Su diferencia con el resto de las formas de
gobierno
El Gobierno
Islámico no se corresponde con ninguna otra de las
formas de
gobierno existentes. Por ejemplo, no es una tiranía,
en la cual la cabeza del Estado pueda
jugar arbitrariamente con las propiedades y vidas de las
personas, usándolas según sus deseos, condenando a
muerte a quien
quiere y enriqueciendo a quien quiere, mediante la
concesión de tierras y la distribución de propiedades y pertenencias
del pueblo.
El Más Noble Mensajero, el Emir de los Creyentes
y el resto de los otros califas, no tuvieron poderes semejantes,
el gobierno islámico no es tiránico ni absoluto,
sino "constitucional". Pero no constitucional en el
sentido corriente de la palabra, es decir, basado en la
aprobación de las leyes de acuerdo
con la opinión de las mayorías. Es constitucional
en el sentido de que los gobernantes están sujetos a
ciertas condiciones en las tareas de gobierno y la
administración de su país, condiciones
recogidas en el Noble Corán y en la Sunnah del
Más Noble Mensajero.
Estas leyes y reglamentaciones conforman el conjunto de
condiciones que han de ser observadas y practicadas. Por lo
tanto, puede definirse el gobierno islámico como el
gobierno de las leyes divinas sobre los hombres.
La diferencia fundamental entre el gobierno
islámico y las monarquías constitucionales y
repúblicas es ésta: en el Islam, el
poder
legislativo y la competencia para
el establecimiento de las leyes pertenece en exclusiva a Dios
Todopoderoso, mientras que en otras formas de gobierno, son los
representantes del pueblo, o el monarca, quienes establecen la
legislación. El único poder
legislativo en el Islam es su Sagrado Legislador. Ningún
otro tiene el derecho a legislar y ninguna otra ley puede
ejecutarse, excepto la del Legislador Divino.
Por ello, en un gobierno islámico, un simple
cuerpo planificador ocupa el lugar de la Asamblea Legislativa,
que es una de las tres ramas del estado. Este cuerpo
diseña los programas para
los distintos ministerios a
la luz de las
normas del
Islam y determina cómo establecer los servicios
públicos para todo el país.
El cuerpo de leyes islámicas existentes en el
Corán y en la Sunnah, ha sido aceptado y reconocido
como digno de ser obedecido por todos los musulmanes.
Consentimiento y aceptación que facilitan la tarea de
gobernar y la hacen propiedad real
del pueblo.
Por el contrario, en una república o monarquía constitucional, los que
manifiestan ser representantes de la mayoría del pueblo,
pueden hacer una ley sobre cualquier cosa que deseen e
imponérsela a éste.
El gobierno islámico es un gobierno de derecho.
En esta forma de gobierno, la soberanía pertenece sólo a Dios y la
ley es Su Decreto y Orden. La ley del Islam, o las Órdenes
Divinas, tiene autoridad
absoluta sobre todos los individuos y sobre el gobierno
islámico. Todos, incluido el Más Noble Mensajero y
sus sucesores, están sujetos a la ley y así
permanecerá por toda la eternidad. Es la ley que ha sido
revelada por Dios Todopoderoso y Altísimo y expuesta en el
Corán por el Más Noble Mensajero.
Si el Profeta asumió el califato de Dios sobre
la tierra, fue
de acuerdo con la orden divina. Dios Todopoderoso y
Altísimo le designó como su representante, el
representante de Dios sobre la tierra; él no
estableció un gobierno por su propia iniciativa, para ser
el dirigente de los musulmanes. Igualmente, cuando fue evidente
que se producirían desacuerdos entre los musulmanes,
debido a su reciente y limitada adquisición de la fe, Dios
Todopoderoso encargó al Profeta, mediante la
Revelación, que clarificase inmediatamente el asunto de la
sucesión allí mismo en medio del desierto.
Así, el Más Noble Mensajero nombró al Emir
de los Creyentes, ‘Alî ibn Abi T·âlib su
sucesor, en conformidad y obediencia a la Ley; no porque fuera su
propio yerno o hubiese desempeñado algunos servicios,
sino actuando en consonancia con las leyes de Dios como
ejecutor.
El gobierno, en el Islam, significa adhesión a la
Ley. La Ley es quién únicamente gobierna la
sociedad.
Incluso los limitados poderes dados al Más Noble Mensajero
y a los gobernantes, les fueron conferidos por Dios. Cuando el
Profeta expuso un cierto asunto o promulgó un cierto
mandato, lo hizo obedeciendo la Ley Divina; una ley que todos
deben obedecer y a la que deben adherirse sin excepción.
La Ley Divina alcanza tanto al dirigente como al dirigido; la
única ley válida y de aplicación imperativa
es la Ley de Dios. La obediencia al Profeta es parte de Decreto
Divino, pues dice Dios:
y obedeced al Mensajero
[Corán, 4:59]
La obediencia a aquellos "investidos de
autoridad", está también basada en este Decreto
Divino:
y obedeced a los que ostentan autoridad de entre
vosotros
[Corán, 4:59].
Las opiniones individuales, incluso las del Profeta
mismo, no pueden interferir en asuntos de gobierno o Leyes
Divinas; en este asunto todos han de seguir la Voluntad
Divina.
El gobierno islámico no es una forma de
monarquía imperial. En esta forma de gobierno, los
gobernantes tienen poder sobre las propiedades y las personas de
aquellos sobre los que gobiernan y pueden disponer de ellos
totalmente conforme a sus deseos.
