- Tipos de
inflación - Historia
- Causas
- Efectos
- Medidas de
estabilización - Las causas de
la inflación - Costos de la
inflación - El
significado y la medición de la
inflación - Producto interno
bruto - Conclusiones
- Bibliografía
INTRODUCCIÓN:
Inflación y deflación, en Economía,
término utilizado para describir un aumento o una
disminución del valor del
dinero, en
relación a la cantidad de bienes y
servicios que
se pueden comprar con ese dinero.
La inflación es la continua y persistente subida
del nivel general de precios y se
mide mediante un índice del coste de diversos bienes y
servicios. Los aumentos reiterados de los precios erosionan el
poder
adquisitivo del dinero y de los demás activos
financieros que tienen valores fijos,
creando así serias distorsiones económicas e
incertidumbre.
La inflación es un fenómeno que se produce
cuando las presiones económicas actuales y la
anticipación de los acontecimientos futuros hacen que la
demanda de
bienes y servicios sea superior a la oferta
disponible de dichos bienes y servicios a los precios actuales, o
cuando la oferta disponible está limitada por una escasa
productividad
o por restricciones del mercado. Estos
aumentos persistentes de los precios estaban,
históricamente, vinculados a las guerras,
hambrunas, inestabilidades políticas
y a otros hechos concretos.
La deflación implica una caída continuada
del nivel general de precios, como ocurrió durante la Gran
Depresión de la década de 1930;
suele venir acompañada por una prolongada
disminución del nivel de actividad económica y
elevadas tasas de desempleo. Sin
embargo, las caídas generalizadas de los precios no son
fenómenos corrientes, siendo la inflación la
principal variable macroeconómica que afecta, actualmente,
tanto a la planificación privada como a la
planificación pública de la
economía.
TIPOS
DE INFLACIÓN:
Cuando la subida de los precios sigue una tendencia
gradual y lenta, con una media anual de unos pocos puntos
porcentuales, no se considera que esta inflación sea una
seria amenaza para el progreso económico y social. Puede
incluso llegar a estimular la actividad económica: la
sensación de que la renta personal
está creciendo por encima de la productividad puede
estimular el consumo; la
inversión en la compra de viviendas puede
aumentar, al anticiparse la apreciación futura de los
precios; la inversión de las empresas de
negocios en
fábricas y maquinaria puede crecer, puesto que los precios
aumentan por encima de los costes, y los individuos, las empresas
y los gobiernos que piden prestado descubren que pagarán
los préstamos con dinero que tendrá un menor poder
adquisitivo, por lo que tendrán un mayor incentivo para
pedir dinero prestado.
Más preocupante resulta el crecimiento de la
inflación que implica mayores subidas de precios, con
medias anuales entre el 10 y el 30% en algunos países
industrializados, e incluso del cien por cien en algunos
países en vías de desarrollo. La
inflación crónica tiende a perpetuarse, aumentando
aún más a medida que las distorsiones
económicas y las expectativas pesimistas se van
acumulando.
Para hacer frente a esta inflación crónica
se frenan las actividades normales de la economía: los
consumidores compran bienes y servicios para evitar los precios
futuros; la especulación sobre la propiedad
aumenta; las empresas se centran en inversiones a
corto plazo; los incentivos para
ahorrar, adquirir pólizas de seguros, planes
de pensiones, o bonos a largo
plazo son menores puesto que la inflación erosiona su
rentabilidad
futura; los gobiernos aumentan sus gastos corrientes
anticipándose a menores ingresos en el
futuro; los países que dependen de sus exportaciones
pierden ventajas competitivas en el comercio
internacional, lo que les obliga a emprender medidas
proteccionistas y controles de la unidad monetaria
arbitrarios.
Bajo su forma más extrema, los aumentos
persistentes de los precios pueden convertirse en lo que se
denomina hiperinflación, provocando la crisis de todo
el sistema
económico. La hiperinflación que se produjo en
Alemania tras
la I Guerra Mundial,
por ejemplo, provocó que la cantidad de dinero en
circulación aumentara más de siete mil millones de
veces, y que los precios se multiplicaran por más de diez
mil millones en 16 meses antes de noviembre de 1923. Otros
ejemplos de hiperinflación son los fenómenos que se
produjeron en Estados Unidos y
en Francia a
finales del siglo XVIII; en la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) y en Austria tras la I
Guerra
Mundial; en Hungría, China y
Grecia tras la
II Guerra Mundial; y en algunos países en vías de
desarrollo en los últimos años. Esta
situación fue particularmente intensa en algunos
países de América
Latina, como México,
Argentina o Brasil, a partir
de la década de 1960. Cuando se produce una
hiperinflación, el crecimiento del dinero y de los
créditos aumenta de forma explosiva,
destruyendo los vínculos con los activos reales y
obligando a volver a complejos acuerdos de trueque. A medida que
los gobiernos intentan hacer frente a los pagos de los programas de
gasto incrementados, expandiendo la demanda, la
financiación inflacionista de los déficit
presupuestarios distorsiona la estabilidad económica,
social y política.
