No obstante, cada vez hay más conciencia de que
una economía
dejada a sus solas fuerzas salvajes de oferta y demanda
termina construyendo o manteniendo horrendas diferencias
sociales, indignas de una humanidad que ha declarado en 1948 la
igualdad de la
gran familia humana.
El desafío que tiene la sociedad del
siglo XXI es la de introducir correctivos a la economía de
tal manera que se supere la insolidaridad y el egocentrismo para
construir una humanidad fraterna tal como ha sido afirmada por
casi todos los países del mundo en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
Así, de nuevo caemos en la cuenta que una economía
sin una ética se
hace ciega e inhumana. Sólo una toma de conciencia de que
es el "sujeto" humano el que tiene que asignar valor a las
cosas y establecer los criterios para distribuir los bienes escasos
para beneficio de todos, es lo que hará posible una
convivencia humana sin nuevos "bloques" que terminen siendo
peores que los que se derribaron con el muro de
Berlín.
A diario recibimos información de cualquier canal de televisión
del mundo por medio de las antenas
parabólicas y podemos acceder a la base de datos
de cualquier país por medio de la informática o de los telefax. Un periodista
con dos valijas apropiadas puede trasmitir desde cualquier
rincón de la tierra una
noticia que valga la pena ser conocida. Los problemas
sociales, éticos, políticos o religiosos de
cualquier región de la tierra tienen
implicación en los demás. Pero ninguno de estos
problemas se
podrá resolver si no se apela a la ética. El
derecho no es más que la positivación de los valores
éticos. Pero las leyes no pueden
formularse sin una previa reflexión de la sociedad, que
busque las convergencias axiológicas sin discriminar las
minorías de ningún tipo. Por otra parte, ninguna
legislación, código
o constitución es capaz de agotar en su
positivación todos los dilemas éticos que se
plantean en la convivencia social. De ahí que cada vez sea
más necesaria una formación moral a todos
los niveles de la sociedad.
La Ética Profesional es importante porque ayuda a
los profesionales a reflexionar los dilemas éticos
específicos que le plantea su práctica y constituye
además un aporte a toda persona que
descubra la necesidad de emprender este camino de progresiva
humanización.
Todo trabajador tiene o debe desarrollar una ética
profesional que defina la lealtad que le debe a su trabajo,
profesión, empresa y
compañeros de labor. Villarini (1994) describe que "la
ética de una profesión es un conjunto de normas, en
términos de los cuales definimos como buenas o malas una
práctica y relaciones profesionales. El bien se refiere
aquí a que la profesión constituye una comunidad
dirigida al logro de una cierta finalidad: la prestación
de un servicio".
Señala, además, que hay tres tipos de condiciones o
imperativos éticos profesionales: competencia –
exige que la persona tenga los conocimientos, destrezas y
actitudes para
prestar un servicio al
cliente – la actividad profesional sólo es buena en el
sentido moral si se pone al servicio del cliente solidaridad – las
relaciones de respeto y
colaboración que se establecen entre sus
miembros.
Para lograr en los empleados una conciencia ética
profesional bien desarrollada es que se establecen los
cánones o códigos de ética. En éstos
se concentran los valores
organizacionales, base en que todo trabajador deberá
orientar su comportamiento, y se establecen normas o
directrices para hacer cumplir los deberes de su
profesión.
En virtud de la finalidad propia de su profesión,
el trabajador debe cumplir con unos deberes, pero también
es merecedor o acreedor de unos derechos. Es importante
saber distinguir hasta dónde él debe cumplir con un
deber y a la misma vez saber cuáles son sus derechos. En
la medida que él cumpla con un deber, no debe preocuparse
por los conflictos que
pueda encarar al exigir sus derechos. Lo importante es ser
modelo de lo
que es ser profesional y moralmente ético. Por ejemplo, un
deber del profesional es tener solidaridad o compañerismo
en la ayuda mutua para lograr los objetivos
propios de su empresa y, por consiguiente, tener el derecho de
rehusar una tarea que sea de carácter inmoral, no ético, sin ser
víctima de represalia, aun cuando esto también sea
para lograr un objetivo de
la empresa. Al
actuar de esa manera demuestra su asertividad en
la toma de
decisiones éticas, mientras cumple con sus deberes y
hace valer sus derechos. Además, demostrará su
honestidad, que
es el primer paso de toda conducta
ética, ya que si no se es honesto, no se puede ser
ético. Cuando se deja la honestidad fuera de la
ética, se falta al código de ética, lo cual
induce al profesional a exhibir conducta inmoral y
antiética.
Hay tres factores generales que influyen en el individuo al
tomar decisiones éticas o antiéticas (Ferrell,
87-96), los cuales son:
- Valores individuales – La actitud,
experiencias y conocimientos del individuo y de la cultura en
que se encuentra le ayudará a determinar qué es
lo correcto o incorrecto de una acción. - Comportamiento y valores de otros – Las
influencias buenas o malas de personas importantes en la vida
del individuo, tales como los padres, amigos,
compañeros, maestros, supervisores, líderes
políticos y religiosos le dirigirán su
comportamiento al tomar una decisión. - Código oficial de ética – Este
código dirige el comportamiento ético del
empleado, mientras que sin él podría tomar
decisiones antiéticas.
Un aumento en las regulaciones rígidas en
el trabajo a
través de los códigos de ética
ayudará a disminuir los problemas éticos, pero de
seguro no se
podrá eliminarlos totalmente. Esto es así, debido a
las características propias de la ética que
establecen que ésta varía de persona a persona, lo
que es bueno para uno puede ser malo para otro; está
basada en nuestras ideas sociales de lo que es correcto o
incorrecto; varía de cultura a cultura, lo cual no se
puede evaluar un país con las normas de otro; y
está determinada parcialmente por el individuo y por el
contexto cultural en donde ocurre. No obstante, el profesional
debe reconocer que necesita de la ética para ser sensible
a los interrogantes morales, conocer cómo definir
conflictos de valores, analizar disyuntivas y tomar decisiones en
la solución de problemas.
Etimología
La ética (del latín ethicus y éste
del griego clásico ēthikós,
«moral, relativo al carįcter») es
una de las grandes ramas de la filosofía. Tiene como
objeto de estudio la moral y la
acción humana. Su estudio se remonta a los orígenes
de la filosofía moral en la Grecia
clásica y su desarrollo
histórico ha sido diverso
Ética y
Moral
Conviene diferenciar entre los términos
ética y moral: aunque en el habla común suelen ser
tomados como sinónimos, se prefiere el empleo del
vocablo moral para designar el conjunto de valores, normas y
costumbres de un individuo o grupo humano
determinado. Se reserva la palabra ética, en cambio, para
aludir al intento racional (vale decir, filosófico) de
fundamentar la moral entendida en cuanto fenómeno de la
moralidad o
ethos («carácter, manera de ser»). En otras
palabras: la ética es una tematización del ethos,
es el proyecto de crear
una moral racional, universalizable y, en consecuencia,
transcultural.
Una doctrina ética elabora y verifica
afirmaciones o juicios. Esta sentencia ética, juicio moral
o declaración normativa es una afirmación que
contendrá términos tales como 'malo', 'bueno',
'correcto', 'incorrecto', 'obligatorio', 'permitido', etc,
referido a una acción o decisión. Cuando se emplean
sentencias éticas se está valorando moralmente a
personas, situaciones, cosas o acciones. De
este modo, se está estableciendo juicios morales cuando,
por ejemplo, se dice: "Ese político es corrupto", "Ese
hombre es
impresentable", "Su presencia es loable", etc. En estas
declaraciones aparecen los términos 'corrupto',
'impresentable' y 'loable' que implican valoraciones de tipo
moral.
La ética estudia la moral y determina qué
es lo bueno y, desde este punto de vista, cómo se debe
actuar. Es decir, es la teoría
o la ciencia del
comportamiento moral de los hombres.
Moral significa, por oposición a lo
«físico», todo aquello que en algún
modo cae bajo la acción de nuestra libertad. En
este sentido se llaman Ciencias
morales las que investigan las leyes de la actividad humana; y
por esto, aunque la naturaleza
propia y específica de ésta se constituya por la
racionalidad, califícanse las acciones de humanas en
cuanto el hombre es
dueño de ellas por su libre albedrío.
La palabra ética y la palabra moral según
su etimología tienen significados parecidos. Estos dos
términos proceden uno del griego y otro del latín,
pero tienen la misma significación original.
Ética deriva de la palabra griega
ethos (=costumbre) y moral del
término latíno mos−moris
(=costumbre). Ambos tienen, pues, la misma raíz semantica.
Por ello Etica y Moral,
etimológicamente, se identifican y se definen como la
<ciencia de las
costumbres>.