El Islam no guarda la menor conexión con estas
formas y métodos de
gobernar. Por ello, encontramos que en el gobierno
islámico, a diferencia de las monarquías o
regímenes imperiales, no existe la menor señal de
grandes palacios, edificios opulentos, sirvientes y asistentes,
caballerizas privadas, ayudantes de campo y todas las
demás pertenencias características de las
monarquías, que consumen la mitad o más del
presupuesto
nacional. Así vivió el Profeta. El mismo modelo de vida
fue mantenido hasta el advenimiento del período Omeya. Los
dos primeros gobernantes tras el Profeta se sumaron a su ejemplo
en la conducta externa
de sus vidas personales, a pesar de que en otros asuntos
cometieron errores que propiciaron las graves desviaciones que
tuvieron lugar en tiempos de ‘Uzmân (Tercer califa)
las mismas desviaciones que nos han provocado las desgracias de
los tiempos presentes.
En tiempos del Emir de los Creyentes el sistema de
gobierno fue corregido y se siguió una forma y un método
adecuado de gobernar. A pesar de que este hombre
excelente gobernó un amplio territorio que incluía
Irán, Egipto, Arabia
Occidental (H·iyyaz) y el Yemen entre sus provincias,
vivía con mayor frugalidad que el más pobre de
nuestros estudiantes. De acuerdo con un
h·adîz, una vez compró dos camisas y
encontrando una de ellas mejor que la otra, dio la mejor a su
sirviente Qambar, quedándose él la otra y como las
mangas le quedaban demasiado largas, cortó el trozo que
sobraba y se la puso. Así se vestía el gobernante
de una gran nación,
próspera y populosa.
Si esta manera de conducirse se hubiera mantenido y el
gobierno hubiera conservado su forma islámica, no
habrían existido la monarquía, ni el imperio, ni la
usurpación de vidas y propiedades del pueblo, ni
opresión, ni saqueo, ni abuso del Tesoro Público,
ni vicio, ni abominación. La mayoría de las formas
de corrupción
tuvieron su origen en la clase
dirigente, la tiránica familia
gobernante y los libertinos asociados a ella. Son estos
gobernantes quienes establecen centros de vicio y corrupción, quienes construyen bases de
prostitución y bares para beber vino, y
quienes gastan el dinero de
los impuestos
religiosos en construir cines.
Si no fuese por esas licenciosas ceremonias reales, ese
despilfarro, esa constante malversación, el presupuesto
nacional nunca hubiera acusado el déficit que nos obliga a
someternos ante América
y la banca
internacional pidiendo ayudas y préstamos. Nuestros
países ha devenido necesitado por culpa de este
despilfarro y malversación, pero ¿Acaso carecemos
de petróleo, de minerales, de
recursos
naturales? Tenemos de todo, pero este parasitismo, esta
malversación, este despilfarro, todo ello a expensas del
pueblo y del Tesoro Público, nos ha reducido a esta
desdichada situación. Si no fuera así, él
(el Shâh) no necesitaría ir tras
América e inclinarse ante el despacho de tales rufianes
suplicando ayuda.
Además, las burocracias superfluas y los
métodos de papeleo y organización que las refuerzan -todo ello
extraño al Islam-, suponen gastos
adicionales al presupuesto nacional, en cantidad no menor que los
gastos ilícitos de la primera categoría arriba
mencionados. Este sistema administrativo es ajeno al Islam. Estas
formalidades superfluas, que sólo originan a nuestro
pueblo gastos, problemas y
demoras, no tienen cabida en el Islam. Por ejemplo, el
método establecido por el Islam para defender los derechos de la gente,
solucionar los pleitos y ejecutar las sentencias es muy sencillo,
práctico y expeditivo. Si los métodos
jurídicos del Islam fuesen aplicados, el juez de la
Shar’îah en cada ciudad, asistido
únicamente por un par de alguaciles con solamente una
pluma y un cuaderno a su disposición, resolvería
rápidamente los conflictos
entre las gentes, devolviéndoles a sus ocupaciones. En
cambio ahora,
la burocrática organización del Ministerio de
Justicia ha
alcanzado unas proporciones inimaginables y es, además,
incapaz de ofrecer resultados.
Condiciones que ha de reunir el
gobernante
La calificación básica para los
gobernantes deriva directamente de la naturaleza y
forma del gobierno islámico. Además de las
cualidades usuales, tales como inteligencia y
dedicación, hay otras dos cualidades
esenciales:
1º Conocimiento
de la Ley
2º Justicia.
Tras la muerte del
Profeta, aparecieron diferencias sobre quién
debería ser la persona que
habría de sucederle, pero todos los musulmanes estaban de
acuerdo en que su sucesor debería ser una persona
virtuosa; el desacuerdo se producía únicamente en
torno a la
identidad de
quién debería sucederle.
1º.- Puesto que el gobierno islámico es el
gobierno de la ley, el
conocimiento es necesario, no sólo para el gobernante,
sino para cualquiera que ejerza un cargo o función
gubernamental. El gobernante, de todos modos, debe superar a
todos los demás en conocimiento. En las disposiciones
sobre el derecho del Imamato, nuestros Imames también
argumentan que el gobernante debe ser más conocedor que
ningún otro.
Las objeciones establecidas por los sabios
shî’i van en el mismo sentido. Cuando le
preguntaron al califa un determinado aspecto de la ley,
éste no supo responder; él era, por tanto, indigno
del califato y del Imamato. Otra vez realizó actos
contrarios a las leyes del Islam, por tanto no era digno del
Imamato.
El conocimiento de la ley, y la justicia por tanto,
constituyen cualidades fundamentales desde el punto de vista de
los musulmanes.
