El Mercader Sedentario
Es cierto que la
organización y los métodos
utilizados por el mercader sedentario comenzaron a desarrollarse
desde el mismo nacimiento de la revolución
comercial. Pero es en los S. XIV y XV cuando alcanza su apogeo y
se generalizan de tal modo que nos obliga ahora a tratar
aquí a esa nueva clase de
mercaderes sedentarios, verdadero centro de la tela de
araña formada por sus negocios.
Desde muy temprano (con fuerza cada
vez más irresistible a medida que se van ampliando y
diversificando los negocios) el mercader ha de buscar capitales
al margen de sus propios recursos.
El problema de los créditos, que como veremos más
adelante fue singularmente complicado en la Cristiandad medieval
a causa de dificultades religiosas y morales, se resolvió
de muy diferentes formas, de las cuales aquí sólo
podemos esbozar las principales.
Existió en primer lugar, el préstamo en
sus formas múltiples. Una forma importante fue la letra de
cambio, que más adelante veremos cuánto
representó como operación de crédito. Pero, junto al simple
préstamo, debemos hacer mención especial del
préstamo marítimo. Su originalidad procede del
hecho de que el reembolso del préstamo estuviera
supeditado al regreso del navío sano y salvo con su
cargamento, salva aunte navi. Tales préstamos casi
siempre tenían por límite un viaje o, más
exactamente, un viaje de ida y vuelta, unidad de operación
comercial por mar durante la Edad
Media.
Contratos y asociaciones: Fueron especialmente
diversos tipos de asociación, los que permitieron al
mercader salir de su aislamiento y extender la red de sus
negocios.
Una forma fundamental de asociación fue el
contrato de
commenda también llamado societas maris en
Génova y collegantia en Venecia. En ella los
contratantes se presentaban como asociados, en la medida en que
había reparto de riesgos y
beneficios; pero en lo demás, sus relaciones eran las de
prestamistas y deudor.
En el contrato de commenda pura y simple, un
comanditario anticipa a un mercader errante el capital
necesario para un viaje de negocios. Si hay pérdida, el
prestamista corre con todo el peso financiero y el deudor no
pierde otra cosa que su negocio. Si hay ganancias, el
prestamista, sin moverse de su domicilio, recobra su capital y
recibe una parte de los beneficios, en general las ¾ de
éstos.
En la commenda llamada específicamente
societas o collegantia, el comandatario que no
viaja anticipa los 2/3 del capital, en
tanto que el deudor contribuye con el otro tercio y su trabajo. Si
hay pérdidas, se reparten éstas proporcionalmente
al capital invertido. Si hay ganancias, se dividen a
medias.
En general, este tipo de contrato se firmaba por viaje.
Podía especificar la naturaleza y
el destino de la empresa a la
vez de ciertas condiciones (Ej.: en que moneda se pagarían
los beneficios), o bien dejar amplia libertad al
deudor quien, con el tiempo, fue
ganando independencia.
La diversidad de contratos de
sociedad era
mayor que el comercio
terrestre, pero todos ellos pueden resumirse en dos
fundamentales: la compagnia y la societas
térrea. Los primeros ejemplos que se han conservado de
ese tipo de contratos son venecianos y llevan el nombre especial
de fraterna compagnia; pero quienes más lo
utilizaron fueron los mercaderes de la ciudad del
interior.
En la compagnia, los contratantes están
íntimamente unidos entre sí y se reparten los
riesgos, las esperanzas, las pérdidas y los beneficios. La
societas térrea recuerda a la commenda. El prestamista
corre con todos los riesgos de pérdida y las ganancias en
general se reparten a medias. Pero hay más elasticidad en la
mayoría de las cláusulas: la porción de
capital invertido puede variar muchísimo; en general, la
duración de la organización no se limita a un negocio o a
un viaje, sino que se define por medio de un período de
tiempo, casi siempre uno, dos, tres o cuatro años.
