Cuando la sensibilidad recibe impresiones del primer
género
se dice que siente simplemente; cuando recibe las impresiones del
segundo género se dice que vuelve a sentir o que recuerda;
cuando recibe impresiones del tercer género se dice que
juzga; cuando recibe impresiones del cuarto se dice que desea o
quiere.
De este modo, percepción, memoria, juicio y
voluntad (esto es, todas las facultades humanas) se reducen a la
pura y simple sensibilidad. Tracy se separa de Condillac
solamente al suponer que la idea del mundo externo nace no de las
sensaciones táctiles, sino de las de movimiento
[…] De la relación entre las actividades
psíquicas y el organismo corpóreo trató,
sobre todo, Pedro Cabanis (1757-1808) en una obra titulada
precisamente Relaciones entre lo físico y lo moral del
hombre […]
Admitido el supuesto de Condillac de la reducción de
cualquier poder
psíquico a la sensibilidad, Cabanis pasa a considerar la
dependencia de la sensibilidad respecto del sistema
nervioso." (Abbagnano, 1994, pág. 198-199)
Vamos a acercarnos más a la escuela francesa:
"Durante el siglo XIX los psiquiatras se dedicaron a pulir la
identificación y clasificación de las enfermedades mentales. La
escuela francesa con Pinel, Esquirol, Georget, Leuret, Moreau de
Tours, Fovil, Morel, Lasègue, Magnan, Cotard, Falret, y
otros, sustentó sus teorías
en el trabajo
asistencial y la
investigación anatomoclínica: una vez bien
delimitados los síntomas de la patología mental,
trataban de encontrar su correlato somático en la anatomía
patológica. […]
Es recién hacia fines de 1700 cuando la
psiquiatría va afianzándose como una nueva disciplina
dentro de la medicina,
cuando comienzan a aparecer los primeros tratados sobre
las enfermedades mentales y se va abriendo paso una
concepción de tratamiento más humanitaria, desde el
inglés
Battie, 1751, hasta Pinel en Francia, 1793,
siendo precisamente con este médico que se inicia una
nueva etapa en la historia de la
psiquiatría.
Siguiendo los postulados de la Revolución
Francesa, Pinel, y luego su discípulo Esquirol, impuso
no solo un modelo de
mayor respeto hacia los
alienados sino que inicia una nosografía
psiquiátrica que se ha ido perfeccionando hasta nuestros
días. Pinel describió las alteraciones de las
diferentes funciones
psíquicas: memoria, atención, juicio y pensamiento;
dividió a las enfermedades en melancolías,
manías sin delirio, manías con delirio y demencia,
ya sea por deterioro intelectual o por idiotez; pensaba que
además de la vulnerabilidad hereditaria, las deficiencias
en la
educación y las pasiones podían provocar la
locura y que, por lo tanto, era resultado de una
combinación de factores hereditarios y experiencia de vida
[…] Pinel y luego Pritchard lucharon por imponer el concepto legal de
locura sin delirio, provocada por la disarmonía afectiva,
proponiendo Pritchard para este tipo de psicosis el
nombre de locura moral (moral insanity), término que
erróneamente es aplicado a la psicopatía.
También en otras partes del mundo hubo un florecimiento de
la nueva disciplina: Chiaruggi en Italia, Fricke y
Reil en Alemania, Rush
en Estados
Unidos." (Marietán, 2004b)
Dice Marietán respecto de Pinel: "Luego es ganado
por la filosofía de Condillac, en plena Ilustración. Expresa, siguiendo estas
ideas, que la sociedad
está para el individuo, y
el individuo para el bien común de la sociedad, en justa
alineación con las ideas de la Revolución. Esta postura le va a costar ser
rechazado tres veces para ingresar a la carrera de medicina en
París, ya que su título anterior no le sirve para
ejercer.
En 1783 ocurre un hecho determinante en la vida
profesional de Pinel, un joven amigo suyo enloquece y se suicida,
ese será el incentivo para que se dedique a la
psiquiatría. Traduce la obra de Cullen. Trabaja en un
instituto privado de psiquiatría por cinco años,
donde se interioriza del trato a los enfermos mentales. Participa
activamente de la Revolución tomando varios cargos
políticos. Teoriza que el estado de
revolución excita las pasiones y produce enfermedades.