Otras materias no tiene la misma importancia o
relevancia al respecto. El conocimiento de la naturaleza de los
ángeles, por ejemplo, o de los atributos del Creador
Altísimo y Todopoderoso, no son relevantes en la
cuestión del liderazgo. De
la misma forma, alguien que conoce todas las ciencias
naturales, descubre los secretos de la naturaleza, o posee un
gran conocimiento musical, no está por ello cualificado o
posee preferencia para el ejercicio del gobierno, sobre otro que
conoce las leyes y es justo. Las únicas materias
relevantes para gobernar, aquellas que fueron mencionadas y
discutidas en tiempos del Más Noble Mensajero y de
nuestros Imames y que fueron además unánimemente
aceptadas por los musulmanes, son:
1. La buena formación del gobernante o califa y
su conocimiento de las reglas y disposiciones del
Islam.
2. Su justicia y excelencia en cuestiones morales y de
fe.
La razón dicta también la necesidad de
estas cualidades, porque el Gobierno Islámico es el
gobierno de la Ley, no de las leyes arbitrarias de un individuo
sobre la gente, o de un grupo de
individuos sobre el conjunto de la población. Si el gobernante es ignorante
del contenido de la ley, no es adecuado para gobernar; pues si
sigue los pronunciamientos legales de otros, su poder de gobernar
se degradará y si no sigue guía alguna, será
incapaz de gobernar correctamente y de aplicar las leyes del
Islam.
Es un principio establecido que "el faqîh
tiene autoridad sobre el gobernante". Si el gobernante sigue el
Islam debe, necesariamente, someterse a la autoridad del
faqîh, preguntándole sobre las leyes y
regulaciones del Islam, para aplicarlas. Por tanto, los
verdaderos gobernantes son los fuqahâ' mismos y el
gobierno debe ser de ellos oficialmente, para que ellos puedan
ejercerlo, y no de aquellos que están obligados a seguir
la guía de los fuqahâ' a causa de su propia
ignorancia de la ley.
Desde luego, no es necesario para todos los
funcionarios, gobernadores provinciales y administradores,
conocer la ley islámica completamente y ser
fuqahâ', es suficiente con que conozcan las leyes
relativas a sus funciones y
deberes. Así fue en tiempos del Profeta y del Emir de los
Creyentes. La mayor autoridad debe poseer las dos cualidades
mencionadas -amplio conocimiento y justicia- pero sus ayudantes,
funcionarios y delegados enviados a las provincias, solamente
necesitan conocer las leyes concernientes a sus propios cargos;
en el resto de los temas deberán consultar con el
gobernante.
El gobernante debe estar en posesión de una
moral y fe
excelentes; debe ser justo y estar libre de pecados. Cualquiera
que desee aplicar las sanciones previstas en el Islam, supervisar
el tesoro público y los impuestos y gastos estatales, y
asumir el mandato divino de administrar los asuntos de sus
criaturas, no debe ser un pecador.
Dice Dios en el Corán:
Mi Alianza no incluye a los opresores
[Corán, 2:124]
Por tanto, Él no asigna tales tareas a un opresor
o pecador. Si el gobernante no garantiza a los musulmanes sus
derechos con justicia, no puede dirigirlos con equidad,
recoger impuestos y gastarlos adecuadamente o aplicar el código
penal correctamente. Se posibilitará entonces que sus
asistentes, ayudantes o confidentes, impongan sus deseos sobre la
sociedad, gastando el tesoro público en asuntos personales
y frívolos.
Por ello, el punto de vista shî’i
sobre el gobierno, y la naturaleza de las personas que deben
asumir su dirección, fue claro desde el momento de la
muerte del Profeta hasta el tiempo de la
Ocultación del duodécimo Imam.
Se especifica que el gobernante debe ser virtuoso y
sabio en el conocimiento de las leyes y regulaciones del Islam y
justo en su aplicación.
Condiciones del gobernante en la época
de la Ocultación
Ahora, en tiempos de la Ocultación del Imam,
sigue haciéndose necesario que las reglamentaciones sobre
el gobierno islámico sean protegidas y mantenidas, y se
prevenga así la anarquía. Por tanto, el
establecimiento de un gobierno islámico continua siendo
una necesidad.
También la razón indica que debemos
establecer un gobierno, de cara a posibilitar una defensa ante
las agresiones y proteger el honor de los musulmanes en caso de
ser atacados. La Shar’îah por su parte, nos
enseña a estar permanentemente preparados para defendernos
de aquellos que desean agredirnos. El gobierno, con sus
órganos judiciales y ejecutivos, es también
necesario para proteger a los individuos del abuso de cualquier
otro de sus derechos.
Ninguna de estas acciones puede
ser ejecutada por si misma; es necesario establecer un gobierno.
Para el establecimiento de un gobierno y la necesaria administración de la sociedad se ha de
disponer de presupuestos e
impuestos, por ello el Sagrado Legislador ha especificado la
naturaleza de estos presupuestos y de los impuestos que deben ser
recaudados, tales como jarây, jums,
zakât y otros.
Ahora, que Dios no ha designado ningún individuo
en particular para asumir la tarea del gobierno en el
período de la Ocultación ¿Qué debemos
hacer? ¿Debemos abandonar el Islam? ¿Ya no lo
necesitamos más? ¿Fue el Islam válido
sólo para doscientos años?, ¿O es
quizás que el Islam ha aclarado nuestras obligaciones
respecto a otros asuntos pero no en relación con el tema
del gobierno?.
