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La Revolución mexicana



Partes: 1, 2

    1. Antecedentes
    2. El
      detonante
    3. El
      estallido de la Revolución y la caída de Porfirio
      Díaz
    4. El
      régimen de Madero y la traición de
      Huerta
    5. La
      restauración del poder de los
      conservadores
    6. Las
      potencias extranjeras en el conflicto
    7. La
      caída de Huerta y las nuevas
      contradicciones
    8. Acción
      reformadora de Zapata en Morelos
    9. El fin de
      la Revolución
    10. Bibliografía

     

    La revolución
    mexicana constituye un proceso
    histórico de importancia capital para
    toda Latinoamérica, debido a que en la sociedad
    mexicana se habían exacerbado las dificultades
    típicas de los países de la región y, por lo
    tanto, el proceso de transformaciones emprendido por los
    revolucionarios en este país serán inspiradores
    para todo el continente. Por este motivo, la revolución
    mexicana será un verdadero clásico en la historia de las luchas
    sociales latinoamericanas.

    1. México era, en 1910, el país de las
      enormes diferencias sociales. En toda Latinoamérica
      había haciendas, pero acá, la hacienda es
      realmente ostentosa. Su extensión puede alcanzar
      varios cientos de miles de hectáreas. Sus
      dueños necesitan varias horas, sino días, para
      recorrerla a caballo de extremo a extremo. En la parte
      más bonita de la hacienda, denominada el casco, se
      encuentra la mansión del patrón, que se asemeja
      a un verdadero castillo.

      La casona no solo cuenta con los servicios
      básicos, en cualquier rincón del país
      que se encuentre, sino que también tiene los
      últimos lujos que se puede uno imaginar. Cerca de la
      casa del patrón se encuentra la casa de administrador, bastante más modesta,
      pero en relación a las de los peones, será una
      casa muy acomodada. Durante algún tiempo
      ambas casas estuvieron protegidas por paredes de concreto
      bastante elevadas para protegerlas de las rebeliones
      campesinas que se hicieron comunes durante la segunda mitad
      del siglo XIX.

      Un poco más lejos está la tienda de
      raya. Se trata de un almacén, naturalmente propiedad
      del patrón, que provee de víveres a los peones.
      Como la paga es en especie, el sueldo proviene de la tienda
      de raya. Los precios de
      los productos
      son mucho más caros en las tiendas de raya de los
      hacendados y eso se debe básicamente a que es la
      simple voluntad del patrón. Esto implica que el
      patrón puede rebajar el sueldo del peón
      subiendo los precios a sus productos simplemente. La hacienda
      cuenta también con una Iglesia en
      la que el cura, muy amigo del patrón, enseña a
      los peones la obediencia a las autoridades y a los amos,
      puesto que una vida abnegada y trabajadora en el mundo
      terrenal traerá como premio la entrada en el cielo. Si
      las recomendaciones del cura no fueran suficientes, la
      hacienda cuenta también con una cárcel, en la
      que se encierra a los peones que no han cumplido con sus
      obligaciones o han tenido una conducta
      reprochable.

      Finalmente, más allá de los potreros,
      los corrales y los campos de cultivo, los peones tienen sus
      casas. Se trata de cuartos en los que toda la familia
      del peón duerme, cocina, come. Son casas muy
      rústicas, generalmente con pisos de tierra y
      paredes de adobes, que carecen de ventanas y a veces hasta de
      puertas (solo huecos por donde entrar). Las casas de los
      peones se amontonan formando una especie de aldea miserable.
      Allí no hay luz
      eléctrica, ni agua
      potable.

      Pese a que el peón vive de la forma
      más humilde que se pueda uno imaginar y que trabaja
      desde que sale el sol hasta
      que se entra, él siempre está endeudado al
      patrón, puesto que ha pedido de la tienda de raya
      algún otro producto
      más allá de lo que cubría su salario.
      Una vez endeudado, está condenado a continuar su
      miserable vida en la hacienda hasta que pueda pagar su deuda,
      cosa muy improbable. De la deuda no lo salvará ni
      la muerte,
      pues la heredará su prole.