Prepara un informe sobre una
nueva estructura
asistencial. En 1792 se le nombra director del Hospital
Bicêtre y encabeza la reforma del sistema
hospitalario. En 1793 asiste a la muerte de
Luis XVI, como miembro de la Guardia Nacional. Y, según
referencias históricas, en septiembre de ese año,
obtiene el permiso de la Asamblea para llevar adelante una idea
temeraria para esa época: quitar las cadenas a los
alienados. Libera primero a 12 y luego a 200 de Bicêtre, y
hace lo mismo en Salpêtrière, donde trabaja a partir
de 1795. Comienza a escribir su "Tratado sobre la manía".
formula sus conceptos sobre la importancia del trabajo en la
terapéutica y el tratamiento moral que postula consejos
para las pasiones y la lógica
y el razonamiento para los trastornos del entendimiento."
(Marietán, 2004a)
Las ideas que divulgaban Pinel y Esquirol eran
revolucionarias en su momento: "Tanto Pinel como Esquirol
proponían un tratamiento moral en tanto suponían
una etiología de la misma índole, entre otras
posibles (herencia y
físicas). Es de destacar que lo que se buscaba era la
causa de la Locura en general y no de cada enfermedad en
particular, en tanto más que de enfermedades, se hablaba
de sindromes, es decir, conjunto de síntomas observables,
dentro de la Locura entendida como género único. El
objetivo
terapéutico era que las pasiones del paciente vuelvan a su
natural equilibrio, al
modo hipocrático. Creemos que la psicología en la que
se fundamentaba Esquirol es un referente que sintetizaría
la posición de la Psiquiatría ante la
irrupción de las pasiones. Se trata de la
psicología que resalta la importancia de la
atención voluntaria con función de
control, selección
y síntesis,
manifestación de la acción
del yo sobre los automatismos psicológicos que, en
nuestros términos constituirían las pasiones. Lejos
de explicarlas, la intención era suprimirlas o subsumirlas
al dominio de la
Razón. Específicamente sus propuestas eran: romper
con el círculo vicioso de las ideas (aislamiento en
establecimientos especializados, viajes,
ocupaciones, etc.), actuando sobre la atención para
distraerla y fijarla. Pinel por su parte planteaba como objetivo
del tratamiento "subyugar y domar al alienado, poniéndolo
en estrecha dependencia de un hombre, que, por sus cualidades
físicas y morales, sea adecuado para ejercer sobre
él un poder irresistible y para cambiar el círculo
vicioso de sus ideas." (Cabaleiro, Fernandez Mugetti, Saenz,
2000)
Ahora penetraremos, de la mano de José
Ingenieros, en la situación argentina: "El Hospital
General de Hombres, desde su fundación, a principios del
siglo XIX, fue, en parte, un depósito de alienados; su
Patio de Dementes contenía más de la mitad de los
enfermos hospitalizados. Es verosímil que esta
circunstancia permitiese a los médicos de cierto ingenio,
como el doctor Cosme Argerich, reflexionar sobre las ideas que
comenzaban a romper las cadenas con que solía sujetarse a
los infelices alienados; la obra clásica de Pinel,
"Tratado médico-filosófico sobre la enajenación mental o de la manía"
(1801), había aparecido casi simultáneamente con la
de Cabanis, "Relaciones de lo físico y de lo moral"
(1802). Argerich, desde 1808, enseñó en Buenos
Aires las doctrinas sensacionistas a sus alumnos de medicina; y
desde 1810 las cultivó en su cátedra de
filosofía el Dr. Francisco Planes. ( 111 )
Los dos eran lectores de Cabanis, seguramente; de Pinel
debió serlo el Dr. Argerich, pues alguno de sus
discípulos da noticias de
que sus doctrinas eran preferidas en el país.( 112 ) Acaso
tuviera alguna información al respecto el profesor de
ideología Juan Crisóstomo Lafinur.
Nociones bien definidas acerca de la locura y sus causas, tuvo el
profesor Manuel Fernández de Agüero, cuyos
"Principios de Ideología" constituyen el documento
más expresivo de las ideas dominantes en Buenos Aires
durante el liberal gobierno de
Bernardino Rivadavia; ( 113 ) en cuanto se refiere a la fisiología y patología cerebral,
Fernández de Agüero seguía las huellas de
Cabanis, inspirándose en Destrutt de Tracy para las
generalizaciones filosóficas.