No tener un gobierno islámico supone dejar
nuestras fronteras indefensas ¿Podemos cruzarnos de brazos
mientras nuestros enemigos hacen lo que quieren? Incluso sin que
aprobásemos lo que hacen, estaríamos fallando, al
no dar una respuesta efectiva ¿Es éste el camino
adecuado?. O, por el contrario, ¿Todavía es
necesario que exista un gobierno y la función de gobernar,
que existió desde el principio del Islam hasta el tiempo
del Duodécimo Imam, es todavía un mandato de Dios
tras la Ocultación, a pesar de que Él no ha
designado a ningún individuo en particular para esa
tarea?
La Regencia del Sabio
Las dos cualidades, conocimiento de la ley y justicia,
están presentes en numerosos fuqahâ' de la
actualidad. Si se uniesen, podrían establecer un gobierno
de justicia universal en el mundo entero.
Si un individuo valioso, en posesión de estas dos
cualidades, surgiera y estableciera un gobierno, poseería
la misma autoridad que el Más Noble Mensajero en la tarea
de administrar la sociedad, y sería obligatorio para todos
obedecerle.
La idea de que el poder gubernamental del Más
Noble Mensajero era mayor que el que poseía el Emir de los
Creyentes, o que los poderes de éste eran mayores que los
del faqîh, es errónea. Naturalmente que las
virtudes del Más Noble Mensajero fueron mayores que las
del resto de los seres humanos; y tras él, el Emir de los
Creyentes fue la persona más virtuosa del mundo. Pero la
superioridad de las virtudes espirituales no confiere un
incremento en los poderes gubernamentales.
Dios ha establecido los mismos poderes y autoridad para
un gobierno en los tiempos actuales que para el ejercido por el
Más Noble Mensajero y los Imames, en relación con
el equipamiento y movilización del ejército,
nombramiento de gobernadores y funcionarios y recaudación
de impuestos o su uso en beneficio de los musulmanes. Ahora bien,
en cualquier caso, no es el problema de una persona en
particular; el gobierno debe recaer sobre quienes poseen las
cualidades de gobierno: conocimiento y
justicia.
Regencia por delegación o
tutoría
Cuando decimos que, tras la Ocultación, el
faqîh justo tiene la misma autoridad que el
Más Noble Mensajero y los Imames tenían, no estamos
suponiendo que el faqîh posea idéntico rango
espiritual que ellos. Aquí no estamos hablando de rango
espiritual, sino de obligaciones. Por autoridad entendemos
gobierno, la administración del país y la
aplicación de las sagradas leyes de la
Shar’îah.
Esto constituye una pesada e importante responsabilidad, pero no supone adquirir
ningún rango espiritual extraordinario, o eleva al
individuo en cuestión por encima del nivel de resto de los
mortales. En otras palabras, autoridad aquí
significa gobierno, administración y ejecución de
la ley; a diferencia de lo que muchos creen, no es un privilegio,
sino una grave responsabilidad. La Wilâiat
ul-Faqîh (Gobierno Islámico) es una
cuestión formal, racional; existe solamente como una clase
de elección, como la elección de un tutor para un
menor. Respecto al deber y la posición no existe, de
hecho, diferencia entre el guardián de una nación
o el tutor de un menor. Es como si el Imam hubiera elegido a
alguien para la custodia de un menor, para el gobierno de una
provincia o para cualquier otro cargo. En casos así, no
sería razonable que existieran diferencias entre el
Profeta y los Imames por un lado y el faqîh justo
por otro.
Por ejemplo, una de las cuestiones que el
faqîh debe atender es la aplicación de las
leyes penales del Islam ¿Puede existir diferencia entre el
Más Noble Mensajero, el Imam y el faqîh al
respecto? ¿Puede el faqîh decretar menos
latigazos por ser menor su rango?. El castigo para el fornicador
es de cien latigazos, pero si es Profeta quien aplica el castigo
¿Podrá infringir ciento cincuenta, el Emir de los
Creyentes cien y el faqîh cincuenta? El gobernante
supervisa el poder
ejecutivo y tiene el deber de aplicar las Leyes de Dios, no
hay diferencia si él es el Más Noble Mensajero, el
Emir de los Creyentes, el representante o el juez que él
haya elegido para Basora o Kufa, o un faqîh de los
tiempos actuales.
Otras de las responsabilidades del Más Noble
Mensajero y del Emir de los Creyentes, fue la recaudación
de impuestos –jums, zakât,
yizîah y jarây sobre las tierras
imponibles -. Pues bien, cuando el Profeta de Dios recaudaba el
zakât ¿Cuánto recaudaba? ¿Un
décimo aquí y un veinteavo allá?
¿Cómo procedió el Emir de los Creyentes
cuando llegó a ser gobernante? Y si, ahora uno de nosotros
llega a ser el mayor faqîh de su tiempo y puede
ejercer su autoridad, ¿Qué hará? En estos
asuntos ¿Puede haber diferencia alguna entre la autoridad
del Más Noble Mensajero, la de ‘Alî y la del
faqîh?
Dios Todopoderoso eligió al Profeta como
autoridad sobre todos los musulmanes. Mientras vivió la
ejerció sobre todos, incluido ‘Alî.
Posteriormente, el Emir fue Imam sobre todos los musulmanes,
incluso sobre su propio sucesor; su mandato como gobernante era
válido para todos y podía designar y destituir
jueces y gobernadores.
La autoridad que el Profeta de Dios y el Imam
tenían para establecer un gobierno, ejecutar leyes y
administrar asuntos, existe también para el
faqîh. Excepto que los fuqahâ' no tiene
en absoluto autoridad para designar o destituir al resto de los
fuqahâ' de su tiempo. No existe rango
jerárquico de un faqîh sobre otro, o uno
posee más autoridad que otro.
