- Breve resumen
- Causas
- Plan de
San Luis y sus repercusiones - Acuerdos de
Ciudad Juárez y sus contradicciones (revolución
no aprovechada) - El
gobierno de Madero y sus dificultades - El
Plan de Ayala, programa eminentemente agrario y
social - La
Decena Trágica y sus responsables - El
Plan de Guadalupe. En busca de la legalidad.
Reagrupación de diferentes tendencias
revolucionarias - Notas
Descripción y análisis sobre sus causas, desarrollo y
consecuencias. De Madero al triunfo de la Revolución
Constitucionalista
Breve
resumen:
La Revolución
Mexicana es uno de los acontecimientos más importantes
de la historia de
México y
principalmente del siglo XX. Con ésta, dio fin la larga
dictadura
porfirista y se pasó a una etapa difícil por la
participación de distintas tendencias revolucionarias y
sus respectivos caudillos, que al tener propósitos y
objetivos
diferentes unos de otros, lucharon entre sí para favorecer
sus intereses. La Revolución iniciada por Madero con el
Plan de San
Luis, fue provocada por causas de orden político,
económico y social.
El propósito inicial era el derrocamiento de
Porfirio Díaz de la presidencia de la República. La
revolución maderista fue acogida con beneplácito
por grandes sectores de la sociedad
mexicana, principalmente por los campesinos, que esperanzados por
lo prometido por Madero, se lanzaron a la lucha armada; Villa,
Orozco y Zapata, encabezaron esta lucha campesina, pero pronto se
dieron cuenta de que el reparto o la restitución de las
tierras era lo que menos importaba a los dirigentes del movimiento.
Tanto Madero como Carranza pensaban que las reformas
sociales debían aplazarse, primero estaban la
solución a las demandas políticas,
más que sociales, lo que originó que primero, los
zapatistas se alzaran en armas contra el
gobierno
maderista al considerarlo como traidor al no restituirles las
tierras a las comunidades campesinas. Más tarde,
después del triunfo constitucionalista sobre el huertismo,
los villistas se rebelarían contra Carranza.
CAUSAS.
- El envejecimiento del sistema y la
inmovilidad del gabinete porfirista.– Se refiere
no sólo a la prolongada permanencia de Porfirio
Díaz en la presidencia de la República, sino
también de sus secretarios de Estado, de
gobernadores de los Estados y demás funcionarios
públicos que se habían enquistado en el poder con
todas las prerrogativas y privilegios que les ofrecía la
dictadura. Para darnos una idea el ministro más joven
tenía 60 años de edad y por lo menos, 20
años en el puesto. En 1910 Porfirio Díaz
tenía ya 80 años de edad, la mayoría de
sus colaboradores estaban también muy viejos y
sólo se sustituían a los que morían, como
en el caso del gobernador de Sinaloa, Francisco Cañedo,
que fallece en 1909, al cual le sucede, por imposición,
Diego Redo, partidario de Díaz. Ante esta
situación la oposición va en aumento,
principalmente de la clase media
y de algunos sectores privilegiados que se sentían con
el derecho a participar del poder político, como es el
caso de Madero y Carranza en Coahuila; y, Obregón y
Calles en Sonora. - El régimen dictatorial personalista
perfecto. John Kenneth Turner lo explica de la
siguiente manera: "… El Presidente, el gobernador y el
jefe político son tres clases de funcionarios que
representan todo el poder en el país; en México
no hay más que un solo poder gubernamental: el
ejecutivo. Los otros dos poderes sólo figuran de nombre
y ya no existe en el país ni un solo puesto de
elección popular; todos son ocupados por nombramiento
expedito por alguna de las tres clases de funcionarios del
ejecutivo mencionado. Estos controlan la situación en
sus totalidad, sus palabras son leyes en sus
propias juridiscciones: el presidente domina en los 29 estados
y dos territorios de la República; el gobernador en sus
Estado; el jefe político en su distrito. Ninguno de los
tres es responsable de sus actos ante el
pueblo…"1 De esta manera se fue abonando el
terreno para el descontento social, no sólo de los
campesinos y obreros, sino también de la gente que
tenía una situación económica favorable,
pero que deseaba y aspiraba a ocupar puestos públicos
que tenía acaparados la camarilla porfirista, por
cierto, ya longeva.
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