncio, después de revisar la historia de las
teorías físicas, que estas no eran otra cosa que
convenciones sociales. Una teoría sustituye a otra
simplemente porque gana más adeptos, como en una
votación para presidente, pero la teoría nueva es
irreconciliable con la vieja, inconmensurable, dijo él. Y
miente descarado. Porque desde los primeros años en la
universidad
enseñan a los alumnos, incluido a él con toda
seguridad, a demostrar cómo la teoría vieja es
parte de la nueva. De lo contrario la teoría nueva no se
acepta, y ello es lógico porque la antigua se
continúa empleando en la producción de bienes
materiales,
como antes. Seguimos, y seguiremos siempre, utilizando la ley de
Arquímedes para la palanca y así
sucesivamente5.

Un hombre de grandes espejuelos estaba arrinconado en
las sombras. Eloísa y Abelardo lo advirtieron
únicamente cuando se levantó sobre sus pies y
caminó hacia los filósofos
postmodernistas.

– Ese pobre –aclaró Abelardo- es quien
único combate a los postmodernistas. Y está solo.
Verás cómo lo increpan.

Eloísa se fijó en su andar desgarbado de
intelectual puro. . Los posmodernistas sorbían largamente
la chicha.

– He ahí a quien nos ha engañado
–dijo uno de los filósofos indicando al hombre de
los grandes espejuelos-.

– No soy más que un físico
–respondió el hombre- incapaz no ya de ser cabeza
sino siquiera cola de críticos en filosofía. Les
tendí una trampa, es verdad, pero ustedes la
merecían. Porque han proliferado el sinsentido, el
pensamiento chapucero y disparatado de quien niega la existencia
de realidades objetivas o minimiza su relevancia práctica.
Y escuchen: hay un mundo real, sus propiedades no son simplemente
construcciones sociales, los hechos y las pruebas
sí importan. Políticamente estoy molesto porque
muchos (aunque no todos) de estos disparates ridículos
emanan de la auto-proclamada izquierda. Atestiguamos aquí
una profunda retractación histórica. La mayor parte
de los siglos diecinueve y veinte la izquierda se
identificó con la ciencia y contra el oscurantismo;
creíamos que el pensamiento
racional y el análisis audaz de la realidad objetiva
(tanto natural como social) eran herramientas
penetrantes para combatir la mistificación fomentada desde
el poder- por no decir que eran fines humanos deseables en
sí mismos. La vuelta actual de muchos humanistas
académicos y científicos "´progresistas" o
"izquierdistas" hacia una u otra forma de relativismo
epistémico traiciona esta digna herencia y socava
la ya frágil perspectiva de crítica
social progresista6.

Conforme desarrollaba este discurso los postmodernistas,
con ceños fruncidos, abandonaron la mesa y lo rodearon.
"Antediluviano", le decían, "dinosaurio de la ciencia",
"falto de ética".

– ¿Qué es todo este enredo?
–preguntó Eloísa-.

– Es Alan Sokal –sonrió Abelardo-.
Están molestos porque les compuso una buena trampa:
envió un artículo lleno de errores de todo tipo
desde el título hasta el punto final, a una revista
líder
en el campo de los estudios culturales. Y se lo publicaron por el
simple hecho que desde el mismo principio declaraba dudosa la
existencia de la realidad objetiva. Posteriormente publicó
su engaño en otra revista…y aquí realmente fue
donde se encendió la llamada "Guerra entre
las Ciencias", que más propiamente debía llamarse
"Guerra entre la Ciencia y la Mística".

Eloísa había puesto su puño en la
cadera. Y como vio a Sokal solo y totalmente rodeado salió
hacia allí fogosa.

– ¡Déjenlo!

Solamente ahora los postmodernistas se percataron de la
presencia de la pareja en el local.

– Soy Eloísa y este monje es mi esposo Pedro Abelardo
de Pallet. Y proclamamos que este hombre a quien fustigan no ha
hecho otra cosa que desenmascararlos.

Ante el inmarcesible nombre de los amantes los
posmodernistas quedaron atónitos.

– ¿Cómo han entrado aquí? –
se atrevió a preguntar uno-.

– Derribando puertas –contestó
Eloísa-.