Finalmente, entre estos tipos fundamentales de la compagnia y la
societas, existen numerosos tipos intermedios que combinan
diversos aspectos de ambos. Lamentablemente, la complejidad de
tales contratos se expresa en documentos
demasiados extensos para que podamos dar aquí algunos
ejemplos.
Alrededor de ciertos mercaderes, ciertas familias y
ciertos grupos de
desarrollaron organismos complejos y poderosos a los que
tradicionalmente se ha dado el nombre de compañías
en el sentido moderno de la palabra. La más célebre
y mejor conocidas fueron dirigidas por ilustres familias
florentinas: los Peruzzi, los Bardi, los Médicis. Mas,
según los historiadores que han estudiado (Sapori en
primer término), es preciso señalar que pueden
observarse profundas modificaciones de estructura
entre las del S. XIII y XIV y las del XV, por lo menos en el
dominio
italiano.
Estas sociedades
están basadas en contratos que sólo unen a los
contratantes por una operación comercial o por una
duración limitada. Mas, a pesar del carácter efímero de las operaciones
particulares y de los contratos que las definen, ciertos hechos,
como la renovación habitual de algunos de estos contratos
y la presencia en una vasta superficie económica de los
mismos nombres que aportan a empresas de
primerísima importancia y por lo regular seguidas de
capitales considerables, convierten a las cabezas rectoras de
esas redes de negocios
en jefes de organizaciones
estables.
Pero en los S. XIII y XIV estas verdaderas casas
comerciales están fuertemente centralizadas y tienen a la
cabeza a uno o varios mercaderes, que poseen una serie de
sucursales y están representados por empleados asalariados
fuera de la sede principal donde ellos residen o los
dirigentes.
En este nivel de grandes sociedades y poderosos
personajes fue donde pudieron desarrollarse verdaderos monopolios
y lo que podríamos ya llamar carteles. En efecto, se ha
sostenido que todas las corporaciones medievales fueron carteles
que reunían comerciantes o artesanos deseosos de suprimir
la competencia mutua
en el mercado urbano y
establecer monopolio.
Pero esta opinión no sólo está probada en lo
que concierne a la economía corporativa
urbana, sino que además, tiende a introducir en un marco
inadecuado conceptos que en realidad sólo pueden aplicarse
al comercio internacional. Estas sociedades monopolistas a menudo
se beneficiaron de la política colonial de
ciertas ciudades o estados medievales, especialmente en
Génova y Venecia.
Los carteles más célebres son los que
originó el comercio del alumbre, uno de los productos
más importantes y solicitados por el mercader medieval
porque constituía una de las materias primas
indispensables a la industria
textil, donde era empleado como corrosivo. La mayor parte del
alumbre que se utilizaba se producía en las islas o en las
costas del mar Egeo y en especial en Fócea, en Asia Menor. En el
S. XIII su comercio pasó a ser monopolio genovés y
después de Benedetto Sacaría, comerciante
genovés pionero en esta empresa, una
poderosa sociedad genovesa, la anaona de Quío,
dominó el mercado del Alumbre en el S. XIV y comienzos del
XV.
Después de la conquista turca, el alumbre
oriental desapareció casi totalmente del mercado.
Entonces, en 1461, se descubrieron importantes yacimientos en
territorio pontificio, en Tolfa, cerca de Civitavecchia. El
gobierno
pontificio confió en seguida la explotación y
venta a la firma
de las Médicis. Así nació uno de los
más extraordinarios intentos de monopolio internacional de
la Edad Media. La Santa Sede destinó su parte de
beneficios en la empresa a la financiación de la Cruzada
contra los turcos… que no tuvo lugar. Al mismo tiempo,
castigaba con la excomunión a todos los príncipes,
ciudades y particulares que compraran alumbre que no fuera de
Tolfa, concedía derecho a enarbolar el pabellón
pontificio a las naves utilizadas por los Médicis para
este comercio y prestaba todo su apoyo a éstos para que,
mediante presiones que llegaron hasta la expedición
militar, obtuvieran el cierre de otras minas de alumbre
existentes en la Cristiandad o bien la entrada en el cartel de
sus propietarios: los reyes de Nápoles, por ejemplo,
poseedores de minas en la isla de Ischia. Fue una de las mayores
empresas de los Médicis.
