En el siglo XIX
En 1845, escribió Sarmiento: "¿Hemos de
cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea que llama con golpes
repetidos para poblar nuestros desiertos? (…) Después de
la Europa, hay otro
mundo cristiano civilizable y desierto que la América? ¿Hay en la América
muchos pueblos que están como el argentino, llamados por
lo pronto a recibir la población europea que desborda como
líquido en un vaso? (…) ¡Oh! Este porvenir no se
renuncia así nomás! (…) No se renuncia a un
porvenir tan inmenso, a una misión tan
elevada, por ese cúmulo de contradicciones y dificultades:
¡las dificultades se vencen, las contradicciones se acaban
a fuerza de
contradecirlas!" (1).
A criterio de Fernando Sorrentino, "Con la única
excepción del gringuito cautivo / que siempre hablaba del
barco (pasaje maestro de conmovedora y sobria ternura
—II:853-858—), todos los gringos del Martín
Fierro (I, 1872; II, 1879) son presentados en situaciones de
error, de cobardía, de ridiculez. Es evidente que
José Hernández (1834-1886) no sentía la
menor simpatía por ellos. El mismo sentimiento muestra seis
años antes Estanislao del Campo (1834-1880) en su Fausto
(1866). En el diálogo
con Anastasio el Pollo, don Laguna no pierde las dos
oportunidades que se le presentan para verter expresiones
desvalorizadoras hacia dos gringos, uno real y el otro
hipotético. Al primero, remiso en pagarle una deuda, lo
califica como gringo (…) de embrolla (119); al desconocido
ladrón que, en el teatro, le ha
robado el puñal a Anastasio, sin dudar lo identifica
prejuiciosamente: —Algún gringo como luz / para la
uña ha de haber sido (233-234). Estas opiniones de don
Laguna, lejos de ser casuales, reflejan el desprecio que los
gauchos
sentían por los gringos, vocablo que genéricamente
incluía a cualquier extranjero no hispanohablante (con la
posible salvedad del portugués y del brasileño) y
que, por simple acción
de mayoritaria presencia, se refería con más
frecuencia al italiano" (2).
Eduardo Gutiérrez defendió, en Juan
Moreira, al gaucho, que ha quedado desempleado ya que "En la
estancia, como en el puesto, prefieren al suyo el trabajo del
extranjero, porque el hacendado que tiene peones del país
está expuesto a quedarse sin ellos cuando se moviliza la
guardia nacional, o cuando son arriados como carneros a una
campaña electoral" (3).
María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la
corte del rey Alfonso, la actitud de los
hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de
"una tanda de hombres intelectuales
y bien pensantes que pasarían a la historia, según
decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos,
escribir libros
interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el
esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para
‘laburar’, como decían ellos. Aunque los
habían confinado en fábricas, saladeros y
conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y
no pasaría mucho tiempo sin que
la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los
sueños que los habían transportado a
América, ‘m’hijo el dotor’ "
(4).
En "Doña Rita Material", relato de Juan Bautista
Alberdi, una mujer se queja de
la imparcialidad de un juez: "Mi primo, el alcalde de este
barrio, con quien nos hemos criado juntos, uña y carne con
Donato, mi marido, que todos los días viene a casa, y
muchas veces se queda a comer, a quien no hace tres días
le mandé un pastel de choclos, ha tenido alma de
sentenciar en contra nuestra, en una demanda que
tenemos contra un gringo, ¡y contra un gringo, vea Ud!, por
unos espejos que nos vendió muy caros, y se los quisimos
devolver a los seis días" (5).
Eugenio Cambaceres dejó en su novela En la
sangre
testimonio de su repudio a los extranjeros, a quienes veía
como una fuerza poderosa y nociva para la nación.
Cuando el protagonista busca ascender socialmente, el autor se
indigna: "Pero cómo, siendo quien era, iba a atreverse
él, con el padre que había tenido, con la madre,
una italiana de lo último, una vieja lavandera!"
(6).
A partir de la comparación de un pasaje de En la
sangre referido al italiano y uno de Sin rumbo referido a un
mestizo, afirma Gladys Onega: "Por la confrontación de
ambos ejemplos deducimos que la xenofobia fue
sólo una de las formas que tomó en la elite el
prejuicio
racial, siempre en su propia defensa; a un objeto se
agregó otro, pero el desprecio por el inmigrante es el
mismo que se tuvo hacia el gaucho, en cuanto ambos provocaron
sucesivamente la alarma, y resulta evidente que Cambaceres no se
preocupa por disimularlo con elegías" (7).
Lucio V. López relata cómo trataba a sus
clientas uno de los tenderos criollos: "Si él
distinguía que era vasca, francesa, italiana, extranjera,
en fin, iniciaba la rebaja, el último precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitación
de francés que él sabía balbucir, era
irresistible. Durante el día, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tú y usted, entre madamita y
madama, según la edad de la gringa, como él la
llamaba cuando la compradora no caía en sus redes" (8).
En el prólogo a su novela ¿Inocentes o
culpables?, Antonio Argerich manifiesta: "me opongo franca y
decididamente a la inmigración inferior europea, que
reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente
puede y debe aspirar la República Argentina; (…) La
intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada
año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular
de la sociedad, -y
en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto
es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la
población. En efecto, si buscamos unidad, sería
importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí
mismo en la Capital de la
República y ya tenemos los oídos taladrados de
oír hablar de la patria ausente, lo que implica un
estravío moral y hasta
una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés
que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame
a una madrastra hasta el fanatismo".
Argerich sostiene que "para mejorar los ganados,
nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos
escogidos, -y para aumentar la población argentina
atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo,
pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede
surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo
que la descendencia de esta inmigración inferior no es una
raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que
necesita el país". Considera que "tenemos demasiada
ignorancia adentro para traer todavía más de
afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selección
del hombre
argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los
rezagos fisiológicos de la vieja Europa" (9).
"En la Argentina -sostiene David Viñas-, en los
años 1860 y 1870, la secuencia es: paraguayos, montoneros,
indios. Liquidados, la búsqueda del otro distinto y
peligroso termina en el inmigrante. Desaparecidas las
tolderías convencionales, aparecen las
‘tolderías rojas’: los malones ya no vienen
del Sur, sino de Barracas, o de La Boca…" (10).
Félix Luna explica en un reportaje el origen de
la intolerancia: "Se había soñado con una
inmigración ideal: anglosajona, o franceses de clase
más o menos alta, casos que fueron excepcionales. En
cambio, los
que vinieron fueron en su inmensa mayoría inmigrantes
pobres, personas provenientes de zonas más atrasadas de
Europa, de España e
Italia,
fundamentalmente, que huían de la miseria. Por eso, el
tipo de inmigración provocó alguna resistencia y,
diría, determinados rezongos en gente como Sarmiento, que
en algún momento se manifestó con criterios
antisemitas" (11).
En "La Argentina racista", "el escritor Pedro Orgambide
analiza el costado más intolerante de los argentinos. Y
describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia
los destinatarios de la discriminación: el indio y los mestizos,
primero, luego los españoles, italianos y judíos
que llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los
países limítrofes" (12).
Una Noticia de la Defensoría del Pueblo acerca de
la discriminación de los extranjeros
latinoamericanos en 2000, afirma que "Los argumentos son viejos.
Podría decirse que comenzaron a utilizarse en los
últimos años del siglo anterior, cuando se
responsabilizaba a los inmigrantes de origen europeo de haber
traído al país ideas disolventes. Con esa excusa se
dictó la ley de residencia
que autorizaba a expulsar a aquellos extranjeros que
desarrollaran actividades sindicales y políticas"
(13).
Bien lo dice Mempo Giardinelli, en Santo Oficio de
la Memoria. El
año 1896 fue terrible porque "ése fue en año
en el que se habló mucho y muy mal de las mafias de
italianos que llegaban al Río de la Plata, y de la molicie
y peligrosidad de los inmigrantes en general. Algo que
después fue una constante de este país: hablar de
la inseguridad
fue hablar pestes de los extranjeros" (14).
