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De la Literatura cubana en la Revolución. Hablemos de: La Poesía (página 2)



Partes: 1, 2

 

Durante todo el siglo XX ha habido entonces, tanto
dentro como fuera de Cuba,
numerosísimos poetas mayores o menores que han sabido
mantener viva la tradición poética
manteniéndose presente en ellos la nostalgia por su
país y esta es la forma de reflejarlo (en sus poemas). Por
ello se ha llegado a hablar, del alto porcentaje de poetas a
escala nacional y
de que resultaría más fácil, por tanto,
"confeccionar la lista de los cubanos que no son
poetas".

Muy particularmente, podríamos destacar tres
nombres claves y tres libros
abarcadores: Cintio Vitier, Premio Juan Rulfo en
el 2002 y maestro de mucha crítica
de poesía
cubana del siglo XX, especialmente por su fundamental
ensayo Lo
cubano en la poesía
(1958, 1970, 1998); Roberto Fernández Retamar, excelente
crítico y profesor
universitario de poesía hispanoamericana a quien se le
debe uno de los estudios más precisos e iluminadores sobre
la poesía cubana de la primera mitad del siglo XX: La
poesía contemporánea en Cuba (1927-1953) (1954); y
Carlos Espinosa Domínguez, autor de El peregrino en
comarca ajena (2001), ingente trabajo de
recopilación y comentario de los diferentes géneros
de la literatura
cubana del exilio. De todos ellos confesamos ser deudores
también. Sin duda alguna, la poesía y la
crítica de poesía cubanas son hoy, en los umbrales
del siglo XXI, dos sólidas tradiciones que, aunque puedan
presentar temporales zigzagueos o pausas por razones
extraliterarias, se hallan en excelente estado de
salud creativa
tanto fuera como dentro de la Isla.

Así, por ejemplo, divergimos de selecciones
anteriores al no descuidar en autores como Regino E. Boti,
Rubén Martínez Villena, Nicolás
Guillén y Antón
Arrufat ciertos deslices eróticos significativos dentro de
sendas producciones poéticas, ni en Heberto Padilla con su
angustiosa y valiente parábola ideológica desde los
años 50 hasta su muerte en el
año 2000.

Dentro de la poesía cubana, algunos rasgos
propios del coloquialismo habían ya aflorado en las dos
décadas anteriores: en Virgilio Piñera ("Vida de
Flora"), en Eliseo Diego (zonas de su poemario En la Calzada de
Jesús del Monte), en Eugenio Florit ("Los poetas solos de
Manhattan", "Conversación con mi padre"), en los
francotiradores Samuel Feijóo (la segunda parte de su
poema "Faz") y José Zacarías Tallet, en Dulce
María Loynaz ("Últimos días de una casa") y
Oliver Labra, así como en zonas de los primeros poemarios
de Fernández Retamar, Jamís y Pablo Armando
Fernández. Pero fue en los años 60 cuando dicha
tendencia logra su apogeo tanto en Cuba como en el resto de
América
Latina, según lo han explicado certeramente
Fernández Retamar ("Antipoesía y poesía
conversacional en Hispanoamérica", en Para una teoría
de la literatura
hispanoamericana y otras aproximaciones y centrándose en
la poesía cubana, López Lemus (Palabras del
trasfondo) y Teresa J. Fernández (Revolución, poesía del
ser).

La estética coloquialista no fue, sin embargo,
impedimento para el desarrollo de
otras poéticas individuales dentro de esta
"generación", la cual sufrió, junto a las restantes
promociones que entonces convivían en la Isla, la
conmoción sicosocial que significaron el impacto
político del triunfo revolucionario de 1959, la
instauración de un régimen socialista de corte
marxista-leninista y aliado por más de 20 años a la
Unión Soviética, y la opción voluntaria o
forzosa del destierro.

En el proceso de la
poesía cubana del siglo XX, los años 60 se hallan
entre los más ricos y complejos, no sólo porque
entonces conviven con los jóvenes, muchos poetas de las
diferentes promociones y estilos anteriores (Acosta, Florit,
Pedroso, Guillén, Tallet, Lezama, Baquero), sino
también porque producto del
radical viraje sociopolítico y de la amplia gestión
educacional, artística y editorial promovida por el nuevo
gobierno a todo
lo largo del país, se producen constantemente en la Isla
novedosos debates de gran repercusión cultural que llevan
a numerosos poetas de varias promociones a realizar una profunda
revisión ideoestética de sus respectivas
poéticas, mientras que otros (ya maduros como Acosta y
Baquero, o todavía en cierne hacia 1959, como varios
contemporáneos de la "generación de los años
50": a saber, Rita Geada, Orlando Rossardi [Rodríguez
Sardiñas], Ángel Cuadra, René Ariza y
Mauricio Fernández) parten al exilio o sufren un temprano
ostracismo y la prisión. Por otra parte, la creciente
participación del Estado en toda publicación
literaria (entiéndase aquí el interés
gubernamental por promover, orientar, apadrinar y, en
consecuencia, supervisar o controlar la producción cultural) enfrenta, por primera
vez, a los escritores y al estado con nuevos y urgentes retos e
interrogantes para los cuales ninguno de los dos estaba
suficientemente preparado.