En todo vibraba el pensamiento de Condillac, maestro
común de todas las escuelas sensacionalistas y
fisiológicas. Es seguro que los
escritos de Pinel fueron bien conocidos por el Dr. Cosme Argerich
(hijo), médico del Hospital General de Hombres, nombrado
profesor del Departamento de Medicina en 1822, poco
después de la muerte de su
padre. Era discípulo y amigo suyo el joven Diego Alcorta,
que en 1827 se doctoró en medicina con una tesis sobre la
Manía, que es la primera monografía
psiquiátrica escrita en la Argentina; ( 114 ) se trata de
una breve disertación, sencilla, bien inspirada, cuyo
mérito principal consiste en una curiosidad
histórica. Su autor tenía ya, ciertamente, noticia
de Pinel; más tarde alcanzó a tenerla de Esquirol,
eminente alienista francés cuya fama culminó en
París mientras Alcorta era estudiante en Buenos Aires. Su
"Curso de ideología", según las versiones exhumadas
por Gutiérrez y Groussac, se inspiraba en Condillac y
Cabanis; tenía más precisión médica
que el de Fernández de Agüero, pero le es muy
inferior en vuelo filosófico. Entre sus muchos
discípulos, que algo alcanzarían de sus
conocimientos psiquiátricos, ( 115 ) figuró el
joven Guillermo Rawson, en cuyos brazos murió Alcorta el 7
de enero de 1842." (Ingenieros, 1919, V. Los estudios
psiquiátricos en la Argentina)
En las Lecciones de Filosofía de Diego Alcorta,
figuran muchas referencias a Condillac y a Cabanis, y a los
conceptos de los ideólogos en general.
Dice Foucault en la
página 50 de "El poder psiquiátrico" que el
héroe del tratamiento moral fue François Leuret
(1757, 1851), entre 1840 y 1870. Freud menciona a
Leuret en sus obras, por ejemplo, en la La interpretación de los sueños (El
olvido de los sueños), y en Conferencias introductorias al
psicoanálisis (Lección
XVII).
En relación a E. Esquirol y F. Leuret, dice
François Sauvagnat: "Puede parecer excesivo poner en el
mismo capítulo a estos dos clínicos, en la medida
en que los trabajos de Leuret intervienen en un segundo tiempo,
crítico, en relación a las concepciones del
tratamiento moral desarrollado por Pinel o Esquirol.
Sin embargo, un cierto parentesco se impone, como
veremos, desde el punto de vista terapéutico y desde el
punto de vista desde donde se encaran los fenómenos
elementales. De un cierto modo, el tratamiento moral
apareció como una máquina de guerra contra
los fenómenos psicóticos, o al menos contra sus
manifestaciones institucionales. La idea básica que
presidía ese tratamiento era que la imaginación,
zona del espíritu directamente en contacto con las
percepciones, se encontraba modificada por la influencia de las
pasiones, y que eso bastaba para producir las diversas formas de
locura. No creamos que esta teoría
está pasada de moda, vemos
periódicamente resurgimientos, a veces brillantemente
presentados […] No es tradicional asociar a Pinel y Esquirol
con François Leuret, en la medida en que este
último muchas veces ha criticado su "filantropía"
un poco lacrimógena, él favorecía los
métodos
más "quirúrgicos", como las duchas frías
administradas con una presión
que se parecía sin duda a una forma de tortura, si Leuret
puede por otra parte, como lo ha propuesto Gourévitch,
pasar por uno de los primeros críticos de la
contratransferencia, y si sostiene un balance bien crítico
de los saberes psiquiátricos de su época,
proponía al mismo tiempo él también un tipo
de tratamiento en el que una suerte de destrucción puede
hacerse sin resto." (Sauvagnat)
No solamente Pinel, sino la escuela francesa en general
ha impactado en nuestro país. Eduardo Mahieu
presentó un trabajo sobre los vínculos entre la
obra de Philippe Pinel y la primera tesis de psiquiatría
en Argentina (1827) por Diego Alcorta, así como la
influencia de la Escuela de medicina de París en el
nacimiento de la medicina universitaria argentina.
En la segunda mitad del siglo XIX, Juan Carlos Stagnaro
valorizó la figura de Lucio Meléndez y su Revista
Quirúrgica Argentina. El análisis de las tesis de doctorado,
aprobadas por la Facultad de medicina en esta época,
muestra la
influencia de los conceptos de Esquirol, Bayle, Leuret, Falret,
Magnan, Morcillo de Tours y Auguste Voisin – cuyas Lecciones
clínicas (publicadas en 1876) influyeron muy especialmente
en Lucio Meléndez.
La influencia de Pinel ha sido marcada y el método que
propiciaban ha generado debates, por los métodos
empleados. La institucionalización de la locura es el
marco de discusión en general. Nos dice Vezzetti: "El
Traité médico-philosophique sur l'aliénation
mentale, de 1801, que tiene varias reediciones, rinde cuentas de la
experiencia de Pinel en los asilos de Bicêtre primero, y la
Salpêtrière después. Más que un
tratado sobre la locura, del tipo de las obras clasificatorias
típicas del siglo XVIII, consiste en un manual acerca de
la dirección de la conducta y las
pasiones en el marco de una institución acondicionada para
tal efecto.
