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Los intelectuales. Entre el mito y el mercado (página 3)




Enviado por cschulmaister



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Aunque la gente "conoce" a los intelectuales
más por rumores que por sus ideas, de lejos nomás
percibe intuitivamente de qué lado cojean, por eso su
credibilidad siempre es cuestionada, por más que en
la
televisión pongan expresión de insobornables
tribunos de la república, o de la plebe, alzando un
índice acusador mientras con otra mano se mesan la
barba.

De allí que la gente prefiera
arreglárselas sola. Como está frustrada por tanto
fracaso histórico no quiere escuchar gurúes,
está desidentificada, se avergüenza de pertenecer a
ciertos partidos
políticos. Como si se tratara de una AFJP se desafilia
de ellos, o se traspasa sin siquiera desafiliarse, pues la
identidad
partidaria ya no es la herencia familiar
sagrada, o se sube al trencito de los que pierden la
vergüenza y se hace mantener por el Estado. Ya
ni obreros son ni trabajo les
queda. ¿Qué son? No quieren escuchar a los
intelectuales. Prefieren desentenderse de todo lo que los rodea y
que sea lo que Dios quiera porque al final todos los terminan
engañando,
digamos así.

Pero si la misión de
los intelectuales consistiera en ser conciencia de su
época, ¿qué significaría eso?
¿Diagnosticar la realidad con la habitual obviedad que
caracteriza a la abundante producción oficial dedicada a la investigación, preferentemente en ciencias
sociales, o aportar a las líneas de su
transformación sin caer en delirios
apocalípticos?

Precisamente su característica central es la de
que sus trabajos se reducen a pasar revista a las
problemáticas, a describir estados de situación o
el desarrollo
mundial de los debates entre los intelectuales de renombre,
siempre manteniendo la barrera que separa al sujeto de su objeto
de estudio como garantía de la respetabilidad y fiabilidad
de sus conclusiones.

Dar cuenta de… o lo que es lo mismo,
reciclar constantemente lo ya dicho respaldándolo con un
denso aparato erudito, es lo habitual de su trabajo.

Ello ha significado que hayan descubierto las crisis como
objeto de estudio cultural recién cuando se les han
develado. Por lo cual siempre las han puesto en foco
tardíamente, pareciéndose a la justicia que
aparece después que se cometió el delito. En suma,
es el pasado el que se les impone.

Y sobre este asunto de llegar tarde hay voces
encontradas entre los mismos intelectuales. Algunos dicen que los
intelectuales en muy pocos casos pueden estar por delante de la
historia. Otros
sostienen que lo más auténtico y profundamente
intelectual de los intelectuales (valga esta vez la redundancia)
es imaginar el futuro soltando amarras de los condicionamientos
del presente.

Ésta sería entonces otra clase de
misión de los intelectuales: la de anticiparse a la
crisis, la de pronosticarla de verdad, la de proponer lo
impensable, la de adelantarse al tiempo. Pero
ellos sólo hablan en épocas de bonanza, siempre
criticando al gobierno, al
Poder y al
sistema, porque
éste no se preocupa por ellos pues por la misma bonanza
existente nadie los escucha. Y en épocas de crisis tampoco
hablan pero porque no se dieron cuenta de su emergencia. Cuando
el Poder los advierte termina chocando con ellos, ahora sí
preocupado porque ellos hablan. Igualmente muy pocos los escuchan
en esos momentos, primero porque ya los conocen, pero
también porque la gente ha pasado a la acción
y no tiene ganas ni tiempo que perder y sólo les
prestará atención si dejan el traje de intelectuales
aunque sea por un momento.

Vale recordar que el paradigma del
intelectual comprometido sólo considera
comprometidos a los intelectuales antisistema, o sea de
izquierda. Y aquellos de la derecha, recontracomprometidos
con la defensa de sus concepciones e intereses y totalmente
"orgánicos" con el Poder (en el mal sentido de la palabra)
no serán considerados comprometidos desde la óptica
de los de izquierda.

Pero si como alguien ha dicho, y lo dijo para todos los
protagonistas, no estar comprometido es una forma de estarlo, a
fin de cuentas todos
están comprometidos de una u otra manera y con uno u otro
amo, y por ende también lo están los
intelectuales.

En consecuencia, el mote de comprometidos no es correcto
en su pretensión de exclusividad. Por otra parte, si todos
los intelectuales -al igual que todos los humanos- se hallan
comprometidos, el deber de todos es ser militantes, es decir,
tener un compromiso activo y no meramente pasivo.

En la práctica sucede que muchos intelectuales,
cualquiera sea su signo político ideológico, son
militantes, incluso los que aun no se han dado cuenta de ello,
pues quien más, quien menos, tiene encuadramiento en
algún partido, movimiento,
agrupación, club, cofradía, lobby, revista,
periódico, etc., que tiene posiciones
definidas, sean de alto o de bajo perfil. Todos aportan lo suyo a
la política
general, pero algunos "cobran" lo justo y otros cobran aparte, es
decir, con adicionales.

La tesis del
compromiso tuvo momentos de apogeo en los 50´s, 60´s
y 70´s, llegando al campo de los intelectuales desde los
sectores obreros, estudiantiles, político partidarios, e
intelectuales también, hasta morir en los 80´s,
recibiendo los primeros homenajes póstumos en los
90´s, ya como evocación nostálgica y a
despecho de la corrosión individualista posmoderna. No
obstante, en cada asamblea estudiantil bizarros izquierdistas
juveniles continúan exhumando dicha tesis mientras
preparan la rentrée definitiva.

Décadas atrás las obligaciones
de los intelectuales comprometidos giraban en torno a estudiar
críticamente y a difundir sus conviccciones, pero fueron
creciendo hasta llegar a asumir la lucha armada. Descartado esto
último para el presente, han quedado las formas
tradicionales más la denuncia, la protesta, el manifiesto,
etc.

El paradigma del compromiso configuró las tablas
de lo debido y lo prohibido en un intelectual, las cuales se
extendían hasta abarcar al militante revolucionario en
general.

Entre lo primero figuraba asumir una voz, convertirse en
vocero, en representante de los que no tienen voz, o sea "los de
abajo", la clase obrera. Esa voz no debía retraerse
jamás por más temibles que fueran los embates del
sistema para acallarla. De modo que el intelectual debía
expresarse con el mismo grado de determinación y fe que un
cristiano antes de ser tirado a los leones, o más
aún -si fuera posible- teniendo en cuenta la probable
existencia de algunos mártires desesperados cuyas
ofrecidas retractaciones voluntarias deben haber sido
desestimadas.

También estaba la cuestión de ser
orgánico, según las consideraciones de sus diversos
promotores, puesto que un intelectual en solitario no sólo
era una voz perdida sino que hasta podía servir sin
quererlo a quienes pretendía denunciar.

Consecuencia de lo anterior, el intelectual comprometido
no podía tener frivolidades pequeño burguesas en
cuanto a la interpretación de la teoría,
que en última instancia debía ser definida por la
cúpula del partido, o sea, debía ser completa y
perfectamente ortodoxo.

A partir de estos principios
básicos se delineaban sus obligaciones derivadas y todo
un campo de prohibiciones y terribles pecados como los de callar
por miedo o por lo que fuera cuando debían hablar; carecer
de las respuestas que como intelectuales dotados de una
teoría científica debían tener listas para
cada ocasión; ser incapaces de interpretar correctamente
las condiciones objetivas; ser heterodoxos de cualquier forma;
ser cómplices de éste, ése o aquél
como resultado de una lectura
equivocada de la coyuntura; haber desviado el análisis de la misma; llevar a cabo una
defección concreta; etc, etc.

A pesar de tantas macchiettas sobre el
intelectual comprometido las posibilidades prácticas de su
realización concreta son bastante difíciles,
más allá de considerar la retirada consciente de
muchos intelectuales después del agotamiento de tanta
utopía totalizadora.

En esta cuestión del "compromiso" y en la
asunción de la condición de vocero de los que no
tienen voz hay mucho de ficción. En Argentina y en
América
latina los pobres, los marginados, los explotados de carne y
hueso, muy difícilmente se sentirían representados
por la mayoría de los intelectuales de izquierda
constituidos en sus defensores juramentados.

Arrogarse la representación del pueblo es
típico de todo militante político orgánico.
Incluso de otros militantes e intelectuales que no son de
izquierda e igualmente se dicen comprometidos y creen que sus
pretensiones quedan convalidadas por el mero hecho de compartir
una afiliación partidaria en un partido de
masas.

O sea que existen intelectuales de izquierda y de
derecha que se autoadjudican representaciones cuya verdadera
representatividad ha de ser seguramente menor de la que parece y
de la que ellos mismos suponen y presumen.