La "generación de los años 50", la cual
logra su cohesión como grupo en los
años 60, inmediatamente después del triunfo de la
Revolución
Cubana. A ella pertenecen, entre otros, Rolando
Escardó, Roberto Fernández Retamar, Fayad
Jamís, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz
Martínez, Heberto Padilla, Antón Arrufat,
César López, Francisco y Pedro de Oraá,
Nivaria Tejera, José Álvarez Baragaño,
Domingo Alfonso, Luis Marré, Mario Martínez
Sobrino, Cleva Solís, Rafael Alcides, Armando
Álvarez Bravo y Roberto Friol, a quien Juan Carlos Flores,
con su poema "Oración por Roberto Friol", inserta en esta
"generación" y rescata para nuestra poesía. Fue en
los años 60 cuando muchos integrantes de esta
"generación" muestran como impronta estética
diferenciadora el conversacionalismo o coloquialismo, aunque vale
señalar que este se halla presente en poetas de otras
promociones que fueron coetáneos al grupo.

En los 60 aparecen en la Isla, además, dos nuevas
promociones poéticas formadas por autores "más
jóvenes" que los de la "generación de los
años 50": los nacidos aproximadamente entre 1940 y 1946
(excepto Georgina Herrera, nacida en 1936). Son los poetas de las
Ediciones El Puente y los "caimaneros". Entre los primeros (en
los que se incluían varios autores provenientes de las
clases populares, de raza negra y/o abierta identidad
homosexual) estaban Nancy Morejón, Miguel Barnet, Reinaldo
Felipe (García Ramos), Belkis Cuza Malé, Georgina
Herrera, Mercedes Cortázar, Gerardo Fulleda León e
Isel (Rivero).

Todos ellos (aunque tuvieran alguna publicación
previa como Cuza Malé) estuvieron inicialmente asociados a
El Puente, pequeña empresa editorial
independiente y privada que, dirigida por el poeta José
Mario, se mantuvo muy activa desde 1961 hasta su cierre por
disposición gubernamental en 1965. Los "caimaneros", por
su parte, giran en torno a El
Caimán Barbudo, belicoso suplemento cultural que,
inicialmente dirigido por el narrador Jesús Díaz y
asociado al diario Juventud
Rebelde, sale a la luz en marzo de
1966: Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera,
Víctor Casaus, Raúl Rivero, Sigifredo
Álvarez Conesa y Félix Contreras, entre otros.
Nogueras sobresale cuando gana en 1967, junto a Lina de Feria
(quien por breve tiempo fue
jefa de redacción de El Caimán y
después miembro de su consejo de redacción), el
Premio David de Poesía, otorgado por la Unión
Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Curiosamente, Ediciones El Puente planeaba publicar en
1965 un segundo volumen de
"novísima poesía cubana" (el primero había
sido editado por García Ramos y Ana María Simo en
1962) que incluía a Lina de Feria y los futuros
"caimaneros" Álvarez Conesa y Rodríguez Rivera,
así como a otros poetas que abandonarían más
tarde el país (Lilliam Moro, Pío [Emilio] Serrano y
Pedro Pérez Sarduy). Preparada y prologada por José
Mario antes de su forzosa reclusión en las
eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la
Producción (UMAP) – las cuales estuvieron activas entre
1965 y 1967 , dicha segunda novísima no llegó nunca
a publicarse.

En los años 70 – conocidos como el "decenio
negro" (o "quinquenio gris", según la
denominación original más atemperada e
imprecisa) de la cultura cubana
-, producto de la censura ideológica, religiosa y sexual
sufrida por muchos de los autores y estéticas antes
mencionados, el coloquialismo monopoliza, no sin cierta
sanción oficial, el panorama poético nacional.
Revalorizado por la modalidad coloquialista de los 60 y, en
particular, por Rodríguez Rivera, reaparece en las prensas
nacionales el entonces anciano Tallet.

