En la Literatura Hispanoamericana
tratamos con el habla de los países americanos donde sus
residentes practican el idioma español.
Tenemos dos países excepcionales: el Paraguay donde
junto con el español se reconoce un idioma verdaderamente
americano, el guaraní, como lengua
oficial. El otro caso es los Estados Unidos de
América. A pesar de ser el inglés
la lengua oficial, residen en él más hablantes de
la lengua española que en la mayoría de las otras
naciones y también es donde muchos de los más
notables escritores de América Hispana en algún
momento de su vida han radicado.
La Literatura Hispanoamericana tiene sus comienzos con
la llegada de las tres carabelas de Colón. Cierto que en
el Nuevo Mundo existían civilizaciones con culturas
propias bien definidas. Desafortunadamente la mayoría de
éstas fueron erradicadas. Aunque algunas han logrado
sobrevivir, con las que trataremos en la literatura americana. Y
todas, de una forma u otra, han influenciado las literaturas de
nuestra América Hispana.
Común entre estas literaturas hispanas en
América son sus comienzos en las crónicas de los
conquistadores y los catecismos de los evangelizadores. Avanzan a
un período de transformación, afectado por la
influencia española, donde la conciencia
criolla se desarrolla en identidad
nacional. Y de ahí en adelante es donde se ponen
interesantes.
Volverán a ocurrir transformaciones, de
reflexión cultural, pero cada una de ellas, con cierta
influencia de sus vecinos, toma su propio camino. Se vuelven a
consolidar en el Modernismo,
para sólo después retornar de nuevo a sus rumbos ya
trazados.
Las circunstancias y estímulos que contribuyeron
al desarrollo de
estas literaturas son tan variados como las tierras del Nuevo
Mundo, y tan numerosos como su población.
1. LITERATURA HISPANOAMERICANA
Literatura de los pueblos de México,
Centroamérica, Sudamérica y el Caribe cuya lengua
madre es el español. Su historia, que comenzó
durante el siglo XVI, en la época de los conquistadores,
se puede dividir a grandes rasgos en cuatro periodos. Durante el
periodo colonial fue un simple apéndice de las
literaturas, pero con los movimientos de independencia
que tuvieron lugar a comienzos del siglo XIX, entró en un
segundo periodo dominado por temas patrióticos.
Sin embargo, durante la etapa de consolidación
nacional que siguió al periodo anterior,
experimentó un enorme auge, hasta que alcanzó su
madurez a partir de la década de 1910, llegando a ocupar
un significativo lugar dentro de la literatura universal. La
producción literaria de los países
latinoamericanos forma un conjunto armónico, a pesar de
las diferencias y rasgos propios de cada país. Para la
literatura
latinoamericana en portugués.
2.1. PERIODO COLONIAL
Las primeras obras de la literatura latinoamericana
pertenecen tanto a la tradición literaria española
como a la de sus colonias de ultramar. Así, los primeros
escritores americanos —como el soldado y poeta
español Alonso de Ercilla y Zúñiga, creador
de La Araucana (1569-1589), una épica acerca de la
conquista del pueblo araucano de Chile por parte de los
españoles— no habían nacido en el Nuevo
Mundo.
Las guerras y la
cristianización del recién descubierto continente
no crearon un clima propicio
para el cultivo de la poesía
lírica y la narrativa, por lo cual la literatura
latinoamericana del siglo XVI sobresale principalmente por sus
obras didácticas en prosa y por las crónicas.
Especialmente destacadas en este terreno resultan la Verdadera
historia de la conquista de la Nueva España
(1632), escrita por el conquistador e historiador español
Bernal Díaz del Castillo, lugarteniente del explorador
también español Hernán Cortés, y la
historia en dos partes de los incas de
Perú y de la conquista española de este
país, Comentarios reales (1609 y 1617), del historiador
peruano Gracilazo de la Vega, el Inca. Las primeras obras
teatrales escritas en Latinoamérica, como Representación
del fin del mundo (1533), sirvieron como vehículo
literario para la conversión de los nativos.
