Húngaros
… MIENTRAS LOS VIOLINES TOCABAN CSARDÁS UN
VIAJE A HUNGRIA, por José Martín Weisz. Buenos Aires,
Editorial Milá. 79 pp. (Imaginaria)
El volumen que nos
ocupa relata la historia de un viaje que el
narrador realizó con su padre, en 1992. El padre del
narrador, de ochenta y cuatro años cuando inicia la
travesía, había emigrado en 1940 de Hungría,
perseguido por su condición de judío. Dicha
persecución se patentizó, en un primer momento, en
la decisión del gobierno de
dejarlo sin trabajo, a
él y a tantos otros judíos
que –a criterio del régimen imperante- sólo
merecían integrar las empresas de su
tierra en un
uno por ciento. Con documento falso, sale de Europa y se
dirige hacia América: "consiguió un pasaporte
falso a nombre de Alejandro Gross con una expresa mención
del obispo de la zona que la religión profesada
por el portador era la católica". Logra llegar a Italia, donde "en
una desesperada búsqueda de algún medio para salir
de Europa, consiguió finalmente una visa para Ecuador y un
lugar en el Augustus que salía a la madrugada siguiente
con ese destino. El lugar en ese barco le costó una buena
parte de su dinero ya que,
aún siendo reconocido como católico, no
querían embarcar ciudadanos de países de Europa
Central, por poner a la misma compañía
marítima en actitud
sospechosa".
Inicialmente recalará en Ecuador, pero luego se
establecerá en la Argentina, teniendo como destino, a lo
largo de esos cincuenta y dos años, las ciudades de
Córdoba, Rosario, Bahía Blanca y Buenos Aires. En
esas localidades rehace su vida, se casa con una húngara
judía y logra un bienestar que antes le había sido
negado. El dolor por el pasado se evidencia en la decisión
de la pareja de no transmitir su idioma a los hijos, y en la
convicción del emigrante de no regresar nunca al
país que desprecia, ya que –a su entender- "no
había dudado en apoyar al invasor nazi" y "había
colaborado para mandar tantos judíos a la muerte". A
pesar de estas razones, el hijo lo convence, utilizando como
argumento que reclamarían las propiedades
familiares.
Eligiendo la tercera persona para un
relato evidentemente autobiográfico, el autor nos
guía a través del tiempo, desde
la juventud del
anciano hasta el momento de su deceso, a poco de retornar de su
tierra. Transmite las vivencias de ambos al enfrentarse con una
Hungría en la que nada queda ya de un pasado
añorado, en la que los habitantes actuales, salvo contadas
excepciones, se niegan atemorizados a referirse a los
judíos y su historia.
No faltan en este penoso pero insoslayable regreso las
situaciones dramáticas, como la que tuvo como protagonista
a una prima del anciano, quien le reprochó duramente que
se hubiera marchado y que hubiera abandonado a su madre,
desconociendo, seguramente, que la madre del anciano nunca quiso
dejar su país, no obstante la insistencia del
emigrante.
La obra de Weisz, más cercana a las memorias que a
la ficción, nos permite conocer una historia de vida
similar a la de tantos otros judíos, que ha tenido quien
la escriba, y una editorial que se interesó en tan valioso
testimonio.
Ingleses
LITERATOS Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de
Jorge Luis Borges, por
Martín Hadis. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 512
páginas. (Biografías y
testimonios).
Martín Hadis, nacido en 1971, es docente,
escritor e investigador universitario. Se recibió de
licenciado en Sistemas y de
master en Tecnología de
Medios en el
Media Laboratory del Massachussets Institute of Technology (MIT)
y realizó estudios de literaturas germánicas y
filología en la Universidad de
Harvard. Sus áreas de interés
abarcan el diseño
de interfaces, la inteligencia
artificial y la lingüística. Especialista en la obra
de Jorge Luis
Borges, se dedica a analizarla en su contexto
histórico y cultural. Sus últimos trabajos vinculan
las narraciones de Borges con las literaturas del medioevo
anglosajón y escandinavo. Ha publicado artículos en
medios de distintos países, entre ellos The Buenos Aires
Herald (de Argentina) y El País (de España).
Es asimismo coautor del libro Borges
profesor, que
recopila el curso completo de literatura inglesa dictado
por el autor de El aleph en la Universidad de Buenos
Aires.
Hadis considera que "la historia del clan de intelectuales
ingleses del que nuestro escritor desciende había
caído hasta ahora en un total olvido y era –hasta
para el mismo Borges- completamente desconocida. Esa
omisión determinó asimismo que la enorme influencia
intelectual que los mismos ancestros tuvieron sobre su obra y su
formación no hubiera podido ser estudiada jamás en
detalle. De igual manera, y por múltiples razones, los
rasgos ingleses del temperamento de Borges, o bien han pasado
inadvertidos, o bien han sido, en muchos casos, mal comprendidos.
El énfasis de este libro está puesto, por lo tanto,
en explorar esos territorios ignotos y llenar esos vacíos.
(…) El objetivo de mi
investigación fue, sin embargo, develar los
orígenes literarios de Borges, y éstos proceden
–como el lector podrá comprobar a
continuación- de sus ancestros ingleses".
"El lector estará tal vez bajo la
impresión de que una de las tesis de este
libro es afirmar que la obra literaria de Borges resulta
únicamente de su lado inglés
–agrega Hadis-. Esto no es así. Afirmo, eso
sí, que la vocación de escritor de Borges,
así como su formación literaria en un sentido
intelectual y erudito, y su cosmovisión ética y
religiosa, proceden principalmente de sus ancestros Haslam. Pero
la originalidad y la potencia de su
obra no proceden exclusivamente de sus ancestros ingleses, sino
de la confluencia de dos legados, de las
múltiples perspectivas que éstos permiten, y del
cosmopolitismo que fomentan, lo cual convierte a Borges en un
verdadero ciudadano del mundo. En este sentido, el aporte de su
linaje criollo dista de ser menor. Lejos de ello, constituye una
parte fundamental de su esencia".
En esta obra, expone el cuantioso material que
reunió en sus viajes por
varios países. Partiendo de las alusiones que hizo Borges
acerca de sus mayores, remonta el árbol genealógico
del autor hasta llegar al siglo XVIII. Desde allí,
comparando y deduciendo, explicando e invitando a comprobar lo
expuesto, llega a este descendiente de ingleses y criollos que
vio la luz en el
Río de la Plata, sesenta años después de que
su tatarabuelo dejara este mundo. Es con William Haslam,
precisamente, con quien Hadis realiza la extensa
comparación de la que resultan las coincidencias y las
diferencias entre ambos.
No se limita a los datos
biográficos de los antepasados –lo cual ya
sería fruto de un esfuerzo ingente-, sino que
además analiza obras que ellos escribieron –sermones
metodistas, un tratado de puericultura, una guía para el
tratamiento de insanos, disertaciones, artículos
periodísticos, obras literarias -, en busca de la mayor
cantidad de información posible.
Para demostrar cómo pueden aplicarse los
conocimientos que expone en este libro, realiza él mismo
el análisis de dos cuentos
–"El jardín de senderos que se bifurcan" y "El libro
de arena"-, los cuales, vistos desde esta nueva óptica,
revisten otra significación. No es que la literatura
necesite de la biografía para
encontrar su razón de ser, sino que, sin duda, conocer
datos de la vida del escritor ayuda a interpretar mejor su
obra.
"Comprendí que lo que Borges sabía acerca
de su propio pasado inglés y las raíces de su
vocación literaria era muy poco –afirma-, e
intuí a la vez que esa poca información
debía ser la punta de un largo ovillo. Decidí
entonces comenzar una investigación histórica y
genealógica en archivos,
capillas, iglesias, museos y bibliotecas de
Inglaterra. Con
el tiempo, la búsqueda se extendió a otros
países: Alemania,
Hungría, Francia, la
Argentina y los Estados Unidos.