Larva acusa de xenofobia a "los grandes terratenientes
‘dueños’ de gran parte de la Patagonia y de
la Pampa húmeda": "Ellos mismos son los que frenaron el
aluvión de inmigrantes que a fines del siglo pasado y
comienzos de éste venían al país, dos
tercios de los cuales se vieron obligados a volver a la miseria
de su país de origen, después de amontonarse en el
Hotel de Inmigrantes. Los que se
quedaron poblaron los conventillos de La Boca" (15).
La intolerancia se hizo ver en una circunstancia
desgraciada: "El Aedes prolifera en zonas encharcadas, lo que
hace que haya habido epidemias de fiebre amarilla
inmediatamente después de inundaciones, (…)
–señala Antonio Elio Brailovsky-. La que en 1871
devastó Buenos Aires,
obligó a evacuarla en medio de escenas de pánico
que recuerdan a las del Exodo y mató a una gran cantidad
de su población, se originó en una creciente del
Riachuelo, después de una primavera de lluvas
excepcionales" (16). La gran epidemia de fiebre amarilla de 1870
es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra
memoria
nacional. Menos conocido es que la inmensa mayoría de las
víctimas del ‘vómito
negro’ y del terror subsiguiente fueron los inmigrantes"
(17). "Se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos
y se los expulsó de sus empleos. Recorrían las
calles sin trabajo ni
hogar; algunos, incluso, murieron en el pavimento"
(18).
"Hacia 1870 –escribe Alicia Dujovne Ortiz-, en
Buenos Aires se desencadenó la fiebre amarilla (…). Fue
por el tiempo en que los porteños se volvieron blancos. A
los indios los acababan de ultimar, y los negros, con la peste,
se acabaron por sí solos" (19).
En La última carta de
Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el
protagonista: "La afluencia de inmigrantes seguía
transformando la fisonomía física y social de la
metrópoli con sus gritos, sus palabras mal pronunciadas,
sus risas y sus nostalgias por la tierra
dejada. En ese fragor positivista algunas pequeñas
señales
cada tanto advertían que éramos de carne y hueso y
no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las
condiciones deficientes de alojamiento de los inmensos
contingentes de extranjeros que desembarcaban pronto causaron una
alarma general: un brote de cólera
amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una
ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los
horrores de la fiebre amarilla la noticia cayó como el
anuncio de la llegada de los cuatro jinetes. El Presidente
convocó de urgencia al gabinete y concurrí a la
reunión para proponer medidas intrépidas, como las
que se recordaban de los tiempos de la epidemia maldita"
(20).
La intolerancia causó, quizás, la "Masacre
de Tandil". Refiriéndose al juez de paz Figueroa,
expresó en sus Memorias el
pionero danés Juan Fugl: "En el fondo de su alma
sentía odio a los extranjeros y al creciente agro en la
zona del Tandil, tanto porque él, familiares y amigos
tenían tierras y grandes estancias lindantes, y se
sentían molestos por las leyes que los
obligaban a pagar los daños causados por animales en las
tierras sembradas, y ahora protegidas. También porque
repartía tierras entre criollos o nativos, en general muy
simples y sin ningún ánimo de mejorar, no a
extranjeros que, aunque vivían pobres con su trabajo y
amistoso relacionamiento, pronto formaban un capital y
vivían holgadamente" (21).
Un asesino recurre a un insólito argumento para
evitar ser sentenciado a la pena de
muerte. Escribe Alvaro Abós: "Luigi Castruccio era
oriundo de Rapallo, cerca de Génova, y había
llegado a Buenos Aires a sus veinte años, en 1878,
mezclado con miles de inmigrantes que anhelaban ‘hacer la
América’. (…) Castruccio, cuya omnipotencia rayaba
en la megalomanía, decidió solucionar sus problemas
económicos mediante un crimen. Estaba seguro de que
podría engañar al mundo y salir indemne.
Publicó un anuncio en la prensa pidiendo
un sirviente. Asì, reclutó a alguien que
reunía todas las condiciones requeridas para su plan criminal. El
criado era un mocetón francés llamado Alberto
Bouchot Constantin, recién llegado a Buenos Aires y que no
conocía a nadie en la ciudad. (…) Castruccio
confesó. Ensayó, sin embargo, algunas líneas
de defensa. Adujo, por ejemplo, que no debía ser castigado
porque su víctima era un extranjero. (…) ‘Yo no he
hecho nada malo. Nunca maté a un argentino’ "
(22).
Ocantos no se cierra a la postura común en su
época, que consistía en combatir la
inmigración. El advierte los rasgos buenos en los criollos
y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos grupos los
procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una
existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En
Quilito escribe que la ola de la emigración europea nos
aporta periódicamente lo bueno y lo malo,
afirmación que indica una amplitud de criterio que muchos
de sus coetáneos no poseen (23).
Miguelín, uno de los personajes de Julián
Martel, expresa algo parecido: "Es cierto que la
inmigración en general nos aporta grandes beneficios, pero
también lo es que todo lo que no tiene cabida en el viejo
mundo, viene a guarecerse y medrar entre nosotros. El Gobierno
debería ocuparse de seleccionar…" (24).
Para Estanislao Zeballos, tanto los nativos como los
extranjeros se benefician con la apertura a la
inmigración, ya que "un colono colocado es una fuente de
riqueza privada y de renta pública". Condena "el sistema de
promover y reclutar oficialmente la inmigración" y se
muestra a favor de "estimular la inmigración
espontánea", la que "se mueve por sí misma y paga
su viaje, atraída por noticias
adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro
teatro de trabajo, ó decidida por consejos o proposiciones
y aun contratos que le
brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la
República" (25).
Notas
1 Sarmiento, Domingo Faustino: Facundo. Buenos Aires,
CEAL, 1980.
2 Sorrentino, Fernando: "El trujamán Gauchos
lingüistas (II)", en Centro Virtual Cervantes,
1° de agosto de 2005.
3 Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira. Buenos Aires,
CEAL, 1980. (Capítulo)
4 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte
del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
5 Alberdi, Juan Bautista: "Doña Rita Material",
en Varios autores: 20 relatos argentinos 1838-1887.
Selección y prólogo de Antonio Pagés
Larraya. Ilustración en colores de
Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba, 1961.
6 Cambaceres, Eugenio: op. cit.
7 Onega, Gladys: La inmigración en la literatura
argentina (1880-1910). Rosario, Facultad de Filosofía
y Letras, 1965.
8 López, Lucio V.: La gran aldea, Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo).
9 Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?.
Madrid,
Hyspamérica, 1984.
10 Prieto, Martín: "Archivo de
desapariciones" (entrevista con
David Viñas), en Clarín, Buenos Aires, 26 de abril
de 2003.
11 Gilbert, Abel: Buenos Aires no es sólo Puerto
Madero", en La Nación,
Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
12 S/F, en Orgambide, Pedro: "La Argentina racista", en
Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.
13 Noticias de la Defensoría del Pueblo de la
Ciudad de Buenos Aires: "Los culpables de todo. La historia se
repite", en Centenario, Buenos Aires, Junio 2000.
14 Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix-Barral, 1997.
15 Larva: "Xenofobia. Denuncien al abuelo".
16 Brailovsky, Antonio Elio: La ecología en la
Biblia. Buenos Aires, Milá, 2005. 202 pp. (Ensayos).
17 Zengotita, Alejandro Ulises: "Los inmigrantes", en
Revista
Mayores, Año II, N° 11, 1994.
18 Scenna: El día que murió Buenos Aires,
citado por Zengotita.
19 Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la gitana.
Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
20 Pérez Izquierdo, Gastón: La
última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Sudamericana,
1999.