El espíritu del renacimiento
español, así como un exacerbado fervor religioso,
resulta evidente en los textos de comienzos del periodo colonial,
en el que los más importantes difusores de la cultura eran
los religiosos, entre los se encuentran el misionero e
historiador dominico Bartolomé de Las Casas, que
vivió en Santo Domingo y en otras colonias del Caribe; el
autor teatral Hernán González de Eslava, que
trabajó en México, y el poeta épico peruano
Diego de Hojeda.
México (actualmente Ciudad de México) y
Lima, las capitales de los virreinatos de Nueva España y
Perú, respectivamente, se convirtieron en los centros de
toda la actividad intelectual del siglo XVII, y la vida en ellas,
una espléndida réplica de la de España, se
impregnó de erudición, ceremonia y artificialidad.
Los criollos superaron a menudo a los españoles en cuanto
a la asimilación del estilo barroco
predominante en Europa.
Esta aceptación quedó de manifiesto, en el
terreno de la literatura, por la popularidad de las obras del
dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca y las
del poeta, también español, Luis de Góngora,
así como en la producción literaria local. El
más destacado de los poetas del siglo XVII en
Latinoamérica fue la monja mexicana Juana Inés de
la Cruz, que escribió obras de teatro en verso,
de carácter tanto religioso —por
ejemplo, El divino narciso (1688)— como profano.
Escribió asimismo poemas en
defensa de las mujeres y obras autobiográficas en prosa
acerca de sus variados intereses. La mezcla de sátira y
realidad que dominaba la literatura española llegó
también al Nuevo Mundo, y allí aparecieron, entre
otras obras, la colección satírica Diente del
Parnaso, del poeta peruano Juan del Valle Caviedes, y la novela
Infortunios de Alonso Ramírez
(1690), del humanista y poeta mexicano Carlos Sigüenza y
Góngora.
En España, la dinastía Borbón
sustituyó a la Habsburgo a comienzos del siglo XVIII. Este
acontecimiento abrió las colonias, con o sin
sanción oficial, a las influencias procedentes de Francia,
influencias que quedaron de manifiesto en la amplia
aceptación del neoclasicismo
francés y, durante la última parte del siglo, en la
extensión de las doctrinas de la
ilustración. Así, el dramaturgo peruano Peralta
Barnuevo adaptó obras teatrales francesas, mientras que
otros escritores, como el ecuatoriano Francisco Eugenio de Santa
Cruz y el colombiano Antonio Nariño, contribuyeron a la
difusión de las ideas revolucionarias francesas hacia
finales del siglo.
Durante esta segunda época, surgieron nuevos
centros literarios. Quito en
Ecuador,
Bogotá en Colombia y
Caracas en Venezuela, en
el norte del continente, y, más adelante, Buenos Aires, en
el sur, comenzaron a superar a las antiguas capitales de los
virreinatos como centros de cultura y creación y edición
literarias. Los contactos con el mundo de habla no hispana se
hicieron cada vez más frecuentes y el monopolio
intelectual de España comenzó a decaer.
2.1.1. INCA GARCILASO DE LA VEGA
Garcilaso de la Vega (el Inca) (1539-1616),
escritor y cronista peruano, uno de los mejores prosistas
del
renacimiento hispánico. Su
visión del Imperio de los
incas es fundamental en la historiografía
colonial, y en ella brinda una imagen armoniosa,
artísticamente idealizada y emocionalmente intensa del
mundo precolombino y de los primeros años de la
conquista.
