Prólogo
Indagar sobre la Inmigración en América
es una cuestión nada sencilla, si se tiene en cuenta la
multiplicidad de factores que afrontaron los inmigrantes del
Viejo Mundo. Aunar, analizar, desentrañar los motivos que
llevaron a esos viajeros a embarcarse hacia América,
requiere un acopio de material diverso y una inserción
teleológica por parte de María González
Rouco que al lector le producirá asombro. Es que esta
impresión es la que me ha acometido ya en las primeras
páginas de esta sólida investigación. La autora, nieta de gallegos
y bisnieta de lombardos, no ha escatimado esfuerzo al
consustanciarse con una amplísima bibliografía, sobrepasando
la Historia misma
para entrar en el mundo de la ficción y de la poesía,
como podrá apreciarse por la cantidad de notas al final de
cada capítulo. Novelas, cuentos,
poemarios, artículos de diarios y revistas, serán
expuestos textualmente, y, al mismo tiempo, con
una óptica
objetiva, de los que el lector irá deduciendo conclusiones
propias. Para darse una idea y sopesar la importancia de este
trabajo, tras
el primer capítulo, la bibliografía
alcanzará a ochenta y dos notas. Judíos,
gallegos, italianos, húngaros, rusos, irlandeses,
estarán contemplados por el ojo avizor, sagaz y preciso en
la contemplación, de María González Rouco,
como viendo y comprendiendo el sentir de esos inmigrantes,
indefensos, desprovistos de todo, que parecen estar entrando al
puerto de Buenos Aires. Y
digo "parecen" porque el tono admirativo de la autora implica,
además de una vasta gama de contextos, una
sensación de presencialidad: el dolor por el desarraigo de
esos inmigrantes es uno de los motivos de esta
investigación.
Ver y comprender trasunta una identificación con
las vicisitudes por las que irían a atravesar esos seres:
marginaciones, explotación, enfermedades, muerte de
niños.
Es que me estoy refiriendo al sentir de María
González Rouco, que se traduce en un homenaje a los
inmigrantes que no tiene precedentes, ya que ha indagado en los
escritores más representativos de la literatura
argentina y ha puesto en escena secuencias narrativas y
poemas
emocionantes alusivos a la inmigración. No nos olvidemos
que muchos de estos escritores fueron inmigrantes y otros,
descendientes, herederos de esa epopeya, testigos insoslayables.
María González Rouco ha saltado por el cerco
inesquivable del ya clásico Los gauchos
judíos de Alberto Gerchunoff –libro de
"cabecera" de nuestra literatura argentina- y ha
compendiado una cantidad apreciable de obras –muchas
olvidadas-, estructurando una investigación abarcante.
Así, motivos, viajes,
costumbres y comidas, las primeras actitudes de
asombro por parte de esos seres que se habían lanzado a
una extraordinaria aventura, se irán presentando con una
escritura
grácil y un vuelo periodístico que agiliza la
lectura.
Otro mérito es el haber incorporado narradores
recientes y a escritores de valía que están
injustamente marginados de los circuitos
comerciales de las editoriales de mayor marketing. La
reproducción del Manual de
inmigrantes italianos –al referirse la autora al Hotel de Inmigrantes- es conmovedora, como
así también la travesía del húngaro
judío Lajos Fehér, que consigue un pasaporte falso
para embarcarse en el Augustus, o la dolorosa partida del
asturiano Modesto Montoto que aborda el Alfonso XIII, quien
escribe en su diario: "Con el corazón
lanzo un adiós a los míos, a la Santina de
Covadonga y a Asturias". Otro testimonio que sacude los cimientos
es el de José Wanza, un inmigrante que se
establecerá en Tucumán: "En Buenos Ayres no he
hallado ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una
inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si
hubiésemos sido esclavos".
Esta inserción de María González
Rouco excede los marcos de una investigación
académica, precisa en la bibliografía y en los
testimonios, va mucho más allá porque nos pone
sobre el tapete cuestiones y problemáticas que ya
traían esos inmigrantes, castigados en sus países
de origen por las guerras y el
hambre. Por esto, insisto en el tono de presencialidad que
observan estas páginas de María González
Rouco. De ahí que el término que he acuñado
–inserción- implica una visión tan objetiva
como de sentido homenaje a esos inmigrantes, entregados por el
destino a la "buena de Dios" en las tierras de América. La
reactualización de datos y
cronologías, la nueva puesta en escena de títulos
de obras de ficción a lo largo de un siglo y medio, como
el relevamiento de artículos y ensayos, o de
instituciones
como The Jewish Inmigration Center, nos indican a las claras que
este trabajo de María González Rouco
significará un más que valioso aporte sobre el
cruce de las culturas en general, y sobre la Inmigración,
epopeya única e indivisible por su grandeza, en especial.
Una investigación que debe ponernos orgullosos por su
agudeza crítica
y por la generosidad en la entrega, rasgos que ya han
caracterizado la trayectoria curricular y periodística de
María González Rouco.
Sebastián Jorgi
Buenos Aires, 2003
I
Motivos
Algunas de las páginas que se escribieron sobre
la inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los
instantes en los que surge. La vemos afirmándose,
madurando en esas mentes en las que la desesperación es un
sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como dice
Gustavo Cirigliano, en sus "Disquisiciones tangueras"- "Todo
aquel que dejó su país, su patria de origen, de
hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún
expulsado por ella, fue impelido a irse al no ser protegido ni
retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas" (1).
José Luis Baltar Pumar, presidente de la
diputación de Orense, se refirió en 1998 al
sentimiento de los gallegos emigrantes: "Los gallegos han
colaborado en la realización de la Argentina, pero nunca
se han olvidado de su madre patria, cuando podría existir
un sentimiento de rencor por no haberles dado la posibilidad de
progresar en su lugar de nacimiento. Ellos saben que si Galicia
no les ha dado oportunidades es porque no ha podido"
(2).
En el sitio "Asturias en la emigración", Luciano
Méndez Muslera enumera los motivos que llevaron a los
asturianos a emigrar; habla de la imitación e
inculcación, la salida de los hidalgos segundones y gente
acomodada, los "ganchos" o agentes de los armadores, la
evasión del reclutamiento
militar, y los motivos económicos o de población (3). Estos motivos, aunque con
variantes, pueden aplicarse a ciudadanos de otros países,
pero es necesario agregar otros: las guerras mundiales, los
pogrom rusos –que el autor no menciona por referirse
sólo a la emigración asturiana- y los dramas
personales –los cuales, aunque mínimamente,
también fueron causa de emigración.
Notas
(1) Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones tangueras", en
El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
(2) Estévez, Paula: "Buenos Aires es nuestra
5° provincia de ultramar", en La Prensa, 7 de
noviembre de 1998.
(3) Méndez Muslera, Luciano: "Asturias en la
emigración", www.telepolis.com.
Guerras, persecuciones
Leopoldo Díaz, en el poema "Tierra
prometida", expresa: "¡América! te anuncia el nuevo
día/ en que el arte y la ciencia te
den gloria./ Serás del pensamiento la
victoria,/ no la victoria de la guerra
impía.// La voz del porvenir es la voz mía;/ mi
palabra augural no es ilusoria;/ hecha de luz y
lágrimas tu historia/ habla en mí con fervor de
profecía.// El viejo mundo se desploma y cruje… El odio,
entre la sombra acecha y ruge…/ Una angustia mortal tiene la
vida…// Y como leve arena que alza el viento,/ a ti
vendrán el paria y el hambriento/ soñando con
la Tierra
Prometida" (1).
La política aparece
reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus
reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la
guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar "porque
él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces
por los camisas negras". El anciano narra qué había
sucedido: "Sabían que era músico, director de una
banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a
tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos
bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza
como pude, pero ésa es otra historia. Después,
emigré a América" (2).
Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a
través de los ojos de un personaje, en "Agua en la
boca". La protagonista se encuentra con un hombre que
sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe:
"Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado
trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para
él, la guerra era un permanente estado de
alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado
todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y
sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido"
(3).
En "Desarraigo", cuento de Ana
María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de
la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una
historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que
una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de
una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela
materna y comenzó a secarse las lágrimas con el
delantal; (…) esperaron en la vereda a su padre. (…) Su
madre, Mariana, había muerto hacía ya quince
días. El correo tardaba mucho y él hacía
quince años que no la veía. Recordó el duelo
a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos
besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país
destruido por la guerra" (4).
Los recuerdos bélicos tienen que ver para el
autor de La tierra incomparable, con la figura paterna. En un
reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso, un
hombre valiente. De él dice: "era tremendamente
trabajador, tremendamente amante de su familia y
tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra
Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno
terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las
siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la
fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su
argumento era grande como una montaña. Decía: Yo
quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede
prohibir. Ni Hitler, ni
Mussolini…" (5).
También escapa del fascismo el padre de Roberto
Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias veces desde
la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se
quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre,
después de muchas dificultades para poder salir de
Italia,
llegó en 1929" (6).
Debieron emigrar Julián Centeya (Amleto Vergiati)
y su familia: "El 15 de septiembre de 1910 nació en
Borgotaro, un pueblo de la provincia de Parma, Italia, Amleto
Enrique Vergiati, hijo de un periodista del diario Avanti, cuyo
jefe de Redacción era Benito Mussolini, el futuro
‘Duce’. Diez años después, realizada ya
la histórica marcha sobre Roma (1920), la
represión sobre la izquierda se tornó violenta y
obligó a muchos opositores al régimen a decidir su
exilio. La familia
Vergiati, integrada por Carlos, el padre, Amalia, la madre, y los
tres hijos, dos mujeres y Amleto, no fue una excepción y
viajó hacia la Argentina como casi la mayoría de
los refugiados políticos de ese momento" (7).
Juan Fazzini recuerda que su madre los impulsó a
emigrar: "Fue Rina quien alentó a la familia a dejar
Italia y venirse a la Argentina para escapar de la miseria que
había dejado la Segunda Guerra
Mundial. ‘Es una tierra donde no hay hambre y no hay
guerra’, le decía a su esposo Pedro, que era
mecánico de vuelo" (8).
Blas Gurrieri nació en el pueblo de Conza,
provincia de Raguna. "En la posguerra, allá por el 1948,
el fantasma de la Guerra de Corea empezaba a convertirse en una
amenaza peor a lo vivido y don José decidió
embarcar a su familia a tierras más tranquilas"
(9).
Hubo quien vino por un tiempo, y no pudo regresar.
