Dos patrias
En su autobiografìa, Fernàndez Moreno
recuerda a sus padres, llegados de la penìnsula y
afincados en nuestro paìs, donde disfrutaron al principio
de una holgada posiciòn econòmica. Describe la
transformaciòn que se operò en su padre, y afirma
que la misma fue completa: "de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y
protector de hospitales".
En este libro cuenta
asimismo la emigraciòn de sus abuelos maternos. "Es
curioso saber còmo don Simeòn Moreno se
decidiò a cruzar el mar –afirma-; la gesta de su
antepasado es comparable, a su entender, con la de "aquellos
adelantados en cuyas capitulaciones entraba tambièn el
traerse labradores y artesanos para el nuevo mundo".
El autobiògrafo no se limita a recordar y
ordenar, sino que comprende a los seres que va evocando, sabe de
sus penas y sus alegrìas. Del sufrimiento de quienes
dejaron su patria, y de la perspectiva con que ese acto se ve
muchos años despuès, dice: "Viejas navegaciones,
viejos dolores, mundo de adioses y de làgrimas que uno
cuenta ahora reposadamente y que parecen tan inùtiles como
dichos y exhalados por fantasmas". Su
sensibilidad ante el desarraigo que padeciò la familia lo
revela como un hombre
profundamente respetuoso de ese sacrificio.
Cuando Baldomero Fernàndez, pròspero
emigrante, regresa a España
junto con los suyos, con intenciòn de quedarse
definitivamente, el escritor tenìa seis años. "Un
dìa del año 1892 era recibido a su entrada con
alegre estrèpito de cohetes, mientras que un coro de
ceñidos danzantes tejìa alrededor del nuevo indiano
y los suyos, levantando el polvo, los tìpicos bailes del
paìs", recuerda.
Poco habrìa de durar la estadìa en
España. Atràs quedarìan los momentos que el
hijo rememora con estas palabras: "Mi padre estaba de levita, muy
atusado de bigote y mosca. No comprendìa yo còmo,
salido dela aldea tan pobre como cualquiera de aquellos rapaces
que jugaban conmigo, por el hecho de haber pasado al nuevo mundo,
se habìa transformado en un gran señor". La fortuna
del progenitor lleva al niño a pensar que todos
debìan emigrar y dejar el pueblo vacìo. Como
èl, deben haber pensado los pequeños amigos que
menciona.
La patria
desconocida
Desde España, donde viviò entre los seis y
los trece años, el poeta intentaba forjarse una imagen de la
Argentina, que habìa abandonado siendo tan chico. Para
conformar esta visiòn desde la lejanìa, recurre a
diversas fuentes. Una
de ellas es la impresiòn que recibiò su madre
cuando arribò a la ciudad de Buenos
Aires.
Fernàndez Moreno escribe: "La primera
impresión de mi madre, que tenía dieciocho
años, y la de todos, fue formidable, ante aquel Buenos
Aires chato de entonces, las veredas altísimas, las calles
sin cloacas, así que cuando llovía se transformaban
en verdaderos ríos y los transeúntes eran pasados a
babuchas por alguien que se encargaba de ello. Las revueltas de
la época, las calles empinadas en barricadas, las tropas
que a todos les parecían siniestras después de los
atildados soldados europeos. Aquellos días de lluvia
interminables en que ni el pan ni la carne ni otro proveedor
llegaban a las casas. En fin, los tranvías de caballos,
con su cuarta y su corneta, y cuya dulce elegía a nadie he
oído
exhalar con tanta nostalgia como a mi madre".
Entre aromas de cafè y chocolate, en una tienda
de ultramarinos, le muestran un grabado: "Una tarde me dijeron:
esto es Buenos Aires. Era un grabado desteñido que
representaba un caserìo bajo, extendido, con torres y
cùpulas. Una banderita flameaba muy contenta y un largo
muelle se internaba en las aguas festivas de veleros. Esta fue la
primera visiòn que tuve de la ciudad en que habìa
nacido", evoca.
La comunicaciòn epistolar contribuye a aumentar
el aura de fantasìa que nimba a la ciudad, tal como la ve
el niño; sobre uno de sus primos y los ecos de la urbe que
èste le transmite, señala: "Entre lo que me
hablaban de Leopoldo y lo que èl escribìa relatando
sus andanzas porteñas, yo lo veìa como un ser
fabuloso, como envuelto en un torbellino. Era el clamor mismo de
Buenos Aires que llegaba hasta mì".
De Buenos Aires le hablan tambièn un cuadro de
San Martìn partiendo la capa con un mendigo, y un album
azul, descolorido: "Era un album de la escuadra argentina y yo
doblaba sus pàginas con mucha curiosidad y respeto. Me
aprendìa los tonelajes, el nùmero de cañones
y los nombres de los barcos, que me sonaban un poco raros".
Confuso sentimiento le despertaba el Himno, difìcil para
su corta edad: "Yo debo confesar que no lo comprendìa en
toda su majestad, ni el por què de aquel grito de libertad tres
veces repetido, ni sabìa nada del dolor y la sangre derramados
en montañas y en llanuras".
El espìritu del niño se veìa
invadido por dos patriotismos; evoca la situaciòn en las
lìneas en las que se refiere a las banderas argentina y
española: "Yo vacilaba entre las dos banderas
–comenta-: la azul y blanca de mi imaginaciòn, y la
roja y gualda que veìa en todas partes".
Con estos elementos de diferente procedencia,
habìa creado el niño la imagen de "la maravillosa
metròpoli de màrmol, llena de helechos y
gallardetes, y donde no debìa haber màs que
oro y plata".
Poco tiempo
despuès, se encontrarìa caminando por sus calles,
confrontando la realidad con la fantasìa.
…..
La inmigraciòn –asunto tratado por
Baldomero Fernàndez Moreno con mucha màs riqueza de
matices que la que podemos reflejar en esta nota- es sòlo
uno de los temas sobre los que se expresa en La patria
desconocida. El lector encontrarà tambièn en
esta obra referencias a la familia, a la
religiòn, a la naturaleza, a
la literatura, a
la educaciòn, a los amigos, la muerte, la
guerra de
Cuba, las
ciudades y los pueblos. Sobre todo ello puede escribir sin
"perdonar ningùn detalle", creando estas "memoriasde lo
vulgar, de lo polvoriento, de lo menudo, a las que apenas si los
años les dan un reflejo tìmido de pùrpura y
de oro. Un libro casi para los hijos. Porque no se es otra cosa
que un puentecillo tembloroso para que ellos pasen al
futuro".
ALBERTO NOVION. UN VASCO EN ESCENA
"La producción teatral de Alberto Novión
(1881-1937) es extensa y variada. Es autor de La chusma,
La caravana, La familia de don Giacumín y
Don Chicho, textos que corresponden al pasaje del sainete
al grotesco criollo. Escribió también comedias y
zarzuelas. A pesar de su importancia para el teatro argentino,
últimamente fue poco representado. Novión
nació en la ciudad de Bayona, en Francia. Se
trasladó con su familia a Montevideo, luego se
instaló en Buenos Aires y se nacionalizó argentino.
Su primera obra se llamó Doña Rosario, en
homenaje a su madre y en 1905 (en el Teatro Nacional) fue
protagonizada por Orfilia Rico. Al año siguiente
estrenó con José Podestá Jacinta. Ni
siquiera intuiría entonces que iba a escribir casi cien
obras de teatro" (1).
Un aviso publicado en la revista
teatral La Escena N° 99 anuncia que en la temporada
1920, en el teatro Politeama, se presenta la
compañía de Roberto Casaux todos los días
con extraordinario éxito.
Los actores interpretan El vasco de Olavaria (2), de
Alberto Novión (1881-1937), obra que la publicación
reproduce.
En el prólogo, don Joaquín de Vedia
escribe sobre la
personalidad de Novión, de quien dice que "es uno de
los fuertes trabajadores del teatro argentino, porque es bueno,
porque es alegre, porque ni la envidia lo devora ni la vanidad lo
irrita". Acerca de la circunstancia en que el prologuista
conoció al dramaturgo, leemos: "Lo conozco desde los
primeros días de su carrera de autor: fue mi pobre y
grande amigo Florencio Sánchez quien me llamó la
atención hacia él, cuando el estreno
de La cantina, un modelo de
sainetes populares. Desde entonces, otras obras, de diversos
géneros y de diferentes proporciones han popularizado el
nombre y han afianzado los prestigios de Novión entre los
que siguen la marcha, más o menos difícil,
más o menos ocasionada a tropiezos y barquinazos, de este
pensamiento de
hacer un teatro nacional" (3).
Vedia reafirma lo anunciado en el aviso,
refiriéndose a las cincuenta noches que El vasco de
Olavarría lleva en escena, y define al protagonista en
relación con el autor que le dio vida: un ser "noblote,
bueno, sincero hasta en la contradicción, veraz hasta en
la pausa, todo sentimiento y comprensión del bien, como el
autor que lo ha arrojado, de boina, tricota, cinto y granaderas,
a la escena nacional, donde los vascos siembran tan eficazmente
como en la pampa".
En un trabajo sobre
Florencio Sánchez, Luis Ordaz se refiere al momento en que
surge la obra dramática de Alberto Novión, al que
vemos vinculado con otros prestigiosos dramaturgos: "Durante la
que se nombra como época de oro’ (y abarca,
idealmente, desde la afirmación de la escena nativa por
José J. Podestá, hasta el fallecimiento de
Florencio Sánchez muy lejos, en Milán, a fines de
1910, van apareciendo y se destacan autores que realizan aportes
de gran significación para el desarrollo
coherente de nuestra dramática, como Pedro E. Pico,
José León Pagano, Julio Sánchez Gardel,
Alberto Ghiraldo, José de Maturana, Alfredo Duhau, Vicente
Martínez Cuitiño, Alberto Novión, Enrique
Buttaro, Carlos Mauricio Pacheco, entre tantos otros"
(4).