Mercaderes y poderes políticos: Estos
ejemplos nos muestran los vínculos que se crearon entre
gobiernos y grandes mercaderes, sobre todo a fines de la Edad
Media cuando aumentaron las necesidades de los príncipes;
de ellos hablaremos al tratar del poder
político de los mercaderes. Aquí nos contentaremos
con decir que, en los S. XIV y XV, los préstamos a
soberanos y ciudades, el arriendo de impuestos, la
participación en las deudas del Estado, como
por ejemplo, en Venecia y Génova, donde se
estableció un fondo de deuda
pública con la participación de los grandes
mercaderes de aquellas dos ciudades (que se lanzaron a la
especulación con esos verdaderos valores)
constituyó una parte cada vez mayor de los negocios de los
grandes negocios.
La prosperidad de ciertos grandes comerciantes italianos
tiene su origen, en gran medida, en las operaciones
financieras y comerciales que realizaba a cuenta del papado,
una de las grandes potencias en dinero de la
Edad Media (sobre todo en el S. XV, cuando el papado de
Aviñón, al engrosar el fisco pontificio,
drenó una parte de los recursos de la cristiandad hacia la
caja de la curia y de la compañías italianas, sobre
todo florentinas) que le servían de banqueros.
Además de los beneficios propiamente financieros y
comerciales de estas operaciones, los grandes mercaderes
obtenían privilegios (exención de impuestos,
participación en el gobierno), que tenían profundas
repercusiones en su posición económica,
Era también ésa la época en que la
legislación comercial se iba precisando en un sentido que,
al asegurar más estabilidad y seguridad a los
negocios, beneficiaba, ante todo a los mercaderes. Desde los
comienzos de la revolución comercial se vio a los
señores y a los soberanos y especialmente a los Papas
mediante cánones conciliares, acordar su protección
a los mercaderes errantes, conceder salvoconductos (uso que se
remonta a la más alta Edad Media, en la que ya las
inmunidades acordadas a los eclesiásticos los
convertían en "comerciantes privilegiados"), hacer
construir edificios especiales para albergar a los mercaderes y a
sus mercancías. Ya hemos visto como el éxito
de la ferias fue muy facilitado por la protección acordada
a sus participantes por la autoridad
temporal del lugar donde se celebraban. Iba
desarrollándose una legislación comercial, al
principio obra de los mismos mercaderes, como la que se
realizó en el famoso Tribunal de la Mercancía de
Florencia que iba a constituir una de las bases del
poderío político de los grandes mercaderes
florentinos; y luego se desarrollaría en escala
internacional hasta insinuarse en la legislación
pública.
En el dominio mediterráneo los contratos y los
litigios comerciales dieron realce e hicieron proliferar una
multitud de notarios, personajes éstos que fueron los
auxiliares de los mercaderes a quienes deben en gran parte la
fortuna que conoció su profesión y cuya función
histórica se ha continuado hasta nuestros días,
porque sus archivos son una
de las fuentes
más ricas en documentos sobre el mercader y el comercio
medievales. El notario sigue al mercader donde quiera que
éste vaya: se los encuentra en Armenia y en Crimea;
también a bordo de las naves y vemos a uno de ellos dar
testimonio, el 16/11/1823 a la vista de las costas de Creta, a
petición de unos comerciantes genoveses en ruta hacia
Chipre y Armenia con sus mercancías, furiosos porque el
capitán del navío hace virar hacia
Bizancio.
En el dominio hanseático la función de los
notarios fue desempañada por las autoridades
públicas y hoy debemos recurrir a menudo a los documentos
oficiales para seguir las operaciones del mercader medieval en el
mundo nórdico.