En ese sentido, mucho antes de Wundt, la obra de Pinel
da cuenta de una psicología instrumentada en un marco
institucional, como práctica de gobierno de las pasiones,
que no es ajena ni a los ideales de la
Ilustración ni a los métodos del Terror."
(Vezzetti, 1983, pág. 51)
"Las pasiones humanas vehementes están
ordinariamente en el origen de la alienación, y justamente
el discurso
alienista encuentra un eje doctrinario de su conformación
en la oposición de la pasión y el entendimiento.
Con lo cual su destino se cruza con el del filósofo, a
veces con una directa convergencia de funciones, como en el caso
de Diego Alcorta" (Vezzetti, 1983, pág. 53)
Es de tener en cuenta que los pacientes comienzan a
existir, esto es, dejan de ser despojos humanos arrojados a una
jaula, para convertirse en humanos que pueden ser recuperados
mediante un tratamiento. Dice Vezzetti: "Por esa vía que
reconoce al loco en una masa humana que debe ser sometida y
dirigida, el mismo movimiento que le reconoce la común
condición de los explotados y los desposeídos le
devuelve un rostro humano: el tratamiento moral no considera a
los locos como absolutamente privados de la razón, es
decir, como inaccesibles a los motivos del miedo, la esperanza, o
el sentimiento de honor" (Vezzetti, 1983, pág.
55)
Podemos ver las ideas de un autor como Leuret: "Esta
opinión, emitida por personas que han visto a Madame
Louise antes y después de su tratamiento, amerita ser
notado. Se preguntará cómo puede hacerse que
después de una enfermedad mental, el espíritu se
encuentre reafirmado y mejor como no lo estaba en el estado de
salud habitual;
se admitirá pronto que lo contrario debió haber
tenido lugar.
Es necesario aquí hacer una distinción. Si
había tenido delirio agudo, manía, furor, se
sorprendería uno con razón que después del
tratamiento casi exclusivamente físico empleado contra
estas enfermedades, el espíritu hizo algunos progresos;
pero, después de una enfermedad mental, puramente mental,
y en la cual el tratamiento ha sido una suerte de educación, no puede,
no debe ser así cuando la curación ha sido
completa, y cuando, después la curación, la
higiene ha
sido buena y dirigida durante bastante tiempo.
La educación, es el alimento del espíritu;
buena, hace los espíritus sanos, negligente o mala, hace
los espíritus enfermos. Bien entendido que la
educación debe ser apropiada a la disposición
natural, al carácter; sin ello no sería
jamás buena y, si el carácter es débil, si
las disposiciones naturales no son afortunadas, la
educación dada durante los primeros años, no es
suficiente, es necesario continuarla modificándola
siguiendo la necesidad. Por otra parte, las excentricidades, las
rarezas (bizarreries) van creciendo y se exageran hasta la
locura. Uno concibe entonces cuál será el oficio
del médico: rehacer la educación. Por este medio,
el espíritu del enfermo se fortifica y se vuelve capaz de
luchar con ventajas, contra las tendencias a las que
anteriormente había sucumbido." (Leuret, 1845)
Este texto de
Leuret contiene abundante cantidad de casos y recomendaciones, en
los que la dirección del paciente mediante la palabra es
de principal importancia.
Claro que la palabra es utilizada en ocasiones de un
modo violento. No se trata siempre de un amigable diálogo,
sino que suele utilizarse la amenaza y el terror como medios de
persuasión. Vayamos penetrando en dicho dispositivo
terapéutico de la mano de Vezzetti: "Uno de los criterios
más arraigados del tratamiento moral es que el loco debe
ser separado de su familia; a partir
de su ingreso al asilo el alienista va a ser toda su familia: va
a ser su padre y su madre. Y en esa relación primaria con
su alienado va a utilizar todos los recursos de un
influjo directo, desde la reflexión y el convencimiento,
al ejemplo, el estímulo o el castigo físico.
