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Hugo Chavez y la guerra de resistencia (página 8)



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En lenguaje
militar, táctica es el modo práctico de llevar a
efecto los grandes objetivos
estratégicos.

Es, en algunos modos, un complemento de la
estrategia y en
otros una especie de reglamento de la misma; mucho más.
variables,
mucho más flexibles que los objetivos finales, los
medios deben
adaptarse a cada momento de la lucha. Hay objetivos
tácticos que permanecen constantes durante una guerra y otros
que van variando. Lo primero que hay que considerar es el
acoplamíento de la acción
guerrillera a la acción del
enemigo.

Característica fundamental de una
guerrilla es la movilidad, lo que le permite estar en pocos
minutos lejos del teatro
específico de la acción y en pocas horas lejos de
la región de la misma, si fuera necesario; que le permite
cambiar constantemente de frente y evitar cualquier tipo de
cerco. De acuerdo con los momentos de la guerra, puede dedicarse
la guerrilla exclusivamente a huir de un cerco, única
forma de obligarla a una batalla decisiva que puede ser muy
desfavorable, y también a establecer luchas de contracerco
(pequeñas partidas de hombres presumiblemente están
rodeadas por el enemigo cuando de pronto el enemigo está
rodeado por contingentes mayores, o esos hombres, colocados en un
lugar inexpugnable han servido de señuelo y todas las
tropas y el abastecimiento que va para el ejército
agresor, han sido cercados, han sido aniquilados de alguna
manera) .Característica de esta guerra, de movilidad es lo
que se denomina minuet, por la analogía con el baile de
ese nombre: las guerrillas cercan una posición enemiga,
una columna que avanza por ejemplo: la cercan absolutamente, por
los cuatro puntos cardinales, pero con cinco o seis hombres en
cada lugar y convenientemente alejados para no ser a su vez
cercados; se entabla la lucha en cualquiera de los puntos y el
ejército se moviliza hacia él; la guerrilla
retrocede entonces, manteniendo siempre contacto visual con el
enemigo y se inicia el ataque desde otro punto. El
ejército repetirá la acción anterior y la
guerrilla también. Así sucesivamente se puede
mantener inmovilizada una columna enemiga haciéndola
gastar cantidades grandes de parque, debilitándole
la moral a la
tropa, sin mayores peligros.

Esta misma práctica debe aplicarse a
las horas de la noche, pero acercándose más,
demostrando mayor agresividad, porque es mucho más
difícil un cerco en esas condiciones. Es decir, la
nocturnidad es otra caracteristica importante de la guerrilla que
sirve para avanzar hacia posiciones que van a ser atacadas y
también para movilizarse en territorios no bien conocidos
donde existe el peligro de delaciones. Naturalmente, su
inferioridad numérica hace muy necesario que los ataques
sean siempre por sorpresa, esa es la gran ventaja, es lo que
permite al guerrillero hacer bajas al enemigo sin sufrir
pérdidas porque no es lo mismo, en un combate entre cien
hombres de un lado y diez del otro, tener una baja por cada lado.
La baja enemiga es recuperable en cualquier momento y corresponde
en este ejemplo a un uno por ciento; la baja de la guerrilla
necesita más tiempo para
ser recuperada porque constituye un soldado de alta
especialización y es el diez por ciento del conjunto de
las fuerzas operantes.

Nunca un soldado muerto de parte de las
guerrillas debe ser dejado con sus armas y con su
parque. El deber de todo soldado guerrillero es, inmediatamente
que cae un compañero, recuperar estos preciosísimos elementos de lucha.
Precisamente, el parque, el cuidado que hay que tener con
él y su metodización al gastarlo, es otra
característica de la guerra de guerrillas. En cualquier
combate entre una fuerza regular
y otra guerrillera se puede identificar a una y a otra por su
manera de hacer fuego: grandes concentraciones de fuego de parte
del ejército regular y tiros aislados y precisos de parte
del guerrillero.

Cierta vez uno de nuestros héroes, ya
muerto, debió emplear su ametralladora durante casi cinco
minutos, ráfaga tras ráfaga, para impedir el avance
de los soldados enemigos y este hecho causó una
considerable desorganización en nuestras fuerzas porque
consideraron, por el ritmo del fuego, que esa posición
clave estaba tomada por el adversario, pues era una de las
poquísimas ocasiones en que se había hecho caso
omiso de la necesidad de guardar tiros, precisamente por la
importancia del punto defendido.

Otra característica fundamental del
soldado guerrillero es su flexibilidad para adaptarse a todas las
circunstancias y convertir en favorables todos los accidentes de
la acción. Frente a la rigidez de los métodos
clásicos de guerrear, el guerrillero inventa su propia
táctica en cada momento de la lucha y sorprende
constantemente al enemigo.

En primer lugar, solamente hay posiciones
elásticas, lugares específicos de donde no puede
pasar el enemigo y lugares de diversión del mismo. Es
frecuente observar la sorpresa con que éste nota que un
avance gradual, sorteando dificultades fácilmente, se
encuentra de pronto férreamente detenido y no hay
posibilidades de seguir adelante. Es que las posiciones
defendidas por los soldados guerrilleros, cuando se ha podido
hacer un estudio cabal del terreno, son inexpugnables. No se
cuenta cuántos soldados atacan sino cuántos
soldados pueden defenderla, y una vez establecido ese
número se defiende contra un batallón y casi
siempre, por no decir siempre, con éxito.
Gran tarea de los jefes es elegir adecuadamente el momento y el
lugar en que una posición será defendida hasta el
final.

La forma de ataque de un ejército
guerrillero también es diferente; se inicia sorpresiva,
furibunda, implacable, y re convierte de pronto en una pasividad
total. El. Enemigo sobreviviente, reponiéndose, cree que
el atacante se ha ido, empieza a tranquilizarse, a normalizar la
vida interior del cuartel o de la ciudad sitiada y de pronto
surge un nuevo ataque en otro lugar, con las mismas
características, mientras el grueso de la guerrilla espera
los refuerzos presuntos; u otra vez, una posta que defiende un
cuartel es atacada de pronto, dominada, y éste cae en las
manos de la guerrilla. Lo fundamental es la sorpresa y la rapidez
del ataque.