Los estudiosos Abel Posadas, Marta Speroni y Griselda
Vignolo diferencian, en un estudio sobre el sainete (5), el
español,
el lírico criollo, el de indagación y
entretenimiento y el de divertimento y moraleja. A criterio de
los ensayistas, Alberto Novión cultivó algunas de
estas vertientes.
Novión ha creado varios personajes inmigrantes.
Para lo comedia en tres actos presentada en el Politeama, se
inclinó por un vasco, al que dota de muchas condiciones
buenas y pocos defectos.
El personaje
La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre vive
con su mujer y su hijo
en Buenos Aires. Su hermana, a quien hace veinte años que
no ve, le anuncia que irá a visitarlo. Viene del campo, de
Olavarría, donde vive con su marido vasco y sus dos hijos.
La visita de los parientes causa desagrado a la cuñada,
quien espera lo peor de esta familia, a la que supone grosera y
rústica. Más tarde, se dará cuenta de que
estaba prejuzgando, y tendrá que aceptar que su hijo,
estudiante de Abogacía con pretensiones de
diplomático, se case con la prima del campo.
La cuñada del vasco pregunta a su marido
cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El
marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de
nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos,
de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra,
tirar el grano y mirar de frente al sol.".
Novión alude también al empecinamiento del
inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo en
la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro, que
lo haga salir del camino que ha agarrao…". Quizás en
esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de
prosperar en un país hospitalario. La mujer del
vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo
dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más
macanas que hagan tienen razón". Es risueña la
imagen que aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el
viejo hace una macana, aunque le peguen en el suelo no da su
brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es
y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al
vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar
una patada en el suelo y salen todos disparando como en
Cagancha".
Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante, es
también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos
cuánto echa de menos su tierra de
origen: "papá -dice la joven-, a pesar de que ya
está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su
hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas
veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra
natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han
ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los
muros de su casa, allá en la aldea de la
falda".
…..
Novión nos brinda la posibilidad de conocer la
compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes
y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos,
pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y
alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la
literatura de diversas épocas.
Notas
- Rago, María Ana: "Autor poco representado", en
Clarín, Buenos Aires, 10 de octubre de
2003. - Novión, Alberto: El vasco de
Olavarría. En La Escena Revista Teatral
N° 99. Buenos Aires, 1920. - Vedia, Joaquín de: "Prólogo" a
Novión, Alberto: El vasco de
Olavarría. - Ordaz, Luis: "Florencio Sánchez", en
Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL,
1980. - Posadas, Abel, Speroni, Marta y Vignolo, Griselda:
"El sainete" en Historia de la literatura argentina.
Buenos Aires, CEAL, 1980.
ENRIQUE LONCAN. EL PLANTEO ETICO
La intenciòn de formar por medio del arte es una
constante en las obras de todos los tiempos; el escritor,
consternado ante los defectos que advierte en la sociedad,
siente la imperiosa necesidad de marcar un camino, de
señalar la senda de lo correcto. Asì, surgen
relatos como el de Enrique Loncàn, en el que se observa la
irònica evocaciòn del Buenos Aires de la primera
mitad del siglo XX, signado ya por la decadencia en las
costumbres y la pèrdida de los valores
tradicionales.
Todo artista tiene una deuda con su tiempo y con su
paìs, una deuda espiritual que se evidencia en su
creaciòn. De este modo, el hecho artìstico se
encontrarà ligado a una sociedad y, dentro de ella, a un
estrato. La obra de Loncàn se halla relacionada con la
clase alta, la
elitede educaciòn anglofrancesa; su visiòn
serà la de un intelectual surgido en el marco de dicho
estamento. Porque –como afirman Wellek y Warren- "El
escritor, inevitablemente, expresa su experiencia y concepto total de
la vida; pero serìa manifiestamente contrario a la verdad
decir que expresa cabal y exhaustivamente la totalidad de la
vida, o incluso la vida toda de una època dada" (1). Esta
es una aclaraciòn que debe tenerse en cuenta al analizar
la obra de Loncàn, ya que su postura ètica va a ser
la de un aristòcrata, que añora un pasado
mejor.
El cuentista naciò en Buenos Aires en 1892.
Pertenece -a criterio de Jorge B. Rivera y Eduardo Romano- al
grupo de
costumbristas y humoristas que realiza su labor entre 1920 y
1940. Entre estos escritores se destacan Roberto Gache, E.
Mèndez Calzada y Arturo Cancela (2). Al igual que otros
literatos de su època, desempeñò varios
cargos pùblicos: ocupò una banca como
diputado nacional, fue ministro en una intervenciòn
federal y consejero en la Embajada de Parìs.
Ejerciò tambièn la docencia,
siendo catedràtico de Derecho Polìtico de la
Universidad de
Buenos Aires. Colaborò, con su firma o con el
seudònimo "Americus", en el diario La Naciòn y en
las revistas El Hogar, Caras y Caretas y Nosotros.
Josè Barcia lo recuerda con estas palabras: "Fue
un observador sagaz de las flaquezas humanas, la fatuidad, el
afàn de ostentaciòn, el mimetismo para aparentar,
y, en fin, la ancha gama de recursos
màs inocentes que vituperables. Esta es la veta inagotable
de que se sirve el autèntico humorista" (3).
Loncàn puso fin a sus dìas el 30 de
septiembre de 1940. Se lo considera continuador de la corriente
literaria genuinamente argentina de Miguel Canè, Eduardo
Wilde y Lucio V. Mansilla. Rivera y Romano advierten en èl
resonancias de la obra de Lucio V. Lòpez y, entre los
extranjeros, Anatole France, Eca de Queiròs y
Thackeray.
Ciceròn,
inmigrante
El problema ètico es una preocupaciòn
constante que se hace presente en cada una de sus narraciones.
Nos ocuparemos de este tema en uno de los cuentos
màs interesantes, creado en los años de
madurez.
"La conquista de Buenos Aires" (4) fue publicado en
1936, incluido en el volumen
homònimo. En este cuento se
evocan las andanzas de Ciceròn en Buenos Aires durante la
tercera dècada de nuestro siglo. El romano fue resucitado
por las deidades en el siglo XX y emprendiò un largo viaje
-del que se arrepentirá amargamente- que lo trajo hasta
nuestras costas, en las que desembarcò
expectante.
Estas palabras lo impulsaron a realizar la
travesía: "más allá del Atlante existe una
ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la
tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos
fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por
millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron
fortuna… ¿Por qué no la harías tú
también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu
sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el
genio de la estirpe inmortal?"
Cicerón es el sìmbolo del hombre culto,
del intelectual versado y, a la vez, probo en sus actos.
Segùn parece demostrarlo el cuentista, ya no hay lugar
aquì para un hombre de esos valores; la
sociedad argentina de los años 30 està ocupada en
otros problemas,
persigue fines bastante menos desinteresados. Para mostrar
el estado en
que se encuentra la comunidad
esplèndida de antaño, Loncàn hace que el
protagonista deambule por las calles, trabe relaciòn con
el hombre
comùn y saque sus propias conclusiones.
A lo largo del cuento se conjugaràn dos niveles
temporales –presente y pasado-, sin alterar ninguno de
ellos. Un primer momento corresponde a la cronologìa de la
Antigua Roma:
Ciceròn menciona su tierra, Circeii, recuerda a su familia
y comenta su labor de defensor de Quinctius, Fonteyo y Cecina. El
segundo plano temporal se refiere al año 1932, poco tiempo
antes de escribirse el texto.
Es evidente en el escritor la intenciòn de
mostrar a Ciceròn haciendo la vida de un legìtimo
romano, caminando por las zonas màs concurridas de nuestra
ciudad con su paso parsimonioso y tranquilo. Todo cuanto observa
le trae recuerdos, inclusive el estadio de River Plate, que el
hizo pensar en el anfiteatro de Tusculum. Busca diversos empleos
para procurarse el sustento; ninguno de ellos cuadra a sus
condiciones, pues no logra reunir los requisitos mìnimos.
Por otra parte, su concepciòn de vida es diametralmente
opuesta a la del porteño; este contraste se evidencia con
gran claridad en la escena protagonizada por el romano en la
Sociedad Rural, donde fue contratado como rematador de
cerdos.
La comparaciòn entre Ciceròn y los
porteños no es meramente anecdòtica; responde a un
propòsito determinado. A travès de ella se realiza
una crìtica, que no por risueña deja de ser
punzante. El latino, hombre ìntegro, ya no pertenece a
nuestra sociedad. Su idealismo, su
riqueza espiritual, le impiden adaptarse a una forma de vida
pragmàtica y materialista, dominada por el
dinero.
El hombre educado segùn los cànones
clàsicos sòlo encontrarà sufrimiento en la
Argentina del siglo XX; es por eso que Ciceròn,
desesperanzado, dice a la Nereida que lo resucitò: "Si
hubieras respetado mi sueño en la tierra del Lacio que
reguè con mis làgrimas cuando mi pobre hija Tulia
muriò, hubieses impedido esta tragedia de vivir a
destiempo, sin haber hecho la Amèrica, sin haber podido
realizar la conquista de Buenos Aires, miserablemente, lejos de
la patria, de la familia, de los amigos y de la gloria". En estas
palabras se resume el sentimiento que el autor experimentaba ante
una sociedad en constante avance, pero no por ello màs
completa.