Finalmente, se estableció aquí: "Mi abuelo, un
anárquico antifascista, había partido en 1926 por
motivos políticos –comenta Laura Pariani, escritora
italiana autora de Quando Dio ballava il tango. Estaba
convencido de que el fascismo caería de un momento a otro
y de que su estadía en la Argentina, fruto de la
necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía
menos de un año cuando él partió. La idea de
mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue
así como, postergando cada año el regreso, mi
abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde
vivió sus últimos cuarenta años"
(10).
Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de
Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el
recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes,
cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi
hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino,
que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado
por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por
dar a luz a mi hermano, en la frontera
inglesa la dejaron pasar…" (11).
La emigración aparece como una alternativa que
otros italianos no aceptan, porque no pueden abandonar a sus
muertos. En su novela La
piel, Curzio
Malaparte dice que los difuntos "no pueden pagarse un billete
para América, son demasiado pobres. No sabrán
jamás lo que es la riqueza, la felicidad, la libertad. Han
vivido siempre en la esclavitud; han
sufrido siempre el hambre y el miedo. Incluso muertos
serán siempre esclavos, sufrirán hambre y miedo. Es
su destino, Jimmy. Si supieses que Cristo yace entre ellos, entre
estos pobres muertos, ¿Lo abandonarías?"
(12).
Vino de Italia –donde había emigrado
anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto
relata: "El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que
abandonar el país por razones políticas,
se mudó a Milán con toda la familia. Al poco
tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a
emigrar… Así llegaron a la Argentina" (13). Los
sirio-libaneses llegaron "dejando atrás los conflictos
producidos por la invasión del Imperio Otomano, para
radicarse en zonas inhóspitas del Noroeste, San Juan y la
Patagonia
fronteriza" (14).
Silke, "artista plástica multidisciplinaria,
reconocida internacionalmente", "Nació un día de
otoño del '43 en el Viejo Continente en plena guerra mundial.
Desde 1949 es residente argentina" (15).
El croata Miro Kovacic padeció la guerra en su
país de origen. Así recuerda el efecto de la
contienda en los espíritus: "Se descubren tantas cosas en
este otro mundo. El de los muertos vivientes. Descubrí que
el ser humano tiene una capacidad de sufrimiento sorprendente y
se adapta a las situaciones más difíciles. Es
más. En esos momentos en los cuales la vida no vale una
moneda (mucho menos que un cigarrillo), se dan situaciones en las
que se puede notar una clara certeza de la existencia del otro a
nuestro lado y un ‘darse’ a él que asombra a
quien se ha acostumbrado a ver el lobo del hombre comiendo al
contrario, o al mundo, y aún comiéndose a sí
mismo. Es notable ver cómo alguien puede pasar de un acto
de crueldad extrema a otro de la más sublime bondad en el
mismo día. Cada uno lleva dentro de sí
ángeles y monstruos. Esa es la lucha constante con la que
debemos cargar" (16).
Pedro Opeka, sacerdote en Madagascar, "tiene cincuenta y
cinco años y dos padres eslovenos que se establecieron en
Argentina tras huir de la Yugoslavia comunista de posguerra.
Junto a ellos y sus siete hermanos se crió en Ramos
Mejía, donde aún viven doña María y
don Luis" (17). También emigraron los eslovenos, entre
ellos, los padres de un periodista: "Alfonso Pipan y Tatiana
Svajgar, prófugos de su país natal terminada la
Segunda Guerra Mundial, llegaron como inmigrantes en 1948 a la
Argentina" (18).
A la vienesa Hedy Crilla, "el creciente antisemitismo
de los nazis en el poder las empujó, como a tantos, al
exilio: primero en París –donde vivió entre
1936 y 1940 y trabajó en teatro, radio y cine- y
luego en la Argentina" (19).
"En 1939, como tantos otros judíos perseguidos
por las hordas de Hitler, los Hurwitz se despidieron de su casa",
en Alemania
(20).
Fueron perseguidos los Flichman en su tierra, cuenta una
inmigrante afincada en Mendoza. En Rojos y blancos, Ucrania,
Rosalía de Flichman evoca el entorno en el que se
desarrolló su infancia. Las
persecuciones, la revolución, la guerra civil, las
violaciones y los asesinatos –a los que se suman las
inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía
debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos están en
la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los
hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las
niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios
continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como
somos despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos
reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir,
duele".
Más adelante manifestará una preferencia,
en su desgracia: "Quiero que vuelvan los rojos; cantan la
‘internacional’ y nos asustan, pero que vengan
pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados,
asesinos". Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su
país de origen por dos motivos: su condición de
judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la
amenaza constante a la que estaban sometidos, también
significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
que la madre se apoyó "en instituciones judías que
ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia", y el
hecho de ser pudientes les permitió una salvación
que a otros estuvo negada (21).
María Arcuschín recuerda, en De Ucrania a
Basavilbaso, los relatos familiares sobre la razón que los
llevó a emigrar. Los antepasados "Fueron casa por casa,
puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo
pogrom y la urgencia de partir hacia América en busca de
libertad y de paz" (22).
José Muchnik recuerda la tragedia de sus mayores:
"Argentina es el pulso de múltiples venas en un mismo
estuario…por eso somos todos argentinos… Ahí
anclaron , gallegos o andaluces, sicilianos o calabreses,
franceses del Béarn o del Aveyron, portugueses, japoneses,
libaneses, sirios, rusos, ucranianos, serbios, croatas…
judíos expulsados por los pogroms, armenios huyendo del
genocidio turco …paraguayos, bolivianos o
brasileros…acentuaron el sabor latino de esas
tierras…y hasta millares de coreaneos aportaron hace poco
su encanto oriental a esta odisea. Argentina…raíces
no sólo de tierra sino también de cielo. Mi
palabra, estas palabras, no artículos y adjetivos,
sí sangre y
silencios…mi padre dejó madre y hermano degollados
en un « shteitl » ukraniano antes de ser el
más criollo de los criollos con sus mates de madrugada en
la ferretería de Boedo, barrio de tango, barrio de mis
primeros amores…" (23).
"Nací en Córdoba, Argentina –relata
Perla Suez-, pero toda mi infancia transcurrió en
Basavilbaso, provincia de Entre Ríos, lugar próximo
a las tierras donde se radicaron mis abuelos cuando llegaron, a
finales del siglo XIX, con la primera corriente de inmigrantes
judíos que escaparon de la Rusia zarista" (24).
En Minsk, en 1941, a una adolescente y a sus padres les
advertían el peligro: "a Tínkele –relata
Manuela Fingueret- le asombra comprobar que gran parte de esos
jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en
hablar de las desgracias que sobrevendrán a los
judíos si no huyen a tiempo hacia Palestina o
América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino
que Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan
entre ambos y ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye
que los que están en contacto con el mundo exterior pueden
analizar mejor el futuro. Los padres de Leie también creen
que hay que emigrar, pero no les es fácil movilizarse con
una familia tan grande y sin dinero"
(25).
El pequeño protagonista de "Historia con tango y
misterio", de Oche Califa, pregunta por qué sus abuelos
emigraron de Rusia. El padre le contesta: "Por el ejército
del zar. Cada vez que aparecían por la aldea donde
vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en
alguna guerra en la otra punta del país" (26).
Emigraron, asimismo, los padres de Alejandra Pizarnik:
"Flora Pizarnik –nacida en Buenos Aires en 1936, apodada
Buma, convertida en Alejandra con la edición
de su segundo libro- hizo su elección definitiva por la
poesía. Flora (Buma en idish) era la segunda hija del
matrimonio
formado por los rusos Elías Pizarnik y Rosa Bromiker, que
en 1934 dejaron su Rovne natal (donde algunos años
despúes los nazis masacraron a sus familias), para
instalarse en los suburbios soleados de Avellaneda"
(27).
Max Gurovitz, su esposa Fany y su hijo David emigran de
Polonia, donde "Otra vez los gritos de ‘yid’
atronaban la calle. El viaje había sido inútil. Se
culpó por haberla dejado sola mientras él iba al
mercado.
Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si
no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra
había terminado pero no su odio por los judíos.
(…) el celo polaco podía dejar atrás a los
alemanes si de matar judíos se trataba. (…)
También de Polonia debían irse" (28).
Alejandro Kokocinski, "hijo de un polaco y una rusa,
nació en Italia pero creció en la Argentina. (…)
Recién a los 21 años Alejandro Kokocinski
consiguió una nacionalidad,
la argentina. Hasta entonces era un apátrida. ‘Yo
tengo una gran pasión por la Argentina, me considero muy
argentino –aclara-. Recién me dieron la doble
ciudadanía italiana de grande, porque como
aquí rige la ley de sangre yo
no tenía una patria. Mis padres eran dos refugiados
corridos por la guerra, un polaco y una judía rusa’.
(…) Los dos tuvieron la gran fortuna de que descarrilara el
tren que los llevaba al campo de exterminio nazi de Treblinka
‘porque si no yo no estaría aquí’.
Huyeron entre mil peripecias, estuvieron un año escondidos
y llegaron a un campo de refugiados en Italia. (…) ‘En
ese contexto dramático yo vine al mundo en 1948’.
(…) Papá Kokocinski organizó con otros soldados
la liberación de su pareja. Escaparon todos. Llegaron a
Génova y se escondieron. Querían ir a la Argentina.
‘El cónsul se apiadó y los dio un
salvoconducto’. Una carreta del mar los trajo a Buenos
Aires" (29).
Alberto Mazor imagina la carta que le
hubiera escrito, desde Treblinka, el abuelo al que no
conoció. El zeide hubiera manifestado: "Es triste pensar
que voy a ser asesinado a sangre fría, es por eso que
prefiero no aceptarlo y vivir en función
del desentendimiento. Lamentablemente voy a morir, como tus
abuelas, tus tíos o tus primos recién nacidos, y
voy a poner cara de sorpresa en el momento justo de dejar esta
envenenada tierra" (30).
Con el título …Y elegirás la vida, "un
libro de la periodista Adriana Schettini cuenta diez historias de
sobrevivientes de la Shoah con quienes convivió dos
años y medio, inmersa en la cotidianeidad de sus biografías. (…) Y
vio en ellos ‘la encarnación del mandato
bíblico: … Y elegirás la vida’ (…) En los
párrafos que siguen (31), apenas una parte de las
historias que integran el libro".