(…) éstas demandaron más de cinco años de
esfuerzos, el uso de todos los recursos
disponibles para el investigador, y las técnicas
más avanzadas de búsqueda, indexación y
análisis; todo ello sumado a una buena dosis de
persistencia y –por qué no decirlo- de
suerte".
Llama la atención al leer este libro la cantidad de
material, y la prolijidad con que el mismo es expuesto,
enriquecido con información acerca de la época y
las circunstancias sociales, políticas
y económicas. Cabe destacar asimismo el estilo del autor:
la profusión de datos que vuelca en estas páginas
no impide que el texto sea
entretenido y atrapante. Cada uno de los antepasados es
protagonista de una biografía que se lee con placer, ya
que está escrita como un relato en el que confluyen la
historia y los propios conceptos del biógrafo, dando
amenidad a lo narrado. Varios apéndices, numerosas
fotografías y la bibliografía consultada
completan este volumen insoslayable.
Es difícil ser original al referirse a Borges.
Hadis lo logró. Y con creces.
Irlandeses
MOIRA SULLIVAN, por Juan José Delaney. Buenos
Aires, Corregidor, 1999.
Juan José Delaney se desempeña como
Profesor Adjunto de la Cátedra de Literatura
Argentina en la Universidad del Salvador, de la que
egresó. Dirigió la revista El
gato negro y publicó varios volúmenes de cuentos,
entre ellos, Tréboles del Sur, obra que mereció
elogiosos comentarios de Enrique Anderson Imbert y Rodolfo
Modern.
En Moira Sullivan se advierte un minucioso y paciente
trabajo de investigación, impulsado por el amor que
siempre sintió por la cultura de sus
ancestros irlandeses. La historia de esta mujer -que se
inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX
o al finalizar el anterior- es una historia en sí,
desarrollada hábilmente, pero permite también al
novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta
historia se desenvuelve. Al hablar de los primeros años de
la anciana, nos ilustra acerca de la vida en Estados Unidos, no
sólo de los irlandeses, sino también de emigrantes
de otras nacionalidades que se dirigieron allí en busca de
la fuente laboral que
significaban las minas carboníferas.
En esta obra, el lenguaje,
tan importante como factor sociabilizador, encarna una actitud de
la protagonista. Ella nunca se interesó por aprender a
comunicarse en castellano y esa
negativa suya determina su relación con quienes la rodean.
La anciana vive en su mundo y no quiere tener contacto con quien
no pertenezca a él. Rechaza evidentemente toda forma de
integración, y se repudio se patentiza en
el aislamiento en el que se refugia: "Lo importante era el
silencio. Todas las noches lo buscaba, especialmente los domingos
cuando las otras recibían visitas y ella más
sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie
tenía pese a haber estado en la
vida de muchos y a que, por esa acción
secreta y persistente del arte, continuaba
gravitando sobre gentes extrañas y lejanas.
El silencio de ese anochecer dominical le
permitiría entregarse serenamente al ensueño en el
que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes de
zonas postergadas por su memoria, y
también secretas conexiones que su visión de la
vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta independencia". Aun cuando quisieran integrarse,
el idioma era un serio problema para colectividades como la
irlandesa; Delaney presenta dos paliativos para la
incomunicación de los extranjeros: el cine mudo y el
tango, por los
que sienten gran afición.
Escribe Delaney asimismo acerca de la rígida
educación
religiosa que se impartía a niños y
jóvenes. Muestra luego a
la protagonista como una mujer decidida a trabajar en o que
eligió, a no cejar ante los mandatos de la
vocación, la que, empero, flaquea cuando las
circunstancias se vuelven adversas, y llega a abandonar aquello
que alguna vez le dio sentido a su existir. Abandona el cine,
sí, pero el recuerdo de los años vinculados a
él la acompaña y también la agobia, y los
filmes que vio o aquellos en los que participó son
evocados con la precisión con la que se dice que las
personas mayores recuerdan hechos de sus años de
juventud.
Tiempo y espacio tienen gran importancia en la novela y son
descriptos minuciosamente. El tiempo de la narración
abarca alrededor de ochenta años, y permite al escritor
deslizar críticas acerca de la realidad argentina. El
espacio abarca desde la primera visión que el inmigrante
tiene de la nueva tierra, hasta lugares precisos como el Barrio
Norte, Villa Urquiza, Arrecifes, Areco, General Pinto y
Junín. Distinta será la forma de vivir la inmigración en cada lugar, y distinta,
también, la añoranza que los extranjeros sienten
por su lejana Irlanda. Delaney se adentra en la vida de esta
anciana luchadora, ya vencida, que encuentra en un niño de
siete años una última razón para existir.
Junto a ella, presenta a otros inmigrantes, algunos de los cuales
resaltan como paradigmas de
un modo de entender el destino; Cornelius Geraghty y Abraham
Mullins son personajes que permiten al novelista mostrar otras
opciones en el vasto mundo que se abre ante los recién
llegados. Ellos se destacan en el panorama de la obra, que
presenta no sólo a irlandeses, sino también a
hombres y mujeres de diversas nacionalidades que llegaron a
nuestra tierra en busca de un futuro mejor.
Italianos
LA NOCHE LOMBARDA, POR Atilio Betti. Buenos Aires, Plus
Ultra.
La noche lombarda es la primera novela de Betti,
"un relato en el que la autobiografía se mezcla con lo
anecdótico y lo imaginativo. Narra en ella lo sucedido a
un hombre que,
premiado por el Gobierno de Italia, viaja a Mede, la tierra de
sus mayores, y se encuentra espiritualmente con ellos, con la
cultura de la que desciende: "Sobre ese suelo los
lombardos, mis antepasados, mi padre, sus padres, habían
edificado, a fuerza de pura
resistencia, su
fiereza. Por debajo, el lodo, la cenagosa base, y arriba el
delirio de vivir apuntalando el crecimiento hacia la altura de
las florestas". En esa tierra encontraron su última
morada: "Ahora los tenía allí, reproducidos en
óvalos de porcelana, y colocados en la faz anterior del
nicho, tal como los conocía desde siempre. La nonna, con
la blusa alforzada, abotonada altamente; el nonno, con la camisa
blanca, sin corbata bajo el chaleco, y de saco. Mis
abuelos".
La travesía está signada por el rencor que
el hijo siente por el padre emigrante, a quien describe con pocas
virtudes y muchos defectos. Le reprocha la falta de
educación de que fue víctima, y vive su premio como
una revancha: "Mi padre me había negado la
educación. Me había condenado, por no querer
trabajar bajo su mando, en su fábrica, a una juventud de
lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las
oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba
allí, en viaje hacia Italia, en calidad de
invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo.
Solo, sí, pero libre y triunfante".
El padre aborrecido había llegado a
América en su juventud. El hijo, al ver a los paisanos del
emigrante, se preguntaba: "¿Estos eran, estos siguen
siendo los colonos que Mitre ponderara como los más
adelantados del mundo? A casi un siglo de las primeras
inmigraciones a la Argentina, me recibían azorados,
descalzos, uncidos al terrón de magra tierra, a la
tradición primitiva del laboreo". Quienes habían
permanecido en Lombardía, por su parte, criticaban a
aquellos que habían partido: "Esta es la obra de los que
se fueron a ‘hacer la América’. Este es el
abandono de los que no supieron ganarse el pan en su tierra. Es
la muerte de
ellos, no la del paese, la que estás viendo".