Nació en
Cuzco y era hijo natural pero noble por
ambas ramas: su padre fue el conquistador español
Sebastián Garcilaso de la Vega y
Vargas, vinculado a ilustres familias, y su
madre la ñusta (princesa) inca Isabel Chimpo Ocllo,
perteneciente a la corte cuzqueña. Escuchó
tradiciones y relatos de los tiempos del esplendor inca y
asistió a las primeras acciones de la
conquista del Perú y las guerras civiles entre los
conquistadores; resumió esa visión del fin de una
era y el comienzo de otra muy distinta en una frase famosa:
"Trocósenos el reinar en vasallaje".
Sin derecho a usar el nombre de su padre (llevaba el de
Gómez Suárez de Figueroa), de naturaleza
tímida y reservada, la formación intelectual del
Inca fue lenta, y tardía su producción madura.
Escribe su obra enteramente en España, adonde
viajó, en 1560, con el propósito de reclamar el
derecho a su nombre (entre sus antepasados ilustres se
encontraban el poeta
Garcilaso de la Vega,
Jorge Manrique y el marqués de
Santillana), lo que consiguió, y a él agregó
orgullosamente el apelativo Inca, por el que se le conoce. Se
estableció en la localidad cordobesa de Montilla (1561),
ciudad en la que gozó de la protección de sus
parientes paternos, y luego en
Córdoba (1589), donde se
vinculó a los círculos de humanistas
españoles y se dedicó al estudio y la investigación que le permitirían
escribir sus crónicas. Se inició en la vida
literaria en 1590, con la notable traducción de los Diálogos de
amor de
León Hebreo, a partir del original
italiano. Su primera crónica, La Florida del Inca (1605),
epopeya en prosa, nada tiene que ver con el Perú sino con
la conquista de la península de ese nombre (actualmente
parte de Estados Unidos) por
Hernando de Soto, pero prueba las altas
virtudes del Inca como prosista y narrador.
Su obra máxima son los Comentarios reales, cuya
primera parte (1609) trata de la historia, cultura e instituciones
sociales del Imperio inca; en tanto que la segunda,
titulada
Historia general del Perú
(publicada póstumamente en 1617), se ocupa de la
conquista de esas tierras y de las guerras civiles. La
crónica ofrece una síntesis
ejemplar de las dos principales culturas que configuran el
Perú, integradas dentro de una concepción
providencialista de los procesos
históricos, que él presenta como una marcha desde
los oscuros tiempos de barbarie al advenimiento de la gran
cultura europea moderna. Se le considera y aprecia como
excepcional y tardío representante de la prosa
renacentista, caracterizada por la mesura y el equilibrio
entre la expresión y los contenidos, así como por
su sobria belleza formal.
2.2. PERIODO DE INDEPENDENCIA
El periodo de la lucha por la independencia
ocasionó un denso flujo de escritos patrióticos,
especialmente en el terreno de la poesía. La narrativa,
censurada hasta el momento por la corona de España,
comenzó a cultivarse y, en 1816, apareció la
primera novela escrita en
Latinoamérica —Periquillo sarniento, del escritor y
periodista mexicano José Joaquín Fernández
de Lizardi. En ella, las aventuras de su protagonista enmarcan
numerosas vistas panorámicas de la vida colonial, que
contienen veladas críticas a la sociedad.
La literatura y la política estuvieron
íntimamente relacionadas durante este periodo en que los
escritores asumieron actitudes
similares a las de los tribunos republicanos de la antigua
Roma. Desde sus
inicios dan claras muestras de su preocupación por
destacar los aspectos costumbristas de la realidad así
como de su interés
por los problemas de
la crítica
social y moral. El
poeta y cabecilla político ecuatoriano José
Joaquín Olmedo alabó al líder
revolucionario Simón Bolívar en
su poema `Victoria de Junín' (1825), mientras que el
poeta, crítico y erudito venezolano Andrés
Bello ensalzó la agricultura
tropical en su poema Silva (1826), similar a la poesía
bucólica del poeta clásico romano Virgilio. El
poeta cubano José María Heredia se anticipó
al romanticismo
en poemas como Al Niágara (1824), escrito durante su
exilio en los Estados Unidos. Hacia ese mismo año, en el
sur, comenzó a surgir una poesía popular
anónima, de naturaleza política, entre los gauchos de la
región de La Plata.
