Estas son las de: 1) Nación biológica, 2) Nación étnica, 3) Nación
política
y 4) Nación fraccionaria, como una acepción
secundaria refleja. No pretendemos aquí, reexponer lo ya
analizado extensamente en dicha obra más que en lo
estrictamente necesario para nuestros propósitos:
ilustrar las condiciones estructurales que determinan la
escala de las diversas acepciones de Nación, pero
en especial la de Nación política, y que vienen a
construir —si se nos permite— su particular
geometría constitutiva. La razón de esto
no es otra que la de aceptar una perspectiva que resulta
más convincente que otras, pues da cuenta de la morfología de ciertas estructuras
(de la "nación" y el Estado
moderno) con una capacidad de conformación y
determinación de la realidad histórica,
práctica y política inexcusable.
Desde el convencimiento de que no podemos saltarnos
estos elementos –citados por Enrique Bernales–
(5) en cualquier tipo de análisis mínimamente realista,
pretendemos señalar (o simplemente asistir en este
diagnóstico) aquellas estructuras
cristalizadas por la acumulación de la historia que se presentan,
ámbito de la discusión de la discusión
política entre los nacionalismos y el Estado, como
difícilmente ocultables a la consideración; lo
cual a veces, en un orden de elección de las
alternativas, no es poco. La "nación" en su
primera acepción equivale a nacimiento, que e mantiene
en la escala de lo
que antiguamente se llamaba "naturaleza" y que
correspondía precisamente con el lugar de nacimiento. La
nación étnica incorpora la nación
biológica (que por su parte responde a un orden
individual). Así podemos afirmar, que la nación
étnica se conforma por la afluencia de la nación
biológica formada por una serie múltiple de
individuos. A su vez y del mismo modo, la nación
política se conforma por la afluencia de los diversos
grupos
agregados en naciones étnicas, aunque no por mera
construcción sucesiva o
automática. Esto es así ya que el Estado o la
nación política se construye como resultado de la
confluencia de la variedad determinada de étnias o
culturas diferentes o culturas diferentes (de hecho, no existe
ningún Estado canónico mono-étnico excepto
aquellos que son resultado de la "creación
artificial").
En este sentido y como lo deja expresamente
señalado la Constitución Política de México (7), "La
‘nación’ tiene una
composición pluricultural sustentada originalmente en
sus pueblos indígenas…". Pero como decimos,
el proceso que
por ampliación sucesiva conduce a la nación
política no debe entenderse como una mera
replicación de las estructuras sucesivas, pues
concretamente en la nación étnica no se encuentra
en miniatura lo que será la nación
política. Esta transición necesita de un proceso
externo a la mera confluencia de étnias y culturas de la
que hablamos, pues sólo un Estado puede generar la
nación política. Dicho Estado no es otro que el
antiguo régimen, existente en todas las naciones
canónicas europeas (Francia,
España, Inglaterra,
etc.) antes de la constitución del Estado moderno con la
Revolución Francesa y la consiguiente
disolución del antiguo régimen. Lo que se viene a
sostener en definitiva es que el Estado es quien conduce a la
formación de la "nación", lo que
evidentemente conlleva la negación de la posibilidad
inversa de índole mítica y tantas veces ejercida
de forma ideológica que supone que las esencias
ancestrales de la "nación" (los
"espíritus" o "genios nacionales") son los
que han creado los respectivos Estados.
A donde deseamos llegar, después de explicar
los análisis que sobre la cuestión nos ofrece el
materialismo
filosófico de Gustavo Bueno en su célebre obra:
"España no es un mito" (6), es a
comprender lo que justifica y sostiene la escala de la
nación política (canónica) frente a los
nacionalismos fraccionarios.
No pretendemos hacer esto simplemente para tomar
partido por una facción u otra de la lucha
política, utilizando para ello –como es el
proceder habitual– las justificaciones ideológicas
que más tengamos a mano, sino para esclarecer una serie
de realidades relativas a la política de nuestro
tiempo
(determinada cómo no, por la historia que lo precede),
que desde nuestro punto de vista, una vez estudiadas y
analizadas a partir de estos criterios, parecen indudables. Con
esto, y precisamente por esta razón, no podemos ignorar
nuestra propia implantación política (sin tampoco
asumirla con las razones ideológicas más
ópticas), suponiendo falsamente que uno puede estar por
encima de naciones y fronteras, quizá
adscribiéndose a un criterio género
de "cultura universal".
Esta postura tantas veces esgrimida, de ser un
ciudadano sin Estado (o "ciudadano del mundo"), es
comparable sin lugar a dudas al planteamiento teológico
de San
Agustín en la Ciudad de Dios. Desde estas tesis que
pueden identificarse como formas de "agustinismo
político", se supone una unidad mítica e
inexistente como sujeto de acción común (la humanidad)
que se eleva sobre el mundo y específicamente en este
caso, sobre lo político.