Cuántas noches de invierno había pasado en
el establo el emigrante, antes de partir! "Las mujeres, ocupadas
en hilar; los muchachos –papá lo contaba- sonando la
guitarra y la ocarina. Todos al calor de las
bestias, para trabajar, cantar y dormir en las noches de nieve,
cuando no subían al piso superior por la escalerilla de
madera de
álamo". Se había alimentado con las comidas
típicas de la región, las mismas que los
descendientes acaudalados despreciaban: "A mí me
apetecían las ranas –dice el protagonista-. Me
apetecían todos los alimentos que
nutrieron a mi padre; pero Anna los había proscripto de su
mesa. No a la ordinariez de la polenta, no a la selvaggina, los
patos silvestres". Había vivido en el mismo escenario en
que se hallaba el hijo: "suelo de paja y tierra apisonadas, la
ventana cubierta de aceitosa tela, la stamagna, y la única
cama apoyada en gabas, troncos toscamente tallados, más
que bancos. El
colchón (…) crujió bajo mi peso con el ruido de las
hojas secas de maíz que
lo rellenaban".
El padre había sido ranero: "La veta roja del
jade, ese palpitar de animal que aparece en la piedra, lanzada
ahora desde una vibración cósmica para ocupar su
sitio en la honda tensa de la rana. El animal, sometido a
instrumento, se ablandaba hasta convertirse en gomera de la luz y
saltar, inmóvilmente, a la pedrada del manotazo certero de
Manera. A medida que las iban atrapando, las embolsaban, y era
fama que la pesca de ranas
no había conocido pareja tan experta como la que
constituían Manera y su amigo".
Se sentían, los raneros, enemigos de los
cazadores: el "cazador, siempre solo, siempre ceñudo. El
rifle en bandolera, y, abriéndole paso, acorazando al amo,
el pecho fuerte del bracco. El hocico del perro, oscuro y
fruncido como el rostro del amo. Rostro y hocico de mal talante.
Hombre y perro tallados conjuntamente en la inmovilidad del
paisaje y del destino:: boscaioli o contadini. Sin alternativa,
desmontadores o campesinos".
Había visto el sacrificio de las mujeres, el
mismo que el hijo veía encarnado en una de ellas, que
"continuó despellejándose las manos inmensas,
deformadas. Las manos que de joven había hundido una y mil
veces en el agua
hirviente de los calderos de la filanda, la hilandería
donde se mataba al gusano de seda, hirviéndolo, para
despojarlo del capullo. (…) El cuerpo de la anciana exhalaba
olor desagradable, mezcla de senectud y de humedad. De la humedad
que, en la hilandería, le había penetrado hasta los
huesos. El
olor nauseabundo de las crisálidas muertas, las que no
salían a flote en los calderos. Olor que impregnaba las
ropas y los cuerpos de las mujeres, para siempre".
Había conocido a las mondariso, quienes
"agachadas sobre los surcos, limpiaban con las manos las
plantitas, para evitar que las ahogara la cizaña", y las
tintoreras, "profesión tradicional de Mede".
Un día, decidió partir. "Era el emigrante
que ‘había hecho la América’.
Tenía los cuerpos, los rostros de los viajeros pobres que
iban en mi barco –imagina el hijo. Tenía,
también, únicamente él entre todos, la
innata distinción, la cuerda fina de los nervios, del
temperamento, que yo acababa de presentir en Micrula. Un chorro
de agua, un
manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado.
Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos
claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro,
sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua.
(…) En tropel, árabes y turcos aparecían y
desaparecían alrededor de mi padre. Corrían,
gritando, aullando, perros mojados,
perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras
que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba
o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo:
¡Piojosos! ¡Piojosos!".
"Había aprendido un oficio. Era más joven,
más tenaz, supongo". El hijo lo comparaba con ese paisano
que hacía come le rondini (como las golondrinas): "volaba
atravesando el mar. De Europa a América, de la Argentina a
Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha".
Muchos años después, uno de los descendientes que
habían quedado en Mede caminaba "enumerando, ponderando,
magnificando las proporciones y la importancia de las
fábricas", que el inmigrante había logrado fundar
en la nueva tierra. Para el admirado sobrino, el padre del
protagonista "era el ejemplo que debía imitar, la luz que
debía guiarlo".
El lombardo había llegado a enriquecerse
respetando ciertos principios,
algunos de ellos muy crueles: "repudiaba la enfermedad, la
consideraba un vicio", "lo violentaba la timidez". Frente a la
tumba del primo en tierra lombarda, el narrador recuerda: "Aldo,
el que se volvió a su patria sin que mi padre fuera a
despedirlo al puerto. El que salió de un hospital de
Buenos Aires a los pocos días de operado del
estómago, y llegó solo a mi ciudad suburbana, sin
que papá lo hubiera ido a buscar. Llegó solo,
caminando desde la estación, transpirando y
desmayándose de debilidad".
El padre renegaba de su familia pobre. La
hermana afirma: "yo veía a los dos hermanos, en la
Argentina, emigrantes prósperos, bien vestidos, olvidados
por completo de las hermanas miserables y despreciadas por el
resto de la familia".
Otro era el sentimiento ante los demás parientes, a
quienes llevaba, cuando visitaba Italia, una gargantilla de
oro, zapatos y
carteras de piel de
víbora, ponchos de vicuña, mates de
plata.
En América, por el contrario, "Se vengaba, el
inmigrante rico, de las argentinas copetudas que, antes, lo
habían humillado. Se vengaba de sus cacareos, de sus
estridencias. Extendía ante ellas, cual mancha en el
mantel de la fiesta, su silencio. Desplegaba la bandera del
silencio que ellas, con sus alientos, hacían flamear. Las
usaba, despectivamente, de asta, y en la médula de ese
mutismo ante el que caían, títeres vaciados de
manos, las palabras, yo sólo veía la estrechez del
resentimiento, la venganza sin grandeza de mi padre".
Así fue, vista por ojos indudablemente parciales,
la inmigración lombarda. De sus infortunios en Italia y de
sus logros en América, nos habla Betti, en una novela
memorable.
EL LAUD Y LA GUERRA, por
Martina Gusberti. Buenos Aires, Vinciguerra.
En el año 1989, Martina Gusberti dio a conocer su
libro de cuentos Requiem para la adolescencia, en el que
trabaja con emotiva dedicación, entre otros temas, la
figura paterna y el hogar inmigrante. Seis años más
tarde apareció El laúd y la guerra, novela
en la que cuenta la historia de un viaje que la autora realiza
junto a su padre y su marido, en 1982. No sería ésa
la primera vez que el emigrante regresaba a su tierra:
"después de varios viajes a su itálico
terruño, cuando todos creíamos que había
sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era
éste el proyecto
más acariciado por mi padre, quizás el
último y el de más difícil solución,
por su avanzada edad". Como no se animaba a viajar solo
–tenía ochenta y ocho años-, buscaba quien lo
acompañara. La esposa se había negado; los cuatro
hijos tenían sus ocupaciones. El anciano insistía:
"¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares
donde luché en la primera guerra
mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo
estarán hoy…!
La hija, nacida como él en Italia, se pregunta
acerca de la
motivación que impulsa con tanta fuerza al padre; se
cuestiona "ese afán por volver al pasado, no sé si
para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder a él.
Quizás, ganas de detener el tiempo que se le
escurría entre las canas; o de no morir, sin mimetizarse
definitivamente con el paisaje". Finalmente, ella y su marido
deciden acompañarlo: "Seríamos dos portaestandartes
enarbolando a un soñador", comenta. El anciano, conmovido,
les agradece: "Gracias a ustedes puedo hacer esta
travesía, que era mi obsesión".
Durante años, el emigrante había reunido
toda información acerca de su vida en pesados protocolos.
"Cuando se preparó para este viaje, lo primero que puso en
su valija fueron sus tan mentados álbumes, porque,
así como quería mostrarle a los argentinos su
pasado italiano, así, ante sus compatriotas, quería
ufanarse de la obra que, en este lado del mundo, había
desarrollado un humilde inmigrante". Y en verdad, su trayectoria
era para enorgullecerse, pues había sido "director de la
Banda Sinfónica en la capital de la
provincia del Chaco y fundador de las bandas musicales del
Colegio Don Bosco, la Penitenciaría Nacional, los Boy
Scouts, los Bomberos Voluntarios y la primera Escuela de
Música
Municipal, que fueron reproducciones de las que anteriormente
creó en su país natal". Además, había
formado orquestas; la escritora las enumera: "Orquesta de
Cámara del Ateneo del Chaco, de Cámara Amigos de
Don Bosco, Orquesta Sinfónica de la Casa de Gobierno, la
Municipal, la Orquesta Clásica del Coro Polifónico
Santa Cecilia y otras bailables".