Bajo el sabio y discreto maestrazgo que, en la
década del 70, ejerce entre los jóvenes el
origenista Eliseo Diego, nuevos autores nacidos a fines de los
años 40 o en los 50 (Reina María Rodríguez,
Luis Lorente, Álex Fleites, Marilyn Bobes, Ángel
Escobar, Osvaldo Navarro, Carlos Martí,
Norberto Codina, Soleida Ríos desde Santiago de Cuba y
Álex Pausides desde Manzanillo), algunos de ellos incluso
desde el propio coloquialismo, intentan renovar dicho panorama,
pero tendrán que esperar todavía la
rectificación de errores y revisión general de la
cultura insular que trajeron consigo los años 80 para
lograr más cabalmente dicho cometido.

A estos autores se sumarán otros de similar
promoción en los años 80:
José Pérez Olivares, Raúl Hernández
Novás, Efraín Rodríguez Santana, Emilio de
Armas,
Virgilio López Lemus, María Elena Cruz Varela y
Abilio Estévez. Gracias a todos ellos y a las promociones
más jóvenes, los nacidos entre 1954 y 1973 –
quienes también entran con gran empuje en esta
década y en la siguiente: León de la Hoz, Jorge
Luis Arcos, Alberto Acosta-Pérez, Cira Andrés
Esquivel, Rolando Sánchez Mejías, Sigfredo Ariel,
Víctor Fowler Calzada, Emilio García Montiel,
Alberto Rodríguez Tosca, Antonio José Ponte, Carlos
Augusto Alfonso, Omar Pérez, Frank Abel Dopico, Heriberto
Hernández, Damaris Calderón, Ramón
Fernández Larrea, Alberto Lauro, Raúl Ortega, Norge
Espinosa, Odette Alonso, Alessandra Molina y José
Félix León -, la poesía de la Isla resucita
de forma altamente saludable. (Muchos de estos últimos
autores aparecen recogidos en las antologías Retrato de
grupo de Carlos Augusto Alfonso Barroso et al., Un grupo avanza
silencioso de Gaspar Aguilera Díaz y La casa se mueve de
Aurora Luque y Jesús Aguado.)

En parte como rechazo al ya agotado coloquialismo
oficial con su cuota de simplificación y complacencia ante
la realidad, todos estos autores de los 80 y 90 se lanzan en
diversas búsquedas individuales en las que, por una parte,
entierran vivos – en ocasiones injustamente – a ciertos maestros
y, por otra parte, comienzan lenta y justamente a desenterrar – a
tono con el rectificador proceso de "rehabilitación"
llevado a cabo por las instituciones
de cultura – a otros que habían sido silenciados en los
años 70. Entre los más importantes, alcanzan
estatura divina los difuntos Lezama Lima y Piñera, nuevos
fantasmas o
sombras tutelares que se suman ahora, y para el siglo XXI, a los
decimonónicos fantasmas de Casal y Martí.

Como parte de dicha "rehabilitación", vuelven a
la escena pública en la Isla autores vivos censurados por
más de 10 años, tales como Arrufat, Díaz
Martínez, Pablo Armando Fernández, César
López, Alcides y Delfín Prats. Lentamente en los
80, pero con gran empuje en la década del 90, tras un
largo silencio editorial debido a diversos motivos, cuatro
importantes voces femeninas de diferentes décadas son
difundidas dentro del país: Dulce María Loynaz
(1902-1997), Serafina Núñez (1913-), Carilda Oliver
Labra (1924-) y Lina de Feria (1945-). No publicadas desde los
60, Cleva Solís y Tania Díaz Castro reaparecen
también en las dos últimas décadas del
siglo. Incluso algunos autores del exilio (Acosta, Baquero,
José Kozer y María Elena Blanco, entre otros)
comienzan aisladamente a ser editados en Cuba. Los nuevos autores
de los 80 y los 90 refuerzan, pues, sus vínculos con
muchas de estas voces rescatadas del pasado y, especialmente, con
las de los años 60, cuando todavía la poesía
se movía en un ámbito de análisis y problematización de la
realidad y la ética
individual.

Los años 80 (especialmente su segunda mitad) y la
década subsiguiente dan muestras de un fuerte renacer
creativo y crítico en la literatura cubana, no obstante el
nuevo impacto sicosocial que significaron el "decenio negro", el
éxodo masivo de más de 120 mil cubanos por el
puerto del Mariel a inicios del verano de 1980 y, más
adelante, la crisis de los
balseros en 1994. Cuba es un estimulante hervidero de variadas
inquietudes y propuestas riesgosas que, salvando las dificultades
de publicación particularmente durante el llamado
"período especial" (momento de crisis económica y
editorial que se vive en Cuba tras el colapso de los
regímenes socialistas europeos y de la Unión
Soviética en la frontera de
los años 80-90), logran plasmarse en revistas, libros y
antologías muchas veces de precaria factura, en
plaquettes, hojas sueltas o engrapadas y hasta en textos
manufacturados como las Ediciones Vigía y La Revista del
Vigía en Matanzas.

