En el nombre de Dios, El Clemente y El Misericordioso (página 4)
Por ello, el autor de la ‘Aqîda nos avisa de
que el modo (la kaifía) en que el Corán eterno se
relaciona con nuestro mundo efímero es algo para lo que no
hay palabras justas. Ante la evidencia de la fuerza del
Corán sólo es posible decir que nos viene de Allah
y nos alza hasta Él de una manera para la que nuestro
entendimiento carece de explicaciones.
La lectura del
Corán constituye otra operación con la que el
musulmán se inspira en él para dirigir su vida y
establecer en torno al Libro una
comunidad
cuyos miembros no reconocen otra autoridad que
la de Allah y el modelo de su
Mensajero (la Sunna). Muhammad (s.a.s.) dijo: "El Corán es
el Libro de Allah en el que se os informa acerca de los que os
han precedido, se os anuncia lo que sucederá, se dirime
entre vosotros, y el Corán es tajante y en él no
hay frivolidades. El engreido que lo abandone será
quebrado por Allah. Quien busque en otra parte, será
confundido. El Corán es el sólido cordón
umbilical de Allah: en él hay un recuerdo sabio y en
él hay un sendero recto. Las vanidades de los hombres no
lo torcerán, ni las lenguas lo distorsionarán.
Quien actúe de acuerdo a él, será
compensado. Quien juzgue de acuerdo a él, será
justo. Quien invite a seguir al Corán, invita a las gentes
a seguir una senda recta". Siendo de una importancia capital esa
lectura del Corán que descubre en él el modo de
engendrar una civilización, sin embargo sólo la
recitación la completa y comunica al musulmán el
secreto íntimo del Corán, y por ello el Profeta
dijo: "No es de los nuestros quien no canta el
Corán".
La recitación del Corán va dirigida a la
sensibilidad del corazón
(el Îmân), y por ello, los que cuentan con esa
receptividad, reconocen la autenticidad del Libro y comprenden su
verdadera significación y su profundidad: la
aceptación del Corán por los mûminîn,
los dotados de Îmân, es la prueba de que su origen se
capta en la emoción que es capaz de transmitir.
fa-man sámi‘ahu fa-ça‘ama
ánnahu kalâmu l-báshari faqad káfar*
wa qad dzámmahu llâhu wa ‘âbahu wa
áu‘adahu bi-sáqar* háizu qâla
ta‘âlà in hâdzâ: illâ
qáulu l-báshar* sa-uslîhi sáqar*
‘alimnâ wa aiqannâ ánnahu qáulu
jâliqi l-báshar* wa lâ yúshbihu
qáula l-báshar*
Quien lo escuche y afirme que es palabra humana, niega a
Allah. Ése ha sido denostado y maldito por Allah, quien le
amenaza con el Fuego de Sáqar. Allah ha dicho: "Dice (el
ignorante): ‘No es sino palabra de hombre’.
¡Lo quemaré en el Sáqar!"… Sabemos y
tenemos por cierto que el Corán es Palabra del Creador del
hombre, y no se asemeja a lo que dice el ser humano…
El Corán es una Palabra o Discurso
(Kalâm) que nada tiene que ver con lo que son capaces de
elaborar los humanos (báshar). Por un lado, debido a su
Fuente tiene un poder
transformador y vivificante único. Si bien está
compuesto de letras y sonidos semejantes a los que el hombre
tiene a su disposición, en el Corán, esas herramientas
básicas tienen la fuerza de lo primario, la energía
de aquello en lo que late la posibilidad de dar vida. El
Corán dice: "Allah deposita un espíritu que viene
de su orden en quien quiere de entre sus criaturas".
El Corán resulta desconcertante para quien se
asome a él esperando encontrar lo que imagina que debe ser
un libro. Aparentemente, el Corán carece de un hilo
conductor, de una trama concreta. Si bien la Biblia, por ejemplo,
nos cuenta una historia (la del pueblo
elegido, en el Antiguo Testamento; la de la salvación, en
el Nuevo), en el Corán todo aparece para ilustrar su
mensaje básico que es el de la Unidad de Allah,
inexpresable más que en destellos. Es un Libro especial
que trabaja en las profundidades del ser humano, y no para
satisfacer su curiosidad. Por esto decimos que el Corán no
es como el discurso humano, y quien lo niegue, quien no pueda
reconocer su origen inmenso y lo atribuya a un autor humano, es
porque es incapaz de saborear experiencias espirituales,
está apegado a las formas, y está condenado a la
frustración cuando su mundo desaparezca: su mundo se agota
en la escasez de sus
horizontes y tras la muerte se
verá en el Fuego de la Privación (el Sáqar
con el que amenaza el Corán al que no descubre a su
Señor tras todas sus manifestaciones, liberándose
en Él de todas las apariencias, agrandándose en su
Inmensidad sin límites).
Rechazo e ingratitud se dicen en árabe con una sola
palabra: Kufr. El que niega lo que viene de Allah rechaza un
obsequio en el que hay vida; es desagradecido, es decir, no es
capaz de reconocer el bien que tiene delante de sí y se
aleja condenándose a su vacío.
wa man wásafa llâha bi-má‘nan
min ma‘ànî l-báshari fa-qad
káfar* wa man ábsara hâdzâ
‘tábar* wa ‘an mízli qáuli
l-kuffâri nçáÿar* ‘álima
ánnahu bi-sifâtihi láisa
kal-báshar*
Quien describa a Allah con las particularidades de los
atributos propios de los hombres, niega a Allah. Quien comprenda
esto, aprende y de lo que dicen los negadores se aparta, sabiendo
que Allah no es, en sus Cualidades, como los
hombres…
Tras haber hablado del carácter especial del Corán,
atribuyéndolo a Allah y revestido por tanto de una
inefabilidad homóloga a la Verdad a la que hace
referencia, el autor vuelve al Tançîh, es decir,
vuelve a mencionar la naturaleza
indescriptible de Allah -naturaleza en la que está
enmarcado el Corán y le comunica su poder vivificante-. El
Tançîh consiste en despejar a Allah de
límites y características que lo equiparen a
cualquier cosa cognocible por el entendimiento humano. Con el
Tançîh renunciamos a imaginar cómo tienen
lugar procesos que
se realizan en esa dimensión escurridiza de la Unidad
Absoluta.
Esta mención del Tançîh es
especialmente oportuna en el contexto del tema del Corán:
¿qué es el Corán? ¿Qué
significa que sea Palabra de Allah? ¿cómo tuvo
lugar la Revelación? Todas estas son cuestiones que se nos
escapan porque tienen lugar en el Poder, la Voluntad y la Ciencia
creadoras de nuestra existencia, y por tanto no están
sujetas a nuestras condiciones y a nuestras contradicciones.
Nuestro lenguaje es
insuficiente para expresar lo anterior a sí mismo. Y
dentro de ese ámbito están Allah y el
Corán.
wa r-ru-yatu háqqun li-áhli
l-ÿánna* bi-gáiri ihâtatin wa lâ
kaifía* kamâ nátaqa bihi kitâbu
rabbinâ* wuÿûhun yaumáidzin nâdira*
ilâ rabbihâ nâzira* wa tafsîruhu
‘alà mâ arâda llâhu
ta‘âlà bi-‘ílmih* wa kúllu
mâ ÿâa fî dzâlika min
al-hadîzi s-sahîhi ‘an rasûlillâhi
sallà llâhu ‘aláihi wa sállama
fa-huwa kamâ qâl* wa ma‘nâhu
‘alà mâ arâd* lâ nádjulu
fî dzâlika mutaáwwilîna
bi-ârâinâ* wa lâ mutawáhhimina
bi-ahwâinâ* fa-ínnahu mâ sálima
fî dînih* illâ man sállama lillâhi
‘áçça wa ÿálla wa
li-rasûlih* sallà llâhu ‘aláihi
wa sállam* wa rádda ‘ílma mâ
shtábaha ‘aláihi ilà
‘âlimih*
Verdaderamente, las gentes del Jardín
verán a su Señor -sin abarcarlo ni condicionarlo-
tal como anuncia el Libro de nuestro Señor: "Ese
Día, rostros resplandecientes mirarán hacia su
Señor". Y todo lo que hay sobre esta cuestión en
los hadices auténticos que nos han llegado del Mensajero
de Allah es tal como él lo ha dicho, y no entramos en el
tema interpretando según nuestras opiniones ni suponiendo
en función
de nuestras ilusiones. Pues no está sano en su Islam más
que el que se entrega a Allah y a su Mensajero, y remite lo
ambiguo a quien lo sabe…
Otra cuestión básica y polémica es
la de la Visión (Ru-ya). Según el Corán y
muchos hadices, los musulmanes verán a Allah tras la
muerte. Esta
rotunda afirmación ha provocado el rechazo de los que
llevan a su degeneración el Tançîh cayendo
con ello en el ta‘tîl, la anulación de Allah.