Por más que ciertos intelectuales pretendan
representar a las masas o a grandes colectivos o sectores y
así lo asuman públicamente, tales supuestas
representaciones generalmente no son traducciones fieles de lo
representado sino construcciones personales cargadas de
subjetividad y sectarismo

Habida cuenta de las distancias entre los intelectuales
y las masas, o el pueblo, o la sociedad,
entendidas éstas como bloques homogéneos, cuando el
intelectual abre la boca se expresa con todo su bagaje
conceptual, sus convicciones, su subjetividad, así como
también con sus dudas, sus temores expresos e
implícitos, y sus propias defecciones y miserias,
razón por la cual vale la pena efectuarse algunas
preguntas.

¿Es consciente de esto cada vez que se expresa?
¿Se ha olvidado de ello o nunca lo ha considerado de ese
modo? ¿Cuál es la diferencia en cada caso?
¿Cuánta legitimidad hay en su pretensión de
representar a muchos? ¿Cuánto de frivolidad
encierra esa pretensión? ¿No hay frivolidad en ser
un intelectual viejo pretendiendo representar a los
jóvenes? ¿No será que ese intelectual, en
lugar de dar, de ofrecer, de aportar, está robando a los
jóvenes algo de lo que él ya nada puede ofrecerles?
¿No será que para que lo escuchen primero se tiene
que vender como joven o como nuevo por exigencias del mercado?

Podríamos preguntarnos cuánto condiciona a
un intelectual que quiere parecer comprometido cuando
menos, la existencia de una ideología que le es anterior, que tiene
algún grado de vigencia en el mundillo intelectual y
alguna referencia en el mundo político.

Si como todas las ideologías, la suya tiene una
pretensión de verdad universal, no cabe duda que lo ha de
condicionar. Primero intelectualmente, luego social y
políticamente.

En el primer caso se puede producir una
identificación basada en la aceptación total e
incondicional de aquella no sólo por conformidad con el
paradigma implícito sino también por necesidad de
ser registrado por otros intelectuales y políticos con
poder decisional, es decir, de gozar de un ámbito de
pertenencia y de contención que le permita mayor
amplificación de voz.

En consecuencia, ¿cuáles son las
alternativas posibles para él ante una situación de
condicionamiento?

La más fácil y saludable es la de
acompañar la ola como un surfista, permaneciendo en la
cresta mientras ella lo mueve hacia adelante hasta depositarlo
suavemente en la playa. Pero esta alternativa exige grandes
condiciones de equilibrio
sobre la tabla y gran capacidad de cintura.

La otra es intentar hacerle frente a la ola mientras
está en el mar, y no sabiendo nadar ni teniendo una tabla
de surf. Es decir, sin disponer de ningún otro
recurso. El resultado previsible será desastroso. El
más leve implicará ser dado vuelta por la ola y
pasarlo muy mal, a punto de creer que de ésa no se salva.
Y la otra, sí, trágica, es que la ola lo deje
muerto sobre la playa.

Se podrá decir que este intelectual del ejemplo
es un solitario y que podría haber tenido un resultado
distinto de haber contado con la solidaridad de
sus pares o de sus representados. Es una figura idealista. Toda
solidaridad presuntamente disponible afloja cuando la ola
gigantesca se viene encima. Pues si en este último caso se
da por preexistente la organicidad del intelectual en riesgo, no se
debe olvidar que también entra en riesgo la eventual
organicidad de sus pares que, intentando despegarse de él
y justificando su abstención socorrista en función de
los graves riesgos que
implica, muy bien podrían acusar al susodicho de
haberse internado demasiado adentro del mar. Tal como
sucede en la práctica, en esos casos.

Pero los ejemplos mencionados, propios de otras
épocas, tanto dentro del sistema capitalista como de los
países del socialismo real,
no se presentan en la Posmodernidad
pues estos intelectuales no son dilemáticos como aquellos.
Por empezar, sus discursos han
bajado el tono agresivo también teniendo en cuenta los
magros resultados que la ética y la
estética del compromiso le dejó como
saldo a la profesión y al resto de la sociedad.

Salvo escasos intelectuales que realmente no son
mercachifles por más que estén en el mercado, de
los 90´s para acá la mayoría se han vuelto
frívolos. Se podrá argüir que ésa es
una apreciación exagerada o de difícil
comprobación, y otros podrán afirmar lo contrario,
pero acaso no es frivolidad la de quienes han cambiado sus
discursos y bajado su arrogancia para aparecer ubicuos y
funcionales a los cambios del mundo y a las sucesivas agendas,
mientras simultáneamente aumentaba la pobreza y la
exclusión
social entre nosotros, si acaso no nos importa el
prójimo de otras partes del mundo.

Tal vez cambiar no haya sido lo reprochable, pero
habría sido respetable sólo de haber sido fruto de
la autocrítica profunda y sincera del pensamiento y
la obra de cada uno y de la ideología antes sustentada y
no de una mera especulación profesional o laboral pane
lucrando
, como se ha visto tan a menudo desde los 80´s
y especialmente en los 90´s hasta el presente.

Lo anterior implica reconocer que aquellos compromisos
perpetuos, es decir, "hasta las últimas consecuencias", ya
han pasado de moda y de
época, y los intelectuales (más realistas a fin de
cuentas, o mejor dicho más oportunistas) de alguna manera
intentan despegarse de la autopercepción antigua del
misionero, del apóstol, pues el libreto se les
evaporó, se deshizo, ¡no ta
má!

De todos modos, hay derecho a preguntarse y preguntarles
si además de aquella supuesta misión no les
cabría asumir una responsabilidad como todo miembro de la sociedad;
y si la misma no debe conducir a una evaluación
del propio accionar histórico y del de su
sector.

Esto es lo que no se ha hecho, y por eso muchos se han
reciclado sin hacer ninguna autocrítica.

Hoy la tónica es la ubicuidad, el eclecticismo,
el no quedar pegados de un lado ni del otro, y mayoritariamente
ser percibidos como sectores progresistas dentro del sistema
aunque ello implique algunas disparatadas propuestas populistas y
demagógicas, habida cuenta que ambos calificativos, pese a
ser profundamente discutibles, sin duda tienen
verificación empírica.

Una presión
para la identificación de los intelectuales con los
paradigmas
revolucionarios en los 60´s y 70´s fue adecuarse al
perfil que ellos mismos y ciertos intelectuales consagrados del
extranjero consideraban el perfil juvenil política y
socialmente deseable.

En la estación de la vida en la que el narcisismo
de cada uno se desvive por ser reconocido por los demás de
una determinada manera, la posibilidad de la insolencia, la
iconoclasia y la rebeldía jacobina constituían una
vía rápida para esos fines. Pero como todo verdor
perecerá irremediablemente, el fracaso, la vejez y
la muerte
fueron raleando los ojos que al tipo lo han mirado y la ausencia
de los bolas de bronce de su juventud lo
convirtieron a él y a sus propios amigos en los
reemplazantes naturales de aquellos para un sitio destacado
encima de la repisa.

De junior pasaron a senior. Y este nuevo
status les ofreció otras oportunidades gratificantes a
todos los que las supieron aprovechar.

V

POLÍTICA Y ORGANICIDAD

Para ser un intelectual "comprometido" se debe
ser
intelectual orgánico, según el particular
enfoque de muchos intelectuales de izquierda, repetido
constantemente por sus adeptos predicadores.

Básicamente, implica ser marxista y militante de
alguna secta, es decir, intelectual, militante y con
carnet. Quien no lo sea será tenido a menos si
pretende ocuparse las mismas cosas de las que hablan los
marxistas. Finalmente será degradado. Ser, sea, serlo,
será. ¡Hay que ser orgánico para
ser…!

Este pensamiento circula por los ámbitos
culturales y universitarios como la Buena Nueva, pese al fracaso
histórico de las izquierdas en todas partes.

El pensamiento crítico que desde los cincuentas
para acá se ha llenado de violentismo, es decir, marxismo
leninismo, maoísmo, guevarismo, polpotismo, guzmanismo,
etc, continúa enarbolando la violencia como
la piedra filosofal, aun cuando haga silencio sobre aquellos
ínclitos próceres en razón de su fracaso en
la construcción del prometido paraíso
socialista, y para hacer olvidar la buena memoria del
sufrimiento provocado. Hoy la izquierda es cada vez más
populista, en el sentido de las peores notas de esta
categoría en América
latina.

La alienación de los intelectuales, atribuida por
ella a los intelectuales de derecha le calza perfectamente al
cuerpo a ella misma.

Pregonar que ciertos hombres deben utilizar su
pensamiento en una forma y no en otra bajo pena de condena
moral, social,
política y militar, en orden de posibilidades, es ser
totalitario. Un perfecto stalinismo cultural. Ésa fue la
condena aplicada a Borges desde el
stalinismo nacionalista, incluso peronista, y la aplicada a
Jauretche desde el stalinismo liberal, y a Hernández
Arregui desde el stalinismo marxista y nacionalista.