…..
Como vemos, Loncàn se està refiriendo a un
personaje ideal, en el que encarna los màs altos valores
del ser humano. Ciceròn no consigue lo que sì
lograron muchos de los que llegaron, fatigados y pobremente
vestidos, al puerto de Buenos Aires, a "hacer la Amèrica".
Por tanto, este cuento nos da indicios acerca de la
opiniòn que Loncàn tenìa sobre el
aluviòn inmigratorio.
Notas
- Wellek, Renèe y Warren, Austin:
Teorìa Literaria. Madrid,
Gredos, 1954. - Rivera, Andrès y Romano, Eduardo: en
Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL,
1980. - Barcia, Enrique: en Historia de la Literatura
Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. - Loncàn, Enrique: "La conquista de Buenos
Aires", en Ultimas cahrlas de mi amigo. Buenos Aires, El
Ateneo,1936.
FAUSTO BURGOS: GRINGOS Y CRIOLLOS
En un estudio sobre la literatura del noroeste
argentino, Alejandro Fontenla se refiere a Burgos, escritor
nacido en Tucumán en 1888, fallecido en 1953. "Viajero
incansable y escritor prolífico –afirma-, sus
cuentos aparecidos en casi todos los diarios del país
constituyen un verdadero inventario del
regionalismo, que abarca desde Cuyo a la Puna, incluyendo su
tierra natal. Desmañado e instintivo en su escritura, sus
desórdenes más evidentes, como la
utilización descarnada del léxico regional, son
compensados por la realidad y la fuerza emotiva
que adquieren sus cuadros".
Sobre sus libros
expresa: "Su bibliografía es vastísima: La
sonrisa de Puca-Puca (1926), Cuentos de la Puna
(1927), Coca, chicha y alcohol (1927), Cachi Sumpi
(1928) son las más prestigiosas compilaciones de los
cuentos de Fausto Burgos, algunos de los cuales ("El choike
blanco", "Abejitas del monte", "Buey viejo") figuran en numerosas
antologías del género.
Caracteriza a estos textos –a criterio del ensayista- una
personal forma
de encarar el tema a abordar: "Abruptamente, sin concesiones a
reglas de composición o a pautas de una deliberada
atmósfera
literaria, irrumpe el paisaje y especialmente sus seres
–hombres y animales– en las
narraciones".
Jorge B. Rivera menciona a Burgos en relación con
una de las principales publicaciones del siglo XX: "Una revista
como Leoplán, ‘magazine popular
argentino’ que se vendía en 1936 a 0,20 centavos,
ofrecía por ejemplo un nutrido material literario de
excelente calidad,
integrado por obras de autores nacionales y extranjeros, antiguos
y contemporáneos.
En sus páginas, especialmente entre los
años 30, 40 y comienzos del 50, aparecieron textos
originales de Benito Lynch, Julio Ellena de la Sota, Bernardo
Cordón, Adolfo Pérez Zelaschi, María Alicia
Domínguez, Fausto Burgos, Germán Drás, Mateo
Booz, Vicente Barbieri, Eduardo Mallea, Arturo Cancela, Lisa
Lenson, Augusto Mario Delfino, Alfonso Ferrari Amores, W. G.
Weyland, Nicolás Olivari, Héctor P. Blomberg, etc.,
conformando –junto con textos de Pirandello, Balzac,
Eça de Queiroz, Hamsun, Alarcón, Gorki, Chesterton,
Stevenson, Marc Orlan, Daudet, O’Flaherty, Hawthorne, etc-
un plan de lecturas
variado y singularmente económico, que contó en su
época con un sólido y entusiasta respaldo
popular".
El autor y su tiempo
Al ocuparse de la narrativa rural, vertiente del
realismo
tradicional, Estela Dos Santos sostiene que "En su evolución, el regionalismo abandonó
su posición nacionalista pasatista para enfocar
realísticamente los temas rurales. Un viaje al
país de los matreros de Fray Mocho abrió el
camino que siguieron Payró, Quiroga, Fausto Burgos, Juan
Carlos Dávalos, etc". Describe un importante factor de
diferenciamiento en esta literatura: "El gaucho nómade,
cantor valiente, ya pertenecía a la mitología argentina. En la nueva narrativa
el hombre de campo es un paisano trabajador, sojuzgado a sus
patrones, afincado en límites
precisos, tan falto de sentido de la propiedad como
su antecesor, porque igual que él no tiene nada, pero es
respetuoso de la propiedad de los otros".
Beatriz Sarlo, por su parte, destaca que
"González y Rojas, hombres del noroeste argentino,
nacionalistas (nacionalistas en el plano literario) aparecen
inaugurando una tradición provinciana, fundadores, al
mismo tiempo, de una mitología que los escritores
posteriores confirmarían y ensancharían. A esta
línea –que en los dos escritores mencionados recurre
a una prosa postrromántica, erizada de adjetivación
y de giros castizos, difícilmente transitable hoy- se
acoplarán, entre 1920 y 1940, Carlos B. Quiroga, Juan
Carlos Dávalos, Fausto Burgos, Alberto Córdoba,
Daniel Ovejero, entre otros narradores del centro y norte del
país". Obviamente, "existieron condiciones sociales y
culturales para definir el espacio geográfico ocupado por
esta literatura". Recorre a las obras un tono de tragedia: "la
muerte del
arriero por la tozudez del patrón resume el
carácter inevitable que, en muchos de estos relatos desde
Dávalos a Burgos, tiene la muerte y la
derrota".
El gringo
La obra que lleva este título fue publicada por
Ediciones Tor en 1935. Era el vigésimo primer libro de
Burgos que se editaba. Josefina Delgado la menciona en su
"Panorama de la novela":
"Nombres como los de Mateo Booz (La tierra del agua y del
sol, 1926; La vuelta de Zamba, 1927), Fausto Burgos
(Kanchis Soruco, 1929; El gringo, 1935), Carlos B.
Quiroga (La raza sufrida, 1929), Alberto Córdoba
(Don Silenio, 1936), Ernesto L. Castro (Los
isleros, 1943), Alfredo Varela (El río oscuro,
1943), Juan Goyanarte (Lago argentino, 1946), Antonio
Stoll (Cuadrilla, 1948), ilustran la solidez de una obra
que no depende de especificaciones
geográficas".
El gringo es José Contadini, "un viejo de mediana
estatura, de buen cuerpo, tiene los ojos verdes, las mejillas
sonrosadas y la cabeza blanca. Es un viejo hecho al trabajo rudo;
es uno de esos viejos de morrudos dedos y de cuello rojizo y
arrugado". Italiano llegado a nuestro país cuando
niño, se enorgullece de su sangre: "yo soy gringo, gringo
puro, más gringo que todos lo gringo que hanno formato la
colonia italiana en San Rafael", dirá. De su casamiento
con una mujer de la sociedad nacieron tres hijos. Ingenuo y
permisivo, sufre el desprecio de su familia por seguir
conservando sus costumbres de pobre, aún cuando posee una
gran fortuna; no se trata de mezquindad, sino de su gusto por la
sencillez. Habla de sí mismo como el "paganini" o el "pavo
viudo", ya que su familia derrocha el dinero en "el balneario de
los ricos", en Córdoba o en Rosario de la Frontera,
mientras él se queda en la finca para poder obtener
ese ingreso que les girará periódicamente: "Yo no
tengo muquer… –se lamenta-. Ahora me ha decao solo. Se ha
ido a Mar del Plata. Quiere que le mande tres mil pesos
mensuales; tres mil, `para fundirlos con sus hicas. Yo no
podré mandárselos. Este año será mal
año. Andan diciendo que la uva no valdrá nada; que
el gobierno la
comprará para dejarla en la cepa".
Las hijas dejan de verlo, la mujer le es infiel y el
hijo lo agrede incluso físicamente, hasta que llega la
hora del arrepentimiento y el gringo vislumbra una modesta
felicidad, luego de que ha perdido todo: "La finquita está
hecha una alhaja. Da gusto ver las viñas enmaderadas y el
cuadro de alfalfa verde y fresca, y la quinta con sus damascos,
con sus durazneros, con sus olivos y perales jóvenes. Da
gusto ver el agua que
entra en la finquita, alegre, revuelta, rumorosa, siempre
apurada".
Junto al protagonista encontramos personajes gringos y
criollos. La valoración de quienes lo rodean no tiene que
ver, para Contadini, con el país de origen, sino con el
hecho de que sea o no trabajador. Para la familia, en cambio, ser
inmigrante es una vergüenza que se debe ocultar, tratando de
parecerse en lo posible a los nativos de clase alta: ‘Usted
no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas del
italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene
títulos para ello’ ".
Uno de los peones asegura también que Contadini
ya es criollo, pero lo hace en otro sentido: "De esas cubas hay
que sacar el orujo pa’ llevarlo a las prensas
–explica el yerno. Mire vea, ¿y quién saca el
orujo?, ¿quién se mete en la cuba sabiendo que
dentro de ella puede parar las patas? El peón criollo,
señor; el gringo tiene miedo, el gringo no se mete a
descubar ni por equivocación. Mi patrón no es
gringo; mi patrón ya es criollo; él es capaz de
ponerse a descubar también".
Debe ocultarse, asimismo, toda vinculación con
el trabajo
manual, ya que
es degradante; lo deseable es estar relacionado con la clase
dirigente y no tener que ocuparse de menesteres tan poco
elegantes como la agricultura.
El italiano está convencido de que "El Gobierno cobra lo
impuesto y
acusta la soga. ¿Para esto nos reventamo lo pulmone
trabacando, para dar de comere e de chopar y luco a un
ejército y compadrito?"