21 Fugl, Juan: Memorias, citado en Lynch, John: Masacre
en las pampas. La matanza de inmigrantes en Tandil, 1872. Buenos
Aires, Emecé, 2001.
22 Abós. Alvaro: "Castruccio. Un Borgia en el
Plata", fotos: Archivo
Graciela García Romero, en La Nación Revista,
Buenos Aires, 8 de enero de 2006..
23 Ocantos, Carlos María: op. cit.
24 Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires,
Huemul, 1979.
25 Zeballos, op. cit.
En el siglo XX
Aceptación
La apertura de nuestro país a la
inmigración es elogiada por la chilena Gabriela Mistral,
quien escribió: "La Argentina está dando a nuestros
países una enseñanza que ellos no quieren oír:
la de que un año de inmigración hace más por
la raza que diez años de trabajo social
gastado en mejorar la carne vieja. Ninguna empresa
–educación popular, higiene social,
etc.- acelera la evolución de un país nuevo como
ésta del injerto" (1).
Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
mieses’ muestra una expansión jubilosa en la
exaltación de la tierra, los
hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de
cordial resonancia. Desde el diálogo pintoresco que
sitúa con felicidad en su medio al criollo o al extranjero
hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de
recuerdos, Lugones hace explícita una convivencia con el
mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende
por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el
diminutivo y las imágenes
justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese
vivo universo"
(2).
En "La formación de una raza argentina", José
Ingenieros se alegra de la adaptación al medio
geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las
variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten
ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación
a otro medio físico, que engendra otras costumbres
sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico,
la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente
nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas
adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una
variedad, distinta de las originarias" (3).
En una geografía tan vasta,
se encontraban inmigrantes procedentes de diversas latitudes.
"’La creencia en que la Argentina era un crisol de razas
nunca tuvo el ciento por ciento de adhesión, pero fue una
creencia eficaz: sirvió para que los extranjeros se
sintieran argentinos’, asegura el antropólogo Pablo
Semán, especialista en el tema" (4). Los niños y
los jóvenes -afirma Guillermo Jaim Etcheverry- adquieren
un papel dominante en la vinculación de los mayores a la
nueva sociedad.. (5).
" ’Hay un justificado orgullo por la herencia cultural
entre las nuevas generaciones de la comunidad’,
dice Juan José Delaney, escritor y profesor
universitario, autor de Tréboles del Sur y Moira Sullivan,
obras de ficción sobre la inmigración irlandesa en
el país. Y agrega que la transmisión de esa
herencia ha convertido a la Argentina en una suerte de Arca de
Noé lingüística y cultural"
(6).
La integración entre argentinos y extranjeros
suele lograrse armoniosamente. Lo narra Jorge Luis Borges
en "El sur": "El hombre que desembarcó en Buenos Aires en
1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de una iglesia
evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era
secretario de una biblioteca
municipal en la calle Córdoba y se sentía
hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel
Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que
murió en la frontera de
Buenos Aires, lanceado por Catriel; en la discordia de sus dos
linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre
germánica) eligió el de ese antepasado
romántico, o de muerte
romántica" (7).
Trude Sarrasani, protagonista, heredera y directora del
célebre circo, se siente a gusto en nuestro paìs: "
‘La cordialidad y el estilo independiente y divertido de la
gente me hicieron sentir bien en la Argentina –afirma
Trude-. Aún hoy me sorprendo sintiéndome plenamente
argentina’. (…) Definitivamente radicada en la Argentina,
alternó su casa de Córdoba con Buenos Aires y San
Clemente del Tuyú" (8).
También se integran la protagonista de un
cuento de
Marta Lynch y los Stavros, una familia griega:
"El mismo apellido desconcertaba de entrada. Como si vinieran de
lejos con un confuso prestigio de Medio Oriente acerca del cual
no había obligación de estar bien enterado o con un
franco y honesto aire de
inmigrante en primera generación, exudando inteligencia
para abrirse paso y un límpido chusmaje que a fuerza de
ser admitido dejaba de estorbar" (9).
Ante la creciente transformación que se va
operando en los jóvenes, escribe Alberto Gerchunoff en Los
gauchos judíos: "Bajo el alero, donde se guardan las
herramientas,
Rebeca se sienta, revuelto el cabello por la siesta, y saluda con
voz ronca. Jacobo, cansado del caballo, afila la daga en el
alambre del corral, y al oír a Rebeca, comienza a cantar
como Remigio: Pensamiento
mío… Vidalitá" (10).
En sus páginas autobiográficas, se
describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva
tierra: "como todos los mozos de la colonia, tenía yo
aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo
y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla
pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto
al cuchillo, colgaban las boleadoras". En la colonia entrerriana
a la que se trasladan luego de que el padre es asesinado,
manifiesta un profundo gusto por el folklore: "En
Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas
comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables
del pago, las acciones
ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a
través de los relatos pintorescos y rústicos de los
gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi
corazón
a la poesía
del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo
autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa,
de ese amor a lo
criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi
inclinación mental. En aquella naturaleza
incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego
de la campiña surcada de ríos, mi existencia se
ungió de fervor, que borró mis orígenes y me
hizo argentino" (11).
Máximo Yagupsky afirma que "A los colonos, no
acostumbrados a la vida en esas vastas llanuras, les resultaba
muy difícil soportar la soledad, lejos de los centros de
civilización. El único aliento a su angustia era
ver que el gaucho los acogía con beneplácito. Y se
estableció una amistad con el
gaucho y hasta, por momentos, un afecto casi fraternal"
(12).
En su libro,
María Arcuschín refleja la gratitud de los
ucranios: "¡No olvides que estamos en América!
–dice uno de los personajes-. Acá vivimos en paz.
Nuestros hijos pudieron haber nacido allá. Pudieron haber
sido esclavos. En cambio hoy son libres. Son el futuro de este
país hospitalario que recibió a sus padres"
(13).
En un cuento de Susana Goldemberg, dice un inmigrante al
despedirse de su familia: "Argentina. El nombre raro. Otro
país. Del otro lado del mar. Papá trató de
explicarme: -Es un país grande, rico, generoso.
Allí respetan a todos los hombres del mundo que quieran
trabajar sus tierras. No importa en qué templo o en
qué idioma le hablen a Dios" (14).
César Tiempo manifiesta su sentimiento en un
poema: "¡Yo nací en Dniepropetrovsk!/ No me importan
los desaires/ con que me trata la suerte./ ¡Argentino hasta
la muerte!/ Yo nací en Dniepropetrovsk" (15).
Marcelo Mendieta me cuenta –vía e-mail,
desde Washington- una anécdota que ilustra acerca del
sentimiento de un inmigrante: "Afortunadamente conocí a
don Angel Santilli, gracias a quien se constituyó el
Día del Inmigrante en la Argentina. El fundó la
Asociación Mundial de Emigrantes, pero ese emprendimiento
murió con él. (…) ‘Yo soy más
argentino que vos –me dijo un día-, porque vos
naciste aquí pero yo elegí vivir, trabajar y crecer
aquí’ ".
Escribe a La Nación, María Dolores
Bermúdez: "Gracias por habernos hecho tener esos momentos
llenos de emoción en la nota que dedicó a nosotros,
los tantísimos gallegos que vinimos a hacer la
América, allá por la primera parte del siglo
pasado. ¡Cómo nos identificamos, cuántas
historias similares! Primero, el papá; luego, algún
hermano mayor, y finalmente mamá con el resto de la familia:
éramos seis con mamá; aquí ya estaba
papá con sus dos hijos mayores y, para afianzar nuestro
amor por esta querida Argentina, nació el noveno hijo"
(16).
Darío Lamazares, representante legal del
Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a
los catorce años: "Fui un autodidacta, me formé en
la calle, y como la mayoría de mis compatriotas
sufrí la falta de instrucción. Este país nos
dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la
escuela es una
forma de pagar esa deuda" (17).