Se ha dicho que los que llevan a su extremo el
Tançîh adoran la nada (‘ádam), y los
que caen en la antropomorfización adoran un ídolo
(sánam). Ambas posturas son rechazadas en el Islam. Por
ello el autor afirma la Visión y la matiza diciendo que se
producirá sin que ésta abarque a Allah y sin un
modo material (es decir, sin ihâta ni kaifía),
integrando la cuestión -sin anular su posibilidad- en el
Tançîh. Es así como queda reconciliada la
Visión con el carácter trascendente de Allah, que
nunca es concebido como un objeto sobre el que pueda recaer la
mirada de la criatura.
El Corán dice: "Ese Día, rostros
resplandecientes mirarán hacia su Señor"…, el
placer de estar en el Jardín (ÿanna) -que hace
resplandecer los rostros- lo culmina un deleite supremo que es la
contemplación de Allah, sin velo que lo separe del
mûmin. En otro lugar, refiriéndose a lo mismo, el
Corán declara: "Para los que han hecho el bien hay una
gran recompensa (el Jardín) y algo añadido a ella
(la Visión)". Estos versículos son definitivos
sobre el tema, pero además existen muchos hadices del
Profeta al respecto. Sus Compañeros le preguntaron.
"¿Acaso veremos a nuestro Señor el Día de la
Resurrección?", y él les respondió:
"¿Acaso dudáis de la luna las noches de plenilunio?
¿Acaso dudáis del sol cuando no hay nubes? Pues con
esa claridad veréis a vuestro Señor".
Lo significado en última instancia por estos
textos es aquello a lo que aspiran los que sienten en su interior
una poderosa inquietud espiritual, lo que moviliza a quienes
ansían la plenitud más absoluta. El anhelo de ver
es lo que pone en marcha a los mûminîn, los abiertos
de corazón, los que han intuido en sus profundidades esa
inmensidad ilimitada que les habla de algo profundo, inabarcable,
poderoso,… de Allah. Eso es lo que pretenden alcanzar, y ese
deseo se culmina en la Visión. Por ello se ha dicho que el
asunto de la Visión es uno de los puntos más nobles
entre los Fundamentos del Islam (Usûl
ad-Dîn).
El Corán dice: "Las miradas no perciben a Allah",
y en este versículo se han apoyado los que niegan la
posibilidad de la Visión (la Ru-ya), pero precisamente lo
que hace es subrayar su carácter extraordinario. En primer
lugar, el versículo continua diciendo: "…pero Él
si abarca las miradas", es decir, las miradas de los hombres son
condicionadas por Allah, y hace con ellas según su
Voluntad. Allah no es material, no es un objeto, no es alcanzable
por ninguna mirada ni ningún análisis. Pero esto no quiere decir que
Allah sea invisible; al contrario, Él es lo más
evidente. Sólo el velo de la ignorancia, la desidia y la
dispersión del hombre lo ocultan. La Verdad es presente, y
es la ausencia del ser humano lo que le impide percibir
claramente al Único, el Irrebatible. Por ello, la
Visión se producirá después de la muerte,
cuando el ojo no ve, cuando sus facultades naturales han
desaparecido para dejar lugar a otra cosa para la que ya no
tenemos palabras. Es entonces cuando el Ojo del musulmán
distinguirá a su Señor -si bien ninguna mirada
encerrará a Allah- de un modo inexpresable, y sin abarcar
su Verdad.
Sólo verá a Allah el musulmán, es
decir, quien se le haya rendido (el múslim). Esto quiere
decir muchas cosas. El que no se ha rendido a Allah (el
kâfir, el negador; el múshrik, el idólatra)
está aferrado a sus apegos, no se ha liberado para Allah,
no ha inmensificado su universo
interior, y por ello sólo verá el tormento al que
se ha condenado: las llamas de su desesperación en un
abismo infinito, habitado por los fantasmas que
se ha llevado consigo.
wa lâ tázbutu qádamu l-islâm*
illâ ‘alà záhri t-taslîmi wa
l-istislâm*
El pie
del Islam sólo se afianza sobre la superficie de la
entrega y la rendición…
En la segunda parte del punto anterior, el autor de esta
Exposición de los Fundamentos del Islam (la
‘Aqîda) expresa la postura más coherente del
que se inicia en la espiritualidad: la de remitir estos saberes a
quien sabe (en primer lugar, el Nabí, el Profeta, el
Anunciador). La razón (el ‘aql) intenta enjuiciar
los contenidos de lo que nos ha llegado del Infalible (el
Ma‘sûm), es decir, el Mensajero. Pero la
transmisión (naql) sólo debería ser
enjuiciada en su calidad. Una vez
nos hayamos cerciorado de la fiabilidad de la trasmisión,
su contendido debe ser admitido y comunicado tal como lo
expresó el Sincero (s.a.s.). Aplicar la razón
entonces sería intentar hacer digerible lo que es ofrecido
al corazón, y ello sería un error, pues la
razón está afectada por la fuerza de las opiniones
(los arâ) y la arbitrariedad y frivolidad de la
fantasía y las ilusiones humanas (los awhâm). Estas
actitudes no
son rigurosas, y a lo único que conducen es a pugnas y al
surgimiento de sectas y grupos
enfrentados a causa de las interpretaciones divergentes. La
actitud
más seria es la admisión de ese legado y dejar al
corazón su saboreo, pues es a él al que se dirigen
Allah y su Mensajero.
La razón (‘aql) alcanza a intuir a Allah,
pero de Allah viene más información (la Revelación, el
Wahy), que nos ha llegado a través de una rigurosa
transmisión (naql). Y Allah -por su naturaleza misma y que
ha sido descubierta por la razón- exige de una absoluta
entrega (taslîm) y rendición (istislâm), y
esto es el Islâm, la claudicación ante el Absoluto.
La resistencia de
los apegos y los formalismos intelectuales
a los que estamos habituados nos desvían de la vivencia de
lo que supone fluir con Allah, con su Poder, su Ciencia y su
Voluntad Libres de todo condicionante. Por ello el autor declara
que no es firme el Islam más que con las actitudes que le
son propias, y que consisten en la absorción sin reservas
de lo que nos viene de Allah.
fa-man râma ‘ílma mâ
házara ‘áunhu ‘ílmuh* wa lam
yáqna‘ bit-taslîmi fáhmuh*
háÿabahu marâmuh* ‘an jâlisi
t-tawhîdi wa sâfî l-má‘rifati wa
sahîhi l-îmân*
Quien ansíe conocer lo que no está al
alcance de su ciencia y su entendimiento y no se contente con la
entrega de su ser, su objetivo lo
ciega ante el Tawhîd sincero, la Ma‘rifa pura y el
Îmân auténtico…
El Islâm -la abdicación ante Allah- es
taslîm (entrega y devolución de todo el ser a su
Señor) e istislâm (rendición incondicionada a
Él), que son la vía hacia una Reunificación
sincera y pura, libre de adherencias y artificialidades
(Tawhîd). Son la puerta hacia un Conocimiento
superior y directo (Má‘rifa), y la
realización de aquello que se intuye cuando se posee
sensibilidad espiritual (Îmân).
La razón (‘aql) -la inquietud que hay en
ella- nos acompaña hasta los aledaños de Allah
asomándonos a lo infinito. Es un filtro idóneo que
confiere sensatez a las elecciones y resoluciones del ser humano
y nos evita errar por lo absurdo en lugar de afrontar lo
verdadero. Una vez que nos asoma a ese universo, ahí debe
empezar el Islam, recogiendo sin reparos directamente de la
Revelación de ese Océano. Lo contrario -el intento
de hacer digerible a la razón lo que se aprehende en esos
momentos- es erróneo porque es utilizar un instrumento
inadecuado: la razón nos ha conducido hasta Allah pero ya,
a partir de entonces, no puede juzgarlo, precisamente por la
representación que se ha hecho de Él. Ante Allah,
el ser humano debe fluir por el espacio indeterminado de la
Verdad Absoluta que se convierte en su guía y habla a todo
su ser (no sólo a su inteligencia),
transformándolo en su raíz. Se llama
musulmán (múslim) al que acepta ese reto. Lo
contrario es convertir la Revelación en motivo de
especulaciones y elucubraciones pseudointelectuales, y entonces
surgen controversias inútiles y divisiones arbitrarias. El
Corán dice: "Hay entre las gentes quienes discuten acerca
de Allah sin conocimiento ni criterio ni luz alguna.
Confunden a los demás y serán avergonzados en este
mundo, y el Día de la Resurrección probarán
el tormento del Fuego".
La Revelación es para ser vivida, para que
conduzca la integralidad de nuestro ser ante su Señor
Único, no para elaborar teologías o
metafísicas o sistemas
filosóficos. Para hacer esto último en ese terreno
hay que ser completamente arbitrario, y esto lo prohibe el Islam.