Como la otra cara de la misma moneda, Burgos presenta
con mirada elogiosa a las madres que van con sus chiquillos a
trabajar en las viñas: "En los patios de la casa de esas
tías pobres, que trabajan a la par del hombre y que llevan
a sus hijos a trabajar, bajo un sol amarillo y templado, hay
montones, tamaños montones de sarmientos".
Reitera, a lo largo de la novela, la
acusación que los nativos hacen a los extranjeros:
"¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y
el vino y el pan y todo?" Los peones inmigrantes miran con
lástima a quien esto dice y comentan: "Povero nero",
"povero chino", "é una bestia".
…..
Gringos y criollos, corte y aldea, la naturaleza y la
mano del hombre, son algunos de los opuestos a partir de los
cuales Burgos ha creado la trama de esta conmovedora novela, que
evoca una época de nuestra historia, al tiempo que
reafirma sus dotes como escritor.
MARIA
ESTHER DE MIGUEL. "ESA CIUDAD CONTRADICTORIA"
María Esther de Miguel nació en Larroque,
Entre Ríos. Ha trabajado en la docencia y el periodismo.
Fue autora de numerosos libros y se la distinguió con
importantes premios, entre los que se cuentan la Palma de Plata
del Pen Club, el Konex de Platino para cuento y el Premio
Dupuytren, Fue directora del Fondo Nacional de las Artes,
integró el Consejo de Administración de la Fundación El
Libro y fue crítica
literaria del diario La Nación.
Una de sus novelas, titulada
Un dandy en la corte del Rey Alfonso (1), tiene como
protagonista a Fabián Gómez y Anchorena, un hombre
que conoció las más altas cumbres de la dicha, y
también las desgracias más terribles. A partir de
numerosas obras que consultó, y de la frecuentación
de lugares y personas, la escritora pudo lograr un ser de
ficción creíble y querible, que nos hace sufrir con
él con tanta intensidad como nos regocijó con sus
andanzas de joven adinerado. Es muy interesante en esta obra la
distancia que el joven recorre desde el poder y la riqueza hasta
la indigencia y el anonimato. En una y otra circunstancia,
María Esther de Miguel lo muestra
vívido, transitando por una época que ella sabe
retratar con sentido del humor y visión
crítica.
Tratándose de una novela que transcurre a fines
del siglo XIX, no podían faltar en ella las referencias a
la inmigración, que con tanta fuerza
irrumpió en la sociedad argentina.
La abuela materna del protagonista, Estanislada Arana de
Anchorena, recuerda la historia de su familia, y hace una
descripción de los primeros extranjeros que
llegaron a nuestra tierra: "No me vengan a hablar de aristocracia
argentina. Las mejores familias, entre las que incluyo a la
nuestra, por cierto, provienen de comerciantes y aventureros
españoles y alguno que otro francés o inglés.
Descendemos de abuelos y bisabuelos que vinieron a
trabajar, y como les fue bien, aunque no siempre se hicieron la
América, según se acostumbra decir,
compraron campos y haciendas y construyeron grandes casas y
tuvieron muchos hijos. Por eso se quedaron y defendieron estas
tierras. Por eso todos tienen olor a bosta. Después fueron
generales en los ejércitos de la patria y después
ministros en los gobiernos de la Nación:
Uno de los Anchorena fue Ministro de Rosas, y
otro…"
Fabián Gómez se propone revertir la
situación de sus mayores, por eso dice a su amigo: "si
muchos de mi familia tuvieron un protagonismo fundante en la
historia de mi país (sobre todo en la económica),
¿por qué no podré yo alcanzar notoriedad en
estos lugares? Sería como devolver a Europa lo que
Europa dio a la Argentina. No te olvidés que nuestros
antepasados viajaron de España a América. Y
España es Europa, ¿no? Aunque a veces no lo
parezca". En otro párrafo
afirma: "Mi padre, en un momento de su vida, se vino para
acá. A mí me gustaría irme para allá.
Como quien dice, me gustaría devolverme".
Buenos Aires aparece en la obra como "esa ciudad
contradictoria", que "Por un lado mostraba el pobrerío de
los barrios bajos, y las antiguas casonas donde comenzaban a
amontonarse los inmigrantes que, en ese fin de siglo, estaban
llegando de todos los lados del mundo. Por otro, las
esplendideces de la clase cada vez más atrincherada cerca
de la Plaza San Martín, en ese círculo
áulico casi formado íntegramente por los Anchorena,
sus parientes y sus amigos".
De la generación del 80 dice que "era una tanda
de hombres intelectuales
y bien pensantes que pasarían a la historia, según
decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos,
escribir libros interesantes y sacar adelante el país,
sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían
llegado para ‘laburar’, como decían ellos.
Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros
y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente,
y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de
ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los
habían transportado a América, ‘m’hijo
el dotor’ ".
Esa dicotomía se reitera en otro pasaje de la
novela, en el que leemos: "El mayor cambio Fabián lo
veía en las clases que se iban perfilando tan netamente.
Por un lado, la oligarquía, la alta burguesía, los
ricos, los que tenían capitales que habían crecido
poderosamente. Por el otro, la gran avalancha de inmigrantes,
obreros y empleados cuyos sueldos se cobraban en papeles que cada
vez valían menos, porque el precio del oro
subía, mientras la carestía de la vida aumentaba.
Papeles ñanga pichanga, decía la gente. En el
aire flotaba un
tufillo de disconformidad que él ya había olido en
Madrid: era el de los necesitados".
La obra transmite la posición de la novelista
acerca de este fenómeno social, una opinión que ha
sido formada a partir de lecturas y documentación, pero también a partir
de un factor que tuvo gran incidencia en la gestación de
la novela, y no debe olvidarse: en la carta que ella
escribe al protagonista, con la que abre el libro, habla de otro
inmigrante, uno que es especialmente caro a la autora. Dice en
esa página que un español llegó con unas
monedas que le sirvieron a la escritora para reconstruir la vida
de Fabián Gómez y Anchorena: "Todas tenían
el escudo del Reino de España con sus coronas y sus torres
y sus leones, todas eran de cinco pesetas, todas habían
pertenecido a mi papá, quien vino de España por no
hacer la conscripción en Marruecos. Llegó con una
mano atrás y otra adelante, en su maleta un mantón
de mi abuela y… Y nada más. ¡Ah, sí: las
monedas!".
En un reportaje (2), ella expresó: "Mi padre era
un republicano español que a los 19 años se vino de
España para no hacer la conscripción. Autodidacta,
gran lector de temas de su especialidad (mecánica, física, ingeniería), preocupado por la política, canalizaba
sus inquietudes en la lectura de
diarios… y en las discusiones en torno a la mesa
de truco los sábados y domingos".
En diálogo
con Alejandra Correa, manifestó: "En mi casa se hablaba
mucho de historia porque mi padre que era un inmigrante
español, era muy curioso e inteligente. Siempre
quería saber la historia del lugar y se preguntaba sobre
Urquiza y yo escuchaba" (3).
Entrevistada por Cristina Pizarro, unos meses antes de
su fallecimiento, María Esther de Miguel recordó a
su padre: "mi papá tenía la usina de Larroque, la
usina eléctrica. Yo me acuerdo de que en mi casa
había un gran diploma que decía ‘A Victoriano
de Miguel, (así se llamaba) benefactor del progreso
argentino’ porque él había dado esa fuente. A
mí y a mi hermana nos decían en Larroque "las
chicas de la luz", cosa que
nos divertía mucho. Éramos las chicas de la luz. A
mi casa le decían ‘El palacio de colores y de
luces’ porque teníamos mucha luz y porque
‘Como no pagan la luz, tiene encendido todo’ (…) mi
casa era un barco porque al caer la tarde se oía chuc chuc
chuc que era el ruido de los
motores, como
tenía muchos vidrios de colores, desde el jardín
miraba. Yo en mi casa de la infancia era
muy muy feliz. Porque era un espacio muy alegre" (4).
Notas
- Miguel, María Esther de: Un dandy en la
corte del Rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta,
1999. - Zanetti, Susana (directora): "María Esther de
Miguel", en Encuesta a la literatura
argentina contemporánea. Buenos Aires, CEAL,
1982. Tomo VI de la Historia de la literatura argentina.
(Capítulo) - Correa, Alejandra: "María Esther de Miguel: la
novela histórica", en Magazine Actual, Año
2 N° 8, Diciembre de 1997. - Pizarro, Cristina: "Con María Esther de
Miguel", en El Tiempo, Azul, 14 y 21 de septiembre de
2003.
BORGES Y LA INMIGRACION
Jorge Luis Borges
se refiriò en reiteradas oportunidades a la
inmigraciòn de sus mayores. Lo hizo en reportajes, en los
que aludiò a su condiciòn de descendiente de
inmigrantes y criollos (1). Ricardo Piglia considera que "Apoyada
en la diferencia de los sexos, la familia se divide en dos
linajes, habrìa que decir es forzada a encarar dos
linajes: la rama materna, de ‘buena familia
argentina’, descendiente de fundadores y conquistadores
(‘Tengo ascendencia de los primeros españoles que
llegaron aquì. Soy descendiente de Juan de Garay y de
Irala’), de guerreros y de hèroes. La rama paterna,
de tradiciòn intelectual, ligada a la literatura y a la
cultura
inglesa (‘Todo el lado inglès de la familia fueron
pastores protestantes, doctores en letras, uno de ellos fue amigo
personal de Keats’)" (2).