"En abril de 1943, José Rajchenberg estaba junto
a los jóvenes que enfrentaron el poderío nazi con
una cuantas botellas de gasolina, unas cuantas botellas de
gasolina y una entereza arrolladora. ‘Los judíos,
antes de tomar vino u otro alcohol, dicen
Lejaim. ¿Qué significa Lejaim? Por la vida; para
vivir, siempre. Después de tantas matanzas contra los
judíos, después de tanta Inquisición y tanto
pogrom, después de este tremendo Holocausto,
aún se dice Lejaim. Así es la vida: fuerte, muy
fuerte’ ".
"Auschwitz, 24 de junio de 1943. Es la hora del
crepúsculo. El tren se detiene (…), dos mil
cuatrocientos judíos son empujados fuera de los vagones
(…). Salomón Feldberg se aferra a la mano de su madre.
La memoria de
las razzias le dice que en segundos perderá ese contacto
protector. Pero nadie le avisa que será para siempre.
‘Yo estaba derrotado; era un esqueleto; no servía
para nada y, sin embargo, ellos me asignaron un trabajo horrible:
juntar cadáveres. (…) Pero, a pesar de todo, yo siempre
tenía una chispita de esperanza. (…) Ninguno de los que
pasamos por los campos sabemos por qué sobrevivimos, pero
todos sabemos que queríamos vivir. (…) Morir no es un
acto heroico. El heroísmo es luchar por conservar la
vida’ ".
Relata Isak Lempert: "Pasamos Iom Kipur en
prisión. Mi papá dijo las oraciones que pudo
recordar de memoria y
ayunó. Sí, yo vi a mi papá ayunando en la
prisión de Czernovits porque era el Día del
Perdón".
"A veces pienso cómo fue que después de la
guerra tuvimos ganas de seguir viviendo, de pensar en ropa nueva
o en ir al cine – manifiesta Elizabeth Szatmari de
Marchak-. La vida sigue; la vida es muy fuerte. No sé
explicar cómo ocurre, pero llega un bendito día en
que uno vuelve a interesarse en una receta de cocina".
Dice Moniek Taub: " ‘Es que a mí me gusta
tanto cantar…’ Si alguien le hubiera dicho en Auschwitz
que iba a sobrevivir y que además iba a tener fuerzas para
cantar, seguramente no le habría creído,
¿verdad? ‘En Auschwitz… ¿cómo iba
uno a poder pensar algo así en Auschwitz, si estaba al
lado del crematorio y veía que todo el tiempo entraba
gente y salía humo?’ ".
Moisés Borowicz recuerda: "Tuve muchos
compañeros de colegio y de juegos que no
eran judíos, como supongo tienen todos los chicos
judíos en cualquier parte del mundo. Pero cuando Hitler
subió al poder en Alemania, en Polonia surgió un
enorme antisemitismo (…) No me puedo olvidar lo que me dijo un
grupito de compañeros: ‘Cuando venga Hitler, los
vamos a pasar por la máquina de picar carne y de ustedes
vamos a hacer albóndigas’ ".
"Llegamos a Majdanek en abril de 1943 –relata
Stella Knyszynska de Feigin-. Nos hicieron sacar toda la ropa.
Eramos chicas jóvenes y teníamos pudor… Nos
llevaron a los baños donde estaban las duchas (…)
Estábamos vigiladas por kapos alemanes. Hasta el
día de hoy me esfuerzo por no agobiar a los otros con mis
penas. Creo que, por más que la gente te quiera, si sos
intolerante, jodida y quejosa, a la larga no te pueden aguantar y
te van dejando sola. Y a mí me gusta estar junto a los
otros. (…) Tengo muchos problemas y
llevo una enorme tristeza adentro, pero no soy una
resentida".
" ‘Yo te quiero contar -dijo Sarita (Chakim de
Rosenberg)-. Yo quiero que se sepa’. Supuse que
aludía a los crímenes cometidos por Hitler, pero me
equivoqué: ‘Yo quiero que se sepa que sé
hablar idish y hebreo gracias a la escuela del
ghetto –precisó-. Hay que contar que en el ghetto se
había organizado un coro, y que cantábamos.
Sí, en el ghetto de Vilna cantábamos y
estudiábamos; a pesar de los nazis. Y de esto no habla
nadie’ ".
"Es increíble –afirma Julio Pitluk-:: entre
tantos habitantes y con semejantes sufrimientos, casi no hubo
suicidios (en el ghetto de Bialystok). La gente tenía la
ambición de salvarse. La inmensa mayoría se
aferraba a cualquier esperanza, por mínima que fuera, con
tal de seguir vivo".
Sostiene Regina Kenigstein de Hubel: "Una vez por mes
habría que hacer una lección para todos los
jóvenes. Tienen que saber lo que fue Auschwitz, querida.
Tienen que saberlo, para que nunca más le hagan a nadie lo
que a nosotros nos hicieron ahí. (…) Hay que trabajar
para que nunca nadie venga con ideas como las de Hitler, y la
gente lo siga."
También escrito por Schettini, leemos "Un
testimonio para la memoria Los últimos días de
Auschwitz" (32), en el que entrevista a
otra sobreviviente, quien le dice: "-Por favor, junto a mi nombre
y apellido ponga mi número de prisionera en Auschwitz. Yo
siempre firmo así, porque esa marca me la han
tatuado en el brazo y en el alma. Ella es
Mira Kniaziew de Stupnik, A 15538. A los 76 años, vive en
el barrio porteño de Villa del Parque. Es viuda, tiene una
hija, Eva, y dos nietos: "Ellos me dan la fuerza para
vivir", explica. El 1° de septiembre de 1939, cuando
estalló la Segunda Guerra Mundial, tenía once
años, y Adolf Hitler la
condenó a muerte por ser lo que es: judía.
Pasó la adolescencia
en Auschwitz, el pozo más negro de la historia de la
humanidad".
"Se conmemoran los 60 años de la
liberación de Auschwitz –escribe Enrique Valiente
Noailles-. Y una de las definiciones que más impresionan
es aquella de la sobreviviente Eugenia Unger: ‘Gente que no
estuvo en Auschwitz nunca podrá entrar. Gente que estuvo
ahí nunca podrá salir’. Por poco que uno se
detenga en esta expresión, por poco que uno la habite, es
posible advertir que la angustia que encierra es casi insondable"
(33).
La historia que nunca les conté – El Libro de
Gisela (Polonia 1943-1944), fue escrito por Mariano Fiszman y
Roberto Raschella. "El protagonista de este relato –afirma
Rubén Chababo- es Gisela Gleis, una joven judía de
nacionalidad
polaca, habitante de Stanislawow, un pequeño poblado,
quien durante los años de la ocupación alemana se
refugia junto a una treintena de personas de su pueblo natal en
un sótano. Durante casi dos años, esperando el fin
de la guerra y el cese de la ocupación, este grupo resiste
la más absoluta de las adversidades. La posibilidad de ese
refugio les es brindada por un hombre, vecino del lugar, de
religión
católica, llamado Staszek, quien ante la evidencia de la
deportación y el asesinato masivo de miles de
judíos llevada adelante por la Gestapo, decide arriesgar
su vida para que ese puñado de perseguidos se salve de una
muerte segura. Una vez terminada la guerra Gisela Gleis emigra a
la Argentina junto a su marido Max, también habitante del
sótano, y es en nuestro país donde viven y mueren
ya ancianos, él en 1990 y ella en 2001. Los escritores
Roberto Raschella y Mariano Fiszman fueron tras la voz de Gisela
y durante tres años la entrevistaron en su casa del barrio
de Flores, tratando de obtener la mayor información posible para que esta historia
no fuera olvidada" (34).
En "Tres balcones", Silvia Plager se refiere a "La
Gringa de enfrente", que "usaba zapatos de hombre porque durante
la guerra se le congelaron los pies y tuvieron que amputarle
cuatro dedos, y llamaba a sus hijos a los gritos porque la voz se
le había vuelto loca" (35).
Para proteger a su hija de lo que vendría es que
una madre judía quiere que la niña deje Europa.
Cumpliendo la última voluntad de su esposa, el belga Divas
se traslada con su hija a Ensenada "a finales de los treinta". La
moribunda había dicho: "ma fille doit arriver en
Amérique avant que mon cadavre refroidisse" (36). Esta es
la historia que relata Gabriel Báñez en Virgen,
novela finalista en el Premio Planeta 1997.
Entrevistado por Mario Diament, dice Máximo
Yagupsky: "¿Cómo han venido aquí nuestros
judíos? Escapando, prácticamente, de pogroms. Los
que han venido a la Argentina, sobre todo. No los movía,
como a los italianos, el buscar una vida más confortable o
huir de la miseria. Allá los judíos eran pobres,
pero estaban acostumbrados a la pobreza.
Amaban la vida en el ghetto porque significaba la vida en
común, en la gran familia, a tal extremo que mi abuela
murió a los noventa y tantos años y hablando de su
país de origen decía siempre ‘allí, en
mi casa’. A pesar de que vivían en la miseria, era
su hogar" (37).
"El país de Gales, viendo comprometido su
antiquísimo patrimonio
cultural ante la presión
ejercida por Inglaterra,
decidió responder a la política inmigratoria
propuesta por la República Argentina. Así fue como
algunos eligieron a la Patagonia cuya condición
deshabitada alentó sus ideales" (38).
La Guerra Civil fue el motivo para que muchos
españoles emigraran, entre ellos, el gallego Arturo
Cuadrado Moure, pasajero del Massilia, quien recuerda ese trance:
"En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda
traición en donde los hombres tuvieron que matar a los
hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres
años y donde han muerto casi dos millones de
españoles. Nosotros, el ejército republicano, que
dominábamos Madrid,
Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos
la canción y teníamos a América"
(39).
Durante la contienda, "los dirigentes del PNV (Partido
Nacionalista Vasco) se refugiaron en las colonias vascas de
América
latina y buscaron el respaldo logístico y
económico de Estados Unidos y
Gran Bretaña. En nuestro país se produjo una
movilización de la comunidad para
favorecer la radicación de los fugitivos vascos, tanto de
los que procuraban salir de España
como de los que se habían establecido
momentáneamente en Francia antes
de que fuera ocupada por el ejército nazi. El presidente
Roberto Ortiz, un descendiente de vascos, reconoció ya en
1940 a un comité de personalidades argentinas y
españolas como intermediario para la rápida entrada
de los que emigraban de Europa, con la garantía de que no
tuvieran antecedentes comunistas" (40).
Irene L. de Vicuña se refiere a la
emigración de Nikomedes Iguain Azurza, a quien tuve el
gusto de conocer en la década del 90: "Hijo del
músico Pedro J. Iguain y de Natalia Azurza, parte en el
año 1952 a la Argentina, donde se reencuentra con sus
padres y sus siete hermanos, quienes dos años antes
habían arribado al país sudamericano buscando
guarecerse del régimen franquista" (41).
