- Resumen
- La situación de Alemania
a inicios del siglo XVI - La Reforma
Luterana - La guerra
de los campesinos - Bibliografía
Resumen:
Analizamos el contexto de la reforma luterana en la
Alemania del
siglo XVI. También el impacto de las ideas de
Martín Lutero en el movimiento
revolucionario anabaptista y otros milenarismos. Finalmente,
describimos la evolución de la Guerra de
Campesinos y la posición tomada por Lucero.
I
– La situación de Alemania a inicios del siglo
XVI:
Aproximadamente en la segunda mitad del siglo XV
comenzó un nuevo ciclo de crecimiento
económico en toda Europa, el cual
había caído abruptamente como consecuencia de la
crisis del
siglo XIV. Este crecimiento se manifestó principalmente en
una expansión demográfica, de la agricultura y
de la producción manufacturera, el aumento del
comercio y la
suba de los precios– en
especial los de artículos de primera necesidad (alimentos) y en
menor medida las manufacturas.
Esta tendencia secular, a principios de
siglo era menos notoria que hacia sus postrimerías, pero
igualmente repercutía sobre las condiciones de vida de la
población (Kriedte; 1994). Más
aún si tenemos en cuenta que los salarios se
mantuvieron bastante estables, lo que indica una fuerte
caída del salario
real.
Durante la baja Edad media, y
como consecuencia de la disminución de la población
provocada por las pestes, había comenzado un proceso de
expansión agrícola por medio de la
ampliación de las superficies cultivadas, así como
de la intensificación del cultivo, limitando la economía cerealera en
función
de el crecimiento de la actividad ganadera, y la
diversificación de cultivos intensivos (viñas,
frutales, etc). Como consecuencia del aumento demográfico
la tendencia se invirtió con respecto a los campos de
pastoreo. Esta tendencia, si bien general a toda Europa
occidental, se manifestó fuertemente en Alemania. La
actividad ganadera pasó a un plano más que
secundario, intensificándose especialmente los
viñedos. Pero la economía se volvió
fundamentalmente cerealera, aunque de modo extensivo, obteniendo
un aumento de la productividad
poco significativo, salvo algunos enclaves de cultivo intensivo.
El lazo feudal siguió siendo la forma de extracción
de excedente de los señores, aunque en Renania se dieron
también contratos de
arrendamiento (Kriedte, pgs. 39-40). Al este del Elba la
tendencia fue a la refeudalización y a una economía
cada vez más dependiente de Occidente.
La producción manufacturera alemana alcanzaba
niveles considerables en el sur del país,
poniéndose a la par de centros tan importantes como el
norte de Italia y los
Países Bajos. Por ejemplo, en Augsburgo era importante la
industria
textil de paños gruesos (fustán) y telas de lino,
así como la inversión de capital en
minería.
Nuremberg se especializaba en la producción artesanal del
metal, así como de sus derivados que abastecían de
artículos de lujo a los sectores acomodados:
platería, joyería, armería, tornería, orfebrería, tallados,
medallistas, imprenta, etc.
La industria mecánica de alta calidad,
así como artículos metálicos de uso diario
(ollas, marmitas, hebillas) le concedieron un prestigio
universal. Ambas ciudades destacaban en su actividad minera-
extracción de cobre y
carbón- tanto por el volumen de las
inversiones
como por la moderna organización de las empresas y el
volumen de concentración de fuerza de
trabajo
(Kriedte, pgs.55-57; Engels, 33-34).
A pesar de tener una idiosincracia común,
compartir una lengua,
así como usos y costumbres, Alemania era un país
sin unidad política. Si bien
conformaba un imperio, el poder real no
estaba en manos del emperador- que era primus inter pares–
sino en el poder territorial de los príncipes y en el
poder de las ciudades. Los príncipes defendían la
autonomía de sus principados contra una centralización imperial, pero intentaban
absorber o conquistar bajo su dominio todo
territorio, ciudad o baronía que estuviera a su alcance,
convirtiéndose en absolutistas hacia el interior de sus
posesiones. Como lo expresa Febvre:
Se va, pues, hacia una Alemania principesca. Se va
únicamente. No teniendo a su cabeza a un jefe soberano
verdaderamente digno de este nombre, Alemania parece tender a
organizarse bajo ocho o diez jefes regionales en otros tantos
estados sólidos, bien administrados, sometidos a una
voluntad única. Pero esta organización no existe
todavía. Por encima de los príncipes está
todavía el Emperador. No son soberanos más que bajo
su soberanía (Febvre, 97-98).
El Imperio era entonces una federación de
poderes: el emperador, los príncipes, los poderes
estamentales y las ciudades. A pesar de que estos poderes estaban
en tensión y conflicto
permanente de intereses, se necesitaban mutuamente, porque se
percibían integrantes de un todo, más allá
de sus intereses particulares. Los Estados alemanes eran
autónomos y semisoberanos, operaban tanto
independientemente del imperio como en arreglo con éste,
en unión, y a veces en oposición con otros (Van
Düllmen, 160-161). El poder principesco era, pues,
compartido con los estamentos privilegiados, cuyos derechos no eran otorgados
por el emperador o el
príncipe sino que eran autógenos, es decir,
venían del pasado feudal. Pero si bien las asambleas de
los Estados estaban conformadas por la alta y baja nobleza, las
corporaciones de los clérigos y los consejos de las
ciudades, no todos poseían poder político en la
misma medida, incluso podían no tener ningún poder
(los campesinos no siempre eran partícipes, a
través de sus representantes). El príncipe
gobernaba con consenso estamental, por eso no se puede hablar de
soberanía absoluta (Van Düllmen, 150).
Las ciudades alemanas, que a inicios del siglo XVI se
hallaban en pleno esplendor, estaban situadas en medio de los
dominios de los príncipes, estaban en conflicto constante
con el poder territorial. Celosas defensoras de su
autonomía y libertades, no podían constituir
federaciones firmes, tanto por dificultades de tipo
geográfico- distancias largas, caminos inadecuados- como
de tipo político –competencia y
desconfianza entre sí, acecho de los príncipes
hacia afuera de sus murallas. Eran oasis, enclaves urbanos
aislados unos de otros por grandes extensiones de campo. Su
poderío económico contrastaba con su debilidad
política. Una próspera burguesía que
sufría el despojo del emperador, los príncipes, el
clero y la nobleza, que comenzaba a contraponer sus propios
valores
premodernos a los del mundo feudal (Febvre,
98-103).
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