Es en la escuela donde se integran las culturas. Esto
sucede, por ejemplo, en el Liceo Franco Argentino, donde, para
festejar los treinta años de la institución, los
alumnos "de primaria bailaron el pericón y los más
grandes exhibieron sus investigaciones
sobre la vida del piloto Jean Mermoz, que prestó su nombre
a la escuela" (18).
Maximiliano Matayoshi, autor de la novela Gaijin
considera que "Quienes tienen mezclas
culturales tiene la ventaja de poder elegir
qué les gusta más de cada cultura. Yo,
elijo de la cultura japonesa el equilibrio, y
de lo argentino, la frescura, cierto cinismo, cierta
desesperanza" (19).
Los argentinos recibimos el aporte de esos inmigrantes.
Lo destacó Jorge Luis Borges: "en todos
aquellos años habíamos hecho muchas cosas.
Habíamos hecho de este territorio perdido una gran
república por obra ciertamente de la inmigración
también, que ha hecho de nosotros un país que
difiere de otros de este continente, por el hecho de ser un
país de clase media y de población blanca, sin
mucha población indígena y casi sin
población africana, ya que los esclavos y los
descendientes de los esclavos misteriosamente desaparecen"
(20).
Lo dice Yvonne Fournery, guionista del documental
periodístico "La otra tierra": "La ideología, tanto en la primera oportunidad,
en los ’80, como ahora, fue la misma, o sea, no poner el
acento para nada en la colectividad o comunidad, sino en la
síntesis de las culturas. Es decir, hacer
hincapié en el aporte que significó a nuestra
identidad esa
cultura. Lo cual enriquece al programa, lo hace
mucho más vivo y mucho más real. De lo contrario,
se transforma en una cosa… te diría que pintoresca o
turística… y no es ésa la intención"
(21).
Notas
1 Mistral, Gabriela, citada por Gustavo Cirigliano, en
El Tiempo, Azul.
2 Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la
literatura
argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
3 Ingenieros, José: "Ensayo de
identidad", en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de
2000.
4 Rocco-Cuzzi, Renata: "Mitos del
granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo
de 2000.
5 Jaim Etcheverry, Guillermo: "Los nuevos emigrantes",
en La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de abril de
2002.
6 Guyot, Héctor M.: "Sociedad. Irlandeses en la
Argentina. Una verde pasión", en La Nación Revista,
Buenos Aires, 13 de marzo de 2005. Fotos de Daniel
Pessah.
7 Borges, Jorge Luis: "El sur", en Ficciones. Buenos
Aires, Sur, 1944.
8 Bernstein, Jorge: "Trude Sarrasani La gran dama del
espectáculo / The great lady of the show", en
Aerolíneas Argentinas Magazine, Enero de 2006.
9 Lynch, Marta: Los cuentos
tristes. Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1967.
10 Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos, en
Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
1980.
11 Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en
Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y
prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá,
2001.
12 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Fraterna, 1986.
13 Arcuschín, María: De Ucrania a
Basavolbaso. Buenos Aires, Marymar, 1996.
14 Goldemberg, Susana: "Papá", en Cuentos de la
Bobe, Sudamericana.
15 Koremblit, Bernardo Ezequiel: "La bohemia cultural
judeoargentina en las décadas del ’30, ’40 y
‘50", en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.):
Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes
plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá,
2004.
16 Bermúdez, María Dolores: "Gallegos
(II)", en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de mayo de
2005.
17 Beltrán, Mónica: "La primera escuela
gallega que enseña a chicos argentinos", en Clarín,
Buenos Aires, 25 de abril de 1999.
18 Costa, Flavia: "De nombre extranjero", en
Clarín, Buenos Aires, 21 de junio de 2003.
19 Beltrán, Mónica: "Un colegio con acento
francés", en Clarín, Buenos Aires, 26 de septiembre
de 1999.
20 Borges, Jorge Luis: "Temas del tango", en La
Nación, Buenos Aires, 1° de junio de 2003.
21 Ceratto, Virginia: "Yvonne Fournery. ‘ La
indiferencia, en un 94%, es falta de conocimiento’ ", en La Capital, Mar del
Plata, 18 de marzo de 2001.
Intolerancia
En Aventuras de Edmund Ziller, Pedro Orgambide define al
xenófobo como el "sujeto de apariencia normal que odia a
los extranjeros" y que "suele creer que los judíos adoran
la cabeza de chancho y que los negros son una raza inferior, y
que Dios estaba pensando en su pinche país cuando creaba
el Universo"
(1).
En su Historia del baile, Sergio Pujol evoca al
"alborotabailes": "Loco Lindo siente náusea
por toda esa gente, que es mayoría. Se alarma ante la
posibilidad de un futuro poblado de patas sucias y alientos
desconocidos. Se siente ajeno a esa promesa de país. Cree
que los inmigrantes no deben gozar de derechos civiles. Son un
mal cálculo de
la clase dirigente. Pero siempre la ambigüedad, la
revulsión interior: Loco Lindo no puede disimular la
excitación que la sola idea de un contacto con esa gente
le provoca. Camina lleno de deseo rumbo al baile. Ya lo dijo
Grandmontagne: Loco Lindo es el clásico
‘alborotabailes’ que exhibe descaradamente su
éxito
con las hembras –hembritas, decía la nota, entre
paternalista y despectiva-, ante una sociedad que no sabe
cómo contener las energías sexuales que enturbian
los juegos de
miradas insinuantes y violencias corporales. Cuando los
inmigrantes danzan -¡y lo hacen casi todas las noches!-,
Loco Lindo irrumpe con su salud de potro a la arena
social para molestar" (2).
Uno de los líderes criollistas que Leopoldo
Marechal crea en Adán Buenosayres, expresa su punto de
vista acerca de las consecuencias de la inmigración: "La
devoción al recuerdo de las cosas nativas
–tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte-
es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que
la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son
los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor!
¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola
extranjera nos metió en la línea del progreso. En
cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país:
¡nos ha tentado y corrompido!". Adán Buenosayres, en
cambio, piensa "que nuestro país es el tentador y el
corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido". El
filósofo villacrespense Samuel Tesler, exclama: "Estoy
harto de oír pavadas criollistas (…). Primero fue la
exaltación de un gaucho que, según ustedes y a
mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan
los chacareros italianos" (3).
La confrontación entre extranjeros y nativos en
las actividades rurales aparece en varias novelas. Abelardo
Arias escribe, en Alamos talados, que don Ramón
Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como
él llamaba a cuantos no hablaran el castellano.
Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No
quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca
el arado rompió sus tierras". La diferencia entre
terratenientes e inmigrantes es señalada por uno de los
personajes: "Doña Pancha aún no podía
comprender cómo abuela había recibido, ‘con
aire de visita’, a uno de esos gringos bodegueros,
decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella
no podía entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una
viña y tener bodega para hacer vino había un abismo
infranqueable. Eran dos castas distintas, y la Pancha se
había constituido guardián insobornable de esa
separación".
Los criollos, que se agrupan bajo la protección
de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante
el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y
para hacer tareas que exijan valor y
destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’
estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son
cosas pa’ los gringos y las mujeres –había
dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar
tientos de cuero crudo,
marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y
hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas,
entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo
en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un
poco’ " (4).
Fausto Burgos, en El gringo, reitera a lo largo de la
novela la acusación que los nativos hacen a los
extranjeros: "’¿No son ustedes los que nos vienen a
quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones blancos
miran con cariño y con lástima a quien esto dice y
comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’,
‘é una bestia’". Para la familia del
protagonista, ser inmigrante es una vergüenza que se debe
ocultar, tratando de parecerse en lo posible a los nativos de
clase alta: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno
que vive a expensas del italiano-; usted ya puede llamarse
criollo; ya tiene títulos para ello’. Uno de los
peones asegura también que Contadini ya es criollo, pero
lo hace en otro sentido: ‘De esas cubas hay que sacar el
orujo pa’ llevarlo a las prensas –explica al yerno.