2.2.1. JOSÉ JOAQUÍN
FERNÁNDEZ DE LIZARDI
José Joaquín Fernández de
Lizardi (1776-1827), escritor autodidacta mexicano, primer
novelista de México con El Periquillo Sarniento. Era
conocido como El Pensador Mexicano, nombre del periódico
que fundó cuando se instituyó la libertad de
prensa en
las
Cortes de Cádiz.
Nacido en la ciudad de México, comenzó a
escribir poesía satírica para ridiculizar a
determinados personajes de la sociedad capitalina de la
época. En 1812 fundó El Pensador Mexicano, en el
que se manifestó como abogado ardiente de la libertad de
imprenta. En
su noveno número, su ataque al virrey
Venegas provocó la
revocación de este derecho y sus críticas le
condujeron a la cárcel, de la que salió seis meses
después. Tras la independencia de
México (1821), continuó su labor
periodística en El hermano del Perico, Conversaciones del
Payo y el Sacristán (1824), y finalmente, en 1826, en el
Correo Semanario de México.
Fernández de Lizardi es uno de los autores que
está en las raíces del
romanticismo hispanoamericano. Si el
romanticismo se caracterizó por el ansia de libertad, el
gusto por el pasado, lo legendario y lo exótico, la
exaltación del yo y el sentimentalismo, en
Hispanoamérica se acentuó además el
sentimiento patriótico, la tendencia historicista y las
actitudes humanitaristas de corte social.
Así, a las formas literarias de la poesía,
el teatro, el ensayo y la
leyenda se une la novela, que se afianzaría gracias a
escritores como Lizardi, autor de la que se considera primera
novela mexicana moderna, El Periquillo Sarniento (1816), de corte
picaresco (véase
Novela picaresca), aunque
neoclásico, y de intención didáctica, que se publicaría por
entregas.
En esta obra se narran las andanzas desventuradas de un
joven mimado en su niñez que, huérfano muy pronto,
queda sin armas para
sobrevivir en la feroz sociedad novo hispana, obligado a vivir de
trampas y hurtos. Como su modelo, el
Lazarillo de Tormes, este pícaro mestizo experimenta
varios tipos de vida (en un rancho, en un monasterio, en una
barbería, en una farmacia, en una plaza de toros), lo que
le permite mal aprender una serie de oficios que le obligan a
recorrer diversas regiones y moverse en distintas clases
sociales del
virreinato de Nueva España, cuando
México está a punto de independizarse. Es un
libro a la vez
político y didáctico, cuyas grandes parrafadas
moralizantes vuelven farragosa su lectura; es
también una crítica a la anacrónica forma de
educación
de los hidalgos, que aún sobrevivía en los albores
de la independencia.
2.3. PERIODO DE CONSOLIDACIÓN
Durante el periodo de consolidación que
siguió al anterior, las nuevas repúblicas tendieron
a dirigir su mirada hacia Francia aún más que hacia
España, aunque con nuevos intereses regionalistas. Las
formas neoclásicas del siglo XVIII dejaron paso al
romanticismo, que dominó el panorama cultural de
Latinoamérica durante casi medio siglo a partir de sus
inicios en la década de 1830. Argentina entró en
contacto con el romanticismo franco-europeo de la mano de Esteban
Echeverría y, junto con México, se convirtió
en el principal difusor del nuevo movimiento. Al
mismo tiempo, la
tradición realista hispana halló
continuación a través de las obras llamadas
costumbristas (que contenían retratos de las costumbres
locales).