Además del de Stalin, tenemos otros muchos
ejemplos de stalinismo, como el católico medieval con su
pretensión de crear en la tierra, por
la fuerza, una
sociedad "perfecta", aunque culposa, obligando con la amenaza de
la hoguera a ser "orgánico". Además, toda
coerción es como mínimo, molesta, desagradable. De
ahí en más puede llegar a ser intolerable, nociva y
letal.

Entonces, ¿los intelectuales qué deben
pensar?, o por lo menos ¿qué deberían
decir?
¿Acaso lo que ordena el partido político,
lo que las masas quieren escuchar, o lo que ellos
piensan?

Podemos preguntarnos si en los hechos pueden o deben
hacer opciones de política práctica, por ligeras u
ocasionales que pudieran ser, o bien todo lo
contrario.

Es posible y deseable que tengan opciones de militancia
política práctica en partidos políticos o en
otro tipo de organizaciones
democráticas. No obstante, la misma se contradice con la
posibilidad de continuar ejerciendo libremente su tarea de pensar
la política y la sociedad desde sus propios esquemas
teóricos, ante la obligación de cumplimentar los
requerimientos prácticos de la acción
política y de la misma teoría político
partidaria en versión oficial.

Si pretenden operar como intelectuales resistiendo la
censura del partido o de la
organización correspondiente no lo conseguirán.
Tienen dos caminos: irse del partido o autocensurarse antes de
ser censurados oficialmente, lo cual sería un bochorno y
un retroceso en sus aspiraciones. De modo que lo que los
intelectuales mejor hacen en los partidos políticos es: o
callarse la boca, o decir lo que sus jefes quieren que
digan.

La única alternativa a esto es ser él
mismo, como intelectual, el fundador de su propio espacio
político y su alma mater, algo realizable
únicamente como pequeños partidos de izquierda. En
este caso, inexorablemente llegará el momento en que
él mismo se convierta en un stalinista frente a otros
intelectuales que eventualmente recalen en su partido y osen
discutir sus sesudas inspiraciones.

La organicidad de los intelectuales implica
necesariamente crecientes grados de regimentación. En el
peor de los casos se convertirán en soldados o en
empleados públicos muy kafkianos en una versión
conservadora y aceitada. Bajadores de línea
deberían llamarse en tales condiciones de
funcionamiento.

¿Por qué considerar que delegando la
función de pensar por todos a unos pocos intelectuales la
totalidad va a estar mejor protegida? Podríamos tomar en
cuenta la lección que significó acatar la
imposición de aquellos vigilantes temporarios y rotativos
que un día, hace varios miles de años, no quisieron
regresar a las mismas tareas que los demás y se
convirtieron en especialistas permanentes de la vigilancia, el
control, el
dominio, etc,
con los privilegios que ello les trajo aparejado.

¿Por qué no retener todos los integrantes
de la sociedad el derecho a pensar y a ejercer el pensamiento
activamente, educándonos para ello, en lugar de dejar que
otros lo hagan por cada uno de nosotros, como si se tratara del
contable que nos lleva la contabilidad
de nuestros impuestos y
nosotros nunca tomáramos vista de ellos?
¿Qué consecuencias tendría seguramente un
comportamiento
de este tipo? ¡Una defraudación segura que no
supimos prever porque renunciamos a pensar, total el contable lo
haría por nosotros! Mientras tanto dábamos por
seguro que
él (que es otro tipo de intelectual) tenía una gran
capacidad intelectual merecedora de nuestra admiración,
pero sobre todo y al mismo tiempo estaba comprometido con los
mismos elevados valores que
cada uno de nosotros decía sostener, y que él nos
demostraba siendo generoso y ayudándonos a pagar menos de
lo que debíamos al fisco. ¡Eso era estar a nuestro
servicio!

Si en la vida real la complejidad de la burocracia
estatal ha generado la formación de especialistas
organizados en corporaciones, con intereses sobreagregados a los
de cada uno de sus miembros, lo mismo ha sucedido con los
intelectuales. Unos y otros comenzaron vendiéndonos un
servicio que nosotros les pagábamos, y terminamos
pagándoles un tributo sin poder disolver esa
relación para reasumir nosotros mismos las tareas
correspondientes. Porque también es cierto que no nos lo
permiten, y nos llaman reaccionarios cuando lo
intentamos.

La alternativa imaginaria que esbocé es
democrática, aunque sea difícil, y nos
reconduciría hacia los mejores sentimientos de
sociabilidad que tenemos tan abandonados. Lo que hoy existe, en
el mejor de los casos es paternalismo. Después de tantos
siglos nos hemos vuelto como niños,
después de dejar que la educación y la
cultura
quedaran bajo el control de los ilustrados.

También la corporación de los
intelectuales fogonea el mito de su
famosa criticidad, generadora del cliché del
intelectual crítico, comprometido,
insobornable.

No obstante, un mayor entrenamiento de
la criticidad ejercida respecto a su objeto de crítica
no es garantía de la corrección ni de la
conveniencia social de sus conclusiones ni de las decisiones
prácticas recomendadas. Es decir, sus propias
críticas también deben ser criticadas. De hecho,
cada vez que se produce una guerra, por
ambos bandos intervienen intelectuales encargados de
justificarla, que se asumen, se venden y son comprados como
intelectuales "críticos", mientras otros trabajadores
intelectuales e incluso el periodismo se
encargan de bajar la línea oficial desde sus
cátedras y usinas con los insumos teóricos
suministrados por aquellos.

Los deberes del intelectual desde la visión de la
izquierda constituyen, en realidad, el reflejo de una
concepción totalitaria. Parten de la supuesta superior
jerarquía de lo social sobre lo individual cuando la
historia demuestra la presencia de ambas dimensiones en la
condición humana y la necesidad y conveniencia de su
realización equilibrada.

El mundo social no es ni superior ni más rico, ni
mejor ni más bello que el mundo individual, y lo mismo
sucede a la inversa, sin olvidar que ninguno existiría sin
el otro pues ambos se interpenetran fundiéndose
mutuamente.

Lo nefasto es partir de suprimir alguna de esas
dimensiones humanas en base a concepciones ideológicas o
políticas que se pretenden únicas
representantes del Bien.

Otro elemento totalitario, colocado por encima de los
ciudadanos y sostenido por los mecanismos represivos del Estado es el
partido único que dice representar al Pueblo (con
mayúscula). Este argumento es compartido por todas las
formas de totalitarismo y de colectivismo. Pretender que, en
consecuencia, el pensamiento de los intelectuales sea regimentado
en orden a la línea del partido es suprimir la libertad de
los integrantes del pueblo que se dice representar.

En los partidos marxistas las relaciones entre sus
intelectuales y las correspondientes estructuras
político partidarias han sido tradicionalmente
regimentadas, y en los movimientos nacionales no marxistas como
mínimo han sido altamente conflictivas. En ambos espacios,
las estructuras partidarias han tenido un ejercicio del poder
avasallante sobre sus respectivos intelectuales.

Las dirigencias políticas y el funcionariado a su
servicio siempre han tendido a mirar por encima del hombro a los
intelectuales con el preconcepto de que éstos son unos
privilegiados que arriesgan muy poco y que por razones de moral
revolucionaria, o como quiera llamársele, deberían
abstenerse de marcar rumbos o ejercer ciertas críticas
dirigidas a comportamientos de sectores sociales a los que
aquellas prefieren halagar y "aprender de ellos" por "ser"
éstos el fiel de la balanza de la revolución
o de la causa".

Obviamente, una visión demagógica y
mitificadora del pueblo (los pobres, los de abajo, las
mayorías, los humildes, los incontaminados,
¡aquellos de quienes debemos aprender… para que
nunca puedan gobernar! Esta manipulación de las
representaciones ideológicas acerca del pueblo
condicionaba en otros tiempos inexorablemente a los intelectuales
que se autopercibían de izquierda. En la mayoría de
los casos les generaba el complejo de inferioridad del
pequeño burgués que los volvía
acríticos, alcahuetes y aduladores como rasgo de
obediencia partidaria debida.

Un ejemplo era su proletarización por el cargo de
conciencia de su origen social, que los llevaba a disfrazarse de
pobres y humildes, o su militarización para obtener mayor
respetabilidad en su condición orgánica, so riesgo
de perder inserción en el movimiento general y ante las
tendencias derechistas internas de los sectores políticos
y de acción aunque fungieran de izquierdistas, de modo de
tener derecho a pegar un grito de vez en cuando. Y esto
último no pensando tanto en su dignidad
herida sino para halagar su narcisismo y su vanidad con la
esperanza de saltar a la gloria y al renombre en vida, o para
tener una estrella a su nombre en la avenida de los
héroes, el día de mañana.

Toda "democracia" de
partido único es esencialmente totalitaria y
despótica, no necesitando ciudadanos sino robots. Ella es
equivalente a la democracia pluripartidista cuando está
anulado o impedido el rol de la oposición.