Muy importantes son los actos de, sabotaje.
Es preciso diferenciar claramente el sabotaje, medida
revolucionaria de guerra, altamente eficaz y el terrorismo,
medida bastante ineficaz, en general, indiscriminada en sus
consecuencias, pues hace victimas de sus efectos a gente inocente
en muchos casos y que cuesta gran número de vidas valiosas
para la revolución. El terrorismo debe considerarse
como factor valioso cuando se utiliza para ajusticiar
algún connotado dirigente de las fuerzas opresoras,
caracterizado por su crueldad, por su eficiencia en la
represión, por una serie de cualidades que hacen de su
supresión algo útil; pero nunca es aconsejable
la muerte de
personas de poca calidad que traen
como consecuencia un desborde de la represión con su
secuela de muertes.

Hay un punto sumamente controvertido en la
apreciación de terrorismo. Muchos consideran que al usarse
y exacerbar la opresión policial, impide todo contacto
más o menos legal o semiclandestino de las masas e
imposibilita su unión para las acciones que
fierían necesarias en un momento determinado. Esto, en
sí, es exacto, pero sucede también que en los
momentos de guerra civil y en determinadas poblaciones, ya la
represión del poder
gobernante es tan grande que, de hecho, está suprimida
toda clase de
acción legal y es imposible una acción de masas que
no sea apoyada por las armas. Por eso hay que tener mucho cuidado
en la adopción
de medidas de este tipo y analizar las consecuencias generales
favorables que puedan traer para la revolución. De todas
maneras, el sabotaje es siempre un arma eficacísima, bien
manejada. No debe emplearse el sabotaje en inutilizar medios de
producción que deje paralizado algún
sector de la población, es decir, que deje gente sin
trabajo, sin
que influya esa paralización en la vida normal de una
sociedad; es
ridículo un sabotaje contra una fábrica de
refrescos, pero es absolutamente correcto y recomendable un
sabotaje contra una central eléctrica. En el primer caso
se desplazan unos cuantos obreros y no se modifica el ritmo de la
vida industrial; en el segundo caso también habrá
un desplazamiento de obreros, pero perfectamente justificado por
la paralización total de la vida de la región.
Insistiremos en la técnica del sabotaje en otro
momento.

Una de las armas favoritas del
ejército, arma que se ha pretendido constituir en
definitiva en los actuales momentos, es la aviación; sin
embargo, ésta no tiene acción ninguna mientras la
guerra de guerrillas esté en sus etapas primarias, con
poca concentración de hombres en lugares abruptos. La
eficacia de la
aviación consiste en la destrución
sistemática de defensas organizadas y visibles; para esto
debe haber grandes concentraciones de hombres que hagan estas
defensas, lo que no ocurre en este tipo de guerra. También
es eficaz en las marchas de columnas porlugares llanos o lugares
no protegidos; sin embargo, este último problema se elude
fácilmente realizando marchas
nocturnas.

Uno de los puntos más débiles
del enemigo es el transporte por
carretera y ferrocarril. Es prácticamente imposible
vigilar metro a metro un transporte, un camino, un ferrocarril.
En cualquier lugar se puede poner una carga considerable de
explosivo que inutilice la via, o también explote en el
momento de pasar un vehículo, provocando, además de
la inutilización de las mismas, una considerable
pérdida en vidas y material al
enemigo.

La fuente de explosivos es variada: se puede
traer de otras zonas, o pueden servir las mismas bombas tiradas
por la dictadura, que
no siempre estallan, o fabricarse en laboratorios clandestinos y
dentro de la zona guerrillera. La técnica para hacerlas
explotar es muy variada: la fabricación de los mismos
también depende de las condiciones de la
guerrilla.

En nuestros laboratorios hacíamos
pólvora que utilizábamos como fulminante e
inventamos varios dispositivos para hacer estallar estas minas en
el momento indicado. Los que daban mejor resultado eran los
eléctricos, pero la primera mina que se hizo explotar fue
una bomba arrojada por los aviones de la dictadura, a la que se
le introdujeron varios fulminantes y se le agregó una
escopeta cuyo gatillo era halado por un hilo. En el momento en
que pasó un carro enemigo se disparó el arma,
provocando su explosión.

Se pueden ir perfilando esas técnicas
hasta un grado extremo y tenemos noticias de
que en Argelia, por ejemplo, en la actualidad se usan contra el
poderio colonial francés minas teleexplotables, es decir,
por un sistema de
radio a larga
distancia del punto donde ellas están
situadas.

La técnica de emboscarse en los
caminos para hacer explotar minas y aniquilar a los
sobrevivientes es de las más remuneradoras en cuanto a
parque y armas; el enemigo sorprendido no usa sus municiones, no
tiene tiempo de huir y con poco gasto de parque se consiguen
resultados apreciables.

A medida que se golpea al enemigo va
cambiando su táctica también y en vez de salir
carros aislados transitarán verdaderas columnas
motorizadas. Sin embargo, eligiendo bien el terreno se puede
lograr el mismo resultado fraccionando la columna y acumulando
fuerzas sobre un vehiculo. Hay que considerar siempre en estos
casos, los elementos esenciales de la táctica guerrillera,
que son: el
conocimiento absoluto del terreno, la vigilancia y
previsión de los caminos de escape, el conocimiento y
vigilancia de todos los caminos secundarios que pueden llevar al
atacante hacia ese punto, el conocimiento de la población
de la zona; el apoyo total de ésta en cuanto a
abastecimientos, a transporte, a ocultación transitoria y
a ocultación permanente, cuando es necesario dejar
compañerós heridos, la superioridad numérica
en un punto determinado de la acción, la movilidad total y
la posibilidad de contar con reservas.

Si se cumplen con todos estos requisitos
tácticos, la sorpresa en las vías de comunicación del enemigo da dividendos
notables.