Ahora que esto ha quedado establecido, es necesario que
los fuqahâ' procedan, colectiva o individualmente, a
establecer un gobierno que aplique las leyes del Islam y proteja
su territorio. Si esta tarea recae sobre una sola persona, le
corresponderá la obligación personal de
llevarla a cabo; en caso de no existir, tal responsabilidad recae
sobre los fuqahâ' en su conjunto. Incluso, si no es
posible cumplir con esta obligación, su responsabilidad y
autoridad no queda abolida, pues están investidos de ella
por Dios. Si pueden, deben recaudar los impuestos, tales como el
jums, el zakât, el yizîah y el
jarây, usándolos en beneficio de los
musulmanes, y deben también aplicar los castigos que
prevé la ley.
El hecho de que actualmente no seamos capaces de
establecer un gobierno completo, no significa que podamos
mantenernos desocupados. En lugar de eso, debemos aplicar, tanto
como nos sea posible, las funciones que un gobierno
islámico debe asumir.
Regencia natural
Probar que el gobierno y la autoridad pertenecen al
Imam, no implica que el Imam carezca de un estatus espiritual. El
Imam posee, por supuesto, cierta dimensión espiritual que
es algo independiente de su función como gobernante. El
estatus espiritual del Imam es el de representante divino en
el universo,
como algunas veces los Imames mismos han señalado. Es una
representación que abarca toda la creación, en
virtud de la cual, todos los átomos del universo se
someten ante el Walî ul-Amr. Esta es una de las
creencias básicas en nuestra escuela, el que
nadie puede alcanzar el estatus espiritual de los Imames, ni
siquiera los querubines o los Profetas.
En efecto, de acuerdo con los
ah·âdîz que nos han llegado, el
Más Noble Mensajero y los Imames existían desde
antes de la creación del mundo en forma de luces situadas
bajo el Trono Divino; eran superiores a los otros hombres,
incluso en el esperma con el que fueron engendrados y en su
composición física.
Su alto maqam está solamente limitado por
la Voluntad Divina, como indica el dicho de Gabriel recogido en
los ah·âdîz del
Mi’rây:
"Si me hubiera acercado algo más, como el
ancho de un dedo, seguro hubiera
ardido"..
El Profeta mismo dijo:
"Nosotros tenemos un status ante Dios que
está por encima de el de los querubines y los
Profetas".
Es parte de nuestra creencia que los Imames disfrutaban
también de estados semejantes, incluso antes de que la
cuestión del gobierno hubiera surgido. Por ejemplo,
Fât·imah también poseía este estado,
como narran los ah·âdîz, a pesar de que
ella no fue gobernante, dirigente o juez.
Tales estados, son algo diferente de la función
de gobernar. Por eso, cuando decimos que Fât·imah,
no era juez ni gobernante, no significa que ella sea como
tú o yo, o que no tenga superioridad espiritual sobre
nosotros. Igualmente, si alguien, de acuerdo con el Corán,
dice:
El Profeta posee mayores derechos sobre los creyentes
que ellos mismos sobre sus personas. [Corán,
33:6]
Está atribuyéndole algo más elevado
que su derecho a gobernar a los creyentes. No examinaremos estas
materias aquí, pues pertenecen al área de otra
ciencia.
El gobierno como instrumento para la
realización de elevados objetivos
Asumir la función de gobierno no lleva
implícito ningún mérito o estatus
particular; más bien significa la obligación de
aplicar la ley y establecer el concepto
islámico de justicia. El Emir de los Creyentes dijo a Ibn
‘Abbâs, (‘Abd ul-lah ibn ‘Abbâs
ibn ‘Abd al-Mut·alib (de 3 años antes de
la Hégira al 68 H.) hijo del tío del Mensajero y de
‘Alî. Es conocido como Ra'îs al
Mufassirîn y como H·ibr al-'Ummah. Es de
los seguidores y comandantes del ejercito de ‘Alî en
las batallas de Yamal, S·iffîn y
Nahrawân) refiriéndose a la naturaleza de gobernar y
dirigir: "¿Cuanto vale la tira de esta sandalia?",
Ibn ‘Abbâs replicó: "¡Nada!,"
entonces el Emir de los Creyentes le dijo:
"Gobernar sobre vosotros es todavía de menos
valor a mis
ojos, excepto por una cosa, que mediante el gobierno y la
dirección sobre vosotros puedo establecer lo correcto,
es decir, las leyes y el orden islámico, y destruir el
error, es decir todas las leyes e instituciones opresivas".
La tarea de gobernar y dirigir es sólo un
instrumento y si ese instrumento no se emplea para el bien y para
conseguir nobles objetivos, no tiene valor alguno para los
hombres de Dios. Por ello, el Emir de los Creyentes dice en su
jut·bah (discurso,
alocución) recogido en el Nahy
ul-Balâgah:
"Si no fuese por la obligación que me ha
sido impuesta, que me fuerza a
asumir las tareas del gobierno, las
abandonaría."
Es evidente pues, que asumir las tareas de gobierno es
adquirir un instrumento y no una estación espiritual,
puesto que si gobernar fuera una estación espiritual nadie
sería capaz de usurparla o abandonarla. El gobierno y el
ejercicio del mando adquieren valor sólo cuando devienen
en instrumento para aplicar la ley islámica y establecer
el justo orden del Islam. La persona encargada de gobernar, puede
adquirir una posición espiritual más elevada y
méritos adicionales en el ejercicio correcto de esas
tareas.