Las clásicas purgas de intelectuales siempre
tuvieron un efecto disciplinador potencial sobre el pensamiento
de los que en algún momento no habían sido
alcanzados por ellas. Lo habitual era el acatamiento servil y la
autocensura que imposibilitaban su autocrítica, a menos
que se tratara de la autocrítica de los otros. Por otra
parte, algunos documentos que
ellos han llamado autocríticas del partido, por caso en
Argentina, dan risa, cuando no lástima.

Al ser la relación orgánica entre el
intelectual y su partido de
dominación-subordinación, como reflejo del
autoritarismo global de estas organizaciones, consiguientemente
impregna de autoritarismo al intelectual que fogonea el mito del
intelectual-soldado-apóstol de la causa a nombre de
las masas, de los pueblos, o de la clase obrera.

Esas relaciones partido-militante, que son autoritarias
por sus supuestos absolutistas que no admiten discusión u
objeciones, convierten a un intelectual de izquierda en un
dogmático que se apoya en otra clase de libros
sagrados distintos a los de las grandes religiones pero equivalentes
en sus capacidades de ser manipulados y manipuladores.

Los hombres, individualmente considerados, y las
sociedades
como totalidad, tienen un imperativo ético a perseguir en
la búsqueda del equilibrio en todos los aspectos de la
vida social, rechazando una concepción que imponga una
determinada manera de pensar y de vivir en la que no existan
individuos sino insectos, ni aunque todos fueran insectos iguales
y nunca se cometiera ningún delito tan sólo porque
se le tuviera terror a la "justicia". En definitiva, cualquier
estado integrista, fundamentalista y totalitario, cualquiera
fuera el ismo y la orientación
considerada.

En nombre de nada ni de nadie, ni humano ni divino, se
debe obligar a nadie a ser o comportarse
como apóstol, mártir, abanderado, combatiente,
antorcha, soldado, militante, etc.

Las formas y grados de amor o entrega
al prójimo, después de cumplir las leyes de una
sociedad realmente democrática y libre, deben quedar en la
esfera de las decisiones y responsabilidades individuales. La
entrega del amor a la humanidad representa la más plena
exaltación del yo, pero si bien todos debemos amar por
imperativo ético a nadie se puede obligar legalmente a
hacerlo.

Por eso es asesinato matar indígenas por parte de
Sendero Luminoso o camboyanos por Pol Pot, tanto como lo es
regimentar seres humanos en la URSS o en China, Corea,
Albania, Vietnam, Cuba o los
países satélites
en nombre de cualquier teoría o supuesto supremo bien
social convertido en dogma religioso.

Y a estos asesinatos no los disculpan otros asesinatos
de signo ideológico opuesto en el resto del mundo, ni
ambos se compensan en consecuencia. Detrás de cada
asesinato hay un asesino que debe ser encarcelado. "Si las
izquierdas no están para condenar a las tiranías,
¿para qué están?"
, dijo un escritor que
vive escondido. Tiene mucha razón, pero las izquierdas
sólo condenan a las tiranías de derecha, nunca a
las de izquierda.

En el mismo sentido, "Si algo es un crimen cuando es
cometido contra nosotros también lo es cuando nosotros lo
cometemos".
Lo dijo un intelectual gurú de la
izquierda norteamericana pensando en la guerra que lleva su
gobierno contra Irak, pero sus
admiradores de las diversas izquierdas del mundo, incluidas las
argentinas, no lo registraron para no tener que
aplicárselo al comandante Fidel.

Por eso defiendo la libertad total del intelectual tanto
como la del resto de la sociedad, para que nadie se convierta en
asesino contra su voluntad ni tenga que caer en el summum
de la obsecuencia y la esclavitud que es
heredar los odios ajenos, frase conmovedora que no sé
quién la dijo pero me permito repetir.

La ética, como dimensión superior del
pensamiento y del espíritu debe ser la brújula
del intelectual y de la sociedad tratando de que ambos guarden
con ella una distancia óptima. Cuando las sociedades
adquieren conciencia de sus errores suelen descargar la furia por
sus desviaciones éticas contra ciertos protagonistas
particulares, especialmente contra algunos intelectuales, lo cual
en ocasiones es correspondido por éstos.

Detrás de la ética, a los costados y por
todas partes, tiene que estar el principio de responsabilidad
individual y social, sin excepciones de ninguna clase y con los
mismos costos a
pagar.

Nada más vigente y correcto que aquello de que
"mi libertad termina donde comienza la de los
demás".

Un segundo para referirme a la organicidad en el
movimiento peronista.

En sus filas la organicidad siempre ha sido muy
"especial". Pensamiento libre y libertad no es propio de un
movimiento vertical en ninguna parte ni en ninguna época,
menos aun cuando Perón fue
un militar intelectual o un intelectual militar, como se
prefiera, pero la intelectualidad de Perón, que fue
descomunal, fue profundamente constitutiva del Perón
político, mucho más, a mi juicio, que su
condición militar.

Con Perón en el Poder, para la mayoría de
los peronistas no hacía falta otro intelectual. Los
intelectuales fueron mirados con recelo en el seno de las
estructuras partidarias -salvo que fueran nacionalistas
católicos-, sobre todo si eran jóvenes. Por eso, en
general fungieron como trofeos de exhibición o fueron
directores de cotos cerrados en los campos educativos y
culturales considerados en general "desde arriba" como lugares
mínimos y hasta inexistentes donde no hacía falta
tener masa crítica sino técnicos obedientes y
reproductores. Tanto es así que en esos campos el peronismo no se
transformó, fue conservador y al poco tiempo
resultó atrasado por más que hubiera democratizado
como nunca antes el acceso popular a los
mismos.

Pero si los intelectuales osaban meter sus narices en el
barro podían llegar a convertirse en "molestos", luego a
ser motivo de desprecio y ostracismo, arriesgándose a ser
declarados enemigos del pueblo y en consecuencia ajusticiados en
nombre de éste.

Ser obsecuente, en cambio, siendo
"intelectual", se premiaba formando parte de la nomenclatura,
pero tan sólo para hablar y escribir sobre las biografías de la
historia
argentina, el arte
clásico o la "cultura nacional", pero jamás de
política nacional.

La "organicidad" de los intelectuales en el peronismo de
la primera época era pura obsecuencia, pues
consistía en acompañar y repetir
didácticamente la doctrina y los discursos oficiales. De
modo que la noción de progreso no era aplicada al
desarrollo político ideológico del peronismo por
ningún intelectual, siendo que ése era y es uno de
los más legítimos espacios que puedan corresponder
a un intelectual comprometido con la causa popular. Para conducir
e interpretar, millones de peronistas contentos delegaban
inconscientemente la misión al conductor; y otros millones
de personas que no eran peronistas sólo podían
discutir privadamente lo que una sola persona, un
hombre
providencial, dictaminaba.

Muchos intelectuales de fuste ya fallecidos son tenidos
por peronistas emblemáticos y honran la vitrina peronista
tan sólo por estar sin discutir nada. Pero otros
llegaron a convertirse en intelectuales autónomos,
coherentes y con tremenda honestidad
intelectual, tan sólo por fuera del peronismo, y
frecuentemente en su contra.

Luego, junto con la máxima libertad de hecho para
procesar las tareas políticas de la llamada Resistencia
Peronista, como correspondía a una expresión
política tremendamente vital en esos momentos, pero bajo
la omnipresente supervisión de su exiliado conductor, los
desarrollos teóricos de la lucha política crecieron
desde un primer momento en cantidad y profundidad
ideológica al calor de los
desafíos cotidianos de la lucha antioligárquica y
antiimperialista y al resguardo de la distancia geográfica
entre conductor y movimiento.

Con todo, y pese al necesario y a veces incomprensible
juego
político de Perón entre los distintos sectores
internos del movimiento y sectores externos, hasta la llegada al
Poder por segunda vez la lucha política dirigida por
Perón tuvo constantemente una línea ascendente de
progreso ideológico que se correspondía con un alza
en las luchas antiimperialistas mundiales.

Ello permitió una primavera de los intelectuales
peronistas que se interrumpió muy pronto a partir de 1973.
Perón, el único, el conductor, recuperó el
monopolio de
la palabra que había perdido (y hábilmente
consentido) durante la Resistencia. Y desde su visión
anticipatoria de los giros que comenzaba a experimentar el mundo
-y que nadie vislumbraba entre nosotros- dio un viraje
estratégico que descolocó tanto a la inteligencia
progresista como a la de extrema izquierda hasta llegar a ser
representadas como la encarnación del Mal.

Independientemente de los diversos puntos de vista que
se pongan en juego para discutir a Perón y al peronismo
entre 1945 y 1976, toda experiencia política de masas con
conductores, caudillos o líderes personalistas y
providenciales podrá dejar marcas
importantes en la historia de los pueblos, como ocurrió
con aquél en punto a la histórica y nunca superada
realización de la justicia social, la independencia
económica y la soberanía política durante una
década, pero invariablemente desencadenará procesos
negativos, como ocurrió también, y donde la
corrección de los errores se ve imposibilitada desde las
masas tanto como desde los intelectuales, acostumbrados a acatar
por miedo y conveniencia, y en consecuencia a aprobar y
justificar tanto de hecho como teóricamente todo lo
actuado por el Único.