Hasta aquí han sido explicados los diversos
conceptos asociados al término "nación" y
especialmente el origen de la nación política,
pero no se ha dado más cuenta de lo que supone la
estructura
ya constituida de una nación canónica. A pesar de
que no podemos recurrir sin más, a formulaciones
ideológicas como las expresadas en la tríada
clásica de la Revolución Francesa que prescribe
que la nación política y el Estado son quienes
posibilitan las condiciones de "Libertad",
"Igualdad" y "Fraternidad". Ya sabemos, por
ejemplo, que la libertad (de no ser invadido por otro
país, de garantizar las fuentes de
los recursos
económicos, etc) está sostenida por la
disuasión del poder
militar y el control
geoestratégico que este poder posibilita. O que la
igualdad
dentro de un Estado (no digamos ya entre Estados o entre
culturas) es más un proyecto
intencional, que una realidad, por lo menos mientras exista por
ejemplo (como parece –por largo tiempo–) la
sociedad de
mercado
capitalista, entre otras muchas circunstancias. Con todo ello,
la nación política y el Estado Moderno suponen un
salto fundamental respecto a las posibilidades de organizaciones
anteriores, en lo que se refiere a capacidad de desarrollar
planes y programas para
la "generalidad" de los ciudadanos de un Estado, que
puede formularse estructuralmente como una dinámica de ampliación progresiva
en simetría parcial (o de recubrimiento recursivo)
respecto a los individuos y sus posibilidades de organización social e individual.
(2)
De acuerdo con este presupuesto,
veamos cuál es el contenido real con el que se han
rellenado en la actualidad los conceptos de
"nación" e "identidad nacional" y veamos
cuál es el marco actual de relaciones entre la
"nación" y el Estado. En función
de ese contenido podremos valorar el papel (positivo o
negativo) que hoy está desempeñando el nacionalismo
en la construcción del futuro.
No se trata de realizar aquí un excursus
histórico o doctrinal sobre el concepto
nación. Se trata tan sólo de precisar que es un
concepto ambiguo y que podemos identificar en él tres
significados diversos: a) En primer lugar,
"nación" (casi siempre utilizado en plural) hace
referencia a grupos de seres humanos que se diferencian entre
sí por sus propias costumbres, usos, lengua, etc.
No se trata de que un grupo se
identifique por una, dos o tres de esas notas; se trata de que
en él se ha verificado una mezcla de todas ellas hasta
constituir lo que se suele denominar como un carácter propio» que los hace
singulares.
Desde esta pespectiva, podemos entender que
"nación" en un sentido objetivo quiere
decir "comunidad nacional". De todos modos, sigue siendo
un concepto impreciso puesto que no todo grupo con un
carácter propio se considera a sí mismo una
"nación" o es considerado por otros como tal. En
esta tarea resulta clave el desarrollo
político e histórico por el que ha discurrido el
grupo, pero también resulta importante el factor
psico-sociológico; una conciencia
de la propia identidad
nacional. Un ejemplo claro del carácter impreciso de
este concepto lo representa el pueblo judío:
¿Quien es judío? Esta cualidad no queda definida
específicamente por rasgos exteriores, por una lengua,
por un territorio, ni siquiera por una religión. Lo
realmente decisivo es que uno sienta su pertenencia al pueblo
judío, si bien es cierto que la subjetividad debe
sustentarse sobre la base de determinados rasgos objetivos.
Esto significa que en el sentido objetivo
de "nación" no se puede prescindir de una
determinada componente subjetiva. b) En una segunda
acepción, el concepto "nación" se
encuentra inseparablemente ensamblado al concepto de Estado. En
este caso, la voluntad de un grupo de seres humanos de
constituir un Estado (de llegar a serlo o de seguir
siéndolo), convierte a este grupo en una nación
en el sentido subjetivo. Desde esta perspectiva, la
"nación", no sólo contiene un elemento
subjetivo, sino que se define específicamente en
clave socio-psicológica. "Nación" (casi
siempre en singular) significa en este caso una "comunidad
de destino". Se tiene un pasado y una historia común
y como consecuencia unos se sienten vinculados a otros en el
presente y en el futuro. c) Por último, podemos
considerar también una acepción jurídica
de "nación". Desde esta perspectiva, nos estamos
refiriendo a un sinónimo de población del Estado. Es decir, quien
tiene la nacionalidad
jurídica de un Estado pertenece jurídicamente al
substrato de personas de ese estado. "Nación"
significa aquí "comunidad jurídica".
(2)
La crisis de la
identidad
nacional como fundamento legitimador de un nuevo Estado y las
negativas sospechas que se ciernen sobre ella a raíz de
la segunda
guerra mundial, aparecen estrechamente relacionadas, a
nuestro modo de ver, con la dificultad real para ejercitar el
derecho a la autodeterminación proclamado solemnemente
por los dos Pactos Internacionales de la ONU sobre
Derechos
Humanos en 1966.
Ninguna de las posteriores declaraciones y
resoluciones que la ONU ha emitido sobre este derecho, define
el concepto de "pueblo" o de "nación". De
facto, sólo en el caso de las colonias y fideicomisos
existentes después de la guerra mundial,
se quiso precisar con cierta claridad quienes podrían
ser sujetos del mencionado derecho. No obstante, el
descrédito que el nacional-socialismo y el
fascismo
habían lanzado sobre el nacionalismo, provocó que
el asentimiento internacional sobre el proceso de independencia de las colonias y fideicomisos no
pudiera imputarse a un reconocimiento de la identidad nacional
como fundamento de la autodeterminación, sino en el
reconocimiento de una especie de derecho específico de
las colonias a la independencia sobre su antigua
metrópoli, basado en la redacción del artículo primero de
los dos Pactos Internacionales de 1966: "Los Estados partes
den este Pacto, incluyendo aquellos que tienen la responsabilidad de administrar territorios no
autónomos y territorios en fideicomiso,
promoverán el ejercicio al derecho de
autodeterminación y respetarán este derecho de
acuerdo con las disposiciones de la Carta de las
Naciones Unidas".(8)
Confirmando este mismo criterio, en 1970 la ONU
aprueba la importante Resolución 2635 (XXV), de
24.10.1970, (9) donde se contiene una importante
restricción y matización al ejercicio del derecho
de autodeterminación: "(…) Ninguna
determinación de los párrafos precedentes se ha
de entender como autorización o estímulo a
cualquier acción que, en parte o completamente,
menoscabara o destruyera la integridad territorial o la unidad
política de Estados soberanos e independientes, que se
inspiran en el principio arriba descrito del derecho a la
igualdad y del derecho a la autodeterminación de los
pueblos y, por consiguiente, poseen un gobierno que
representa a todo el pueblo sin diferencia de raza, de
creencias y de color…".