– En mi tiempo también nos acosaron –dijo
Abelardo conforme se acercaba- tan solo por pretender razonar
sobre las cosas. Argumenten sus razones. Acusar a alguien de
antediluviano no es una razón. Convénzame que su
pensamiento está equivocado y yo me convenceré por
mi mismo que es antediluviano. Que está equivocado, no que
razones similares se hayan argüido antes si son verdaderas
hoy, pues antes hubo también mixtificadores de la verdad.
Sin prueba alguna a mí en el siglo doce los grandes del
mundo me acusaron de apostasía. . El fundador del código
de los Templarios azuzó para obligarme a quemar
públicamente y por mi mano mis escritos.

– El hombre por naturaleza
–ripostó Kuhn a Abelardo- es conducido al propio
interés
y placer, variable como el mismo conocimiento según los
individuos. Lo mismo que no existe una verdad objetiva
universalmente válida, así tampoco existe una ley
válida para todos. Su historia es consecuencia lamentable
de esta realidad.

– Eso –respondió Abelardo palabra tras
palabra-, es negar la moral del
ser humano. Es colocarse más allá de lo correcto y
lo incorrecto, de la razón y el absurdo. Y constituye en
sí mismo un absurdo.

– No podemos aceptar argumentos anticuados.

– Usted no puede negar lo que ha sido probado en todos
los laboratorios del mundo.

– ¡Los laboratorios mienten! ¡Los
instrumentos de medida mienten! Observen la destrucción de
las especies, el calentamiento
global, todo es culpa de esos
laboratorios7.

– Ajá –sonrió Abelardo-, primero son
ustedes rosados, luego verdes y más tarde se descubre que
siempre han sido azules. O del color del camaleón. A quien
no le conviene ya vivir a la sombra de una bandera en la que
vivió hasta ayer, por el motivo de verla caer siente la
necesidad de tejer otra para con ella ascender a la cumbre y
clavarla.

Agresivos ahora, los posmodernistas cercaron a Abelardo
y Eloísa. Velones había en sus puños y
capuchas negras les escondían el rostro. Atraparon al
hombre y apartaron a la mujer. A empellones lo hicieron acostar
sobre la mesa del banquete. Uno de ellos se encimó sobre
el monje con una hachuela. Abelardo gritó de nuevo,
sufrió de nuevo entre los brazos que lo atenazaban. Un
formidable garrote partió la mesa en dos. Retrocedieron
los filósofos. Alan Sokal, a garrotazos enteros,
amenazó al grupo.

– ¡Huyan de aquí, sálvense de este
principio de siglo! ¡Vayan hacia el futuro a través
del Túnel del Eterno Movimiento! ¡Déjenme a
mí con estos que me basto solo!

Ciertamente Abelardo sintió pavor. Agarró
de la mano a Eloísa y corrieron hacia el fondo de la sala.
El joven Sokal no abandonó su garrote.

5. El Túnel
del Eterno Movimiento.

No encontraron otras tres puertas sino la boca enorme de
un túnel en sombras. Abelardo desconfiaba todavía
tembloroso, pero Eloísa se internó y el monje fue
tras ella. Paso a paso. La oscuridad total. Pero conforme
caminaban fue amaneciendo una débil luz irisada.
Comprendieron que las paredes tenían un movimiento
balanceante que sin embargo no los hacía oscilar a
ellos.

– Nuestros cuerpos ahora forman parte del eterno
movimiento –dijo Abelardo-.

– El túnel del futuro.

– El pasadizo –rectificó Abelardo- que nos
lleva al futuro. Al futuro solo se puede ascender a través
del movimiento. El tiempo transcurre porque la materia
está en movimiento, por eso medimos el tiempo mediante el
cambio, ya sea de un volumen de arena,
de las vueltas de las agujas o de la oscilación de un
átomo.
Y el espacio, su hermano siamés, se gana porque hay
movimiento. Movimiento y energía lo es todo. Solo
comprendiendo ambos entenderemos.

– El tiempo –precisó Eloísa- es
resultado del movimiento periódico.

– Y el movimiento periódico
–añadió Abelardo- es lo que llamamos
"armónico". La música está
compuesta de innumerables armónicos que acoplan entre
sí, la música es el
universo.

– Cuando los armónicos van cada uno por su lado
–recordó Eloísa- aparece el ruido.