Dice el Corán. "No sigas lo que desconozcas. El oído, el
ojo y el corazón serán interrogados",… es decir,
sigue sólo aquello de lo que tengas absoluta certeza (que
es Allah, gracias precisamente a la razón) y abandona las
especulaciones basadas en suposiciones. Efectivamente, las
iglesias y las jerarquías religiosas han sido creadas para
respaldar el absurdo de los montajes en torno a hechos tan
básicos y sencillos como las revelaciones
espontáneas, que acaban siendo retorcidas por voluntades
enfermizas que desean controlar y someter a su lenguaje y a sus
intereses e inclinaciones -espirituales o materiales– lo
que es de naturaleza escurridiza. En cierta ocasión
llegaron a oídos del Profeta los gritos que varios de sus
Compañeros se lanzaban mientras discutían
acaloradamente sobre la significación de un pasaje del
Corán. Muhammad acudió a donde estaban, rojo de
ira, y empezó a tirarles el polvo del suelo, y dijo:
"¡Despacio! Eso es lo que destruyó a las naciones
que os han precedido, que se desviaron de sus profetas y se
golpeaban entre ellos con el libro que les fue transmitido. El
Corán no se contradice sino que se confirma a sí
mismo. Lo que entendáis de él, ¡cumplidlo!; y
lo que ignoréis de él remitidlo a quien lo
sepa".
Algunas cosas en el Corán pueden parecer oscuras,
confusas y ambiguas (mutashâbih). En esos casos, en lugar
de arriesgarse a interpretaciones que siempre serán
caprichosas, lo mejor es la modestia y abrir el corazón
porque esa es la comprensión que se debe tener en ese
momento, y eso que era oscuro pasa a estar iluminado por la
habilidad interior del ser humano. Es entonces cuando queda
realizado el Îmân, llega a su extremo el Tawhîd
y despierta la Má‘rifa, todo lo cual es inexpresable
porque tiene profundidades a las que sólo llega el secreto
del hombre.
A quien, por el contrario, le apetece medirlo todo con
sus medidas, incapacitándose para un crecimiento absoluto,
creyendo que actúa racionalmente cuando está
especulando sin más fundamento que sus ilusiones, le suele
ocurrir lo que se dice a continuación:
fa-yatadzábdzabu báina l-kúfri wa
l-îmân* wa t-tasdîqi wa t-takdzîb* wa
l-iqrâri wa l-inkâr* muwáswasan tâihan
shâkkan lâ mûminan musáddiqan wa
lâ ÿâhidan mukádzdziban*
Oscila entre la cerrazón y la apertura, la
confirmación y el desmentido, la afirmación y la
negación, indeciso, perdido en el laberinto, titubeando,
no siendo mûmin confirmador ni rechazador
desmentidor…
La razón (‘aql) conduce hasta Allah, ante
el Uno-Único, descubre su Inmensidad Irrepresentable y se
rinde a Él, despertando el Îmân, la
sensibilidad integral que deja de ser simple emoción para
tener las firmes bases de ese ejercicio intelectual anterior y
suficiente para tomar una decisión que permita al hombre
avanzar por los espacios sutiles de Allah. Todo se echa a perder
si el Îmân carece de sensatez o si la razón
carece de pasión. La conjunción perfecta es el
Islam sano y elevado. De lo contrario se produce la
situación que el autor de la ‘Aqîda describe
en el párrafo
anterior. Si faltan sólidas bases en cualquiera de esos
dos aspectos complementarios, el ser humano se debate en la
indecisión y la ambiguedad y se entretiene con lo primero
que se le presenta en lugar de enfrentarse al gran reto. El
exceso de intelectualidad enfría las posibilidades de la
emoción, y entonces jamás se confirma lo que el
corazón intuye. Se está siempre en medio, entre la
cerrazón (kufr), es decir, la ignorancia de todo lo
relacionado con Allah, y la apertura (el Îmân), que
no llega a concretarse porque no da los pasos decisivos que son
la entrega (taslîm) y la rendición (istislâm),
realizando el Islâm y encontrando la Paz (Salâm)
junto a Allah… No se confirma lo que la razón empezaba a
adivinar ni tampoco se le rechaza porque hay tantos argumentos en
su favor como en su contra, y así hasta que la muerte
sorprende al que dedica su vida a especulaciones y
teologías.
wa lâ yasíhhu l-îmânu
bir-rú-yati li-áhli dâr s-salâm* li-man
i‘tabarahâ mínhum bi-wahm* au
taáwwalahâ bi-fahm* idz kâna
tá-wîlu r-rú-ya* wa tá-wîlu
kúlli má‘nan yudâfu ilà
r-rubûbía* bi-tárki t-tá-wîl* wa
luçûmi t-taslîm* wa ‘aláihi
dînu l-muslimîn*
No es correcto el Îmân en la visión
para la Gente de la Morada de la Paz en quien la considera en
función de su ilusión o la interpreta desde su
entendimiento, pues la comprensión de la visión
-así como de toda Cualidad atribuida al
Señorío- consiste en abandonar el intento de
comprender y asumir la entrega. Sobre esto se basa la senda de
los musulmanes…
Comprender significa abarcar. El ser humano comprende
sólo aquello que es capaz de encerrar en sí, lo que
es capaz de percibir por sus medios e
integrarlo en su conocimiento, lo que puede controlar. Por
definición, Allah escapa a esta posibilidad. Querer
encerrar a Allah, sus Cualidades y sus Acciones,
dentro de los límites de lo que tenemos por lógico
o lo que esperamos, es negarse a acercarse realmente a lo que
Él sea en su Libertad
Absoluta. No verá a Allah quien tenga de Él una
imagen
concreta, sólo lo verá el que ha despejado a su
Señor de todo, el que ha destruido todas las imágenes
que pueda concebir, afrontando el infinito ante el que
sólo cabe rendirse. Sólo ése ha ampliado lo
suficiente su horizonte como para empezar a vislumbrar -en la
Morada de la Paz, Dâr as-Salâm- la Grandeza de su
Señor, que trasciende sus conflictos y
sus contradicciones, y se le muestra entonces
en su Plenitud.
La imposibilidad de abarcar a Allah es la única
comprensión que podemos tener de Él, por tanto,
ahondar en el desconcierto que ello nos produce, crecer en
perplejidad ante Él, asumir que nos contradice para abatir
nuestros dioses, es lo que cada vez nos irá acercando
más. Por tanto, la razón nos sirve para arrimarnos
a ese Océano, que a partir de entonces se revela a
Sí Mismo y en el que sólo cabe sumergirse,
ahogándose en su inefabilidad.
wa man lam yatawáqqa n-náfia wa
t-tashbîh* çálla wa lam yúsibi
t-tançîh*
Y quien no se prevenga contra la negación o la
comparación, resbala y no alcanza la
abstracción…
Ya hemos dicho que el Tançîh, la
abstracción -que consiste en despejar a Allah de aquello
con lo que podamos contaminar su pureza y simplicidad- tiene un
extremo que es el nafy, la negación (a la que
también hemos llamado ta‘tîl,
anulación) con la que lo reducimos a la nada. Por otro
lado está el tashbîh, la comparación que
acaba antropomorfizando a Allah. En realidad, el
Tançîh es situarse en medio de esas dos
tendencias.
Por otra parte, la antropomofización tiene dos
direcciones: la de asimilar Allah a lo creado, dándole
cuerpo, imaginando que es como el ser humano, y por otro lado
está la de asimilar lo creado a Allah, que es la
representación que está bajo la adoración de
encarnaciones, profetas, maestros espirituales, imágenes
de dioses, objetos religiosos, ángeles, demonios, fuerzas
de la naturaleza, etc.
El nafy, la negación, degenera en una
espiritualidad vacía y fría (ilhâd), y el
tashbîh, la homologación, conduce a la
idolatría (shirk). Apartarse de las dos vías del
nafy y el tashbîh es a lo que el autor llama aquí
precaución o prevención (taqwà, que es
sobrecogimiento ante Allah). Quien se asoma a la Unidad de Allah
descubre que Él es Trascendente y Presente, y esto le
obliga a afirmarlo sin homologarlo a nada, y ésta es la
perfección del Tançîh que posibilita la
Reunificación, el Tawhîd.
fa-ínna rabbanâ ÿálla wa
‘alâ mausûfun bi-sifâti
l-wahdânía* man‘ûtun
bi-nu‘ûti l-fardânía* láisa
fî ma‘nâhu áhadun min
al-baría*
Y es porque nuestro Señor es descrito por la
Cualidades de la Unicidad, se le adjudican los Atributos de la
Singularidad, y ninguna criatura participa en lo que
significan…
Con esta afirmación Allah queda Despejado
(Munaççah) en la descripción (wasf) que hace de Él
mismo. Para evitar confusiones, el musulmán se debe
limitar a las negaciones y afirmaciones que Allah hace en su
Libro Revelado, evitando con ello la descortesía y el
desvío de lo que posibilita una verdadera
Reunificación. Todo el Corán tiene esa
función, y ante él se rinde el mûmin, el que
intuye en sus adentros correspondencias con la capacidad
sugerente que tiene el Libro del Islam. Hablar de Allah sin saber
es mentir.
Se llama Cualidades de la Unicidad (Sîfât
al-Wahdânía) a las expresadas en los
versículos que dicen: "Di: Él es Allah,
Uno-Único (Áhad), Allah, el Absolutamente
Autosuficiente en Sí y del que todo depende
(Sámad)…". Y se llama Atributos de la Singularidad
(Nu‘ût al-Fardânía) a los expresados en
los versículos que siguen a los anteriores: "…No ha
engendrado ni ha sido engendrado, y nada hay que le
equivalga".