Esta resolución supone una práctica
deslegitimación del principio de nacionalidad
(identidad nacional) como fundamento de las aspiraciones
independentistas, por parte de toda la comunidad
internacional.
En definitiva, el conjunto de documentos de
la ONU sobre la autodeterminación permiten establecer un
doble significado del concepto. En primer lugar, se contempla
una dimensión interna de la
autodeterminación, cuyo contenido es el derecho
fundamental a la cogestión política y a las
relaciones democráticas dentro del propio estado, con la
dimensión añadida del respeto a la
identidad y derechos de las
minorías.
Esta dimensión interna del derecho de
autodeterminación no resulta problemática puesto
que su ejercicio, en general, no pone en peligro la integridad
de un Estado como tal Estado. Por otra parte, esta
autodeterminación interna goza de gran estima puesto que
es la base sobre la que puede apoyarse una eventual negativa a
las pretensiones de determinadas minorías nacionales de
abandonar su actual ubicación estatal.
El punto verdaderamente conflictivo y
problemático se centra sobre la dimensión
externa del derecho de autodeterminación. Esta
dimensión podría definirse como el derecho de una
nación o pueblo (comunidad nacional) a la propia
estatalidad. Se trataría de afirmar la existencia de un
derecho a fundar un Estado propio, compuesto por personas de la
misma comunidad nacional o comunidad de destino (caso del
país Vasco, por ejemplo), o bien de incorporarse a un
Estado con el que dicho pueblo o nación se sienta
histórica o culturalmente vinculado (caso del Kosovo y
Albania).
Dado que el papel de la identidad nacional como camino
hacia la estatalidad ya no se aceptan como fundamento de un
posible y legítimo ejercicio del derecho de
autodeterminación, hemos de preguntarnos, en
consecuencia, si la "nación" y la "identidad
nacional" tienen todavía un papel que
desempeñar en el concierto mundial de los Estados que se
proyectan hacia el siglo XXI, o si debe darse por
definitivamente desacreditada y con tendencia a desaparecer.
Nuestra respuesta es positiva: entendemos que la identidad
nacional, más allá del debate sobre
la autodeterminación, sigue teniendo un papel decisivo
en la necesaria relación de identificación entre
los ciudadanos y el Estado. (10)
Las dificultades de una definición conceptual
de "nación" son tan grandes como compleja es la
realidad de la entidad que tratamos de definir, determinada por
múltiples elementos antropológicos, sociales,
culturales, etc que configuran un tipo de sociedad global con
manifestaciones políticas y económicas que le son
propias. A esa dificultad de partida hay que añadir la
ya mentada de la voluntad de los Estados-Nación ya
constituidos y, en muchos casos, poderosos y con suficientes
medios, para
definir a la nación a partir de la realidad estatal ya
establecida, ninguneando a cualquier comunidad que social y/o
culturalmente se aparte de su autodefinición como
producto del
Estado. Por todo ello carecemos de una definición
científica de "nación" y las
aproximaciones existentes están basadas en tipos
específicos de naciones y responden a la
expresión política de una ideología determinada.
(11)
A pesar de ello la "nación" no
está determinada por una entidad
jurídico-administrativa como es el Estado, como tampoco
es el producto de un período histórico concreto,
irreversible e irrepetible. Es un producto social
dinámico en el que intervienen todos los complejos y
variados elementos que constituyen cualquier sociedad que
evoluciona constantemente y su definición, por lo tanto,
es tan dinámica y compleja como la sociedad de la que
emana.
Con "nación" también se designaba
en la Edad media a
grupos autónomos bien definidos independientemente de su
lugar de nacimiento como gremios o corporaciones. Así
nos encontramos con la "nación de los alfareros"
la de los cordeleros o la de los poetas (concepto que en
castellano
llega hasta Lope), pero vemos que en todo caso la
asociación es la misma
"comunidad" específica y
determinada o "nacimiento".
La historia no consiste solamente en apreciar el peso
de las herencias, en esclarecer simplemente el presente a
partir del pasado, sino que intenta hacer revivir la
sucesión de presentes tomándolos como otras
experiencias que informan sobre la nuestra. Se trata de
reconstruir la manera de cómo los individuos y los
grupos han elaborado su comprensión de las situaciones,
de enfrentar los rechazos y las adhesiones a partir de los
cuales han formulado sus objetivos, de volver a trazar de
algún modo la manera como su visión del mundo ha
acotado y organizado el campo de sus acciones.