– El movimiento armónico es el único
universal. Una niña balanceándose en una hamaca,
ese movimiento tan infantil e ingenuo, es el único natural
porque en sí mismo constituye el cambio. Un movimiento
circular o elíptico también es
armónico.

Eloísa, recordando el balanceo de las paredes,
asintió. Dio vueltas circulares a su dedo índice al
nivel de los ojos de Abelardo y el monje lo que veía su
dedo oscilar de un extremo a otro, como un muelle cuyo extremo
viene y va.

– Sí –dijo Abelardo-, un movimiento
circular o elíptico se describe como armónico.
Vueltas innumerables da la Luna alrededor de la Tierra,
nosotros alrededor del Sol, este alrededor de la Vía
Láctea y así hacen los millones de planetas,
estrellas y nebulosas de todo el cosmos. El movimiento
armónico es universal, no el rectilíneo con que
vemos desplazarse un auto.

– El auto se desplaza –acotó Eloísa-
por sobre la esfera de la Tierra. Su movimiento tampoco es
rectilíneo como parece. Encontrar un movimiento puramente
rectilíneo en el universo es muy pero muy
difícil.

– Armónicos son los movimientos de las olas del
mar y de las ideas humanas, que oscilan constantemente del
análisis a la síntesis, y son armónicas las
ondas de luz y
las demás ondas electromagnéticas. Con
armónicos únicamente puede describirse el estado de
un electrón en su átomo, de una molécula en
su partícula, de un corpúsculo que se desplace. Yo
creo que no otra cosa que armónico ha de ser el movimiento
general del universo.

– Y el movimiento de las civilizaciones –dijo
Eloísa casi como una pregunta a Abelardo-.

– Armónico –respondió Abelardo con
seguridad. No puede ser otro porque armónico es el
movimiento natural del cambio.

La luz, irisada en principio, se tornaba cada vez
más blanca8.

– Los griegos clásicos –continuó
Abelardo-, se ve claro en su mejor momento que fue el ateniense,
vivieron una época de descentralización a la que Aristóteles denominó democracia:
"la más pura democracia es aquella que se llama así
por la igualdad que
en ella prevalece" (Política, Libro IV). A
esta siguió la época alejandrina o
helenística, época de tendencia a la centralización donde la sociedad era
función
de los núcleos de comerciantes, muy vinculados a su vez
entre sí por su lengua
inventada: la koiné y por los acuerdos a que
arribaban los diferentes mercaderes en asociaciones constituidas
al efecto, acuerdos en los que estaba excluida la competencia. Esta
época fue relevada por la centralización de los
emperadores romanos. No hay que extrañarse de que haya
sido así, es lo único natural. Si partimos de que
la democracia griega estaba en función de la
mayoría y era por esto mismo una sociedad
característicamente descentralizada, para cambiar tiene
que empezar a centralizarse: la época helenística,
y esta estructura a
su vez influye sobre el Lacio, cuyos habitantes para cambiar en
su turno tienen que centralizarla, con lo cual surgen los
emperadores, el siglo de oro
romano.

– Sociedad que no cambia –recalcó
Eloísa- se estanca, dice el saber popular.
Aristóteles observó tres tipos de sociedades:
monarquía, aristocracia y democracia,
ninguna mejor que otra mientras no degeneraran. También
caracterizó las degeneraciones de cada una. Sin embargo,
no dejó claro que una sucedía a la otra para que
ocurriera la evolución. Giambatista Vico, en
cambio, dejó explícito que las sociedades
evolucionaban desde una "edad divina" (teocracia), a
una "edad heroica" (aristocracia), a una "edad humana"
(democracia), repitiéndose los ciclos sucesivamente. Pero
no veía el mejoramiento de calidad de un
ciclo a otro. Acuñó la frase insólita: "la
historia se repite y la humanidad es siempre la misma". Esto es
falso. Hegel
argumentó el desarrollo en
espiral de la Historia, que no es otra cosa que un movimiento
armónico de sucesivos círculos. Los historiadores
marxistas añaden el crecimiento de los radios de los
círculos para expresar el desarrollo de la calidad social,
pero si reflexionamos, sus estructuras,
por ser círculos, obligadamente tienen que ser similares.
En realidad no son tres las etapas por las que pasan las espiras,
son cuatro. Y han ocurrido tanto en la historia occidental como
en el mundo chino: descentralización-tendencia a la
centralización-centralización-tendencia a la
descentralización, y así sucesivamente, cada una
con sus características singulares y ninguna mejor o peor
que la otra, es simplemente el fenómeno natural del
cambio.