Algunas gentes, cuyos ojos han quedado deslumbrados por
las cosas de este mundo, imaginan que el liderazgo y el gobierno
suponen en sí mismos dignidad y una
alta estación para los Imames, de manera que si otras
gentes accedieran al ejercicio del poder, el mundo se
colapsaría. Pero el Presidente ruso, el Primer Ministro
británico, el Presidente americano, todos ellos ejercen el
poder y ninguno de ellos es creyente. No son creyentes pero
tienen influencia y poder político, que usan para llevar a
cabo leyes antihumanas y políticas
que favorecen sus propios intereses.
Es deber de los Imames y de los fuqahâ'
justos usar las instituciones gubernamentales para aplicar la Ley
Divina, establecer el justo orden islámico y servir a la
Humanidad. El gobierno en sí no representa nada excepto
problemas y preocupaciones, pero ¿Qué pueden hacer?
Ellos han aceptado una responsabilidad, una tarea que llevar a
término; el Gobierno del Faqîh no es nada
más que el desempeño de una tarea y el
desempeño de un deber.
Los elevados objetivos del
gobierno
Cuando el Emir de los Creyentes explicaba por qué
asumió la tarea de gobernar y dirigir, declaró que
lo hacía por amor a ciertos
elevados propósitos, tales como el establecimiento de la
justicia y la abolición de la injusticia. En efecto,
dijo:
"¡Oh Dios! Tú sabes bien que no es mi
intención adquirir posición y poder, sino liberar
a los oprimidos de las manos de los tiranos. Lo que me impulsa
a aceptar las tareas de dirección y gobierno es lo
siguiente: Dios, Todopoderoso y Altísimo, ha precisado
un compromiso para los maestros de la religión y les ha
asignado el deber de no permanecer en silencio ante la
glotonería y la auto-indulgencia de los injustos y los
opresores, por un lado, y saciar el hambre de los oprimidos,
por otro."
También dijo:
"¡Oh Dios mío! Tú sabes bien
que los problemas que he afrontado no han sido por amor al
poder político ni por adquirir bienes
mundanos y riqueza abundante."
E inmediatamente aclaró la razón por la
cual él y sus compañeros habían luchado y se
habían esforzado:
"Antes bien, era nuestra meta restablecer y aplicar
los principios
luminosos de Tu religión y reformar la manera de
conducir los asuntos de Tu mundo para que tus siervos
oprimidos puedan ganar en seguridad y
Tus leyes, que han permanecido inaplicadas y en suspenso,
puedan establecerse y desarrollarse."
Cualidades necesarias para la realización de
estos objetivos
El gobernante que, mediante los órganos de
gobierno y el poder que está en sus manos, desea lograr
los elevados objetivos del Islam, los mismos objetivos dados a
conocer por el Emir de los Creyentes, debe poseer las cualidades
esenciales que hemos mencionado: conocer la ley y ser
justo.
El Emir de los Creyentes menciona, tras especificar los
objetivos de gobierno, las cualidades esenciales de un
gobernante:
"¡Oh Dios!, Yo fui el primero en volverme a
Ti y en aceptar tu Dîn tan pronto como escuché a
tu Mensajero, nadie me precedió en la oración
excepto el Mensajero mismo; y tú, ¡Oh pueblo!,
sabes bien que no es correcto que alguien vago y codicioso
obtenga poder y autoridad sobre el honor, la vida y los bienes
de los musulmanes, y sobre las leyes y los reglamentos
establecidos por ellos y su liderazgo. Más aún,
no debe ser injusto ni desagradable, para que la gente no rompa
su relación con él a causa de su opresión.
No debe ser temeroso de los otros gobiernos, buscando la
amistad de
algunos y tratando mal a otros por esa causa. Debe negarse a
aceptar sobornos cuando juzgue, para que no sean pisados los
derechos de los hombres y el reclamante reciba justicia. No
debe dejar la práctica del Profeta y de la Ley en el
olvido, permitiendo así que la Comunidad caiga
en el extravío y se destruya."
Daos cuenta de cómo este discurso gira en torno a
dos conceptos: Conocimiento y Justicia; y cómo el Emir de
los Creyentes los señala como cualidades básicas y
necesarias del dirigente. En la expresión: "No debe ser
ignorante y desconocedor de la ley, para que en su ignorancia no
confunda a la gente", el énfasis va sobre el
conocimiento, mientras que en las frases posteriores el
énfasis está puesto sobre la justicia, en su
verdadero sentido. El verdadero sentido de la justicia es que el
gobernante debe conducirse como el Emir de los Creyentes en sus
relaciones con otros Estados y en sus relaciones y transacciones
con el pueblo, dictando sentencias, emitiendo juicios, y
distribuyendo los ingresos
públicos. Dicho de otra manera, el dirigente debe
adherirse al programa de
gobierno que el Emir de los Creyentes entregó a
Mâlik Ashtar, ( Mâlik ibn H·âriz
Naja’î conocido como Mâlik Ashtar (m. en 38
H.) uno de los comandantes del ejército islámico.
Famoso por su valentía. En la batalla del camello y en
S·iffîn estuvo junto al Imam ‘Alî. Fue
designado por éste gobernador de Egipto, siendo envenenado
por Mu’âwîah. La carta de Imam
‘Alî a Mâlik Ashtar, cuando lo designó
gobernador de Egipto, ha pasado a la historia como un modelo de
la ética
del gobernar. Ver Nahy ul-Balâgah, carta 53. Una
traducción completa de la misma se
encuentra en Chittick, William, Una Antología
Shî’ita, Albany, 1980, pág. 68-82)
dirigida en realidad a todos los líderes y gobernadores,
pues es una especie de circular dirigida a todos los que ejercen
el mando. Si los fuqahâ' llegan a ser gobernantes,
deben también tomar en consideración sus
instrucciones.