La consolidación económica y
política y las luchas de la época influyeron en la
obra de numerosos escritores. Muy destacable fue la denominada
generación romántica argentina en el exilio de
oponentes al régimen (1829-1852) del dictador Juan Manuel
de Rosas. Este
grupo, muy
influyente también en Chile y Uruguay,
contaba (además de con Echeverría) con José
Mármol, autor de una novela clandestina, Amalia (1855), y
con el educador (más adelante presidente de Argentina)
Domingo Faustino Sarmiento, en cuyo estudio
biográfico-social Facundo (1845) sostenía que el
problema básico de Latinoamérica era la gran
diferencia existente entre su estado
primitivo y las influencias europeas.
En Argentina, las canciones de los bardos gauchos fueron
dejando paso a las creaciones de poetas cultos como Hilario
Ascasubi y José Hernández que usaron temas
populares para crear una nueva poesía gauchesca. El
Martín
Fierro (1872) de Hernández, en el que narra la
difícil adaptación de su protagonista a la
civilización, se convirtió en un clásico
nacional, y los temas relacionados con los gauchos pasaron al
teatro y a la narrativa de Argentina, Uruguay y el sur de
Brasil.
La poesía en otras zonas del continente tuvo un
carácter menos regionalista, a pesar de que el
romanticismo continuó dominando el ambiente
cultural de la época. Los poetas más destacados de
esos años fueron la cubana Gertrudis Gómez de
Avellaneda, autora también de novelas, y el
uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, cuya obra narrativa
Tabaré (1886) presagió el simbolismo.
La novela progresó notablemente en este periodo.
Así, el chileno Alberto Blest Gana llevó a cabo la
transición entre el romanticismo y el realismo al
describir la sociedad chilena con técnicas
heredadas del escritor francés Honoré de Balzac en
su Martín Rivas (1862). Escribió la mejor novela
histórica de la época, Durante la reconquista
(1897).
Por otro lado, María (1867), un cuento
lírico sobre un amor marcado por un destino aciago en una
vieja plantación, escrito por el colombiano Jorge Isaacs,
está considerada como la obra maestra de las novelas
hispanoamericanas del romanticismo. En Ecuador, Juan León
Mera idealizó a los indígenas de América al
situar en la jungla su novela Cumyá (1871). En
México el más destacado de los realistas
románticos fue Ignacio Altamirano, en la misma
época en que José Martiniano Alencar inició
el género
regional con sus novelas poemáticas e indianistas
románticas (cuentos de
amor entre indios y blancos), como El Guaraní (1857) e
Iracema (1865). La más famosa es Cumandá (1879) del
ecuatoriano Juan León Mera. Los novelistas naturalistas,
entre los que se contó el argentino Eugenio Cambaceres,
autor de Sin rumbo (1885), pusieron de manifiesto en sus obras la
influencia de las novelas experimentales del escritor
francés Émile Zola.
El ensayo se
convirtió en este periodo en el medio de expresión
favorito de numerosos pensadores, a menudo periodistas,
interesados en temas políticos, educacionales y
filosóficos. Un artista y polemista muy
característico del momento fue el ecuatoriano Juan
Montalvo, autor de Siete tratados (1882),
mientras que Eugenio María de Hostos, un educador y
político liberal portorriqueño, llevó a cabo
su obra en el Caribe y en Chile, y Ricardo Palma creó un
tipo de viñetas narrativas e históricas muy
peculiar denominada Tradiciones Peruanas (1872).
El modernismo, movimiento de profunda renovación
literaria, apareció durante la década de 1880,
favorecido por la consolidación económica y
política de las repúblicas latinoamericanas y la
paz y la prosperidad resultantes de ella. Su
característica principal fue la defensa de las funciones
estética y artística de la
literatura en detrimento de su utilidad para una
u otra causa concreta. Los escritores modernistas compartieron
una cultura cosmopolita influida por las más recientes
tendencias estéticas europeas, como el parnasianismo
francés y el simbolismo, y en sus obras fundieron lo nuevo
y lo antiguo, lo nativo y lo foráneo tanto en la forma
como en los temas.