La novelista evoca la razón por la que el
italiano pensó en venir a la Argentina. Decidió
emigrar "huyendo del fascismo, porque
él, como vehemente socialista, fue apaleado
varias
veces por los camisas negras". El anciano narra
qué había sucedido: "Sabían que era
músico, director de una banda, y me buscaron para
colaborar; pero yo me negué a tocar La marcha fascista y
por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte
bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero
ésa es otra historia. Después, emigré a
América".
Ya en nuestro país, no se queda en Buenos Aires,
una ciudad que indudablemente hubiera sido familiar para
él, dada su semejanza con las urbes europeas. El destino
que elige es bien distinto; se dirige a una ciudad que "fue
fundada por un puñado de inmigrantes italianos que,
remontando el Río Negro y traídos por empresas
contratistas con el señuelo de poblar tierras
fértiles y prósperas, hallaron en cambio
terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados
de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano
abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios
días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra
inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no
tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias.
(…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos
colonos sin armas, sin
espíritu bélico, que sólo querían
esgrimir el azadón. Pero sobrevivieron. Por eso, la ciudad
se llamó Resistencia". Allí llega en 1922, a los
veintiocho años, este joven que llevaba en su
espíritu los horrores de la contienda, los agravios de la
falta de libertad.
A criterio de Ester de Izaguirre, "Martina Gusberti
recrea y renueva el tema del inmigrante, con el personaje Luigi
que después de vivir la guerra, se larga a la
búsqueda de posibilidades en la Argentina, en una de cuyas
provincias se radica, y fiel a su vocación y a su
índole, enseña música, dirige la banda del
pueblo, funda una familia; en pocas palabras: ocupa su lugar". Se
pregunta la ensayista si "¿Existió Luigi en la vida
real? ¿Es un símbolo de todos los inmigrantes, con
cuyos hijos y nietos se hizo este país? Lo importante es
que ya existe como personaje con todo el relieve de los
elegidos".
Si bien Luigi había regresado con anterioridad a
Italia, nunca había vuelto al escenario del combate.
Volver sesenta años después le hace recordar cada
momento de su pasado, pero también lo colma de dicha,
tanta que, cuando la hija le pregunta si es feliz, el anciano le
responde: "Tanto, como cuando naciste…"
Pero no fue sólo el padre el beneficiado con esa
travesía. En Martina y el marido se operó una
transformación que ella describe: "Nos hizo cambiar
nuestra filosofía para recorrer mundo, y desde
aquél, nuestros viajes variaron de tónica, dejamos
de ser turistas. Papá nos enseñó a meternos
en los pueblitos, a olfatear sus cocinas, a distinguir las leves
variaciones en las fonéticas de los dialectos, a hablar
con la gente mayor y escuchar sus relatos que siempre son
inéditos, a aprender historia, las pequeñas e
intimistas historias de los viejos pobladores que –como
pulsantes arteriolas- son el origen del gran cauce de un
país. Los pintorescos personajes de Vescovato y Pescarolo
han coloreado para siempre mi vida, pero sólo los
descubrí aquella vez, a raíz de ese viaje, de aquel
tiempo, guiada por la sabia mano de mi padre. Me enriquecí
con gamas de colores
inesperados, con el gracejo de voces campesinas, el tañer
de campanas centenarias, con el desconocido olor a bestias arando
y a hierba fresca segada".
La experiencia fue valiosa para ella: "Estaba cumpliendo
dos viajes simultáneos: uno externo, a través de la
geografía,
de los conocimientos concretos que los sentidos me
brindaban, las peripecias y las anécdotas actuales. La
información histórica presente y pasada y el
intercambio afectivo y racional con ese suelo que era mi
raíz. Pero coexistía otro viaje en mi interior,
invisible a los ojos, que no tenía mojones tradicionales,
y que sólo era registrado en la cartografía del mundo emocional. Ese viaje
hacia atrás en la historia de mi padre, en los personajes
y acontecimientos que forjaron su personalidad,
su filosofía de vida, su actitud frente a la muerte, me
hicieron descubrir al titán escondido detrás de la
mansedumbre, a la fuerza tenaz bajo la pátina de
resignación. Esa fue la secreta fórmula que le
permitió sobrevivir con la salud, alegría y
terneza indemnes. A mí, la vida me había deparado
un privilegio irrepetible: ese viaje peculiar, para poder conocer
quién era en esencia mi padre".
Lo conoció mucho más, al compartir
vivencias allí donde habían sucedido, y
volcó su sentimiento en estas páginas, en las que
–afirma Bernardo Ezequiel Koremblit- encontramos "un
entrañable Luigi, un Luigi imborrable", "evocado con tal
acierto y virtuosismo literario que la evocación es a un
tiempo una invocación". En el libro se adivina a la
escritora como una investigadora que no se contenta con la
tradición familiar, sino que la profundiza y fundamenta en
bibliografía. El estudio que debe haber realizado para
contar los hechos como lo hace no se trasunta en su estilo, que
es natural y espontáneo, sino en la solvencia con que
maneja datos y fechas de una época
pretérita.
El laúd y la guerra puede ser leída
como una crónica real de tiempos bélicos, puede
abordarse también como un relato de viaje, como una
descripción de la vida actual en la llanura
lombarda, como una historia de inmigrantes y una obra inspirada
por el amor filial y
la admiración. Es todo eso, y es, fundamentalmente, la
historia de un regreso que atañe no sólo al
emigrante, sino también a su descendencia, que comprende
así aún más lo ejemplar de una
vida.
Polacos
COSAS Y CASOS JUDIOS, POR León Poch. Buenos
Aires, Milá, 2003.
"León Poch, nacido en Polonia, llegó a
Buenos Aires en 1928, siendo un adolescente de 15 años y
al darse a esta tierra, ella le dio –con la
revelación de su vitalidad de pueblo joven- todo lo que
él necesitaba para la formación de su personalidad.
En Buenos Aires estudió; en Buenos Aires optó por
la ciudadanía; en Buenos Aires se
manifestó su vocación y en Buenos Aires
formó su hogar, donde nacieron sus tres hijas,
porteñas".
"Realizó estudios en la Escuela Nacional de
Bellas Artes bajo la dirección del Maestro Pío
Collivadino; obtuvo el título junto con el primer premio
‘Carlos Ripamonte’. Eligió como medio de vida
la actividad publicitaria, alternada luego con el periodismo. La
gran oportunidad se la dio don Natalio Botana al incorporarlo al
equipo estable de dibujantes del diario ‘Crítica’. En esa misma época
nació su vínculo con la revista
‘Patoruzú’, para la que dibujó
ininterrumpidamente –desde su aparición hasta el
cierre, durante cuarenta y dos años- sus inolvidables
‘Temas porteños’. Colaboró
también en muchas otras publicaciones
periodísticas".
"Grandes del teatro
–Maurice Schwartz, Joseph Buloff, Ben Ami y otros- montaron
sus obras en Buenos Aires y en Nueva York sobre bocetos de
escenografías de Poch. Su obra ha trascendido por medio de
muestras individuales y colectivas; murales y tapices embellecen
numerosas instituciones,
establecimientos de enseñanza y residencias particulares; sus
cuadros forman parte de pinacotecas de Buenos Aires, Nueva York,
Jerusalén y Sidney. No hizo envíos a Salones
Nacionales, excepto dos únicas veces: al Salón de
Santa Fe y al Salón del Fondo Nacional de las Artes, y en
ambas oportunidades recibió la más altas
distinciones. Se editaron 2 carpetas: ’24 Dibujos.de
Israel’ y
‘Judíos de mi infancia’ con 32 dibujos y glosas del poeta
y escritor Simja Sneh".