El programa de
acción
para el establecimiento de un gobierno
islámico
Es nuestro deber trabajar por el establecimiento de un
Gobierno Islámico. La primera actividad que debemos
desarrollar al respecto es la difusión de nuestra causa.
Así es como hemos de comenzar.
Siempre ha sido de esta manera, en todas partes del
mundo; un grupo de personas se unen, deliberan, toman decisiones
y entonces comienzan a propagar sus objetivos; gradualmente el
número de gente simpatizante aumenta, hasta que
finalmente, devienen suficientemente fuertes como para
influenciar a un gran estado o incluso, para enfrentarse a
él y derrocarlo, como sucedió con la
destitución de Muh·ammad ‘Alî
Mîrzâî (Muh·ammad ‘Alî
Shâh (1289-1343 H.) hijo de Irshad Mud·affar
ul-Dîn Shâh Qâyâr y de Tây
ul-Mulûq, hija mayor de Mirzâ Taquî Jân
Amîr Kabîr. Durante su reinado, el ejercito
bombardeó el parlamento, mató a un grupo de
parlamentarios, exiló a otros y encarceló al resto.
Un año después, el 16 de Julio de 1909, fue
derrocado, pasando a vivir en el exilio y muriendo finalmente en
Italia (16
años más tarde) y la sustitución de su
monarquía absoluta por un gobierno constitucional. Tales
movimientos comienzan sin tropas ni poder armado a su
disposición, tienen siempre, primero, que recurrir a
propagar los objetivos del mismo.
El robo y la tiranía practicados por el
régimen serán condenados, y la gente despertada y
capacitada para comprender que el robo que se les ocasionaba era
incorrecto. Gradualmente se irá expandiendo el panorama de
su actividad hasta que llegue a abarcar a todos los grupos
sociales y la gente, consciente y activa, obtenga sus
objetivos.
Ahora no tenéis ni un país ni un
ejército, pero podéis desarrollar una actividad
propagandística y el enemigo no podrá privaros de
todos los medios
necesarios.
Desde luego, debéis enseñar a la gente las
materias relativas a la adoración, pero son importantes
los aspectos políticos, económicos y legales del
Islam. Estos son o pueden ser, los focos de nuestro interés.
Nuestra obligación es comenzar
esforzándonos nosotros mismos para establecer un verdadero
Gobierno Islámico. Debemos difundir nuestra causa entre la
gente, instruirles en ella y convencerles de su validez. Crear
una ola de propaganda y
pensamiento
hasta que surja una corriente social y, poco a poco, las masas
sean conscientes de sus obligaciones sociales y religiosas en la
creación de un orden islámico independiente, se
alcen y organicen un Gobierno Islámico.
Propaganda e instrucción pues, son nuestras dos
fundamentales y más importantes actividades. Es
obligación de los fuqahâ' difundir la
doctrina islámica e instruir a las gentes en los
presupuestos y reglamentaciones del Islam, de cara a preparar el
terreno para la aplicación de la ley islámica y el
establecimiento de las instituciones islámicas en la
sociedad.
En uno de los ah·âdîz que
hemos citado, habrán notado que se describe a los
sucesores -es decir a los fuqahâ'– del Más
Noble Mensajero "enseñando a la gente", es decir,
instruyéndoles en la religión.
Este deber es particularmente importante en las
presentes circunstancias, pues los imperialistas, los gobernantes
opresores y traidores, los judíos,
los cristianos y los materialistas, todos ellos están
intentando distorsionar las verdades del Islam y desviar el
liderazgo de los musulmanes.
Nuestra responsabilidad en la propagación e
instrucción es mayor que nunca. Vemos cómo
actualmente los judíos (que Dios los maldiga) se han
entrometido en el texto del
Corán y han realizado cambios en los ejemplares que ellos
mismos han impreso en los territorios ocupados. Es nuestro deber
impedir esta traidora manipulación en el texto del
Corán. Debemos protestar y hacer que el pueblo sea
consciente de que los judíos y sus apoyos extranjeros son
enemigos de los verdaderos fundamentos del Islam, y de que desean
establecer el dominio
judío en todo el mundo.
Como son un grupo insidioso y activo, temo que, Dios lo
impida, puedan un día alcanzar sus objetivos y que la
apatía manifestada por algunos de nosotros les permita en
algún momento poner a un judío
gobernándonos. Dios no permita que lleguemos a ver
jamás ese día.
Al mismo tiempo, un cierto número de
orientalistas, sirviendo como agentes secretos de las
instituciones imperialistas, se esfuerza activamente en
distorsionar y desnaturalizar las verdades del Islam. Los agentes
del imperialismo
están ocupados en cada rincón del mundo
islámico, arrastrando a nuestra juventud lejos
de nosotros con su corrupta propaganda. No los están
convirtiendo al Cristianismo o
al Judaísmo, los están corrompiendo,
haciéndoles irreligiosos e indiferentes, que es suficiente
para sus propósitos.
En la ciudad de Teherán existen ahora mismo
centros de propaganda maligna, dirigidos por la Iglesia, los
sionistas y la fe bahâ'i, con objeto de desviar a nuestra
gente y conseguir que abandonen las leyes y enseñanzas del
Islam ¿Acaso no tenemos el deber de destruir estos centros
que están dañando el Islam? ¿Es suficiente
para nosotros con poseer Nayaf únicamente? Actualmente, ni
siquiera poseemos Nayaf ¿Debemos contentarnos con
quedarnos sentados en Qom, lamentándonos o debemos
resucitar y actuar?