También se ha precisado que las Cualidades de
Unicidad hacen referencia a su Esencia (Dzât) y los
Atributos de Singularidad son los que describen sus Capacidades y
sus Acciones (Afâ‘l), determinantes del Destino. Ni
en Sí ni en su Voluntad le es equiparable nada, ni se le
añade nada, siendo esto la perfección y plenditud
de la abstracción que evita a los musulmanes caer en la
idolatría, pero que no niegan el Señorío y
el Dominio
absolutos de Allah, que impera realmente en cada criatura y en
cada acontecimiento.
wa ta‘âlà ‘an il-hudûdi
wa l-gâyât* wa l-arkâni l-a‘dâi wa
l-adawât* lâ tahwîhi l-ÿihâti
s-sítti ka-sâiri
l-mubtada‘ât*
Transciende los límites y las finalidades, carece
de pilares, miembros e instrumentos. No lo contienen las seis
direcciones como sucede con las cosas creadas…
El Tançîh exige este tipo de expresiones
para evitar cualquier antropomorfización de Allah, pero,
como ya hemos advertido, casi homologa Allah a la Nada, y ello
eliminaría su Señorío
(Rubûbía). Allah es indeterminable, pero positivo y
eficaz: no es concretable ni nada lo encierra, pero su Acción
es lo que gobierna todas las cosas.
Allah no es un cuerpo situado en un espacio, pero
aún así (o precisamente por ello) su Fuerza es
Absoluta. Es Anterior y Posterior a todo lo que existe, por lo
que no lo afectan el tiempo ni las
dimensiones, pero por eso está sobre todas las cosas y
gobierna cada instante y cada lugar desde su trascendencia
absoluta. Ese ‘sobre’ no indica lugar sino rango. No
es contenido por nada, pero por ello está Presente con su
Poder Doblegador en todas las cosas. No tiene órganos,
pero en Sus Manos están todo lo que existe. Carece de ojos
materiales pero su visión lo abarca todo. No es un
individuo pero
su Voluntad rige cada movimiento. No
se mueve, pero su Presencia desciende de las alturas de su
inefabilidad hasta el mundo de su esclavo…
Acerca de la importancia de la estricta fidelidad en la
transmisión del Conocimiento, nos enseña el
Profeta:
"Que Allah ilumine y haga feliz a quien escuchó
algo de nosotros y lo transmitió tal y como lo oyó.
Y tal vez, cuando sea transmitido ese hadiz por alguien, aquel
que lo oiga pueda entenderlo mejor."
Y añade Rasullulah:
"Transmitid de mí aunque sólo sea una
aleya (…) y quien mienta a propósito cuando tranmita de
mí, tomará su asiento en el fuego."
Hermanos, el Islam nos ha traído una inmensa
fuente de Conocimiento de la cual podemos aprovechar gracias a la
infinita generosidad de Allah subhana wa ta ala.
Muhammad (s.a.s.) dijo: "Todo acto que no vaya
encabezado por la mención del Nombre de Allah es
estéril". Por ello, el Nombre de Allah (Ism Allah) va al
frente de las intenciones, las acciones y los escritos de los
musulmanes. Allah es la palabra que designa al Uno Absoluto, el
Creador de cada ser, el Activador del universo, el Real en todo.
Él es la Verdad (al-Haqq), el nexo que conjuga la realidad
en un mundo unificado bajo Su Preeminencia. Mencionar su Nombre
(Ism) es pasar a ser consciente del Poder eterno, remoto y
presente, que sustenta y rige cada momento y vertebra cada
acontecimiento. El Corán nos dice: "Él es Primero y
Último, Manifiesto e Inmanifiesto". Y Él es una
incógnita y una intuición universal e
íntima, un desafio para el corazón y la mente del
hombre, y es un reto para su inquietud y para sus fuerzas, un
estímulo para todo lo que es el ser humano.
El musulmán se inspira en ese Océano
Infinito que es Allah, y lo nombra preparándose para
recibir conscientemente y acoger en su instante la inmensidad que
se deriva de ese presentimiento de la profundidad y fuerza del
Ser Libre que está en su propia raíz, de Allah el
Rector de los Universos, la Realidad Inabarcable e
Irrepresentable que da existencia, configura e integra, que
sostiene y lo recupera todo: "Ése es Allah…, vuestro
Único Señor".
Mencionar su Nombre es sumergirse en el Poder
determinante, la Voluntad inquebrantable, la Sabiduría que
traba cada segundo de la existencia, llegando a la Grandeza que
sugiere al entendimiento la fuerza contundente y seductora de la
palabra Allah, que designa al Misterio Creador, de quien
además decimos que es Rahmân, Desbordante, y es
Rahîm, Acrecentador. Allah hace posible a cada ser y lo
conduce a la plenitud: esto es lo que significan los
términos Rahmân-Rahîm que acompañan la
mención de su Nombre, para darnos una idea del caudal y
fondo de esa Fuente.
naqûlu fî tawhîdi llâh*
mu‘taqîdîna bi-tawfîqi llâh*
ínna llâha wâhidun lâ sharîka
lah*
Decimos de la Reunificación de Allah -confiando
en el auxilio de Allah- que: Allah es Uno, sin asociado
alguno…
Éste es el fundamento del Islam, y es la
idea-fuerza que está en la raíz de su
cosmovisión y su espiritualidad. Se trata de una
declaración inicial que resume la enseñanza de los profetas. Allah -el
Creador de las realidades, el Vertebrador de cuanto existe, el
Destino en el que todo confluye y concluye- es Uno (Wâhid).
El universo
entero es recapitulación y prueba de su Poder, su Voluntad
y su Ciencia. Lo que nos está configurando tiene un
único nucleo, al que llamamos Allah. Allah está
constantemente presente, no deja de mostrarse. Él es lo
más claro y evidente, y por ello mismo es lo más
difícil de expresar, porque es imposible abarcarlo:
Él es quien lo abarca todo.
Conocer a Allah es la primera de las obligaciones,
porque el conocimiento o la ignorancia de lo que es y de
quién es la Verdad (al-Haqq) que nos hace ser, condicionan
la existencia del hombre. Allah es la gran intuición
primordial de cada ser humano, aquello que anida en él
pero para lo que no tiene palabras y entonces lo sustituye con
ídolos. Allah nos dice en el Corán: "He enviado a
cada nación
un mensajero para decir a su pueblo que reconociera a Allah como
su Único Señor y se apartara del
Ídolo".
Esas afirmaciones coinciden con lo que presiente el
corazón puro y la razón rigurosa. La
deformación o negación de esa certeza original es
siempre resultado de influencias y circunstancias posteriores. El
Profeta (s.a.s.) dijo: "Todo recién nacido está en
estado de
Fitra (es decir, reconoce espontáneamente la Unidad origen
de su existencia y aún está inmerso en ella). Son
sus padres los que lo hacen judío, cristiano o
zoroastriano". El Corán nos dice: "Lo deforman y niegan (a
Allah), -pero en sus adentros saben que Él es cierto-, y
lo hacen porque se entenebrecen y porque exageran (otra posible
traducción,… porque son injustos y
sólo se ven a sí mismos)". El Islam es la
recuperación de un presentimiento primordial y
universal.
Allah -lo Eterno e Inefable, la Incógnita
Creadora que está en los orígenes, más
allá del espacio y el tiempo, de las normas, las
imágenes y los límites, y es la urdimbre de nuestro
presente rigiendo cada uno de nuestros instantes y el destino al
que nos encaminamos- es Uno (Wâhid): es Uno en Sí, y
es el Señor de los Mundos, y nada ni nadie está al
margen de Él.
Allah es homogéneo, ‘compacto’, no
tiene extremos ni partes ni fisuras, ni en Él hay conflicto ni
contradicciones, y su Poder lo abarca y sujeta todo, en cada
instante, sin interrupción. La existencia entera
está supeditada a Él, que es Uno… El universo en
su totalidad -el material, el espiritual, el imaginario- queda
igualado y reducido así a la Unidad que lo gobierna desde
las profundidades de su perfección, una perfección
más sutil que las posibilidades del entendimiento, que
queda desbordado ante la magnitud de ese Océano de Unidad
y Soledad que el Islam le presenta y al que la razón lo
asoma cuando afronta la posibilidad de abandonarse a lo
irrepresentable.
La Unidad de Allah, que lo engloba todo, es la
conclusión a la que llegan dos reflexiones (la del
corazón y la de la razón) y tiene un doble alcance:
primero, que Allah es Uno en Sí; y segundo, que lo creado
está subordinado al Uno, siendo así reunificado
todo bajo el dominio de la Verdad Soberana.
Esta noción esencial es lo que enseñaron
los Mensajeros de la Verdad; el reconocimiento de la
sabiduría que hay en esa intuición es el primer
paso que se da en la dirección de la Verdad; y afianzarse en
ella es el más elevado rango espiritual. Hay por tanto una
invitación, una conmoción y un estado: la
invitación (da‘wa) de los profetas -en coincidencia
con la inquietud innata de cada hombre-, el impacto (hâl)
que produce esta enseñanza demoledora de ídolos, y
un estado de perfección (maqâm) para quien se
asienta en esa Verdad tras peregrinar hacia lo que significa y lo
que demanda la
Unidad. Por tanto, la idea de Unidad implica un saber
(‘ilm) y una orientación (qasd), y ambos son
exigidos: saber que Allah es el Único Señor y
rendirse a Él. Eso es la Realidad, la esencia de cada
criatura y acontecimiento, y lo demás es confusión,
conflicto, desequilibrio y frustración.