"Sus ojos de 90 años aún siguen
descubriendo nuevas formas, colores, luces y sombras en un mundo
cambiante que sin embargo no le es ajeno porque siempre ha
mantenido joven la mirada" (3).
El 27 de julio de 2003, en el marco del Segundo
Encuentro Internacional "Recreando la Cultura Judía.
Literatura y Artes Plásticas", se presentó en la
AMIA Cosas y casos judíos. Finalizada la proyección
de un video emitido
días antes por ATC, Guillermo Roux, Sergio Langer, Moishe
Korin y el nieto de Poch se refirieron al autor, que se
encontraba allí.
En este libro, escribe el autor: "La vida de un pueblo
no se teje sólo con grandes acontecimientos: en el
complejo entramado de su historia y de su cultura, numerosos
personajes (famosos o no) y hechos poco conocidos dibujan
perfiles, matices y densidades sorprendentes. El pueblo
judío, tanto durante su existencia como nación
independiente como en los largos años que ha debida actuar
dentro de otras culturas, ha sobresalido por sus valiosos aportes
sin perder los rasgos que lo diferencian de los otros pueblos.
Todos y cada uno de los judíos han sido y somos
artífices de esta titánica tarea. Con amor al
pueblo judío –sin pretensiones de realizar una obra
literaria o histórica- me dediqué a recuperar de la
oscuridad algunos de aquellos personajes y hechos poco conocidos
pero interesantes, que permiten iluminar un poco más la
importancia de estas contribuciones judías a la cultura,
ciencia y las
artes de la humanidad. Lo hice en mi lenguaje, el
dibujo; con
textos breves y directos, despojados de adornos pero elocuentes
como los hechos mismos. Espero lograr transmitir a los lectores
el amor y el orgullo que siento por el rico quehacer de mi
pueblo, sobre todo a los jóvenes, porque ellos han de
continuarlo" (4).
Para lograr su objetivo se vale de dibujos y textos,
sustentados en una importante bibliografía integrada no
sólo por libros sino
además por publicaciones en varios idiomas. A partir de
este material, fue ideando imágenes y
explicaciones acerca de hechos y personalidades fundamentales, y
de curiosidades de la cultura judía. Por ejemplo, explica
por qué el Moisés de Miguel Angel tiene cuernos, de
dónde proviene el apellido Rothschild, quién fue
Theodor Herzl, quién fue la primera víctima
judía del Santo Oficio en tierra americana, por qué
se usa cinta roja en la muñeca, entre otros
temas.
La claridad y belleza de los dibujos y la
concisión de los textos que los acompañan hacen de
este libro una obra interesante para chicos y grandes, para los
judíos y quienes no lo somos, ya que informa acerca de
cuestiones que trascienden una colectividad y se vuelven de
importancia para todos, sin distinción de
credo.
MOISES VILLE Recuerdos de un pibe pueblerino, por Felipe
Fistemberg Adler. Buenos Aires, Milá, 2005. 112
págs. (Testimonios).
A esa localidad santafesina llegó, procedente de
Wohanov, Provincia de Radum, Polonia, el padre del escritor, a
los diecisiete años, en 1926. El joven, "Con sus ahorros
contribuye a traer de Polonia a sus padres, Salomón y Sara
Berta y a su hermana Lea". Cuatro años después
arribó a la colonia, desde Nizni Apsa, Checoslovaquia,
quien luego sería la madre de Fistemberg: Del matrimonio
nacieron cuatro hijos, la mayor de los cuales fue la esposa de
Jaime Barylko. Los padres y los hermanos, así como
también los maestros, los condiscípulos, los
vecinos, son los protagonistas de estas historias que rescatan el
aspecto cotidiano de esa comunidad.
"Queridos hijos –escribe Fistemberg-, si en
algún momento les invade la curiosidad de conocer la
historia de mi vida, podrán encontrarlo en este breve
relato. Aquí está mi origen y el camino que he
elegido y recorrido. (…) No encontrarán en este relato
una obra literaria, porque no lo es ni pretende serlo, es el
ejercicio de mi memoria y es mi deseo que sea un sincero mensaje
de amor y agradecimiento a todos, a mi querida familia, a mis
apreciados maestros y a mis entrañables amigos, a los que
me rodean y a los que ya no están en nuestro entorno, pero
permanecen presentes en mis recuerdos a pesar de que a muchos no
los nombro. A todos gracias".
Resalta en este texto, escrito por un docente que venera
sus raíces y su religión, el apego del autor por su
pueblo, por la Argentina que acogió a sus mayores, y les
permitió empezar de nuevo, desde la nada. Evidencia,
asimismo, un profundo amor por la familia que le tocó
integrar. Los felices momentos vividos junto a sus hermanos, las
travesuras que hicieron, las anécdotas graciosas, son
relatadas con cariño y añoranza.
Porque, como afirma en el Prólogo Manuel
Tenenbaum, Director del Congreso Judío Latinoamericano:
"El mérito de Fistemberg consiste en que al leerlo
recibimos la impresión inmediata y exacta de lo que nos
narra. Su crónica nos acerca más directamente a
Moisés Ville que un estudio histórico o
sociológico de la Colonia. Además la lectura es
atrapante; se trata de un libro que se toma y ya no se puede
dejar hasta el fin; que deleita y regocija. Muchos y merecidos
homenajes se han rendido a la epopeya de Moisés Ville. El
de Felipe Fistemberg no es uno más. Tiene, por así
decirlo, un gusto especial, que seguramente apreciarán los
iniciados nostálgicos y sus descendientes que buscan sus
orígenes familiares".
LAS EDADES/ THE AGES, por Ricardo Feierstein. Traducido
del español
por Jim Kates y Stephen A. Sadow. Buenos Aires, Milá,
2004. 240 pp. (Poesía).
"Ricardo Feierstein nació en Buenos Aires y ha
ejercido una variedad de oficios: escritor, arquitecto,
periodista, crítico de espectáculos. Lleva
publicados diversas antologías y algo más de una
veintena de libros, entre ellos cinco novelas (la
trilogía SINFONIA INOCENTE, 1984, MESTIZO, 1988 y 1994 en
castellano y 2000 en inglés; y LA LOGIA DEL UMBRAL, 2001).
Todas ellas conforman una saga, de lectura
independiente, sobre la condición judía
latinoamericana y la historia
argentina. También siete colecciones de relatos, entre
ellos BAILATE UN TANGO, RICARDO, 1973; LA VIDA NO ES
SUEÑO, 1987 y HOMICIDIOS
TIMIDOS, 1996. Cuatro volúmenes de poesía y tres
libros de ensayos:
JUDAISMO 2000,
1998; CONTRAEXILIO Y MESTIZAJE, 1996 y su ya clásica
HISTORIA DE LOS JUDIOS ARGENTINOS, 1993 y 1999. Su labor
literaria mereció diversos premios (Municipal, Coca-Cola,
Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores, Premio Internacional Fernando Jeno de
México,
entre otros). Ha sido parcialmente traducido al inglés,
alemán, francés y hebreo".