La creación de muchos de esos autores cuya obra
eclosiona a partir de la segunda mitad de los 80 – y quienes en
número considerable pasarán a radicar en el
extranjero – se halla marcada por la insatisfacción, la
revisión cómplice del mejor origenismo, la
reasunción de ciertas composiciones métricas
tradicionales tales como la décima y el soneto, la
iconoclasia, la incisiva ruptura generacional, el cansancio y
descrédito de los temas épicos y de la
gravitación o imposición de la Historia y sus
mártires, la común búsqueda de un ilimitado
espacio otro de residencia espiritual, el afán de un viaje
hacia la alteridad, las conductas marginales, lo desconocido,
así como "lo incondicionado" que tanto había
reclamado Lezama Lima. Resulta entonces muy difícil
determinar una tendencia prioritaria dentro de la Isla: ante la
"dispersión estilística" detectada en ellos por
Arturo Arango – y que Sigfredo Ariel entiende como "ausencia de
norma de estilo", se ha preferido hablar de poéticas
individuales.

Si bien muchos de los últimos autores mencionados
radican en la capital (o
"centro") del país, la ciudad de La Habana, los
años 90 presentan también activos
núcleos poéticos de gran calidad en
diferentes ciudades de "provincia" (o "interior") del
país. Citamos a continuación sólo algunas de
ellas: Camagüey (Luis Álvarez, Roberto Manzano,
Roberto Méndez, Jesús David Curbelo y Rafael
Almanza), Holguín (Delfín Prats, Lourdes
González Herrero, Ronel Gutiérrez, José Luis
Serrano, Lalita Curbelo Barberán y Juan I. Siam Arias),
Matanzas (Oliver Labra, Laura Ruiz Montes y el proyecto
Vigía) y Santiago de Cuba (Jesús Cos Causse,
Efraín Nadereau, Teresa Melo y Marino Wilson Jay). Desde
la "provincia" se ha trabajado así a favor de una descentralización de la poesía
cubana de fines del siglo XX, lo cual nos lleva a recordar que el
renacer, a inicios de siglo, de la mejor poesía nacional
con Boti y Poveda fundamentalmente, ocurrió en el
"interior" del país: en Guantánamo y Santiago de
Cuba, respectivamente. Autores como Méndez, Jesús
David Curbelo y Delfín Prats han protagonizado desde la
"provincia" momentos importantes de la poesía cubana de
las dos últimas décadas del siglo. Asimismo, Cos
Causse ha sido hasta hoy día un activo promotor de la
reorientación y reinserción caribeña de
nuestra poesía, labor esta que la poesía de
Guillén supo llevar a cabo magistralmente en su
momento.

Nunca en el siglo XX nos ha escaseado la poesía,
nunca nos ha dejado de proporcionar y justificar, hasta en los
poetas suicidas como Ángel Escobar y Raúl
Hernández Novás o prematuramente desaparecidos como
Rubén Martínez Villena, Rolando Escardó,
Amando Fernández y Lourdes Casal, "el deseo y la fuerza de la
vida". Sirva aquí entonces la poesía para
"congregar" y "apuntalar" en su unidad esencial, aquello que la
Historia haya disgregado.

Otros autores no mencionados de:

 

 Un hombre que
hizo revolución en la poesía.

Nicolás
Guillén, Poeta Nacional de Cuba.

Trabajó como tipógrafo antes de dedicarse
al periodismo y
darse a conocer como escritor. Desde su juventud participó
intensamente en la vida cultural y política de nuestro
país, lo que le costó el exilio en varias
ocasiones. Ingresó al Partido Comunista en 1937, y tras el
Triunfo de la Revolución cubana en 1959
desempeñó cargos y misiones diplomáticas de
relieve y
presidió la Unión Nacional de Escritores de Cuba
(UNEAC).

Con TENGO Manifestó su júbilo ante
la Cuba revolucionaria y expreso en este poema todo el sentir de
las clases mas oprimidas y discriminadas de Cuba, viéndose
reflejado en el todo su sentir.

Expresa las transformaciones que estaban ocurriendo en
Cuba en todas las esferas de la sociedad y que
lo llevan a convertirse en un país justo y equitativo.
Muestra la
nueva distribución de la riqueza y habla de los
derechos y
libertades sociales.

 

Autora:

Yaumara Esquivel Rodríguez.

Asignatura: Literatura Cubana.

Escuela: Felipe Poey Aloy.

Alumna de 3er año de Comunicación
Social.

Partes: 1, 2
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