Con el tiempo, ambos
vocablos han evolucionado hacia significaciones distintas, (si
bien, complementarias), del actuar humano. El término
ética se reserva para enjuiciar la conducta humana
desde el punto de vista racional, tal como se estudia en la
filosofía, o sea significó el actuar humano
conforme a las exigencias éticas marcadas por las
distintas religiones.
No obstante − a pesar de algunas distinciones, en
la actualidad se vuelve al sentido etimológico de ambos
términos, de modo que pueden usarse indistintamente. Por
ello, cabe hablar de ética o moral en el ámbito de
la política,
lo económico, lo social y también de moral o de
ética en el nuevo testamento. De aquí que esta
disciplina se
denomine indistintamente Teología Moral o Etica
Teológica, aunque ambos vocablos se empleen
indistintamente, es preciso distinguir entre ética o
moral filosófica y ética o moral
teológica. La Moral Filosófica deduce
sus principios
éticos de la razón y tiende a que el hombre,
mediante una conducta adecuada, se mejora a sí mismo y
consiga la felicidad natural. Por el contrario, la moral
teológica deriva sus principios de la
revelación y su fin persigue no sólo la
perfección y felicidad humana en este mundo, sino la
salvación o la condenación eterna. Esta
distinción se recoge en la misma pregunta que hace el
joven del evangelio a Jesús: – Maestro, ¿Qué
he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (Mt 19,16). Y
la respuesta de Jesús no va orientada a que el joven lleve
una vida humanamente correcta, sino que evoca la salvación
eterna: Si quieres entrar en la vida ……
Algunos estudiosos de la conducta humana encuentran
pequeñas diferencias en el uso de las palabras ética y
moral. Esto se debe a que ambas prácticamente tienen
el mismo significado y se relacionan entre sí, tal como
mencionamos previamente. Ambas palabras (ethos y mos) se ubican
en el terreno de la ética y hacen hincapié en un
modo de conducta que es adquirido por medio del hábito y
no por disposición natural. Por su definición
etimológica, la ética es una teoría de
hábitos y costumbres. Comprende, ante todo, "las
disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus
costumbres y, naturalmente también la moral."
(Aranguren).
El concepto
ética en este escrito se analizará desde el punto
de vista de Fagothey (1991) que establece que ésta "es
el
conocimiento de lo que está bien y de lo que
está mal en la conducta humana" . A diario se enjuicia
moralmente un acto y se afirma que es o no es ético, o sea
bueno o malo, si este acto está a favor o en contra de la
naturaleza y dignidad del
ser humano.
Según Escobar (1992) "la ética nos ilustra
acerca del porqué de la conducta moral y los problemas que
estudia son aquellos que se suscitan todos los días en la
vida cotidiana, en la labor escolar o en la actividad
profesional".
Diferencias y semejanzas entre Ética y
Moral
El uso de la palabra Ética y la palabra Moral
está sujeto a diversos convencionalismos y que cada autor,
época o corriente filosófica las utilizan de
diversas maneras. Pero para poder
distinguir será necesario nombrar las
características de cada una de estas palabras así
como sus semejanzas y diferencias.
- Características de la Moral. La Moral
es el hecho real que encontramos en todas las sociedades,
es un conjunto de normas a saber que se transmiten de
generación en generación, evolucionan a lo largo
del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a las
normas de otra sociedad y de otra época
histórica, estas normas se utilizan para orientar la
conducta de los integrantes de esa sociedad. - Características de la Ética. Es
el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas,
es un conjunto de normas a saber, principio y razones que un
sujeto ha realizado y establecido como una línea
directriz de su propia conducta. - Semejanzas y Diferencias entre Ética y
Moral. Los puntos en los que confluyen son los
siguientes:
- En los dos casos se trata de normas, percepciones,
deber ser. - La Moral es un conjunto de normas que una sociedad
se encarga de transmitir de generación en
generación y la Ética es un conjunto de normas
que un sujeto ha esclarecido y adoptado en su propia
mentalidad.
Ahora los puntos en los que difieren son los
siguientes:
- La Moral tiene una base social, es un conjunto de
normas establecidas en el seno de una sociedad y como tal,
ejerce una influencia muy poderosa en la conducta de cada uno
de sus integrantes. En cambio la Ética surge como tal
en la interioridad de una persona, como resultado de su
propia reflexión y su propia
elección. - Una segunda diferencia es que la Moral es un
conjunto de normas que actúan en la conducta desde el
exterior o desde el inconsciente. En cambio la Ética
influye en la conducta de una persona pero desde si misma
conciencia y voluntad. - Una tercera diferencia es el carácter
axiológico de la ética. En las normas morales
impera el aspecto prescriptivo, legal, obligatorio,
impositivo, coercitivo y punitivo. Es decir en las normas
morales destaca la presión externa, en cambio en las
normas éticas destaca la presión del valor
captado y apreciado internamente como tal. El fundamento de
la norma Ética es el valor, no el valor impuesto
desde el exterior, sino el descubierto internamente en la
reflexión de un sujeto.
Con lo anterior podemos decir existen tres niveles de
distinción.
- El primer nivel está en la Moral, o sea, en
las normas cuyo origen es externo y tienen una acción
impositiva en la mentalidad del sujeto. - El segundo es la Ética conceptual, que es el
conjunto de normas que tienen un origen interno en la
mentalidad de un sujeto, pueden coincidir o no con la moral
recibida, pero su característica mayor es su
carácter interno, personal,
autónomo y fundamentante. - El tercer nivel es el de la Ética
axiológica que es el conjunto de normas originadas en
una persona a raíz de su reflexión sobre los
valores.
Ética
formulada y Ética vivida
La ética, igual que la moral, puede ser formulada
según reglamentaciones, normas morales y deberes, pero
también puede ser vivida que cuando los individuos
incorporan los valores éticos y las normas morales de
conducta a su forma de actuar en la vida, en forma constante, en
el día a día.
La
Ética como ciencia
Por el valor etimológico de la palabra
Ética y por la índole de las materias que
históricamente desde Aristóteles ha comprendido su estudio, la
Ética pertenece a las ciencias morales y
sociales.
Se llaman también sociales o políticas
las ciencias morales, porque el hombre en su libre actividad no
es un ser aislado, que se forme a sí propio, ni se
desenvuelva independientemente del concurso de los otros seres
racionales, ni aun del de los puramente naturales, sino que forma
parte del todo social y a él le inclina su misma
condición.
Aristóteles decía que la sociedad
política es superior en perfección y anterior en
orden de naturaleza (aunque no en el orden de la
generación) a la familia y
al individuo, como el todo lo es respecto de las partes; y
comentándolo el Angélico Doctor escribe que cada
hombre, comparado a la sociedad, es como cada una de sus partes
respecto del hombre completo, que, separadas de él, ni
pueden subsistir ni aun llamarse propiamente humanas . En suma:
no hay vida moral completa que no sea social; de ahí que
se tomen indistintamente los dos términos, o se unan
frecuentemente para expresar mejor el carácter de estas
ciencias; por eso llamamos nosotros a la Ética
filosofía moral y social.
La Ética ciencia
práctica. -El fin de las ciencias especulativas,
dicen los escolásticos, es conocer la verdad; el de las
prácticas, el obrar; no porque el entendimiento, principio
productor de toda ciencia, sea también principio motor de ese
obrar, sino únicamente director; intellectus practicus
est motivus, non quasi exequens motum, sed quasi dirigens ad
motum (D. Thom, I, q. LXXIX, art. 11, ad 1 m). La ciencia no
está encargada de hacer cosa alguna, pero nada impide que
tenga un fin fuera de sí misma, que todo su objeto no
quede agotado en la contemplación de la verdad. Esto y no
otra cosa querían decir los escolásticos llamando a
la Ética una ciencia práctica,
independientemente de que hubiera quien hiciese aplicación
de ella; bástale la aplicación posible de
sus normas. Carácter científico reconocen todos a
la jurisprudencia, sin que deje de tener un fin
extrínseco: servir al Magistrado en la práctica
judicial; en este sentido bien puede llamarse ciencia
práctica como la Moral.
Hay otra razón para llamarla así:
propónese ésta ordenar nuestra vida y la facultad
reguladora de ella es la voluntad, facultad operativa por
excelencia, en cuanto le toca elegir y determinar nuestras
acciones; de nada valdría la contemplación
especulativa del orden de nuestra conducta si no era actuado por
la voluntad. Ahora bien; la Moral no pretende sólo
descubrir ese orden que se ha de actuar, sino que por el
carácter mismo de las ideas que escudriña trata de
influir en las libres determinaciones de la voluntad, de producir
el orden interno en nuestra actividad práctica.
La Ética ciencia normativa.