El escritor –afirma en la Introducción Stephen Sadow, de la
Northeastern University, Boston- "está de acuerdo con la
frase de André Malraux, acerca de que toda literatura es
autobiografía. No es sorprendente, entonces, que su
poesía esté saturada con observaciones sobre su
propia vida. Durante treinta y seis años como poeta, ha
sondeado dentro de sus momentos más íntimos, a
veces mirando hacia atrás en el tiempo, a veces hacia
delante, a veces fijando su mirada en el momento. En esta
selección, Las Edades/ The Ages, Feierstein
ha ordenado sus poemas, no en
el orden cronológico de su composición, sino como
una serie que sigue y revisita las etapas y temas dominantes de
su vida. La antología está ordenada así:
Niñez/ Barrio/ Inocencia; Juventud/ Datos personales/
Oficios; Identidad/
Judaísmo; Amor/Familia y, por fin, Madurez/Preguntas
Esenciales. (…) A pesar del énfasis en lo
autobiográfico, Ricardo Feierstein no es ni narcisista ni
modesto. En algunos poemas sí analiza las fuentes de sus
propias alegrías y dolores. En cambio, en muchos otros,
presenta el contenido de su experiencia como si fuera
emblemático de su ‘edad’ ".
Desde el abuelo polaco, que emigra a la Argentina, hasta
los nietos del poeta –que hablan, en la nueva tierra, el
idish del inmigrante-, todo es lírica en una trayectoria
vital que no se limita sólo a la evocación de la
existencia de quien escribe estos versos tan surgidos desde
adentro. Al doloroso desarraigo de Moishe Búrej,
"judío orgulloso y/ polaco de veinte generaciones/ que
huyó hacia América, desde esa/ tierra bordada por
antisemitas", se contrapone la no menos patética
situación de la "generación del desierto", en
nombre de cuyos miembros proclama: "Somos los hijos de la
guerra
mundial/ las toses de Hiroshima, el Holocausto/ y
la revolución/ y andamos por el mundo a los
empujones/ grandes y alados como ángeles borrachos/
buscando a ciegas una agrietada fumarola/ prometida entre espumas
y nigromantes/ y ya inexistente/ sin comprender la tormenta de
mástiles que se avecina./ No somos la historia ni el
futuro". Tanto uno como otros se verán redimidos en los
hijos y los nietos, que son su apuesta al porvenir.
Y como siempre, como en sus novelas y postales,
campea en esta obra de Feierstein el recuerdo entrañable
de la infancia en el barrio; se evidencia la fidelidad de este
hombre reconocido internacionalmente hacia esta Villa
Pueyrredón que lo vio nacer, en la que, casualmente,
también nací yo, y donde hoy escribo estas
líneas.
Algunas de las traducciones en Las Edades( The Ages han
aparecido anteriormente en Ricardo Feierstein, We, The Generation
in the Wilderness, traducido por Jim Kates y Stephen Sadow
(Boston, Ford Brown, 1989), y las revistas literarias
Crosscurrents, Stand, Pig bon Review, The Plum Review,
International Poetry Review y The Minnesota Review.
Esta publicación cuenta con el auspicio del
Departamento de Lenguas Modernas y el Programa de
Estudios Judaicos de la Northeastern University, Boston, MA
02115, Estados Unidos/ Department of Modern Languages and Program
in Jewish Studies of Northeastern University, Boston, MA, USA;
así como de Jaime M. Jacubovich, Elsa y Mauricio Szlufman,
de la Argentina.
El diseño de tapa e interior fue realizado por
Rubén Longas. Colaboró con los traductores, leyendo
el texto en inglés y aportando sugerencias, Lisa Leist
Seiden.
EL INFIERNO PROMETIDO Una prostituta de la Zwi Migdal,
por Elsa Drucaroff. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp.
(Narrativas históricas)
Kazrilev, Polonia, 1926. Dina anuncia a su madre que no
se casará aún, pues seguirá estudiando. Su
padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de
la joven. La madre, furiosa, la amenaza: "¡Vos vas a
terminar en Buenos Aires!". Poco después, el vaticinio
materno comienza a cumplirse: Dina es violada por un
compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a
la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces
cuando aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando
novia para casarse. El habla con el padre de la adolescente.
"Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo
sonriendo-. Busco una buena judía trabajadora que pueda
manejar mi casa y criar a mis hijos. Buenos Aires es una gran
ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil encontrar
chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande. Y
en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió,
sé que va a valorar lo que voy a darle, y me lo va a
retribuir como merezco. Porque va a ser muy difícil que
encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar lo que
yo estoy ofreciendo".
Luego vendrán el viaje, la explotación
sexual, el terror a un juez, el respeto por un
periodista y el amor por un anarquista. Tres relaciones
igualmente intensas, pero diferentes entre sí por las
motivaciones que las impulsan y por los efectos que producen en
la joven. Y por fin, la libertad, una libertad lograda con
valentía, en un mundo en el que desobedecer se pagaba muy
caro. Elsa Drucaroff maneja con maestría estas
situaciones, demostrando su talento en la composición de
los personajes, especialmente los femeninos. Muestra una Dina que
evalúa los beneficios y los perjuicios de las decisiones a
tomar. Ella sabe; es esa sabiduría la que la vuelve
distinta de las demás.
La protagonista puede escapar –o al menos,
intentarlo-, pero no lo hace en un principio. Ahí es
cuando se pone sobre el tapete la trama de intereses privados,
familiares y sociales que permitían que estas mujeres
llegaran en esa forma a la Argentina, eludiendo controles, con
documentos
falsos, burlando a la Asociación Judía para la
Protección de Niñas y Mujeres. Porque -demuestra
Drucaroff- las mujeres que trae el tratante de blancas, o ya
saben a qué vienen, o cuando se enteran, son más
seducidas por un plato de comida que atemorizadas por los golpes.
La escritora ejemplifica esta aseveración mediante los
personajes de Dina, sometida voluntariamente por temor a volver a
su tierra, y Rosa, una mujer que creía haberse casado por
poder y, ya en Buenos Aires, se niega a trabajar. A ella, le
surtió más efecto una buena cena que el castigo
físico y el encierro. Esto tiene su razón de ser en
la miseria, agravada por el antisemitismo,
que se pasaba en Polonia en esa época. Dina soporta todo,
menos el hambre. Y cuando existe la posibilidad de abandonar el
burdel, compara lo que gana con el sueldo de una costurera, y
sigue prostituyéndose. Es peor el hambre que la esclavitud; las
joyas y las ropas costosas importan más que las
humillaciones. Sólo el amor hace que la polaca huya, y
comience una nueva vida, muy lejos.
El infierno prometido es una novela escrita con documentación histórica y con
hábil manejo del estilo. Drucaroff logra así una
obra en la que el suspenso nos mantiene expectantes, que suscita
en nosotros el deseo de felicidad para unos y castigo para otros,
que nos hace sentir testigos de un drama que tiene una
raíz mucho más compleja que el engaño a
adolescentes y
a sus familias.
Ucranianos
ROJOS Y BLANCOS. UCRANIA, por Rosalía de
Flichamnn. Per Abatt, 1987.
La autora de Rojos y Blancos, Ucrania
nació en ese país y vive actualmente en la
provincia cuyana. Sus pinturas se exhiben en museos y colecciones
privadas de Estados Unidos, Europa y Sudamérica, e
ilustran sus memorias. Esta obra transmite al lector las penurias
que debieron pasar muchos inmigrantes en su país de origen
y habla, a la vez, de las diversas latitudes elegidas para
afincarse en la Argentina. No todos se quedaron en Buenos Aires,
hacinados en conventillos; muchos se dirigieron al interior,
donde prosperaron aun enfrentando a indios y
xenófobos.
La escritora afirma que ella y su familia eran
perseguidos en Ucrania por dos motivos: su condición de
judíos y de burgueses. Si estas dos causas motivaron la
amenaza constante a la que estaban sometidos, también
significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
que la madre se apoyó "en instituciones judías que
ayudan a los emigrantes fugitivos que salen de Rusia", y el
hecho de ser pudientes les permitió una salvación
que a otros estuvo negada.
En estas páginas, la escritora evoca su
niñez, en la que las amarguras eran una realidad
cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra
civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman
las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que
Rosalía debe enfrentarse a muy corta edad: "Los blancos
están en la ciudad, persiguen sin cesar a los
judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres
jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de
tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos,
mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses,
éstos invaden la casa y nos reducen a dos habitaciones. El
hambre se hace sentir, duele". Más adelante,
manifestará una preferencia, en su desgracia: "Quiero que
vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos
asustan, pero que vengan pronto. Los blancos son peores,
ignorantes, desalmados, asesinos".