En Borges, biografìa verbal (3), Roberto
Alifano escribe cuanto el escritor le dijo sobre uno de sus
antepasados: "El abuelo materno de mi padre, Edward Young Haslam,
editò uno de los primeros periòdicos ingleses de la
Argentina, Southern Cross, y se habìa doctorado en
Filosofìa y Letras en la Universidad de Heidelberg. Sus
medios no le
permitìan estudiar en Oxford o Cambridge, por lo que
marchò a Alemania,
donde obtuvo su tìtulo despuès de haber realizado
todos sus cursos en latìn. Muriò en Paranà,
la capital de la
provincia de Entre Rìos".
Cuando Borges
recibiò el Premio Jerusalèn, recordò en una
entrevista a
la hija de Edward Haslam, su "abuela inglesa, protestante, que
sabìa de memoria la
Biblia" (4). A ella se referirà tambièn en un
reportaje realizado por Noemì Ulla, recordàndola
como una persona
estrechamente ligada a los libros con los que se iniciò
literariamente. Dijo a la escritora que su verdadera
educaciòn fue la biblioteca de su
padre, "en gran parte de libros ingleses. (…) Yo recuerdo sobre
todo la Enciclopedia Britànica, que sigo releyendo
y que no he agotado aùn. Mi padre era profesor de
Psicologìa en Lenguas Vivas, èl tenìa que
dar las lecciones en inglès –mi abuela era inglesa-
y era secretario en un Juzgado Civil de los Tribunales, pero
èl era ademàs profesor de Literatura Inglesa"
(5).
Evoca el ambiente
literario de su casa, relacionado con la extranjera:
"Habìa un excelente ambiente en casa, un ambiente
literario. Mi abuela era muy lectora, mi abuela inglesa
sabìa de memoria la Biblia. Ellos habìan sido
predicadores metodistas, gente de clase media en Inglaterra, de
modo que Ud. citaba un versìculo bìblico y ella
decìa: Libro de los Reyes, capìtulo tal,
versìculo tal. O Libro de Job, capìtulo tal,
versìculo tal, o El Evangelio segùn Marcos,
capìtulo tal, versìculo tal, y seguìa
adelante. En alemàn se dice Bibelfest, es una
persona que està firme en la Biblia. Creo que Hafiz
sabìa de memoria el Coràn, que Hafiz quiere decir
‘el recordador’. Hay mucha gente que sabe de memoria
el Coràn y sè que muchos protestantes, como mi
abuela, saben de memoria la Biblia. Se sigue la ùnica
lectura, puede
ser aprendida".
Acerca del arribo de la inglesa a nuestro paìs,
dice Alifano: "La abuela paterna de Borges, Frances Haslam
Arnett, llegò a la Argentina por una serie de curiosas
circunstancias. Su ùnica hermana, mayor que ella, se
habìa casado con un ingeniero ìtalojudìo,
llamado Jorge Suàrez. Al fallecer su madre, los Suarez la
hicieron viajar a Amèrica del Sur. Llegò a
Paranà, la capital de Entre Rìos, despuès de
un accidentado viaje (el barco estuvo a punto de naufragar en las
costas del Brasil), a
mediados de 1867. En Paranà fue donde Frances Haslam
conociò al coronel Francisco Borges".
La ascendencia de Jorge Luis y su hermana, Norah,
determinò en què idioma se expresarìan: "En
casa de los Borges se usaba corrientemente tanto el inglès
como el castellano
–afirma el biògrafo. Los niños
sabìan que con la abuela materna, Leonor Acevedo,
tenìan que hablar español; pero con Fanny Haslam lo
debìan hacer en inglès. ‘Con el tiempo
descubrì que esas dos maneras de hablar de un nieto se
llamaban la lengua
castellana y la lengua inglesa’, completò
Borges".
La abuela Fanny no sòlo le legò el idioma
y la aficiòn a la lectura; le dejò tambièn
material del que surgirìa algùn texto: "Siendo
niño –evoca Borges- escuchè a Fanny Haslam
muchas historias de la vida de fronteras de aquellos tiempos.
Ella habìa vivido experiencias terribles y maravillosas al
mismo tiempo, ya que, en los primeros años de la
dècada del setenta, mi abuelo fue comandante en jefe de
las fronteras norte y oeste de la provincia de Buenos Aires. Una
de esas historias sirviò de base para mi relato
Historia del guerrero y la cautiva. Mi abuela habìa
conocido a varios caciques indios: Namuncurà, Simòn
Coliqueo, Pincèn y Catriel".
Cuentos con inmigrantes
Una experiencia tan fuerte como la de la
inmigraciòn dejò huellas en el escritor, que se
refiriò a esta realidad de dos patrias en algunos de sus
textos. El lector recordarà con què frase se incia
el cuento titulado "El sur": "El hombre que desembarcò en
Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de
la iglesia
evangèlica". Pasados los años, nos enteramos de que
este inmigrante dejò descendencia en suelo americano: "en
1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una
biblioteca municipal en la calle Còrdoba y se
sentìa hondamente argentino" (4).
Marìa Teresa Gramuglio sostiene que "en ‘El
Sur’, relato que Borges ha calidficado de
autobiogràfico, ‘al menos en sus primeras
pàginas’, otra oposiciòn, la de lo criollo y
lo europeo, se condensa en el protagonista, Juan Dahlmann,
descendiente de un pastor alemàn y de un coronel
argentino. En el nivel màs visible –agrega-, los
datos
‘autobiogràficos’ se multiplican: Dahlmann
trabaja en una biblioteca, sufre un accidente similar al sufrido
por Borges en 1938, conserva unos vagos campos que no visita.
(…) En un nivel menos visible, la dicotomìa entre lo
criollo y lo europeo define una elecciòn que se resuelve
en el relato (ir al sur, aceptar el duelo) y que a la vez lo
resuelve con la muerte" (7).
Al igual que el escritor, Juan Dahlmann siente correr
por sus venas sangre de dos tierras: "Su abuelo materno
habìa sido aquel Francisco Flores, del 2 de
infanterìa de lìnea, que muriò en la
frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel". Elige
una de estas ascendencias, por un motivo que arriesga el
cuentista: "en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann
(tal vez a impulso de la sangre germànica) eligiò
el de ese antepasado romàntico, o de muerte
romàntica". Esa elecciòn marca su personalidad:
"Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y
barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas
mùsicas, el hàbito de estrofas del Martìn
Fierro. (…) Esta elecciòn sella su destino: morir, o
soñar que muere, en el Sur, en un duelo a cuchillo.
‘Sintiò que morir en una pelea a cuchillo, a cielo
abierto, hubiera sido una liberaciòn para èl, una
felicidad y una fiesta… Sintiò que si èl,
entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte,
èsta es la muerte que hubiera elegido o
soñado’ ".
…..
Lo criollo y lo europeo, mundos diferentes en los que se
escindiò la existencia de Borges, aparecen en este cuento,
como aparecieron en las entrevistas
que se le realizaron, demostrando que la inmigraciòn fue
un tema importante, tambièn, para uno de los
màximos escritores argentinos.
Notas
- Reportaje incluido en Mujica Làinez, Manuel:
Los porteños. Buenos Aires, La Ciudad,
1979. - Piglia, Ricardo:
- Alifano, Roberto: Borges. Biografìa
verbal. - S/F: en Borges e Israel. El
asiduo manuscrito". Buenos Aires, Embajada de Israel en
Buenos Aires, 1987. - Ulla, Noemì:
- Borges, Jorge Luis: "El sur", en Ficciones.
Buenos Aires, Sur, 1944. - Gramuglio, Marìa Teresa: "Jorge Luis Borges",
en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires,
CEAL, 1980.
INMIGRACION Y NOVELA: UN DEBATE EN
ADAN BUENOSAYRES
El crìtico Angel Nùñez distingue
tres etapas en la producciòn de Leopoldo Marechal, a quien
define como el "autor de una rica y variada obra literaria" (1).
Se iniciò, y alcanzò premios y fama, como poeta, a
partir de Los aguiluchos (1922), y sobre todo desde
Dìas como flechas (1926) y Odas para el hombre y
la mujer (1929)". Enumera otros tìtulos y afirma que
en esta primera etapa "ya se incluye el ensayo de
estètica Descenso y ascenso del alma por la
belleza (1933) y la simple Historia de la calle
Corrientes (1937) con la que comienza una de sus màs
importantes lìneas de creaciòn: la
narrativa".
"Una segunda etapa de producciòn podemos
iniciarla en 1948, cuando edita su primera novela, Adàn
Buenosayres, importante apertura de un àrea que
serà central en el conjunto de su obra. Esta segunda etapa
llega hasta 1955 –año en que se inicia su
proscripciòn del mundo cultural-; abarca la
iniciaciòn en la novela y tambièn en el teatro:
El canto de San Martìn es de 1950".
"Un tercer perìodo –de extraordinaria
creatividad–
puede establecerse entre 1965 y la muerte del escritor, ocurrida
en 1970. De 1965 es su segunda novela, El banquete de Severo
Arcàngelo, que tuvo gran èxito de venta y que
provocò la revalorizaciòn de su obra. La
trilogìa novelìstica se completa con
Megafòn o la guerra, aparecida poco despuès
de su muerte. En esta etapa enriquece su ensayìstica con
Autopsia de Creso (1965), luego incorporado al importante
Cuaderno de navegaciòn (1966), que recoge once
estudios diversos".
Con motivo de cumplirse el cincuentenario de la novela,
Graciela Cutuli publicò un trabajo en el que afirma que
"Leopoldo Marechal llamò ‘Adàn
Buenosayres’ a su alter ego literario, al personaje
que le dio nombre a su novela màs monumental y lo
consagrò como uno de los maestros de la prosa argentina.