Por lo demás en la Edad Media la
intervención de las autoridades públicas fue en
general beneficiosa para los mercaderes quienes se beneficiaron
de una verdadera política
económica por parte de ciertos príncipes como
Luis XI "rey de los mercaderes". Fue también a fines del
S. XV cuando se definió con más precisión la
legislación sobre la propiedad del
subsuelo y la delimitación de las aguas
territoriales.
Indudablemente, a fines de la Edad Media los
vínculos cada vez más estrechos entre
príncipes y mercaderes hacen correr también a los
últimos riesgos mayores. La insolvencia de los soberanos
tiene mucho que ver en las estrepitosas quiebras de banqueros
italianos en los S. XIV y XV. Pero no sólo han intervenido
otras causas en estas bancarrotas: imprudente extensión
del crédito y de los negocios, función de coyuntura
económica y monetaria; sino que desde muy temprano la
legislación de las quiebras atenuó los efectos
más duros. No sólo fueron absolutamente
excepcionales las penas más extremas, condenas a muerte o
sólo a prisión, sino que con mucha frecuencia se
evitó hasta la venta de los bienes del que
había quebrado, en pública subasta para indemnizar
a los acreedores. Se extendió la costumbre de conceder al
que había quebrado y se hallaba en fuga, un salvoconducto
por un período durante el cual él procuraba un
arreglo amistoso con sus acreedores.
Progreso de los métodos en los S. XIV y
XV
Si bien la extensión de los negocios a partir del
S. XIII llevó a algunos mercaderes a cometer imprudencias
y creó ciertos riesgos, en conjunto la evolución produjo en progreso en los
métodos y las técnicas
que permitió vencer a reducir muchas dificultades y
peligros.
El comercio marítimo recibió gran empuje
gracias a la práctica de la división de los
navíos en partes iguales, verdaderas acciones de
las cuales una misma persona
podía poseer varias. De esta forma se dividen y reparten
los riesgos. Estas "partes" son una mercancía que se puede
vender, hipotecar, dar en commenda y hacer entrar en el capital
de una asociación.
Los seguros:
Más importante todavía es el desarrollo de
los métodos de seguro. Su
evolución es oscura. El término securitas
que designaba primitivamente un salvoconducto, parece referirse
hacia fines del S. XII a una especie de contrato de seguro por el
cual los mercaderes confían mercancías a alguien
que, a cambio de
cierta suma pagada a título se securitas, se
compromete ha entregar la mercancía en determinado lugar.
Hasta los S. XIV y XV no se extienden verdaderos contratos de
seguro en los cuales no cabe duda que los aseguradores son
distintos de los propietarios del barco.
La letra de cambio: Otros progresos de la
técnica a la vez que proporcionan nuevas posibilidades al
mercader, extienden y complican sus negocios.
El primero y más importante es el uso de la letra
de cambio. Si bien se discute su nacimiento, sus
características y su función son hoy bien conocidas
gracias a los magníficos trabajos de R. de Roover. El auge
de la letra de cambio debemos situarlo dentro de la
evolución monetaria.
Durante la Alta Edad Media, la tendencia a la
economía cerrada y la poca amplitud de los intercambios
internacionales habían reducido la función de la
moneda. En el comercio
internacional desempeñaron papel preponderante las
monedas no europeas: el nomisma bizantino, y los
dinares árabes. A partir de la época
carolingia en la Europa cristiana
el patrón monetario era la plata, representada ante todo
en el denario, también ocupó un lugar de
primer orden el dirbem musulmán.
Con el auge de la revolución comercial, todo
cambia en el S. XIII. Occidente vuelve a acuñar oro. A partir
de 1252, Génova acuña regularmente denarios de oro
y Florencia los famosos florines; a partir de 1266, Francia posee
los primeros escudos de oro; a partir de 1284, Venecia tiene sus
ducados; en la primera mitad del S. XIV, Flandes, Castilla,
Bohemia e Inglaterra siguen
el movimiento.