Una forma de inflación de importancia
histórica fue la que se produjo en la época del
bimetalismo y del patrón oro que
consistía en la deflación monetaria cuando el
gobernante reducía la cantidad de metal precioso que
llevaban las monedas. Esta actuación permitía
asegurar al Estado
beneficios a corto plazo, puesto que éste podía
utilizar la misma cantidad de metales preciosos
para acuñar más monedas, pero, a largo plazo, esto
aumentaba el nivel general de precios debido a la ley de Gresham
según la cual "el dinero malo
desplaza al bueno". Estas deflaciones monetarias solían
deberse a los esfuerzos bélicos de los gobiernos, lo cual
explica parcialmente la correlación de la inflación
con la inestabilidad política. La entrada de plata en
Europa
proveniente del Nuevo Mundo en el siglo XVI también se
asocia con los aumentos graduales de los precios que se
produjeron en aquella época, cuando el valor de los
metales preciosos tendía a disminuir, pero esta teoría
no es aceptada de forma general. En la actualidad, los gobiernos
hacen lo mismo cuando emiten más dinero del necesario, o
cuando, de cualquier otra forma, modifican el valor del
dinero.
HISTORIA:
Los ejemplos de inflación y deflación son
numerosos a lo largo de la historia, pero no hay
registros
fiables para medir las oscilaciones de los niveles de precios
antes de la edad media.
Los historiadores económicos afirman que los siglos XVI y
XVII fueron periodos con alta inflación a largo plazo en
Europa, aunque las tasas medias anuales del 1 o 2% son tasas
despreciables en relación con las actuales. Los
principales cambios se produjeron durante la Guerra de Independencia
de Estados Unidos, cuando los precios aumentaron a tasas medias
del 8,5% mensual y durante la Revolución
Francesa, cuando los precios aumentaron en Francia a tasas
del 10% mensual. Estos breves periodos inflacionistas eran
seguidos de largos periodos en los que se alternaban las
inflaciones y deflaciones a nivel internacional, siempre
vinculadas a hechos económicos o políticos
concretos.
En relación con los patrones de inflación
que se han dado a lo largo de la historia, el periodo posterior a
la II Guerra Mundial se ha caracterizado por niveles de
inflación relativamente altos en muchos países y,
desde mediada la década de 1960, se ha mantenido, en casi
todos los países industrializados, una tendencia hacia la
inflación crónica. Por ejemplo, desde 1965 hasta
1978, el índice de precios al consumo en Estados Unidos se
ha situado en una tasa media anual del 5,7%, con un máximo
del 12,2% en 1974. En Gran Bretaña, la inflación
también alcanzó un máximo en 1974, a
raíz del alza de los precios del petróleo, que aumentaron a una tasa
superior al 25%. Otros países industrializados padecieron
alzas similares en sus niveles de precios, pero algunos
países como Alemania Occidental (actualmente parte de la
reunificada República Federal de Alemania) consiguieron
impedir que se produjera una inflación crónica.
Debido a la actual integración de las economías de la
mayoría de los países, la disparidad de inflaciones
refleja la relativa eficacia de las
distintas políticas económicas
nacionales.
Esta tendencia inflacionista desfavorable
consiguió revertirse en casi todos los países
industrializados a mediados de la década de 1980. Las
políticas fiscales de austeridad y las restrictivas
políticas monetarias emprendidas a principios de la
década, se combinaron con las drásticas
caídas de los precios del petróleo y
de los precios de los bienes para lograr que las tasas medias de
inflación descendieran hasta el 4%. Los países de
América
Latina, en su mayoría, experimentaron tasas de
inflación crecientes a partir de la segunda mitad de la
década de 1950. La variación anual del
índice de precios al consumo sufrió violentos
cambios en países como Argentina; desde el año 1975
hasta finales de 1980 pasó de un 43,5% a un 178,3%;
México en el año 1982 llegó a tener una
inflación del 58,9%; Perú, a partir de 1978, tuvo
una inflación creciente alcanzando el 75,4% en 1981;
Brasil llegó al 105,6% el año 1981.
Página siguiente |