La mayoría de los modernistas eran poetas, pero
muchos de ellos cultivaron, además, la prosa, hasta el
punto de que la prosa hispana se renovó al contacto con la
poesía del momento. El iniciador del movimiento fue el
peruano Manuel González Prada, ensayista de gran
conciencia social a la vez que osado experimentador
estético.
Entre los principales poetas modernistas se encontraban
el patriota cubano José Martí,
el también cubano Julián del Casal, el mexicano
Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José
Asunción Silva, aunque fue el nicaragüense Rubén
Darío quien se convirtió en el más
destacado representante del grupo tras la publicación de
Prosas profanas (1896), su segunda obra mayor, y él
sería el verdadero responsable de conducir al movimiento a
su punto culminante. Solía mezclar los aspectos
experimentales del movimiento con expresiones de
desesperación o de alegría metafísica, como en Cantos de vida y
esperanza (1905), y tanto él como sus compañeros de
grupo materializaron el mayor avance de la lengua y de la
técnica poética latinoamericana desde el siglo
XVII.
A la generación más madura pertenecieron
escritores como el argentino Leopoldo Lugones y el mexicano
Enrique González Martínez, que marcó un
punto de inflexión hacia un modernismo más
íntimo y trató temas sociales y éticos en su
poesía. El uruguayo José Enrique Rodó
aportó nuevas dimensiones artísticas al ensayo con
su obra Ariel (1900), que estableció importantes caminos
espirituales para los autores más jóvenes del
momento. Entre los novelistas se encontraban el venezolano Manuel
Díaz Rodríguez, que escribió Sangre patricia
(1902) y el argentino Enrique Larreta, autor de La gloria de Don
Ramiro (1908). El modernismo, que llegó a España
procedente de Latinoamérica, alcanzó su punto
culminante hacia 1910, y dejó una profunda huella en
varias generaciones de escritores de lengua hispana.
Al mismo tiempo, otros muchos escritores ignoraron el
modernismo y continuaron produciendo novelas realistas o
naturalistas centradas en problemas
sociales de alcance regional. Así, en Aves sin nido
(1889), la peruana Clorinda Matto de Turner pasó de la
novela indianista sentimental a la moderna novela de protesta,
mientras que el mexicano Federico Gamboa cultivó la novela
naturalista urbana en obras como Santa (1903), y el uruguayo
Eduardo Acevedo Díaz escribió novelas
históricas y de gauchos.
El relato breve y el teatro maduraron a comienzos del
siglo XX de la mano del chileno Baldomero Lillo que
escribió cuentos de mineros, como Sub terra (1904), y de
la de Horacio
Quiroga, autor uruguayo de historias de la jungla quien, en
Cuentos de la selva (1918), combinó un enfoque de tipo
regional centrado en la relación entre los seres humanos y
la naturaleza primitiva, con la descripción de fenómenos
psicológicamente extraños en unos cuentos de
misterio poblados de alucinaciones, mientras que el dramaturgo
Florencio Sánchez enriqueció el teatro de su
país con sus obras sociales de carácter
local.
2.3.1. JORGE ISAACS
Jorge Isaacs (1837-1895), escritor colombiano
cuya fama se debe a un pequeño volumen de
poemas, Poesías
(1864), y a una sola novela, María (1867), que obtuvo un
éxito
inmediato y se convirtió en la novela más popular,
imitada y leída de Latinoamérica sólo
superada, según la crítica, por Cien años
de soledad, de
Gabriel García
Márquez.
Isaacs descendía de una rica familia
judía británica que se mudó desde
Jamaica a una propiedad en
el
Valle del Cauca, cerca de Cali donde
nació. Estudió en Bogotá y, en lugar de
seguir la carrera de medicina, como
había planeado, se enroló en el Ejército
para combatir en la guerra del
Cauca (1860-1863), un enfrentamiento civil que destruyó
las propiedades de su familia y le privó de sus
riquezas.