Emigró la española María Luisa
Robledo, casada con el argentino Aleandro, hijo de italianos.
Recuerda la actriz Norma Aleandro: "Estaban en la
compañía de De Rosas en
España, se conocieron, se enamoraron. Tuvieron a mi
hermana y con la guerra se vinieron para acá. Con mi
abuela, la madre de mi madre, de manera que yo nací en
Buenos Aires" (42).
El humorista Quino es "nieto de una comunista militante
e hijo de republicanos exiliados". Acerca de sus mayores,
expresó: "Mi abuela era una militante que vendía
los bonos del
partido. Mi padre no quería que lo hiciera. Y se armaban
unas trifulcas terribles en mi casa. Cuando era niño,
escuchaba radios de Moscú y de Pekín. Pero
también admiraba a Bing Crosby y estaba enamorado de
Mirtha Legrand. Yo tenía diez años"
(43).
Manuel García Ferré nació en
Almería en 1929. "Llegó a nuestro país a los
17 años, dejando atrás los sinsabores de la Guerra
Civil en su España natal" (44).
El guitarrista murciano Manolo Iglesias, en una
entrevista, contó: "Primero vino mi padre solo a buscar
trabajo en 1948, como inmigrante, escapado de la guerra civil en
España. Al año siguiente vinimos mi madre y yo. Yo
contaba sólo con dos años de edad cuando llegamos.
(…) yo me crié aquí, llegué desde muy
chico, tengo mi casa, mi familia, mi padre murió
aquí, vivo con mi madre" (45).
Llegaban sefaradíes. En su libro La cita en
Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí, Vittorio
Alhadeff, "oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar ante el
lector diversos episodios del dominio turco y
de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda
verdad de las guerras da paso a la crueldad del fascismo y del
nazismo para
cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires,
donde se refugian los últimos miembros de una familia que
creyó en el trabajo y
en el progreso" (46).
De Esmirna viene otros sefaradíes, aterrorizados
por las matanzas de griegos y armenios: "Masaltó
sabía que la situación en Izmir no les
ofrecería paz por mucho tiempo, que su dolor por la
pérdida de Antoinette y toda esa familia armenia, le
dolía por las familias armenias deportadas de Izmir, esa
herida no cerraría con facilidad" (47).
"Acerca de las causas de la emigración, los
armenios de la Argentina consideran que la misma fue forzada, a
partir de las persecuciones políticas en el Imperio
Otomano, antes de la Primera Guerra (matanzas de Adana, 1909) y
durante ella (Genocidio de 1915)" (48).
En "A los que se encuentran en un pozo" (49), Gustavo
Bedrossian homenajea a su abuelo: "esta es una historia real,
crudamente real, maravillosamente real. La situación es la
siguiente: el protagonista es un adolescente que ha perdido a su
familia. Hace minutos vio cómo delante de sus narices
mataron a parte de su familia a palazos. A él mismo luego
de golpearlo lo arrojan a un pozo donde tiran los
cadáveres de los que golpean y matan pensando que
está muerto. Pero él no está muerto…
Siguen matando gente y tirándola encima de este muchacho.
Sangre, gritos, el propio dolor, el pánico.
Un pozo… un pozo donde sólo se respira muerte.
¿Qué expectativas podemos tener de este muchacho?
Quizá el más optimista puede suponer que sobreviva
y termine con algún tipo de enfermedad mental.
¿Sabés cómo siguió la historia? Este
chico, de nacionalidad armenia, que simuló estar muerto,
por la noche, cuando se fueron los turcos, pudiendo sacarse
algunos cuerpos de encima, logró escapar con otros
muchachos más. Un detalle para agregar: un hermano suyo
que sobrevivió prefirió quedarse en el pozo para
estar con una mujer que
suponía era su madre. Ese muchacho se llamó Agop
Bedrossian. Fue mi abuelo".
Décadas después llegarían
más japoneses (50), a sumarse a la colectividad que ya
estaba instalada aquí en tiempos del Centenario
(51).
En Flores de un solo día (52), Anna Kazumi Stahl
relata la historia de "Aimée y su madre, Hanako. La madre
" desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se
debía a que, japonesa de origen y nacida en 1937,
había visto la Segunda Guerra Mundial hacer su tremenda
carrera y terminar en derrota antes de cumplir los nueve
años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a
causa de una enfermedad infantil había quedado sin habla,
con daños en el centro del habla del cerebro, y no
podía entender las explicaciones que le daban la empleada
doméstica y el coronel mismo, su padre".
Con Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina (53),
Maximiliano Matayoshi ganó el Premio Primera Novela
UNAM-Alfaguara. En esa obra, relata un adolescente, poco antes de
dejar Okinawa: "Quiero que vayamos todos juntos, dije.
Mamá me miró y me tomó de las manos. No
podemos ir todos, no tenemos el dinero,
además Yumie es chica para viajar y yo debo quedarme a
cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera
sería diferente, dijo".
Notas
1 Díaz, Leopoldo: "Tierra prometida", en Cantan
los pueblos americanos. Selección
de Germán Berdiales; ilustraciones de David Cohen. Buenos
Aires, Ediciones Peuser, 1957.
2 Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
Aires, Vinciguerra, 1996.
3 Poletti, Syria: "Agua en la boca", en Taller de
imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
4 De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en
El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
5 Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación
Revista, 12 de
julio de 1978.
6 Ingberg, Pablo: "El amor a los
vencidos", en La Nación,
Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
7 Criscuolo, Eduardo: "Un habitante ‘gris’
de Coghlan: Julián Centeya", en El Barrio Periódico
de Noticias,
Buenos Aires, diciembre de 2003.
8 Barbiero, Daniel: "Confieso que he vivido", en El
Barrio Periódico de Noticias, Año 5, N° 50,
Mayo de 2003.
9 Artola, Daniel: "EL ESCULTOR BLAS GURRIERI SE DEFIENDE
DE LOS DICTADOS DEL MERCADO ‘El arte es sagrado’ ",
en El Barrio Periódico de Noticias, Diciembre de
2005.
10 Patat, Alejandro: "El país de los
sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de
abril de 2002.
11 Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La
Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
12 Malaparte, Curzio: La piel. 1949.
13 Aubele, Luis: "A boca de jarro", en La Nación,
23 de junio de 2002.
14 S/F: "Viaje a la tierra de uno", en Clarín,
Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
15 S/F: en www.silke.com.ar.
16 Anzorreguy, Chuny: El ángel del
Capitán. Biografía del
Capitán Croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor,
1996.
17 Savoia, Claudio: "Un milagro argentino en Africa", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 3 de agosto de 2003.
18 S/F: "Una vida dedicada a los ferrocarriles", en El
Barrio Periódico de Noticias, Buenos Aires, Noviembre de
2003.
19 Saavedra, Guillermo: "Vida en escena", en La
Nación, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
20 Savoia, Claudio: "El equipaje de los sueños",
en Clarín Viva, 14 de enero de 2000.
21 Flichman, Rosalía de: Rojos y blancos,
Ucrania. Buenos Aires, Per Abbat, 1987.
22 Arcuschín, María: De Ucrania a
Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar. 1986.
23 Muchnik, José: "Somos todos argentinos", en El
Damero. www.icarodigital.com.ar.
24 Suez, Perla: "Relato de Vida", en
www.perlasuez.com.ar.
25 Fingueret, Manuela: Hija del silencio. Buenos Aires,
Planeta, 1999. 218 pp.
26 Califa, Oche: "Historia con tango y misterio", en Un
bandoneón vivo, Buenos Aires, Sudamericana,
2002.
27 Amuchástegui, Irene: "Poeta del insomnio", en
Clarín Viva, Buenos Aires, 14 de diciembre de
2003.
28 Goldberg, Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos
Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1985.
29 Algañaraz, Julio: "Pintor y aventurero", en
Clarín Revista, Buenos Aires, 8 de junio de
2003.
30 Mazor, Alberto: Sobre encuentros y despedidas. Buenos
Aires, Milá, 2006. 88 pp. (Imaginaria)
31 S/F: "… Y elegirás la vida". Foto: Daniel
Pessah. En La Nación Revista, Buenos Aires, 27 de marzo de
2005.
32 Schettini, Adriana: "Un testimonio para la memoria.
Los últimos días de Auschwitz", en La
Nación, Buenos Aires, 23 de enero de 2005.
33 Valiente Noailles, Enrique: "Auschwitz aún no
fue liberado", en La Nación, Buenos Aires, 30 de enero de
2005.
34 Chababo, Rubén: "La dimensión
única del milagro de una vida", en La Capital,
Rosario, 14 de agosto de 2005.
35 Plager, Slvia: "Tres balcones", en el gRillo, N°
46, Marzo-Abril de 2007.
36 Báñez, Gabriel: Virgen. Barcelona,
Sudamericana, 1998.
37 Diament, Mario: Conversaciones con un judío.
Buenos Aires, Fraterna, 1986.
38 S/F: Hotel Gwesty Tywi, Gaiman, Patagonia –
Hostería Galesa – Welsh Colonial
B&B.htm
39 S/F: "Esa magnífica legión de viejos",
en Revista Mayores, Año II, N° 11, 1994.
40 García Lupo, Rogelio: "Los espías
vascos que operaron en la Argentina", en Clarín, Buenos
Aires, 19 de enero de 2003.
41 Vicuña, Irene L. "Necrológica", en
www.euskalkultura.com, 3 de marzo de 2005.
42 Mactas, Mario: "Norma Aleandro. Estados del
corazón", en La Nación Revista, Buenos Aires, 8 de
diciembre de 2002.
43 Reinoso, Susana: "Quino: ‘ Los adultos
están arruinando a los chicos’ ", en La
Nación, Buenos Aires, 7 de diciembre de 2003.
44 Varios autores: Enciclopedia visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002.
45 S/F: "Manolo Yglesias", en Contratiempo 1°
Magazine del Flamenco y la Danza
Española. Año 1 N° 6. Buenos Aires, Mayo de
1998.
46 Malinow, Inés: "Testimonio familiar", en La
Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1998.
47 León, Luis: "Historias de Izmir. Los
finiricos", en SEFARaires, N° 3, Julio de 2002.
48 Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los armenios
en Buenos Aires La reconstrucción de la identidad
(1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
49 Bedrossian, Gustavo: "A los que se encuentran en un
pozo", en www.psicorecursos.com.ar.
50 Castrillón, Ernesto G. y Casabal, Luis:
"Japoneses en la Argentina. Recuerdos de la guerra", en La
Nación Revista, 27 de septiembre de 1998.