En adelante, en los pagos comerciales pasa a primer
plano el problema del cambio. A ese respecto, además de la
diversidad de moneda debe tenerse en cuenta:
- La existencia de dos patrones paralelos: oro y
plata. - El precios de
los metales
preciosos, que sufrió un alza en los S. XIV y XV. Alza
que afecta en forma desigual al oro y la plata pero que, frente
a las necesidades crecientes del comercio y a la imposibilidad
de aumentar al mismo ritmo el numerario en circulación,
a causa del estancamiento o decadencia de las minas europeas y
la disminución del suministro de metales preciosos
provenientes de África, delata ese fenómeno del
"hambre monetaria" en la que debe situarse la actividad de los
mercaderes de finales de la Edad Media. Hambre sobre todo de
oro, por cuanto la plata pasa a ser relativamente abundante
hacia fines del S. XV, gracias a la explotación de
nuevas minas en la Alemania
media y meridional. Lo cual será uno de los principales
motores de los
grandes descubrimientos. - La acción de las autoridades políticas. En efecto, el valor de las
monedas estaba en poder de los gobiernos, que podían
variar el índice de la misma, es decir: el peso; el
título o el valor nominal. Las piezas no llevaban
indicación de valor, sino que éste era fijado por
las autoridades públicas que las acuñaban,
valorando las monedas reales en moneda de cuenta ficticia que
generalmente se expresaba en libras, céntimos y denarios
derivados de un sistema que
tomaba por patrón el denario de Francia, o
también el denario de Flandes. De tal manera que los
príncipes y las ciudades podían proceder a
movimientos monetarios, mutaciones o desvalorizaciones,
refuerzos o revalorizaciones. Riesgos a menudo imprevisibles
para el mercader. - Las variaciones estacionales del mercado de dinero. A
causa de la falta de datos, resulta
difícil señalar la existencia en la Edad Media de
ciclos económicos tal como se reconoce en tiempos
modernos, el mercader medieval no tenía conciencia
de ellos y no le preocupaban. Los mercaderes medievales eran
sensibles a las variaciones estacionales del curso del dinero
en las principales plazas europeas, variaciones debidas a las
ferias, a las fechas de las cosechas y a la llegada y partida
de los convoyes.
… en Génova, el dinero es
caro en septiembre, enero y abril en razón de la salida de
los barcos… en Roma o donde se
encuentra el Papa, el precio del
dinero varía según el número de los
beneficios vacantes y de los desplazamientos del Papa, que hace
subir el precio del dinero dondequiera que se encuentre…
en Valencia es caro en julio y agosto a causa del trigo y el
arroz… en Montpeller hay tres ferias que originan
carestía de dinero…
Tales son los datos que el mercader debe tener en cuenta
para calcular los riesgos y los beneficios, y partiendo de los
cuales puede desarrollar, un juego sutil
fundado en la práctica de la letra de cambio.
R. de Roover: la letra de cambio era "una
convención por la cual el dador… suministraba una
suma de dinero al arrendador… y recibía a cambio un
compromiso pagadero a término (operación de
crédito), pero en otro lugar y en otra moneda
(operación de cambio). Por lo tanto, todo contrato de
cambio engendraba una operación de crédito y una
operación de cambio, ambas íntimamente
unidas".
He aquí una letra de cambio extraída de
los archivos de Francesca di Marco Datini da Prato:
…
Por lo tanto la letra de cambio respondía a
cuatro eventuales deseos del mercader y le ofrecía cuatro
posibilidades:
- El medio de pago de una operación
comercial. - El medio de transferir fondos entre dos plazas que
utilizaban monedas diferentes. - Una fuente de crédito
- Una ganancia financiera al jugar con las
diferencias y variaciones del cambio en las diferentes
plazas, siempre dentro del marco definido más arriba.
En efecto, entre dos o tres plazas podía existir
comercio de letras de cambio, además de operaciones
comerciales. Este comercio de cambios fue causa de vasta
especulación.