La luz era ya muy clara y Abelardo y Eloísa
tenían la impresión de salir a un mundo
nuevo.

– Vamos a…-intentó preguntar la
mujer-.

– Al futuro. Nos falta poco, Eloísa. El futuro de
una sociedad como la romana era la tendencia a la
descentralización, pero los romanos permanecieron
tozudamente aferrados al imperio. Esa fue la causa fundamental de
la caída de Roma. El imperio romano de
Oriente tampoco evolucionó suficientemente. En cambio
sí los pueblos vecinos: los antiguos guerreros partos
quienes, beligerantes contra Roma, supieron absorber su cultura y
desarrollarla en una sociedad de tendencia a la
descentralización. Esta etapa se puede estudiar con
más claridad en una vecina de Persia influida por la
cultura que habían tenido las ciudades griegas fundadas
por Alejandro, la India de los
reyes Gupta. Los motores de la
sociedad gupta lo fueron los sacerdotes budistas y los sacerdotes
brahmanes. Ambas religiones y sus sectas,
envueltas en una competencia bien morigerada por el Rajá
("el que sirve") por triunfar una de la otra (totalmente lo
opuesto a los fraternos núcleos de comerciantes helenos,
esta etapa es opuesta a aquella) alzaron hasta listones
inesperados para la humanidad la cultura y la
organización social. Y el futuro de la sociedad india
y persa lo fue la historia de unos nómadas vecinos de
estos últimos, los árabes, entre los cuales Mahoma
inició una religión pero
también una sociedad descentralizada que por este mismo
carácter social avanzado para la
época no encontró vallas a las conquistas (como
tampoco las había encontrado Alejandro en su tendencia a
la centralización, César en su
centralización y Napoleón en su tendencia a la
descentralización capitalista). Claramente en el sur de
España
los árabes la sustituyeron por la tendencia a la
centralización de los señores de feudo y comercio, a
quienes ahora servía el Califa (Abderramán fue
traído por ellos para eso mismo desde su refugio en el
norte de África). Mientras tanto los pueblos europeos,
salidos de la colonia, no encontraron rumbo por lo menos en ocho
siglos: la larga noche feudal que estudiamos en los libros de
Historia en lugar de aprender de las sociedades persa, ,india y
árabe para comprender la continuidad lógica que
siguió a Roma. El eurocentrismo
mutila la cultura.

– Aquella tierra pobre –dijo Eloísa-,
bárbara, subdesarrollada, balbuceante, sin una lengua
propia, olvidada del latín y de la cultura grecorromana,
pretendimos transformarla, amado mío. Llegaban las
traducciones de los tratados
árabes y griegos (ahora despreciados en los califatos,
hombres como Avicena a quien olvidaban por el reaccionario
Algazel, y más tarde Averroes y el hebreo
Maimónides). Eruditos hebreos, españoles y de otras
nacionalidades traducían constantemente en los reinos
españoles del árabe al latín tesoros de la
cultura
griega, india, persa y árabe. Y por el camino entre
los Pirineos y el mar los pergaminos enrollados, sus copias o las
copias de copias terminaron en las abadías que ya estaban
diseminadas sobre todo por Europa
occidental. Las abadías de Italia y el rico
sur de Francia al
cabo fueron bien vigiladas, pero una tierra de bosques helados al
norte del paralelo cuarenta y cinco, nadie la estimaba en gran
cosa. Eran territorios habitados por extraños seres muy
claros de piel, ojos y
cabello lo cual les permitía acopiar toda la
radiación ultravioleta que escaseaba tanto en aquellos
lugares. Y allí nacimos. Hijos de guerreros parisi,
bárbaros entre los bárbaros, bretones, normandos,
la inmundicia subdesarrollada. Abelardo habitaba en los montes
cercanos a una pequeña ciudad llamada París, montes
alejados del brazo obispal9. No, el desarrollo
no lo propicia el frío. Pero esa vez se parió a
gritos en bosques marchitos de nieve.

Abelardo asintió lleno de nostalgias.

