La razón de Estado frente al nuevo orden político internacional
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Estado - Sobre
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Estado - La
razón de Estado frente al orden global del siglo
XXI - Conclusiones
- Propuesta
- Bibliografía
general
There is no horror, no cruelty,
sacrilege, or perjury, no imposture, no infamous
transaction, no cynical robbery, no
bold plunder or shabby betrayal
that has not been perpetrated by the
representatives of the states,
under no other pretext than those
elastic words,
so convenient and yet so
terrible:
"for reasons of state".
INTRODUCCIÓN
¿Cuál es el mejor
gobierno?
El que nos enseña a gobernarnos
a nosotros mismos.
Johann W. Goethe
Durante el año pasado, tuve el honor de prestar
mis servicios en
una dependencia del Poder
Ejecutivo Federal. Como es natural, me dispuse orgullosamente
a aportar mi grano de arena en el gobierno. Estaba seguro de que
desde allí podría generar un gran bien a la
sociedad,
trabajando codo a codo con las personas que deciden día a
día el destino de nuestro país.
La experiencia, sin embargo, no fue tan maravillosa como
esperaba. Antes de que me diera cuenta por completo, estaba
instalado en el intrincado engranaje de la burocracia.
Durante ese tiempo, tuve
oportunidad de conversar con diversos servidores
públicos de todos los niveles sobre los objetivos que
perseguían, los fines de la misma dependencia y sus
expectativas como servidores públicos. Algunos supieron
decirme, con punto y coma, los objetivos inmediatos de la
dependencia, los números, las estadísticas y sus tareas. Otros
manifestaron sus esperanzas de alcanzar un puesto mejor
remunerado en la siguiente administración. Algunos más, los que
llevaban más tiempo trabajando, se limitaron a decir, con
absoluta indiferencia, que llevaban tantos años
allí, y que no sabían hacer otra cosa, y esperaban
pacientemente su retiro.
De veintitantos servidores públicos con los que
tuve oportunidad de dialogar, ninguno mencionó, ni
siquiera por asomo, un concepto cercano
al bien común ni a nada que se le pareciera.
Parecían estar convencidos de que su tarea estaba al
servicio de
la
administración misma, y no al servicio de la
sociedad.
Esta idea es un síntoma –espero que
sólo sea eso- de una enfermedad más grave: los
gobernantes no saben realmente lo que están haciendo.
Saben el qué y, si tenemos suerte, el
cómo. El por qué y el para
qué no están en sus glosarios.
La Razón de Estado, como
se verá a lo largo de la tesis, es un
concepto político que engloba el qué, el
cómo, el por qué y el para
qué del gobierno y el poder, y los
dirige a la realidad concreta del haber cotidiano.
El tema de la Razón de Estado, el gobierno y el
poder, ha apasionado a cientos de estudiosos y filósofos durante varios siglos. Y es que
razonar sobre un principio que ponga límites
claros al irresistible magnetismo del
poder ha sido siempre una preocupación natural de los
ciudadanos justos, y un planteamiento jugoso para los que no lo
son tanto.
El término en sí es escurridizo, y se ha
prestado a lo largo de la historia para justificar
cualquier cantidad de tropelías. El tema, pues, es antiguo
como la civilización y actual como la necesidad de definir
el papel del Estado en el mundo globalizado. El debate
está abierto en los foros del planeta, y cuando se debate
un tema, la primera cosa inteligente por hacer es establecer
perfectamente los conceptos sobre los cuales se debate, so pena
de caer en un debate infructuoso y ciego.
Esta tesis pretende definir y ubicar con claridad el
término y los alcances de la Razón de Estado, con
el objetivo de
facilitar el diálogo de
las naciones y el estudio del fenómeno del
poder.
En un momento histórico en que la democracia se
ha convertido en el paradigma del
gobierno ideal, es indispensable recordar que la opinión
de la mayoría no hace la verdad, y que los gobernantes
están llamados a ver con claridad que existen realidades
que no son opinables, que no son susceptibles de votación
y que no son populares; pero que son esenciales para el desarrollo
sano del ser humano, de la familia, la
sociedad y el planeta.
Por eso, esta tesis es un llamado a la congruencia y a
la sensatez de los gobernantes, que en algunas ocasiones parecen
olvidar los fines propios del gobierno, y las razones del poder.
Y cuando olvidan eso, como un barco que olvida su derrotero,
fácilmente se pierden en las mareas de la política, el bien
inmediato y la popularidad, arrastrando con ellos a la sociedad
que les ha confiado el mando.
El mundo cambia a velocidades nunca antes vistas, y
exige más preparación y más conciencia en la
toma de las decisiones que incumben a la res publica. A
veces parece que lo único que pedimos los gobernados es
que nos dejen vivir en paz, trabajar y buscar el bien de cada uno
de nosotros. Parece ser que a veces nos atrevemos a afirmar:
está bien que robes y que mientas –todos los
políticos lo hacen- mientras cumplas con tus
mínimas obligaciones y
nos dejes vivir tranquilos. Pero las cosas que no
están bien nunca estarán bien hasta que los que, en
un estado democrático, hagamos valer el estado que
la sociedad debe de tener por su propia naturaleza.