(12)
En las últimas décadas diversos autores
se ocuparon de las naciones y los nacionalismos como Ernest
Gellner, Eric Hobsbawn y Benedict Anderson,
entre otros, vemos que, en mayor o menor medida todos hacen
referencia a la elusividad, la complejidad, y la
polisemia del concepto. Sin embargo, dentro de esa
aparente indefinición hay cierto consenso en entender a
la nación como una construcción
político–cultural que varió en sus
contenidos de acuerdo al momento histórico del que
hablemos. Hobsbawn especialmente, desde el ámbito
académico europeo, estudió la historicidad del
concepto y sus variaciones desde 1789 hasta la
contemporaneidad. (2)
José Carlos Chiaramonte, se propone
reconstruir que significó la "nación" y el
Estado en el lenguaje
político de las élites que lideraron las
independencias iberoamericanas. Desde la introducción el autor nos advierte del
riesgo del
anacronismo, de proyectar lo que entendemos actualmente por
nación un pasado que no lo entendía de la
misma manera. Así toma distancia de una retórica
política y ensayística, que entiende el
problema nacional iberoamericano como un relato de precursores
que no lograron plasmar la verdadera Nación; o fueron
traicionados en sus proyectos a
posteriori. (2)
Dicha retórica se expresó en la
Argentina en el llamado "Revisionismo Histórico",
corriente historiográfica, que en décadas
anteriores tuvo cierta repercusión en ámbitos
políticos y de público masivo. El revisionismo
partía de un concepto esencialista de nación,
frecuentemente combinado con un discurso
antiimperialista. En el resto de Latinoamérica hubo también
corrientes de pensamiento
historiográfico similares, y aún podemos
encontrar resignificaciones políticas del mismo en
retóricas como el "bolivarianismo" del presidente
Venezolano Hugo
Chávez. (13)
Las investigaciones
académicas actuales sobre el siglo XIX iberoamericano,
de Francios Xavier Guerra,
Antonio Annino, Murilho de Carvalho, y del propio Chiaramonte,
entre otros, no discuten directamente con esta retórica,
pero la desarman de cualquier fundamento científico, al
estudiar las distintas formas de identidades colectivas, que
existieron durante ese período.
Así, los trabajos reunidos en este Libro
–nos dice José Carlos Chiaramonte–,
(13) van descomponiendo los distintos elementos que
forman el concepto de "nación", en la
búsqueda de restituir los significados que tuvo para
elites dirigentes de las independencias. La introducción
está dedicada a revisar lo que el autor llama prejuicios
ideológicos y metodológicos, que el nacionalismo
ha creado y dificultan el trabajo
historiográfico. Uno de ellos es el de que, en el
período independentista, ya estaban prefiguradas las
actuales naciones iberoamericanas, cuando había muy
pocos indicios al principio, de que una entidad llamada
Argentina tendría las fronteras que tiene actualmente,
que Uruguay
sería un país independiente, al igual que
Paraguay y
Bolivia, y
que se iba a desmembrar el Río de la Plata.
José Carlos Chiaramonte, en el
capítulo II de su libro, titulado "Mutaciones del
Concepto de Nación", el autor historiza las
distintas acepciones que tuvo el término, durante el
siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Así,
"nación" aparece en un primer momento en su
acepción étnica y cultural, desvinculada del
concepto de Estado, entendido como comunidad política.
Progresivamente se estableció una sinonimia entre los
dos conceptos, prevaleciendo el de Estado. Finalmente, a
mediados del siglo XIX, en el se planteó el
"principio de las nacionalidades", que presuponía
una homogeneidad cultural de los Estados–Naciones,
un origen y una comunidad de destino. De este examen
surge la constatación de que en el momento de las
Independencias, el principio de nacionalidad, era
aún desconocido. (2)
¿Por qué entonces, existiendo distintas
concepciones históricas del término,
está tan arraigado tanto en el sentido común como
en la propia historiografía el último sentido?.
Quizás la respuesta esté en que el nacionalismo
del siglo XX, como creencia social, piensa la continuidad de
"su" "nación" desde el fondo de los
tiempos, por lo tanto tiende a ver cualquier identidad
colectiva en el pasado, como el preanuncio de la futura
identidad nacional. En el caso latinoamericano ese preanuncio
fue encontrado en las Independencias.
Precisamente en el capítulo III, José
Carlos Chiaramonte, analiza la evolución de los dos términos
(Estado y Nación) en el lenguaje
político e intelectual latinoamericano. En este sentido,
verifica que los propios actores, entendían a la
"nación" como una forma de organización
política, sinónimo prácticamente de
Estado. Esos Estados–Naciones se definieron en sus
fronteras y legalidad
sobre la base de pactos y acuerdos entre formaciones
políticas preexistentes, de las cuáles las
más importantes eran las de las ciudades y
provincias.
¿Cuál o cuáles serían los
fundamentos de las nuevas naciones iberoamericanas?. Este punto
es analizado por el autor en los dos capítulos
siguientes con una refinada y minuciosa erudición en la
que cruza, la filosofía política dominante del
período, con textos de los actores políticos
iberoamericanos. El resultado al que arriba es que el
fundamento es el iusnaturalismo y el derecho de gentes. Ahora
bien el derecho
natural y de gentes es tomado aquí en un sentido
más complejo que una doctrina jurídica, ya que
constituía la ciencia
política de la época, y funcionaba como creencia
o sentimiento de legitimación incuestionable de la
acción.