-Trasponiendo al lenguaje
moderno el concepto de los escolásticos al decir que la
Ética es ciencia práctica, pudiéramos
llamarla normativa, por lo que no se entiende
simplemente la determinación de reglas como medio para
conseguir un fin dado, que esto es a lo que hoy se suele
denominar ciencia práctica; por ejemplo, la higiene no tanto
se propone definir el ideal de la perfecta salud, cuanto sugerir los
medios
más aptos para evitar las enfermedades y corroborar el
organismo.
La verdadera ciencia normativa sólo se refiere a
los actos del hombre sujetos a su querer, y en cuanto han de
ordenarse a un término ideal, cuya naturaleza importa en
el mayor grado conocer. Y aun existe una diferencia capital entre
algunas ciencias normativas (la lógica
y la estética) y la moral; aquéllas no
tienen la actuación del fin como implícita en su
naturaleza esencial; mientras que el fin de la Ética no se
presenta como algo que puede ser aceptado o rechazado libremente
por nuestra voluntad, sino que aparece a la inteligencia
como ideal necesario de la conducta humana.
En rigor, las leyes lógicas y estéticas no
representan más que una necesidad intrínseca del
ejercicio de ciertas funciones, y en
tal concepto no son verdaderas normas, pues no estamos obligados
a cultivar las reglas de aquellas ciencias; sólo cuando
éstas entran a formar parte de la conducta, reciben de la
Ética el carácter imperativo de fines y entonces se
hacen verdaderas normas.
Método de la
Ética
Uno de los métodos
utilizados en su estudio son: la Inducción, consiste en partir de lo
particular hacia lo general; sus partes son: la observación, la comparación y la
experimentación, de los distintos hechos concretos de la
vida humana para formular normas morales de validez
universal.
La deducción es el otro de los métodos,
consiste en que de una ley ya
establecida se deducen normas de conducta particular.
La Ética como toda ciencia posee un método por
medio del cual se tenga un conocimiento
profundo de la conducta humana. El cual consiste en los siguiente
pasos:
- Observación. Este paso también
es propio del método científico. La
observación no solo consiste en acercarse al hecho real
y percibir a través de los sentidos en
forma penetrante y amplia. - Evaluación. A partir de la percepción del acto por medio de la
observación, se emiten un juicio de valor moral, es
decir tratar de catalogar el acto observado dentro de las
categorías morales previamente establecidas estudiadas
como pueden ser: reprobable, honesto, obligatorio, bueno,
amable, recomendable, etc. Es necesario existan matrices de
valoración moral para así poder catalogar con
más detalle el acto estudiado. - Percepción axiológica. Es este
aspecto se trata de descubrir en forma personal los valores que
todavía no se ha sido capaz de descubrir o percibir en
este acto. Una vez hecho esto podemos darle un valor al acto
estudiado de acuerdo a una escala de
valores.
Alcance de la cuestión del método
en Ética
Siendo el objeto del método señalar el
procedimiento
lógico que el entendimiento ha de seguir en la investigación de la verdad y en su comunicación a los demás, a fin de
constituir un sistema
científico, pudiera creerse que, sin resolver la
cuestión del método propio de cada ciencia,
éstas no podrán existir. No ocurre esto, sin
embargo; las ciencias se van formando paulatinamente, siguiendo
los procedimientos
espontáneos que el espíritu pone en ejercicio para
descubrir toda verdad, y es necesario que las ciencias alcancen
desarrollo notable para que los problemas del método
adquieran preferente atención; crece de punto la importancia de
ellos cuando el contenido tradicional de una disciplina es puesto
en litigio por una orientación doctrinal nueva.
Este es el caso precisamente hoy para la
Ética; las ideas filosóficas de los sistemas que, a
partir de Kant, han
imperado en la mayor parte de las escuelas contemporáneas
han influido tan eficazmente en la transformación del
método con que eran estudiadas las cuestiones morales, que
se hace absolutamente necesario tratar con alguna
extensión de estos problemas, sin que esto signifique la
pretensión de fundar una moral nueva o descubrir normas
ignoradas que sirvan para ordenar nuestra vida.
No podemos admitir que la metodología moral no sea más que
«la psicología del hombre inteligente,
libertado de toda teoría, buscando una regla de
vida».
Ni el hombre, al filosofar, carece de regla de vida, ni
podría buscarla con algún provecho sin tener ya
formada una teoría más o menos explícita de
la filosofía en general, de los métodos
científicos y de la Ética misma; el error sobre
estas materias en unos, así como la carencia de cultura
filosófica en otros, son causa de los escasos resultados y
de las deplorables aberraciones que se registran en las ciencias
sociales, no obstante las múltiples investigaciones
de que son objeto.
El fin, pues, del método en la Ética es
determinar los principios, por medio de los cuales hemos de
someter a examen las reglas morales que informan nuestras
costumbres, para conocer la razón de ser de ellas y juzgar
si merecen aprobación o no, o en qué deben ser
rectificadas, ampliadas, etc., formando con estas investigaciones
un encadenamiento de verdades que merezca el nombre de ciencia:
formación de la ciencia y su exposición,
éste es el fin del método en su
integridad.
El punto de partida del método racional
ético
No porque los problemas de la Ética sean del
orden social se quiere decir que el método de ella sea
apriorístico, sin fundamento en lo real, ni meramente
deductivo, a la manera del método
geométrico.
Ni por parte de las exigencias del entendimiento
humano en todo género de
investigación científica, ni por
parte de los que son peculiares del objeto de la Ética,
admitimos nada que no esté dotado de valor objetivo, como
fundado en la naturaleza misma de las cosas.
En efecto, siendo el método un instrumento de la
razón, es necesario, ante todo, salvar las exigencias
propias de ella, pues de lo contrario no podría
utilizarlo, y la fundamental de todas esas exigencias,
común a toda investigación racional, es proceder de
lo conocido a lo desconocido o menos conocido, lo cual puede
entenderse subjetiva y ontológicamente. Desde el primer
aspecto las manifestaciones sensibles de las cosas preceden al
conocimiento de su naturaleza abstracta, y lo particular a lo
universal; así en la materia o
contenido del objeto moral, que son las costumbres, como
éstas no son el producto de
puros espíritus, sino de hombres que manifiestan
sensiblemente sus juicios y voliciones interiores, ni se proponen
únicamente fines espirituales, sino también
corporales y externos, como la seguridad de la
vida contra atentados de aquellos con quienes se convive, la
propiedad de
los bienes materiales,
la
organización del hogar, la defensa del territorio,
etc., antes adquirimos el conocimiento particular de cada una de
esas formas de vida moral, y aun admitimos los juicios de valor
representados por ellas, que el concepto general de las mismas y
la razón de ser de aquéllos.
Cuando el filósofo
indaga ésta y se traza el mejor método para ello,
parte ya de ese conocimiento previo suministrado inmediatamente
por la realidad de las cosas, y que consta de hechos de
observación, tanto externa como interna, y de principios
de evidencia primera, lo mismo de orden especulativo que del
práctico, sin los cuales nada significarían para su
inteligencia los fenómenos observados.
Ontológicamente, y tal es el sentido
aristotélico del principio que en la demostración
se proceda de lo conocido a lo desconocido, ocurre lo contrario:
la naturaleza de una cosa es anterior a sus manifestaciones
sensibles y causa de ellas, la ley es la razón de ser del
hecho, y es necesario conocerla para dar cuenta del mismo. Y en
este sentido hemos de aplicar el principio dicho, porque es
cierto que «sólo por las acciones y reacciones
psíquicas sociales son activas y eficaces las condiciones
objetivas o externas de la moralidad, las cuales, más bien
que explicar por sí mismas y por sí solas la
producción y la evolución de ella, vienen a su vez a ser
explicadas por las condiciones internas o subjetivas.
Podríamos, sí, elevarnos del estudio de las
primeras con una nueva indagación al conocimiento de las
segundas; pero sería después efecto grave de
ilusión metodológica admitir que el medio de
que nos servimos para llegar al conocimiento de la vida interna
psicológica sea también la causa de ésta. Es
un error de este género el que está en la base de
muchas concepciones e interpretaciones de la moralidad,
según el cual ésta sería la consecuencia
directa de ciertas condiciones objetivas o externas, como
serían las formas y las instituciones
políticas o las económicas. No se olvide que la
acción externa debe siempre ser explicada con el factor o
con las leyes de las relaciones psicológicas
sociales» .
Error de la escuela
sociológico-positivista de Durkheim
Por lo dicho se comprenderá cuán
erróneamente preconizan los sociólogos de la
escuela de Durkheim las
excelencias y necesidad del método objetivo en moral, a
pretexto de desubjetivar esta ciencia, que para ellos es
una rama de la sociología. Los hechos morales, dicen,
pertenecen a la [126] categoría de los hechos sociales, y
como éstos han de estudiarse desde fuera, buscando
en algún signo exterior y visible el carácter que
los distinga de los demás, y desde luego por aquel aspecto
en que se presenten aislados de sus repercusiones individuales,
ya que lo sociológico es heterogéneo a lo
psicológico.