Parte fundamental de la táctica
guerrillera es el trato a todos los seres humanos de la zona. Es
importante, asimismo, el trato dado al enemigo; la norma a seguir
debe ser una implacabilidad absoluta en la hora del ataque, una
implacabilidad absoluta con todos los elementos despreciables que
se dediquen a la delación o al asesinato y una clemencia
lo más absoluta posible con los soldados que van a
combatir cumpliendo, o creyendo cumplir, su deber
militar.

Es buena norma, mientras no haya bases
considerables de operaciones y
lugares inexpugnables, no hacer prisioneros. Los sobrevivientes
deben ser dejados en libertad. Los
heridos deben ser cuidados con todos los recursos posibles
en el momento de la acción. La conducta con la
población civil debe estar reglada por un gran respeto a todas
las tradiciones y normas de la
gente de la zona, para ir a una demostración efectiva, con
los hechos, de la superioridad moral del
soldado guerrillero sobre el soldado opresor. No debe
ajusticiarse sin dar oportunidad de descargo al reo, salvo
momentos especiales.

La guerra de guerrillas ha sido utilizada
innúmeras veces en la historia en condiciones
diferentes y persiguiendo distintos fines. últimamente ha
sido usada en diversas guerras
populares de liberación donde la vanguardia del
pueblo eligió el camino de la lucha armada irregular
contra enemigos de mayor potencial bélico. Asia, Africa y América
han sido escenario de estas acciones cuando se trataba de lograr,
el poder en la lucha contra la explotación feudal,
neocolonial o colonial.

En Europa se la
empleó como complemento de los ejércitos regulares
propios o aliados.

En América se ha recurrido a la
guerra de guerrillas en diversas oportunidades. Como antecedente
mediato más cercano puede anotarse la experiencia de
Augusto César Sandino, luchando contra las fuerzas
expedicionarias yanquis en la Segovia nicaragüense. Y,
recientemente, la guerra revolucionaria de Cuba. A partir
de entonces, en América se han planteado los problemas de
la guerra de guerrillas en las discusiones teóricas de los
partidos progresistas del continente y la posibilidad y
conveniencia de su utilización es materia de
polémicas encontradas.

Estas notas tratarán de expresar
nuestras ideas sobre la guerra de guerrillas y cuál
sería su utilización
correcta.

Ante todo hay que precisar que esta
modalidad de lucha es un método; un
método para lograr un fin. Ese fin, indispensable,
ineludible para todo revolucionario, es la conquista del poder
político. Por tanto, en los análisis de las situaciones
específicas de los distintos países de
América, debe emplearse el concepto de
guerrilla reducido a la simple categoría de método
de lucha para lograr aquel fin.

Casi inmediatamente surge la pregunta:
¿El método de la guerra de guerrillas es la
fórmula única para la toma del poder en la
América entera?; o ¿será, en todo caso, la
forma predominante?; o, simplemente, ¿será una
fórmula más entre todas las usadas para la lucha?
y, en último extremo, se preguntan, ¿será
aplicable a otras realidades continentales el ejemplo de Cuba?
Por el camino de la polémica, suele criticarse a aquellos
que quieren hacer la guerra de guerrillas, aduciendo que se
olvidan de la lucha de masas, casi como si fueran métodos
contrapuestos. Nosotros rechazamos el concepto que encierra esa
posición; la guerra de guerrillas es una guerra del
pueblo, es una lucha de masas. Pretender realizar este tipo de
guerra sin el apoyo de la población, es el preludio de un
desastre inevitable. La guerrilla es la vanguardia combativa del
pueblo, situada en un lugar determinado de algún
territorio dado, armada, dispuesta a desarrollar una serie de
acciones bélicas tendientes al único fin
estratégico posible: la toma del poder. Está
apoyada por las masas campesinas y obreras de la zona y de todo
el territorio de que se trate. Sin esas premisas no se puede
admitir la guerra de guerrillas.

«En nuestra situación
americana, consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo
la Revolución
cubana a la mecánica de los movimientos revolucionarios
en América; son ellas: Primero: las fuerzas populares
pueden ganar una guerra contra el ejército. Segundo: no
siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para
la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.
Tercero: en la América subdesarrollada, el terreno de la
lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.» (La
guerra de guerrillas
.)

Tales son las aportaciones para el desarrollo de
la lucha revolucionaria en América, y pueden aplicarse a
cualquiera de los países de nuestro Continente en los
cuales se vaya a desarrollar una guerra de
guerrillas.

La Segunda Declaración de La Habana
señala:

  • En nuestros países se juntan las
    circunstancias de una industria
    subdesarrollada con un régimen agrario de carácter feudal. Es por eso que, con todo
    lo duras que son las condiciones de vida de los obreros
    urbanos, la población rural vive aún en las
    más horribles condiciones de opresión y
    explotación; pero es también, salvo excepciones,
    el sector absolutamente mayoritario, en proporciones que a
    veces sobrepasan el setenta por ciento de las poblaciones
    latinoamericanas.
  • Descontando los terratenientes, que
    muchas veces residen en las ciudades, el resto de esa gran masa
    libra su sustento trabajando como peones en las haciendas por
    salarios
    misérrimos, o labran la tierra en
    condiciones de explotación que nada tienen que envidiar
    a la Edad Media.
    Estas circunstancias son las que determinan que en América
    Latina la población pobre del campo constituya una
    tremenda fuerza revolucionaria
    potencial.
  • Los ejércitos, estructurados y
    equipados para la guerra convencional, que son la fuerza en que
    se sustenta el poder de las clases explotadoras, cuando tienen
    que enfrentarse a la lucha irregular de los campesinos en el
    escenario natural de éstos, resultan absolutamente
    impotentes; pierden diez hombres por cada combatiente
    revolucionario que cae, y la desmoralización cunde
    rápidamente en ellos al tener que enfrentarse a un
    enemigo invisible e invencible que no les ofrece ocasión
    de lucir sus tácticas de academia y sus fanfarrias de
    guerra, de las que tanto alarde hacen para reprimir a los
    obreros y a los estudiantes en las
    unidades.
  • La lucha inicial de reducidos
    núcleos combatientes se nutre incesantemente de nuevas
    fuerzas, el movimiento
    de masas comienza a desatarse, el viejo orden se resquebraja
    poco a poco en mil pedazos, y es entonces el momento en que la
    clase obrera y las masas urbanas deciden la
    batalla.
  • ¿Qué es lo que desde el
    comienzo mismo de la lucha de esos primeros núcleos los
    hace invencibles, independientemente del número, el
    poder y los recursos de sus enemigos? El apoyo del pueblo, y
    con ese apoyo de las masas contarán en grado cada vez
    mayor.
  • Pero el campesino es
    una clase que, por el estado de
    incultura en que lo mantienen y el aislamiento en que vive,
    necesita la dirección revolucionaria y política de la
    clase obrera y los intelectuales revolucionarios, sin la cual no
    podría por sí sola lanzarse a la lucha y
    conquistar la victoria.
  • En las actuales condiciones
    históricas de América Latina, la burguesía
    nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y
    antiimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras
    naciones esa clase, aun cuando sus intereses son
    contradictorios con los del imperialismo
    yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a éste,
    paralizada por el miedo a la revolución social y
    asustada por el clamor de las masas
    explotadas.