– Después, ya después, la historia es
conocida. Centralización de las monarquías
europeas, tendencia a la descentralización con el Capitalismo,
descentralización con el Socialismo. Se
repiten los ciclos, no las sociedades. Y siempre igual: absorber
cultura de la nación
más floreciente y moverse en el sentido social adecuado.
Dos frases, pero ¡qué difícil! Al movimiento
adecuado se oponen firmemente los intereses establecidos, a
absorber cultura las naciones que la poseen. Entonces, la lucha.
A veces siglos de lucha.

6. El relevo y la
utopía.

Estaban ante una gigantesca estatua de bronce pulido en
la cual un jinete exhausto entregaba la antorcha a un ser
recién nacido de la tierra. La ciudad era pulcramente
limpia y silenciosa. Se veían pasar salteadamente
vehículos sobre carrileras de aire a presión,
sin conductores, pocos, estéticos y funcionales. Algunas
personas se desplazaban por los aires ligeras, envueltas en un
casco y un traje aerodinámico. Pero lo que abundaba era un
sonido sordo
que salía desde debajo de la tierra y los ciclistas
alegres por trechos matemáticamente establecidos. No se
veían mansiones particulares sino edificios policromados
entonados todos a un mismo color en cada calle y, singularmente,
con apartamentos expresión de la individualidad de cada
familia. Los
diverso existía en virtud de un sentido de
dirección.

– Los seres humanos –comentó Abelardo a
Eloísa- hace ya años comprendieron que la
raíz del trabajo no es
económica sino social. Que es por naturaleza un
fenómeno social cuyo resultado es producir bienes de vida.
Por eso los equipos de
trabajo están compuestos por personas que aun siendo
diferentes tienen un denominador común: cada cual tiene la
capacidad de evolucionar. Quien mejor evoluciona a partir de sus
propias limitaciones se le conceden mejores bienes de vida aunque
las necesidades básicas estén satisfechas para
todos. Y sobre todo, el reconocimiento social. Todo se mide. La
evolución de cada uno, por supuesto, que es ante todo
moral. La evolución moral es la principal condición
de existencia del género humano.

– ¿Los odios –preguntó
Eloísa-, las maledicencias han quedado atrás?
¿No existe la envidia ni el estilete por la espalda? Las
falsificaciones, las simulaciones, ¿ya no son seres
humanos reales?

– Todo se mide, Eloísa, todo. Objetivamente, la
Psicología
ha alcanzado un desarrollo descomunal. Claro que existe el pecado
pero lo paga quien es descubierto.

– ¿Y quién lo hace pagar? ¿No es
corruptible quien mide a los demás?

– Ya no –aseveró Abelardo-. Todo fue
posible a partir de un principio: quien tiene el derecho de
dirigir a los demás, mientras lo hace tiene el deber de
prescindir de bienes materiales, tiene el deber de sacrificarse
por los demás. No es obligatoria tal condición,
pero no creas que el sacrificio hizo huir a las personas de los
cargos de dirección, como han adquirido un enorme
prestigio social es ambicionada por muchos aunque pocos lleguen a
adquirirla. Así mismo son pocos los cargos de
dirección, pero claves, son los goznes del movimiento y la
esencia de la estructura
social.

– Los dirigentes, ¿no esconden de los
demás sus riquezas?, ¿no tienen en sus manos el
poder de atemorizar a quienes husmean?

– Se dan casos. Pero se paga muy caro. Constituye el
peor crimen ahora que no existe el asesinato. El peculado recibe
la más severa de las reeducaciones y la hipocresía
es el peor de los defectos.

– No lo creo –contestó Eloísa- .
Quien les haría pagar ¿no es de su misma
camada?

– Antes te dije que se mide todo. La evolución de
la conducta del
hombre pasa por pruebas cada vez más rigurosas. Para
comenzar, cada ser humano debe aprender a construir su propia
vivienda, y graduarse en un oficio y en una profesión
universitaria. En la educación pasar de
nivel significa aprobar primero en conducta moral y
después en conducta manual e intelectual. La
profesión de mayor prestigio es la del educador. La
distribución de bienes se hace en
proporción a la evolución moral, manual e
intelectual de la persona, y esta evolución moral va
depurando al ser humano. Si ha evolucionado suficientemente y
está listo para prescindir de bienes materiales y
entregarse a los demás, puede comenzar a dirigir. Si se
cansa ya no es imprescindible y ha fracasado. Esto no solo es
vergonzoso ante sí mismo sino ante sus amigos y su
familia. La vergüenza es una de las grandes cualidades que
se cosechan en la escuela. Y el
hijo de un padre que dirige personas es el más feliz de
los hijos.