Durante la Resistencia, y como paliativo al complejo de
culpa y de inferioridad frente a los obreros, que les valiera
aquel famoso manifiesto del hartazgo contra ellos en los
40´s, como fue el "alpargatas sí, libros no",
algunos intelectuales de izquierda, convencidos del pecado
original de ser pequeñoburgueses, creyeron en cierta etapa
de nuestra historia que debían disfrazarse de obreros y
montoneros. Otra impostación y otra impostura.

No todos los herederos de la promiscuidad de la
Unión Democrática de los 40´s cometieron el
error de la "conversión" de los 70´s. Algunos
persistieron en su recalcitrante odio
pequeñoburgués asimilando ese hartazgo y
potencialmente cualquier otro hartazgo popular al rechazo
antiintelectual del nacional catolicismo español
contra los intelectuales. Con lo cual, si eran liberales,
comunistas o socialdemócratas ya no importaba,
¡total pensaban lo mismo: que el peronismo era
irremediablemente fascista! Y ésa fue otra polémica
para intelectuales que la gente nunca entendió ni
atendió.

VI

LOS INTELECTUALES, LOS MM Y EL
MERCADO

Sin duda, los intelectuales son buscados por los MM para
escuchar sus diagnósticos en lo político,
económico, social, cultural o artístico, y lo
más ansiosamente anhelado por los distintos operadores
públicos y privados: una prospectiva ideal acerca de la
evolución futura del problema o las
tensiones concretas o potenciales que cada situación
encierra.

Los que cotizan su participación en el mercado
comunicacional, y sobre todo en el de las industrias
culturales en sentido amplio, no pueden menos que agradecer
íntimamente la posibilidad de presentarse ante un
público virtual cuyos límites y
marcos no conocen en su totalidad, pero al que los MM les
ayudarán a identificar y mensurar.

En todo caso, cuando nos ilustramos, leemos o conocemos,
siempre existen dos operaciones
produciéndose simultáneamente. Una, la del proceso
cognitivo que nos incluye, y otra la de la realización de
contenidos simbólicos como mercancías sobre
variados formatos. La primera es la operación principal
desde el punto de vista del conocimiento,
pero para su efectivización se acompaña de la
última operación, la cual desde el punto de vista
económico es la operación principal, en tanto que
la primera sólo es secundaria. Concluyendo
provisoriamente, lo primero es vender. Y venderse
accesoriamente.

Los MM convierten a los intelectuales vedettes
necesariamente en mercancías del sistema. De modo que la
interpelación misma, por las condiciones de su
producción, es mercancía; luego, el contenido mismo
y por último la cita que otros intelectuales y
divulgadores hagan de sus palabras y de su nombre correrán
la misma suerte, convirtiéndose simultáneamente el
producto
vendido en publicidad
indirecta para la marca: es decir,
para el intelectual de marras.

La cita, sobre todo, es un reaseguro contra el olvido de
los MM, condicionados por el rating y otras formas de
medición de popularidad. Pero
también contra el olvido de los lectores. Y también
un halago a la vanidad. Un intelectual con aspiraciones de
permanencia y reconocimiento social debe ser citado por otros en
alguna expresión que le pertenezca, o remitida su lectura
a tal o cual fuente. Ello recoloca en el mercado y revaloriza a
su autor aunque la cita efectuada por otro de un pasaje propio
haya sido hecha para manifestarse en desacuerdo con su
contenido.

También existe la cita de otros por parte de un
intelectual que funciona como supuesto aval académico; o
como signo de presunto rigor metodológico; o para tornar
"respetable" una pavada, o varias; o bien para exorcisar
"fantasmas".
Pero muchísimas veces representa un paraguas abierto para
disimular la falta de originalidad o la ausencia de tesis propia,
o para hacer aparecer como legitimadores de su posición a
los intelectuales citados. Sin el recurso a la cita, pueden
hallarse dificultades para la venta de unas
obras anémicas. Así, por lo menos, se convierten en
valores de cambio a realizar en el mercado.

La oferta y la
demanda de
bienes
ideológico políticos se realizan en el mercado en
una franja consumidora restringida y selectiva de clase media y
clase alta, cuyos integrantes se hallan ligados a los
ámbitos académicos y artísticos de las
grandes zonas urbanas y cosmopolitas.

La presencia de intelectuales entrevistados o de
columnistas habituales se da con preferencia en los medios
gráficos, diarios y revistas, y bastante
menos en la televisión; en tanto que en las radios su
presencia es inexistente.

En la televisión suelen aparecer en programas de
entretenimiento como opinólogos, con escasas
intervenciones sobre algún tema coyuntural, en medio de
risas, jolgorio, chistes verdes
e invitadas despechugadas. En general, los programas
periodísticos de la televisión no disponen del
tiempo suficiente ni de formatos adecuados para desarrollar
entrevistas
fructíferas a intelectuales que valgan la pena.

Finalmente, las librerías están llenas de
libros de intelectuales "importantes" y de otros prescindibles.
En general son comprados habitualmente por universitarios
diplomados y estudiantes por exigencia de las cátedras que
frecuentan, y luego, mucho menos, por integrantes de las clases
medias. En todo caso, de este nivel para arriba.

Ello nos conecta con la cuestión de si porque
sobre el intelectual opera una constante presión debe
mantenerse con la boca abierta en todo momento dando
testimonio
.

En cierto sentido, la verborrea mediática se
explica por la insistencia, el acoso, la persecución que
los periodistas y conductores de programas ejercen sobre su ego
fructificando sobre su reputación y su cotización.
Esto último no se refiere sólo al cachet que
eventualmente se les ofrezca por participar en un programa de
televisión, sino a su cotización en el mercado de
la superestructura cultural que es dispensador de otras formas de
gratificación.

También es cierto que suele operar sobre ellos su
propia autocensura y sus propios miedos, especialmente en
momentos históricos de crisis o transición, lo que
agudiza sus ansiedades de reconversión y su
apresuramiento por anticipar sus nuevos
reposicionamientos.

El arquetipo del intelectual conciencia de su
época que llevamos visto, aquel que nunca debe callar, se
halla muy difundido en los sectores medios, generando a los
propios intelectuales constantes preocupaciones y dudas, como la
de preguntarse "qué pensarán si no me expido
ahora"
, lo cual indica no sólo miedos al presente sino
especialmente al futuro, que puede ser menos controlable cuanto
menos previsible sea, pues allí pueden aparecer
imprevistos pases de facturas con acusaciones lapidarias de haber
tenido silencios cobardes o cómplices con el
Poder.

Así lo hace suponer la costumbre actual de
reprochar a algunos intelectuales, por parte de otros con
aspiraciones de reconocimiento, el no haberse pronunciado cuando
sucedió esto o aquello. Los reflejos ya entrenados de
muchos intelectuales y sus preocupaciones por no dejar resquicios
sin rellenar los llevan en ciertos momentos a pronunciarse
durante las 24 horas a favor o en contra de esto y aquello, o de
tal o cual. Tanto que a veces se les agotan las palabras y sus
pretendidos mensajes se tornan indescifrables.

Si se mira el asunto desde otro enfoque se podrá
apreciar que están realizando una mayor inversión de tiempo profesional dedicada a
publicitar bienes intelectuales a término o ya lanzados al
mercado. Y ése sería un aspecto positivo para
ellos, o compensatorio, pese al agotamiento que pueda producirles
tanto ajetreo cotidiano por los MM, generalmente y casi
exclusivamente ubicados en la ciudad de Buenos
Aires.

La entrevista no
sólo les permite crear información sino fundamentalmente obtener
identidad, registro,
instalación mediática, demanda, cotización y
ventas con
mayor rapidez y efectividad que el tiempo que insumen los
circuitos
económicos de, por ej., la industria del
libro cuando
no pasan previamente por los MM sino que aparecen
posteriormente.

Por eso es tan frecuente que los intelectuales
solicitados por los MM, al ser entrevistados por éstos se
manden de una vez reproduciendo los tics que los caracterizan en
nuestro país: el más frecuente de los cuales es su
imprescindible y previsible pronunciamiento en contra del
gobierno de turno luego de uno o dos años desde su
instalación, mientras esperan obtener certezas en cuanto a
su rumbo, y en todo momento despotricando contra el mercado in
totum
, siendo que ellos –como cualquier persona- viven
en el mercado, por el mercado y para el mercado, por más
que la mayoría de ellos funja de socialistas de izquierda
o de revolucionarios.

Existe un marketing
izquierdoso que aceita y vende y al cual se someten
voluntariamente sin reparos muchos intelectuales por necesidad de
supervivencia en el mercado. En esa orientación se halla
implícito que deben adoptar una posición coyuntural
como es su oposición abierta y militante a la
globalización neoliberal. Hoy constituye un consenso
tácito la admisión de este alineamiento como el
primer deber de todo intelectual, sin olvidar su carácter antimperialista.