Más aun, el médico alienista se propone ordenar el
conjunto de las relaciones en el espacio manicomial
haciéndolo jugar en un sentido corrector, con lo que no
limita su relación al vínculo personal con uno
y otro internado." (Vezzetti, 1983, pág. 72)
Dice Foucault: "Y
así encontramos en Pinel esta definición muy simple
pero fundamental, creo, de la terapéutica
psiquiátrica, definición que no constataremos antes
de esa época a pesar del carácter rústico y
bárbaro que puede presentar. La terapéutica de la
locura es 'el arte de subyugar
y domesticar, por así decirlo, al alienado,
poniéndolo bajo la estricta dependencia de un hombre que,
por sus cualidades físicas y morales, tenga la capacidad
de ejercer sobre él un influjo irresistible y modificar el
encadenamiento vicioso de sus ideas.' " (Foucault, 1973,
pág. 24)
Sin embargo, seguimos nuevamente a Vezzetti: "Es cierto
que el tratamiento moral no es todavía una relación
cerrada con el paciente sino que se ejerce más bien como
una acción genérica de la autoridad del
alienista que construye el orden a su alrededor y opera sobre el
conjunto de la población internada. A ese primer momento
pineliano, caracterizado por la instrumentación de las pasiones, en la que
'con una pasión se busca anular los efectos de otra' sigue
otro, a mediados del siglo XIX, iniciado por Falret, en que se
propugna más bien una 'reflexión conjunta con el
paciente'; con ello se atenúa la importancia concedida a
las pasiones y el tratamiento moral se vuelve pedagogía psíquica." (Vezzetti,
1983, pág. 72-73)
Ahora bien, todo el dispositivo de terapéutico
moral debe ser puesto en marcha para tratar enfermedades morales
y éstas, tienen una causa. Es así que Vezzetti
afirma: "Pero, ¿cuáles son esas causas morales que
resultan las predominantes en la descripción genérica de la locura?
El repertorio es de tal amplitud que prácticamente
cualquier circunstancia acusada en la existencia puede ser
considerada como tal. En el límite, todo lo que trastorna
un equilibrio absoluto -que hace pensar en un ideal religioso: la
suma de virtudes- puede ser causa de la locura.
Eso surge de la siguiente enumeración exhaustiva:
'una imaginación desordenada, un estudio muy pertinaz, en
general el exceso de trabajo del espíritu o el
entorpecimiento del pensamiento solitario; la absorción en
las meditaciones religiosas, la melancolía, el
espíritu caballeresco o rústico de un siglo; las
conmociones políticas
y religiosas; la exaltación poética, oratoria,
artística; la lectura de
novelas, de
ciertos libros
ascéticos, de libros de brujería, de magia, de
adivinación, etc., una mala educación; la cultura
exclusiva de ciertas facultades, particularmente de la memoria o
de la imaginación; la atención concentrada sobre un
solo objeto; las largas y frecuentes prácticas religiosas
plagadas de superstición o fanatismo; el remordimiento; la
alegría excesiva, la tristeza profunda, concentrada y
prolongada; todas las pasiones vivas no contenidas; los reveses
de la fortuna; la ambición alucinada; el amor propio
herido; el amor excesivo;
los celos; la riqueza; el temor; el terror, el orgullo exaltado,
etc.'. Finalmente, 'los tiempos de guerra, las especulaciones, el
celibato, el casamiento, el concubinato y
el libertinaje'. " (Vezzetti, 1983, pág. 84-85)
Podemos leer de Pinel: "El arte de tratar de darle otra
dirección a la voluntad exclusiva de los alienados supone
que ellos no han perdido completamente la razón; ya que si
alguno de ellos está dominado por una fogosidad ciega y
arrastrado por un conjunto tumultuoso de ideas sin orden ni
consecuencia, solamente puede ser dominado con el chaleco de
fuerza o una
reclusión rigurosa.
Pero si al ejercicio del juicio todavía subsiste,
otro secreto no menos recomendable para terminar con las
riñas entre los alienados, vencer sus resistencias y
mantener el orden, consiste en aparentar no darse cuenta de sus
desvaríos, no dejar escapar ninguna palabra que incluya
este reproche, fingir inclusive estar de acuerdo con sus
opiniones y comunicarles hábilmente un impulso que creen
únicamente surgido de ellos mismos.
Es en relación a esto que la encargada, la Sra.
Pussin, me pareció reunir cualidades raras. La he visto
con sorpresa, en Bicêtre, acercarse a los más
furiosos maníacos, calmarlos con frases consoladoras y
hacerlos aceptar un alimento que rechazaban con dureza de
cualquier otra mano […] Esta hábil mujer se une
durante un momento a sus dichos delirantes; salta y baila delante
del alienado, contesta con algunas ocurrencias, logrando hacerlo
sonreír y aprovecha este momento favorable para hacerlo
comer: le conserva así la vida […] Le habla con dulzura,
lo compromete a acercarse a ella con el instrumento que ha
tomado, le muestra inclusive la manera en que debe usarlo para
cortar las hierbas y finge deleitarse por tener semejante ayuda."