51 Fainsod, Jéssica: "La infancia de la ciudad",
en Clarín Viva, Buenos Aires, 4 de abril de
1999.
52 Kazumi Stahl, Anna: Flores de un solo día.
Buenos Aires, Seix Barral, 2002.
53 Matayoshi, Maximiliano: Gaijin. Buenos Aires,
Alfaguara, 2002.
En la Argentina
Nélida Boulgourdjian-Toufeksian destaca la labor
de la prensa argentina, con respecto a la comunidad armenia:
"Mientras el Genocidio armenio tuvo lugar en Turquía,
numerosos escritos (testimonios de testigos oculares, informes de
funcionarios de potencias europeas) salían a la luz para
dar cuenta de un crimen que habría de constituirse en el
antecedente de otros que sembraron de horror el siglo. La prensa
europea y la americana plasmaron en sus páginas las
noticias de hechos y situaciones patéticas que superaban
con creces lo que el simple lector podía imaginar como
posible. La prensa argentina no fue ajena a ello ya que desde el
siglo XIX las matanzas de los armenios en el Imperio otomano de
1894-1896 fueron ampliamente documentadas, poniendo de manifiesto
desde entonces la preocupación y la sensibilidad de los
argentinos frente a hechos aberrantes que afectaron a un pueblo
del cual poco o nada sabían. La frecuencia y el caudal de
la información –noticias del día, editoriales
y notas de fondo- así lo demuestran" (1).
Durante la primera guerra
mundial, en Mendoza, "En San Rafael, que contaba con una
colectividad italiana bastante representativa, se produjeron
escenas de verdadero patriotismo. Especialmente los italianos de
la alta Italia, oriundos de zonas fronterizas, salieron a la
calle portando banderas de su país y realizaron desfiles
en los que iban cantando viejas canciones guerreras. (…) El
gobierno de
Italia lanzó una proclama solicitando la inmediata
incorporación de todos aquellos compatriotas que quisieran
presentarse como voluntarios, quienes deberían regresar a
su país cuanto antes. Muchos fueron los que lo hicieron,
sobre todo aquellos que ostentaban un grado importante como
reservas del ejército italiano" (2).
Los avatares de las contiendas se vivían con gran
tristeza Lo recuerda María Trepicchio de Danna, a los 101
años: "Ah, la Primera Guerra se sufrió mucho porque
todos los inmigrantes tenían a sus familiares en Europa".
La ayuda a los damnificados no se hizo esperar: "Con el
Círculo de Damas Francesas tejí para los soldados
partidarios de De Gaulle". Cuando la guerra llega a su fin,
también en la Argentina festejan: "la paz se
celebró con locura, en casa entonamos La Marsellesa aquel
día, con la bandera desplegada en el living"
(3).
Las privaciones pasadas en el país de origen
durante la guerra marcan a quienes emigraron. Una calabresa,
llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a
aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva
tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema:
"mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo
bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte
no conocen lo que es la guerra, el hambre…’ "
(4).
En un poema de Marcos Silber se evoca la amargura de los
que, en la nueva tierra, sabían que los suyos eran
víctimas de la persecución. Desde la Argentina,
quienes emigraron observan impotentes el genocidio. La angustia y
la desolación son presentadas por medio de imágenes
de los adultos, a los que un niño comprende desde su
infinita sabiduría: "Mamá llorándole toda la
cabeza al pequeño. Regándole/ el sueño, todo
el juego.
Mamá que regresa con papeles./ Cartas, papeles
de adiós y tormento. Avisos de nuevos/ silencios. 1940"
(5).
A un suceso de la infancia de Marcos
Aguinis, se refiere Jorge Fernández Díaz: "El
pibe tenía siete años y estaba parado junto a la
puerta del dormitorio de sus padres escuchando exclamaciones y
ruidos sordos. Había llegado por correo una carta desde
Europa, y aquellos dos inmigrantes taciturnos se habían
encerrado bajo llave a leerla en secreto. El hijo no
entendía, en ese momento, por qué lo habían
dejado afuera, donde permanecía con el aliento contenido.
En esa vigilia y en ese desconcierto estaba cuando el padre
salió despacio, doblado por el dolor, y entonces el hijo
lo vio llorar por primera vez en toda su vida. La carta narraba
sin eufemismos la suerte que habían corrido su abuelo y
las dos tías que Marcos jamás llegaría a
conocer, en la lejana República de Moldavia, donde los
nazis arreaban judíos para hacinarlos en los campos de
concentración o asesinarlos en los hornos de exterminio"
(6).
Un episodio igualmente aciago relata Mito Sela en
Babilonia chica: "Un día papá se encerró en
su dormitorio ‘¿Por qué?’, le
pregunté a mamá., ‘La carta de
Palestina’, me respondió. La carta informaba a mi
padre lo acontecido con su familia en los campos de exterminio en
Europa. Pocos quedaron con vida. Mi madre y yo nos sentamos
afuera y dejamos a papá llorar. Cuando salió,
aún con lágrimas en los ojos, nos abrazó. Y
yo sentí su cuerpo envejecido. Quise consolarlo, pero no
pude. Quise llorar, pero no pude. Quise gritar, pero no pude.
Nunca más lo vi llorar" (7).
Norma Manzur afirma: "Aunque en ese entonces lo
ignoré, fueron años de mucho dolor y tristeza en
nuestra familia. Las cosas importantes, serias y sobre todo la
tristes se hablaban en idish, idioma que nunca aprendí. La
guerra en Europa mataba a los judíos y los padres,
hermanos y otros parientes de mamá y papá no
escaparon a ese destino. Sólo después que Gerardo
viajó a Polonia al 50 aniversario del Levantamiento del
Ghetto de Varsovia, supe que mis abuelos maternos murieron en el
campo de concentración de Treblinka. Qué
pasó con el resto de la familia, mi abuela paterna y mis
dos tías y otros parientes cuyo registro nunca
tuve, no lo sé" (8).
"La shoá, el hecho traumático primigenio,
es nuestro contexto presente desde el comienzo de nuestra vida
-señala Diana Wang-. Lo hemos incorporado con la primera
inhalación de aire, con
el lenguaje
corporal de los silencios, los vacíos, los llantos, los
temores, las angustias, las prevenciones, los arrebatos, climas
para o pre verbales preñados de pesos y signos
amenazantes y oscuros. Más tarde, cuando las hubo,
llegaron las palabras" (9).
Escribe Mauricio Goldberg que en una familia de
inmigrantes judíos, "para el sábado era reservada
esa única posibilidad en la semana de encontrarse todos
alrededor de la mesa compartiendo la comida. Cualquier intento
por modificar esa costumbre hallaba la cerrada oposición
del padre y sus recuerdos que flotaban durante los almuerzos en
la casa del abuelo. Ese abuelo que Mario no había conocido
a resultas de la guerra, la misma que de una u otra forma se las
arreglaba para hacerse presente entre ellos" (10).
Mónica Sifrim escribe: "No señor. En mis
antepasados no hay diabéticos, hipertensos,/
cardíacos ¿Cómo explicarle? De cada diez
antepasados míos,/ uno moría en las revoluciones,
otro en las cámaras de gas/ y cuatro o
cinco de melancolía" (11).
Los inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un
cuento de Sebastián Jorgi, un hombre dice a su mujer: "A
la semana de vivir juntos, mamá Freda se largaba a llorar
todas las noches en la habitación contigua. Vos me
explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir
sola porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis
la llevarán a la casona del fondo del campo"
(12).
Los padres de Daniel Goldman, "ambos polacos, fueron
sobrevivientes del Holocausto. Su padre fue un partisano
(guerrilla que luchaba contra el nazismo en la Segunda Guerra
Mundial) y su madre vivió tres años en un
sótano después de escapar de un gueto. Se
conocieron en Polonia y en 1948 emigraron juntos a un país
que parecía sinónimo de una nueva vida. Pero en las
valijas se trajeron todo el miedo, el espanto ante cualquier
autoritarismo y un sentido profundo de que la vida es un tesoro a
resguardar. Así es que en el hogar de los Goldman casi no
se dormía: por las noches su madre visitaba los cuartos
para asegurarse de que él y su hermana estuvieran bien, y
a las 4 de la mañana todos estaban desayunando. De
día, las pesadillas se contrarrestaban con una educación amiga del
idealismo"
(13).
En Kadish para el hombre de
la valija, última novela de Goldberg, uno de los
personajes se refiere a la reparación que otorga el
gobierno alemán: "Shloime y don Simón fueron socios
en la venta de ropa y
telas bastante tiempo. Parece que Shloime, aunque no estuvo en
ningún campo de concentración, empezó los
trámites ante la embajada alemana a través de un
abogado. Pretendía una compensación por los
familiares que perdió y porque en Polonia tenía
casa, un negocio de los padres y no sé qué
más. Don Simón nunca quiso hacer eso porque
decía que era plata manchada con sangre… (…) Shloime
consiguió un cheque de los
alemanes para él y otro para la esposa. Reciben esa plata
todos los meses desde hace tres años. Fue durante esa
época que le propuso a Simón empezar nuevos
negocios y
fabricar percalinas con otro conocido. Glezer no quiso y entonces
se separaron. Shloime igual le insistió para que hiciera
el trámite de la reparación porque aunque fuera
plata treif (impura) era mejor que no la usaran los alemanes y
sí que les sirviera a ellos" (14).
Acerca del Deutscher Klub, o Club Alemán de
Buenos Aires, afirma Willy G. Bouillon: "Los dos conflictos
bélicos mundiales del siglo XX fueron de efecto muy
negativo para el DK. Durante el primero de ellos, el hundimiento
de un buque argentino fue atribuido al ataque de un submarino
alemán. La entidad sufrió un atentado y
debió permanecer cerrada varios años, hasta 1921.
En el segundo, la alineación argentina en contra del Eje
provocó que se le retirara la personería
jurídica y se confiscó la sede. En el 51 se dio
marcha atrás con lo primero, pero no se restituyó
el edificio social. Hubo entonces un nuevo traslado, esta vez a
un petit hotel, en Arroyo 1034" (15).
En su novela Hotel Edén, escribe Luis
Gusmán: "En el frente del edificio, el águila
imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del
45 Argentina declaró la guerra a Alemania. Seguramente
todo el pueblo asistió a la demolición del
águila, símbolo de un poder que se extinguía
en el mundo. Posiblemente también ese mismo día
destruyeron la antena de onda corta que estaba en la torre y
permitía que se comunicaran clandestinamente con Alemania.