«No se nos reprochará,
escribía Durkheim, querer en sociología substituir
lo exterior a lo interior; partimos de fuera porque es lo
único inmediatamente dado, pero es para alcanzar lo de
dentro. El procedimiento es sin duda complicado; pero no hay
otro, si no se quiere exponernos a hacer que recaiga la
investigación, no sobre el orden de hechos que se quiere
estudiar, sino sobre el sentimiento personal que se tiene de
ellos»; y Lévy-Bruhl entiende que «el referir
los hechos a nuestros conceptos morales es muy perjudicial al
conocimiento
científico, porque los coloca, no según sus
relaciones objetivas y reales, sino según esquemas, cuyo
origen puede ser considerado como arbitrario en relación
con la realidad».
Aunque estos sociólogos protestan contra todo
prejuicio
doctrinal y dicen no atenerse más que a la experiencia, en
la cual consideran como «consolidadas,
cristalizadas», las costumbres de los pueblos, en la base
de su método hay más de una hipótesis puramente metafísica, como el realismo
social y la evolución monista, por virtud de la cual se
sostiene la analogía de la naturaleza social con la
física
llevada hasta la identificación; Dios es la sociedad y
ésta no difiere de la Naturaleza sino por una mayor
complejidad; como consecuencia de todo esto, en la
sociología y en la moral sociológica no hay lugar
alguno para la libertad, reinando el determinismo más
absoluto; la moral de un pueblo es en cada tiempo lo que tiene
que ser, según lo que los fenómenos sociales
permiten que sea.
No tenemos que criticar el método
sociológico sino en la parte que afecta al punto que
discutimos: ¿Es posible tomar como punto de partida
ontológico los hechos morales considerados
exteriormente para formar una ciencia moral? Que
ésta no podría ser filosófica no
tendrá nadie empeño en negarlo, y los
sociólogos aludidos no se lo proponen tampoco y hasta
creen que es preciso optar entre una moral teórica,
reputada por inútil además, y la sociología
así entendida.
Pero habría que repetir aquí aquellas
palabras de un anatomista: «Ante las fibras del cerebro nos
parecemos a los cocheros de alquiler, que conocen las calles y
las casas sin saber lo que pasa dentro»; sin el
conocimiento interior de los juicios de valor representados en
las costumbres y en las instituciones sociales, nada
significarían éstas para el hombre de ciencia.
Sería un error juzgarlas con nuestros propios
pensamientos, no ya sólo cuando se trate de pueblos
separados de nuestra civilización por abismos de tiempo y
de hábitos intelectuales,
sino cuando se trata de nuestros contemporáneos y afines
en cultura; el fondo común de la naturaleza
humana, salvo en ciertos juicios generalísimos y en
sentimientos que aparecen en toda vida moral, se actúa de
muy diversos modos, según el medio interior y
exterior de esa vida, y el conocimiento de éste es
imprescindible para fundar la sociología y constituir
normas éticas precisas y acomodadas a cada estado
social.
Mas para ello preciso es remontarse sobre el testimonio
histórico puramente externo, pues, como con razón
dice Höffding, «frecuentemente puede ocurrir que las
razones primitivas de ciertas acciones e instituciones se hayan
convertido en inaceptables, sin que por esto, sin embargo,
éstas hayan perdido su importancia y su valor. Aun en las
condiciones nuevas, y si se las considera bajo otro aspecto que
antes, pueden producir efectos hasta entonces desconocidos… En
los casos de este género prodúcese en el dominio moral una
substitución, por la que los motivos primitivos
cambian y son reemplazados por otros, mientras que los actos, los
hábitos y las instituciones permanecen los mismos. Se ve
claramente por esto que la explicación histórica de
un fenómeno moral no es, por sí sola, decisiva para
su apreciación, puesto que una tal substitución
permanece siempre posible» .
Ciertamente, el sociólogo puede abstenerse
de pronunciar un juicio de valor; pero él no conoce
objetivamente, como es en la realidad, la costumbre o
institución estudiada, si no la mira por dentro, en
aquello que la ha dado vida y ser. Y si esto decimos de los
juicios, ¿qué no habrá que decir de los
sentimientos que han acompañado a las ideas, creencias y
prácticas? ¿En qué se fundará la
inducción que trate de restituirlos al conocimiento
integral que del hecho moral hemos de tener, sino en la
analogía con nuestros mismos sentimientos y, por
consiguiente, en una interpretación
psicológica?
Además que no se formula en reglas definidas toda
la moral, según confiesa el mismo Durkheim, sino que en
gran parte queda como difundida en la vida colectiva [129] y,
podemos añadir nosotros, en la vida individual, pues no
hay más razón para que ésta se niegue que
las exigencias de un método que no está basado en
la experiencia .
Sólo prescindiendo de ésta puede temerse
que, al estudiar la realidad íntima del fenómeno
moral, subjetivo por esencia en lo que tiene de inmanente y no de
acción transeúnte, la investigación recaiga
sobre un orden de hechos distinto del que se trata de estudiar.
Como dice muy bien Delbos, «hay un elemento propiamente
moral de las acciones humanas, que debe ser definido por
sí mismo; sin esta definición rigurosa se corre el
riesgo de
ampliar confusamente y de alterar el sentido de la moralidad, de
tomar por ella lo que no es sino su acompañamiento
más o menos accidental, la consecuencia exterior, y de
representar mal la dirección de la voluntad en la que la
moralidad consiste.
Y el único medio de descubrir este elemento
esencial, si no se le quiere construir arbitrariamente, es
buscarle allí donde solamente puede estar de un modo
auténtico, a saber, en la conciencia moral
común».
El Angélico Doctor, en el Prólogo de sus
Comentarios a la Política de Aristóteles,
advertía ya que ésta pertenece a las ciencias
morales, porque su materia eran las acciones inmanentes, como
aconsejar, elegir, querer, pues de ellas depende el orden
que la filosofía social trata de poner en la ciudad, en la
vida civil, sin que por eso deje de haber otros actos necesarios
a la existencia de la sociedad como condiciones materiales y
externas para que se cumpla la acción política
o social; pero aquéllos se explican por ésta, en
ella tienen su razón de ser; por ello se partirá de
la acción inmanente como de lo más conocido a lo
menos conocido.
Esto explica que, «cuando se trata de la realidad
moral, apenas tomamos conocimiento de los hechos, al menos de la
mayor parte, se haga recaer al punto sobre ellos un «juicio
de valor» acompañado de sentimientos que no
quisiéramos dejar de percibir»
(142), y que «la
conciencia individual se sienta invenciblemente llevada
[131] a ver en ello la esencia misma del hecho moral», que
repugne admitir que pueda ser «desubjetivado», que
mantenga la imposibilidad de que exista tan pronto como cese de
considerarse la relación íntima del agente
responsable a los actos que él libremente ha
querido»
(143). Lejos, pues, de ser
perjudicial al conocimiento científico este modo de
proceder, es el único en el que podemos encontrar la
realidad y no la sombra de la moralidad, sin que los ataques de
la escuela sociológica hayan podido desarraigar esa
inclinación invencible, no ya de la conciencia
espontánea de la humanidad, sino de la reflexiva de
la mayor parte de los filósofos y sociólogos.
Ahora haremos ver que no por seguir este camino se cae
necesariamente en lo arbitrario, en lo subjetivo,
según el sentido peyorativo de esta palabra.
Método racional de la
Ética
Llamamos racional en sentido
aristotélico-escolástico al procedimiento que,
fundado en la experiencia de los hechos, forma por
abstracción los conceptos de las cosas; por la
relación establecida entre diversos conceptos o entre las
notas que los constituyen se forman los juicios, que pueden
llevar en sí mismos la evidencia que descubra su verdad o
reclamen para ello otra noción, otro concepto que sirva de
término de comparación con los del juicio no
evidente para hacerlo tal. Estas normas son de estricta
aplicación a los problemas de la Ética, cuyo
carácter, preferentemente especulativo, hemos hecho notar,
pues la razón humana comienza siempre por estudiar
especulativamente los objetos de la ciencia
práctica
(144). [132]
Dijimos que los problemas verdaderamente morales eran
los que se proponían determinar las normas del obrar
humano, en cuanto eran derivaciones de un fin
ideal, exigido en el derecho por la naturaleza
misma
(145).