Mire vea, ¿y quién saca el orujo?,
¿quién se mete en la cuba sabiendo
que adentro de ella puede parar las patas? El peón
criollo, señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se
mete a descubar ni por equivocación. Mi patrón no
es gringo; mi patrón es ya criollo; él es capaz de
ponerse a descubar también" (5).
En algunos de sus cuentos, Benito Lynch presenta una
visión desfavorable del extranjero o sus descendientes. En
"El Hombrecito" (6), escribe: "A fuerza de transpirado y
jadeante, Bustingorri casi no habla, y recuerda, por su aspecto,
a un gran buey cansino y sudoroso volviendo del trabajo". En "El
pozo" (7), relata el narrador: "Si ‘El Gringo’ estaba
en ‘La Fortuna’ a pesar de las múltiples
ocupaciones que le reclamaban desde la capital: remar, nadar,
levantar pesas, arrojar la bala ‘y hasta’ prepararse
para dar alguna materia de
ingeniería en los complementarios de
febrero; era simplemente por hacer una obra de
caridad…".
En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado
del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: "-Ya te
oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre.
Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el
recibimiento que le hacían los habitantes de ese
país que prometía tanto, todos apretaron los labios
y endurecieron sus puños, todos… para no responder a esa
provocación; pero a todos también se les
partió el corazón y quisieron estar en Galicia
aunque no encontraran el oro tan
prometedor, pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte,
apechugar ya estaban en el tablao, había que zapatear.
Avelino tomó su pequeña valija, un bolsito
pequeño también Manuel hizo lo propio, juntos
lentamente recorrieron ese largo pasillo, jurando no voltear la
cabeza para no ver a sus paisanos, que realmente si estaban mal
presentados; pero eran honrados, y venían a trabajar, a
poner la espalda para que este país al cual recién
llegaban floreciera a fuerza del sacrificio de ellos, que en ese
momento necesitaban; la guerra, la
mala situación de su país los llevó a cruzar
el mar en busca de un futuro mejor, pero en el interior de esos
hombres, de esas mujeres de rostros sufridos, existía un
rubí en bruto, sí, en bruto, como lo siguieron
llamando y muchas veces se mofaron de ellos, haciendo bromas de
mal gusto, chistes donde
siempre, el tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no
podían mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el
trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las
lágrimas que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero
las sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no
lo eran, eran más fuertes que un roble" (8).
Félix Lima es el autor de "Otra vez en la
milonga, trágico doblete", artículo en el que
incluye su "Carta pra alá". La mujer ideada
por Lima, escribe: " ‘Por aquí con a jerra, nos
ponemus jordus, pues o que no suben os mayoristas, os subimus
nosotros, por más que el jobiernu aprieta el torniquete a
los especuladores y el hornu no está para janancias
desmesuradas, pero tú sabés que aquí como en
Lojroñu, en Londón como en Juacintón, en
Hamburju comu en Ríu de Ganeiro, echa a ley, echa a
trampa" (9).
Nora Ayala relata que su abuela criolla, que
vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los
extranjeros. "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los
gringos –decía-, estuvimos siempre acá". La
venta de la casa
del Tata proporciona otra evidencia de su actitud; la vivienda
"fue comprada por una familia turca, aunque Gerónima
hubiera preferido que no cayera en manos extranjeras, pero ellos
fueron los que pagaron y no había nada que hacer". Se
rumoreaba que los compradores habían encontrado
allí un cofre con monedas de oro; escuchemos a la criolla:
"Teniendo en cuenta que los turcos que habían llegado al
país poco tiempo antes, si bien eran gente trabajadora y
honesta (a pesar de ser extranjeros) no podían tener
dinero como
para hacer semejante inversión, el rumor tenía visos de
realidad".
Otros parientes de Ayala, inmigrantes, discriminaban a
los nativos. La bisabuela italiana dice que tiene una hija
"casada lamentablemente con un criollo". El abuelo de la misma
nacionalidad
"dijo sin vueltas que los criollos eran todos haraganes y que no
quería ninguno en su familia, con lo cual Samuel quedaba
automáticamente excluido". Samuel, por otra parte, se
sentía discriminado en su trabajo: "al principio estuvo
muy contento hasta que se dio cuenta de que los alemanes
discriminaban a favor de los compatriotas en el momento de los
ascensos" (10).
En el cuento "El sortilegio", de Magdalena Ruiz
Guiñazú, una pareja de alemanes no ve con buenos
ojos a la novia del hijo: "Digamos que aquellos germanos, los
Sachs, mostraron sólo una educada indiferencia.
¿Qué podía importarles aquella criolla
rioplatense, exuberante, alegre y pobre, que ni siquiera
sabía hablar el alemán? Sin embargo, guardaron las
apariencias con formalidad. Se cumplirían las reglas y sus
amistades sólo percibirían que aquella no era la
nuera esperada, pero que la vida es tal como es y que las
personas inteligentes saben adaptarse a cualquier circunstancia"
(11).
En Los jardines del Carmelo, novela de Ana María
Guerra, Ferrario, un artista florentino que vuelve a su tierra,
"embriagado, gritaba a los cuatro vientos: Questo é un
paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale, sporcachone"
(12).
Un personaje del cuento "Los afanes", de Adolfo Bioy
Casares, menosprecia a las irlandesas: "Milena tenía el
pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel morena,
los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las
Irish porteñas), las manos cubiertas de mataduras"
(13).
Cuando niña, María Rosa Oliver escuchaba a
las institutrices inmigrantes. A criterio de María Rosa
Lojo, muestra susceptibilidad "ante otros personajes que se
consideraban superiores –étnica y culturalmente- a
los argentinos, aunque se encontraran muy por debajo de ellos en
la escala de la
sociedad. No perdía una palabra de las charlas que
mantenía Lizzie, su niñera escocesa, con sus
colegas british que servían en casas de las afueras, a las
que iban de visita y donde tomaban el té de las cinco con
scons calientes y sándwiches de berro. Nunca faltaban, en
aquellas sesiones, las críticas a los, y sobre todo las
natives: mujeres descuidadas y haraganas, que malcriaban a sus
hijos y no se tomaban el trabajo de aprender a preparar un buen
té a la inglesa" (14).
Dos personajes armenios de Bedrossian, "Krikor y
Ohannés solían hablar del castí, el criollo.
Los dos tenían la misma desconfianza frente a lo no
armenio, mamada tempranamente como fugitivos, y después
como grupo
exclusivo en los orfanatorios. Existía algo en el carácter de los argentinos que les
resultaba chocante: no eran previsores. (…) . También
coincidían en las virtudes del castí. Entre ellas,
la solidaridad
frente a los necesitados, la aceptación amistosa de los
extranjeros. La ‘gauchada’ era la adjetivación
más típica de su carácter" (15).
Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor, afirma en
un reportaje que "Aquellos tanos y gallegos que venían con
una mano atrás y otra adelante también eran
segregados" (16). Ellos, a su vez, despreciaban a los
provincianos.
Cuando muere Evita, la madre de Jorge Fernández
Díaz, asturiana, "llevó crespón y fue
conducida en ómnibus escolar hasta el Congreso,
subió las escaleras y vio de cerca el ataúd con
aquella fantástica muñeca dormida. No
entendía mucho, pero veía llorar a los cabecitas
negras y, a pesar de los desdeñosos comentarios que se
pronunciaban en el living de su casa, Carmen asociaba a esa mujer
con el esplendor, y supuso que si los pobres morían de
pena, ella debía acompañarlos en el sentimiento. No
siempre fue así: los españoles desarrapados
despreciaron a los ‘negros’ del interior en cuanto
pudieron hacer pie, y los españoles que se quedaron en la
madre patria despreciaron a los sudacas que osaban regresar en
cuanto la economía
rescató a España del quebranto. Todo es hijo del
miedo, la estupidez humana también" .