(…) Observó el hueco que el águila había
dejado y después localizó la fecha borrosa de la
fundación del Edén. De inmediato vino a su mente el
nombre de los primeros propietarios sobre los que caía,
desde tiempos remotos, una leyenda negra" (16).
Un personaje de La matriz del
infierno, de Marcos Aguinis, explica a sus discípulos:
"-En las grandes ciudades -senaló Cordoba, Rosario, Buenos
Aires-, la conciencia
nacional tambien flaquea entre quienes provienen del Reich
propiamente dicho. Les voy a contar algo muy triste: durante la
guerra muchas firmas argentinas que simpatizaban con Francia y
Gran Bretana despidieron a los empleados alemanes, y esos pobres
desocupados, esos desocupados sin esperanza, comenzaron a ocultar
su origen, a detestar su origen mal visto para conseguir un nuevo
empleo. La
desesperacion los transformo en alemanes vergonzantes.
¿Imaginan cuánto deberemos luchar para
recuperarlos? Pero lo mas agobiante es que, escúchenme
bien, es que … ¡firmas alemanas!, ¿debo repetir?,
firmas alemanas cobardes tambien despidieron a sus empleados
alemanes para contratar criollos o inmigrantes de otros paises
-sus ojos se humedecieron-. ¿Por qué? muy simple y
muy asqueroso: para congraciarse con la opinion dominante, que
estaba en contra de nuestro querido Reich. (…) -Y no
sólo esto -agregó-. De una manera disimulada esas
mismas firmas, poderosas y traidoras, comerciaron con los
enemigos del Reich. ¡Lo denuncio indignado! ¡Sobran
las pruebas!
-descargó tres puñetazos-. ¡Lo hicieron a
costa de nuestros cadaveres y de nuestra derrota! (…) -Aqui no
termina la tragedia -atusó el bigote, decidido a meter mas
brasas en los indignados jovenes-.
Mientras los bastardos amasaban dinero, nuestras colonias de
germano-hablantes colapsaban; se fundieron cientos de
agricultores y millares de compatriotas quedaron sin pan ni
trabajo. Se convirtieron en clochards, como dicen los franceses,
o en atorrantes y linyeras, como se dice con más propiedad en
la Argentina" (17).
Rodolfo Modern, hijo de alemanes, escribió el
poema "Holocausto", en el que dice: "Dios no está sordo,
percibe el grito/ de cada brizna pisoteada./ Pero su boca
enmudeció./ Pupila que no registra ya, que no compara./
Una lágrima muy roja/ cae sobre una montaña de
cenizas" (18).
Señala Luis León: "El holocausto que
impactó de lleno en todas las comunidades
ashkenazíes de Europa, golpeó también a los
sefaradíes de Grecia y los
Balcanes. Por eso las noticias de los antecedentes que
concluyeron con la declaración de la independencia
del Estado de Israel,
movilizó a los djidiós en igual magnitud que a las
otras comunidades judías de Buenos Aires. Un gran acto en
el cine Villa Crespo de Corrientes al 5500, reunió a
centenares d personas, aunque el acto central fue organizado en
el estadio Luna Park.. En esa ocasión, un número
importante de djidiós de Villa Crespo concurrieron al acto
en bañaderas, desde las que exteriorizaba su entusiasmo.
Desde temprano, se formó una columna en que se destacaban
los jóvenes, reunidos alrededor del mástil que en
esa época se alzaba en el encuentro de las avenidas
Corrientes y Canning, recuerda ‘L’. ‘Desde el
balcón del quinto piso de uno de los escasos edificios de
altura de esa época, mi abuela, gritaba alentando a la
muchedumbre sin reflexionar si era o no escuchada por ellos. Yo
que tenía seis años, iba y venía sobre mi
triciclo haciendo sonar el timbre del manubrio, por simple
entusiasmo de ver a mi abuela en esa actitud.
Cuando la columna fue numerosa y comenzó a marchar hacia
el centro, ella corrió hacia el ropero, extrajo una gran
bolsa de confites de almendra y los arrojó hacia abajo a
la gente, fina y cara costumbre que reservaba exclusivamente para
los grandes acontecimientos, especialmente los nacimientos’
" (19).
Afirma Carlos Szwarcer: "Pasaron los años y el
Café
lzmir se consolidó como referente de la colectividad. La
Segunda Guerra Mundial agitaba los ánimos de sus
habitués y sus paredes pintadas con arabescos
—dibujos de
palmeras y siluetas orientales que simulaban las Mil y una
Noches—, eran parcialmente cubiertas por banderas de los
países vencedores de la contienda" (20).
A juzgar por lo que expresa Silvina Bullrich, en Te
acordarás de Taormina, algunos no se enteraban de lo que
sucedía: "El mundo giraba a tu alrededor como un carrousel
con una música pegadiza e
inolvidable que tarareabas con los ojos perdidos y el sentido de
la realidad hecho trizas a tus pies. No oías nada. No
creías ni en la bomba de Hiroshima, ni en Treblinka ni en
Auschwitz…" (21).
Muy distinto es lo que afirma Magdalena Ruiz
Guiñazú, en Había una vez… la vida:
"Increíbles veranos aquellos de Buenos Aires, durante la
Segunda Guerra Mundial. (…) En ciertos círculos, los
más viejos tenían términos iguales para
referirse a personajes que no les merecían respeto y
consideración. Y 'el que te dije' servía tanto para
designar a un funcionario de la Nación que surgía
por todos los balcones como para referirse a Hitler o a Mussolini
cuyas últimas horas contemplábamos espantados a
través de diarios y revistas" (22).
Con respecto a lo que acontecía en España
-relata Ema Wolf-, en América, las opiniones estaban
divididas: "En 1896 se creó la Asociación
Patriótica Española. Organizó una bolsa de
trabajo, se ocupó de repatriar a los que carecían
de medios para
hacerlo y colocó comisarios en los barcos para que
controlaran las condiciones en que se hacían las
travesías. Pero el motivo de su fundación fue la
guerra entre España y Cuba".
"A mediados de la década del ’90 la nutrida
colonia hispana se conmovió al saber que cobraba fuerza en
Cuba la lucha por la independencia, debido a la acción
de José Martí y
los grupos de
patriotas. La Asociación promovió colectas para
ayudar a la nación en guerra y a los soldados que se
batían lejos de la patria. Las opiniones, sin embargo, no
eran unánimes. Dentro de la colectividad había
quienes apoyaban la causa cubana. A los gritos de
‘¡Viva España!’ y ‘¡Viva
Martí!’ se trenzaban los dos bandos
en las veredas de la Avenida de Mayo, y en una oportunidad
volaron como proyectiles las sillas y mesas del café
Tortoni. Cuarenta años más tarde, cuando la Guerra
Civil partió a España en dos, se enfrentaron en el
mismo escenario franquistas y republicanos. Nada de lo que
sucedía allá resultaba indiferente a esta especie
de sucursal de la península".
"Al ser bombardeado en la bahía de La Habana el
acorazado Maine, de la marina de los Estados Unidos, esta
potencia
encontró un pretexto para intervenir en Cuba e iniciar
acciones
contra España que, debilitada, ya no pudo defenderse. Los
españoles en la Argentina manifestaron su
indignación en mítines callejeros agitando banderas
amarillas y rojas. Con festivales y suscripciones, la
Asociación Patriótica logró reunir fondos
para adquirir un buque de guerra, el crucero Río de la
Plata, que donó a la armada de su país. Pero el
enemigo ya era otro y muy dispares las fuerzas. España
resignó su colonia, que no hizo sino cambiar de mano"
(23).
Los españoles inmigrantes se organizaron para
ayudar a sus compatriotas en guerra. Lo cuenta Manuel Castro:
"Durante los años de la guerra civil, Dopazo y sus
músicos, entre los que se encontraban sus hijos, eran
llamados para recaudar fondos para la Madre Patria. Los del bando
nacional lo hacían por medio de Lola Membrives en el
Teatro Avenida y los republicanos en el Luna Park"
(24).
Helvio Botana escribe en sus memorias: "mi
padre convirtió la guerra española en problema
argentino, pues así se lo tomó… Por influjo de
Crítica nuestra población tomó partido a
favor o en contra de Franco. Así fue, en toda la
República una beligerancia polémica nos
invadió. Y como en toda guerra, hubo hechos notables y
ridículos, abnegados y aprovechados. El ‘no te
metás’ desapareció. La Argentina vibró
y se vivió pasionalmente un suceso que fue nuestro"
(25).
En La madriguera, escribe Tununa Mercado: "la guerra era
también salvarse de la guerra, emigrar y buscar tierra de
exilio (…)habían cuerpeado un destino los que antes
huyeron de otras guerras acalladas por remotas e innombrables,
como los pogroms, y la muerte
también los alcanzaba en los sueños con aldeas
devastadas por el fuego y sótanos de barcos sin rumbo
declarado; cuerpeaban un destino refugiados de toda laya que se
avecindaban en colonias, atolondrados por la fuerza de la
lengua ajena y
la incomunicación, y la muerte del ghetto se
repetía en el silencio de los nuevos ghettos del
destierro. Poco podíamos saber las niñas de ese
estado de guerra y entreguerras pemanente: los fuegos de la
guerra para muchos no eran más que la danza de Manuel de
Falla aporreada por madres y tías en los cumpleaños
y otras fiestas familiares, y cada cual asentía
interiormente como diciendo qué destino el de este
republicano, aislado en su casita de Alta Gracia, un gran
músico, fíjese usted qué destino"
(26).
Rodolfo Alonso recuerda que en el medio en el que
él vivía "se hablaba de lo que ocurría en el
mundo –y en el mundo ocurrían nada menos que la
guerra civil española y el nazismo- o en nuestro propio
país, este último vivido más bien a nivel de
realidad cotidiana, y no sin reflejos del anterior"
(27).
Gladys Onega evoca en Cuando el tiempo era otro, un
conflicto
bélico relacionado con la vida cotidiana de los
inmigrantes y sus hijos: "nunca he dudado de que la Guerra Civil
también se libró en mi casa. El día del
cumpleaños de mi hermana Chichita, el 17 de julio de 1936,
Franco declaró el estado de
guerra en las Canarias y ésa fue la señal para que
el 18 se extendiera a toda España. El 1° de abril de
1939, a los veinte días de mudarnos a Rosario,
terminó. En esos tres años, mientras yo estaba viva
en Acebal, la mitad de España moría, muerta por la
otra mitad. No sabíamos que había comenzado la
matanza y ese día, como siempre, mis hermanos, mis primos
y los chicos tomamos chocolate. Cuando hubo pasado tres
años, Bebo, Chichita y yo supimos el día final
porque entró Justo Vega y llorando lo dijo, ya no en mi
casa natal sino en el departamento alquilado de Rosario donde
vivíamos y yo, la niña que era entonces y hoy
evoco, sé que sentí dolor por las lágrimas
de Justo, por el silencio de mi padre y porque no pude aliviarlo
con juegos en las calles del pueblo, que ya no estaban, y
todavía yo no tenía con quién jugar"
(28).