Aun los que combaten teóricamente este concepto,
que implica ya un método, si hacen otra cosa que narrar
costumbres o inducir relaciones causales entre ellas, desde el
momento que llegan a prescribir algún acto, revelan que
han formado un juicio de valor sobre un fin al que el acto debe
ordenarse. Así Durkheim pudo escribir: «De
ordinario, para saber si un precepto de conducta es o no moral se
le confronta con una fórmula general de la moralidad, que
se ha establecido anteriormente; según que puede ser
deducido de ella o la contradice, se le reconoce o no un valor
moral… Nosotros no podemos seguir este
método»
(146); sin embargo, él
no viene a hacer otra cosa cuando, después de haberse
formado concepto del bien individual y de la perfección
social, hace de ésta el ideal supremo y de él
deduce preceptos o compara a ellos como a sus normas las
instituciones existentes.
El error de Durkheim está en suponer que es la
ciencia, en el sentido restringido de los modernos
(diríamos mejor la experiencia), la que puede descubrir el
sentido en que debemos orientar nuestra vida, la ley o leyes de
ésta, estudiando por el método inductivo los hechos
morales, a la manera que las ciencias de la naturaleza investigan
las leyes que rigen los hechos físicos
(147). [133]
Mas las leyes así descubiertas no
significarían más que una conclusión
científica enunciando el modo constante según el
cual obra una cosa; y, prescindiendo de la diversidad que se
descubriría en los hechos morales de las distintas
sociedades, hay que observar que no es esa la ley que busca el
moralista, como parece suponer Durkheim al decir que los
kantianos y utilitarios ponen a priori una ley general de
la moral, sin valor científico, «si no puede dar
cuenta de la diversidad de los hechos morales»
(148); no es ése el fin
de la ley ética, sino servir de norma a la
acción, proponer e imponer al hombre el ideal que
debe realizar.
Esta confusión procede de haber convertido una
regla de método en una regla de doctrina; y toda doctrina
que, no queriendo salir de la experiencia, se proponga, sin
embargo, dar por objeto a la moral la formación del hombre
ideal, del hombre como debe ser, cae en una
ilusión, porque ese hombre ideal sólo tiene valor
cuando se penetra en la región de las esencias, de lo
absoluto. Si ese ideal es el hombre o la sociedad,
no soy yo que soy un hombre; no es tal sociedad,
pues ninguna de ellas es la sociedad; el hombre,
la sociedad no existen sino en el mundo de las
esencias, que el positivismo
sociológico pretende cerrar, lo declara inexistente o
inaccesible; puesto que se trata de hacer al hombre, es que no
existe, y la ciencia no trata de hacer; estudia lo que es,
en sus manifestaciones o actuaciones relativas, fenomenales, y,
al no enlazarlas con la naturaleza de las cosas, pierde
todo derecho para erigirlas en verdaderas leyes, si éstas
han de significar algo universal y necesario en el orden de
dependencia de un hecho [134] respecto de otro; mucho más
en leyes normativas, que se fundan en las exigencias
naturales de las cosas.
Tomando la palabra ciencia
en el sentido aristotélico, dice con mucha razón un
sabio sociólogo, enlazando lo que el positivismo trata de
separar: «Es ciencia cualquier orden de ideas
demostrado conforme a la realidad de los seres, y de aquí
que es científico tanto aquel orden de verdades
teóricas que demuestra lo que es y lo que debe
ser según la naturaleza y los fines del hombre
(ciencia teórica o leyes del ser) como el orden de
verdades prácticas que prescriben lo que debe
hacerse en relación con la naturaleza y los fines del
hombre mismo (ciencia práctica o leyes del obrar).
Y aun éstos no son sino dos fines integrantes de la misma
ciencia»
(149).
Esta observación es
profundamente exacta, pues en ella se revela el enlace
íntimo de la moral y de la metafísica, de la
ciencia del obrar con la del ser: operari sequitur esse; y
en ella se descubre por qué la moral filosófica,
sin ser apriorística, da consistencia al ideal, al par que
indica cómo el verdadero método de la Ética
es racional en el sentido escolástico de la palabra, o sea
que se funda en la experiencia, y sin perder contacto con ella
forma conceptos y juicios del orden práctico en
correlación con los del especulativo; Mr. Durkheim
preguntaba, pues, con mucho acierto: «¿Cómo
es posible que la razón pura, sin servirse de la
experiencia, contenga en sí una ley que resulte ser la
reguladora exacta de las relaciones domésticas,
económicas, sociales?»
La propia experiencia,
pero mayormente las investigaciones psicológicas y
sociológicas suministran el [135] punto de partida, como
hemos ya dicho, y, traspasando los límites de
la inducción científica por una que
pudiéramos llamar inducción metafísica,
descubrimos cuál es el fin supremo que reclama la
subordinación de nuestras diversas tendencias y
aspiraciones, e imprime a éstas el carácter de
racionales y, por consiguiente, de morales, en cuanto han de ser
actuadas por el libre albedrío, pero sirviendo a
éste de ley imperativa, porque de no actuarlas, nuestra
naturaleza quedaría sin alcanzar su propia
perfección, su propio fin.
«Los fines de la
acción humana, escribe Deploige, no son en la
concepción tomista un ideal enteramente inaccesible, una
vana quimera, una utopía engañosa; sino el
término hacia el cual se encamina el sujeto con un
movimiento
espontáneo, el término hacia el cual tiende
naturalmente. Esos fines están formados por bienes que
faltan al ser, que éste es capaz de adquirir, y de los
cuales, al desenvolver sus virtualidades, se asegurará la
posesión y el goce; en el término del esfuerzo
humano, necesario, pero posible, constituyen ellos el estado de
perfección y se confunden con el ser plenamente
desarrollado y hecho verdaderamente él mismo. Esos fines
son la naturaleza misma del ser esforzándose por ser
mejor, siguiendo sus impulsos profundos; impónense a la
conciencia como una realidad viviente; dictan sus exigencias a
la razón y ésta trata de traducirlos en preceptos
de vida. Estos preceptos forman la osatura de las morales
elaboradas por los hombres; en este cuerpo de reglas
espontáneas el filósofo, lejos de inventarlas, las
descubre como un dato real»
(150). [136]
En efecto, el ideal
ético, aun siendo en cierto sentido superior a la
naturaleza, dominándola desde su altura, y aunque mezclado
en la vida real con flaquezas y escorias que le desfiguran,
existe en ella y era necesario que en alguna forma y medida
existiera, porque es imposible que una naturaleza quedara siempre
frustrada en sus tendencias, aun estando sujeta al dominio de la
libertad humana. Las virtudes públicas y privadas
llevadas, no raras veces, hasta el heroísmo, son hechos
que comprueban la realización continua del ideal moral.
Aplicándose a su estudio, la inteligencia formula sus
juicios de valor, los critica y aprueba, después de
penetrar en su razón de ser, como lo hace con los del
orden especulativo.
La fórmula que
encierra las conclusiones obtenidas por este método en la
Ética general puede reducirse a lo siguiente: todo acto
que es conforme a la naturaleza racional del hombre es moralmente
bueno, y si dice relación necesaria con la
perfección humana es obligatorio.
Pero determinar
cuáles son los actos que realizan esa fórmula es
otro problema; el de la Ética especial, y para resolverlo
se ha de seguir el mismo método; pero aquí se hace
más necesaria la intervención de las ciencias
auxiliares de la moral, porque no se pueden conocer en
particular los deberes y derechos del hombre sino
conociendo en particular las relaciones de sus
actos
(151); porque si
únicamente tuviéramos en [137] cuenta esto que la
naturaleza en abstracto reclama, sería imposible
determinar otra cosa que preceptos generalísimos y no los
que las condiciones sociales de cada tiempo exigen con más
imperio y que pueden variar con los cambios de ellas; mas no se
ha de olvidar que todas las instituciones y leyes encuentran su
norma en los inmutables fines éticos supremos.
La constancia y
universalidad de una costumbre es un indicio de su conformidad
con la naturaleza humana; pero también puede ser una
aberración, como lo era la esclavitud, tan
generalizada en el mundo antiguo. Por eso en la moral la prueba
decisiva se ha de fundar en la correspondencia de la actividad
humana con la naturaleza racional y los fines intrínsecos
que ella le impone, como necesarios moralmente para
perfeccionarla; prueba que es posible, porque la filosofía
nos da a conocer esa naturaleza y esos fines.
«En tal caso, por lo
tanto, dice Toniolo, la demostración se resuelve en un
nuevo proceso deductivo, por el que el resultado de las
manifestaciones exteriores se confrontan con los
principios de pura razón final, y partiendo de estos
últimos se investiga si aquellas manifestaciones externas
corresponden de hecho a los fines y aparecen como otras tantas
consecuencias lógicas de ellos. Este proceso forma
la deducción final; entonces queda demostrado que
lo que aparece en el hecho es conforme al orden y, por
consiguiente, racionalmente necesario; de aquí la
certidumbre científica. [138]
»Si, por ejemplo, se
quisiera argüir si es o no legítimo, esto es,
conforme a la ley racional necesaria el matrimonio
monogámico enfrente del poligámico, no
bastaría alegar la prueba de la general y constante
duración de tal especie de unión, la cual fue usada
casi universalmente durante largas épocas
históricas, sino que, además, precisaría
llegar a parangonar cada forma de connubio con los fines
de éste, ya sean personales-privados, ya
civiles-sociales.