El padre del narrador, asturiano como su esposa, "odiaba
a los argentinos, quienes trataban despectivamente a los
españoles, y también a la República
Argentina, culpable de no ser Asturias. (…) Durante
décadas, (…) los argentinos eran los mejores del mundo y
los españoles unos muertos de hambre. Ese rencor se
cocinó a fuego lento y mi padre lo tomó como un
veneno homeopático. Conozco muchísimos
‘argeñoles’ envenenados por esa misma
sustancia sin antídotos" (17).
Orlando Barone, en "El avance de la intolerancia
aldeana", narra que algunos italianos segregaban a sus mismos
compatriotas, los que, a su vez, segregaban a los provincianos:
"Mucha gente antiperonista, entre ellos mi abuelo, inmigrante del
sur de Italia, se refería con desdén a los
‘cabecitas negras’ venidos del interior y adictos al
gobierno. Nunca entendí, después, por qué mi
abuelo que para los italianos prósperos del norte era
despectivamente uno de tantos africani del sur, discriminaba a
los correntinos que trabajaban con él en el puerto. Al
lado de su ataúd al morir, estaban sus dos amigos
entrañables: uno era de su tierra y el otro era de
Corrientes" (18).
En El agua,
Enrique Wernicke evoca el menosprecio que un personaje evidencia
por su descendencia: "Era una casa para vivir bien. Ahora que las
chicas crecían, tal vez hubiese venido bien otro
baño o, por lo menos, un toilette. Pero don Julio pensaba
que las chicas algún día se iban a casar y
además, no olvidaba, él también
tendría que morir. Un baño es suficiente cuando se
convive con gente bien educada… como él. O Julito. No se
podía decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de
un judío polaco, sin eso imperceptible, casi
diríamos inexplicable, que se llama ‘tener sangre
inglesa en las venas’. (…) El viejo, esta noche, duerme
solo. Julio está en el Norte. Bertita, su nuera, y las dos
nietas, han ido al centro. Se quedarán ‘donde vive
la polaca’ (nunca osó decirlo en voz alta don
Julio). Y lo dejarán tranquilo" (19).
A veces –y esto debía ser mucho más
doloroso- la discriminación venía de los propios
inmigrantes, avergonzados de su origen, como el portero asturiano
que prohibía a su hermano tocar la gaita (20). O de los
hijos argentinos de los inmigrantes, como relata Gloria Pampillo:
"mi padre y mi tío (…) habían nacido aquí
y el 12 octubre jugaban al truco. Estaba puesta la radio y el
locutor hablaba de la raza. ‘Sacá esa
gallegada’ le dijo mi tío a mi papá y mi
abuelo se puso furioso. Esta es otra de las pocas
anécdotas que recuerdo y, sin embargo, mi padre me la
contó una sola vez" (21).
Gladys Onega escribe en su autobiografía: "La
elle y la ye se igualaban cuando terminábamos la
lección, pero era imposible confundir calle con caye
porque me las dictaba en castellano y no en argentino; mi padre y
mis tíos también lo hablaban, logrando para esas
letras dos sonidos distintos que sólo imitábamos
para reírnos por lo bajo de la gallegada" (22).
En la Semana Trágica de 1919 –cuenta uno de
los personajes de Vázquez Ríal- "se desató
la caza del ruso. Asi lo llamó la prensa. Eso del ruso…
es un término muy amplio, que alude al judío, el
polaco, el húngaro, al que se supone comerciante, o
bolchevique, o terrorista, no importa lo incongruentes que
parezcan estos términos… (…) los jóvenes que
poco después serían organizados en la Liga
Patriótica, armados, tomaron al asalto el barrio de Once,
el barrio judío, identificándose con un brazalete
celeste y blanco, apedreando tiendas y deteniendo a cuanto
peatón con barba se les pusiera a tiro" (23).
En agosto de 1932, escribía Jorge Luis Borges
acerca del antisemitismo:
"Quienes recomiendan su empleo, suelen
culpar a los judíos, a todos, de la crucifixión de
Jesús. Olvidan que su propia fe ha declarado que la cruz
operó nuestra redención. Olvidan que inculpar a los
judíos equivale a inculpar a los vertebrados, o aún
a los mamíferos. Olvidan que cuando Jesucristo
quiso ser hombre, prefirió ser judío y que no
eligió ser francés ni siquiera porteño. Ni
vivir en el año 1932 después de Jesucristo para
suscribirse por un año a Le Roseau d’Or. Olvidan que
Jesús, ciertamente, no fue un judío converso. La
basílica de Luján, para El, hubiera sido tan
indescifrable espectáculo como un calentador a gas o un
antisemita. Borrajeo con evidente prisa esta nota. En ella no
quiero omitir, sin embargo, que instigar odios me parece una
tristísima actividad y que hay proyectos
edilicios mejores que la delicada reconstrucción, balazo a
balazo, de nuestra Semana de Enero –aunque nos quieran
sobornar con la vista de la enrojecida calle Junín, hecha
una sola llama" (24).
En 1945, Gerchunoff ya no siente el optimismo de los
primeros años del siglo. Escribe en "El crematorio nazi en
los cines de Buenos Aires": "Yo vivo siempre en un campo de
concentración, pues todo judío, por más que
ame a su país y por bien que le sirva, con su
corazón y con su cabeza, resulta, para una parte de los
que lo pueblan y lo gobiernan a menudo, carne de sus empresas
inquisitoriales" (25).
En 1963, en Córdoba, la historia se repite.
Escribe Ricardo Feierstein, en "Primera sangre": "teníamos
un poco de miedo, pero mezclado con sorpresa, esa sorpresa
producida por algo inesperado, uno de esos hechos que escapan a
la rutina y desconciertan; no entendíamos por qué
gritaron "heil Hitler" cuando
pasaron marchando con paso rígido por el camino,
vociferaron una, dos, tres veces, cerca de nuestro grupo que
conversaba y cantaba sentado en el césped. Y nos
levantamos de un salto, porque esas voces recordaban una noche
turbulenta, ancianos y niños marchando arracimados,
aterrorizados; viejos rabinos con expresión de horror,
fuego, sangre, una horrible pesadilla que habían contado
nuestros mayores y que guiñaba sus ojos en las
películas" (26).
En "Mujer de facón en la liga", escribe Edgardo
Cozarinsky: "El nombre del viejo Kutschinski era impronunciable
para nosotros; de allí derivó que a su farmacia la
llamáramos la farmacia de K. y a su hija Irene K.
Sabíamos que eran franceses, los habíamos oído
hablar francés entre ellos, aunque otros juraban que en
aquella casa hablaban una especie de dialecto alemán. Nos
desorientaba la consonancia eslava del apellido.
‘Habrán venido de Francia
nomás, pero para mí que son judíos’
murmuraba mi padre antes de añadir, cabizbajo,
‘están en todos lados…’ " (27).
Relata Norberto Brodsky: "En 1934, mi padre es avisado
por su amigo el Jefe de Policía Don Martín
Zabalzagaray, que un simpatizante del nazismo estaba
preparando en el campo con vino y asado una horda de gauchos
alzados para un asalto en Villaguay, donde atacarían a los
judíos. Don Martín le informa que con sus ocho
milicos no podría hacer nada para detener a una manga de
mamaos llevados por la nariz. Le insiste que viaje de inmediato a
Paraná y recomendado por él al jefe del regimiento,
traiga un destacamento del ejército para frenar ese
desastre. Ya habían pintado cruces svásticas en las
casas judías. (…) Papá regresó a Villaguay
con el regimiento y ya se había corrido la voz de esta
llegada, por lo que el petit pogrom felizmente abortó
(28)".