– Entonces –dijo Eloísa con ironía-
el ser humano es perfecto.

– Claro que no. La perfección y la
imperfección son cualidades relativas al momento social
que se vive. En un equipo de trabajo los individuos admiran a
quien es capaz de incrementar su evolución por sobre el
resto. Ello no despierta envidia, o si lo hace, es envidia de la
buena. Quien más se destaca es imitado por los
demás y se repudia a quien lo denigre. Ello constituye un
círculo virtuoso, un estímulo natural para el trabajo, el
más intenso, el estímulo que hace a los hombres
amar el trabajo en lugar de huir de él.

Eloísa quedó unos minutos en silencio.
Veía pasar a las personas, caminar con el mismo paso
indetenible, conversar, discutir. Sabía que
mentían. Mentían.

– ¿No comprendes –apuntó Abelardo
adivinando el recelo de Eloísa-. Mirado desde nuestra sima
el trabajo se ha convertido en religión y el dirigente en
sacerdote. La sociedad es una enorme escuela educada, impulsada
por los mejores. Es una aristocracia del
mérito10.

– La mejor de las sociedades posibles.

– No, Eloísa, la sociedad inevitable. Las
naciones que no aprendieron a evolucionar hacia este tipo de
sociedad languidecieron. Ha sido así siempre. Incluso
esta, que nos parece tan perfecta, está cometiendo ahora
mismo graves errores. Puntualmente aparecen intereses personales
opuestos a un mayor cambio. Esta agrupación humana tiene
que continuar su evolución hacia la centralización
y hay personas que por mezquindades niegan esa evolución
porfiadamente. Se han constituido en logias que serán
difíciles de erradicar. Adquieren cada vez mayor fuerza.
Han surgido teóricos del inmovilismo y entran a escena
casos de corrupción. Los medios de
comunicación, que fueron convertidos en medios de
transformación social cuyo objetivo era
divertir, entretener e informar transformando conciencias
artísticamente, o sea celando este objetivo para purificar
los sentimientos, ahora desvirtúan su razón de ser
y promueven el inmovilismo porque en esas logias anidan los
profesionales de estos medios. Si no aparece un líder
definitivo que sea capaz de mover ese algo que requiere la
sociedad en el sentido adecuado también esta humanidad que
ves irá pasando a la retaguardia hasta morir.

A Eloísa le había cambiado el
rostro.

– Bien, Abelardo, vamos. Tenemos entonces que combatir
de nuevo.

7.
NOTAS

1.

[…]diversas corrientes filosóficas han
reivindicado el sofismo como un espíritu crítico,
desde mediados del siglo XX. Autores tan dispares como el
apátrida de origen rumano, Emil Michel Cioran, el español
Fernando Savater y diversos teóricos del postmodernismo
han elaborado el gran elogio doctrinal del sofismo. (Enciclopedia
Encarta 2005; entrada: sofismo)

2.

De acuerdo con el venerable problema de la
inducción o problema de Hume, ningún número
finito de enunciados singulares puede justificar concluyentemente
un enunciado universal. Por muchos cisnes blancos que observemos,
siempre podemos encontrar un cisne negro en las antípodas[…]las leyes e hipótesis científicas[…]son
característicamente enunciados universales que afirman
algo acerca de todo objeto en todo tiempo y lugar.(Texto docente
de las Cátedras CTS: López Luján, Marta I.;
López, José A.; Luján, José L.:
"Ciencia, Tecnología y Sociedad", Cap 3: "La fragilidad
del conocimiento inductivo", Ed. Tecnos, Madrid,
1994).

3.

In general we may observe, that in all the most
established and uniform conjunctions of causes and effects, such
as those of gravity, impulse, solidity, &c. the mind never
carries its view expressly to consider any past
experience.

(Hume, David: "Tratado de la naturaleza
humana", parte 3, sección 8).

4.