Sin embargo, indudablemente, el mercader medieval
ignoraba dos prácticas que habían de desarrollarse
en la época moderna: el endoso y el descuento. Aunque
recientes investigaciones
de Federico Melis permiten descubrir ejemplos de endoso desde
principios del
S. XVI en el dominio del mediterráneo; y que en el S. XV
se hallan casos parecidos, quizás para obligaciones
(simples órdenes de pago) en dominio
hanseático.
La contabilidad: Evidentemente, tales operaciones
habían de ir del brazo con los progresos en contabilidad.
La teneduría de libros de
comercio se hace más precisa, los métodos
más sencillos y la lectura
más fácil. Cierto que seguía exigiendo gran
complejidad. La contabilidad se dispersaba en numerosos registros: los
libros de las sucursales, de las compras, de las
ventas, de las
materias primas, de los depósitos de terceros, de los
obreros a domicilio y como ha destacado A. Sapori, el "libro secreto"
donde se consignaba el texto de la
asociación, la participación de los asociados en la
capital, los datos que permitían calcular en todo momento
la posición de dichos asociados en la sociedad y la
distribución de beneficios y
pérdidas. Este libro secreto seguía siendo objeto
de los principales cuidados y es el mejor conservado hasta
nuestros días.
Pero se extendió la costumbre de hacer un
presupuesto.
Pronto todas las grandes firmas poseyeron un doble juego de
registros para las cuentas abiertas
a sus corresponsales en el extranjero: el complo nostro y
el complo vostro, equivalente de nuestras cuentas
corrientes y que todavía hacían más
cómodo los pagos por compensación mediante un
simple juego de asientos contables sin transferencia de
numerario. (Si te cagó el hijo de puta de Daniel Arana,
podés cursar álgebra
Gutiérrez lunes y jueves de 19 a 21 y 21 a 23 hs. en
Paternal)Y, sobre todo, se desarrolló la contabilidad por
partida doble que ha podido ser calificada de revolución
de la contabilidad. Sin duda los progresos no son iguales en unas
regiones que en otras y hasta se ha llegado a explicar el casi
monopolio de los mercaderes y banqueros italianos de la Edad
Media, en una amplia zona geográfica, como resultado de su
avanzada técnica comercial. Pero en el dominio
hanseático podríamos hallar métodos que,
aunque diferentes y quizás algo retrasados en la
perspectiva de una evolución general única,
demostraron no obstante la eficacia de lo
que Fritz Rörig ha podido llamar "supremacía
intelectual". Señalamos que no debe exagerarse la
superioridad germánica en el dominio nórdico en
cuanto a escritura y
contabilidad. Los famosos manuscritos sobre berestá
(corteza de abedul) descubrimientos recientes demuestran que la
escritura y el cálculo
estaban allí más extendidos entre los
autóctonos de lo que se cría. De todos modos, las
técnicas italianas apenas fueron asimiladas antes del S.
XVI por los mercaderes de las ciudades atlánticas, "cuyo
arte
parecía consistir en evitar al máximo el recurrir
al crédito bajo todas las formas". Si bien Wolff ha
descubierto que el crédito estaba muy extendido entre los
mercaderes de Tolosa, insiste sin embargo en el carácter
rudimentario de sus procedimientos.
De manera que el gran mercader-banquero sedentario reina
ahora sobre todo un conjunto, cuyos hilos maneja desde su
despacho, su palacio, su casa.
Un conjunto de contadores, comisionistas, representantes
y empleados (los agentes) le obedecen en el
extranjero.
Las categorías de los mercaderes: Con la
extensión de los negocios, el mundo de los mercaderes
sufre transformaciones.
El mercader flamenco errante que iba a las ferias de
Champaña a llevar paños y traerse especias, ya no
tiene que desplazarse. Pues las galeras de Génova y
Venecia van a Brujas a cargar y descargar mercancías, los
mercaderes italianos, los representantes y las sucursales de las
grandes casas de Florencia, de Génova, de Luca y de Pisa
se han instalado en Flandes y compradores y vendedores mantienen
contactos permanentes sobre el lugar, como ocurría desde
largo tiempo en Florencia, donde Giovanni Villani señalaba
orgullosamente la inutilidad de las ferias, porque siempre hay
mercados en
Florencia. Entonces, el mercader flamenco se convierte, a
domicilio, en un intermediario sedentario y pasivo: el corredor.