Guiora (Jorge) Reichler expresa en un poema: "Doy
gracias, Argentina/ por tu marco social, único/ pese a que
de vez en cuando éramos rusos/ que en argentino era decir
judíos,/" (29).
El pueblo gitano –escribe María Eugenia
Ludueña- "ha soportado persecuciones. Más de
500.000 gitanos murieron en el Holocausto.
Miles tuvieron que escapar de la Guerra Civil Española. En
la Guerra de los Balcanes fueron una de las principales
víctimas. En la Argentina, la discriminacíón
existe. En su casa de Saavedra, Mara Ivanovich cuenta un
clásico: cuando camina por la calle, la gente aprieta la
mano de sus hijos. ‘Creen que la gitanas secuestran
niños. Mentira. Además los gitanos tenemos muchos
hijos, y son ellos los discriminados’ " (30).
En "La presencia africana en la Argentina",
señala Miriam V. Gomes: "La presencia de población
africana en la Argentina, junto con su descendencia, ha sido un
dato frecuentemente soslayado en la realidad nacional. Sin
embargo, el aporte afro a la cultura, a la identidad y a la
sociedad ha sido constante e ininterrumpido desde los
orígenes del país como nación, incluso
varios siglos antes. (…) A lo largo del siglo XIX, se verifica
un decrecimiento sostenido de los africanos y afrodescendientes,
hasta que hacia fines de ese mismo siglo, el ingreso masivo de la
inmigración "blanca" europea (propiciada por la Constitución Nacional, en su
artículo 25) hará bajar drásticamente, en
términos relativos, la población negra e
indígena en todo el país. De esta manera, en los
documentos
oficiales, la gama de la población anteriormente
denominada "negra", "parda", "morena", "de color",
pasó a determinarse como "trigueña", vocablo
ambiguo que puede aplicarse a diferentes grupos étnicos o
a ninguno. El período que va de 1838 a 1887, en los
registros
oficiales, es crucial en este proceso que
los miembros de las organizaciones
afroargentinas definen como de "desaparición artificial",
ya que para fines de 1887 el porcentaje oficial de negros es de
1,8%. A partir de ese período, ya no se informa sobre este
dato en los censos. Es sumamente importante señalar que,
si bien la disminución de la población negra es un
hecho real y obedece a múltiples causas, no es
legítimo hablar de la "desaparición de los negros",
como lo vienen haciendo las clases dirigentes, los medios de
comunicación y la sociedad en general, desde fines del
siglo XIX, y durante todo el siglo XX. Ya muy tempranamente, como
lo es 1845, Domingo F. Sarmiento se apresura a festejar el
"bajísimo número de miembros de este grupo en la
Argentina". Esta tendencia se patentiza y asume como
misión de estado con la
Generación del '80, integrada por Bartolomé Mitre y
Julio A. Roca, entre otros. La idea era la de "blanquear " a la
población como requisito par el desarrollo y
el progreso del territorio, recurriendo al fomento (desde la
Constitución) de la población blanca y europea, a
la restricción de la población africana o
asiática, y además a la negación de la
propia realidad negra dentro del país. (…) Los
descendientes actuales de aquellos negros merecen el
reconocimiento que tantas veces se les ha negado"
(31).
Poco antes de finalizar el siglo XX, sostiene Emilio
Corbière: "En nuestro continente, ya nadie toma demasiado
en serio aquella leyenda del crisol y la armonía de las
razas. (…) Nuestra Argentina blanca y europea, concentrada en
Buenos Aires y en el Litoral, aunque no incurre en actos
violentos frecuentes en otros países, mantiene intactos
sus prejuicios raciales" (32).
La discriminación era frecuente en las escuelas.
Recuerda José Cameán Parcero: "Yo también
fui gallego de m… y también colorado’, porque
así es mi color de cabello. Y más de una vez tuve
que escuchar a mis compañeros decir que me habían
cambiado por un cuero. Pero no me molestaba, quizás porque
yo al venir a los cuatro años me sentía uno
más. No sabía mi conciencia la
diferencia de ser gallego o argentino" (33).
Asistiendo a clase sufre una asturiana. Lo cuenta el
hijo, Jorge Fernández Díaz: "En esas aulas
mamá sintió por primera vez los dardos de la
discriminación. Todos preguntaban en la escuela, con
morbosa curiosidad, quién era esa
‘galleguita’, y sus compañeras, grandulonas y
maliciosas, se divertían burlándose de su
ignorancia y haciéndole la vida imposible". Entonces
intervenía la maestra: "La señorita Valenzuela, una
maestra cabal y de buen corazón, las retaba con el puntero
en la mano y trataba por todos los medios que la
campesina se integrara. Pero no era tarea fácil"
(34).
También en "La noche de la cruz de plata", uno de
los cuentos por los que Jorge Torres Zavaleta mereció el
Premio Fortabat en 1987, se alude a la discriminación que
los inmigrantes o sus hijos sufrían en la escuela. Esta se
evidencia al narrar que la madre debía consolar al
niño "cuando los demás alumnos se reían de
su mal castellano" (35).
No sufre discriminación Edith Aron, la mujer que
inspirara el personaje de La Maga, en Rayuela, de Julio
Cortázar. Aron "nació en el Sarre, una
región en el límite entre Francia y Alemania,
(…) De familia judía, poco antes de la Segunda Guerra
Mundial emigró con sus padres a la Argentina, donde ya
tenían parientes. ‘Fui al Colegio Pestalozzi, a
cuyos profesores les voy a estar por siempre agradecida. Me
permitieron mantener una identidad alemana como la de ellos,
profundamente distanciada de la política e
ideología nazi" (36).
Miguel, un niño gitano, "tiene 11 años.
Hizo hasta cuarto grado: ‘En la escuela los pibitos me
decían: Salí de acá, gitano sucio’. Su
hermana, Sabrina (de 15), agrega: ‘Hice hasta segundo
grado. Los chicos no se querían juntar conmigo’.
Mara recuerda que le mandaron una asistente social: ‘Por
más que vuelva, ya le dije, a mis hijos no los mando a la
escuela’. Sin embargo, muchos gitanos sí los mandan.
Este año, Karina Miguel (de 29), una gitana de
Neuquén, fue la primera en la Argentina que se
recibió de abogada" (37).
Notas
1. Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984.
2. Pujol, Sergio: Historia del baile. Buenos Aires,
Emecé, 1999. 440 pp.
3. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
Aires, Sudamericana, 1970.
4. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires,
Sudamericana, 1990.
5. Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Ediciones
Tor, 1935.
6. Lynch, Benito: "El hombrecito", en Lynch, Benito:
Cuentos. Selección, prólogo y notas por Ana
Bruzzone. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol.
70).
7. Lynch, Benito: "El pozo", en Lynch, Benito: Cuentos.
Selección, prólogo y notas por Ana Bruzzone. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 70).
8. Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires,
De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
9. Lima, Félix: "Otra vez en la milonga,
trágico doblete", en Caras y caretas, 1939.
10. Ayala, Nora: op. cit.
11. Ruiz Guiñazú, Magdalena: "El
sortilegio", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre
de 1998.
12. Guerra, Ana María: Los jardines del Carmelo.
Buenos Aires, Corregidor, 2003.
13. Bioy Casares, Adolfo: "Los afanes", en Mi mejor
cuento. Buenos Aires, Orión, 1973.
14. Lojo, María Rosa: "Cuando la plenitud nace de
la carencia", en La Nación, Buenos Aires, 31 de agosto de
2003.
15. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar.
Buenos Aires, Edición
del autor, 1998.
16. Chiaravalli, Verónica: "Un corazón
tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de
agosto de 1999.
17. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
18. Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia
aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de
2000.
19. Wernicke, Enrique: El agua. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo).
20. Fernández Díaz, Jorge: op.
cit.
21. Pampillo, Gloria: Los gallegos. Novela
inédita.