Motiva el presente trabajo el
indagar las repercusiones que tienen en la actual época
de transformaciones en el orden mundial los cambios en el
pensamiento político que ocurrieron en el ocaso de la
Edad Media europea, también denominada la Baja Edad
Media y que cubre los siglos XIV y XV (años 1300-1500
aproximadamente), empezando con la decadencia del
régimen feudal a fines de las Cruzadas, pasando por la
crisis estructural y dogmática sufrida por la Iglesia
Católica ("El Cautiverio de Babilonia") hasta el
establecimiento de fuertes poderes monárquicos
centrales, sobre todo en Francia e Inglaterra, encarnando la
idea de la "nación", base para la
constitución de las teorías políticas que
fundamentaron los Estados europeos desde la Edad Moderna
y su posterior difusión al resto del orbe a
través de la colonización occidental, sistema que hoy
ha entrado en crisis, tal como trataremos posteriormente, pero
influyendo en fuerte medida los actuales procesos de
cambio.
Desde una dimensión teórica
"nación" se presenta como una forma
específicamente moderna de la identidad colectiva y como
un principio dominante de la legitimidad estatal, ya que el
Estado procuraría fundar su legitimidad en la existencia
de una "nación" en su base, pero a la vez
"nación" como concepto resulta una
creación ex nihilo del propio Estado. Estos
supuestos ponen entonces en el centro de la cuestión el
tema de "los comienzos" y los grandes relatos de la
historia respecto de la fundación del Estado y de
"nación".
Al respecto, y en un sentido teórico,
Chiaramonte va a sostener que la referencia del concepto
"nación" no se corresponde con una realidad
histórica, sino que el mismo puede ser aplicado a
distintas realidades según el sentido que le asignaron
los protagonistas de esas realidades históricas. En
función de ello, el uso del término revela la
existencia de tres problemas
diferentes: por un lado, la alusión a
"nación" como sinónimo de estado nacional
contemporáneo; por otro, la referencia a un grupo
humano, que sólo en ciertos casos puede conformarse como
organismo político estatal; finalmente, el uso de
"nación" aplicado a "La justificación
de la legitimidad del Estado Nacional contemporáneo;
legitimación que inicialmente se hizo en términos
contractualistas… hasta la llegada del 'principio de las
nacionalidades', que lo hará en términos
étnicos". En este sentido, la existencia de estas
problemáticas plantea la necesidad de apreciar estas
mutaciones de sentido, "no como correspondientes a la verdad
o falsedad de una definición, sino a procesos de
explicación del surgimiento de los estados
nacionales".
En ese proceso histórico, puede advertirse
aún hoy la tendencia a identificar a emergencia de
"nación" como fundamento de las Independencias y no
como "resultado": "Ello remontando la supuesta existencia
de "la nación" a un comienzo, o proyectando la
evolución histórica como una conformación
teleológica. Al colocarse a
‘nació’ como punto de partida no se
hace sino interpretar todo sentimiento de identidad colectiva
como manifestación anticipada de las identidades
nacionales del siglo XIX, lo cual equivaldría "a
confundir la ficción del Estado contemporáneo,
implícita en el principio de las nacionalidades, de estar
fundado en una nacionalidad". En esta línea de
sentido, Chiaramonte va a señalar que al hacerlo
así, "se admite implícitamente que la identidad
nacional actual, contraparte de un Estado nacional, no es una
construcción de base política sino un sentimiento
reflejo de una supuesta homogeneidad étnica. Homogeneidad
que… no es sino otro caso de 'invención de
tradiciones"; posterior a los procesos de las independencias
iberoamericanas. En efecto, Chiaramonte identifica el
funcionamiento de un concepto político de
"nación" operante en las independencias
iberoamericanas a partir de las perspectivas contractualistas
propias del iusnaturalismo y de la Revolución
Francesa. En este sentido, nada más lejos de este uso
político que la idea de "identidad nacional" en un
sentido que haga referencia a substratos étnicos,
lingüísticos o territoriales compartidos como
fundamento de emergencia de los Estados nacionales en las
independencias iberoamericanas. Con posteridad, recién
hacia 1830, cuando la reflexión sobre el Estado se rodee
con la constelación semántica del Romanticismo, el
concepto de "nación" comenzará a funcionar en
conjunción con un sentido étnico,
lingüístico y territorial para convertirse en
"fundamento de la legitimidad política" del
Estado.
Frente a este proceso, la preocupación de
Chiaramonte no se centra en la "peculiaridad étnica de las
naciones", sino en "por qué la etnicidad se
convertirá, en cierto momento, en factor de
legitimación del Estado", al reconocer que se ha perdido
tiempo en tratar de explicar qué cosa sea "nación",
"como si existiera metafísicamente una entidad de esencia
invariable llamada del tal modo, en lugar de hacer centro en el
desarrollo del fenómeno de las formas de
organización estatal". En este sentido, el autor recuerda
que las nacionalidades son un "producto", y no un fundamento, de
la historia del surgimiento de los estados nacionales, frente a
lo cual se hace necesario "despojar al concepto de
‘nación’ y de nacionalidad de su presunto
carácter natural… para instalarse en el criterio de su
artificialidad, esto es, de ser efecto de una construcción
histórica o ‘invención’". Así el
punto central de la pregunta pasa entonces a ser cuáles
fueron los acuerdos políticos que dieron lugar a la
aparición de diversas nacionalidades y cuáles
fueron los procedimientos
utilizados por el Estado y los intelectuales
para contribuir a reforzar la cohesión nacional mediante
el desarrollo del sentimiento de identidad nacional.