»Mediante el cotejo
con la finalidad se disipan todas las dudas, quedando demostrada
la legitimidad, o sea el sello de verdad científica
solamente a favor del matrimonio monogámico.
»Así, la consideración
de las causas finales, rechazada por muchos, pero a la par puesta
hoy en honor de parte de los más concienzudos cultivadores
de los métodos doctrinales, incluso positivos (Ihering,
James, P. Janet), viene a hacerse indispensable en nuestras
ciencias morales-sociales para la misión
metodológica demostrativa»
(152).
El Campo de la
Ética
Los problemas éticos se caracterizan por su
generalidad, y esto los distingue de los problemas morales de la
vida cotidiana que son los que nos plantean las situaciones
concretas.
La ética es teoría, investigación o
explicación de un tipo de experiencia humana, o forma de
comportamiento de los hombres el de la moral, pero considerando
en su totalidad, diversidad y variedad. Lo que en ella se diga
acerca de la naturaleza o fundamento de las normas morales ha de
ser válido para la moral de la sociedad griega, o para la
moral que se da efectivamente en una comunidad humana concreta.
Esto asegura su carácter teórico, y evita que se le
reduzca a una disciplina normativa.
El comportamiento moral se presenta como una forma de
conducta humana, como un hecho, y a la ética le
corresponde dar razón de él, tomando como objeto de
su reflexión la práctica diaria de la moral de la
humanidad en su conjunto. En este sentido, como toda
teoría, la ética es explicación de lo que ha
sido o es, y no simple descripción.
La ética parte del hecho de la existencia de la
historia de la
moral: es decir, arranca de la diversidad de morales en el
tiempo, con sus correspondientes valores, normas y principios.
Como teoría, no se identifica con principios y normas de
ninguna moral particular, ni tampoco puede situarse en una
actitud indiferente ante ellas.
Al igual que otras ciencias, la ética se enfrenta
a hechos. El que éstos sean humanos implica, a su vez que
se trata de hechos valiosos. Pero ello no compromete en absoluto
las exigencias de un estudio objetivo y racional. La ética
estudia una forma de conducta humana que los hombres consideran
valiosa, y, además, obligatoria.
La ética al tratar de definir lo bueno rechaza su
reducción a lo que satisface mi interés
personal, propio, es evidente que influirá en la
práctica moral al rechazar una conducta egoísta
como moralmente valiosa. Por su carácter práctico,
en cuanto disciplina teórica, se ha tratado de ver en la
ética una disciplina normativa, cuya tarea fundamental
sería señalar la conducta mejor en sentido moral.
Esta caracterización ha conducido en él pasado a
olvidar su carácter teórico. Muchas éticas
tradicionales parten de la idea de que la misión del
teórico es, en este campo, decir a los hombres lo que
deben hacer, dictándoles las normas o principios a que ha
de ajustarse su conducta, convirtiéndose así en una
espacie de legislador del comportamiento moral de los
individuos.
La tarea fundamental de la ética es la de toda
teoría: o sea, explicar, esclarecer o investigar una
realidad dada produciendo los conceptos
correspondientes.
La ética es teoría, investigación o
explicación de un tipo de experiencia humana, o forma de
comportamiento de los hombres: el de la moral, pero considerado
en su totalidad, diversidad y variedad.
El valor de la ética como teoría
está en lo que explica, y no en prescribir o recomendar
con vistas a la acción en situaciones
concretas.
Como toda teoría es explicación de lo que
ha sido o es, la conducta del hombre. No le corresponde dar
juicios de valor acerca de la práctica moral de otras
sociedades, o de otras épocas, pero si tiene que explicar
la razón de ser de esa diversidad y de los cambios de la
moral; es decir, ha de poner en claro el hecho de que los hombres
hayan recurrido a prácticas morales diferentes e incluso
opuestas.
Al igual que otras ciencias, la ética se enfrenta
a hechos. El que sea de origen humano, implica que se traten de
hechos valiosos. La ética estudia una forma de conducta
humana que los hombres consideran valiosa y, además,
obligatoria y debida
Objetivos de la
Ética
¿Para qué sirve la Ética?
¿Para qué la necesitamos? Bueno, bueno, empecemos
primero dando una noción de elobjeto de la Ética.
La Ética, a grandes rasgos, trata los valores,
preferencias, juicios y voluntades de una sociedad. Establece
acuerdos, para determinar qué es admisible o inadmisible
en una sociedad. Entonces, podemos contestar a la pregunta: la
Ética sirve para tratar de establecer una convivencia
social adecuada para sus individuos. Además, la
Ética no es tanto que se necesite, sino que
así es.
El objetivo de la Ética es permitirnos estudiar
la moral en relación con el comportamiento
humano. De este estudio nacen los códigos de
ética para ejercer las distintas profesiones.
Estos códigos pueden ser definidos como un
conjunto de normas deontológicas, (ciencia o tratado de
los deberes) emanadas de diversos organismos nacionales o
internacionales, para que los profesionales conozcan sus deberes
y obligaciones,
así como sus derechos, cuando se encuentren en el
ejercicio profesional con dignidad y honestidad, anteponiendo
siempre a sus intereses el servicio a la sociedad.
Criterios de
moralidad
El planteamiento de la ética que parece
más apto fue iniciado por los filósofos griegos,
principalmente Aristóteles, siguiendo un esquema en tres
etapas: 1) Conocer el hombre como es. 2) Estudiar el hombre como
deberla ser, de acuerdo con su fin. 3) Determinar las reglas que
permitirán al hombre pasar de su situación actual a
la situación final deseable: éstas son las normas
éticas. Esta, pues, es la ciencia que explica cómo
debe ser la conducta del hombre, a partir de su situación
actual -de cómo es-, para llegar a su fin -el hombre como
debería ser-; por tanto, las reglas que llevan al hombre a
su perfección.
Algunos principios generales
A la vista de todo lo anterior, estamos ya en
condiciones de enunciar algunos principios teóricos y
prácticos de la ética individual y social,
comentándolos brevemente.
- Toda acción humana tiene un contenido
ético. No hay acciones humanas libres que sean
moralmente neutras, porque todas están ordenadas al
fin del hombre, de un modo directo o indirecto, como fines
parciales o como medios para esos fines. Esto es
particularmente importante en la vida de la empresa, donde
las acciones suelen valorarse por su contenido
técnico-práctico orientado a la eficacia. En
efecto, la empresa es una sociedad de hombres que pretenden
lograr un fin común -en términos
genéricos la obtención de bienes y servicios
para atender necesidades manifestadas en el mercado-.
Pero cada acción de todos y cada uno de los hombres
que participan en la actividad empresarial (como directivos,
propietarios, trabajadores, asesores, clientes,
proveedores, etc.), tiene su propia motivación personal, o mejor, una gama
amplia y cambiante de motivaciones personales.Nótese que se trata de un criterio general,
que exige una tarea de aplicación a cada caso concreto,
porque no siempre resulta fácil precisar lo que es el
bien del hombre, en cada caso; o porque surgen conflictos
entre bienes alternativos, o entre bienes de una persona y de
otra; o porque hay bienes que llevan consigo males,
etc. - El criterio objetivo de la moralidad es el bien
del hombre. El criterio objetivo de la moralidad de una
acción es el bien del hombre o, como recuerda
frecuentemente Juan Pablo II, con palabras de Pablo VI, "el
bien de todo el hombre y de todos los hombres"-. Los otros
criterios de moralidad se reducen, en definitiva, a
éste. - El respeto a la dignidad de la persona. La
primera manifestación del criterio anterior es el
respeto a la dignidad de la persona: de la propia y de la de
los demás. Su origen está, una vez más, en
la naturaleza: el hombre consta de cuerpo y espíritu, y
es en éste donde radica el fundamento de su dignidad,
porque del espíritu brota la racionalidad, la capacidad
de entender (inteligencia) y actuar libremente (voluntad),
poniéndose fines e identificando y poniendo los medios
para lograrlos. Precisamente su libertad le permite
autoconocerse y autodeterminarse, lo que lo hace diferente de
las demás criaturas materiales. El hombre es, pues, un
serpersonal, un individuo separado de los demás,
irreducible a los demás, único, irrepetible,
permanente. Y como persona libre, es sujeto de derechos y
obligaciones.