La niña recuerda el escondite en el que su abuelo
refugiaba a la familia y a algunos vecinos -los ancianos y las
madres con hijos- cuando estaban en peligro: "nos situamos en un
lugar oscuro, sin aire. Es bajo,
menos de un metro de altura. Ya estamos todos acurrucados, en
silencio. ¡Cuidado! Que nadie hable, no hacer ruido, dice
el abuelo. Algunas mujeres lloran despacio. Un niño
pequeño empieza a protestar y llora cada vez más
fuerte. ¿Quién grita? ¡Tapen la boca a ese
niño! ¡Nos van a descubrir por su culpa! ¡Nos
matarán! Pónganle un trapo en la boca". El anciano
es evocado como un verdadero patriarca; él quedará
en Ucrania, y aceptará generosamente que su familia marche
hacia la libertad.
La protagonista describe asimismo la
desesperación que sentían ante un pogrom. En
uno de los capítulos dice: "Nos reunimos todos en un
cuarto. Apagamos las luces y vemos entrar por las ventanas
enormes piedras que rompen los vidrios y todo cuanto encuentran.
(…) Creo que Dios dio vuelta la cara y no mira. ¿No sabe
que el abuelo es tan bueno, que rezó mucho en la Sinagoga?
¿Y que la abuela prende dos velas y las bendice?". Incapaz
de comprender tanto fanatismo y codicia, se siente abandonada en
su desolación.
Agobiada por la tristeza, la niña piensa en el
padre, al que no ve desde hace años: "Se fue antes de que
empezara la guerra, se fue lejos, más allá del
cielo y las estrellas y la luna. Por eso no tengo una
muñeca. Pero mamá dice que pronto me va a regalar
una". De esa tierra lejana llega la muñeca, y
también una canción: "Aprendo a cantar en ruso un
tango que llega de la Argentina, ‘El Choclo’. Por
cierto, las señoras elegantes usan vestidos color
‘tango’. Mi tía grande tiene un abrigo
precioso de ese color, un hermoso anaranjado".
Después de muchos trámites, emigran para
reencontrarse con el padre que viajó ocho años
antes: "Me convenzo de que no sueño, de que terminaron los
preparativos. La última noche casi no duermo. Miro todo,
quiero recordar la casa que nunca más veré. Miro
por la ventana la calle familiar, la gente que pasa. Me levanto
despacio, voy al balcón. Recuerdos, risas,
lágrimas, sueños". La niña desea partir, a
pesar de que echará de menos su tierra: "Pronto
estaré lejos de este país. Esto es lo que quiero.
Poner distancia, no volver nunca más ni recordar lo
vivido; aunque amo a Rusia, amo a Ucrania, amo la ciudad donde
nací. Y cantaré, leeré y escribiré en
el idioma que tanto quiero y recordaré siempre.
¿Pero por qué estoy triste? ¿Acaso no voy
hacia la felicidad?"
Luego de un viaje penoso llegan a Buenos Aires, donde
tiene lugar el ansiado encuentro con el padre que "sonríe,
siempre sonríe": "Vestidas de blanco, subimos a la parte
más alta del barco que ya está atracando al muelle.
Abajo se ve un enorme gentío. Miro y no distingo nada ni a
nadie. Mamá busca ansiosamente. La veo nerviosa, excitada.
¿Estará papá allá abajo? Ella mira,
busca. ¡Es papá! Se tambalea, se desmaya. Nos ayudan
a levantarla. Se repone pronto y estamos listas para pisar suelo
argentino. (…) papá nos abraza, besa a mamá.
¡Qué alivio, ya no tengo que protegerla! Ya tiene
quien la cuide, quien la ame. Me siento liberada, contenta. Yo
siempre la quiero mucho; pero desde ahora sin angustias, sin
penas".
Por fin, llegan a Mendoza. La pequeña se compara
con otras niñas de la familia, que no han conocido la
guerra: "En la estación nos reciben dos primas algo
mayores que nosotras. Al mirarnos se produce el choque de dos
mundos reflejados en el aspecto de ellas y de nosotras. Las
primas parecen muñecas sonrientes,
despreocupadas".
Ha comenzado para Rosalía "una larga vida en la
Argentina, una vida plena y feliz".
DE UCRANIA A BASAVILBASO, por María
Arcuschín. Buenos Aires, Marymar, 1986.
Quizàs el nombre de Marìa Arcuschìn
no sea muy conocido en el àmbito literario, pero sì
lo es en el seno de la comunidad judìa, donde
desarrollò una vasta labor. La autora, descendiente de
judìos ucranios, naciò en Basavilbaso, donde
cursò sus primeros grados escolares. Màs tarde,
completò allì su formaciòn docente, en el
colegio Domingo Faustino Sarmiento, bajo la direcciòn del
profesor Josè Monìn, quien luego, radicado en
Israel, asumirìa el cargo de director del Departamento de
Psicologìa del Tecniòn de Jaifa.
Tiempo despuès, radicada en Buenos Aires, se
desempeña como educadora en distintos organismos de
enseñanza. Fue la primera maestra del Hogar Infantil
Israelita Argentino, pasando luego a ejercer la direcciòn
del mismo. Tambièn le interesaron otros campos del saber:
en 1955 egresò de la Escuela de Floricultura de la
Facultad de Agronomìa de la Universidad de Buenos Aires, y
en 1963 pasò a ocupar la ayudantìa en la
càtedra de Parques y Jardines. En esta especialidad, se
destacò publicando diversos artìculos sobre el tema
y actuando como jurado en la Sociedad Rural Argentina.
En De Ucrania a Basavilbaso (1), rinde homenaje a
sus antepasados y a quienes llegaron a Amèrica en busca de
libertad y paz, al tiempo que narra su propia vida en el seno de
la colectividad.
Josè Isaacson, prologuista de la obra, comenta
que "La autora de la crònica relata sencillamente, sin
pretensiones literarias que la desviarìan de su
propòsito esencial, y sus conjeturales hallazgos
estilìsticos, paradòjicamente, malbaratarìan
la fluidez de su escritura. Su
mayor acierto, quizà, sea esta sencillez distante de la
simplicidad. Esta modulaciòn le permite alcanzar la
sinceridad sobre la cual edifica su homenaje a quienes con ella,
compartieron la tarea de colonizar la pampa gringa".
En la lìnea de Los gauchos
judìos, las paginas de Arcuschìn tienen un
hondo valor
ètico y social, pues la cronista evoca, con una
visiòn adulta de su pasado, la gesta de esforzados
inmigrantes y los ecos que tuvo en los argentinos. En la obra de
la entrerriana se observa la incidencia del momento
històrico y el àmbito geogràfico en los
personajes, la presencia de la autora en el texto, la
religiòn y la educaciòn, el trabajo y
las diversiones, como asì tambièn las reiteradas
agresiones que sufriò la colectividad, y el efecto que
causaron en la escritora y su familia.
Arcuschìn relata la epopeya de sus mayores,
quienes debieron emigrar, en tiempos del Zar Nicolàs II.
Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los
llevó a dejar su tierra: los antepasados ""Fueron casa por
casa, puerta por puerta alertando sobre el peligro del
próximo pogrom y la urgencia de partir hacia
América en busca de libertad y de paz".
Emprendieron una dura travesìa: "Los
niños, más pequeños, con la inestabilidad
propia de su edad y desconociendo los peligros, corrían de
popa a proa, perseguidos por sus hermanos mayores. Todo lo
querían curiosear. Hasta que, atacados algunos por estados
febriles, quedaban atrapados en sus cuchetas, sin darle descanso
a los mayores, con sus llantos y quejidos. Todo se soportó
estoicamente"
A principios del siglo XX llegaron, vìa Hamburgo,
a Buenos Aires, que, por ese entonces, era "chata, de casas
bajas, con un puerto pequeño y muy pocos medios de
transporte".