"Nación", en sentido estricto, tiene dos
acepciones básicas. La "nación política", en
el ámbito jurídico-político, es el sujeto
político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado. La
"nación cultural", concepto socio-ideológico
más subjetivo y ambiguo que el anterior, se puede definir
a grandes rasgos como una comunidad humana con ciertas
características culturales comunes a las que da un sentido
ético-político. En sentido lato "nación" se
emplea con variados significados: Estado, país, territorio
o habitantes de ellos, etnia,
etc.
En el campo del Derecho político, la
nación política es el sujeto cuyo ejercicio de la
soberanía afecta a las normas
fundamentales que rigen el funcionamiento del Estado. Es decir, a
aquellas que están en la cúspide del ordenamiento
jurídico y de la cuales emanan todas las
demás.
Han sido objeto de debate desde la Revolución
Francesa hasta nuestros días las diferencias y semejanzas
entre los conceptos de "nación política" y pueblo,
y por consiguiente entre soberanía nacional y
soberanía popular. Para los primeros teóricos la
primera residía en un parlamento elegido por sufragio
censatario (visión conservadora), y la segunda en el
pueblo entendido como conjunto de individuos, lo que
conduciría a la democracia
directa o el sufragio universal (visión revolucionaria).
Sin embargo, estos significados se han ido difuminando a lo largo
del tiempo. Para otros autores la diferencia estriba en que como
sujetos políticos, la nación sería
inter-temporal y el pueblo temporal. Es decir, la primera
abarcaría a las varias generaciones de ciudadanos que han
vivido bajo los mismos fundamentos de un mismo Estado
democrático y el segundo sólo a los de un momento
concreto.
El concepto de "nación cultural" es uno de los
que mayores problemas ha planteado y plantea a las ciencias
sociales, pues no hay unanimidad a la hora de definirlo. Un
punto básico de acuerdo sería que los miembros de
la nación cultural tienen conciencia de constituir un
cuerpo ético-político diferenciado debido a que
comparten unas determinadas características culturales.
Estas pueden ser la etnia, lengua, religión,
tradición o historia común, todo lo cual puede
estar asumido como una cultura
distintiva, formada históricamente. Algunos
teóricos añaden también el requisito del
asentamiento en un territorio determinado.
El concepto de "nación cultural" suele estar
acoplado a una doctrina histórica que parte de que todos
los humanos se dividen en grupos llamados naciones. En este
sentido, se trata de una doctrina ética y
filosófica que sirve como punto de partida para la
ideología del nacionalismo. Los (co)nacionales (miembros
de la nación) se distinguen por una identidad común
y generalmente por un mismo origen en el sentido de ancestros
comunes y parentesco.
La "identidad nacional" se refiere especialmente a la
distinción de características específicas de
un grupo. Para esto, muy diferentes criterios se utilizan, con
muy diferentes aplicaciones. De esta manera, pequeñas
diferencias en la pronunciación o diferentes dialectos
pueden ser suficientes para categorizar a alguien como miembro de
una nación diferente a la propia. Asimismo, diferentes
personas pueden contar con personalidades y creencia distintas o
también vivir en lugares geográficamente diferentes
y hablar idiomas distintos y aún así verse como
miembros de una misma nación.
Un Estado que se identifica explícitamente como
hogar de una nación cultural específica es un
Estado-nación. Muchos de los Estados modernos están
en esta categoría o intentan legitimarse de esta forma,
aunque haya disputas o contradicciones en esto. Por ello es que
en el uso común los términos de nación,
país, tierra y
Estado se suelan usar casi como sinónimos (pese al sentido
ideológico profundo adverso).
Interpretaciones del concepto de nación cultural
únicamente por razón de etnia o raza llevan
también a diversas naciones sin territorio como la
nación gitana o la nación negra en los EEUU (pese a
que los últimos, de origen, pertenecerían a
diferentes naciones africanas, así como existen diferentes
"naciones blancas"). Según este punto de vista, sin
embargo, queda claro que una nación cultural no necesita
ser explícitamente un Estado independiente y que no todos
los Estados independientes son "naciones culturales", sino que
muchos simplemente son uniones administrativas de diferentes
naciones culturales o pueblos, en ocasiones parte de naciones
geográficamente más grandes. Algunas de estas
uniones se ven, asimismo, como "naciones culturales", o intentan
crear un sentimiento o historia nacional de
legitimación.
Otro ejemplo de nación cultural sin Estado propio
es el del pueblo judío antes de la aparición del
Estado de Israel o el del
pueblo Palestino, cuyos miembros se encuentran en diferentes
países, pero con un origen común, según el
sentido de la diáspora. También se encuentran
pueblos como los kurdos o los asirios, que se describen como
naciones culturales sin Estado. Igualmente se puede ver a Estados
como Bélgica (valones y flamencos), Canadá (la
provincia francófona de Québec, ante la
mayoría anglófona del resto de las provincias) o
Nueva Zelanda (los maorí) como compuestos por varias
naciones culturales. En España se encuentra esto
también, partiendo especialmente de diversificaciones
lingüísticas. No obstante, hay que tener en cuenta
que, aunque común, es erróneo identificar por
principio (per se) comunidad lingüística con nación
cultural. El hecho de que ciertas corrientes políticas lo
hagan es objeto de estudio como fenómeno
político–ideológico, pero no necesariamente
sociológico (sentido amplio).