De todos modos, es difícil que la dignidad de la
persona quede suficientemente refrendada por los criterios
anteriores. Afortunadamente, la ética cristiana ofrece un
criterio superior: el hombre -todo hombre y toda mujer– es creado
por Dios, es una criatura querida por Dios, a la que éste
ha manifestado su amor,
elevándola a la condición de hijo adoptivo. Los
demás son, pues, tan dignos como yo, porque todos
compartimos la misma dignidad de criaturas amadas por Dios, de
hijos de Dios. Donde este criterio no es admitido, el atropello
de los demás acaba siendo una norma práctica de
actuación.
Algunos principios morales
prácticos
Los principios generales citados dan lugar a un conjunto
de principios prácticos que orientan directamente la
actuación ética del hombre, como ser personal y
social. He aquí algunos de esos principios.
1) Hay que hacer siempre el bien y evitar el
mal
Hay que hacer siempre el bien y evitar el mal es el
principio fundamental de la moralidad práctica, un
principio al que todo hombre tiene acceso por conocimiento
natural (aunque cabe, eso sí, error en la
apreciación de lo que es el bien en un caso determinado, o
de los medíos adecuados para lograrlo).
De ese principio de derivan varios
corolarios:
a) El hombre tiene el deber de buscar el bien, de
conocer lo que es bueno. Ello lleva consigo el deber de conocer
la ley moral (natural y/o religiosa) y de formar la conciencia,
de modo que siempre esté en condiciones de tomar las
decisiones correctas desde el punto de vista
ético.
b) Se debe seguir siempre el dictamen de la propia
conciencia (se entiende que cuando ésta está bien
formada), porque ella es, en definitiva, el criterio inmediato de
moralidad de nuestras acciones.
c) Se debe hacer siempre el bien.
d) Nunca se debe hacer el mal. Comentaremos juntos estos
dos principios. Como toda acción tiene un contenido
ético, hay que hacer siempre acciones buenas, no malas.
Este es un principio que no admite excepciones: nunca está
permitido hacer e1 mal. Otra cosa es que, en cada ocasión,
se pueda determinar con facilidad y seguridad qué es lo
bueno o lo malo. O cómo hay que actuar cuando una
acción buena produce efectos malos (acción de doble
efecto).
A veces se plantea la ética como una ciencia de
dilemas, de situaciones en las que es casi imposible no hacer el
mal. Esto ha dado lugar a criterios moralmente erróneos,
como el de, ante la necesidad de hacer el mal, hay que optar por
el mal menor. Pero éste -hacer el mal, aunque sea
mínimo- no puede ser nunca un criterio éticamente
aceptable. En la mayoría de los casos suele existir una
solución buena, aunque sea mucho más ardua
(llegando por ejemplo al martirio). Y casi siempre que se llega a
una situación límite, es por falta de
previsión, diligencia o capacitación (en definitiva, por no haber
actuado ética y técnicamente bien con
anterioridad). Así, muchas empresas que se
ven obligadas a cerrar en una crisis no
supieron diversificar a tiempo sus actividades, o tomar las
provisiones necesarias para evitar la gravedad de la
recesión, etc. (aunque esto, obviamente, no es una regla
general).
e) ¿Se debe hacer todo el bien que sea posible?
Ya hicimos notar que la perfección humana no es
cuestión de sí o no, sino de grados. Una persona
que aspire a la perfección debe hacer siempre las acciones
mejores que estén a su alcance. Pero esto no puede
imponerse como un principio general.
De todos modos, si la perfección consiste en la
caridad, las acciones hechas por amor (a Dios o al
prójimo) deben ser cada vez más ricas en caridad;
una acción menos perfecta, desde este punto de vista,
reduce el grado de perfección del que la ejecuta. En este
orden de cosas, el que pretende alcanzar cotas altas de
perfección personal (o felicidad, o santidad, o amor a
Dios) debe hacer siempre actos más ricos en caridad que
los anteriores.
A partir del principio de hacer siempre el bien y evitar
el mal se puede intentar una lista de aplicaciones concretas, de
bienes que hay que hacer (y, consiguientemente, de males que hay
que evitar). Se trata, sin embargo, de un trabajo inútil,
porque la lista de bienes (y males) sería infinita. Sin
embargo podemos mostrar algunos de esos bienes, a partir de los
caracteres centrales del hombre, y cómo se convierten en
imperativos morales.
En primer lugar, como ser, el hombre tiende a la
conservación de su ser. Ese será, pues, un bien del
hombre, que se traducirá en los consiguientes deberes
-deber de conservar la vida, la salud, la integridad
física, etc.- y que dará lugar a otros bienes
secundarios, necesarios para conseguirlo (alimento, cobijo,
defensa, etc.).
En segundo lugar, siendo el hombre un ser viviente, la
propagación de la especie será un bien para
él, y lo serán también los derivados del
mismo (creación de una comunidad estable de personas
abiertas a la procreación, educación de la
prole, etc.). Con todo, el deber de propagar la especie, no es un
deber de cada hombre, sino del conjunto de los mismos.
Tercero, el hombre es ser racional; el conocimiento es,
por tanto, un bien del hombre, y surge del mismo el deber de
buscar la verdad.
Cuarto, el hombre es un ser racional, abierto a la
trascendencia. De sus relaciones con la naturaleza (dominio)
surge el bien del trabajo y el consiguiente deber de trabajar. De
sus relaciones con los demás surgen bienes y deberes como
el de respetar los bienes materiales y espirituales de los
demás, el de ayudar al desarrollo de otras personas, el de
la amistad, etc. Y
de sus relaciones con Dios surge la religiosidad como bien, y el
deber de practicar la religión.
Hay que hacer siempre el bien. Y hemos explicado algunos
caracteres de los bienes del hombre. Pero, ¿qué es
lo que hace buena o mala una acción? ¿Qué es
lo que define su moralidad?
2) La acción humana se define por la
intención y la operación de modo concurrente e
inseparable
En una acción podemos encontrar dos componentes.
1) La intención del agente, es decir, la
motivación que le lleva a hacer algo. Es verdad que
puede haber muchas motivaciones en una acción, pero
siempre habrá una primordial, lo que por encima de todo lo
demás persigue el agente, sin lo cual la acción no
se realizaría: ésta es la intención, el fin
del agente. 2) La acción u operación propiamente
dicha, que el agente toma como medio para conseguir su fin
propio.
La acción humana se define por la totalidad por
ambos aspectos, intención y operación, de modo
concurrente e inseperable. Toda acción tiene una
intención (salvo que sea fortuita); toda intención
ya supone una acción, aunque sea meramente interna (el
deseo o el propósito de hacer algo). Lo que el principio
sostiene es que no basta que la intención sea buena, ni
que lo sea la acción: lo han de ser ambas a la
vez.
La importancia de la intención es clara:
tratándose de un acto de la voluntad por el que se quiere
algo como fin, la intención es la que da unidad a la
conducta. Por tanto, una intención mala convierte en mala
una acción de suyo indiferente y aun buena (p.ej., dar
limosna a un necesitado para que se emborrache). Pero no basta la
intención buena para hacer buena una acción de suyo
mala (p.ej., matar a un inocente para evitarle un sufrimiento).
Ni los medios justifican el fin, ni el fin justifica los medios:
ambos han de ser correctos, desde el punto de vista
ético.
Este principio se traduce en una regla práctica
para juzgar la moralidad de una acción, a partir del
objeto, el fin y las circunstancias de la misma.
1) El objeto es aquello a lo que tiende la
acción, desde el punto de vista moral, el fin de la
acción. Así, poner una inyección no es el
objeto moral de una acción, porque puede ser de veneno o
de medicina. El
objeto será, pues, matar -si se pone una inyección
de veneno- o curar -si es de medicina-.
2) El fin es lo que se persigue con el acto, el fin del
agente (el fin relevante es el principal, si hay varios): el
objeto del acto de la voluntad que llamamos intención. El
fin de la acción consistente en poner una inyección
de veneno puede ser malo (la venganza, p.ej.), o bueno (la
compasión por el que sufre); también el fin de la
acción consistente en poner una inyección de
medicina puede ser bueno (curar) o malo (matar, porque se cree,
erróneamente, que en vez de medicina contiene
veneno).
3) Finalmente, las circunstancias son aspectos
accesorios que no cambian la sustancia de la moralidad de la
acción, pero la afectan. Las circunstancias son capaces de
cambiar accidentalmente en malo un acto bueno por el fin y el
objeto, pero no viceversa. Así, la acción buena de
poner una inyección de medicina con la intención de
curar puede convertirse en moralmente mala por las circunstancias
si, p.ej., sabiendo que corre peligro la vida del paciente, la
pone una persona inexperta y sin cuidado; o si la pone un
enfermero bajo los efectos del alcohol o de
las
drogas.