Si es cierto que los MM los presionan en tiempos de
crisis haciéndoles creer que la sociedad está
pendiente de ellos, también lo es que ellos hacen fila en
los MM precisamente porque hay una crisis instalada, y más
que instalada reconocida. ¿Motivaciones? Prohibido ser
ingenuos: primeramente es una oportunidad laboral y no la van a
dejar pasar; en segundo lugar, lo que dirán no es
directamente lo que creen, piensan y sienten de verdad, sino lo
que les conviene para no correr riesgos con el sistema real del
Poder y los multimedios, más allá de los medios
particulares que los entrevisten.

Igual que sucede con todo hombre público o con
reconocimiento público que participa en los MM, los
intelectuales se caracterizan por su eclecticismo y sus
desplantes aparentemente inocentes y sinceros, cuando en realidad
son parte de la hipocresía sistémica que nadie en
general que tenga reputación, carrera y aspiraciones,
intentará contradecir y menos aún
revertir.

Los intelectuales están en los MM y demás
espacios del campo privado y de la esfera estatal a la pesca de
recursos, como
buenos cazadores–recolectores que son –y
depredadores- antes que productores.

Cualquiera sea su carrera profesional pueden obtener
cargos de docencia
universitaria, o ser funcionarios políticos, o de planta
permanente en todos los ministerios de
la nación,
de la provincia de Buenos Aires y de la Capital
Federal, y después en las provincias más cercanas.
Además, muchísimos ocupan cargos políticos
electivos en los poderes ejecutivo y legislativo y otros muchos
en los poderes judiciales de esas jurisdicciones.

De modo que oportunidades laborales no les faltan. Y eso
sin hablar de los negocios que
pueden y suelen hacer con el Estado, por sí, por
interpósita persona, o a través de fundaciones,
consultoras u ONGs. Éstas últimas les permiten
venderse y vender asesoramientos a organismos públicos y
privados del país o internacionales, lo mismo que a
empresas de
esos mismo ámbitos. En este caso, pueden comenzar con
conferencias por las cuales percibirán entre veinte y
cincuenta mil dólares los del nivel B y entre cincuenta y
cien mil los del nivel A o de mayor fama internacional,
generalmente ex presidentes de países, ex ministros, ex
funcionarios economistas famosos, etc. Y para determinadas
republiquetas pueden venderles asesoramientos integrales por
medio de equipos de intelectuales altamente
especializados.

Y si afinamos más todavía, pueden obtener
jugosas participaciones como lobbystas en los procesos de
privatizaciones de empresas, como los argentinos
hemos comprobado, tanto en calidad de
víctimas como de victimarios. Ésta es,
definitivamente, la mayor sofisticación profesional de los
intelectuales, sin importar si son de derecha o de izquierda, o
si lo fueron y ya no lo son.

VII

MEDIÁTICOS Y ANTISISTEMA

El mito del compromiso de los intelectuales refiere que
es propio de su actitud
rebelde e inquieta no sujetarse a normas ni
formalidades que se tornen constrictoras para su pensamiento. En
los hechos ocurre con demasiado abundancia justamente lo
contrario.

Más allá de las impertinencias habituales
que suelen caracterizarlos por donde pasen, y que en general
componen el marco de una estética nacida de sus
íntimas tendencias narcisistas y egotistas, los
intelectuales establecen conclusiones y las ofrecen al consumo en la
forma de generalizaciones y modelos de
interpretación. Ellas circulan por el sistema cultural
educativo y el mercado las difunde hasta el hartazgo
convirtiéndolas al cabo de un tiempo en conocimientos
cotidianos, obviamente sintetizados y simplificados, que se
instalan con mayor o menor presencia, coherencia y profundidad en
determinados niveles de los múltiples imaginarios
sociales.

Pero no todos los interrogantes ni todas las respuestas
son formuladas necesariamente por los intelectuales de mercado,
al igual que sucede con los comunicadores o los periodistas
más o menos "independientes".

La relación del Estado presionando a los MM con
el otorgamiento de publicidad y la habitual reacción de
sometimiento de éstos a sus órdenes y deseos es
equivalente a la relación entre los MM presionando a los
intelectuales con su poder de otorgar reconocimiento y el
habitual sometimiento y adaptación de éstos a las
reglas del juego.

Por eso, los intelectuales hablan y escriben sobre una
agenda en cuyo establecimiento tienen muy poca decisión
real, sobre todo los de izquierda. La agenda pública del
pensamiento y la cultura es configurada y/o canalizada por los MM
al igual que cualquier otra agenda social; obviamente, pero con
la aceptación implícita de los
intelectuales.

En definitiva, no tienen suficiente peso para influir en
las decisiones sobre las demandas reales ni operan sobre las
prioridades de los sectores mayoritarios sino sobre la demanda de
los MM que luego se convertirá en la oferta social en
torno a la cual giren las manifestaciones y expresiones de los
distintos sectores sociales. En consecuencia, sus productos
ideológicos y científicos se realizan en el mercado
como valores de cambio sacrificando sus valores de uso o
precisamente por tener falsos valores de uso.

Que los intelectuales estén atentos a la
agenda-oferta mercantil de la cultura y no la dejen pasar
sin expedirse sobre ella puede confundir a muchos respecto a que
los intelectuales deben ser la conciencia de su
época. Lo cual es una frase hecha que oculta la
verdad de sus comportamientos reales en una sociedad como la
nuestra en la actualidad.

Actualmente no hay agenda por fuera de los MM y las
industrias
culturales, de modo que si los intelectuales de izquierda
pretendieran ser realmente la conciencia de esta época no
tendrían mayor oportunidad de ser escuchados y conocidos a
través de aquellos. De todos modos, ello pondría a
prueba sus verdaderas capacidades para enfrentar el
desafío de su exclusión y el eventual aislamiento
de las masas. Jamás la inaccesibilidad a los MM de cada
época fue obstáculo para que hicieran conocer sus
pensamientos, ya fueran intelectuales "orgánicos" o
independientes.

Sin embargo, la alternativa de reducir la
circulación de su producción crítica a
circuitos underground podrá ser muy encomiable si
se quiere, pero su escasa difusión la hará
prácticamente inexistente, y una antología de
trabajos post mortem no cambiará la realidad de su
desconocimiento concreto en el
momento en que hacía falta que fueran conocidos. En tanto
que su conocimiento posterior ya estará fuera de
época para otros hombres del futuro que tendrán una
realidad distinta.

Si a ello se añaden los escrúpulos de no
contaminación que suelen llevar a algunos
intelectuales –no demasiados por cierto- a renunciar
anticipadamente a participar en los medios más
caracterizados del Poder, es obvio que las posibilidades de que
aquellos que son de izquierda sean conocidos con cierto nivel de
profundidad son bastante escasas.

¿Por qué no pensar entonces con más
sentido práctico? Por empezar, esa restricción o
falta de oportunidades con que los intelectuales de izquierda
aducen encontrarse constantemente, y que motiva furibundos
dicterios de su parte hacia el sistema por ser una
expresión no democrática de una minoría
poderosa, no puede hacerles perder de vista ni a ellos ni a nadie
que ellos también constituyen una minoría, y que si
no tienen más poder es porque tampoco la sociedad se lo
concede. ¿Deberíamos reprochar a la sociedad su
incapacidad para reconocer en la izquierda sus oportunidades de
salvación? Mmm… ¡otra vez!

Que los intelectuales de las minorías pretendan
ser las conciencias de su época no es convincente.
Particularmente, esa tarea es tremendamente difícil hasta
para los mejores intelectuales de las mayorías, así
que con más razón considérese su
imposibilidad por parte de las izquierdas clásicas de
Argentina.

En consecuencia, la atribuida reputación de
intelectual mediático, aplicada con sentido
peyorativo a ciertos intelectuales con amplia llegada al
público a través de la televisión, por parte
de otros intelectuales que no lo son, o no quieren serlo, o no
pueden serlo, y que es tomada colectivamente y multiplicada ad
infinitum
como una condena insalvable, es un mecanismo poco
serio de la competencia entre
intelectuales que no toma en cuenta al público y sus
necesidades y curiosidades sino precisamente las peripecias
competitivas de aquellos.

La carga despectiva y condenatoria de aquella
expresión, equivalente a la condición de cipayo
para algunos espíritus afiebrados, es no sólo
exagerada sino hasta estúpida. Por cierto, no desconozco
ni aligero la crítica ya vieja a los MM y sus mecanismos y
fines de dominación cultural, pero salvo que se viva bajo
una dictadura o en
una sociedad sólo aparentemente democrática, sobre
todo en materia de
libertades de expresión y de prensa, siempre
quedarán resquicios por donde los intelectuales
antisistema podrían tener una bocina de difusión en
los grandes medios. Pero aunque así no fuera,
tendrían siempre a mano la posibilidad de crear sus
propios medios y circuitos, convencionales o no, para la
difusión de sus ideas.