Anuda contactos entre mercaderes extranjeros, arregla operaciones
comerciales y financieras entre ellos, les procura alojamiento y
almacenes y
vive de comisiones que le pagan por todos esos servicios.
Se ha creado cierta especialización entre los
hombres de negocios. Las categorías así formadas
varían según las regiones, los países y las
ciudades. Pero en el campo del comercio del dinero podemos
distinguir a los lombardos, los cambistas en metales y los
cambistas que son los "mercaderes banqueros" propiamente
dichos.
Los lombardos son los prestamistas con prenda en
garantía, los usureros que practican el préstamo de
consumo a
corto plazo. De manera que sus clientes
raramente son grandes personajes, sino más bien gente de
pequeña y media condición: clérigos,
burgueses no comerciantes, nobles de segunda categoría y
campesinos. Las sumas que prestan a corto plazo, durante uno; dos
o tres meses, no son de uso comercial, sino que sirven para
consumo personal en un
período difícil para el deudor que deja en prenda
objetos personales. No hay que creer que el poder
económico de los lombardos fuera despreciable. Para
satisfacer las necesidades de sus numerosos clientes y los
gastos
considerables que precisa su actividad, los lombardos se hallaban
a la cabeza de importantes capitales reunidos mediante
asociación familiar o merced a depósitos de
terceros. A principios del S. XV, los caborsins poseen en
Brujas en gran inmueble en el muelle largo de la parroquia de San
Gilles, y otro más chico, donde se alojan. Pero su
horizonte es limitado. Por haber querido lanzarse a operaciones
en gran escala, lombardos y cahorsins de Brujas quiebran
estrepitosamente en 1457. Por lo demás veremos, se hallan
obstáculos en sus prácticas, expuestos a la
hospitalidad pública y privada, sin posibilidades de
asenso social.
Por debajo de los lombardos, están los cambistas
en metales. Su banco o mesa
está a la vista, en su local que da a la calle como el de
todos los artesanos. Están agrupados, para facilitar las
operaciones de sus clientes, que a menudo son comunes a varios de
ellos. En Brujas tienen mesa cerca de la Grand-Place y de la
Grande-Halle aux Draps, en Florencia tienen banchi in mercato en
el viejo Mercado y en el Mercado Nuevo, en Venecia tienen banchi
de scritta en el puente de Rialto, y en Génova los tienen
junto a la casa de San Giorgio.
…
Ante todo cumplen dos funciones
tradicionales: el cambio de monedas (de donde viene el nombre) y
el cambio de metales preciosos, pues son los principales
suministradores de moneda gracias a los metales preciosos que
reciben de su clientela en lingotes o en vajilla. Según
las circunstancias, exportan también esos metales
preciosos, a pesar del monopolio teórico de los
acuñadores. Mediante estas operaciones determinan el
precio de los metales preciosos, ejercen considerable influencia
sobre sus fluctuaciones y tienden a dominar su
mercado.
Pero han añadido nuevas funciones a las antiguas:
aceptación de depósitos y reinversiones por
préstamo. Se han convertido en banqueros. Estos
depósitos, la aceptación a sus grandes clientes de
operaciones al descubierto, los préstamos, anticipos,
inversiones y
los giros por simple asiento de escrituras, los convierten en los
auxiliares indispensables de los mercaderes y de la gente
acomodada, todos los cuales tienen cuenta con un cambista en
metales: a fines del S. XIV ése es el caso de una persona,
cada treinta y cinco en Brujas y el 80% de los clientes de los
cambistas en metales de Brujas tienen depósitos inferiores
a 50 libras flamencas. A los cambistas en metales volveremos a
encontrarlos en las esferas elevadas de la jerarquía
social.