Uno de los padres conocidos del postmodernismo lo es
J:F:Lyotard:

"La gran andanada postmoderna la lanzó en 1979 el
francés Lyotard al plantear con crudeza el problema
fundamental del saber y de la conducta human en la sociedad
contemporánea".

(Fernaud, Pedro; "Tiempos postmodernos",
1995).

[…] "en tanto que la ciencia no se reduce a
enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe
legitimar sus reglas de juego. Es
entonces cuando mantiene sobre su propio estatuto un discurso de
legitimación, y se llama filosofía.
Cuando este metadiscurso recurre explícitamente a tal o
tal otro gran relato, como la dialéctica del
espíritu, la hermenéutica del sentido, la
emancipación del sujeto razonante o trabajador, se decide
llamar moderna a la ciencia que se refiere a ellos para
legitimarse […] Simplificando al máximo, se tiene
por postmoderna la incredulidad con respecto a los
metarrelatos. Lyotard, J.F. "La condición postmoderna",
1984).

Lyotard se equivoca. Las ciencias naturales, la
Física particularmente, encuentra lo verdadero cuando
enuncia leyes, regularidades que permiten comprender los
fenómenos naturales. Nunca se legitima con ningún
metadiscurso, sino con pruebas y experimentos de
laboratorio
llevados a cabo por diferentes investigadores sin lo cual no se
acepta la hipótesis aunque
tenga una deducción matemática
y permanece en el terreno de lo especulativo.

5.

Entresacamos del texto docente "Ciencia,
Tecnología y Sociedad" de Marta López mencionado en
la Nota 2, los siguientes párrafos:

"Los secretos de la naturaleza parecen ser finalmente
desvelados sobre la etérea base de intelectos tan
poderosos como los de A. Einstein, W, Heinsenberg o S. Hawking"
(p 31).

"Un lugar común de autores críticos como
H. Marcuse, J. Habermas o P. Feyerabend, es que la razón
de estado es la
razón científica" (p 32).

Así, rotundamente definido, esta última
cita parece entrar en contradicción con la vida de ciertos
hombres ilustres que sufrieron seriamente en su salud a causa del
calor. .

"Fue un historiador de la ciencia, T: S. Kuhn, quien
originó una auténtica revolución
en la filosofía de la ciencia […] Ahora es la
comunidad
científica, y no la realidad, quien marca criterios para
juzgar y decidir sobre la aceptabilidad de las teorías
[…] la insuficiencia de la razón (i.e. la
tradicional ecuación lógica + experiencia)
hace necesario apelar a la dimensión social de la ciencia
para explicar la producción, mantenimiento
y cambio de las teorías científicas (véase
Barnes,1982)" (p 38).

"El argumento de la infradeterminación afirma que
dada cualquier teoría o hipótesis propuesta para
explicar determinado fenómeno, siempre es posible producir
un número indefinido de teorías o hipótesis
alternativas que sean empíricamente equivalentes con la
primera pero que propongan explicaciones causales incompatibles
del fenómeno en cuestión […] la evidencia
empírica es insuficiente para determinar la
solución de un problema dado (pp 43-44).

De acuerdo con eso, todas las objeciones teóricas
que presentó un prestigio como Einstein a la recién
nacida Mecánica Cuántica debieron adherirle
suficientes adeptos como para que ni se hable hoy del
fenómeno onda-corpúsculo. Sin embargo la comunidad
científica reconoce que Einstein se equivocó en su
evaluación. Naturalmente que surgieron
discrepancias, pero como estamos hablando de pruebas que
presentar y no entelequias, John Stewart Bell en 1964 propuso una
prueba, verificable en laboratorio, que echó por tierra
los agudos argumentos de Einstein. A su vez antes Einstein,
cuando nadie creía que las masas deformaban el espacio,
propuso un experimento que lo demostraba, el cual fue verificado
simultáneamente por dos experiencias en 1919.

De acuerdo con el criterio de infradeterminación
aludido, la teoría de la evolución de Darwin vale tanto
como aquella de Lamarck, el éter existe aunque
jamás se haya detectado un "viento de éter", y el
átomo puede aceptarse como un pudín salpicado de
electrones.