Llorarían asimismo los padres de María
Rosa Lojo, autora de Canción perdida en Buenos Aires al
Oeste -novela premiada por el Fondo Nacional de las Artes en
1986-, quien se define como "la primera generación
argentina nacida de una pareja de exiliados durante la Guerra
Civil" (29).
"En 1936, cuando en España comenzaba la Guerra
Civil –relata Miguel Schapire-, mi padre creó la
Editorial Schapire, (…) Mi padre solía decir que los
exiliados eran hombres que habían perdido el barco, y ese
barco era la República, es decir, la patria, sus ideales y
esperanzas, y que él trataba de ayudarlos como
podía, editando sus obras. Con casi todos ellos nos
encontrábamos los veranos, en un hotelucho de la vieja
Punta del Este, en la Punta punta, donde al anochecer se cantaba,
se recitaba, se dibujaba, se interpretaban fragmentos de piezas
teatrales a medida que se iban escribiendo. Era una especie de
taller fabuloso. Yo era muy chico, pero todo eso me marcó"
(30).
Antonio Gonzalo Soto Canalejo es recordado como el
líder
de la Patagonia Rebelde. "En 1936 cuando se declara la guerra
civil en España Soto intenta ir a pelear por la
República, pero su salud no se lo permite"
(31).
En 1982, la guerra, que parecía tan lejana, tan
europea, llegó a la Argentina. En "La noche de la cruz de
plata", Jorge Torres Zavaleta evoca otra contienda. En este
cuento se narra la historia de una familia inglesa que vive en
nuestro país. Tan argentino se siente el hijo que, cuando
se declara la guerra de las Malvinas, se
alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate,
luchando contra los soldados de la nación de sus padres.
Miss Lucy, al enterarse de la muerte del joven, "pensó que
de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas la habían
mutilado" (32).
En Latas de cerveza en el
Río de la Plata –novela de Jorge Stamadianos
distinguida con el Premio Emecé 1994/95- aparece un padre
gallego que oculta a su hijo, desertor en la Guerra de las
Malvinas. Relata el protagonista: "Aunque no podía verle
la cara al gallego porque me había quedado esperando en la
planta baja, oía su voz retumbando a través de la
escalera y me imaginaba la vena saltándole en la frente
como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo"
(33).
El festejo del inicio de la Guerra de las Malvinas
irrita a un italiano. En "16 de Junio de 1982", escribe Marili
Flores: "Esas idas a la Pza. Ramírez
con la gurisada del barrio en mi Citroen en manifestaciones
multitudinarias con vinchas y banderitas celestes y blancas se
convertían ese atardecer en la violada utilería de
una puesta de teatro del absurdo y nosotros, actores que
grotescamente festejábamos un conflicto bélico.
Esos bocinazos me aturdían, ahora. Esos con los que,
estertóreamente expresábamos en patrioterismo de
mundial de fútbol la dramaturgia horrorosa de una guerra.
Lo que me impidió entenderlo al Nonno Juan, cuando en el
asado de aquel domingo me preguntaba en su cocoliche, "ma caraco
que festeca?! Una guera?" y pensé, cincuenta años
en este país, pero no es argentino, no entiende . Esa
tarde sentí al Nonno, creciendo otra vez desde su
sabiduría, desde mi dolor" (34).
Notas
1. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: EL GENOCIDIO
ARMENIO en la prensa argentina. Tomo II 1901-1915. 350 pp. Buenos
Aires, Unión General Armenia de Beneficencia,
2005.
2. Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante.
Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.
3. Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en
Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999.
4. García, Griselda. Poema
inédito.
5. Silber, Marcos: Doloratas. Buenos Aires, Milá,
2001. (en colaboración con Carlos Levy).
6. Fernández Díaz, Jorge: "Marcos Aguinis.
Un hombre del Renacimiento",
Fotos: Daniel
Merle, en La Nación Revista, Buenos Aires, 6 de junio de
2004.
7. Sela, Mito: Babilonia chica.Buenos Aires,
Milá, 2006. 112 pp. (Imaginaria)
8. Manzur, Norma: Lazos y Nudos. Cuentos, Buenos Aires,
Editorial Milá, 2003.
9. Wang, Diana: "La segunda generación de
sobrevivientes. Su lugar en el escenario del genocidio", en
Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida; Toufeksian, Juan Carlos
y Alemian, Carlos (eds.): Análisis de prácticas genocidas
Actas del IV Encuentro sobre Genocidio. Buenos Aires,
Fundación Siranoush y Boghos Arzoumanian, 2004.
10. Goldberg, Mauricio: op. cit..
11. Sifrim, Mónica: Novela familiar. Buenos
Aires, Ultimo Reino, 1990.
12. Jorgi, Sebastián: "Tardes del Lorraine", en
Tardes del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle,
1996.
13. Fondevila, Fabiana: "Los personajes del año",
en Clarín Viva, Buenos Aires, 8 de diciembre de
2002.
14. Goldberg, Mauricio: Kadish para el hombre de la
valija. Buenos Aires, Galerna, 2004.
15. Bouillon, Willy G.: "A 150 años de su
creación El Club Alemán de Buenos Aires, en plena
apertura a la comunidad", en La Nación, Buenos Aires, 23
de octubre de 2005.
16. Gusmán, Luis: Hotel Edén. Buenos
Aires, Norma, 1999. 246 pp.
17. Aguinis, Marcos: La matriz del infierno. Buenos
Aires, Sudamericana, 1997.
18. Modern, Rodolfo: "Holocausto", en http://www.fmh.org.ar/revista/17/poesia.htm
19. León, Luis: "Recuerdos de la
partición", en SEFARaires, N° 13, Mayo de
2003.
20. Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en Todo es
historia, N° 422, Septiembre de 2002.
21. Bullrich, Silvina: Te acordarás de Taormina.
Buenos Aires, Emecé, 1975.
22. Ruiz Guiñazú, Magdalena: "Veranos eran
los de antes", en Ruiz Guiñazú, Magdalena:
Había una vez… la vida. Buenos Aires, Editorial Planeta,
1995. 223 pp.
23. Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La gran
inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991.
24. Castro, Manuel: "Manuel Dopazo", en Viajero Celta,
Buenos Aires, Año I N° 9, Julio de 1996.
25. Botana, Helvio: Memorias. Tras los dientes del
perro. Buenos Aires, 1977.
26. Mercado, Tununa: La madriguera. Buenos Aires,
Tusquets, 1996.
27. Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la
literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. Vol. VI
(Capítulo).
28. Onega, Gladys: Cuando el tiempo era otro. Buenos
Aires, Grijalbo-Mondadori, 1999.
29. Lojo, María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero,
1987.
30. Aubele, Luis: "A boca de jarro Miguel Schapire
‘Los porteños nos parecemos a los griegos’ ",
en La Nación, Buenos Aires, 31 de julio de
2005.
31. S/F: "Antonio "Gallego" Soto Líder de la
Patagonia Rebelde", Información tomada del folleto
distribuido en Buenos Aires, Santa Cruz y Punta Arenas, durante
los homenajes a Antonio "Gallego" Soto con motivo del centenario
de su nacimiento en octubre de 1997. Ferrol 1897 – Punta Arenas
1963. Versión galega: "O "gallego" Antonio Soto,
líder da Patagonia Rebelde" – Lois Pérez Leira –
Actualidade CGI Outubro 1/1999. Incluido en
www.discepolo.org.ar.
32. Torres Zavaleta, Jorge: El palacio de verano. Buenos
Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.
33. Stamadianos, Jorge: Latas de cerveza en el
Río de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229
pp.
34. Flores, Marili: "16 de Junio de 1982", en
www.elmuro.com
El reclutamiento
"Principalmente los que tenían hijos varones
necesitaban huir del largo e interminable servicio
militar, que atrapaba a los adolescentes
sin liberarlos antes de cinco años" (1), escribe
Arcuschín.
Bajo el reinado del zar Alejandro II (1855-1881),
"causó gran impacto entre los colonos alemanes la noticia
de que el zar había resuelto dejar sin efecto la promesa
formal de Catalina II que los eximía del servicio militar
a ellos y a sus descendientes. Dicho servicio era particularmente
temido puesto que duraba entre cinco y siete años
–más nueve en la reserva- y se efectuaba en lugares
muy alejados del Volga. Juan Denzel, que vino a la Argentina en
1914, recuerda que el principal motivo de descontento
seguía siendo ése, tanto en su época como en
la de su padre. Les resultaba intolerable e injusto ‘salir
jóvenes de las colonias y volver con canas’. Por
ello, muchos desertaban durante sus meses de licencia quedando
así fuera de la ley y sin otra alternativa que la
emigración. Desde luego que aquellos que permanecieron en
Rusia hasta esa fecha siendo adultos, sumaban al temor de la
milicia el de las guerras; primero la ruso-japonesa (1904-1905) y
luego la primera guerra mundial, con la paralela situación
de revolución interna" (2).
Luciano Méndez Muslera menciona como motivo de
emigración de los asturianos la evasión del
reclutamiento militar: "el sistema de
reclutamiento era de tiempos de Carlos III y consistía en
tomar a un mozo de cada cinco de reemplazo (de ahí que se
les defina con la palabra ‘quintos’ a los reclutas)
quedando así vinculado a la tropa por un período de
ocho años, aunque por diversas causas económicas
del estado español en
aquellos tiempos, se llegaron a conceder licencias temporales
(preferentemente durante las cosechas)".