(Pinel, 1801, pág. 7-8)
Alcorta en su tesis también da recomendaciones:
"Se hace necesario ir retirando gradualmente al enfermo del
aislamiento en que ha sido preciso ponerlo en el primer
período, para volverlo poco a poco a sus antiguas
habitudes; pero para ello se necesita de un tacto particular que
sepa apreciar exactamente las circunstancias para no comprometer
la recaída. El empleo
prudente de las facultades intelectuales
del maníaco concurre poderosamente a su curación;
es menester reprimir la exaltación de la
imaginación, la inestabilidad de las impresiones, la
movilidad de las afecciones, presentándole objetos nuevos,
fijando su atención por impresiones vivas e inesperadas,
saber cuándo se debe chocar con sus pasiones y
cuándo contemporizar con ellas, sin mandarle la idea del
despotismo o de la debilidad.
En el período de la convalecencia tiene
también lugar un tratamiento higiénico. El uso
moderado de las facultades físicas del maníaco
concurre poderosamente a su curación. La música ha sido en
todos tiempos mirada como un medio poderoso en el tratamiento de
la manía; los medios de distracción son
indispensables; los vestidos, los alimentos y todos
los objetos físicos que rodean al maníaco deben ser
dirigidos con destreza a robustecer su razón débil;
las secreciones y excreciones deben ser promovidas por todos los
medios posibles; no deben omitirse el ejercicio del cuerpo. La
equitación, la esgrima, los viajes y todo lo que sea capaz
de entretener la atención recreándola." (Alcorta,
1827)
Por otro lado, dice Diego Alcorta en su tesis de 1827:
"En nuestro país, las enfermedades mentales se distinguen
más bien por un abatimiento particular que por la
excitación de la manía aguda; así, en cuatro
meses no se han presentado en el hospital sino tres casos de
manía aguda, que con el tratamiento que llevo indicado han
terminado por la salud. Este punto necesita mucho de las luces de
la anatomía patológica, pues los autores no
están acordes en el género de afección y las
lesiones físicas del cerebro en la
manía ayuda." (Alcorta, 1827)
De la mano de Ingenieros, trataremos de conocer
más a Alcorta: "Con la Revolución habían
penetrado a la enseñanza las doctrinas psicológicas
de los Ideólogos, ( 83 ) continuadores de Condillac y de
los Enciclopedistas. Educado en las ideas modernísimas de
su maestro Cosme Argerich, apareció en la vida
universitaria un joven médico que en 1828 llegó a
ocupar la cátedra de filosofía: Diego
Alcorta.
Este joven había nacido en Buenos Aires en 1801,
de humilde origen. Tal era su pobreza que no
hubiera podido cursar sus estudios en la Escuela de Medicina sin
la ayuda de personas que le ofrecieron generoso apoyo, inducidas
a ello por la viveza de su ingenio, tempranamente revelado. Su
amplitud de ideas le inclinó desde los primeros
años hacia el estudio de la fisiología y la
patología mental, graduándose en 1827 con una tesis
sobre la manía aguda, primer ensayo de
psiquiatría escrito por un argentino y publicado en el
país.
No diremos que fueran profundas ni originales las
doctrinas sostenidas en ese trabajo primerizo. Revelaban,
sí, sagaz discernimiento, inspirándose en lo que
era por entonces la mayor novedad en esa ciencia;
trasuntaban las ideas que Pinel había agitado en Francia,
para redimir a los alienados de las cadenas con que los
venían cargando, desde varios siglos, las preocupaciones
religiosas. A través del alienista mencionado, que
pertenecía a la escuela de los ideólogos, y de
Cabanis, cuyas doctrinas sobre las relaciones entre el cuerpo y
la mente había difundido ya Cosme Argerich, profesor suyo,
se interesó Alcorta por los problemas
filosóficos que se agitaban en la Universidad. Con
motivo de haber renunciado Fernández de Agüero,
llamóse a concurso para proveer la cátedra de
"Ideología", obteniéndola Diego de Alcorta por
unanimidad." (Ingenieros, 1919, III. Los alienados durante la
Revolución)
"Ha pocos años publicó Groussac los
apuntes de un "Curso" de Diego Alcorta; su lectura
muestra que, en el fondo, sus lecciones eran tan "impías y
heréticas" como las que habían obligado a renunciar
a su antecesor Fernández de Agüero; revelan,
evidentemente, mayor tecnicismo médico, pero menos vuelo
filosófico, faltándoles el estilo incisivo y
punzante con que el otro las expresaba. Además de los
autores médicos que habían orientado sus doctrinas,
Diego Alcorta conocía a Locke, a Bonnet y a algunos de los
enciclopedistas.