Hace cincuenta años, cuando languidecìan algunas
vanguardias y estaban forjando su obra otros grandes autores de
nuestra literatura, el libro se publicò en medio de un
silencio casi generalizado: era la historia de un largo recorrido
del protagonista, Adàn Buenosayres, desde su
‘despertar metafìsico’ en una casa del barrio
de Villa Crespo hasta el solitario combate final de su alma
frente al Cristo de la Mano Rota, en la Iglesia de San Bernardo.
Era y es una novela extraordinaria, pero sufriò una ola de
silencio, debida en parte a lo inèdito de su lenguaje y del
fluir de su escritura, y en parte tambièn a que Marechal
satirizò con agudeza en varios de sus episodios a muchos
de sus colegas martinfierristas… sin que estos, que tanto se
burlaran en el pasado de la ‘solemnidad literaria’,
tuvieran el coraje de afrontarlo con el necesario humor"
(2).
En medio del silencio de la crìtica al que alude
Cutuli, una voz se alzò para destacar los mèritos
de la novela y la singular figura que la protagoniza. Dijo Julio
Cortàzar, en 1949: "Una gran angustia signa el andar de
Adàn Buenosayres, y su desconsuelo amoroso es
proyecciòn del otro desconsuelo que viene de los
orìgenes y mira a los destinos. Arraigado a fondo en esta
Buenos Aires despuès de su Maipù de infancia y su
Europa de hombre joven, Adàn es desde siempre el
desarraigado de la perfecciòn, de la unidad, de eso que
llaman cielo. Està en una realidad dada, pero no se ajusta
a ella màs que por el lado de fuera, y aùn
asì se resite a las òrdenes que inciden por la
vìa del cariño y las debilidades. Su angustia, que
nace del desajuste, es en suma la que caracteriza –en todos
los planos mentales, morales y del sentimiento- al argentino, y
sobre todo al porteño azotado de vientos inconciliables…
(3)".
Criollos e inmigrantes
Por la novela desfilan inmigrantes de las procedencias
màs disìmiles. Entre ellos encontramos italianos,
catalanes, gallegos, vascos, judìos, armenios, turcos,
calabreses, sicilianos, sirios, andaluces, chinos, ingleses,
alemanes y escandinavos. A algunos solamente se los menciona;
otros, en cambio, son retratados minuciosamente en esta recorrida
que el protagonista hace en abril de un año que no
especifica.
En el Segundo Libro, los pesonajes se trenzan en un
debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos.
Samuel Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: "Estoy
harto de oìr pavadas criollistas (…). Primero fue la
exaltación de un gaucho que, según ustedes y a
mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan
los chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a
esa pobre gente del suburbio, complicàndola en una triste
literatura de compadritos y milongueros!".
Del Solar, uno de los líderes criollistas,
contraataca: "La devoción al recuerdo de las cosas nativas
–tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte-
es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que
la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son
los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor!
¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola
extranjera nos metió en la línea del progreso. En
cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país:
¡nos ha tentado y corrompido!".
Adán Buenosayres piensa lo contrario. Sostiene
"que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el
extranjero es el tentado y el corrompido". Afirma eso luego de
haber visitado Europa y haber visto hombres "con un sentido
heroico de la existencia". Al llegar aquì, los hombres
encontraron "un sistema basado en
cierto materialismo
alegre que se burlaba de sus costumbres y se reìa de sus
creencias. (…) los extranjeros hallaron en el paìs, no
un sistema de orden, sino una tentadora invitaciòn al
desorden. Casi todos eran ignorantes; no tenìan defensa. Y
olvidaron su tabla de valores por aquel fàcil estilo de vida
que les enseñaba el paìs. Y la obra de
corrupciòn iniciada en los padres fue concluida en los
hijos: los hijos aprendieron a reìrse de sus padres
emigrados, y a ignorar o esconder su genealogìa. Son los
argentinos de ahora, sin arraigo en nada".
El protagonista comprende cuàl es su
misiòn en esa circunstancia: "si al llegar a esta tierra
mis abuelos cortaron el hilo de su tradiciòn y destruyeron
su tabla de valores, a mì me toca reanudar ese hilo y
reconstruirme segùn los valores de mi raza. En eso ando. Y
me parece que cuando todos hagan lo mismo el paìs
tendrà una forma espiritual".
Otro delos lìderes criollistas expresa que "El
paìs no necesita buscar su alma en el extranjero", pues se
la darà el Espìritu de la Tierra.
La polèmica se instaura, en otros
tèrminos, cuando Marechal hace aparecer a Juan Sin Ropa,
el que derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica
el folklorista Del Solar- "es el gringo desnudo que vence
a Santos Vega en una clase de lucha que nuestro paisano ignoraba:
la lucha por la vida". En ese momento, "el vistoso gaucho fue
borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo
y coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas,
facòn ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi
hasta la lonja. No sin una efusiòn de simpatìa, los
aventureros identificaron al punto la imagen risueña de
Cocoliche".
Luego, Juan Sin Ropa se transforma en el abuelo
Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn
Buenosayres, quien le dice a Del Solar: "Cien veces crucè
la pampa en mi carreta, y cien veces el rìo en mi
ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y
agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra
donde se pudren mis huesos". A
travès de sucesivas metamorfosis, el gaucho llega a tomar
el aspecto del Neocriollo "que habitarìa la pampa en un
futuro lejano" (4).
…..
Como personajes, o como fenòmeno social que
suscita la polèmica, los inmigrantes revisten importancia
en la obra de Marechal, el escritor que –al decir de
Sàbato- "pasarà a la historia de la lengua
castellana como insigne hito de la poètica y la narrativa.
A ese monumento que le tiene reservado el tiempo no se le pueden
arrojar bombas de
alquitràn, y ha de ser invulnerable al insulto, la
ironìa, la envidia y el silencio: esos premios que con
harta frecuencia los hombres de letras de nuestro paìs
confieren a los que deberìan honrar" (5).
ABELARDO ARIAS: CRIOLLOS Y GRINGOS EN
MENDOZA
Abelardo Arias nació en Córdoba, aunque
él hubiera preferido ver la luz en San Rafael, Mendoza,
"en la finca de mi abuela materna, donde pasé casi todos
los veranos de mi niñez y adolescencia,
en todo caso los más memorables (…) Una criolla casona
cerca del Río Diamante y del viejo fortín con foso
y puente levadizo que construyó mi abuelo francés,
el ingeniero astrónomo Julio Balloffet, el único
injerto gringo en cientos de años de criolledad". No hay
certeza sobre su fecha de nacimiento. Algunos dicen que fue en
1908; otros, que fue en el 18.
Interrogado al respecto para la Historia de la
literatura argentina (CEAL, 1980), el escritor dijo:
"Sólo mis veinte libros, una comedia romántica y
una parábola radioteatral, amén de cuentos y
traducciones, la evolución estilística, una cierta
madurez, seguridad en el
oficio, me señalan el paso del tiempo. Entonces, como
Alamos talados apareció en 1942, pertenezco a la
llamada generación del 40. Esta es la única
cronología irremediable. La única
seria".
La novela a la que alude fue distinguida en el
año de su publicación con el Primer Premio de
Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires
y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura.
Marcel Bataillon –citado en La Prensa por Antonio
Requeni- expresó: "Hay en ella –la novela- una
intensa poesía
que es a la vez la de la juventud y la
de la América Colonial del fondo de las provincias, un
mundo perdido para siempre y otro que espero conocer un
día. Hay también un tono de relato, una mezcla de
arte y naturalidad, un gusto, que no son moneda corriente en la
literatura hispanoamericana".
En Alamos talados, Arias evoca personajes de
diversas clases
sociales. Está la clase alta, la de los terratenientes
que hicieron la conquista viviendo en un fortín hasta que
pudieron doblegar a los indígenas. Así ve a su
familia el adolescente: "Por momentos, abuela arreglaba
parsimoniosamente los pliegues de su vestido negro, que
caían sobre el almohadón de raso granate en el
cual, a manera de escabel, reposaban sus botinas de fieltro
negro. Desde mi escondite, la escena resultaba solemne: la
galería con sus esbeltos pilares, unida a la escalinata
del estrado, le daba ambiente cortesano, que destruía el
abigarrado montón de campesinos esperando turno para
acercarse a la señora. Ella tendía su mano de venas
azuladas con tan graciosa aquiescencia, que dejaba en quienes la
recibían sentimiento de gratitud por el gesto
benévolo".
En 1990, Sudamericana presentó una edición
acompañada por una "Guía de trabajo para el
profesor", realizada por Marcela Grosso y Marta Baldoni, del
Grupo Universitario de Investigación Literaria de la Editorial. En
este opúsculo, las autoras señalan la importancia
de inmigración en la novela: "El poder se ve amenazado por
la presencia de lo otro, del elemento extraño: el
inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el
enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación
del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las
nuevas costumbres".
La clase alta, representada fundamentalmente por los
abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los
inmigrantes, en general, aunque había excepciones: "El
inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (…) o mirado
con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la
abuela y no compita en el circuito de producción
económica. Don Ramón
Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como
él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio
que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso
alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el
arado rompió sus tierras". "El desprecio por el progreso y
las nuevas costumbres aparecen sintetizados en la abuela y don
Ramón Osuna –consideran las investigadoras-. (…)
En ambas actitudes
está presente el conservadorismo, la resistencia al
cambio".