Completando el alcance de estas afirmaciones
que constituyen el nudo de la declaración revolucionaria
de América, la Segunda Declaración de La Habana
expresa en otros párrafos lo
siguiente:

  • Las condiciones subjetivas de cada
    país, es decir, el factor conciencia,
    organización, dirección, puede
    acelerar o retrasar la revolución, según su mayor
    o menor grado de desarrollo; pero tarde o temprano en cada
    época histórica, cuando las condiciones objetivas
    maduran, la conciencia se adquiere, la
    organización se logra, la dirección surge y
    la revolución se produce.
  • Que ésta tenga lugar por cauces
    pacíficos o nazca al mundo después de un parto
    doloroso, no depende de los revolucionarios; depende de las
    fuerzas reaccionarias de la vieja sociedad, que se resisten a
    dejar nacer la sociedad nueva, que es engendrada por las
    contradicciones que lleva en su seno la vieja sociedad. La
    revolución es en la historia como el médico que
    asiste al nacimiento de una nueva vida. No usa sin necesidad
    los aparatos de fuerza, pero los usa sin vacilaciones cada vez
    que sea necesario para ayudar al parto. Parto que trae a las
    masas esclavizadas y explotadas la esperanza de una vida
    mejor.
  • En muchos países de América
    Latina la revolución es hoy inevitable. Ese hecho no lo
    determina la voluntad de nadie. Está determinado por las
    espantosas condiciones de explotación en que vive
    el hombre
    americano, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de las
    masas, la crisis
    mundial del imperialismo y el movimiento universal de lucha de
    los pueblos subyugados.

Partiremos de estas bases para el
análisis de toda la cuestión guerrillera en
América.

Establecimos que es un método de
lucha para obtener un fin. Lo que interesa, primero, es analizar
el fin y ver si se puede lograr la conquista del poder de otra
manera que por la lucha armada, aquí en
América.

La lucha pacífica puede llevarse a
cabo mediante movimientos de masas y obligar -en situaciones
especiales de crisis- a ceder a los gobiernos, ocupando
eventualmente el poder las fuerzas populares que
establecerían la dictadura proletaria. Correcto
teóricamente. Al analizar lo anterior en el panorama de
América, tenemos que llegar a las siguientes conclusiones:
En este continente existen en general condiciones objetivas que
impulsan a las masas a acciones violentas contra los gobiernos
burgueses y terratenientes, existen crisis de poder en muchos
otros países y algunas condiciones subjetivas
también. Claro está que, en los países en
que todas las condiciones estén dadas, sería hasta
criminal no actuar para la toma del poder. En aquellos otros en
que esto no ocurre es lícito que aparezcan distintas
alternativas y que de la discusión teórica surja la
decisión aplicable a cada país. Lo único que
la historia no admite es que los analistas y ejecutores de la
política del proletariado se equivoquen. Nadie puede
solicitar el cargo de partido de vanguardia como un diploma
oficial dado por la universidad. Ser
partido de vanguardia es estar al frente de la clase obrera en la
lucha por la toma del poder, saber guiarla a su captura,
conducirla por los atajos, incluso.

Esa es la misión de
nuestros partidos revolucionarios y el análisis debe ser
profundo y exhaustivo para que no haya
equivocación.

Hoy por hoy, se ve en América un
estado de
equilibrio
inestable entre la dictadura oligárquica y la presión
popular. La denominamos con la palabra oligárquica
pretendiendo definir la alianza reaccionaria entre las
burguesías de cada país y sus clases de
terratenientes, con mayor o menor preponderancia de las estructuras
feudales. Estas dictaduras transcurren dentro de ciertos marcos
de legalidad que
se adjudicaron ellas mismas para su mejor trabajo durante todo el
período irrestricto de dominación de clase, pero
pasamos por una etapa en que las presiones populares son muy
fuertes; están llamando a las puertas de la legalidad
burguesa y ésta debe ser violada por sus propios autores
para detener el impulso de las masas. Sólo que las
violaciones descaradas, contrarias a toda legislación
preestablecida -o la legislación establecida a posteriori
para santificar el hecho-, ponen en mayor tensión a las
fuerzas del pueblo. Por ello, la dictadura oligárquica
trata de utilizar los viejos ordenamientos legales para cambiar
la constitucionalidad y ahogar más al proletariado, sin
que el choque sea frontal. No obstante, aquí es donde se
produce la contradicción.

El pueblo ya no soporta las antiguas y,
menos aún, las nuevas medidas coercitivas establecidas por
la dictadura, y trata de romperlas. No debemos de olvidar nunca
el carácter clasista, autoritario y restrictivo del estado
burgués. Lenin se refiere a él así:
«El estado es producto y
manifestación del carácter irreconciliable de las
contradicciones de clases. El estado surge en el sitio, en el
momento y en el grado en que las contradicciones de clase no
pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia
del estado demuestra que las contradicciones de clase son
irreconciliables.» (El estado y la
revolución
.)

Es decir, no debemos admitir que la palabra
democracia,
utilizada en forma apologética para representar la
dictadura de las clases explotadoras, pierda su profundidad de
concepto y adquiera el de ciertas libertades más o menos
óptimas dadas al ciudadano. Luchar solamente por conseguir
la restauración de cierta legalidad burguesa sin
plantearse, en cambio, el
problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a
cierto orden dictatorial preestablecido por las clases
sociales dominantes: es, en todo caso, luchar por el
establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola
menos pesada para el presidiario.

En estas condiciones de conflicto, la
oligarquía rompe sus propios contratos, su
propia apariencia de «democracia» y ataca al pueblo,
aunque siempre trate de utilizar los métodos de la
superestructura que ha formado para la opresión. Se vuelve
a plantear en ese momento el dilema: ¿Qué hacer?
Nosotros contestamos: La violencia no
es patrimonio de
los explotadores, la pueden usar los explotados y, más
aún, la deben usar en su momento. Martí
decía: «Es criminal quien promueve en un país
la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la
guerra inevitable.»

Lenin, por otra parte, expresaba: «La
social-democracia no ha mirado nunca ni mira la guerra desde un
punto de vista sentimental. Condena en absoluto la guerra como
recurso feroz para dilucidar las diferencias entre los hombres,
pero sabe que las guerras son inevitables mientras la sociedad
esté dividida en clases, mientras exista la
explotación del hombre por el
hombre. Y para acabar con esa explotación no podremos
prescindir de la guerra, que empieza siempre y en todos los
sitios las mismas clases explotadoras, dominantes y
opresoras.» Esto lo decía en el año 1905;
después, en «El programa militar
de la revolución proletaria», analizando
profundamente el carácter de la lucha de clases, afirmaba:
«Quien admita la lucha de clases no puede menos que admitir
las guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan
la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento
-naturales y en determinadas circunstancias inevitables- de la
lucha de clases. Todas las grandes revoluciones lo confirman.
Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un
oportunismo extremo y renegar de la revolución
socialista.»

Es decir, no debemos temer a la violencia,
la partera de las sociedades
nuevas; sólo que esa violencia debe desatarse exactamente
en el momento preciso en que los conductores del pueblo hayan
encontrado las circunstancias más
favorables.

¿Cuáles serán
éstas? Dependen, en lo subjetivo, de dos factores que se
complementan y que a su vez se van profundizando en el transcurso
de la lucha: la conciencia de la necesidad del cambio y la
certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario; los que,
unidos a las condiciones objetivas -que son grandemente
favorables en casi toda América para el desarrollo de la
lucha-, a la firmeza en la voluntad de lograrlo y a las nuevas
correlaciones de fuerzas en el mundo, condicionan un modo de
actuar.

Por lejanos que estén los
países socialistas, siempre se hará sentir su
influencia bienhechora sobre los pueblos en lucha, y su ejemplo
educador les dará más fuerza. Fidel Castro
decía el último 26 de julio: «Y el deber de
los revolucionarios, sobre todo en este instante, es saber
percibir, saber captar los cambios de correlación de
fuerzas que han tenido lugar en el mundo, y comprender que ese
cambio facilita la lucha de los pueblos. El deber de los
revolucionarios, de los revolucionarios latinoamericanos, no
está en esperar que el cambio de correlación de
fuerzas produzca el milagro de las revoluciones sociales en
América Latina, sino aprovechar cabalmente todo lo que
favorece al movimiento revolucionario ese cambio de
correlación de fuerzas ¡y hacer las
revoluciones!»

Hay quienes dicen «admitamos la guerra
revolucionaria como el medio adecuado, en ciertos casos
específicos, para llegar a la toma del poder
político; ¿de dónde sacamos los grandes
conductores, los Fidel Castro que nos lleven al triunfo?»
Fidel Castro, como todo ser humano, es un producto de la
historia. Los jefes militares y políticos, que dirijan las
luchas insurreccionales en América, unidos, si fuera
posible, en una sola persona,
aprenderán el arte de la
guerra en el ejercicio de la guerra misma. No hay oficio ni
profesión que se pueda aprender solamente en los libros de
texto. La
lucha, en este caso, es la gran maestra.

Claro que no será sencilla la tarea
ni exenta de graves amenazas en todo su
transcurso.

Durante el desarrollo de la lucha armada
aparecen dos momentos de extremo peligro para el futuro de la
revolución. El primero de ellos surge en la etapa
preparatoria y la forma en que se resuelva da la medida de la
decisión de lucha y claridad de fines que tengan las
fuerzas populares. Cuando el estado burgués avanza contra
las posiciones del pueblo, evidentemente tiene que producirse un
proceso de
defensa contra el enemigo que, en ese momento de superioridad,
ataca. Si ya se han desarrollado las condiciones objetivas y
subjetivas mínimas, la defensa debe ser armada, pero de
tal tipo que no se conviertan las fuerzas populares en meros
receptores de los golpes del enemigo; no dejar tampoco que el
escenario de la defensa armada simplemente se transforme en un
refugio extremo de los perseguidos. La guerrilla, movimiento
defensivo del pueblo en un momento dado, lleva en sí, y
constantemente debe desarrollarla, su capacidad de ataque sobre
el enemigo. Esta capacidad es la que va determinando con el
tiempo su carácter de catalizador de las fuerzas
populares. Vale decir, la guerrilla no es autodefensa pasiva, es
defensa con ataque y, desde el momento en que se plantea como
tal, tiene como perspectiva final la conquista del poder
político.

Este momento es
importante.

En los procesos
sociales la diferencia entre violencia y no violencia no puede
medirse por las cantidades de tiros intercambiados; responde a
situaciones concretas y fluctuantes. Y hay que saber ver el
instante en que las fuerzas populares, conscientes de su
debilidad relativa, pero al mismo tiempo de su fuerza
estratégica, deben obligar al enemigo a que dé los
pasos necesarios para que la situación no retroceda. Hay
que violentar el equilibrio dictadura
oligárquica-presión popular. La dictadura trata
constantemente de ejercerse sin el uso aparatoso de la fuerza; el
obligar a presentarse sin disfraz, es decir, en su aspecto
verdadero de dictadura violenta de las clases reaccionarias,
contribuirá a su desenmascaramiento, lo que
profundizará la lucha hasta extremos tales que ya no se
pueda regresar. De cómo cumplan su función
las fuerzas del pueblo abocadas a la tarea de obligar a
definiciones a la dictadura -retroceder o desencadenar la lucha-,
depende el comienzo firme de una acción armada de largo
alcance.

Sortear el otro momento peligroso depende
del poder del desarrollo ascendente que tengan las fuerzas
populares. Marx recomendaba
siempre que una vez comenzado el proceso revolucionario, el
proletariado tenía que golpear y golpear sin descanso.
Revolución que no se profundice constantemente es
revolución que regresa. Los combatientes, cansados,
empiezan a perder la fe y puede fructificar entonces alguna de
las maniobras a que la burguesía nos tiene tan
acostumbrados. Estas pueden ser elecciones con la entrega del
poder a otro señor de voz más meliflua y cara
más angelical que el dictador de turno, o un golpe dado
por los reaccionarios, encabezados, en general, por el
ejército y apoyándose, directa o indirectamente, en
las fuerzas progresistas. Caben otras, pero no es nuestra
intención analizar estratagemas
tácticas.

Llamamos la atención principalmente sobre la maniobra
del golpe militar apuntada arriba. ¿Qué pueden dar
los militares a la verdadera democracia? ¿Qué
lealtad se les puede pedir si son meros instrumentos de
dominación de las clases reaccionarias y de los monopolios
imperialistas y como casta, que vale en razón de las armas
que posee, aspiran solamente a mantener sus
prerrogativas?

Cuando, en situaciones difíciles para
los opresores, conspiren los militares y derroquen a un dictador,
de hecho vencido, hay que suponer que lo hacen porque
aquél no es capaz de preservar sus prerrogativas de clase
sin violencia extrema, cosa que, en general, no conviene en los
momentos actuales a los intereses de las
oligarquías.

Esta afirmación no significa, de
ningún modo, que se deseche la utilización de los
militares como luchadores individuales, separados del medio
social en que han actuado y, de hecho, rebelados contra
él. Y esta utilización debe hacerse en el marco de
la dirección revolucionaria a la que pertenecerán
como luchadores y no como representantes de una
casta.

En tiempos ya lejanos, en el prefacio de la
tercera edición
de La guerra civil en Francia, Engels decía:
«Los obreros, después de cada revolución,
estaban armados; por eso, el desarme de los obreros era el primer
mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del
estado. De ahí que, después de cada
revolución ganada por los obreros, se llevara a cabo una
nueva lucha que acababa con la derrota de éstos…»
(cita de Lenin, El estado y la
revolución
.)

Este juego de
luchas continuas en que se logra un cambio formal de cualquier
tipo y se retrocede estratégicamente, se ha repetido
durante decenas de años en el mundo capitalista. Peor
aún, el engaño permanente al proletariado en este
aspecto lleva más de un siglo de producirse
periódicamente.

Es peligroso también que, llevados
por el deseo de mantener durante algún tiempo condiciones
más favorables para la acción revolucionaria
mediante el uso de ciertos aspectos de la legalidad burguesa, los
dirigentes de los partidos progresistas confundan los
términos, cosa que es muy común en el curso de la
acción, y se olviden del objetivo
estratégico definitivo: la toma del
poder
.

Estos dos momentos difíciles de la
revolución, que hemos analizado someramente, se obvian
cuando los partidos dirigentes marxistas-leninistas son capaces
de ver claro las implicaciones del momento y de movilizar las
masas al máximo, llevándolas por el camino justo de
la resolución de las contradicciones
fundamentales.

En el desarrollo del tema hemos supuesto que
eventualmente se aceptará la idea de la lucha armada y
también la fórmula de la guerra de guerrillas como
método de combate. ¿Por qué estimamos que,
en las condiciones actuales de América, la guerra de
guerrillas es la vía correcta? Hay argumentos
fundamentales que, en nuestro concepto, determinan la necesidad
de la acción guerrillera en América como eje
central de la lucha.

Primero: aceptando como verdad que el
enemigo luchará por mantenerse en el poder, hay que pensar
en la destrucción del ejército opresor; para
destruirlo hay que oponerle un ejército popular enfrente.
Ese ejército no nace espontáneamente, tiene que
armarse en el arsenal que brinda su enemigo, y esto condiciona
una lucha dura y muy larga, en la que las fuerzas populares y sus
dirigentes estarían expuestos siempre al ataque de fuerzas
superiores sin adecuadas condiciones de defensa y
maniobrabilidad.

En cambio, el núcleo guerrillero,
asentado en terrenos favorables a la lucha, garantiza la seguridad y
permanencia del mando revolucionario. Las fuerzas urbanas,
dirigidas desde el estado mayor del ejército del pueblo,
pueden realizar acciones de incalculable importancia. La eventual
destrucción de estos grupos no
haría morir el alma de la
revolución, su jefatura, que, desde la fortaleza rural,
seguiría catalizando el espíritu revolucionario de
las masas y organizando nuevas fuerzas para otras
batallas.

Además, en esta zona comienza la
estructuración del futuro aparato estatal encargado de
dirigir eficientemente la dictadura de clase durante todo el
período de transición. Cuanto más larga sea
la lucha, más grandes y complejos serán los
problemas administrativos y en su solución se
entrenarán los cuadros para la difícil tarea de la
consolidación del poder y el desarrollo
económico, en una etapa
futura.

Segundo: la situación general del
campesinado latinoamericano y el carácter cada vez
más explosivo de su lucha contra las estructuras feudales,
en el marco de una situación social de alianza entre
explotadores locales y extranjeros.

Volviendo a la Segunda Declaración de
La Habana:

  • Los pueblos de América se
    liberaron del coloniaje español a principios del
    siglo posado, pero no se liberaron de la explotación.
    Los terratenientes feudales asumieron la autoridad de
    los gobernantes españoles, los indios continuaron en
    penosa servidumbre, el hombre latinoamericano en una u otra
    forma siguió esclavo y las mínimas esperanzas de
    los pueblos sucumben bajo el poder de las oligarquías y
    la coyunda del capital
    extranjero. Esta ha sido la verdad de América, con uno u
    otro matiz, con alguna que otra variante. Hoy América
    Latina yace bajo un imperialismo mucho más feroz, mucho
    más poderoso y más despiadado que el imperialismo
    colonial español.
  • Y ante la realidad objetiva e
    históricamente inexorable de la revolución
    latinoamericana, ¿cuál es la actitud del
    imperialismo yanqui? Disponerse a librar una guerra colonial
    con los pueblos de América Latina; crear el aparato de
    fuerza, los pretextos políticos y los instrumentos
    pseudo legales suscritos con los representantes de las
    oligarquías reaccionarias para reprimir a sangre y fuego
    la lucha de los pueblos
    latinoamericanos.

Esta situación objetiva nos muestra la fuerza
que duerme, desaprovechada, en nuestros campesinos y la necesidad
de utilizarla para la liberación de
América.

Tercero: el carácter continental de
la lucha.

¿Podría concebirse esta nueva
etapa de la emancipación de América como el cotejo
de dos fuerzas locales luchando por el poder en un territorio
dado? Difícilmente. La lucha será a muerte entre
todas las fuerzas populares y todas las fuerzas de
represión. Los párrafos arriba citados
también lo predicen.

Los yanquis intervendrán por solidaridad de
intereses y porque la lucha en América es decisiva. De
hecho, ya intervienen en la preparación de las fuerzas
represivas y la organización de un aparato continental de
lucha. Pero, de ahora en adelante, lo harán con todas sus
energías; castigarán a las fuerzas populares con
todas las armas de destrucción a su alcance; no
dejarán consolidarse al poder revolucionario y, si alguno
llegara a hacerlo, volverán a atacar, no lo
reconocerán, tratarán de dividir las fuerzas
revolucionarias, introducirán saboteadores de todo tipo,
crearán problemas fronterizos, lanzarán a otros
estados reaccionarios en su contra, intentarán ahogar
económicamente al nuevo estado, aniquilarlo, en una
palabra.

Dado este panorama americano, se hace
difícil que la victoria se logre y consolide en un
país aislado. A la unión de las fuerzas represivas
debe contestarse con la unión de las fuerzas populares. En
todos los países en que la opresión llegue a
niveles insostenibles, debe alzarse la bandera de la
rebelión, y esta bandera tendrá, por necesidad
histórica, caracteres continentales. La cordillera de los
Andes está llamada a ser la Sierra Maestra de
América, como dijera Fidel, y todos los inmensos
territorios que abarca este Continente están llamados a
ser escenarios de la lucha a muerte contra el poder
imperialista.

No podemos decir cuándo
alcanzará estas características continentales, ni
cuánto tiempo durará la lucha, pero podemos
predecir su advenimiento y su triunfo, porque es resultado de
circunstancias históricas, económicas y políticas
inevitables y su rumbo no se puede
torcer.

Iniciarla cuando las condiciones
estén dadas, independientemente de la situación de
otros países, es la tarea de la fuerza revolucionaria en
cada país. El desarrollo de la lucha irá
condicionando la estrategia general; la predicción sobre
el carácter continental es fruto del análisis de
las fuerzas de cada contendiente, pero esto no excluye, ni mucho
menos, el estallido independiente. Así como la
iniciación de la lucha en un punto de un país
está destinada a desarrollarla en todo su ámbito,
la iniciación de la guerra revolucionaria contribuye a
desarrollar nuevas condiciones en los países
vecinos.

El desarrollo de las revoluciones se ha
producido normalmente por flujos y reflujos inversamente
proporcionales; al flujo revolucionario corresponde el reflujo
contrarrevolucionario y, viceversa, en los momentos de descenso
revolucionario hay un ascenso contrarrevolucionario. En estos
instantes, la situación de las fuerzas populares se torna
difícil y deben recurrir a los mejores medios de defensa
para sufrir los daños menores. El enemigo es
extremadamente fuerte, continental. Por ello no se pueden
analizar las debilidades relativas de las burguesías
locales con vistas a tomar decisiones de ámbitos
restringidos. Menos podría pensarse en la eventual alianza
de estas oligarquías con el pueblo en armas. La
Revolución cubana ha dado el campanazo de alarma. La
polarización de fuerzas llegará a ser total:
explotadores de un lado y explotados de otro; la masa de la
pequeña burguesía se inclinará a uno u otro
bando, de acuerdo con sus intereses y el acierto político
con que se la trate; la neutralidad constituirá una
excepción. Así será la guerra
revolucionaria.

Pensemos cómo podría comenzar
un foco guerrillero.

Núcleos relativamente pequeños
de personas eligen lugares favorables para la guerra de
guerrillas, ya sea con la intención de desatar un
contraataque o para capear el vendaval, y allí comienzan a
actuar. Hay que establecer bien claro lo siguiente: en el primer
momento, la debilidad relativa de la guerrilla es tal que
solamente debe trabajar para fijarse al terreno, para ir
conociendo el medio, estableciendo conexiones con la
población y reforzando los lugares que eventualmente se
convertirán en su base de apoyo.

Hay tres condiciones de supervivencia de una
guerrilla que comience su desarrollo bajo las premisas expresadas
aquí: movilidad constante, vigilancia constante,
desconfianza constante. Sin el uso adecuado de estos tres
elementos de la táctica militar, la guerrilla
difícilmente sobrevivirá. Hay que recordar que la
heroicidad del guerrillero, en estos momentos consiste en la
amplitud del fin planteado y la enorme serie de sacrificios que
deberá realizar para
cumplimentarlo.