No era propiamente erudito, y de los filósofos antiguos sabía muy poco;
para colmar esa laguna le bastaba con la lectura de la "Historia de la
Filosofía", por De Gérando, autor intermediario
entre la ideología y el eclecticismo, que alcanzó a
conocer. Este médico ilustre habría sido el hombre
indicado para modificar la asistencia de los alienados en Buenos
Aires; la tiranía de Rosas le
apartó de su vocación inicial, induciéndole
a hablar con prudencia de sus ideas psicológicas,
sospechosas de "herejía", como en los tiempos coloniales.
( 84 ) " (Ingenieros, 1919, III. Los alienados durante la
Revolución)
Esta penetración del dispositivo moral no
terminó en Alcorta. Vezzetti nos cuenta que "La medicina
moral (Luis Güemes titula así su tesis de 1879)
preanuncia la tecnificación del influjo de la persona del
médico mediante una atención más cuidadosa
de sus efectos sugestivos. 'La medicina moral no está en
los tratados y es patrimonio de
muchos médicos. No se receta. Tiene como base el lazo
íntimo que une estrechamente este binomio intransferible:
médico-enfermo, donde se establece una transfusión
de simpatía humana en que uno es receptor [el enfermo, se
entiende] y el otro sujeto irradiante'." (Vezzetti, 1983,
pág. 34)
"Es decir, que el influjo más tecnológico
de Pinel, asentado sobre la reforma de las instituciones
asilares según el paradigma de
un gobierno moral de la conducta, solo llega a afirmarse en
Argentina por la acción de Lucio Meléndez."
(Vezzetti, 1983, pág. 52)
"A partir de 1876 Lucio Meléndez se hace cargo de
la dirección del Hospicio de las Mercedes y comienza a
publicar sus primeros 'casos' en la Revista Médico
Quirúrgica." (Vezzetti, 1983, pág. 60)
"Un recurso esencial de la empresa de
moralización encarnada por el tratamiento moral es el
papel fundamental atribuido al trabajo; quizá esa firme
decisión de instituir en el asilo una disciplina laboral es la
causa más fuerte de la crisis y la
transformación de esa institución." (Vezzetti,
1983, pág. 74-75)
La idea del trabajo como método
terapéutico es desarrollada a pleno y se ajusta al
discurso económico capitalista: "Maglioni, en su tesis
propone un manicomio utópico que aúna las ventajas
del tratamiento moral con las de una empresa
capitalista, a través de asilos mixtos: 'Los gastos de calzado
se reducirían por lo menos un una mitad, pues comprado por
mayor el material los locos podrían trabajarlo para el
objeto a que se destina. Los trabajos de costura podrían
encomendarse a las locas para su uso y para el de los locos. Los
trabajos de agricultura
podrían encomendarse a estos últimos, economizando
así las sumas que se inviertan en el pago de los peones
que es necesario ocupar en el servicio del
establecimiento de las locas.' " (Vezzetti, 1983, pág.
68-69)
"El relieve
protagónico del alienista es no solo el resultado sino la
condición de eficacia de ese
dispositivo sugestivo. Encarna la ley y su
autoridad es el resultado de una sustitución: las cadenas
dejan su lugar a un sujetamiento moral. Y en cuanto el orden se
propone abarcar todos los aspectos de la vida del asilo, el
alienista se apodera y se sirve del conjunto de relaciones
institucionales.
El propio espacio asilar es construido conforme al
paradigma de una comunidad
armonizada en la virtud y el trabajo. Doble consecuencia. Hacia
el 'interior' del asilo, la presión del tratamiento no es
sino la interiorización de esa armonía que expresa
el contenido mismo de la razón que tata de restablecer. Lo
racional que se enfrenta a la locura coincide, más que con
una categoría del entendimiento, con un programa de
educación y obediencia. Paradoja mayor del tratamiento que
subyace, hasta el presente, a toda psicoterapia
directiva: que el camino planteado para recuperar la propia
razón y responsabilidad deba coincidir con una
relación de máximo sojuzgamiento de la voluntad."