Vosotros, joven generación de las instituciones
religiosas, debéis incorporaros a la vida y mantener viva
la causa de Dios. Desarrollad y afinad vuestro pensamiento y
colocad a un lado vuestras preocupaciones por la minuciosidad y
sutileza de las ciencias
religiosas, porque tal clase de concentración en los
pequeños detalles os impedirán, a muchos de
vosotros, llevar a cabo vuestras obligaciones más
importantes. Venid en auxilio del Islam. Salvad el Islam.
Están destruyéndolo. Invocando las leyes del Islam
y el nombre del Más Noble Mensajero están
destruyendo el Islam. Los agentes, tanto los enviados desde el
extranjero por el imperialismo, como los nativos empleados por
ellos, se han diseminado por cada pueblo y región de
Irán y están desviando a nuestros niños y
jóvenes, los cuales podrían de otra manera, estar
algún día al servicio del
Islam. Ayudad a salvar a nuestra juventud de este peligro. Es
vuestro deber difundir entre las gentes el conocimiento religioso
que habéis adquirido e instruirlos en los temas que
habéis aprendido.
El sabio o faqîh, es siempre bendecido y
glorificado en los ah·âdîz, porque es
quien enseña a la gente las leyes, doctrinas e
instituciones propias del Islam y quien les instruye en la
sunnah del Más Noble Profeta. Ahora debéis
dedicar vuestras energías a las tareas de difusión
e instrucción, con objeto de que la gente conozca mejor el
Islam.
Es nuestro deber disipar las dudas que han creado sobre
el Islam. Hasta que no hayamos eliminado esas dudas de la mente
de la gente no seremos capaces de llevar nada adelante. Debemos
inculcar, en nosotros mismos, en la generación siguiente y
en la siguiente tras ella, la necesidad de disipar las dudas que
sobre el Islam han surgido en las mentes de muchas personas,
incluso entre la gente culta de entre nosotros, a consecuencia de
siglos de falsa propaganda. Debéis informar a la gente de
la visión del mundo, las instituciones sociales y la forma
de gobierno que propone el Islam, para que lleguen a saber lo que
es el Islam y lo que son sus leyes.
La obligación de las actuales instituciones de
enseñanza de Qom, Mashhad y otros sitios,
es exponer esta fe y esta escuela de pensamiento. Además
del Islam, debéis daros a conocer a la gente de todo el
mundo, así como a los auténticos modelos de
liderazgo y gobierno islámico. Debéis dirigiros en
particular a la gente universitaria, a las capas cultas. Los
estudiantes tienen los ojos abiertos. Yo os aseguro que si
presentáis el Islam y el Gobierno Islámico a los
universitarios con exactitud, los estudiantes le darán la
bienvenida y lo aceptarán. Los estudiantes son opuestos a
la tiranía, están contra los regímenes
títeres impuestos por el imperialismo, están contra
el robo y el saqueo del tesoro público, están
contra el consumo de lo
que está prohibido y de esta engañosa propaganda.
Pero ningún estudiante puede estar contra el Islam, cuya
forma de gobierno y enseñanzas son beneficiosas para la
sociedad. Los estudiantes están mirando hacia Nayaf,
pidiendo ayuda ¿Podemos quedarnos sentados, inactivos,
esperando que sean ellos quienes nos llamen a hacer el bien y
quienes nos exijan cumplir con nuestro deber? Nuestros
jóvenes en Europa nos
están llamando a hacer el bien, nos están diciendo:
"Hemos organizado asociaciones islámicas,
¡Ayudadnos!"
Es nuestra obligación llamar la atención de la gente sobre estos asuntos,
debemos explicarles cómo es la forma de gobernar en el
Islam y cómo se dirigía el gobierno en los primeros
tiempos de la historia del Islam. Contarles cómo el centro
del mando, y el sillón del poder judicial
que de él dependía, se llevaban desde un
rincón de la mezquita, en tiempos en que el Estado
Islámico abarcaba las riquezas de Irán, Egipto, el
H·iyyâz y el Yemen. Desgraciadamente, cuando el
gobierno pasó a manos de las siguientes generaciones, se
convirtió en una monarquía o en algo peor
aún.
El pueblo debe ser instruido en estas materias y ayudado
a madurar intelectual y políticamente. Debemos decirle
qué clase de gobierno deseamos, qué tipo de
personas podrán asumir las responsabilidades de los
asuntos, en el gobierno que nosotros proponemos, y qué
política y
programa seguirán.
El dirigente en una sociedad islámica, es una
persona que trata a su hermano ‘Aqil de tal manera, que
nunca más pedirá dinero extra
del tesoro público, para que así, no se produzca
discriminación entre los musulmanes y que
exige a su hija dar cuenta de los préstamos que ha
obtenido del tesoro público, diciendole: "Si no
devuelves esos préstamos, serás la primera mujer de los Banu
Hashim a quien se le corte la mano."
Esta es la clase de dirigente y gobernante que queremos,
un líder
capaz de poner en práctica la ley, por encima de sus
deseos e inclinaciones personales; que trate a todos los miembros
de la comunidad como iguales ante la ley; que rehuse favorecer de
cualquier manera, los privilegios o la discriminación; que coloque a su familia en
la misma posición que al resto de la gente; que corte la
mano de su hijo, si este comete un robo; que ejecute a su propio
hermano o hermana si trafica con heroína; y no uno que
ejecute a la gente por estar en posesión de diez gramos de
heroína, cuando su propia hermana dirige bandas de
delincuentes, que introducen la heroína en el país
por toneladas.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |