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Las siete maravillas del mundo (página 2)



Partes: 1, 2, 3

El sitio donde tuvo lugar su construcción fue la
localidad de Éfeso, una ciudad portuaria localizada en el
territorio de la actual Turquía. En la época se
trataba de una ciudad opulenta, plena de templos y palacios en
los cuales residían los más poderosos comerciantes
del mundo, rodeada de bellas colinas sembradas de olivares.

Era tanta la riqueza que poseían los poderosos de la
ciudad que se derramaba por todos sus habitantes, así,
prudentemente decidieron que deberían agradecer a los
dioses por esta fortuna. Así, a mediados del año
600 a.C., los efesios comenzaron a evaluar la posibilidad de
erigir un fabuloso templo que honrara a Artemisa, diosa
protectora de Éfeso, como expresión de su
agradecimiento por la fortuna recibida.

En poco tiempo, en la zona central de la ciudad se
preparó una inmensa terraza para construir los cimientos
sobre los cuales se erigiría el templo, y los mejores
arquitectos de la época comenzaron a idear sus formas. En
principio, se planteó el problema de los materiales con
los cuales se edificaría el monumento. La idea primigenia
era hacerlo en piedra, pero los propulsores del proyecto
sentían que no era éste un material lo
suficientemente noble como para lograr lo que ellos habían
imaginado.

Esta situación duró hasta que en un hecho
fortuito, un pastor llamado Pixadore descubrió un tipo de
roca blanco como la nieve, desconocido hasta el momento. Se
trataba de una cantera de puro mármol, material que
entusiasmó a los efesios, ya que lo encontraron totalmente
apto para la construcción del templo, no sólo
debido a la nobleza del mismo, sino que se consideró que
la propia diosa Artemisa se había ocupado de guiar al
pastor hasta el prodigioso sitio.

Artemisa era la Diosa de la caza de la mitología griega, su nombre fue Diana para
la mitología romana y es por tal motivo que este monumento
es conocido también como Templo de Diana. Esta diosa fue
hermana gemela de Apolo, e hija de Zeus y Leto, quien dio a
luz a sus
hijos en la isla de Delos, razón por la cual
también se la conoció como Delia. Este templo en su
honor llegaría a ser la verdadera expresión del
alma de todo
el mundo antiguo que veneraba su figura.

El primer impulsor de la construcción del monumento fue
el rey Creso, perpetuado en la historia como el hombre
más rico de todos los tiempos. En la época, este
poderoso monarca que tenía a casi toda la Grecia
jónica bajo su poder, quiso
demostrar de esta forma su inmensa gratitud a Artemisa, a quien
adjudicaba la responsabilidad por haberse salvado de una segura
muerte en
manos del rey persa Ciro el Grande, quien había estado a punto
de quemarlo vivo luego de haberlo vencido en el campo de batalla.
A los efectos de iniciar las obras, Creso habría decretado
una suscripción pública compulsiva, por lo que
tuvieron que contribuir todos los habitantes, y según
cuenta la tradición, posteriormente todos los reyes de
Asia pusieron
su parte también para la construcción del fabuloso
monumento.

Su diseño
se debe al escultor griego Chersiphron, pero algunos de los
mayores artistas de la historia como los arquitectos Fidias y
Praxíteles y los pintores Parrasio y Apeles, además
de muchos otros, participaron en las obras ya que, luego de
haberse iniciado alrededor del año 600 a.C., su
construcción se extendió a lo largo de dos siglos
durante los cuales fue colmado de esculturas, pinturas,
bajorrelieves y otras maravillosas obras de arte entre las
cuales se destacaba la estatua de la diosa Artemisa, totalmente
confeccionada en oro.

Según las crónicas, el templo tenía 140
metros de longitud por 70 de ancho y unas inmensas puertas de
madera de
ciprés y cedro en el frente, a través de las cuales
se accedía a un patio interior. Podían contarse 127
columnas de unos 20 metros de altura. A lo largo de su existencia
de siglos, el templo recibió la visita de todo tipo de
personas, desde pastores hasta poderosos monarcas, que llegaban,
a veces en procesión, desde todos los confines del mundo
conocido para rendir tributo a Artemisa.

Su larga existencia no fue fácil, fue destruido en tres
oportunidades y vuelto a edificar otras tres. La más
famosa de estas destrucciones tuvo lugar en el año 356 a.
C., cuando un pastor vagabundo llamado Eróstrato lo
incendió, el mismo día del nacimiento de Alejandro
Magno, situación que derivó en la tradición
de que la diosa Artemisa descuidó la protección del
templo porque estuvo ese día ocupada encargándose
del nacimiento del futuro conquistador, quien años
después se encargaría de promover su
restauración.

Dentro de sus paredes, entre sus decoradas columnas,
sucedieron hechos antológicos, y personajes destacados de
la historia lo visitaron. En su interior, el emperador Jerjes
estuvo asilado con sus hijos luego de haber sido derrotado en
batalla por Alejandro; éste último dio muerte a dos
esclavos que derramaron su sangre sobre los
pisos de mármol; allí Marco Antonio, favorito de
Julio César y amante de Cleopatra le quitó la vida
a una hermana de ésta a los pies de la estatua de oro de
Artemisa; detrás de sus puertas el filósofo
Heráclito se refugió huyendo de la
humanidad; las tropas de Nerón saquearon el templo
llevándose todas las obras de arte a Roma y Apeles, el
eximio artista nativo de Éfeso pintó el rostro de
Alejandro en un mural y se lo ofrendó al joven
conquistador.

Los esplendores del templo comienzan a desmoronarse cuando en
el año 260, los godos invaden Éfeso y lo atacan y
saquean con tal violencia que
derrumban parte de su colosal estructura. Ya
casi en estado de abandono, en el año 381 es cerrado por
el emperador de Roma Teodosio que ordena clausurar todos los
templos paganos del mundo romano.

Es entonces cuando prácticamente se da vía libre
para que los restos del templo se conviertan en cantera y fuente
de materiales nobles para la construcción de templos de
adoración a los dioses que finalmente triunfaron sobre
Artemisa. De entre sus restos se arrancaron
sistemáticamente a lo largo de mucho tiempo, materiales y
reliquias que se utilizaron para la construcción de
templos cristianos bizantinos como Santa Sofía de
Constantinopla (actual Estambul) y posteriormente
católicos como la catedral de Pisa, y varias otras de la
actual Italia.
Así desapareció la que fuera para muchos, la obra
de arte arquitectónica más maravillosa de todos los
tiempos, aunque sólo lo hizo su estructura física ya que su fama
logró perpetuarse hasta lograr la inmortalidad.

El Coloso de Rodas

Rodas, es en la actualidad una isla perteneciente a Grecia que
forma parte del archipiélago del Dodecaneso, del cual es
la capital
política.
Es uno de los centros turísticos más importantes
del país, al ofrecer un casco antiguo medieval
excepcional, ruinas clásicas griegas y fabulosas playas.
La ciudad de Rodas se encuentra habitada desde hace más de
dos mil años, principalmente por su ubicación
privilegiada para comerciar con Grecia, Asia Menor, Egipto, y
todo el mundo antiguo.

Por aquella época, durante algún tiempo, al
igual que en la actualidad, se convirtió en un sitio muy
visitado por los viajeros ávidos por conocerla. Esto
sucedió debido a que se difundió por todo el mundo
antiguo la noticia de que una verdadera maravilla se había
erigido en la entrada a su puerto y todos querían
conocerla: El Coloso de Rodas.

Sucedió que al morir Alejandro
Magno contando solamente con 33 años -en el 323 a. C.-
no dejó un sucesor, y esto hizo que la unidad
política que él había logrado, no tardara en
quebrarse. Sus generales lucharon durante años para
adueñarse del poder de todos los extensos territorios
conquistados. Aprovechando esta situación, muchas ciudades
griegas pretendieron lograr, o recobrar su independencia.

Esta fue la intención de los gobernantes de la isla, y
entonces decidieron enfrentar al rey macedonio Demetrio
Poliorcetes, que era conocido por su experiencia en la estrategia
militar, sobre todo en la técnica de los asedios a
ciudades y fortalezas. Los rodios asombraron al mundo antiguo
venciendo al temible macedonio, al que hicieron huir, junto con
su ejército, abandonando enormes cantidades de armas y escudos
de bronce.

Para celebrar este triunfo notable, las autoridades de la isla
hicieron fundir todo el bronce abandonado por los sitiadores y
encargaron al escultor Ceres, discípulo de Lisipo, natural
de Lindo, la construcción de una gigantesca estatua que
reflejara la inmensa gloria de la ciudad, y sirviera de homenaje
a Apolo.

El escultor se puso a trabajar de inmediato y
diseñó una figura con una portentosa antorcha en su
mano, que representaría al dios Helios, el dios del
día, de la luz y de la armonía, tendría
más de 30 metros de altura, y se levantaría a la
entrada del puerto de Rodas. El tiempo comenzó a correr y
la estructura fue creciendo ante los ojos de los azorados rodios
que no podían creer lo que veían. Ceres
construyó primeramente un gigantesco armazón de
hierro sobre
el cual luego fueron colocando las placas de bronce.

Doce años después, en el año 280 a. C. la
estatua se concluyó y contó con una altura de 32
metros que hacía visible todo su esplendor desde grandes
distancias, aunque no la pudo ver su propio creador, ya que antes
de concluirla se suicidó al haber enloquecido pensando que
había hecho un trabajo
deficiente y que su obra se derrumbaría de inmediato. El
discípulo Lacho concluyó lo que doce años
antes había iniciado su malogrado mentor.

Se construyó a manera de pórtico de entrada al
puerto y según la tradición, es posible que las
embarcaciones se desplazaran entre sus piernas al entrar y salir
del mismo, aunque esto no es seguro, ya que
quizá esta versión se trate de una leyenda nacida
en el siglo XVI. Sea como fuere, tan sólo poco más
de cincuenta años después de haberse construido, en
el año 223 a. C., un terremoto derrumbó al coloso,
dejándolo tristemente abatido a las puertas de la ciudad,
semi sumergido en las cristalinas aguas del mar.

El monarca Ptolomeo de Egipto ofreció ayuda
económica para volver a instalarlo en su sitio, pero luego
de una previa consulta a un oráculo, el ofrecimiento no
fue aceptado y allí quedó. Así
permaneció, como un mudo testimonio de los esplendores de
antaño durante muchos siglos, ¡casi novecientos
años! hasta que en el año 651 de nuestra era, con
la zona bajo control
musulmán, los restos le fueron vendidos a un mercader
judío que hizo cortar en trozos todas las placas de bronce
juntando 300 toneladas del preciado metal y se las llevó
hacia oriente en una interminable caravana de novecientos ochenta
camellos. Jamás volvió a saberse nada de
él.

Cuántas personas y cuántos museos de Asia y
Europa
contarán en la actualidad sin saberlo, entre su acervo con
alguna pieza antigua de bronce, confeccionada con parte del
cuerpo del majestuoso Apolo. Aquel que todo el mundo antiguo
quiso ver por siempre erguido, aunque la codicia y la ignorancia
lo impidieron luego de su derrumbe, pero sin poder someter la
imaginación de las generaciones futuras que hasta el
día de hoy continúan dándole en su
imaginación antojadizas formas fabulosas, como si
aún estuviera de pie protegiendo la entrada al puerto de
Rodas.

Los jardines colgantes
de Babilonia

Babilonia , que significaba puerta de Dios, fue la sede de un
importante imperio mesopotámico, que alcanzó su
máximo esplendor en su primera etapa, con el gobierno del rey
Hamurabi, quien promulgó el famoso código,
el más antiguo que se conoce. Esta fue una primera etapa
de la ciudad que comenzó aproximadamente en el año
2100 a. C. Luego la zona sufrió las incursiones de pueblos
arios que saquearon y destruyeron la ciudad. A estos le siguieron
los invasores asirios, hombres crueles y sanguinarios que
permanecieron en la zona durante siglos.

En el año 625 a. C., el rey caldeo Nabopolasar
consiguió desterrar el yugo asirio y se
adueñó de la mesopotamia,
dando inicio a una nueva etapa de properidad a la zona al crear
un nuevo imperio babilónico caldeo.

Luego de algunos años, le sucedió su hijo
Nabucodonosor, quien, entre otras cosas, se dedicó a
embellecer y fortificar la ciudad de Babilonia, la cual
llegó a ser llamada "la reina del Asia". Utilizando mano
de obra esclava, y ladrillos que ellos mismos fabricaban con
material arcilloso extraído de su propio suelo, hizo dotar
a la ciudad de Babilonia de inmensos palacios, edificios
públicos y, especialmente, una asombrosa muralla de
defensa que tenía una extensión de casi cien
kilómetros por veinticinco metros de ancho. Contaba con
cien puertas de bronce de acceso a la ciudad, celosamente
custodiadas. En cada una de las puertas nacía un camino
que cruzaba la ciudad hasta alcanzar la puerta opuesta. A
través de ella además cruzaba el río
Éufrates. Este fue el escenario donde habría tenido
lugar la construcción de otra de las maravillas del mundo
antiguo: los Jardines Colgantes de Babilonia.

Esta es la obra de la lista de maravillas sobre la que menos
se sabe. Es tan poco lo que se conoce sobre ella, que hay dos
versiones distintas sobre su construcción, con distintos
protagonistas y distintas épocas, e incluso no existe la
certeza de que realmente hayan existido. Los Jardines Colgantes
se hallaban a corta distancia del palacio real, ubicado en la
zona central de la ciudad, y estaban conformados por numerosas
terrazas escalonadas conteniendo tierra
fértil, construidas con piedra y ladrillos en diferentes
niveles. Estas terrazas eran sostenidas por inmensas
bóvedas con columnas y arcos, y podían llegar a los
100 metros de altura. En ellas se plantaron palmeras de
dátiles, exóticas flores de oriente,
plátanos, verdes y perfumadas plantas que
caían desde las alturas, y que inundaban con su frescura
los atardeceres de Babilonia. Un sistema
hidráulico llevaba el agua desde
el río Éufrates hasta una terraza superior desde la
cual se distribuía por todas las bóvedas. Se dice
que quienes contemplaban las ciclópeas terrazas quedaban
extasiados ante la belleza y grandiosidad de esta obra
singular.

¿Cuál fue el propósito de su
construcción? La versión quizá más
difundida es la que atribuye su construcción a
Nabucodonosor II, rey de Babilonia que, además de ser un
gran guerrero y conquistador, era también un arquitecto de
excepción. Según la historia contada por
historiadores griegos de épocas posteriores como Diodorus
Siculus y Berossus, alrededor del año 600 a. C., Amytis,
la amada esposa meda del monarca babilonio, sentía una
inmensa melancolía de las verdes praderas de su tierra que
no podía mitigar en las desérticas tierras donde
vivía, y sufría mucho por ello. Con el objeto de
terminar con ese sufrimiento, el laborioso monarca habría
decidido impulsar la construcción de los jardines, para
que la ciudad de Babilonia ya no se viera como un páramo,
sino como un paradisíaco vergel que lograra provocar la
felicidad de su esposa.

Otra versión, quizá menos probable, es la que
sitúa cronológicamente su construcción mucho
tiempo antes, en el siglo XI, por iniciativa del rey Nino, a su
esposa asiria Shammuramat, o Semíramis. Existen
además otras variantes sobre esta misma versión,
pero todo lo que se refiere a ella es confuso, poco probable e
incluso se duda de la existencia de esta siria .

Sea como fuere, en la actualidad, son muchos los
investigadores que dudan de que los jardines colgantes hayan
existido más allá de la imaginación de
poetas e historiadores de la antigüedad, que se inspiraron
en afiebrados relatos de algunos soldados de Alejandro Magno que
llegaron a Babilonia con el objeto de conquistarla.

Se cree que es posible que hayan tergiversado sus impresiones
sobre los diferentes aspectos de la ciudad, quizá
extasiados ante tan impresionante urbe que incluía entre
sus construcciones a la también mítica Torre de
Babel, y que se haya creado un mito de lo que
en realidad puede haber sido simplemente un enorme cantero de
unos 50 metros de ancho donde se habrían plantado tan
sólo algunas pocas especies de árboles
mesopotámicos, algo incluso casi imposible de conseguir
debido a su escasez en
aquellos días. Resulta sumamente sugerente que las tablas
de escritura
cuneiforme de la época, rescatadas por la arqueología moderna, no hablan una sola
palabra de los jardines, mientras que sí lo hacen en
abundancia sobre las murallas y palacios.

A la muerte de
Nabucodonosor, el imperio entró en decadencia y medio
siglo después, el soberano Nabonid fue vencido por el rey
persa Ciro, quien entró a la ciudad sin resistencia en el
año 538 a. de C.. A partir de esta conquista el
imperio caldeo se convirtió en una provincia persa. En el
año 331 Alejandro Magno visitó la ciudad durante su
conquista de todo el imperio persa, pero ésta ya se
encontraba en una total decadencia y en un estado cercano al
abandono. Es aquí donde murió el insigne
conquistador macedonio, contando con sólo 33 años,
el 13 de junio de 323 a. C. Por el año 125 a. de C., la
ciudad, o lo que quedaba de ella fue incendiada y desde entonces
no quedan más que ruinas entre las cuales, en la
actualidad, se llevan a cabo trabajos de arqueología que
intentan develar el misterio sobre la leyenda de los
míticos jardines.

Probablemente jamás se sepa con certeza si los
fabulosos jardines realmente existieron, pero llegue a saberse o
no, por siempre permanecerá presente en la humanidad el
recuerdo de esta civilización portentosa gracias a su
maravilloso e inestimable legado cultural que incluye, entre
otras cosas, el día de veinticuatro horas, los siete
días de la semana, y la división del año en
doce meses. Muchos de los conocimientos matemáticos de hoy en día los
heredamos de los babilonios a través de los griegos,
habiendo contado con famosas escuelas de matemáticas hacia el año 500 a. C..
También costumbres como la fijación por escrito de
convenios, el registro de
propiedades, los arrendamientos y las tasas de interés
son parte de su legado, que hoy en día llevamos a cabo a
diario sin pensar que al llevar adelante estas acciones
estamos manteniendo viva a través del tiempo la memoria de
Babilonia, hayan existido o no los jardines colgantes.

El Mausoleo de
Halicarnaso

En un momento en que el imperio persa era el mayor del mundo
conocido, extendiéndose desde la India hasta
medio Oriente, la administración política,
dividió los territorios en provincias denominadas
satrapías. En el siglo IV a. C., muchas de ellas llegaron
a adquirir una considerable autonomía,
convirtiéndose sus reyes y gobernadores en monarcas
menores, pero en la práctica casi independientes, aunque
formalmente continuaban siendo súbditos del poder central
persa. En el territorio de la actual Turquía,
existía en la época, una satrapía denominada
Caria, que fue gobernada desde el 377 al 353 a. C. por el rey
Mausolo, y cuya capital era la ciudad de Halicarnaso. Este rey,
incansable guerrero vencedor en cientos de batallas, era querido
por su pueblo y era venerado especialmente en la capital, que era
una ciudad muy bella e imponente, y por esa razón,
Halicarnaso se puso de luto cuando él murió. Tanto
amaba su bella hermana y esposa Artemisia II a su rey, que en
oportunidad de su muerte decidió que debería
construirse un sepulcro que estuviera a la altura de su amado, y
de inmediato se puso manos a la obra.

La historia de la reina enamorada del rey Mausolo, proviene de
una tradición contada por el historiador Plinio el viejo,
que afirmaba haberla leído en un libro escrito
por dos testigos presenciales de los hechos, nada menos que dos
de los arquitectos griegos que participaron de la
construcción del impresionante monumento. Plinio
contó que poco después de la muerte del rey de
Caria, arribó a Atenas una comitiva enviada por la reina
Artemisia II, con el objeto de contratar a un equipo de trabajo
que hiciera realidad su sueño de inmortalizar a su amado
muerto.

El equipo contratado llegó a la ciudad de Halicarnaso
al poco tiempo, y estuvo conformado por los arquitectos Pytheos y
Satyros ?aquellos que habrían escrito el libro
leído por Plinio?, y los escultores Scopas, Briaxis,
Leocares y Tymoteo. Primeramente, con mano de obra esclava se
llevó a cabo la preparación del terreno, y luego se
pusieron a trabajar los recién llegados. Los arquitectos
construyeron una enorme base cuadrangular donde probablemente
debían encontrarse los sepulcros, sobre la cual edificaron
un impresionante templo de tres plantas con una altura cercana a
los 50 metros.

Cada uno de los lados estaba decorado por uno de los cuatro
escultores griegos (Scopas trabajó en la fachada del Este,
Briaxis en la del Norte, Timoteo en la del sur y Leocares en la
del oeste) y tenían una extensión de 30 metros de
frente por 33 de fondo coronada por una columnata de estilo
jónico que alternaba bellas estatuas de héroes y
animales
mitológicos. Sobre este edificio se levantaba una
pirámide trunca de veinticuatro peldaños, sobre la
cual podía apreciarse una enorme cuadriga de
mármol, esculpida por Pytheos, ocupada, a manera de dos
imponentes aurigas, con las figuras de pie del rey Mausolo y su
hermana y esposa Artemisia II, las cuales serían obra de
Briaxis.

La reina controló personalmente la marcha de las obras
del impresionante sepulcro para su amado, que se extendieron a lo
largo de tres años, pero no pudo contemplarla terminada ya
que falleció muy poco tiempo antes de su
conclusión.

Plinio el viejo destaca que a pesar de la muerte de la
impulsora del proyecto "los artistas continuaron trabajando en
él, ya que creyeron que ello redundaría en su
propia gloria". De todos modos, el objeto fue cumplido ya que la
figura del monarca, que fuera recordado como el rey más
amado de la historia, siguió siendo homenajeada y
recordada por el maravilloso monumento durante unos
dieciséis siglos, ya que en el año 1100 de nuestra
era, un terremoto le provocó daños
irreparables.

Seguidamente, a principios del
siglo XV, los caballeros medievales de la Orden de San Juan,
utilizaron las piedras de sus restos para construir una fortaleza
amurallada a los fines de defenderse de los ejércitos
turcos. Una crónica de la Edad Media
dice que cuando esto sucedió, se encontraron en el
interior los sarcófagos.

Prácticamente nada de este maravilloso monumento
construido en tributo al amor
legó a nuestros días. Las ruinas del mausoleo
fueron exploradas en el año 1857 por el arqueólogo
Newton, quien
llegó a descubrir algunos restos de los frisos, que
formaban parte de una zona de esculturas en la base y alguna
estatua. Estos restos aún reconocibles se encuentran en la
actualidad en el Museo Británico de la ciudad de Londres,
donde es posible apreciar algunas secciones del friso del
sepulcro y parte de la estatua de mármol atribuido al
amado e inmortalizado rey Mausolo, en cuya memoria se
denomina actualmente Mausoleo a este tipo de
construcción.

El faro de
Alejandría

En el año 332 a. C. Alejandro Magno, siguiendo las
rutas de sus conquistas, arribó a Egipto, liberando a esta
tierra, del yugo impuesto por el
imperio persa. Su actitud de
respetar la religión original de
los naturales le valió un caluroso recibimiento que
agradeció rindiendo homenaje al dios egipcio Amón,
en su santuario que se levantaba en el desierto. Enormemente
satisfecho por su campaña, y con el objeto de consolidar
su conquista, fundó sobre la desembocadura del río
Nilo la ciudad de Alejandría.

La ciudad de Alejandría (en la actualidad, la ciudad
continúa existiendo con el mismo nombre, y es una de las
más importantes urbes del Egipto moderno), con el correr
de los años llegó a convertirse en la capital
científica del mundo antiguo, y fue por mucho tiempo el
centro cultural más importante de la cultura
helénica, herencia del
mundo dejado por Alejandro. Sus instituciones
culturales fueron admiradas por todo el mundo antiguo y aun hoy
en día continúan pareciendo impresionantes.

Su famoso Museo (llamado así por considerarse el Templo
de las Musas) poseía enormes edificios dedicados a las
artes y las ciencias, que
contenían salas de laboratorios, jardín
botánico, anatomía, colecciones
zoológicas y observatorio astronómico.

Por otra parte, su biblioteca
adquirió una fama universal debido a la increíble
magnitud de su acervo, que incluía unos 400.000
volúmenes. Todos los conocimientos de la humanidad
podían ser consultados en sus salas, a las cuales
acudían historiadores, estudiosos, médicos y
filósofos de todo el mundo antiguo.

En el año 47 a. C. las tropas romanas de Julio
César invadieron la ciudad y provocaron una gran
destrucción en sus instalaciones y colecciones.
Finalmente, en el año 641 de nuestra era la biblioteca fue
totalmente arrasada por un incendio provocado por los
árabes invasores al mando de Omar.

Unos cincuenta años después de la muerte de
Alejandro, alrededor del año 274 a. C., el rey Tolomeo II
impulsó la construcción de una torre de
mármol en la isla de Pharo, a unos 14 km de la costa, con
el objeto de guiar a las embarcaciones que llegaban al puerto de
Alejandría, y encargó su construcción al
arquitecto griego Sostratos.

Esta torre, que adquirió posteriormente el nombre de
faro derivado de la isla donde estaba construido, alcanzó
unos ciento cincuenta y cinco metros de altura y contaba con tres
plantas, la primera cuadrangular, la segunda octogonal y la
última redonda. En su interior se construyeron trescientas
habitaciones donde vivían la guardia militar, los
aduaneros y los encargados de vigilar la llama de fuego que
debía brillar en su punto más alto, durante toda la
noche. Cada día, a la puesta del sol, los encargados
encendían una enorme hoguera utilizando maderas resinosas
del valle del río Nilo, y sus llamas se reflejaban en un
sistema de espejos metálicos que aumentaban su reflejo
haciendo visible su luz desde más de cincuenta
kilómetros.

Poco antes del año 1000 de nuestra era, un terremoto
provocó la caída de la cúpula del faro, pero
luego de algunas reparaciones, siguió funcionando, hasta
que en el año 1303, otro poderoso sismo terminó por
derribarlo definitivamente.

Posteriormente, en el año 1480, un sultán
mameluco egipcio, monarca local en la época, dispuso la
construcción de una fortaleza defensiva en la isla de
Pharos y utilizó a sus efectos la piedra y el
mármol que quedaban como únicos testigos del
esplendor del pasado de la otrora maravilla.

Las pocas ruinas que puedan existir en la actualidad, se
encuentran sumergidas en el mar Mediterráneo, y equipos
profesionales de búsqueda en las profundidades se
encuentran intentando reconocer restos del faro. Quizás
alguna piedra sin forma llegue a habitar alguna vez en las
vitrinas de un museo, identificada como resto arqueológico
proveniente de las ruinas del faro, pero lo que realmente
dejó como legado, es el haberse convertido en cuerpo y
alma en el primero de todos los faros del mundo.

La estatua de Zeus
olímpico

Olimpia, ciudad de la antigua Grecia localizada al oeste de la
península del Peloponeso, se había convertido a
comienzos de los años 400 a. C. en el más
importante centro religioso de la Hélade. Allí se
rendía culto a Zeus, padre de todos los dioses. En Grecia,
cada Estado tenía la costumbre de celebrar importantes
justas deportivas como forma de rendir homenaje a sus dioses, en
la época de esplendor de la ciudad de Olimpia, los
juegos
celebrados aquí cada cuatro años se convirtieron en
los más importantes del mundo griego.

Estas competencias que
se realizaban en honor a Zeus duraban cinco días. Los
participantes, que debían ser helenos y hombre libres,
pues la participación les estaba vedada a los extranjeros
y esclavos, recibían el nombre de atletas (palabra
derivada de athlon: premio). Los espectadores que
concurrían de todos los confines del mundo heleno,
llegaban a cuarenta mil entre los cuales no se contaban mujeres
ya que les estaba prohibido el ingreso a los estadios.

En medio de tanto fervor por el culto a Zeus, en el año
450 se terminó de construir el fabuloso templo, aunque
existen evidencias de
que en realidad, lo que se llevó a cabo fue la
reconstrucción en mármol de un templo anterior de
piedra que había sido destruido por los persas.

Este templo de estilo dórico pasó a formar parte
de la lista de las siete maravillas luego de esta
reconstrucción que fuera dispuesta por el clan de los
ameneónidas, familia
desterrada de Atenas que llegó a refugiarse a Olimpia
luego de que fueran perseguidos por los atenienes bajo la
acusación de ambicionar la tiranía.

Fue construido por el arquitecto griego Libón durante
diez años, y al ser concluido, se hicieron confluir a
todas las calles de la ciudad en el acceso al templo. Para crear
la escultura del padre de todos los dioses, se llamó a
Fidias, el más importante escultor de la antigüedad,
acaso de todos los tiempos; el único que podría
llegar a alcanzar un nivel de perfección que lo pusiera al
borde de dar vida a la estatua. Existe una curiosa historia
proveniente de antiguas crónicas de Atenas, según
la cual un grupo formado
por atenienses y administradores del santuario de Olimpia,
organizaron una expedición a la ciudad de Adulia, en el
Mar Rojo, para comprar el marfil para la estatua.

Estas mismas personas habrían intercedido ante las
autoridades de Atenas para que Fidias, que se encontraba en
prisión por un confuso episodio sobre la
desaparición de una gran cantidad de oro y marfil de su
taller, fuera liberado a cambio del
pago de una fianza. De esta forma, el escultor recuperó su
libertad
después del pago de cuarenta talentos de oro que pagaron
los de Olimpia y se lo llevaron a trabajar en la estatua de
Zeus.

Esta historia no está confirmada, y existen otras
versiones que afirman que luego de la construcción del
Partenón de la acrópolis de Atenas, Fidias fue
desterrado por los enemigos de Pericles. Incluso hay otra
versión atribuida a Plutarco y Deodoro, según la
cual Fidias habría muerto en la prisión. El hecho
es que Fidias, estuvo en Olimpia y se puso a trabajar en la
construcción del Zeus olímpico, y no caben dudas en
atribuírsele su autoría de la inmensa obra.

Su mente imaginó a Zeus sentado en un imponente trono,
con una estatua de la Diosa de la Victoria en su mano derecha y
un cetro tomado con la izquierda. Y puso nuevamente al servicio del
arte y de sus creencias religiosas su depurada técnica con
la cual cinceló durante un año las delicadas formas
de la maravilla artística, realizándola de un
tamaño tan monumental que su cabeza casi tocaba el techo
del templo.

El trono, sus sandalias y la toga que cubría su cuerpo
estaban talladas en marfil y bañadas en oro. Sus ojos
estaban confeccionados en cristal de roca. El calor agrieta
el marfil, y para evitar que se dañaran las piezas de ese
material contenidas en la obra maestra, Fidias hizo construir
canales por debajo del templo, por los cuales corría
agua fresca de
un arroyo, manteniendo de esta forma un ambiente
permanentemente húmedo.

La estatua fue tan impresionante que desde todo el mundo
heleno llegaba gente ávida de ver en persona aquella
escultura de ribetes mitológicos, y cuenta la
tradición que se decía en la época que no
valía la pena existir si no se la había visto al
menos una vez en la vida. Todos estos escasos conocimientos se
deben exclusivamente a antiguas crónicas que nos hablan de
la grandiosa belleza que expresaban sus formas divinas, ya que no
sólo no llegó un único fragmento de esta
obra a nuestros días, sino que tampoco existe ninguna
copia.

Según cuenta Cayo Suetonio en su obra Historia y
Vida de los Césares
, aproximadamente en el año
40, cuando Grecia era sólo una provincia romana, el
emperador romano Calígula ordenó que le fuera
llevada la estatua a la capital imperial, pero no fue posible.
Según la tradición, los trabajos de andamiaje
fallaron una y otra vez y los soldados de roma creyeron escuchar
la risa del mismísimo Zeus, a quien ellos llamaban
Júpiter, burlándose de ellos, y la tarea fue
abandonada inmediatamente. Más tarde, luego de
transcurridos unos ocho siglos desde su creación, el
emperador romano de Oriente Teodosio, se convirtió al
cristianismo,
y tras ello comenzó a perseguir a los paganos, cerrar sus
templos extinguir sus fuegos sagrados y destruir sus
ídolos.

Dentro de estas medidas, prohibió cualquier
celebración que rememorara los Juegos Olímpicos y
clausuró el templo de Zeus en Olimpia. Según una
versión, debido a las características excepcionales
de la escultura de Fidias, se habría optado por no
destruirla y, por orden de Teodosio, habría sido
trasladada a Constantinopla, donde luego, en el año 462
sería destruida por un incendio, mientras que,
según otras, un terremoto que destruyó el templo,
habría dado cuenta también de la estatua de
Zeus.

En el Museo de Olimpia, se conservan numerosos restos de
frisos y esculturas de lo que fuera el opulento templo, pero
absolutamente nada se ha encontrado jamás de la estatua.
Aunque no se sepa el destino corrido por la fabulosa
creación de Fidias, su fama inmortal la ha perpetuado en
el tiempo quizá como el más maravilloso trabajo
escultórico de la historia, tanto que "no valía la
pena vivir sin haberla visto alguna vez".

Las pirámides de
Egipto

En Egipto se construyeron a lo largo de su historia, muchos
tipos de edificaciones de carácter funerario debido a que era un
pueblo de profundas creencias religiosas que tenía una muy
particular visión de la muerte. Ellos creían que el
hombre estaba formado por tres elementos: uno carnal, que era el
cuerpo, y dos espirituales, el alma y el Ka, que era una especie
de espíritu o energía que no se agotaba con el fin
de su existencia física.

El Ka abandonaba el cuerpo de los seres humanos al momento de
expirar y debía comparecer ante el tribunal divino,
presidido por Osiris e integrado por cuarenta y dos jueces que
evaluarían si el difunto había faltado a alguno de
los cuarenta y dos pecados capitales existentes en la
religión. Creían que los difuntos necesitaban de
sus cuerpos para completar todo este recorrido y por eso
embalsamaban y momificaban los cadáveres. Si se sepultaban
en un lugar adecuado e inviolable, se convertirían en
inmortales y la tumba sería algo así como un sitio
de pura energía.

El más famoso de estos tipos de sepultura fueron las
pirámides, de las cuales se construyeron decenas, aunque
unas pocas llegaron a ser realmente famosas. Estos monumentos
funerarios no sólo tenían un fin religioso sino
también político porque su sola presencia era una
manifestación del poder de los faraones. Las más
antiguas tienen alrededor de cinco mil años, ya que datan
de fechas cercanas al año 2800 a. C. De entre todas ellas
se destacan las pirámides de Gizeh, que pasaron a formar
parte del selecto grupo de las siete maravillas, luego de que
adquirieran una merecida fama por todo el mundo antiguo, y
constituyen la única de la lista que permanece aún
hoy en pie.

Estas son: la pirámide de Kheops de 147 metros de
altura; la de Kefrén, de 136 metros, y la de Micerino, de
62 metros. Según el historiador Heródoto,
considerado el padre de la historia, estas pirámides,
construidas para servir de sepulcro a los faraones de la IV
dinastía, trabajaron en cada una de ellas un promedio de
cien mil obreros durante unos treinta años, a razón
de tres meses por año, por razones estacionales referidas
a las crecidas del río Nilo. Él nos ofrece incluso
un escalofriante plan de
construcción de la gran pirámide: según lo
cuenta se tardaron diez años para construir la rampa por
la cual arrastrarían las piedras para ser colocadas en su
lugar y las cámaras subterráneas, y veinte
años más en concluir con su
construcción.

Esta fue la estructura más alta del mundo durante
muchos siglos y esto, además de la solidez y
precisión con que fueron construidas continúa
sorprendiendo a arqueólogos y especialistas que no atinan
a dar explicaciones definitivas sobre muchas de sus
características que parecen escapar a la razón. Su
existencia casi inalterable a lo largo de tantos siglos ha sido
caldo de cultivo para las leyendas y
teorías
más descabelladas que pretenden dilucidar el misterio de
la energía que las ha mantenido en pié a pesar de
numerosos terremotos que
las han desafiado, y varios aventureros, monarcas y dictadores
que han intentado penetrar sus secretos, a veces a costa de
explosivos, sin haberlo conseguido.

Las pirámides han asombrado a viajeros de todo el mundo
que las han visitado desde hace siglos, entre ellos
podríamos citar a Napoleón, quien durante su incursión
de conquista y saqueo de Egipto se detuvo a contemplar las
pirámides, aunque él las vio tapadas de arena hasta
la mitad, y dijo, quizá algo enfervorizado, su famosa
frase: "Soldados: ¡Desde lo alto de esas pirámides
cuarenta siglos os observan!

Hay que pensar que si no hubiera sido por historiadores y
cronistas adoradores de la belleza de las formas y de la
búsqueda de la verdad de los acontecimientos pasados,
quizá las noticias de la
existencia de más de una de las siete
maravillas no hubiera llegado jamás a nuestros
días, quitando a las generaciones de los siglos por venir,
la satisfacción de la posibilidad de tratar de
desentrañar tantos enigmas.

Salvo en el caso de las pirámides
de Gizeh, que actualmente se encuentran increíblemente
emplazadas en el mismo sitio en el que fueron construidas,
sólo conocemos las características de todos estos
monumentos por crónicas y leyendas, algunas muy confusas e
improbables, incluso existe la posibilidad de que alguno de ellos
ni siquiera haya existido, sin embargo, resulta fascinante al
amante de la historia contar con la posibilidad de creer en lo
que los historiadores antiguos dijeron, y sobre la base de sus
crónicas liberar la imaginación para dar la forma
que cada uno quiera darle a estos soberbios monumentos, que
fueron los más maravillosos de la tierra y
que jamás podrán ser igualados.

Bibliografía:

Curcio, Quinto, De la Vida y acciones de Alejandro el
Grande
. Madrid.
1887

Figgis, Michael, Seven Wonders of the world, ,
Schuster. Nueva York 1969

Wilkipedia (Sitio Web Internet)

Historia del Arte, Ed. Salvat. Madrid. 1977

 

Roque Daniel Favale

 

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