      Lo desesperante de esta situación en el
      México de 1910, es que estas
      condiciones socio-económicas lejos de tender a
      transformarse, iban más bien fortaleciéndose
      según pasaba el tiempo. Durante las últimas
      décadas del siglo XIX se habían intentado
      reformas para posibilitar una distribución más justa de
      la tierra.
      Irónicamente, las reformas habían resultado
      exactamente en lo contrario de lo que se pretendió. De
      esta manera, La nacionalización de los bienes del
      clero (en su tiempo, el principal terrateniente de todo
      México) había sido dispuesta con una
      indemnización por parte del comprador. De este modo,
      la tierra pasó de manos del clero a manos de otro
      acaparador de tierras, puesto que nadie más
      tenía la posibilidad de realizar dicha
      compra.

      Luego se intentó implementar una ley de
      Colonización, con la pretensión de atraer a
      colonizadores extranjeros, como si no hubiera gente nativa.
      Para este efecto, se organizaron Compañías
      deslindadoras que debían demarcar tierras
      baldías para la dotación de tierras. Como
      compensación, por su trabajo se
      les adjudicaría una tercera parte de las tierras
      deslindadas. El resultado de esta política fue que las
      compañías deslindaron dolosamente tierras de
      comunidades campesinas y además, se convirtieron en
      nuevos acaparadoras de tierras por la compensación
      exageradamente magnánima que se les dio. Para
      comienzos de siglo, las compañías habían
      acumulado un total de 47 millones de hectáreas. En
      conclusión, todo lo que se hacía resultaba
      inevitablemente en una mayor concentración de
      tierras.

      Con seguridad,
      el problema de la inequitativa distribución de tierras
      y el sistema
      hacendatario resultante eran la verdadera llaga que
      desangraba a México. Sin embargo, no era el
      único problema. Los sectores dinámicos de la
      economía, el
      petróleo, los ferrocarriles, el comercio
      exterior, la banca
      estaban en manos de empresas
      extranjeras. Una gruesa parte de los excedentes producidos en
      estas actividades eran repatriados hacia Estados
      Unidos, Alemania,
      Francia e
      Inglaterra, dejando a México una menor
      parte con la que no se podía emprender ninguna
      inversión pública significativa.
      De este modo, se habían formado economías de
      enclave que succionaban a México sus recursos
      vitales, sin la posibilidad de que se pudiera generar
      desarrollo
      alguno.

      En el ámbito social, México -como
      todas las sociedades
      latinoamericanas- era una sociedad de castas, heredera de la
      colonia. En el bote de la pirámide social, la inmensa
      mayoría nativa que vivía fundamentalmente en el
      campo como fuerza de
      trabajo de las haciendas. En las ciudades, estaban los
      mestizos en profesiones libres o como empleados en instituciones públicas y/o privadas. La
      casta criolla blanca se ubicaba en los cargos
      jerárquicos del estado o,
      sino hacendados, viviendo larvariamente en las ciudades del
      trabajo de sus peones. Es una sociedad profundamente racista
      que desprecia no sólo a los nativos, sino a toda la
      cultura
      originaria y, en cambio,
      vive admirando a las metrópolis de Europa y
      Estados Unidos, deseando asimilarse a esa cultura de todos
      los modos posibles.

      En términos políticos, México
      vive una dictadura,
      que intenta presentarse como una democracia. Su presidente es Porfirio
      Díaz, un general octogenario que participó en
      la guerra que
      los mexicanos emprendieron contra Francia, cuando esta
      potencia
      intentó someterlos en la segunda mitad del siglo XIX.
      En 1910 concluía su sexta gestión a la que fue reelegido de forma
      manipulada y fraudulenta consecutivamente. Durante 30
      años como presidente de México había
      alcanzado a generar las adherencias necesarias de los
      grupos de
      poder
      económico, tanto nacionales como extranjeros, de tal
      modo que nadie amenazaba su poder. Formalmente, estaban en
      vigencia todas las reglas del juego
      democrático, sin embargo, nadie osaba criticar al
      presidente por temor a la represión de su
      policía que acusaba de subversión a
      quién lo intentara. Por otro lado, se había
      desarrollado una capa de aduladores del presidente que en los
      periódicos importantes del país lo halagaban
      hasta el extremos ridículos, con el sólo objeto
      de ganarse su buena voluntad.

      Este fue el contexto general, en el que se
      produciría una de las revoluciones más
      profundas de la historia
      universal.

    2. Antecedentes.

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