El Islam de una persona empieza
cuando asume que su Señor presentido es Uno, y va
depurando esta intuición, afianzándose en ella y
progresando en su entendimiento y en el compromiso que conlleva,
y con esa misma afirmación debe salir del mundo para
reencontrarse con la Verdad que ha vislumbrado en las honduras de
su sensibilidad espiritual (el Îmân). El Mensajero
(s.a.s.) dijo: "Entra en el Jardín aquél cuyas
últimas palabras hayan sido: No hay más Verdad que
Allah".
Con esta afirmación radical, el Islam niega e
impugna todos los dioses de la humanidad. Los dioses, los
ídolos, los redentores, los mitos, las
supersticiones,… son productos de
la imaginación, las maquinaciones, la ignorancia, las
elucubraciones, el oscurantismo, la brillantez, los miedos y las
esperanzas del hombre. Pero, cuando se impone la sensatez y el
hombre descubre la nada de sus quimeras, cuando depura su mundo,
su inteligencia y su corazón, entonces pasa a intuir la
grandeza indescifrable de la Verdad Absoluta que lo cimenta y en
la que existe. Entonces vislumbra quién es Allah y el nexo
indisoluble que lo ata a Él, quedando sobrecogido ante la
Inmensidad, y también queda reunificado en un universo
conjugado por el Uno-Único.
Allah no es reducible a nada, escapa a todo control, y todo
está íntimante sujeto a Él, y todo depende
en cada instante de Él. Él es lo Real, pero
nuestras circunstancias y prejuicios nos ciegan. Él es lo
único eficaz: todo lo demás es transición y
espejismo, esperanza y miedo. El desafío que el
corazón presiente en lo más hondo de su
sensibilidad (Îmân) es que Allah tiene un Poder
irreductible y único que rige a cada criatura y cada uno
de sus instantes sin dejarse atrapar ni rozar.
El Islam tiene en su base una espiritualidad
antiidolátrica, y su sentido de la Unidad y Unicidad de la
Verdad es subrayada aún con mayor intensidad cuando nos
enseña que Allah no tiene asociado (sharîk): nada ni
nadie lo sustituye, nada ni nadie comparte nada con Él,
nada intermedia entre Él y cada una de sus criaturas, no
existen sucedáneos para Él,… negando, de entrada,
la necesidad de proyectos
salvíficos, ídolos, poderes, clero,
jerarquías, sacramentos, monopolios o instituciones
mediadoras. Esto tiene graves repercusiones y configura una
civilización que recupera esencias. Nada se interpone
entre Allah-Uno y cada hombre singular, pues nada hay más
cercano que lo Real. No hay delegación. Esto es lo que
implica la negación del sharîk, el asociado. El
Shirk, es decir, concebir un asociado a Allah, es la mayor
desorientación, y el Corán lo llama el Gran
Perjurio (al-Hinz al-‘Azîm). En la base de toda
idolatría hay un falso juramento.
El resto del Islam consiste en comprender lo que
significan estas posturas tajantes, y deducir sus implicaciones y
llevarlas a la práctica. El Islam es un esfuerzo
continuado por ahondar en el
conocimiento y saboreo de Allah Uno (Wâhid) en un
proceso
constante de Reunificación (Tawhîd). Y ésta,
Tawhîd, es la palabra clave, la que no debe ser olvidada.
El musulmán va reunificando ante sí a su
Señor, profundizando en lo que significa su Unidad
(Wahdânía), rindiéndose en su dependencia
respecto a Él, acercándose a ese desbordamiento
creador, superando sus contradicciones, alcanzando la paz en la
inmensidad de su Señor, deshaciéndose de
ídolos y mentiras, purificando su percepción, su entendimiento y su
acción… y se va reunificando a sí mismo ante
Él huyendo de la dispersión, es decir, de las
especulaciones, de las creencias, de las teologías y todo
lo que entorpece una percepción clara y radical de una
Verdad inmediata con la que el hombre tropieza
espontáneamente y que lo incluye en la
subordinación a su Grandeza,… pues Allah no deja de
mostrarse y evidenciarse, de apoderarse de todo, y sólo
hay que retirar el velo que nos ciega, un velo que consiste
precisamente en las complicaciones con las que el hombre se
desvincula, se distancia de la Realidad, se amanera ante Ella y
la sustituye por un mundo de fantasías, sucedáneos,
temores, suposiciones, teorías, esperanzas, ambiciones y
frivolidades.
La meta del Tawhîd -es decir, la
Reunificación, la gran empresa que se
propone el musulmán, lo que lo va configurando como tal-
es la plenitud en la Inmensidad del Señor de los Mundos.
Avanzar en el Tawhîd es la aspiración que no debe
ser ralentizada en ningún momento, pues es el
bálsamo que calma la agitación del ser humano. El
Corán nos dice: "Es en el Recuerdo de Allah donde los
corazones encuentran la paz". Por ello se ha dicho que
enseñar el Tawhîd es lo primero y a la vez es
la meta que se
pretende alcanzar, y por ello todas las intenciones, todos los
esfuerzos y todo el empeño son pocos, pues su objetivo es
Allah Infinito e Inabarcable: se necesita del Tawfîq, la
ayuda y asistencia de Allah mismo. Hace falta una fuerza
sobrehumana, un entendimiento hondo, una luz que no sea
enturbiada por nada, y Allah nos ha asistido con la
Revelación del Corán y las Enseñanzas de
Muhammad -la Sunna-, y no deja de guiar al que se orienta hacia
Él con corazón sincero. La primera pista es que
Allah es Uno (Wâhid), la segunda es que no tiene socio
(sharîk), y así, de etapa en etapa, hasta la
inmersión en lo que ello implica y en la grandeza de
espíritu que comunica.
Para ello, y con toda claridad, desde el principio el
musulmán tiene en Allah su único Oriente (Qibla):
sólo a Él se somete, sólo hacia Él se
dirige, y sólo en Él deposita su ser, sin asociarle
nada.
wa lâ shái-a mízluh*
y no hay nada como Él…
Éste es el Tançîh, el criterio
clarificador que debe guiar la reflexión, y es la pista
que impide desorientaciones: nada se asemeja a Allah ni Él
se asemeja a nada de lo que conozcamos o podamos pensar o
imaginar. Él es Remoto, y así debe ser asumido. En
la renuncia a apoderarse de Allah está la posibilidad de
acercársele.
Su verdad más íntima (su Dzât) es
inaccesible al entendimiento o a la razón: Allah es
increado, anterior a todo, y no se deja reducir a palabras,
conceptos o nociones; las ideas no lo abarcan, toda
reflexión se queda corta, el lenguaje es
insuficiente,… y Él no se delega a sí mismo en
nada. En Sí, en su Ulûhía, en su Misterio, es
impensable, completamente Ausente a nuestras posibilidades. No
hay nada que nos pueda servir de referencia para
desentrañar ese vórtice de las realidades: no tiene
igual, ni semejante, ni paralelo, ni definición, no se
somete a nuestros criterios ni a nuestros valores, no es
homologable a nada, no se deja atrapar por los pensamientos ni
está sujeto a nuestros deseos y espectativas, no responde
a nuestros criterios sino que nos contradice para permanecer en
la Incógnita a la que sólo el corazón puede
acercarse con su pasión, no con el desciframiento. El
Corán nos ordena: "Di: Él es Allah, Único",
y dice también: "No hay nada como Él".
La
Verdad íntima de Allah
(su Dzât) y su Misterio insondable (su
Ulûhía) son ofrecidos al musulmán como un
gran desafío, como si fueran un océano inabarcable
en el que sumergirse para saborear su grandeza infinita o bien
son como un desierto desolador en el que perderse, sin
más. Su disimilitud, su desnudez, su carácter
completamente abstracto e indeterminado, su pureza absoluta
(Tançîh), son lo único que puede ser dicho de
modo categórico: todo lo demás serán
indicaciones auxiliares, pero deberemos impedir que contaminen la
claridad del Tançîh. Sólo así, con esa
herramienta infalible, daremos pasos seguros sobre la
senda que conduce hasta Allah. Se llama Tançîh al
proceso con el que el musulmán va despejando lo que
significa Allah de toda adherencia que suponga cualquier
límite a su Señor, profundizando y avanzando en el
Tawhîd, en la Reunificación ante sí de su
meta última, completada con su propia reunificación
ante Allah.
Ahora bien, el Tançîh entraña un
peligro: el de hacer a Allah tan remoto que lo desvincula de la
realidad y lo convierte en algo amorfo y distante, una nebulosa
ajena a nosotros. Daría la sensación de que estamos
al margen de Él y no implicados en su Poder, su Voluntad y
su Ciencia, lo que nos llevaría a un dualismo (lo sagrado
y lo profano) irreconciliable con el Tawhîd, y nos
apartaría de la Unicidad, excluyendo nuestro mundo. Ese
extremismo del Tançîh acaba haciendo de Allah algo
impugnable, pues no sería más que el resultado de
un ejercicio intelectual que no nos da la idea de su oceanidad:
Allah es la Verdad (al-Haqq), es algo siempre más
radical.