22. Onega, Gladys Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo Mondadori, 1999.
23. Vázquez-Rial, Horacio: op. cit.
24. Borges, Jorge Luis, en García Lupo,
Rogelio:"La violenta obscenidad del antisemitismo criollo", en
Clarín, Buenos Aires, 6 de abril de 2003.
25. Gerchunoff, Alberto: "El crematorio nazi en los
cines de Buenos Aires", en Alberto Gerchunoff, judío y
argentino.
26. Feierstein, Ricardo: Postales
imaginarias/2. Buenos Aires, Acervo Cultural Editores,
2003.
27. Cozarinsky, Edgardo: "Mujer de facón en la
liga", en Tres fronteras. Buenos Aires, Emecé,
2006.
28. Brodsky, Norberto: ANECDOTAS Y VIVENCIAS de mi buena
y larga vida. Buenos Aires, Editorial Milá, 2007, 93
págs.
29. Reichler, Guiora: "Doy gracias, Argentina", en
Reichler, Guiora: En nombre de todas las soledades. Buenos Aires,
Milá, 2005. 80 pp. (Poesía).
30. Ludueña, María Eugenia: "Ser gitano",
Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista,
Buenos Aires, 25 de enero de 2004.
31. Gomes, Miriam V.: "La presencia africana en la
Argentina", en www.ensantelmo.com.ar.
32. Corbière, Emilio J.: "Discriminación y
racismo Las
barreras del odio", en El Arca. Buenos Aires, Año 4,
Nª 14, Abril de 1995.
33. S/F: "José Cameán Parcero. Un vecino
de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El mensajero gallego,
N° 2, Abril de 1998.
34. Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
35. Torres Zavaleta, Jorge: "La noche de la cruz de
plata", en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1987.
36. Libedinsky, Juana (texto),
Atkinson, Helen (fotos): "La Maga de Julio Cortázar", en
La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de marzo de
2004.
37. Ludueña, María Eugenia: "Ser gitano",
Fotos: Martín Lucesole, en La Nación Revista,
Buenos Aires, 25 de enero de 2004.
…..
La literatura ha encontrado una salida para estos
planteos. En el cuento "El ancestro", Jorge Torres Zavaleta
brinda un enfoque acertado de la cuestión, en el cual
nativos e inmigrantes quedan hermanados por un mismo origen
(1).
Notas
1. Torres Zavaleta, Jorge: "El ancestro", en El hombre
del sexto día. Buenos Aires, Orión,
1977.
VI El
idioma
En la Bolsa de Comercio,
Julián Martel encuentra "Promiscuidad de tipos y
promiscuidad de idiomas. Aquí los sonidos ásperos
como escupitajos del alemán, mezclándose
impíamente a las dulces notas de la lengua
italiana; allí los acentos viriles del inglés
haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la
terminología criolla; del otro lado las monerías y
suavidades del francés, respondiendo al ceceo susurrante
de la rancia pronunciación española"
(1).
María, la gallega que llega a la Argentina en
Como si no hubiera que cruzar el mar, novela juvenil de Cecilia
Pisos, escribe: "Buenos Aires es muy grande. Tiene ruidos y
olores extraños y las voces que se escuchan son de muchas
partes, así que todos hablan pero no creo que ninguno se
entienda. A mí me cuesta: dos o tres veces tengo que
intentar hasta que encuentro a alguien que me hable en español y
a quien yo pueda preguntar por una calle o un sitio cualquiera"
(2).
Para algunos inmigrantes –los españoles- y
para quienes lo habían aprendido antes de emigrar, el
idioma no era un obstáculo más entre tantos que se
les presentaban. Para otros, en cambio, era un problema ante el
que reaccionaban de distinta manera: intentando hablarlo o
negándose deliberadamente a la incorporación del
mismo.
Hubo diferentes formas de aprender castellano. Nos
ocuparemos de ellas. Y también de quienes no quisieron
aprenderlo.
Notas
1. Martel, Julián: La Bolsa. Buenos Aires,
Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero.
2. Pisos, Cecilia: Como si no hubiera que cruzar el mar.
Ilustraciones: Eugenia Nobati. Buenos Aires, Alfaguara, 2004. 216
pp. (Serie azul).
El conventillo
En " Buenos Aires Siglo XX/ Los conventillos: Un sistema
que reproducía a la sociedad en miniatura", Francis Korn
se refiere a los conventillos como uno de los lugares en que se
daba el aprendizaje:
"El idioma de esta comunidad aleatoria era un castellano con
miles de variaciones que, a pesar de todo sus defectos, forzaba a
los recién llegados a aprender a comunicarse por su
intermedio" (1).
En Aventuras de Edmund Ziller, novela de Pedro Orgambide
que obtuvo una Mención en el Premio de Novela México, se
evoca el habla de los inmigrantes nucleados en los conventillos.
Así los ve un peculiar extranjero: "Ellos no sólo
hablaban infinidad de idiomas en sus aldeas (que llamaban
conventillos) sino que honraban a sus brujos llevándolos a
la gran casa de la Palabra: el Congreso" (2).
Recordaría el narrador, si lo hubiera conocido,
el babélico Hotel de Inmigrantes que evoca Luis
León en su cuento "Chacarita, Vísperas de
Pésaj" (3).
Conocer un idioma no es sólo aprender a
expresarse en él, sino que entraña también
una visión del mundo. Refiriéndose a quienes
debían actuar como inmigrantes, dijo la actriz
María Rosa Fugazot, en un reportaje: "Me crié entre
actores capaces de hacer un italiano perfecto, un gallego, un
turco, un judío perfecto. Actores que no imitaban un
acento; sabían penetrar una psicología. Los
personajes del sainete eran simples en apariencia, pero con
nostalgia por su tierra y un gran amor al lugar que los
había acogido. Eran seres complejos, que había que
saber observar" (4).
Mariano Saba, integrante del grupo de teatro del Colegio
Nacional Buenos Aires señala que, para componer un
personaje: "Primero analizamos la obra y luego estudiamos la
llegada del inmigrante a la Argentina. Cada uno tenía que
bucear en su árbol genealógico y rescatar fotos y
recuerdos. Más tardes entrevistamos y grabamos para
estudiar sus tonos y encontrarnos con su nostalgia y su tristeza"
(5).
Carolina de Grinbaum narra en La isla se expande, la
forma en la que una niña aprende otra lengua. En un
conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas,
apenadas aún por una desgracia familiar: "Tenemos
instalada en una habitación próxima a la gentil
señora que llega al caserón un día, a
acomodar su viudez ya las dos hijas casi adolescentes a
un nuevo ambiente,
lejos de sus tristezas que permanecían adheridas al duelo
paternal. Llenaban las jóvenes sus horas y lúgubres
espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de su lugar de
origen: ‘la alta Italia’. La más grata
variedad de composiciones que hasta entonces había tenido
Mariana la oportunidad de conocer, vibraban a diario, todas ellas
deleitaban sus oídos. No disponía siquiera de un
modesto aparato de radio, cuya
adquisición en esos momentos en especial, resultaba
inaccesible a su padre. En un acompañamiento desafinado
pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz
de las letras y las melodías con las que pudo acceder al
conocimiento de un nuevo idioma, canto y música, al mismo
tiempo. De esa manera lo entendía cuando intervenía
con su voz, haciendo coro" (6).
Notas
(1) Korn, Francis: "Buenos Aires Siglo XX/Los
conventillos: Un sistema que reproducía a la sociedad en
miniatura", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de
1999.
(2) Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984.
(3) León, Luis: "Chacarita. Vísperas de
Pésaj", en SEFARaires, N° 2, junio de 2002.
(4) Cosentino, Olga: "Cosecharás tu siembra", en
Clarín, Buenos Aires, 18 de octubre de 2000.
(5) "Rapidísimo", en Clarín Viva, Buenos
Aires, 2 de enero de 2000.
(6) Grinbaum, Carolina: La isla se expande. Buenos
Aires, ig, 1992.
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