En realidad, como es cierto y probado el frecuente
traspaso de filas de algunos intelectuales por comprensibles
razones laborales, tienen los reflejos listos para evitar ser
confundidos con intelectuales mercenarios. El problema con esta
última caracterización es que tome estado
público, puesto que si se les garantizara reserva, a la
mayoría de ellos no le preocuparía demasiado. En
suma, ellos mismos son los responsables de esta
restricción: si según ellos el sistema es perverso
es lógico que todo esté contaminado y que no
quieran contraer ninguna enfermedad por esa
vía.

Probablemente alguien insista aquí en privilegiar
la organicidad de los intelectuales antisistema en
relación a los MM del sistema. Pero uno debe preguntarse,
¿no cabe la posibilidad de tener productos mediáticos contestatarios que sean exitosos
y que simultáneamente contemplen los requerimientos de la
racionalidad económica? En muchos países eso tiene
lugar. ¿Por qué no entre nosotros?

Puesto que el mercado tiene su lógica,
o sea sus principios, y fundamentalmente sus intereses, cosa no
desconocida por los intelectuales, su presencia en el mismo
podrá ser del tipo adaptativa con las defensas
bajas
, o resistente con la guardia en alto.

Mientras la primera es una situación de dominio y
gradual entrega sin mayor resistencia a los MM, incluyendo la
posibilidad de una rendición incondicional, la segunda es
una situación en la que sin patear el tablero un
intelectual determina aunque sea en parte el sentido de ciertas
jugadas personalizadas que le permitirían una
instalación más adelante, por más que
debiera entregar algunas piezas ante el inexorable avance
enemigo.

Ésta es una actitud inteligente. En cambio, la de
patear el tablero es una actitud de rendición por
más que se pueda vestir de coherencia, altivez, orgullo,
resistencia, etc. O se está en el mercado o no se
está. Y el mercado ofrece resquicios y ventajas para jugar
inteligentemente en él desde posiciones
contestatarias.

En consecuencia, no sólo no es reprochable la
inserción de los intelectuales en la lógica del
mercado (en el cual de hecho siempre están por más
cara de combativos que luzcan) sino que se vuelve necesaria de
acuerdo a las condiciones de esta época.

Por otra parte, estar en el mercado no es un pecado
social como está de moda pregonar de acuerdo a los
cánones de la ideología-religión que abona la
teoría crítica al uso.

Y de hecho existen en nuestro país abundante
cantidad de revistas y diarios, amén de editoriales, que
publican constantemente trabajos de intelectuales de izquierda, y
sólo de ellos, que tienen larga existencia en el mercado y
cuyas tiradas suelen agotarse. De modo que no las tienen todas en
contra en ese aspecto.

Los MM no deben ser eliminados para que la humanidad
viva mejor o más democráticamente. Por el
contrario, puesto que el desarrollo
científico-tecnológico es siempre bienvenido
-considerar lo contrario sería ser primitivista-
podrá ser utilizado para el bien común si quienes
tienen poder decisorio sobre ellos así lo
quieren.

Otra versión del mito de los intelectuales es su
supuesta función de valientes defensores de la humanidad,
despojados de egoísmo, capaces de llegar al martirologio
en su capacidad de entrega al prójimo. Sin embargo, lo
contrario es lo habitual, es decir, lo habitual de los
intelectuales es hacer lo políticamente correcto,
en el sentido que últimamente posee esta frase. O sea,
todo lo contrario del Quijote.

El mercado dispensador de premios y halagos fortalece
las tendencias y las habilidades especulativas de los
intelectuales de esta clase. Por eso es posible reconocer su
carácter acomodaticio, su autocensura, su prudencia
superlativa en ciertos ámbitos.

No debemos olvidar que en el mercado, cualquiera sea el
bien a transar, frente a alguien que compra y que paga siempre
hay alguien que vende y cobra.

Por lo general, los intelectuales hacen gala de su
capacidad para estar simultáneamente ligados a dos
paradigmas éticos opuestos que se expresan a nivel de
praxis y de
discurso. Esto
no significa cargarles las tintas; a ellos les pasa ni más
ni menos que lo que le sucede a cualquier ser humano. No recordar
esto sería mitificar una vez más al pueblo o a
alguno de sus componentes.

Es comprensible que esta posición pueda parecer
dura puesto que uno nace, crece, se reproduce y muere en la
creencia de que los intelectuales son ángeles de la
guarda, no de cada uno sino de la sociedad en su conjunto. Siendo
así, uno viene a ser un disolvente social cuestionable por
izquierda y por derecha pues el mito se asienta sobre dos patas
diametralmente opuestas: el poder y la oposición, cuyas
reales características sólo pueden ser comprendidas
situando el análisis histórico en nuestra realidad
concreta y superando el teoricismo inconducente que tiene lugar
en nuestra fantástica realidad.

¿Quiénes leen entonces la obra de los
intelectuales? Otros intelectuales en principio; luego,
periodistas, comunicadores y opinólogos; finalmente los
estudiantes universitarios. Un conjunto reducido de la sociedad
total, vinculado a su superestructura cultural como productores y
consumidores de bienes simbólicos.

LA INFLUENCIA DE LOS
INTELECTUALES

Una pregunta previsible es la referida al grado de
influencia que ejercen los intelectuales en la
sociedad.

Un tipo de influencia es la ejercida profesionalmente,
con paga o sin ella, directamente sobre sus patrones,
contratantes, o jefes políticos por medio de bienes y
servicios
intelectuales. Esta influencia siempre existe a tenor de su
secular presencia en los espacios del Poder, y de los
consiguientes presupuestos
ideológicos compartidos entre ambos.

La otra clase de influencia es la ejercida directamente
sobre la sociedad.

En principio, cabe decir que la respuesta es relativa a
la diversidad de tiempos y lugares, de climas y sensaciones de
época, de distancias entre los intelectuales y sus
sociedades, de las ideas que se consideren, de las formas de su
difusión y popularidad, del grado de receptividad de la
sociedad a los cambios, de la oportunidad justa, del prestigio y
del carisma de los intelectuales involucrados, etc,
etc.

Pero sin duda, en ello ha de tener singular importancia
la utilización de los Mass Media y las técnicas
de inducción comunicativa y publicitaria.
Mediatizados por las industrias culturales y especialmente por la
cultura massmediática en los marcos del mercado
capitalista, influyen de diversas maneras sobre las personas
distorsionando su percepción
de la realidad y la de ellos mismos.

En primer lugar, los MM procesan en dos vías (del
Medio al público y viceversa) la instalación
"mediática" de ciertos intelectuales, lo que representa en
determinado momento su grado de popularidad.

¿Qué indica esta popularidad respecto de
un intelectual concreto? El grado de difusión de su
identidad y la forma de identidad difundida, es decir, el grado
de instalación de la misma en el público y el tipo
de apropiación presunto de su mensaje o su
obra.

Es decir, para saber que existe un intelectual de nombre
X no es necesario haber leído algo de su producción
escrita, que es donde su pensamiento se habrá vertido en
forma sistemática en torno a los asuntos que ha
tratado.

El "conocimiento" de un intelectual a través de
los MM no suele ser efectivo ni suficiente por esa vía.
Frecuentemente lo que los MM aportan al público constituye
una forma desviada de su verdadero pensamiento.

Este conocimiento superficial que brindan los MM no
significa negar a sus mensajes la posibilidad de influir en el
público y en la sociedad. En todo caso, lo que hay que
desentrañar son las modalidades, los alcances y el
valor de su
influencia en cada situación. Y lo que aplicamos
aquí a los intelectuales es similar a lo que sucede con
otros sectores y protagonistas sociales, por ej., con los
políticos o los religiosos con cierto grado de
instalación de sus identidades, con los cuales es posible
diferenciar entre su conocimiento referencial y el
conocimiento más o menos amplio y profundo de su
pensamiento, por ej., sus concepciones políticas, sus
intenciones y sus propuestas de gobierno o bien sus concepciones
religiosas, sus orientaciones espirituales o su vida
práctica, respectivamente.

Así es posible utilizar a los MM para construir
perfiles de "compromiso", de "abnegación" y de "entrega"
de ciertos individuos para con integrantes de grupos marginados
o vulnerables, de modo que si eventualmente se descubren posibles
contradicciones entre sus conductas pública y privada la
opinión
pública se resistirá a creer ciertas
informaciones desfavorables a aquellos en base a su supuesta
inmoralidad o ilegalidad, siendo en esos casos la reacción
generalmente de encendida defensa y protección.

Sobre todo, ello funciona tratándose de los
famosos, los grandes, o los de arriba, pues en estos casos la
opinión se divide, se retrae, suspende sus juicios, y
hasta puede caer en contradicciones que la sitúen
moralmente respaldando indirectamente una conducta
abominable.

