La sinergia de los principios del equilibrio mental en el tratamiento de la obesidad
- Los dos principios de la
función mental - La terapia común de la
obesidad - La
razón instintiva, el caso de
Freddy - El bumerang
de la gordura, o la deuda pendiente de
Freddy - En
resumen - Bibliografía
El principio de la realidad y el principio del placer,
cuando se contemplan en propincuidad teórica son conceptos
útiles ya que nos asisten en el entendimiento de las
fuerzas que motivan al ser humano.
En otra publicación hemos afirmado que: "La
obesidad puede
definirse como el triunfo de un instinto sobre el poder de la
razón" (La Opción de Hobson en el
Tratamiento de la Gordura). Basados en esa misma inferencia
podemos añadir que, desde el punto de vista de la teoría
del psicoanálisis, la obesidad es asimismo una
victoria del principio del placer sobre el de la razón —
conjetura ésta que reside muy lejos de la
realidad.
Los dos principios de la
función
mental
Freud distinguió dos módulos fundamentales
que gobiernan nuestras actividades emocionales: el
principio del placer y
el principio de la realidad.
El primero supone una pulsión innata de la búsqueda
de lo agradable y, de modo paralelo, una huida del dolor, lo que
nos orienta a procurar aquello que nos hace sentir bien. En
contraposición a éste, el principio de realidad
subordina el placer al deber. La subordinación del
principio del placer al principio de la realidad se lleva a cabo
a través de un proceso
psíquico denominado sublimación, en el que
los objetivos
frustrados reconvierten su energía en algo aceptable,
útil o productivo. Tomando como ejemplo el instinto
sexual, su descarga indiscriminada supondría el abandono
imprudente de otras actividades indispensables, a veces,
arriesgando valores
morales. El hombre
civilizado, dotado de elementos éticos encumbra sus ansias
y utiliza su energía para la realización de otras
acciones sin
conflictos.
Sin la sublimación de los instintos, según Freud, la
civilización, como la conocemos, no
existiría.
Cimentados en esos dos conceptos básicos se puede
concluir fácilmente que algunos individuos funcionan
guiados en sus vidas por el placer, mientras que otros lo hacen
guiados por un afianzamiento sólido en la realidad. Suena
bien. Pero, si es así cómo pensamos respecto al
sobrepeso, capitulamos en la posición de considerar la
gordura un defecto moral, como si
fuese algo que se elige por acto de voluntad — que
categóricamente no lo es. La obesidad no es resultado
directo del acto de comer. Todos comen y no todos son gordos.
Tampoco es resultado de comer en exceso. No todos los comilones
son gordos.
La obesidad es un enigma complejo que aun permanece
lejos de su entendimiento. Por ello es que, tildarla de fallo
moral, no hace justicia a
quienes la sobrellevan.
Sin embargo, nos parece acertado aquí, que
prestemos atención a los principios de la
función mental ya que poseen aplicación a su
entendimiento y, en algunos casos, a su tratamiento
exitoso.
El paciente que desea poner fin a su corpulencia
confronta un dilema de la mayor magnitud. La comida es ambas
cosas: su Némesis y su remedio. La necesita para vivir y
la necesita para tolerar la vida, aunque discordantemente, a
menudo, lo engorda.
La terapia
común de la obesidad
La terapia de la obesidad se conduce, en la
mayoría de los casos, como una cosa irreflexiva. Se
prescribe una dieta y se aconseja al individuo que
pase hambre, camine, haga ejercicios o vaya al gimnasio. La
evidencia acumulada es que, al cabo de un tiempo breve,
el programa
así propuesto fallará.
Cuando, inevitablemente falla: culpable es la
víctima. Ya que nunca se admite que las estrategias
basadas en el hambre están condenadas al fracaso — Lo es
porque nuestro organismo está estructurado a oponer con
intransigencia la angustia que es la privación de alimentos —
particularmente si se vive en un mar de
abundancia.
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