"Decir ‘gringo’ es un insulto
–continúan- (…) El atributo ‘criollo’,
en cambio, tiene connotaciones positivas (…) se convierte en
una abstracción, en un símbolo de pureza racial y
moral". Los
depositarios de estos valores son la abuela y don Ramón
Osuna, ambos personajes en extinción (…) De la idea de
extinción deriva el tono elegíaco de la novela y la
figura estatuaria de la abuela, adscripta a quien muere en
ademán grandioso. Frente a la aparición de los
nuevos actores en el escenario social, se exalta a la elite y se
reivindica al hijo del país, el criollo en
desaparición. El ideal de ‘criollismo’ se
proyecta en Alberto, heredero de un linaje y varón que
asegura la perpetuación del apellido".
La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es
señalada por uno de los personajes: "Doña Pancha
aún no podía comprender cómo abuela
había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de
esos gringos bodegueros, decía ella recalcando la palabra
con retintín. Ella no podía entenderlo y menos
disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para
hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas
distintas, y la Pancha se había constituido
guardián insobornable de esa
separación".
Cuando las penurias económicas obligan a la
anciana señora a talar los álamos, allí
está un inmigrante, posibilitando que el lector saque
conclusiones sobre la personal postura del autor: "Con el pie en
el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en
una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi
adolescencia". Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia
invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo
del turco, que recorre el texto en varios capítulos".
Acerca del propietario del vehículo comentan: "Claras son
las connotaciones demoníacas que despliega este personaje
(…) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las
del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un
peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es
sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco
no compra sino que ‘se lleva’. Caída,
atropello, usurpación, tala, profanación, son los
efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado
sin posibilidades de restauración".
Los gringos
Los extranjeros –turcos, españoles,
italianos, ingleses, franceses- son retratados en distinta forma.
Algunos son evocados como seres altaneros; otros, son descriptos
por Arias con admiración, tal es lo que sucede con el
calabrés contratista de la viña: "Batista –su
apellido me resultaba cómico y no pude aprenderlo nunca-
había llegado de Italia cuando era
muchacho, treinta años atrás. Varios cuarteles de
viña se habían plantado bajo su vigilancia y la
dirección de un cura, el padre Camurri,
que, amén de sus misas, calzaba botas y salía a
dirigir el trazado de los viñedos". Aquí se
evidencia cómo el sentimiento de la clase alta hacia los
inmigrantes depende de que ellos estén o no subordinados a
ella. Por otra parte, el comentario acerca del apellido del
italiano trasluce cierto desdén hacia quienes
provenían de países distantes.
Los criollos, que se agrupan bajo la protección
de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante
el trabajo en la viña, pues nacieron para domar potros y
para hacer tareas que exijan valor y
destreza: " ‘Los criollos no somos muy guapos pa’
estos menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son
cosas pa’ los gringos y las mujeres –había
dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear potros, trenzar
tientos de cuero crudo,
marcar animales, ésas son cosas di’ hombre’ y
hasta si se trataba de dar una manito para cargar las canecas,
entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo
en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un
poco’ ".
Frente a la adversidad, los criollos descreen tanto de
los conocimientos de los patricios cuanto de las innovaciones de
los gringos. Ante la incredulidad de uno de los señores,
que la ve marcar una cruz en el suelo, "Que se ría el
dotor –arguía la Pancha-, más pior le fue al
gringo ‘e las Paredes, el que s’hizo una torre
altaza, todita llena de palarrayos pa’espantar el granizo
y, no bien la terminó, la misma tarde, la pedrera le
taló las viñas… Ai tienen lo que sacó ese
descreído con su torre de Davell".
Hay, también, personajes marginales, como el
ebrio Modón, cuya existencia infrahumana se describe y
justifica: "Estaba descalzo, los pantalones sujetos por una faja
de lana colorada y arremangados hasta la mitad de la canilla; la
camisa sucia y deshilachada se perdía en la maraña
de la barba grasienta, donde la tierra formaba una pasta oscura
alrededor de los labios agrietados".
…..
Alberto, el protagonista, se siente unido a su familia
por el respeto y el cariño, pero es por los criollos por
quienes experimenta sus sentimientos más fuertes. Por un
criollo, conoce el valor de la amistad, y es
Dolores, la hermana del amigo, quien lo inicia en el camino de
las sensaciones. Los inmigrantes son vistos por el adolescente
como un grupo social cuyo trabajo resulta valioso, pero que
también se vuelve una amenaza para la clase alta en
decadencia, con cuyo ocaso se verá beneficiado.
MANUEL MUJICA LAINEZ. VOLVER A LAS
FUENTES
Manuel Mujica Láinez nació en Buenos Aires
en 1910; falleció en Cruz Chica, Córdoba, en 1984.
"Estudió en colegios de Francia y Gran Bretaña.
Desde joven, alternó la creación literaria con la
crítica de arte, que desarrolló en el diario La
Nación. En 1936 contrajo matrimonio con
Ana de Alvear Ortiz Basualdo. Fue Secretario del Museo Nacional
de Arte Decorativo y, entre 1955 y 1958, ocupó la
Dirección de Cultura del Ministerio de Relaciones
Exteriores. También integró la Academia Argentina
de Letras y obtuvo, entre otras distinciones, los premios
Kennedy, Nacional de Literatura (1963) y la Legión de
Honor del Gobierno de Francia (1982). Además, en 1984, fue
nombrado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. En 1969
el escritor y su familia se habían trasladado a Cruz Chica
(Córdoba), instalándose en una antigua casona con
un extenso parque, llamada ‘El Paraíso’, donde
Mujica Láinez residió hasta su muerte".
"De su vasta producción sobresale su obra
narrativa, en la que cobra especial importancia la
indagación de lo argentino, presente en Canto a Buenos
Aires (1943); Aquí vivieron (1949), sobre la
historia de una quinta de San Isidro (Bs. As.) y, especialmente,
en el volumen de cuentos Misteriosa Buenos Aires (1950).
Mujica Láinez retrató con escepticismo e
ironía a los sectores tradicionales en Los viajeros
(1955) y en Invitados en El Paraíso (1957. Su
inclinación a lo fantástico y el carácter
cosmopolita se pone de manifiesto en las novelas que transcurren
en el Renacimiento
italiano, como Bomarzo (1962), o en la Edad Media,
como en el caso de El Unicornio (1965). Varias novelas y
cuentos suyos fueron llevados al cine y a
la
televisión, y el compositor Alberto Ginastera
realizó una ópera basada en Bomarzo,
estrenada en Washington (E.E.U.U.) en 1967 y que obtuvo un amplio
reconocimiento internacional" ().
Manuel Mujica Làinez ha evocado en muchas
oportunidades a sus ancestros. En Los porteños (1),
èl toma la palabra y se refiere a sus antepasados en los
artìculos titulados "Un poema, un autor y su
genealogìa", "Los tìos de Inglaterra" y "Yo
vivì aquì (La quinta de los Beccar Varela)". En
esos textos, el elogio tiene como destinatarios a los
protagonistas; el tono admirativo surge espontàneamente al
hablar de familias patricias y personajes gloriosos.
La vida y la obra entera de Mujica Làinez se
desarrollaron alimentadas por el vivo fuego de la estirpe
hispànica y sus profundas raìces en el suelo
americano. El escritor se muestra orgulloso de su
genealogìa y la recuerda con frecuencia. La circunstancia
personal determina su creaciòn artìstica. Se siente
el afortunado heredero de una distinciòn y una cultura sin
parangòn; a travès de los lazos sanguìneos
ha recibido, si no la fortuna, todos los privilegios inherentes a
ella. Quizàs por esta razòn es que elige para sus
obras a protagonistas de la clase dirigente, a virreyes, condes y
marqueses.
En un artìculo publicado en La Naciòn,
incluido en el volumen mencionado, recuerda a sus antepasados en
diàlogo con Borges. De la charla surge una diferencia: los
ancestros del autor de El aleph han sido hèroes;
los de Mujica Làinez, estancieros y literatos.
Entre estos ùltimos, se destacan los Varela, los
Canè –el "romàntico porteño" y el
autor de Juvenilia-, el fundador de El Diario y,
màs cercanos a nosotros en el tiempo, Manuel Mujica
Farìas, su padre, autor de tratados
jurìdicos, y Lucìa Làinez Varela, cuya pluma
nos dio un libro de memorias de
viaje y dos obras de teatro.
En "Dos abuelos, dos tendencias", Mujica Làinez
presenta a sus ancestros escindidos en dos corrientes: la
criollista y la europeizante. Representante de la primera es
Eleuterio Santos Mujica y Covarrubias, estanciero y tenaz
partidario de Mitre. La otra corriente està representada
en la persona del abuelo materno, Manuel Làinez, y en las
del grupo de periodistas y literatos relacionados con nuestro
autor por medio del progenitor de su madre.
La tradiciòn familiar ha sido para Mujica
Làinez fuente inagotable de temas, tanto en lo que se
refiere a personajes como en lo concerniente a historias,
vivencias, a esa atmòsfera tan particular que encontramos
en todas y cada una de las obras del descendiente de Juan de
Garay.
El regreso
Manuel Mujica Làinez realizò innumerables
viajes a lo
largo de su vida, por diferentes motivos. Durante su
adolescencia, viviò en Parìs y en Londres;
màs tarde, ya periodista de La Naciòn, los
viajes fueron para èl parte de su trabajo. La
misiòn oficial tambièn fue un motivo para recorrer
el mundo, como lo fue asimismo la creaciòn literaria, que
lo llevò a presenciar el estreno de Bomarzo en los
Estados
Unidos.
Poco antes de morir, Mujica Làinez reuniò
algunas de las crònicas que escribiò para el diario
capitalino, en dos volùmenes que titulò Placeres
y fatigas de los viajes. Crònicas andariegas (2). En
estos tomos agrupa artìculos publicados entre 1935
–cuando viajò en el Zeppelin- y 1977.