Lo mismo pasa con los intelectuales: sus perfiles
mediáticos pueden ir por sendas contrarias a su verdadero
pensamiento cuando los MM pretenden o necesitan neutralizarlos, o
amenguar su radicalismo.

No obstante, la influencia de los intelectuales
también llega más allá del reducido
círculo de los lectores de su obra, por más que sea
esencialmente distinta.

Haciendo un paralelo y salvadas las distancias, lo dicho
equivale a la popularidad de Jesucristo y a su influencia en la
humanidad y en cada individuo,
independientemente del conocimiento de su pensamiento que ofrece
la Biblia, la obra escrita más famosa y con mayor
número de ejemplares publicados en la historia, y sin
embargo una de las menos conocidas en proporción a dicha
magnitud.

Por lo tanto, el motor de la
popularidad es la publicidad, especialmente la que otorga la
industria audiovisual.

La popularidad, como la publicidad, también
promueve el consumo de los bienes intelectuales permitiendo
apropiaciones de contenido de éstos con carácter
más profundo e intenso en círculos poco
extensos.

Pero también facilita una irradiación
positiva de sugestiones y representaciones populares, aún
superficiales, como fruto de valoraciones sociales producidas en
torno a las figuras de ciertos intelectuales. Por ejemplo, las
representaciones populares acerca de Mahatma Gandhi se basan
fundamentalmente en la idea de pacifismo y no violencia, y no van
mucho más allá de eso, pese a lo cual la
asociación de esas dos ideas fuerza con aquel nombre
pueden constituir -y de hecho ha sido así en muchos
momentos y lugares- una poderosa agregación de
energías que han posibilitado dejar determinadas huellas
en la acción política y social.

Por cierto, aquí también se ponen a
consideración las reales posibilidades de acceso social a
los bienes culturales, en este caso filtrados por los MM y por
los estereotipos desparramados.

En la época de los discos de vinilo, muchos
jóvenes de escasos recursos económicos
adquirían un ligero conocimiento de la música y los artistas
internacionales de moda leyendo los textos de los sobres que
contenían aquellos discos. Hoy aprenden un minimum
de literatura
recorriendo las mesas y anaqueles de las librerías. Y en
los dos ejemplos, cantante y escritor se instalaban masivamente
en las mentes juveniles induciéndolas a
comprarlos.

Esa cultura de síntesis
minimalista ha sido y es criticada y despreciada, pese a
constituir una puerta abierta al conocimiento para muchas
personas, tal vez la única que se les ofrece. Ciertamente,
lo que se vende ante todo es la publicidad sobre la obra y
masivamente se "compra" mucho más que la obra.

 

Más de un premio Nóbel era absolutamente
desconocido en Argentina al momento de su consagración, y
sin embargo, en un par de años se volvió popular y
las clases medias retuvieron su nombre y de acuerdo a una
publicidad sintética para peatones lo clasificaron en el
casillero de las ideas políticas en circulación.
Una vez llegado a esos albergues, es más fácil que
se produzca o aparezca el interés
individual multiplicado socialmente por leer y aprender sobre un
determinado autor fashion.

Resumiendo, si bien la popularidad de los intelectuales
es amplificada cuando pasa por los MM, es decir, si bien resulta
ensanchada, se corresponde generalmente con una exigüidad en
espesor, en conocimiento sustantivo de sus obras.

Sin embargo, entiéndase bien, su influencia es
sin duda mucho mayor si tomamos en cuenta una larga lista de
actividades donde los intelectuales verifican su presencia: la
docencia e investigación superior, especialmente
universitaria; el asesoramiento, lobby, la
dirección ejecutiva o liderazgo en
organizaciones públicas y privadas, nacionales e
internacionales; el funcionariado político; la
dirección y representación político
partidaria; y especialmente la producción,
conducción y creación de bienes simbólicos
en las industrias culturales.

Y si bien los intelectuales ya no son los intocables de
otras épocas, es decir, ya no se toma por moneda de buena
ley todo lo
que escriben y lo que dicen, ni se cree a pie juntillas en la
infalibilidad de sus oráculos, sus productos intelectuales
circulan, como acabamos de ver, en espacios más amplios
que la clásica cátedra universitaria o el
libro.

En esas actividades se crean bienes ideológico
culturales y servicios que al realizarse en el mercado
representan magnitudes de valor económico. En general,
ellas constituyen oportunidades de influencia mucho más
amplias que las que pueden canalizar los MM.

Lo que tienen en común todas ellas es que, a
diferencia de los MM, la influencia de los intelectuales no opera
directamente sobre el público o las masas sino sobre la
oreja de otros con cierto grado de poder -cualquiera sea la
índole de éste-, que suelen demandar sus
servicios.

En la vida política, los hombres políticos
-intelectuales o no- los requieren para la fachada de la gestión
ejecutiva y para consultarlos de vez en cuando, siendo raros los
casos en que un intelectual ocupa posiciones de relevancia al
interior de un partido político precisamente por sus
ideas. Por lo menos no es común en América latina
en el espectro del centro, en tanto que la derecha está
más representada por políticos, empresarios e
intelectuales, y la izquierda por militantes intelectuales, o sea
cuadros políticos intelectuales.

De todos modos, la propaganda
política de los partidos políticos de mayor peso
suele ser producida y/o supervisada por intelectuales
comunicadores y no meramente militantes políticos, del
mismo modo que los discursos destinados a consumidores
específicos, por ejemplo para el mundo universitario y sus
organizaciones políticas, para el mundo sindical,
agropecuario, o industrial, etc. Sin olvidar los obligados
discursos de inauguraciones o de campaña de los
políticos, generalmente hechos por
intelectuales.

Donde no suelen tener presencia directa ni influencia
real es en la vida interna de los grandes partidos
políticos, en los que a menudo son rechazados. En ellos el
biorritmo intelectual lo fijan los dirigentes
políticos. Sin embargo, existen áreas
temáticas de principios y de gestión dónde
sin intelectuales al frente aquellos no pueden hacer nada: son
las de cultura y educación, donde
volcarán generalmente diagnósticos, planes y
programas de gestión, y de vez en cuando los consabidos
proyectos de
reformas
educativas.

En consecuencia, por más que estén lejos
de tener una relación directa de conducción u
orientación sobre las masas o los sectores mayoritarios,
sus vínculos y su influencia sobre los dirigentes y
militantes partidarios y los sectores de la habitualmente llamada
pequeña burguesía cultural, así como sobre
otros demandantes institucionales y privados es
estratégicamente considerable si se piensa que los
intelectuales tienen suficiente letra para desarrollar la
crítica al sistema existente, así como para
diseñar el programa de una revolución desde la
creación de la teoría crítica necesaria
hasta los sucesivos pasos de su ejecución, o bien para
hacer exactamente lo contrario: es decir, sostener, convalidar y
legitimar el estado de cosas existente.

CULTURA MEDIÁTICA.
¿CUÁL ES EL PROBLEMA?

Si bien la cultura massmediática constituye el
corazón
del actual sistema capitalista, posee una fundamental
conexión al "cerebro" de
éste último. De modo que hay abundante tela para
cortar por parte de la crítica, como de hecho viene
sucediendo en el mundo desde hace más de cincuenta
años, al punto de configurar una especialidad de los
estudios sociales.

Sin embargo, la mayoría de quienes atacan la
producción cultural que circula producida o recreada por
los MM lo hacen a través de éstos mismos y no desde
la vereda de enfrente. Razón demás para admitir que
aunque más no fuera por la mera posibilidad de canalizar
dosificadamente esas críticas, los MM (y principalmente la
televisión) permiten aportes útiles al pensamiento
crítico alineado a los procesos de democratización
de la sociedad. Y eso representa un paso adelante, sobre todo
porque en la actualidad la accesibilidad social a la
información de cualquier signo ideológico es
muchísimo mayor, lo mismo que la capacidad de respuesta e
interacción con los MM.

La cultura mediática establece una
relación contradictoria como todas las relaciones sociales
con el proceso mundial de democratización y acceso a la
educación y la cultura: consolida el disciplinamiento,
control, producción, ficcionalización del
pensamiento y la realidad a través de la distribución vertical del conocimiento, y
al mismo tiempo corporiza, identifica y da entidad a cierta clase
de mensajes y tendencias de la sociedad, aunque no a todas, a
través de los cuales ésta se muestra.

De modo que el problema principal no es la cultura
mediática, que es un dato de estos tiempos, sino sus
múltiples aportes y sentidos concretos, tan
contradictorios cada vez más. Así que la cultura
mediática puede servir tanto a un amo como a su enemigo,
del mismo modo que el aparato educativo puede servir para la
liberación como para la dominación. El hecho de que
generalmente esté sirviendo a esta última deriva de
las condiciones monopólicas de su funcionamiento y
subsiguientemente, de la imposición de una determinada,
única y excluyente concepción de sus fines y sus
medios.

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