Ya no soy servidor
público, y no sé si algún día lo sea
de nuevo. Estoy seguro de que todos –o la mayoría
de- los burócratas con los que tuve el placer de
entrevistarme están trabajando con absoluta buena
intención y rectitud de conciencia. Creo que el hacerles
recordar las razones por las que están trabajando,
por las que sudan, se preocupan y se desvelan, les ayudará
a soportar la dura carga y a visualizar con más optimismo
su función
en la sociedad. Por eso, quiero añadir un renglón
más a las dedicatorias, con gran cariño:
A los servidores públicos y
gobernantes:
Porque la responsabilidad que tienen en sus manos no es cosa
pequeña.
Háganse dignos de la confianza
de un país que agoniza en la desconfianza.
CAPÍTULO I.
SOBRE LA RAZÓN DE ESTADO
El estudio y discusión de la Razón de
Estado tuvieron un amplio desarrollo durante los siglos XVI y
XVII en Europa y,
singularmente, en Italia, en donde
una gran cantidad de autores ocuparon un lugar dentro del
ambiente
político que siguió a las tendencias reformistas de
los protestantes.
Tras la creación de las Iglesias Luterana y
Anglicana, la Iglesia
Católica vivió una etapa en que se cuestionó
fuertemente su legitimidad como autoridad
supranacional, y se comenzó a forjar una conciencia de
identidad
nacionalista en los Estados nacientes y en los que ya
existían. La separación de este punto de referencia
y unidad que era la Iglesia Católica, sumada a las ideas
de Maquiavelo
sobre los medios que
debían usar los gobernantes para alcanzar y mantener su
gobierno, empujaron al pensamiento
occidental hacia una nueva realidad más práctica y
fría, que se opuso diametralmente a los ideales
clásicos del renacimiento.
Cundió en esa época el término de
la Razón de Estado, que se entendía como todas
las especies y fuerzas de los artificios relacionados con todos
los asuntos de los Estados, las maneras de conseguirlos y
consolidarlos. Era común por esos años el que
un Estado estuviera constantemente en guerra, y que
sus principales ciudades se hallaran bajo sitio o bajo la
presión
política, económica o militar de alguna otra
potencia. Era una
época, podemos decir, de gran agitación
ideológica y bélica, en donde los monarcas eran
atacados constantemente, poniendo, en esos trances, en gran
peligro tanto al gobierno como al Estado mismo.
Vacilante ya el concepto de unidad, los nuevos
Estados de Europa necesitaron algún principio que
justificara su herejía –su separación
con respecto de la obediencia al sucesor de San Pedro- y
regulara sus relaciones. Lo encontraron en los conceptos de
raison d`ètait y de equilibrio
del poder. Cada uno dependía del otro. La raison
d`ètait afirmaba que el bienestar del Estado justificaba
cualesquiera medios que se emplearan para promoverlo; el
interés nacional suplantó el
concepto medieval de moral
universal. El equilibrio del poder reemplazó la
nostalgia de una monarquía universal por el consuelo de
que cada Estado, buscando sus propios intereses
egoístas, de alguna manera contribuiría a la
seguridad y
al progreso de todos los demás.
No es raro, por tanto, hallarnos con la figura de la
Razón de Estado, con la que los más de los
teóricos del Estado, que apoyaban a sus respectivos
príncipes y monarcas, buscaban legitimar sus acciones
políticas, tanto al interior como al
exterior del propio Estado.
El concepto de Razón de Estado, aunque ya
está esencialmente expuesto en Maquiavelo, y materialmente
estudiado en el libro quinto
de la Política de Aristóteles, nace con el sentido actual en
la Oración a Carlos V para la restitución de
Piacenza, escrita por el monseñor Giovanni Della Casa,
secretario de Estado del Papa Paulo IV, en virtud del despojo que
había hecho la corona española a la Iglesia de
Roma desde ese
feudo.
En la literatura política
el término es puesto en circulación con el
título del libro de Giovanni Botero de Bene aparecido en
1589, quien lo utiliza para demostrar "los métodos
verdaderos y reales que debe aplicar un príncipe para
engrandecerse y gobernar exitosamente a sus súbditos", en
oposición a Tácito y Maquiavelo, quienes fundan la
razón de Estado, uno "en la poca conciencia" y el otro
describiendo "vívidamente las artimañas utilizadas
por el emperador Tiberio".
Como se ha comentado, la Razón de Estado tuvo una
amplia discusión durante los siglos XVI y XVII. Prueba
irrefutable de ello es la gran cantidad de publicaciones que se
llevaron a cabo. Debido a la imposibilidad material de
estudiarlas todas a fondo, baste aquí el relacionar
algunas de ellas, las más conocidas, con el objetivo
único de ilustrar sobre la cantidad y la importancia que
tuvo este tema en una época en que el alcance y mantenimiento
del poder no era asunto de poca monta.
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