Los españoles no estaban de acuerdo con esa
reglamentación: "El sistema de ‘quintos’ fue
muy contestado (motín 1773 Barcelona) y también fue
rechazado por algunas localidades como Madrid, así como
también por profesiones como licenciados, clérigos,
maestros de escuela, etc". Como en todo reglamento, siempre
había excepciones: "el sorteo no se hacía con rigor
y el quinto sorteado era sustituido por un pobre o vagabundo, si
el médico no lo declaraba incapacitado. Esto dio lugar a
que los más desamparados o sin influencia alguna fuesen al
servicio militar". Además, "en 1837 quedó
establecido que se podía sustituir la obligación
militar por una cantidad de dinero, (…) estas cantidades
estaban muy por encima de las posibilidades de los campesinos
asturianos". El período de reclutamiento, ya largo, se
extendió décadas más tarde: "En el
año 1885 se estableció también que la
duración del servicio militar se fijara en doce
años, desde la entrada en la caja de reclutas hasta el
término de la segunda reserva". Y se agrega una nueva
alternativa: "También se crea la figura del sustituto,
otra de las posibilidades de librarse del servicio militar; los
quintos destinados en ultramar podían buscarse un
sustituto, que debería ser de la misma zona, soltero o
viudo sin hijos y sin sobrepasar los treinta y cinco años.
Esto dio lugar a que los dueños de las caserías
llegaran a amenazar a sus inquilinos con perder la casería
que tenían en régimen de alquiler si uno de sus
hijos no hacía el servicio militar en sustitución
de un hijo del dueño de las fincas". Recién en la
segunda década del siglo XX deja de llevarse a cabo esa
práctica: "Estas reglamentaciones siguieron en vigor hasta
1912 en que se suprimieron y aparecieron otras formas de servicio
militar".
No sólo la posibilidad de ser reclutados alarmaba
a los jóvenes: "Esta larga duración era suficiente
para animar a la emigración, pero a esto se
añadían las guerras (Cuba, Filipinas, carlistas en
España y otras guerras coloniales, sobre todo la de
Marruecos que fue la que más alto grado de
emigración produjo)" (3).
El gallego Francisco Coira llegó a la Argentina
en 1925, "como vienen todos los inmigrantes, para buscar algo
mejor… y en realidad, escapando del servicio militar, que se
hacía en Africa…(…) lo que significaba, con las
pestes, la guerra y todo, casi ir a morirse…" (4).
Por la misma razón vinieron los tres hermanos
asturianos Fernández Montes, enviados por su madre, quien
quedó en España con sus otros hijos (5).
Encontramos en una novela una alusión a esta
realidad. En Un dandy en la corte del rey Alfonso, María
Esther de Miguel refiere a propósito de unas monedas, el
motivo que llevó a su padre a emigrar y la
situación económica en la que debió hacerlo:
"todas habían pertenecido a mi papá, quien vino de
España por no hacer la conscripción en Marruecos.
Llegó con una mano atrás y otra adelante, en su
maleta un mantón de mi abuela y… Y nada más.
¡Ah, sí: las monedas!" (6).
Sin embargo, para un personaje de Rubén
Benítez, hay un destino peor que el reclutamiento. En La
pradera de los asfódelos, un hombre que se marchó
cuando llamaron a su quinta, escribe a una madre española:
"Cuando el muchacho crezca, mándamelo. Hay campos inmensos
sin labrar que pueden dar dos o más cosechas al
año. Los animales, que no
se cuentan sino de tanto en tanto, andan sueltos. Aquí
hará fortuna. Cuando convoquen a su quinta mándalo.
Y si quieres venir tú con él, vente. No te
arrepentirás. Sobra lugar y faltan manos". La madre
exclama: "No, hermano. Prefiero que lo manden a Marruecos antes
de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos, de la
Patagonia no vuelve ninguno" (7).
Luis León transcribe el testimonio de Arouj de
Bembasat: " Mi padre un día en Izmir, se encontró
con un conocido que le dijo que lo buscaban para que fuera a
hacer l´askierlik, el servicio militar obligatorio en
Turquía, muy temido por lo prolongado y riesgoso. Sin
dudarlo, pidió que avisara a su madre, y sin regresar a
tomar siquiera un poco de ropa se subió al primer barco
que estaba en el puerto, ignorando a dónde lo
llevaría. Así llegó a Buenos Aires,
allá por 1902 ó 1903.. (…) Trabajó muy
fuerte y le fue muy bien" (8).
Notas
1 Arcuschín, María: De Ucrania a
Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986.
2 Weyne, Olga: El Ultimo Puerto. Del Rhin al Volga y del
Volga al Plata. Buenos Aires, Editorial Tesis/Instituto Torcuato Di Tella,
1986.
3 Méndez Muslera, Luciano: op.cit.
4 Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar
en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre
de 2000.
5 Ceratto, Virginia: op. cit.
6 Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte
del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.
7 Benítez, Rubén: La pradera de los
asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1988.
8 León, Luis: "Inmigrantes sefaradíes.
Allá por la calle 25 de Mayo", en SEFARaires N° 24,
Abril de 2004.
Hacer la América
"Es de tener en cuenta también los factores
económicos –dice Méndez Muslera-; con la
desamortización de Mendizábal se agrava la
situación de los campesinos, al elevar los propietarios
las rentas de las caserías, forzando a los campesinos a
emigrar, a la vez que impedía también el que los
colonos pudieran acometer mejoras en la explotación. (…)
También el factor poblacional es de tener en cuenta, ya
que en la segunda mitad del siglo XIX las altas tasas de
fertilidad alcanzadas no permitían ofrecer tierras a los
hijos a través de nuevas particiones de caserías
por alcanzar éstas una extensión mínima.
Esto añadido a la elevación de las rentas y de los
impuestos
forma otro pilar fundamental como causa de emigración"
(1). En otras regiones de Europa, la situación no era
mejor.
Sobre los irlandeses, leemos: "Muy arraigados a su
tierra, y con escasa inclinación a emigrar, es posible que
la clase obrera y
campesina nunca hubiese abandonado su país de no haberse
producido la gran catástrofe de los años 1845 a
1849. Pero esos años fueron fatídicos y decisivos.
Parecía como si de pronto todas las fuerzas de la naturaleza se
hubieran confabulado para dar al traste con un pequeño
país que, tras siglos de abandono y mala administración, carecía enteramente
de reservas. Los verdes campos asolados por la terrible plaga de
la papa; epidemias de tifus y escorbuto diezmando cruelmente a la
población. En el breve período de aquellos cuatro
años, dos millones aproximadamente de sus pobladores
perecieron a causa del hambre o las fiebres, ya en su propia
tierra, ya en el curso de los espantosos viajes a que les
llevó el intento de salvarse" (2).
Mariana Gaynor Heduan relata lo sucedido a uno de sus
antepasados: "¿Qué motivos lo llevaron a Thomas
Gaynor a emigrar a la República Argentina? De inmediato se
puede señalar uno que alcanzó a ser dominante para
muchísimos irlandeses de toda esa comarca: la noticia,
insistentemente difundida, que se podía alcanzar muy
pronto una gran prosperidad en dicho país a través
del cultivo de la oveja que comenzaba a tener entonces un gran
desarrollo en
la ‘pampa bonaerense’. Todos esos jóvenes eran
ovejeros desde su infancia y se creían capaces de
convertir la lana pampeana velozmente en oro. Parece
también que después de 1840 un cierto Michael
Murray (apodado en Buenos Aires ‘Spanish Mickey
Murray’ por sus aptitudes como lingüista),
emigró de la región a Buenos Aires
estableciéndose luego en Capilla del Señor y
construyendo una gran fortuna en lanares. El éxito
de ‘Spanish Mickey Murray’ sirvió de
imán para muchos jóvenes ovejeros. En el caso de
Thomas Gaynor, había también otro motivo para
emigrar. La Irlanda de mediados de siglo pasado se hallaba muy
agitada; no sólo por el motivo político de la
dominación británica, sino también por el
desgraciado sistema agrario que se venía heredando desde
siglos atrás. El irlandés medio no era propietario
de la tierra que labraba, era un simple arrendatario que
podía ser desposeído en cualquier momento por su
propietario, que las más de las veces, poseía su
título fundado en conquista bélica y solía
habitar lejos de las poblaciones a él sometidas. Cualquier
mejoría introducida en la propiedad del arrendatario era
motivo para un aumento de alquiler; se dio inclusive el caso de
un arrendatario que vio aumentada su prima porque a su mujer se
le había ocurrido plantar unas flores en la puerta de su
cabinita. ‘Si tienen plata para flores, tienen plata para
pagar un mejor alquiler’. ¡Mentalidad no totalmente
desconocida tampoco en la República Argentina!. A mediados
del siglo pasado los propietarios encontraron que podían
aprovechar sus tierras echando a sus inquilinos, algunos de los
cuales habían habitado el mismo sitio por centenares de
años y, reemplazándolos con vacunos, cuya venta
redituaría un interés
mayor que el alquiler hasta entonces recabado. Estas medidas
puestas en práctica, provocaron grandes reacciones entre
la juventud de la
población agrícola; estas se manifestaron no
sólo en los sectores políticos, sino también
mediante la proliferación de sociedades
agrarias, más o menos secretas, más o menos
violentas, dedicadas a la protección de la
población indefensa frente a la agresividad brutal de los
terratenientes. Estas sociedades accionaban contra los
propietarios y también contra los ocupantes de tierra
cuyas antiguas poblaciones habían sido
‘barridas’; como las leyes y la
justicia
estaban al servicio de los propietarios, se entiende como la
policía, la milicia y el ejército, fueron pronto
movilizados contras estos defensores del pobre. Thomas Gaynor se
vinculó en su juventud con algunas de estas sociedades y
atrajo sobre si la atención de los guardianes del orden y
creyó prudente alejarse de su país. Su
‘pecado’ no pudo haber sido muy pequeño,
porque al volver a Irlanda muchos años más tarde,
con la intención de radicarse allí definitivamente,
y habiendo ya elegido una propiedad donde pensaba constituir su
hogar, tuvo noticias, por alguna vía reservada, que la
policía andaba haciendo preguntas a fondo sobre su
persona,
circunstancia que lo indujo a tomarse prontamente el vapor y
volver a la República Argentina" (3).
Hacia América parte un hombre desde Italia. Por
amor al marido
emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus hijas, llevando al
hijo varón, en el cuento "El tren de medianoche" de Syria
Poletti. La escritora recuerda así este episodio: "En ese
instante, momento en que mi madre me dejó para reunirse
con mi padre en tierras de América, nacen el drama y la
rebeldía, pero también la revelación de la
soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto
las compuertas de la vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la
certeza de otro llamado. Al irse, mi madre respondía a un
llamado ineludible. Yo también, con el tiempo,
respondería a un llamado" (4).
Santo Oficio de la Memoria es la novela de
Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo
Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las
circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su
familia tuvieron que emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia
porque allá éramos muy pobres. Muy pobres.
Más pobres que toda la pobreza que hayas
visto" (5). Veinticinco años después llegaron a la
Argentina, per fare l’América, los abuelos
abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el
Premio Emecé 1998/9 por La Fuga (6).
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