Durante cinco dìas permanecieron en el Hotel de Inmigrantes, para emprender luego el
viaje hacia Basavilbaso, provincia de Entre Rìos; al
llegar, la JCA –Jewish Colonization Association– los
distribuyò en distintas colonias agrarias. La familia de
Arcuschìn se estableciò en Escriña,
pequeño poblado a quince kilòmetros de Basavilbaso,
"semidesierto, falto de vegetaciòn y con tierras donde la
mano del hombre nunca habìa hundido la reja del arado".
Allì es donde comienza la verdadera historia.
Las familias lucharon denodadamente para lograr un digno
modo de vida. Las inclemencias climàticas los agobiaban,
las jornadas de trabajo comenzaban al amanecer y requerìan
la colaboraciòn de todos los miembros de la familia. Poco
a poco comenzaron a verse los frutos de su abnegada
dedicaciòn: crearon una escuela y una sinagoga, la
Cooperativa
Agraria abriò sus puertas. Nacìan los hijos y, en
ese clima de paz y
bienestar, formaban sus propios hogares. Deseaban integrarse a la
sociedad, ser ciudadanos, pero debieron sufrir las agresiones de
gente sin escrùpulos.
La protagonista, Feñe, y su marido, vivieron sus
primeros tiempos de matrimonio en una època muy dura; se
avecinaba la Primera Guerra Mundial –estamos en 1913- y
debieron tentar suerte en la capital, donde se establecieron como
comerciantes. Pero tampoco aquì tuvieron suerte;
Feñe, embarazada, volviò a Entre Rìos, donde
naciò su primera hija, en 1914.
La narraciòn continùa, evocando tanto
fracasos como alegrìas. Los nacimientos, las muertes, la
prosperidad econòmica, la falta de asistencia
mèdica, constituìan la realidad cotidiana de estos
esforzados inmigrantes, comparable -salvando las distancias- a la
de muchos extranjeros provenientes de otras naciones.
Junto al deseo de arraigar se evidenciaba la
intenciòn de mantener vivo el recuerdo del paìs de
origen; las tradiciones se transmitìan de padres a hijos,
unièndolos en un legado comùn. La patria nueva y la
que debieron abandonar gozan por igual de la veneraciòn de
los personajes. "¡No olvides que estamos en Amèrica!
–dice uno de ellos-. Acà vivimos en paz. Nuestros
hijos pudieron haber nacido allà. Pudieron haber sido
esclavos. En cambio hoy son libres, son el futuro de este
paìs hospitalario que recibiò a sus
padres".
Los momentos màs logrados de la narraciòn
son –a nuestro criterio- aquellos en los que se evocan las
costumbres hebreas en el marco de la apacible naturaleza
entrerriana; ‘June y Soro-Leie’ y ‘Pesaj’
son los capìtulos en que el casamiento y la festividad de
la Pascua aparecen en toda su esplèndida
sencillez.
Acerca del Pésaj, escribe: "Para dicha
festividad, nuestra casa se pintaba íntegramente y se
cambiaba la vajilla. Todo tenía que ser renovado.
Simbólicamente puro. Al despertarnos por la mañana,
y ver todo distinto, nos daba la sensación de vivir en una
casa nueva. Por la noche empezaba la festividad. Nuestros padres
regresaban de la sinagoga, vestidos con sus mejores ropas (…)
La mesa estaba puesta con sus mejores galas, iluminada por dos
candelabros ubicados en el centro.. Un botellón de grueso
cristal dejaba ver el vino que papá había preparado
meses antes, haciendo fermentar la uva cultivada en el huerto
casero. Esta era depositada en damajuanas colocadas en la
galería, y así con el calor del sol fermentaban y
se convertían en zumo exquisito. Mamá llenaba las
copitas destinadas a cada uno de nosotros y para los invitados
que rodeaban nuestra mesa, sobrinos cuyos padres habían
muerto. Compartían nuestra cena y disfrutaban el
significado de los festejos. A la cabecera, en medio de las copas
de papá y mamá, se destacaba muy especialmente una
copita de plata, cuya trayectoria fue muy larga. Viajó
desde Ucrania traída celosamente y guardada en una caja,
como una preciosa carga destinada a continuar la
tradición".
Celebraciones de otra ìndole tambièn
congregaban a los inmigrantes: los Carnavales,
con sus coloridas serpentinas, y el 25 de Mayo, que se
conmemoraba con carreras de sortijas a las que los extranjeros
acudìan entusiasmados.
En su narrativa, Marìa Arcuschìn relata la
historia de un pueblo al que ama entrañablemente, y al que
debe mucho de lo que llegò a ser como ser humano y como
profesional. La colectividad judìa, hàbilmente
retratada en su obra, tiene muchos rasgos en comùn con
otras colectividades que, desde lugares remotos del mundo,
llegaron al paìs en busca de la dignidad que,
por distintas razones, no podìan tener en sus tierras de
origen. En este cùmulo de inmigrantes, sin embargo, los
extranjeros presentados por Arcuschìn son indudablemente
tìpicos.
La evocaciòn del paisaje provinciano es otro
delos tributos que
la narradora ofrenda a la Patria que acogiò a sus mayores;
con suma habilidad pinta escenas de càlida nostalgia, como
la que transcribimos: "Las casas con sus techos de tejas rojas,
los cercos de madera, bajitos y pintados de blanco, prolijos
canteros florales e impecables canchas de tenis con pisos de roja
grana". Este era el barrio residencial de los ferroviarios
ingleses, "un pedazo de las afueras de Londres injertado en
Basavilbaso".
La forma en que Arcuschìn alude a sì misma
no es siempre idèntica. El punto de vista varìa,
pasando de primera a tercera persona; eso posibilita que la
veamos desde afuera, como la niña que fue, y que
compartamos -cuando habla en primera persona- sus recuerdos de
adulta.
La primera frase de la obra ya la involucra, pues
Marìa se presenta como nieta de los inmigrantes, evoca su
nacimiento en la Colonia Nª 10 y rinde a su madre "un
merecido y postrer homenaje publicando esta historia de sabor a
veces amargo, pero con el mensaje del amor a la
tierra".
La escritora no se describe fìsicamente.
Sì nos dice que querìa estudiar, y que recuerda.
Vemos que repite "guardo en mi memoria", "perduran en la memoria";
estas frases la muestran como depositaria de una tradiciòn
que ella quiere llevar al papel para que sus descendientes la
conozcan.
Aparece en el relato como un personaje màs en el
grupo
integrado por los siete hermanos; no busca destacarse ni centrar
en su persona la narraciòn, pues la misma està
destinada a evocar la vida de la madre, una mujer virtuosa que
vio compensadas sus privaciones con el gran cariño que
leprofesaron sus hijos.
Muestra la trayectoria que ella realizò empezando
"desde abajo", llorando porque un mundo de hombres le
impedìa acceder a la instrucciòn. Con esfuerzo y
constancia, pudo vencer muchas marginaciones: ser mujer, ser
judìa y ser provinciana. En la obra, la cronista aparece
ya adulta, ejerciendo la docencia. En
esta actividad se observa una constante de su caràcter: su
voluntad de crecer profesionalmente. Este anhelo podrìa
haber quedado en la nada, en su lejana infancia
entrerriana.
En este libro encontramos un aporte històrico, y
tambièn ètico. Saber escribir es un don, y un
trabajo, y utilizar esa capacidad para transmitir valores
engrandece el propio espìritu y el de quienes leen estos
textos con la inteligencia y
el corazòn.
Arcuschìn no es una escritora formada a la luz de
los principios estèticos y acadèmicos. Es un
espìritu abierto que continùa una
tradiciòn.
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