La regla práctica es que tanto el objeto como el
fin y las circunstancias deben ser conformes al fin
último. Por tanto, sólo es buena acción
cuando son buenos el fin (curar, en nuestro ejemplo), el objeto
(poner una inyección de medicina) y las circunstancias
(con las debidas precauciones y conocimientos, etc.).
Esta regla se complementa en otras derivadas de
ella: 1) El fin no justifica los medios (ni los medios justifican
el fin). 2) Una obra es moralmente buena cuando lo son todos sus
componentes (objeto, fin y circunstancias). 3) Una obra es
moralmente mala cuando lo es cualquiera de sus componentes. 4)
Una obra indiferente por el objeto no lo es nunca por el fin (es
otra manera de expresar el principio general de que toda obra
tiene una dimensión moral). 5) Las circunstancias pueden
hacer malo un acto bueno, accidentalmente, pero no pueden hacer
bueno el acto malo.
3) Haz a los demás lo que desearías que
te hiciesen a ti
Este principio tiene también otras versiones,
negativas unas ("no hagas a los demás lo que no
desearías que te hiciesen a ti") y positivas otras ("el
bien de los demás es tan digno de respeto como el
mío"); pero, como veremos luego, las implicaciones son muy
diferentes en uno y otro caso.
Este principio no prohibe a cada uno dedicarse a sus
asuntos: el bien propio es bien, y como tal debe ser hecho.
Además, es un bien del agente mismo, y es razonable que lo
desee de modo particularmente intenso. Pero el principio sostiene
que el derecho a procurar mi bien no puede significar el mal para
los demás: no tengo derecho a discriminar contra ellos.
Esto es más difícil de ejecutar, porque el bien
ajeno no lo experimento con la misma viveza como el bien propio:
por eso el desarrollo del hombre, el crecimiento en la virtud
consisten en la capacidad de moverse libremente por el bien
ajeno.
El bien de los demás es, sobre todo, el bien
básico, profundo, el que les lleva a la felicidad, a la
plenitud, y ése es el que debo buscar, en primer lugar,
con preferencia a bienes secundarios, como la riqueza. Al propio
tiempo, este principio admite una gradación, desde el
enunciado negativo -"no hagas a los demás lo que no
desearías que los demás te hagan a ti"-, que
señala mínimos, hasta el comportamiento totalmente
generoso consistente en hacer a los demás todo el bien
posible, que es la perfección del amor.
En cuanto consideramos nuestra conducta respecto de los
demás, hemos entrado ya en los aspectos sociales de la
moralidad. A ellos se refieren los siguientes principios
prácticos.
4) Primacía del bien
común
Cuando hay conflicto, el
bien común tiene primacía sobre el bien privado, si
son del mismo género. Hay, pues, un ámbito de
actuación en la búsqueda del bien privado, pero si
éste choca con el bien común, éste es
prioritario.
Conviene precisar que el bien común no es el bien
de la mayoría, ni un conjunto de bienes de
provisión y disfrute público, ni una forma de
redistribución de la renta o de la riqueza, ni la
propiedad colectiva de esa riqueza, etc. El bien común es
el bien del que participan todas las personas integrantes de la
comunidad. El modo de organización social puede variar en
función
de las condiciones de tiempo y de lugar, pero siempre ha de ser
acorde con el bien común. Y como el sujeto moral es
siempre el hombre, no una sociedad abstracta o un colectivo de
seres indiferenciados, el bien común se manifiesta en el
conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las
asociaciones menores y a cada uno de sus miembros el logro
más pleno y más fácil de su propia
perfección.
5) Principio de solidaridad
Todos los individuos y grupos deben
colaborar al bien común de la sociedad a la que
pertenecen, de acuerdo con sus posibilidades.
Este principio lleva consigo diversas implicaciones:
cada uno debe desarrollar sus propias capacidades, como medio
para contribuir al bien común; la organización
social debe ayudar y favorecer la mejoría de las personas;
cada persona debe considerar activamente qué obras de
servicio debe llevar a cabo en su cooperación al bien
común, etc.
6) Principio de la máxima libertad
posible
La libertad del hombre es, como vimos antes, necesaria
para que sus obras tengan una dimensión moral. De todos
modos, su ejercicio ha planteado muchos problemas -y
pseudoproblemas- en relación con el bien común y
los principios sociales de la ética. Es importante
encontrar el equilibrio
entre libertad individual y cumplimiento del fin de la sociedad.
A ello se dirigen los dos principios anteriores, que deben
completarse con éste: se debe promover la máxima
libertad de actuación de los individuos y de las
sociedades, sin restringirla salvo en lo que sea necesario para
el bien común.
7) Principio de subsidiariedad
Lo que puede hacer el inferior (individuo o sociedad
menor) no debe hacerlo el superior. La tarea del superior no es
sustituir al inferior, sino suplirle en lo que no puede o no se
ve en condiciones de hacer.
Esto implica que las acciones se deben asignar siempre
al escalón inferior que pueda llevarlas a cabo. Al mismo
tiempo, este principio ayuda a definir el papel de la sociedad
que no es de sustituir a sus miembros, sino de ayudarles a que se
desarrollen por sí mismos.
8) Principio de la participación
social
Todos los hombres tienen derecho a participar en la
organización y en la dirección de las sociedades en
que participan, según sus posibilidades y capacidades. Es
una consecuencia de la libertad y sociabilidad del hombre, y de
la dignidad e igualdad fundamental entre todos.
9) Principio de autoridad o de
unidad de dirección
Complementa al anterior, en cuanto que la sociedad
necesita una autoridad que la gobierne, según la recta
razón, para la consecución de sus fines. La
participación de todos no puede ser obstáculo a ese
principio de autoridad.
Conclusión
Para evitar en gran medida los problemas de
índole ético-moral que surgen en el ejercicio de
una profesión o de un oficio, se deben poner en
práctica principios éticos que establezcan los
parámetros y reglas que describan el comportamiento que
una persona puede o no exhibir en determinado momento. No es
difícil poner estos principios en práctica, pero el
omitirlos redundará en perjuicio propio y en el de las
personas con quienes se interviene o se interactúa. "Una
decisión en la que está envuelto el comportamiento
ético de una persona, siempre va a estar enmarcada en uno
de los principios y valores aquí
señalados".
- Honestidad – Aprender a conocer sus
debilidades y limitaciones y dedicarse a tratar de superarlas,
solicitando el consejo de sus compañeros de mayor
experiencia. - Integridad – Defender sus creencias y valores,
rechazando la hipocresía y la inescrupulosidad y no
adoptar ni defender la filosofía de que el fin justifica
los medios, echando a un lado sus principios. - Compromiso – Mantener sus promesas y cumplir
con sus obligaciones y no justificar un incumplimiento o rehuir
una responsabilidad. - Lealtad – Actuar honesta y sinceramente al
ofrecer su apoyo, especialmente en la adversidad y rechazar las
influencias indebidas y conflictos de
interés. - Ecuanimidad – Ser imparcial, justo y ofrecer
trato igual a los demás. Mantener su mente abierta,
aceptar cambios y admitir sus errores cuando entiende que se ha
equivocado. - Dedicación – Estar dispuesto a
entregarse sin condición al cumplimiento del deber para
con los demás con atención, cortesía y
servicio. - Respeto – Demostrar respeto a la dignidad
humana, la intimidad y el derecho a la libre
determinación. - Responsabilidad ciudadana – Respetar, obedecer
las leyes y tener conciencia social. - Excelencia – Ser diligentes, emprendedores y
estar bien preparado para ejercer su labor con responsabilidad
y eficacia. - Ejemplo – Ser modelo de honestidad y moral
ética al asumir responsabilidades y al defender la
verdad ante todo. - Conducta intachable – La confianza de otros
descansan en el ejemplo de conducta moral y ética
irreprochable.
La ética debe convertirse en un proceso
planificado, con plena conciencia de lo que se quiere lograr en
la transformación de nuestras vidas. Debemos desarrollar
al máximo el juicio práctico y profesional para
activar el pensamiento
ético, reconocer qué es lo correcto de lo
incorrecto y contar con el compromiso personal para mantener el
honor y el deber.
Al fin de cuentas, el ser
humano es responsable de actuar inteligente y libremente y es el
único que puede responder por la bondad o malicia de sus
actos ante su propia conciencia, ante el prójimo y ante
Dios, su Creador.
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Autor de este trabajo:
Ing. Paulino Aguayo R.
Universidad Nacional de Pilar – Ayolas –
Paraguay
Curso de Postgrado de Didáctica Universitaria
dictado por la Lic. Beatriz Vargas de Morel de la UTCD
de San Juan Bautista – Misiones
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