(Vezzetti, 1983, pág. 70)
La idea del trabajo se desarrolló: "Ya en el
viejo Hospital General, los locos tranquilos se ocupaban de la
limpieza, más adelante -consignan Meléndez y Coni-
se los mandaba con algunos guardianes a la ribera del Río
de la Plata para trabajar en la plantación de árboles. Pero eso no era todavía un
tratamiento moral en la medida en que no ubicaba al trabajo como
una regla fundamental, particularmente para los convalescientes,
del orden moral manicomial, como una garantía de la
recuperación de la salud, de la formación de buenas
costumbres y de la propia preservación del asilo como
institución. Si Meléndez impulsa una organización laboral del hospicio, que
será profundizada y completada por Domingo Cabred, su
sucesor, es evidentemente a partir de la experiencia pineliana.
Pero a la vez, ese papel central del trabajo se asienta sobre
los valores
que para el discurso higienista forman el núcleo esencial
de la virtud ciudadana para los sectores desposeídos. De
allí que Meléndez, funcionario celoso de un orden
social que encuentra en el hospicio condiciones de
realización mucho más puras que el convulsionado
espacio urbano de Buenos Aires, se adelante a su
tiempo.
A partir de un pequeño taller de zapatería
instalado por su antecesor 'multiplicó las aplicaciones
del trabajo del loco, fundando los talleres de
carpintería, herrería, escobería,
colchonería y otros' … 'Distribuyó a los
alienados en grupos de
jardineros y horticultores, transformando en poco tiempo los
terrenos adyacentes del asilo, incluso los que hoy pertenecen al
Hospital Rawson, en quintas de árboles frutales y
hortalizas para el consumo de la
población de insanos.' Si el trabajo, es el remedio
más adecuado para la exaltación de las pasiones, es
porque las fija a una actividad socialmente valorada y en esa
matriz tiende
a vaciarse la noción moderna de adaptación a la
realidad." (Vezzetti, 1983, pág. 75-76)
"Domingo Cabred, que reemplaza a Meléndez -al
mismo tiempo que realiza una obra de extensión del sistema
hospitalario-, es el iniciador del sistema psiquiátrico de
puertas abiertas, que alcanza su consagración con la
inauguración de la Colonia Nacional de Alienados Open Door
en 1889 […] El sistema de puertas abiertas inspirado en
experiencias inglesas se define como 'un conjunto de
disposiciones de orden material y de régimen interno que
tienden, todas, a dar al establecimiento el aspecto de un pueblo,
a proporcionar a sus moradores la mayor suma de libertad,
compatible con su estado de locura, y a hacer del trabajo uno de
los elementos más importantes del tratamiento moral."
(Vezzetti, 1983, pág. 78-79)
Florencia Ibarra nos dice que "en la intersección
entre medicina y filosofía, que no era ajena a las ideas
de la ilustración sostenidas por el gobierno argentino de
la época, ubicamos el tratamiento de dos casos de locura
que tuvieron resonancia entre 1822 y 1824, en los cuales vemos
asomarse un campo disciplinar que tendrá en lo sucesivo un
derrotero propio. Ubicando este entramado en el devenir
histórico de nuestro tema, hemos desarrollado cómo
se concebía la locura en el período revolucionario,
diagnosticándola según las categorías de la
época (Manía) y tratándola según el
tratamiento moral." (Ibarra, 2005, pág. 7)
Un texto muy interesante que indica la evolución del tratamiento moral hacia los
tratamientos actuales es el de Gladys Swain (1994).
Conclusiones
El tratamiento moral iniciado fundamentalmente por
Pinel, lejos de haber sido un pequeño dispositivo adoptado
por Alcorta y otros pocos de su época, marca un cambio
profundo en la concepción de la locura y su tratamiento.
Las psicoterapias actuales tienen una deuda fundamental con el
tratamiento moral, pues se empieza a tener en cuenta la
enfermedad mental como distinta de la enfermedad orgánica
y el recurso de la palabra (para modificar comportamientos
considerados patógenos) es puesto en
funcionamiento.
Leyendo textos como los de José Ingenieros, uno
puede percatarse de la situación en la que se encontraban
las personas con trastornos psicológicos en nuestro
país, antes de las ideas difundidas por el tratamiento
moral, más específicamente por Pinel.
Si bien es cierto que muchas cosas pueden serles
reprochadas, no es menos cierto que el paisaje en el que
transcurría la escena era muy distinta a la actual, y por
lo tanto, lo obvio para nosotros no lo era tanto para ellos.
Asimismo, es cierto también que nosotros, padecemos de la
misma obviedad, y que quienes nos continúen,
tendrán otro tanto que reprocharnos.
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Vezzetti, H. (1983): La locura en la Argentina.
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Alumno:
Santiago Tristany
Junio de 2006
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