Estos sacrificios no serán el combate
diario, la lucha cara a cara con el enemigo; adquirirán
formas más sutiles y más difíciles de
resistir para el cuerpo y la mente del individuo que
está en la guerrilla.

Serán quizás castigados
duramente por los ejércitos enemigos; divididos en grupos,
a veces; martirizados los que cayeren prisioneros; perseguidos
como animales acosados
en las zonas que hayan elegido para actuar; con la inquietud
constante de tener enemigos sobre los pasos de la guerrilla; con
la desconfianza constante frente a todo, ya que los campesinos
atemorizados los entregarán, en algunos casos, para
quitarse de encima, con la desaparición del pretexto, a
las tropas represivas; sin otra alternativa que la muerte o la
victoria, en momentos en que la muerte es un concepto mil veces
presente y la victoria el mito que
sólo un revolucionario puede
soñar.

Esa es la heroicidad de la guerrilla, por
eso se dice que caminar también es una forma de combatir,
que rehuir el combate en un momento dado no es sino una forma de
combatir. El planteamiento es, frente a la superioridad general
del enemigo, encontrar la forma táctica de lograr una
superioridad relativa en un punto elegido, ya sea poder
concentrar más efectivos que éste, ya asegurar
ventajas en el aprovechamiento del terreno que vuelque la
correlación de fuerzas. En estas condiciones se asegura la
victoria táctica; si no está clara la superioridad
relativa, es preferible no actuar. No se debe dar combate que no
produzca una victoria, mientras se pueda elegir el
«cómo» y el
«cuándo».

En el marco de la gran acción
político-militar, del cual es un elemento, la guerrilla
irá creciendo y consolidándose; se irán
formando entonces las bases de apoyo, elemento fundamental para
que el ejército guerrillero pueda prosperar. Estas bases
de apoyo son puntos en los cuales el ejército enemigo
sólo puede penetrar a costa de grandes pérdidas;
bastiones de la revolución, refugio y resorte de la
guerrilla para incursiones cada vez más lejanas y
atrevidas.

A este momento se llega si se han superado
simultáneamente las dificultades de orden táctico y
político. Los guerrilleros no pueden olvidar nunca su
función de vanguardia del pueblo, el mandato que encarnan,
y por tanto, deben crear las condiciones políticas
necesarias para el establecimiento del poder revolucionario
basado en el apoyo total de las masas. Las grandes
reivindicaciones del campesinado deben ser satisfechas en la
medida y forma que las circunstancias aconsejen, haciendo de toda
la población un conglomerado compacto y
decidido.

Si difícil será la
situación militar de los primeros momentos, no menos
delicada será la política; y si un solo error
militar puede liquidar la guerrilla, un error político
puede frenar su desarrollo durante grandes
períodos.

Político-militar es la lucha,
así hay que desarrollarla y, por lo tanto,
entenderla.

La guerrilla, en su proceso de crecimiento,
llega a un instante en que su capacidad de acción cubre
una determinada región para cuyas medidas sobran hombres y
hay demasiada concentración en la zona. Allí
comienza el efecto de colmena, en el cual uno de los jefes,
guerrillero distinguido, salta a otra región y va
repitiendo la cadena de desarrollo de la guerra de guerrillas,
sujeto, eso sí, a un mando
central.

Ahora bien, es preciso apuntar que no se
puede aspirar a la victoria sin la formación de un
ejército popular. Las fuerzas guerrilleras podrán
extenderse hasta determinada magnitud; las fuerzas populares, en
las ciudades y en otras zonas permeables del enemigo,
podrán causarle estragos, pero el potencial militar de la
reacción todavía estaría intacto. Hay que
tener siempre presente que el resultado final debe ser el
aniquilamiento del adversario. Para ello, todas estas zonas
nuevas que se crean más las zonas de perforación
del enemigo detrás de sus líneas, más las
fuerzas que operan en las ciudades principales, deben tener una
relación de dependencia en el mando. No se podrá
pretender que exista la cerrada ordenación
jerárquica que caracteriza a un ejército, pero
sí una ordenación estratégica. Dentro de
determinadas condiciones de libertad de acción, las
guerrillas deben de cumplir todas las órdenes
estratégicas del mando central, instalado en algunas de
las zonas, la más segura, la más fuerte, preparando
las condiciones para la unión de las fuerzas en un momento
dado. ¿Habrá otras posibilidades menos
cruentas?

La guerra de guerrillas o guerra de
liberación tendrá en general tres momentos: el
primero, de la defensiva estratégica, donde la
pequeña fuerza que huye muerde al enemigo; no está
refugiada para hacer una defensa pasiva en un círculo
pequeño, sino que su defensa consiste en los ataques
limitados que puede realizar. Pasado esto, se llega a un punto de
equilibrio en que se estabilizan las posibilidades de
acción del enemigo y de la guerrilla y, luego, el momento
final de desbordamiento del ejército represivo que
llevará a la toma de las grandes ciudades, a los grandes
encuentros decisivos, al aniquilamiento total del
adversario.

Después de logrado el punto de
equilibrio, donde ambas fuerzas se respetan entre sí, al
seguir su desarrollo, la guerra de guerrillas adquiere
características nuevas.

Empieza a introducirse el concepto de la
maniobra; columnas grandes que atacan puntos fuertes; guerra de
movimientos con traslación de fuerzas y medios de ataque
de relativa potencia. Pero,
debido a la capacidad de la resistencia y
contraataque que todavía conserva el enemigo, esta guerra
de maniobra no sustituye definitivamente a las guerrillas; es
solamente una forma de actuar de las mismas, una magnitud
superior de las fuerzas guerrilleras, hasta que, por fin,
cristaliza en un ejército popular con cuerpos de
ejércitos. Aún en este instante, marchando delante
de las acciones de las fuerzas principales, irán las
guerrillas en su estado de «pureza», liquidando las
comunicaciones, saboteando todo el aparato
defensivo del enemigo.

 

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