En una entrevista realizada en 1978, afirma que cuando
escribiò esa primera nota, "Era un niño bien que
iba a bailes y a fiestas" y lejos de enorgullecerse por haber
sido elegido para realizar esa travesìa, dice: "A
mì me eligieron porque como era tan joven y hacìa
sòlo tres años que estaba en el diario, no les
importaba mucho perderme… (3)".
Las condiciones en las que realiza sus viajes no siempre
son las ideales, y muchas veces se lamenta de la velocidad que
lleva en sus andanzas, o de otros inconvenientes lògicos,
dada la època en que visita algunos paìses. El
periodista comenta: "Hubiera querido tener el cuerpo sembrado de
ojos, como Argos, pues lo que siempre sucede en estos viajes
veloces es que lo màs interesante es lo que uno va dejando
a un costado, a la derecha o a la izquierda, (…) se hace lo que
se puede con los escasos medios fìsicos de que se
dispone".
Ademàs de la premura que lleva, juega contra
èl la realidad de los paìses europeos en la
posguerra, que obliga a trazar el itinerario de acuerdo a lo
posible y no a lo deseable; en Alemania, por ejemplo,
debiò alojarse en el albergue de los corresponsales de
guerra, en un cuarto diminuto que "debiò nacer cocina,
pues conserva en un rincòn una pileta de lavar platos y,
en el otro, un caño sospechoso".
Los lugares que recorre lo impresionan siempre, aunque
por diferentes razones. En algunos de ellos admira la historia
milenaria o el coraje de sus habitantes; en otros, reconoce
espacios propios, ya sea por herencia o por
vivencias. Uno de los dos paìses a los que màs se
siente ligado el periodista es –el lector lo habrà
supuesto- España.
En España vivieron sus ancestros; uno de ellos,
hace siglos, se lanzò al mar, en busca de la promesa
americana. "Cada uno de nosotros es, en buena proporciòn,
consecuencia de la cadena ancestral que le dio vida
–afirma-, y mis eslabones hispanos, rotos hace casi dos
centurias, siguen unidos invisiblemente a mis eslabones de la
Argentina. Hoy los siento trèmulos, vibrantes, dentro de
mì".
Este sentimiento alcanza su clìmax cuando el
poeta visita, en Villafranca de Oria, pueblo cercano a San
Sebastiàn, , la casa de sus mayores, en una
"peregrinaciòn a las fuentes": "Con Armendàriz
tornè a entrar en la iglesia. Me enseñò, en
los registros
parroquiales, las anotaciones que consignan los bautismos,
matrimonios y muertes, de gente remota vinculada a mì. Y,
saliendo del templo neblinoso, me mostrò junto a èl
la que fue casa de mis mayores y que, desde 1890, màs o
menos, està destinada a escuela, correo,
dependencias municipales y què sè yo què.
Sobre la puerta sigue intacto el blasòn, como en tantas y
tantas casas de Guipùzcoa".
Se refiere a su estado de
ànimo de ese momento: "Experimentè, como es
lògico, una especie de emociòn difìcil de
definir. Ella aumentò cuando, algo despuès, el
alcalde nos guiò al cònsul y a mì para que,
desde la altura del hospital, abarcàramos la vista del
pueblo. Cuatro hermanas de caridad, alegres, parloteantes,
sonoras de llaves y de rosarios (la màs àgil, Sor
Pastora), nos escoltaron a lo largo de vastas salas llenas de
camas vacìas –pues en Villafranca no hay màs
que trece asilados en el hospital, y la principal razòn de
ser de ese instituto monjil finca en su colegio- para que
asomàndonos a las ventanas del primer piso,
apreciàramos en su conjunto la hermosura del pueblo. Y
entonces, al verlo tan pequeño, tan esmirriado, con sus
tejas venerables, sus edificios hidalgos y sus muros pobrecitos,
sentì que algo se apretaba dentro de
mì".
Recordò entonces a "aquel Juan Bautista de Mujica
y Gorostizu, tan vasco, quizàs el tercero o el cuarto hijo
de una familia numerosa, de hacienda flaca, que un dìa
resolviò irse de Villafranca de Oria, de estas
montañas, de este rìo rumoroso, de estas casas
soñolientas, de estos pinos velados por la bruma, de esta
iglesia que guardaba la historia de los suyos". Se fue "allende
el mar, al extremo del mundo, porque –segùn se
referìa- se habìa abierto el puerto de Buenos Aires
al comercio, en
un nuevo virreinato, y acaso allì –pero eso
sì, desgarràndose de todo, como quien se cercena
una mano a sì mismo- habrìa posibilidades de
medrar, para un muchacho sin temor".
El escritor plasma en este artìculo la
emociòn que sintiò: "Ese pensamiento me
acercò a èl, por encima del tiempo,
màgicamente, y a la casa que acababa de ver junto a la
iglesia de Santa Marìa. Y al hacerlo comprendì que
no me estaba despidiendo de España sino, al contrario,
regresando a ella, a mi casa, y aunque me fuera lejos nunca me
irìa de aquì, donde las raìces se hunden
entre tumbas y el rìo Oria le repite a mi sangre, para
siempre, una vieja ronda familiar" .
Notas
- Mujica Làinez, Manuel: Los
Porteños. Buenos Aires, La Ciudad, 1979. - Mujica Làinez, Manuel: Placeres y fatigas
de los viajes. Crònicas andariegas. Buenos Aires,
Sudamericana, 1993.
JOSE
GONZALEZ CARBALHO: LA "PATRIA ANTERIOR"
Aunque José González Carbalho fue un
escritor notable, es muy difícil encontrar información sobre su vida y sobre su obra.
La que transcribimos nos la ha proporcionado Antonio Requeni,
autor de "Un poeta arxentino en Galicia: González
Carbalho" (1). Leyendo este interesante trabajo nos enteramos
de que el hijo de emigrantes gallegos nació en Buenos
Aires en 1899. Huérfano de madre, fue criado por su padre,
su hermana y una sirvienta gallega, a la que recuerda como "un
ser que desbordó en ternura y que sacrificó todos
sus afanes por el niño huérfano. Historias y
leyendas que
después hallé en los libros, salían de sus
labios para dormirme. Su generoso amor, su
entrega incondicional a mi educación para luego
alejarse, sabiéndome criado, acreditaban la nobleza de un
elegido".
Dos experiencias lo marcarían en sus primeros
años: la lectura de las Follas novas que le dio su
padre –"Aquella criatura, arrullada en sus primeros
años con canciones de cuna gallegas, entraba en un
país mágico de palabras y ritmos de la mano de un
hada también gallega: Rosalía de Castro"- y las
reuniones del emigrante con sus amigos recién llegados de
Galicia, "envuelta ya para el niño en líricas
nieblas de leyenda. Aquellas demoradas conversaciones de
sobremesa impregnaban su imaginación con fragancias
campestres o marineras; acariciaban sus oídos con música de ese idioma
como arrullo que lo adormeciera y que, años
después, le abrió las puertas de la poesía,
territorio mágico del que sería, para siempre,
fervoroso habitante".
"El niño se hizo hombre y, leal a su
vocación y a sus sueños, escribió libros de
poemas que
encontraron eco auspicioso entre los más importantes
escritores del momento: Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Pedro
Miguel Obligado… Sus temas eran el barrio, la casa, la hermana
entrañable, los amigos, el amor, la
ternura, y una franciscana religiosidad".
El titiritero Javier Villafañe recuerda la
amistad de Carbalho con Lorca: "Yo tenía entonces 24
años. Iba caminando por la Avenida de Mayo; esta vieja
calle era muy transitada por escultores y poetas de la
época. Seguí mi caminata, cuando me encuentro con
Pepe González Carvalho –amigo de Kantor- y con la
hija de otro amigo. Nos detenemos y me presenta a Federico
García Lorca. A la altura de la Avenida de Mayo y
Santiago del Estero, frente al Pasaje Barolo, entramos los cuatro
en un bar. Pepe, que en ese entonces era periodista de
Noticias Gráficas –periódico
de la tarde- se hizo muy amigo de Federico. Conversamos mucho y
Pepe, que conocía mi actividad con Juan Pedro Ramos, le
habló de ella a Federico, quien escuchaba con mucha
atención. (…) Luego de cinco largos meses de permanencia
en Buenos Aires, Federico García Lorca regresa a
España, y pasado un tiempo todavía envía
correspondencia a González Carvalho" (2).
Fue asimismo profesor de literatura española en
el Colegio Nacional Hipólito
Yrigoyen, y autor de libros de poesía
–Campanas en la tarde (1922), Cantados
(1933.Premio Municipal), entre otros-, prosa –El libro
de Angel Luis (cuentos, 1926), Vida, obra y muerte de
Federico García Lorca (1938) y otros-, teatro
–Arrabal de Carriego, Cornamusa– y ensayo
–Idioma y poesía gallega, 1953.
Falleció en Buenos Aires, en 1958. "Mientras se
vestía para dirigirse a la escuela nocturna donde era
profesor de literatura -recuerda Requeni-, su corazón se
detuvo. Yo llegué apenas una hora después y nunca
se me borrará la imagen de aquel ser excepcional,
pulcramente vestido y afeitado –como lo viera siempre-
inmóvil, sobre la cama, (…) Yo no estaba en condiciones
de pensar absolutamente nada en ese momento, pero al transcurrir
el tiempo y recordar aquella escena estremecedora, tuve la misma
reflexión de González Carbalho ante otras
sugestivas imágenes:
‘parecía un tema de Rosalía’
".
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