Richard Milner, en su Diccionario de la
evolución
escribió:

"La evolución quedó establecida como un
hecho, no por haber triunfado en los debates entre
filósofos o lógicos de gabinete, sino porque
unificó miles de observaciones dispares realizadas por
anatomistas comparativos, naturalistas de campo, geólogos,
paleontólogos, botánicos y (posteriormente)
genetistas y bioquímicos. Sin el concepto
englobante de un mundo en cambio a lo largo de inmensidades de
tiempo, no existiría lo que consideramos la ciencia
moderna".

6.

Palabras textuales de Sokal en su "A physicist
experiments with cultural studies
", cuya traducción al Español, de Claudio
Uribe, revisada por el autor, puede encontrarse en
http://palasathenea.blogspot.com

7.

Transcribimos párrafos del citado texto docente
de Marta López, "Ciencia, tecnología y
Sociedad":

"En el laboratorio es donde se produce el
conocimiento mediante la interconexión de
prácticas, equipamiento material y diversas técnicas
de persuasión: en él se construye el mundo natural
y el mundo social […] Cuando el antropólogo de la
ciencia describe sin prejuicios la vida del laboratorio, lo que
desvela es un mundo desordenado, confuso e indeterminado ", y
cita a continuación los siguientes autores de donde ha
sacado su afirmación:

Knorr-Cetina: The manufacture of knowledge;
Latour: Science in action; Traweek: Beantimes and
lifetimes
; Woolgar: Science, the very idea.

Solamente con mencionar los títulos de algunos
libros dedicados a demostrar el relativismo epistémico nos
convencemos que el pasaje no es de ficción:

The social construction of bakelite; Betrayers of the
truth; How the laws of Physics lie; Give STS
(Science,
Technology and Society) a place to stand and it will move the
university and society.

8.

A continuación Abelardo y Eloísa describen
una argumentación que puede leerse totalmente fundamentada
en el artículo "La breve sonrisa de Leonardo", publicada
en este mismo sitio en la sección de Arte y
Cultura.

9.

En la Enciclopedia Americana, ed.1959, tomo 1, entrada
"Abelardo" leemos:

Abelardo fue un filósofo y teólogo
fundador de la universidad de París, la primera de Europa.
En la Edad media
comenzaron a surgir diferencias entre los monjes sobre
cómo interpretar la Escritura y
todos los demás escritos sagrados. Uno de los problemas era,
¿qué es lo real?, ¿cuál es la
naturaleza de Dios? Aplicando métodos de
pensamiento y disputa griegos, algunos seguían a Platón
(ahora conocidos como "realistas") considerando que la
realidad se encuentra en las formas ideales de las cuales los
objetos no son más que copias transitorias. Otros,
"nominalistas", siguiendo a Aristóteles, creían que
las nociones generales (rosa, barco, caballo, la verdad o la
generosidad) eran simplemente nombres que damos a los objetos
concretos en los cuales debe encontrarse la verdadera realidad.
Opuestos a ambos estaba la inmensa mayoría del clero
quienes consideraban que esas racionalizaciones eran inventos de
paganos y las cosas había que aceptarlas por medio de la
fe en Dios, per se. Abelardo había estudiado en
Bretaña con un extremado nominalista, Rocellinus, y
después de los veinte años de edad en la escuela de
la catedral de Notre Dame con Guillaume de Champeaus, un
habilidoso ultrarrealista. Abelardo entró en disputa con
ambos, fue expulsado de Notre Dame a los veintidós
años de edad y se trasladó a distintos lugares
atrayendo un inmenso número de estudiantes, hasta
establecerse en la abadía de Ste Genevieve, en las
afueras de París, fuera de la jurisdicción de
las autoridades eclesiásticas. Este lugar fue el
núcleo de la Universidad de París, organizada
formalmente a principios del siglo XII. La importancia del
método
nuevo inventado por Abelardo y que atraía a estudiantes de
muchos "países", consistía más que en
desviarse de las doctrinas básicas, en la
formulación de la confirmación de las mismas: a
través de la indagación lógica
–una creciente demanda, por
otro lado-, postulado muy avanzado para su época
[…] tanto los objetos como los "universales" a los que se
llegara a través de un proceso
lógico debían ser tomados como reales. (Subrayado
nuestro).

10.

Palabras de José
Ingenieros.

 

Alberto Pérez-Delgado
Fernández

 

Partes: 1, 2
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