Pero en la cúspide están los que llaman en
Brujas cambistas-banqueros, los que tienen en Florencia los
banchi grossi, los mercaderes banqueros propiamente
dichos. Su actividad sigue siendo no especializada. Al comercio
de mercancías de toda clase, realizando en exportación e importación en escala internacional
añaden una actividad financiera múltiple: comercio
de letras de cambio, aceptación de depósitos y
operaciones de crédito, participación de varias
sociedades y el ejercicio del negocio de seguros. A menudo son
también productores, industriales como los Médicis,
que poseen en Florencia dos fábricas de paños y una
de seda. Y Benedetto Zaccaría, que en el S. XIII controla
desde Génova el mercado del alumbre, realiza un
"fenómeno de integración" al transportarlo en barcos de
su propiedad y utilizarlo en una fábrica de tintes por
él montada.
¿Fue el mercader medieval un
capitalista?
Claro es que ahora que se conoce mejor al
mercader-banquero medieval no puede seguir aceptándose la
célebre tesis de
Werner Sombart, para quien el gran capitalista nació en la
Edad Moderna,
con el Renacimiento y
la Reforma del S. XVI.
Indudablemente, vale más considerar al gran
mercader como un precapitalista. Según una
definición estricta del capitalismo,
como la que ofrece la doctrina marxista, la Edad Media no lo
conoció. Su sistema económico y social es el
feudalismo y
dentro de ese marco actúan los mercatores. Pero,
ellos contribuyen a romper el marco, a destruir las estructuras
feudales.
Al actuar sobre la evolución agrícola
activada por la intrusión de capitales urbanos y
precipitada por la ampliación de una economía
mundial que tienen profundas repercusiones sobre los precios
agrícolas e industriales, los grandes mercaderes preparan
el advenimiento del capitalismo. E. A. Kosminsky ha visto en la
expropiación a las clases rurales de la propiedad de
la tierra,
especialmente en Inglaterra (evolución en la que tomaron
parte los mercaderes), la fuente de "la primera
acumulación" del capital. El gran mercader medieval
concreta ya los medios de
producción en manos privadas y acelera el
proceso de
enajenación del trabajo de los obreros y de
los campesinos transformándolos en asalariados. Y algunos
historiadores marxistas como V. I. Ruthenburg, al estudiar las
compañías florentinas del S. XIV, no han vacilado
en ver en ellas los principios del capitalismo en el sentido
riguroso del término. Inclusive un historiador como
Frantisek Graus, que se niega a hablar de capitalismo en la Edad
Media, reconoce que hay elementos de capitalismo y que, en
Italia, inclusive
hay algo más. Tiene razón en protestar contra
concepciones anticientíficas y antihistóricas que
apelan a un "capitalismo eterno" y en pedir para el estudio de
las estructuras prioridad sobre el estudio de las
mentalidades.
Cita también a Marx,
según quien "las corporaciones medievales tendían
poderosamente a impedir la transformación del maestro
artesano en capitalista, al limitar a un máximo muy bajo
el número de obreros que podía emplear un mismo
maestro… siendo así que el poseedor de capitales o
mercancías no se transforma en capitalista más que
cuando lo mínimos fijados a la producción superan
ampliamente el máximo medieval. Pero aquí, el autor
de El Capital, tributario de los conocimientos históricos
de su época, confunde con los artesanos a los grandes
artesanos que poco se preocupaban, como veremos, de los
reglamentos de las corporaciones y subestima considerablemente la
amplitud cualitativa y cuantitativa del dominio económico
y social de los mercaderes.
No hay que olvidar que la economía medieval
siguió siendo fundamentalmente rural, que el artesano
predominaba en las ciudades y que los grandes negocios no son
más que una capa superficial; pero, por la masa del dinero
que maneja, por la extensión de sus horizontes
geográficos y económicos y por sus métodos
comerciales y financieros el mercader-banquero medieval es una
capitalista. Lo es también por su espíritu, por su
género
de vida y por el lugar que ocupa en la sociedad.
Garófalo Plosbalía
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