El concepto de "nación cultural" cambia, si para
definir a la "nación" se da mayor relevancia a la
religión. El Estado alemán, en este sentido,
tradicionalmente se divide en católicos y luteranos
(religión dada originalmente, de acuerdo a la
religión del señor feudal: cuius regio, eius
religio), de facto en más. El Estado español,
así como el Italiano, por ejemplo, tradicionalmente no se
subdivide entonces. La interpretación de nación cultural
por base religiosa tuvo una mínima importancia en la
formación de los Estados europeos (por formarse las bases
de los Estados antes de la aparición del concepto de
nación); éstos ven muchas veces su origen
especialmente en las divisiones dadas tras Carlomagno y en las
divisiones romanas clásicas, cuando la religión no
tomaba un papel para ello (la cristianización de la
Germania y Alemania no
era total en esas fechas e incluso Carlomagno se dejó
bautizar muy tarde) o era clara (en el Imperio Romano
tardío, la religión oficial era la
católica). El caso de España, por ejemplo, es
más complejo, pues apareció básicamente en
lo que era la Hispanía Romana, pero tomando la
religión un carácter especial, que se encuentra en
el concepto de la Reconquista delEmirato de Córdoba. A
diferencia de en Europa Central,
donde apareció tras la caída del Imperio Romano un
Estado supranacional (el Imperio Franco) que se dividió a
grandes rasgos de manera tal que aparecieran las futuras
naciones, en España aparecieron señoríos y
reinos diferentes
que más adelante se unificaron bajo el concepto del Reino
de España y del Rey español). Sin embargo, la
religión toma un papel muy diferente en la
aparición de los Estados-Nación de África
del Norte y del concepto de "nación" de Medio Oriente y
del Islam. En estos
países, el Estado suele estar íntimamente
relacionado con la religión y los miembros de estos
países suelen verse como parte de una nación
islámica, en muchas ocasiones, por sobre diferencias
étnicas o lingüísticas, también de
origen histórico de grupos especiales (excepción
suele ser hasta cierto grado Irán, que suele basar su
sentido nacional en el origen persa, así como se suele
excluir a Turquía por su origen otomano, cuyo imperio
dominó el Medio Oriente y al cual se suele ver como una
razón de inestabilidad actual).
Igualmente se puede encontrar el pueblo judío,
que se ve como nación especialmente con base en la
religión común, con o sin la existencia de un
Estado propio (que actualmente es Israel).
Además de los dos usos rigurosos de nación
antes expuestos, existen otros latos, algunos de ellos muy
frecuentes.
En ocasiones el término "nación"
(política) se equipara, por extensión, a Estado,
incluso cuando éste no es democrático. Así,
por ejemplo, la llamada Organización de las Naciones Unidas
en puridad hace referencia a Estados. También se emplea
como territorio, país, o "conjunto de los habitantes de un
país regido por el mismo gobierno".
El vocablo "nación" se encuentra también
como sinónimo de grupo étnico, cultural o
lingüístico, pero desprovisto del sentido
ético-político que caracteriza a la
definición estricta de nación cultural. En este
sentido puede coincidir con alguno de los usos de la palabra que
se daban antes del surgimiento del concepto de nación
cultural a principios del
siglo XIX. En tal caso, su aplicación como concepto
histórico a dichos grupos anteriores a las mencionadas
fechas sí sería ajustada.
El concepto de "nación" en Latinoamérica
tampoco es claro. Mientras a nivel oficial se suele utilizar el
concepto como equivalente a Estado territorial, los
ideólogos y filósofos promulgan el sentido de
nación latinoamericana, así como se encuentra
también el de nación iberoamericana o a mayores
generalizaciones, partiendo especialmente de la lengua no
española, sino latina y viendo los países romances
como aquellos Estados pertenecientes a una nación
común. Asimismo, existe también el sentimiento
nacionalista de carácter regional que se contrapone al de
una nación general. De manera general, los estados
latinoamericanos buscan mantener claras ciertas diferencias
respecto unos a otros, motivados por el hecho de procurar
legitimar el carácter de independencia cultural al cual
tienen derecho.
El concepto de "nación" promulgado por
filósofos latinoamericanos suele ser el de ver a las
regiones hispanas en América
como parte de una nación, la cual no va seguida por un
Estado. Este concepto se basa en un mismo origen colonial, la
lengua y paralelos históricos. Para diferenciarse de
Europa, se promulgó paralelamente con el movimiento
nacionalista étnico en Europa el concepto de la
nación iberoamericana como unidad étnica, basada en
el mestizaje se intentó demostrar por qué
ésta debería ser superior a otras, mientras que en
Europa se intentaba demostrar por qué la mezcla de
antiguas etnias sería malo.
4. Conclusiones.
En suma, concluimos que el concepto de
"nación" ha sobrevivido en el mundo moderno, pero
no como ha sido planteado originalmente en el ocaso de la Edad
Media, en base a lo siguiente:
1) La
globalización no constituye una teoría política sino un medio de
ordenar económica y financieramente al orbe, por lo que
los regionalismos que resurgen en el mundo configuran una
reacción contra aquella y no son buscan necesariamente
transformar los contenidos esenciales del
Estado-Nación.
2) Existen corporaciones multinacionales
más poderosas que muchos Estados, por lo que sus
soberanías se ven rebasadas, como en el caso de los
países de África y
Latinoamérica.
3) Los casos del Islam y de la ex Unión
Soviética ilustran sobre la irrupción de
tradiciones culturales por largo tiempo contenidas y que no
guardan relación con la clásica concepción
política del Estado-Nación: sus sistemas
formales no reflejan su pasado histórico y se originan
enfrentamientos entre ambos sistemas, el formal y el
real.
4) La Unión
Europea redefine económicamente sus relaciones
interestatales, renunciando a las antiguas pretensiones
nacionales de conquistar una a todas las restantes por un
sentido de unidad financiera y jurídica
fundamental.
5. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.
(1) DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA
ESPAÑOLA. Barcelona. 2002;
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SOCIEDAD". Ensayo.
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Nacional de Cajamarca;
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UNA NACIÓN?". Madrid.
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(4) DICCIONARIO JURÍDICO CABANELLAS.
Bs.As. 2000;
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CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1993". Lima.
2002;
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MITO". Madrid.
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NACIÓN A TRAVÉS DE LA IDENTIDAD INDIVIDUAL Y
COLECTIVA". Maracaibo. 2006;
(11) GONZALES, Francisco Javier: "NACIÓN Y
ESTADO". Madrid. 1999;
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(13) CHIARAMONTE, José Carlos:
"NACIÓN Y ESTADO EN IBEROAMERICA: EL LENGUAJE
POLÍTICO EN TIEMPOS DE LAS INDEPENDENCIAS". Venezuela.
2005;
A S P I R A C I O N E
S
In memoriam, a Ernesto "Che" Guevara de la
Serna;…
Al pueblo de nuestra hermana República de
Cuba;…
A nuestros hermanos del Perú Profundo; ante
quien juro que algún día seremos libres; donde
hagamos de nuestro lugar de trabajo, nuestra trinchera de
lucha…
A mis hijos, Luis Ernesto, José Luis; a Eduardo
Wenceslao; Jorge Luis, a Carlos Daniel y a Karla Isabel; a
Walter Júnior y Pool Edwards; a Katty Patricia; y, a mi
nieta Valeria;; con el amor
más profundo, que siento por ustedes;…
El Hombre no
sólo tiene hambre de pan, el Hombre
tiene hoy más que nunca, hambre de dignidad.
No quiere ser más un Hombre como número
incremento, o una cifra en el cálculo de
todo un proceso económico. Quiere ser un Hombre en el
verdadero sentido, quiere amar, sufrir, trabajar, desafiar el
destino, triunfar o fracasar, pero vivir humanamente.
El pueblo está hastiado de improvisaciones que le
halagan para mejor explotarlo, que le consulten sobre todo lo que
no sabe, que le pidan lo que no tiene, que le hacen arrodillar
ante lo que no cree.
Pero es hora. Ha sonado en el inexorable reloj de la
historia el momento de terminar con los juegos y de
empezar a planificar científicamente, y hacer un trabajo
político serio. Urge plantear en el horno del mundo las
formas maravillosas que sobrevuelan en los despejados cielos del
ideal. Las aves sagradas
de la justicia,
el
conocimiento, la belleza, el bien, la felicidad, la paz,
aletean en busca de un pueblo que quieren hacerles nido en los
que ellos puedan habitar.
La liberación del sufrimiento no está en
seguir experimentando a ciegas, y cargar con este gran odio que
terminará por devorar a la humanidad.
La liberación del sufrimiento está en el
conocimiento;
y luego vendrá el orden, la armonía, la risa y las
espigas, el taller y el libro, el amor y la
brillante gloria, a dignificar a quienes se atreven a construir
el Estado como templo de un ideal venidero, como verdadera
aspiración.
Luis Ernesto*
(Poema extraído del Poemario
"ASPIRACIONES")
TE AMO A MI
MANERA
A Mary Francisca; mi entrañable
esposa; con el amor de siempre….
Te propongo que subamos a la
vida
con los ojos abiertos, germinando
soles,
amasando ayes de antier,
yéndose los pasos
tras las almas desbocadas
y culminemos siendo un solo
ser.
Volvamos a reñirle a la
sobra
anidando banderas
en un poema humano, dando
voces
en grito triunfal,
y decir urgente
que el Hombre no ha muerto !;
entonces,
indefectiblemente,
él dirá : El poeta canta a
la vida !
Te propongo, entonces,
que en medio de nuestras vidas
haya un perfume de abismo
donde nuestras sonrisas
no puedan disolverse.
Te propongo, también,
que corra tu voz
en innecesaria prisa
para apagar la luz de mi
recorrido
y existamos ―por ϊnica
vez―,
un instante puramente eterno.
Luis Ernesto*
(Poema extraído del Poemario
"ENSUEÑOS")
Dr. Luis Alberto Navarrete Obando
Catedrático de la Escuela de Post
Grado
Universidad Nacional de Trujillo
Abogado; Doctor en Filosofía y Humanidades;
Escritor, Ensayista y Poeta; Catedrático Principal de la
Escuela de Post Grado de la Universidad Nacional de Cajamarca,
Jefe del Área de Derecho y Humanidades de la Facultad de
Derecho y Ciencias
Políticas (U.N.C.), Coordinador del Área de
Investigaciones de dicha Universidad; Catedrático invitado
de la Escuela de Post Grado de la Universidad Nacional de
Trujillo; Catedrático de la Universidad Privada del Norte
– Filial Cajamarca; y Catedrático de la Universidad
Privada "San Pedro" – Filial Cajamarca; colaborador de la
Revistas www.rie[arroba]oei.uh.cu, www.monografias.com.es, www.derechoycambiosocial.com,
www.derechoypolitica[arroba]groups.msn.com, www.juspolis[arroba]hotmail.com; y
otras.
Cajamarca, mayo 12 del 2007.
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