Para solucionar esta cuestión deberemos hablar de
la relación de Allah con sus criaturas (es decir,
deberemos hablar de sus Cualidades -Sifât- y de sus Actos
-Af‘âl-), y para ello usaremos un lenguaje
inteligible aunque equívoco porque sugiere que Allah es,
en cierta medida al menos, equiparable al ser humano. A esto se
le llama Izbât as-Sifât, Afirmación de las
Cualidades. Diremos entonces que Allah oye, ve, habla, quiere,,
apoderándose de nuestro mundo,… pero rompemos la
representación antropomorfizadora que hay en estos
términos afirmando la hegemonía del
Tançîh.
Por tanto, el Tawhîd consiste en una doble
operación. Con la primera evitamos cualquier
antropomorfización, y con la segunda cualquier
anulación del Señorío. Ambos extremos
erróneos se han dado: primero, el tashbîh (la
comparación de Allah), que deriva de un uso ingenuo de los
términos comunes entre Allah y el ser humano, y en segundo
lugar, por otro lado, el ta‘tîl, la anulación
de su Presencia, que es la negación de sus Cualidades y
Actos (por miedo a la antropomorfización) con lo que se
convierte a Allah en un simple concepto
filosófico o teológico, etéreo e ineficaz,
sagrado (es decir, separado de la realidad profana) y ofrecido
sólo a la contemplación mística o a la
especulación filosófica. La primera de estas dos
desviaciones origina la idolatría grosera de los pueblos,
la segunda está en la raíz de la idolatría
metafísica de las élites
intelectuales.
El Corán expresa así el equilibrio:
"Nada se asemeja a Él…", oponiéndose a las
comparaciones, "…Él oye y ve", oponiéndose al
ta‘tîl. Lo correcto, lo que conjuga todos los
aspectos, es la síntesis
de ambos polos (el ÿam‘), la reunión en un
mismo punto del Tançîh antiidolátrico y la
afirmación integradora de nuestra existencia en la
supeditación al Ser Absoluto.
wa lâ shái-a
yú‘ÿiçuh*
y nada lo incapacita…
Nada influye en Allah, nada lo condiciona, nada lo
vence, nada hay por encima de Él que pueda imponerle algo.
Nosotros somos incapaces ante Él, no podemos poseerlo,
abarcarlo ni limitarlo, no podemos controlarlo ni concretarlo en
nada, no podemos ni pensarlo. Él sí nos encierra,
nos domina, nos rige, a nosotros y a todo lo que existe, porque
Él es la Verdad Absoluta y el Ser Real, el de Poder
Configurador, el de Saber Abarcador, el de Voluntad Reductora.
Esta combinación que lo hace infinitamente remoto en su
Esencia (su Dzât) y en su Secreto (su Ulûhía),
y lo concibe a la vez como Señor inmediatamente presente,
más cercano a nosotros que nosotros, es la
expresión de su Plenitud (Kamâl). Nuestra
existencia, sometida a ese Misterio, es el espacio en el que se
realiza su capacidad infinita. Por ello es posible la
designación de Allah por sus Cualidades y Actos,
magnificados por su Verdad Inaccesible y no reducidos a nuestro
entendimiento limitante.
Esta conjunción de Profundidad y Presencia es su
Poder Determinante (Qudra). El Corán dice: "Allah tiene
Poder sobre todas las cosas", "Allah es Determinante de todas las
cosas", "Nada se opone a Allah ni en los cielos ni en la tierra.
Él es el Absolutamente Sabio y Poderoso", "Su Trono
engloba los cielos y la tierra, y no
le pesa preservarlos. Él es el Elevado, el Inmenso". Su
Poder es su Verdad Absoluta en una acción creadora de la
que derivamos y en la que estamos integrados.
Ésta es la interrelación en la que queda
completado el círculo de la existencia y todo queda
conjugado en el Uno-Único: su Rubûbía (el
Señorío) y nuestra ‘Ubûdía (la
subordinación). Él nos ha creado y estamos sujetos
a Él, en toda la Grandeza de la Verdad, en cada instante.
Nada se le impone y Él se impone a todo, ninguna voluntad
lo doblega, nada escapa a su Presencia, y su Querer lo somete
todo. La contundencia de su Poder configura cada realidad, cada
instante, cada fenómeno, pero nada llega a Él, nada
lo roza, nada lo aprisiona, nada lo condiciona, nada coarta su
Libertad Absoluta.
wa lâ ilâha gáiruh*
Y
no hay ilâh, salvo Él…
Esto resume lo anterior y es el resultado del proceso
desidolatrizador. El término ilâh designa lo
singular, lo impensable, lo poderoso, lo eficaz, lo caracterizado
por la Ulûhía (el Misterio insondable de la Libertad
Absoluta)… pues bien, no hay más ilâh que Allah
(lâ ilâha illâ llâh): ésta es la
puerta del Islam. Con este reconocimiento (shahâda) empieza
la auténtica rendición del ser humano ante su
Señor.
Toda la realidad, todo lo que vemos, oímos,
imaginamos o podemos representarnos de un modo u otro, todo ello
carece de esas cualidades infinitas de las que se ha hablado
desde el principio, y por tanto no son la Incógnita
Absoluta que está en todos los orígenes, sostiene
cada realidad, la gobierna y la reconduce hacia Sí con la
muerte. Nada es Allah. Cuando el hombre se rinde o se somete a
cualquier ídolo, a cualquier dios que invente, cuando
acepta como su señor a un semejante o a una circunstancia,
cuando se doblega o sobrecoge ante un concepto o un deseo, se
está rindiendo a lo que no es Allah, a lo que no tiene las
cualidades vertebradoras de nuestra existencia, y se está
confundiendo de orientación. Nuestras envidias, recelos,
rencillas, nuestra avaricia y cobardía, todo ello viene de
nuestra cortedad ante Allah: somos incapaces de
imaginárnoslo. Si lo hiciéramos, todos nuestros
fantasmas se desvanecerían necesariamente y
pasaríamos a confiar en la Verdad que rige cada instante y
seríamos relanzados por espacios abiertos. El germen de
toda mediocridad y vileza es la idolatría.
El hombre diviniza todo lo que le apabulla. Por ello ha
convertido en mitos y dioses a reyes, a profetas, a santos y a
ángeles, a fenómenos de la naturaleza, a demonios
que le obsesionan, a circunstancias que lo quiebran, a esperanzas
con las que sueña, a ilusiones que lo confunden, a
ambiciones que le atormentan,… y se someta a todo lo que cree
que tiene poder o influencia. El Islam está en contra de
todo eso: "Sólo hay fuerza y poder en Allah".
El hombre inventa áliha (plural de ilâh),
es decir, sustitutos de la Verdad y en los que imagina que
está contenido lo incontenible. Se trata de intentos de
abarcar lo que en esencia es huidizo, esa intuición
primordial que presiente en su corazón. Es el afán
por controlar aplicado a lo trascendente. El hombre intenta
atrapar el Poder. El Islam ataca esa inclinación del ser
humano para enfrentarlo con la desnudez del ilâh Verdadero,
de la Realidad que es verdaderamente apabullante porque es la que
articula la realidad y no es reducible ni concebible más
que en la anulación de los dioses, ya sean ídolos o
conceptos abstractos, ya sean materiales o espirituales, ya sean
terrores o aspiraciones, ya sean burdos o idealizados. Ante Allah
sólo cabe el Islâm, la rendición, la
taqwà, el auténtico sobrecogimiento, y el
Ijlâs, la sinceridad pura, la intención liberada de
mediocridades.
La expresión lâ ilâha illâ
llâh, no hay más ilâh que Allah, es perfecta y
lo resume todo. Quiere decir que no hay ilâh (algo
verdadero, poderoso, eficaz) más que Allah, el
Uno-Único, el Irrepresentable. La primera parte de la
frase es una negación (nafy) que nos invita al
Tançîh, a deshacernos de nuestros dioses, a dejar
atrás el intento de dar configuración a eso que
está en la raíz de todo, de cada criatura y de cada
acontecimiento. Una vez culminado ese proceso
antiidolátrico estamos en condiciones para asomarnos al
Infinito.
Por ello, la segunda parte de la frase es una
afirmación (izbât): "…más que Allah",
…sólo Él,… y que nos envuelve en la Grandeza de
una Verdad cuya magnitud no podemos calibrar ni limitar y por
ello nos envuelve, se apodera de nosotros y nos engulle. En esa
Inmensidad que sigue a la desidolatrización, descubrimos,
fascinados y penetrados por la Verdad, lo que quiere decir el
Nombre Allah. Mientras tanto, por mucho que queramos, por
intensos que sean nuestros esfuerzos y profundas nuestras
reflexiones, no lograremos vislumbrar lo que significa el Ser
Absoluto. Es necesaria, por tanto, una purificación: no se
accede de otro modo a Allah. Al igual que los recogimientos del
musulmán ante su Señor van precedidos de
abluciones, acercarse a la Verdad de Allah exige de un ejercicio
previo, requiere un profundo acto demoledor de todo aquello con
lo que queremos determinarlo, incluso inconscientemente.
Sólo así estamos habilitados para entrar en su
espacio privado (su Harâm) sin contaminarlo con nuestros
prejuicios.
Por todo ello, la frase lâ ilâha illâ
llâh es perfecta. Afirmar simplemente la Unidad de Allah es
insuficiente. La afirmación de Allah debe ser el resultado
de una peregrinación en la que se van dejando atrás
las trabas que nos impiden realmente entender lo que es esa
dimensión irrepresentable: "No hay ilâh, sólo
Allah". Sólo tras la primera operación se conoce a
Allah y sólo entonces se le certifica porque ante el
musulmán su Señor pasa a englobarlo todo, a
penetrar en todo, a manifestarse en todo, siendo lo
verdaderamente irrefutable, tal como dijo el Profeta (s.a.s.)
-repitiendo la estructura de
la frase que hemos analizado (la shahâda)-: "No des
testimonio más que de lo que tiene la claridad del sol", y
Allah es, en realidad, lo que tiene un resplandor superior al del
sol cuando son apartadas las nubes. Allah brilla en el cielo
despejado de su siervo.
qadîmun bilâ btidâ* dâimun bila
ntihâ*
Antiguo, sin principio; Eterno, sin
final…
Allah no es descriptible: las palabras son
insuficientes. Pero hay que utilizarlas para iluminar nuestro
mundo, construido sobre conceptos. Pero hay que hacerlo con
delicadeza (adab) para evitar efectos distorsionadores. Por ello
se aconseja atenerse a las expresiones de los profetas. El
Corán dice: "Tu Señor -el Señor del Amor Propio-
está muy por encima de las descripciones (que hacen de
Él los hombres). ¡Paz a los profetas y alabanzas a
Allah, Señor de los Mundos!". Con esto, Allah se declara
al margen de lo que digan los seres humanos, y sólo acepta
los términos que Él ha revelado a sus mensajeros,
que son palabras de paz para los corazones y sendas hacia
Él. En las enseñanzas de los profetas no hay
pretensiones especulativas sino pistas para los sinceros. En
ellas hay claves para los que se purifican, no para los que
buscan entretenerse y satisfacer simplemente su curiosidad o su
vanagloria. Por ello, es importante limitarse a esas revelaciones
que van dirigidas a la Fitra, a la naturaleza primordial del ser
humano, a la espontaneidad de su corazón, donde encuentra
correspondencias a un nivel mucho más profundo e
iluminador que el que permite la satisfacción en los
juegos de
palabras.
Allah no tiene principio (ibtidâ) ni final
(intihâ). Es Antiguo (Qadîm) sin orígenes, y
es Eterno y Permanente (Dâim), absolutamente Constante, sin
interrupción, sin variación y sin final. Para esa
Incógnita que nos precede y nos sigue cuando morimos -cada
uno de nosotros y la existencia en su conjunto- no hay tiempo: el
tiempo es nuestro límite, pero para Él no hay
condiciones. Allah es el Creador del tiempo. El Corán nos
dice: "Él es el Primero y el Último". El tiempo
está inserto en la Verdad, pero no la contiene. El Profeta
(s.a.s.) dijo: "Allah: Tú eres el Primero y no hay nada
antes de ti, y Tú eres el Último y no hay nada
después de ti".
Éstas son intuiciones del corazón en
consonancia con las palabras de los profetas que invitan al ser
humano a despojar de límites esa Verdad y sumergirse en
sus connotaciones, saboreando ese Poder anterior a todo lo que
existe, que soporta cada instante de lo que existe, que
transciende todo lo que existe, que permance cuando nuestro mundo
se esfuma en su precariedad.
El No-Principio y el No-Fin son palabras para designar
la perplejidad que sobrecoje al ser humano cuando reflexiona
sobre las dimensiones del Ser y encuentra que el encadenamiento y
la sucesión de todo lo creado alcanzan un límite,
en sus orígenes y en su final, que tiene en ambos extremos
el infinito de un Abismo Irrepresentable. En esa
conclusión descubre que su existencia y la del universo es
un instante en medio de un Océano que supera lo que puede
concebir. Entonces Allah se le presenta llenando esa Eternidad en
la que estamos instalados. Eso que es Infinito es el soporte de
nuestro momento efímero. Y entonces la razón
empieza a dar vueltas en torno a ese Eje inconcebible y da fe de
esa grandeza presentida en lo hondo de su
meditación.
lâ yafnà wa lâ
yabîd*
No se extingue ni tiene
ocaso…
Con esta precisión, el autor de la
‘Aqîda quiere subrayar el carácter eterno de
Allah: Él no muere, mientras que todo lo que existe acaba
aniquilado. La muerte es creación suya, y no está
por encima de Él. Al contrario, Él tiene absoluto
dominio sobre ella. El Corán dice: "Todo lo que hay sobre
la tierra es transitorio y se desvanece, y sólo permanece
inalterable la Faz de tu Señor, el Poseedor de la Majestad
y la Nobleza". Allah es el Uno-Eterno, el Abismo Infinito, y
está fuera del tiempo, absolutamente incondicionado. Allah
no es afectado por ninguna aniquilación ni es exterminado
por nada. Todo esto hace nacer en nosotros el desconcierto ante
la Verdad en la que exisitimos y a la que nos estamos
asomando.
wa lâ yakûnu illâ mâ
yurîd*
Y
sólo es lo que Él quiere…
El Profeta dijo: "Lo que Allah quiere que sea, es; y lo
que no quiere que sea, no es". Estas palabras contienen la
ruptura definitiva con el mundo de la idolatría. El
Corán dice: "No queréis hasta que Allah quiere".
Todo en la existencia plasma únicamente la Voluntad
(Irâda) de Allah, Señor de los Mundos. Nada es
contrario a su querer, nada escapa a su deseo, nada se opone a su
decisión, nada se sostiene ante Él. En realidad, no
hay más Voluntad que la suya. Con esto nos sumergimos
definitivamente en el Océano de la Unidad y en la paz
más reconfortante. Ésta es la clave que nos
sitúa por completo en el Universo de Allah, demoliendo
nuestras ficciones.
Hemos hablado de la Dzât de Allah (de su Esencia)
y hemos afirmado su Unidad (Wahdânía) y le hemos
negado socio (sharîk), rechazando de entrada toda forma de
idolatría, asumiendo la inasequibilidad de su Secreto,
negándonos a representarnos esa Incógnita. Y
también hemos hablado de sus Cualidades (Sifât)
llevándolas al infinito y situándonos entre dos
posturas: la de quienes las niegan y separan a Allah del mundo, y
la de quienes interpretan esas Cualidades de modo ingenuo y
antropomorfizan a Allah. Gracias a las Cualidades sabemos que
Allah -Remoto e Infinito- es, a la vez, Presente e Inmediato,
embargándonos de un modo inexpresable.
Nos queda por hablar de sus Actos (Af‘âl),
que son ‘nuestra existencia’, y asentarnos en la
Unidad en lo que se refiere a este asunto, en el que
también, como veremos, se dan dos extremos opuestos. Para
adentrarnos por este resbaladizo terreno -el más cercano a
nosotros- deberemos primero relativizar nuestros valores y
anularlos en la Grandeza de Allah, agigantando nuestros criterios
en las inmensidades de la Verdad, que siempre está mucho
más allá de nuestras espectativas, convicciones,
contradicciones o esperanzas.
Todo cuanto tiene realidad y hechura es obra de Allah.
Existen el bien y el mal, lo que nos gusta y lo que nos disgusta,
lo que nos enamora y lo que nos aterroriza, lo que nos satisface
y lo que nos frustra, lo que nos conmueve y lo que nos hace
rebelarnos,… todo existe en medio de razones que se nos escapan
y a las que ineludiblemente estamos sometidos. Hay, por tanto,
infinitos opuestos, y tienen realidad. Y es Allah el que realiza
las cosas.
La fuerza con la que se impone la Realidad es el Poder
Determinante de Allah (Qudra). La contundencia del mundo es signo
de la Presencia Inmediata de la Verdad. Nada tiene origen fuera
de Él, nada es expresión de lo que no sea su
Voluntad (Irâda), por mucho que nos contrarie. Es
más, aquello que nos contraria, lo que escapa a nuestro
gusto, a nuestro entendimiento y a nuestro control, es
manifestación de la Preeminencia de Allah, es señal
del cumplimiento de una Voluntad que no depende de nosotros. En
cada extremo, Allah se da a conocer. Con lo bello y agradable,
Allah se hace amar. Con lo terrible, Allah rinde al hombre. Ante
lo terrible el hombre descubre su impotencia e intuye a su
Verdadero Señor Irreductible. Abatiendo ante Allah su
estandarte, el musulmán fluye con la Voluntad verdadera en
la que descubre el secreto que lo mueve en lo más
íntimo, el misterio creador de su realidad. Ante Allah
claudica la ficción, y lo auténtico emerge
desbordándose a través del que ha renunciado a su
fantasma para pasar a existir en el Querer que mueve, desde lo
recóndito, a la molécula y también al astro
imponente. Con ello, el ser humano no pierde
‘voluntad’ sino ‘supuestos’: en lo
más hondo de sí se reencuentra con la Voluntad Una
que lo hace ser realmente.
El
Tawhîd
Es el esfuerzo por alcanzar el sentido más puro
de la Unidad, y nos exige negar toda influencia y decisión
que no sean de Allah Uno. Esto nos lleva a afirmar el Decreto
(Qadâ) y el Destino (Qádar). Todo está
predeterminado (maktûb), es decir, tiene orígenes
remotos: lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, lo justo y lo
injusto, lo amable y lo terrible. Todo, cada instante, cada
acontecimiento, está asentado sobre una eternidad
fecunda.
Es la palabra (Kalima) primordial de la creencia
absoluta en la Unidad de Dios, predicada por todos los
mensajeros.
En el Sagrado Corán se habla de la
predicación de Noé -la paz sea con él- a su
pueblo:
"Por cierto que enviamos a Noé a su pueblo,
diciéndole: " ¡Amonesta a tu pueblo, antes de que
les azote un severo castigo!". Dijo: " ¡Oh pueblo
mío!, por cierto que soy un amonestador fidedigno para
vosotros: ¡Adorad a Dios,- temedle y obedecedle! El
olvidará vuestras faltas y os
tolerará hasta un limite prestablecido; porque cuando
caduque, el término de Dios no será postergado. !Si
lo supiéseis¡". (Sura 71, aleyas 1-4)
Del mismo modo, el profeta Hud -la paz sea con
él- dice a su pueblo:
También enviamos a los adíes a su hermano
Hud quien les dijo: " ¡Oh pueblo mío! ¡Adorad
a Dios, porque no tenéis más Deidad que El!
¿No le temeréis?. Pero los magnates
incrédulos de su pueblo dijeron: "Ciertamente, vemos en ti
necedad y pensamos que eres uno de tantos embusteros". (Sura 7,
aleyas 65, 66)
Dijeron le:
"¿Has venido, acaso, para hacernos adorar
sólo a Dios y abandonar todo lo que adoraban nuestros
padres?"¡Haz, pues, que se cumplan tus amenazas, si eres de
los sinceros!. Les dijo: "Ciertamente pronto os azotarán
el castigo y la indignación de vuestro Señor!
¿Osaréis disputarme a causa de nombres que
Inventásteis, vosotros y vuestros padres, a quienes Dios
no había revelado autoridad alguna? ¡Aguardad, pues,
el castigo, que yo también aguardaré con vosotros!
". (Sura 7, aleyas 70, 71 )
Se relata en el Sagrado Corán que cuando Abraham
vio que su pueblo adoraba a los ídolos como si fueran
dioses, les dijo:
"Por cierto que no somos responsables de vosotros y de
cuanto adoráis en vez de a Dios. Renegamos de vosotros, y,
desde ahora, comienza para siempre entre nosotros y vosotros la
enemistad y el odio, a menos que creáis sólo en
Dios". (Sura 70, aleya 4)
También Moisés -la paz sea con él-
predicó a su pueblo para que adorasen al Dios único
y rechazaran al Faraón como dios. Dios dice en el Sagrado
Corán acerca de lo sucedido entre el Faraón y
Moisés:9
Dijo le Faraón: "¿Quién es el
Señor del Universo?". Le contestó: "Es el creador
de los cielos y de la tierra y de todo cuanto hay entre ambos, si
estáis persuadido". Faraón dijo a los circundantes:
"¿Habéis oído?". Moisés le dijo: "
¡Es vuestro Señor y el Señor de vuestros
primeros padres!". Dijo Faraón: "ciertamente que el
mensajero que os ha sido enviado, es un loco". Moisés
dijo: "Es el Señor del Levante y del Poniente y de cuando
existe entre ambos, si razonáis". Faraón
añadió: "Si adoras a otro Dios que no sea yo, te
contaré entre los encarcelados! ". (Sura 26, aleyas
23-29)
En cuanto a Jesús -la paz sea con él-,
Dios nos dice en el sagrado Corán que predicó a su
pueblo para que adorasen al Dios único.
"Y acuérdate de cuando Dios dijo: " ¡Oh
Jesús, hijo de María! ¿Fuiste tú
quien dijo a la gente: Tomadme a mí y a mi madre por dos
divinidades en vez de Dios". Dijo" ¡Glorificado seas! Es
inconcebible que yo diga lo que, por derecho, no me corresponde:
Si lo hubiera dicho lo habrías sabido; tú sabes lo
que hay en mi alma, pero yo
no sé lo que hay en tu alma. Ciertamente, tú
conoces lo oculto." No les he dicho sino lo que me has ordenado:
" ¡Adorad a Dios, mi Señor y el vuestro!". Y
mientras permanecí con ellos fui su testigo; más
cuando me llevaste, fuiste Tú su único observador;
porque Tú eres testigo sobre todas las cosas. Si Tú
les castigas es porque son tus siervos; y si les perdonas,
Tú eres el poderoso, el prudente." (Sura 5, elellas
116-118)
Luego vino el último de los profetas: Muhammad
-la paz sea con él- al cual Dios ordenó que
predicase su mensaje:
Dios -altísimo- dice en el sagrado
Corán:
"Por cierto que vamos a revelarte un mensaje de gran
densidad.
Ciertamente que el principio de la noche para rezar es lo
más impresionante y lo más adecuado. Porque durante
el día tienes muchos quehaceres: Pero acuérdate del
nombre de tu Señor y conságrate íntegramente
a El. El es el Señor del Oriente y del Occidente:
¡No hay más Dios que El! ¡Tómalo, pues,
por protector! Y tolera cuanto te digan y aléjate
dignamente de ellos." (Sura 73, aleyas 5-10)
Dios -altísimo sea-, dice:
Di: " ¡Oh incrédulos! No adoro lo que
adoráis. Vosotros no adoráis lo que adoro y
jamás adoraré lo que adorasteis, ni vosotros
adoraréis lo que adoro. Tenéis vuestra religión. Yo tengo mi
religión." (Sura 109)
También dice:
Di: "Dios es único; Dios es el eterno sostenedor;
Jamás engendró ni fue engendrado y no hay nada
igual a El." (Sura 112)
Podemos darnos cuenta, con todo lo anteriormente dicho,
que todos los mensajeros han predicado a sus pueblos que adoren
al Dios único.
Dios nos dice en el Sagrado Corán:
Y El es quien, en el cielo es Dios y es Dios en la
tierra, y es prudente, sapientísimo. (Sura 43, aleya
84)
Al reconocer que el señorío pertenece al
Dios único, atribuyéndole la absoluta unidad y
rechazando todo menos esto, se dice que el musulmán admite
la unidad de Dios con una creencia sana y una aceptación
verdadera, con el permiso de Dios; y por esa creencia
entrará al Jardín. Hay un relato sobre esto, del
profeta Muhammad -la paz sea con él- que dice: "Aquel cuya
última palabra antes de morir sea No hay más Deidad
que Dios, entrará al Jardín del Paraíso"
(Relato por Al-Hakim, entre otros).
Esto nos indica que quien muera reconociendo la absoluta
unidad de Dios, que "no hay más dios, ni Señor, ni
digno de ser adorado, ni creador, ni dador de vida, ni dador de
muerte, ni glorificador, ni benefactor, ni perjudicador, salvo
Dios". entrará al Paraíso al final de esta vida y
después de haber sido juzgadas sus obras por Dios y de
haber sido premiado si ha hecho bien o castigado si ha hecho
mal.
Dios -altísimo sea- dice:
"Ciertamente, Dios jamás perdonará que le
asocien copartícipes, pero perdona, con excepción
de esto, a quien quiere." (Sura 4, aleya 116)
El generoso mensajero de Dios -la paz sea con
él-, predicó desde el primer momento a todas las
tribus de Curaich, que no hay más deidad que Dios, el
clementísimo, el misericordioso, el único que tiene
poder sobre todas las cosas. Les dijo:
' ¡Por Dios! (os digo) Que no hay más
deidad que El, y que yo soy su mensajero, particularmente para
vosotros y generalmente para toda la humanidad. ¡por Dios!
(os digo) Que moriréis como si fuerais a dormir y
resucitaréis como si fuerais a despertar, y seréis
juzgados por todo cuanto hacéis y tendréis el
Jardín o el Fuego eternamente."
También les dijo:
"Dios me ordenó que os predicara acerca de El,
diciendo en el Sagrado Corán: "Y amonesta a tus parientes
más próximos" (Sura 26, aleya 214)
"Yo os recomiendo dos palabras que son fáciles de
pronunciar y pesan en la balanza (1):
"Reconocer que no hay más deidad que Dios, y que
yo soy el mensajero de Dio …… ".
Está claro que ésta es la "kalima"
(palabra) primordial de la unicidad de Dios, pues el hombre es
siervo únicamente de Dios, y no de cualquier criatura de
la tierra o del cielo.
Todo lo que hay tanto en el cielo como en la tierra le
obedece y es conducido por su sabiduría; los ignorantes
cometen un gran error al asociar a Dios en su poder con otras
deidades, mediadores, intercesores. Todo esto carece de base y
fundamento:
"Diles: Si sois sinceros, aportad vuestra prueba." (Sura
2, aleya 111 )
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