Reducido a la pobreza,
Isaacs se trasladó a Bogotá con el fin de dedicarse
a la literatura. Su primera colección de poemas obtuvo un
gran éxito, al igual que María, novela
lírico sentimental y su mejor obra, que cosechó un
éxito espectacular. Antes de finalizar el siglo XIX,
llevaba 50 ediciones.
La novela, un romance elegíaco, describe una
idílica existencia en el valle del Cauca, y contiene
pasajes ambientados en África en los que el autor idealiza
el noble salvajismo y condena la esclavitud. La
historia de los amores de María y su primo Efraín,
a la que añade las de otras parejas de jóvenes, que
pertenecen a clases sociales y etnias diferentes, se complementan
entre sí. Al desarrollo amoroso de los protagonistas corre
paralelo un ahondamiento progresivo de la realidad social. Se la
puede considerar como novela realista romántica americana
por antonomasia, aunque algunos la sitúan dentro del
folletín. Además es la obra precursora de la novela
regionalista de las décadas de 1920 y 1930.
Isaacs fue incapaz de repetir el éxito de esta su
primera novela, a pesar de que continuó
intentándolo. Alternó la escritura con
varios cargos dentro del funcionariado, y fue cónsul de su
país en Chile. Sin embargo, se le denegó
repetidamente la posibilidad de recuperar su fortuna familiar y
en 1895 murió, en Ibagué, Tolima, en la pobreza.
2.4. LITERATURA CONTEMPORANEA
La Revolución
Mexicana, iniciada en 1910, coincidió con un rebrote
del interés de los escritores latinoamericanos por sus
características distintivas y sus propios problemas
sociales. A partir de esa fecha, y cada vez en mayor medida, los
autores latinoamericanos comenzaron a tratar temas universales y,
a lo largo de los años, han llegado a producir un
impresionante cuerpo literario que ha despertado la
admiración internacional.
2.4.1. POESIA
En el terreno de la poesía, numerosos autores
reflejaron en su obra las corrientes que clamaban por una
renovación radical del arte, tanto
europeas —cubismo,
expresionismo,
surrealismo— como españolas, entre la
cuales se contaba el ultraísmo, denominación que
recibió un grupo de movimientos literarios de
carácter experimental que se desarrollaron en
España a comienzos del siglo.
En ese ambiente de experimentación, el chileno
Vicente Huidobro fundó el creacionismo, que
concebía el poema como una creación
autónoma, independiente de la realidad cotidiana exterior,
el también chileno Pablo Neruda, que
recibió el Premio Nobel de Literatura en 1971,
trató, a lo largo de su producción, un gran
número de temas, cultivó varios estilos
poéticos diferentes e incluso pasó por una fase de
comprometida militancia política, y el poeta colombiano
Germán Pardó García alcanzó un alto
grado de humanidad en su poesía, que tuvo su punto
culminante en Akróteras (1968), un poema escrito con
ocasión de los Juegos
Olímpicos de México.
Por otro lado, surgió en el Caribe un importante
grupo de poetas, entre los que se encontraba el cubano
Nicolás Guillén, que se inspiraron en los ritmos y
el folclore de los pueblos negros de la zona.
La chilena Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura
(1945) otorgado por primera vez a las letras latinoamericanas,
creó una poesía especialmente interesante por su
calidez y emotividad, mientras que en México el grupo de
los Contemporáneos, que reunía a poetas como Jaime
Torres Bodet, José Gorostiza y Carlos Pellicer, se
centró esencialmente en la introspección y en temas
como el amor, la
soledad y la muerte.
Otro mexicano, el premio Nobel de Literatura de 1990 Octavio Paz,
cuyos poemas metafísicos y eróticos reflejan una
clara influencia de la poesía surrealista francesa,
está considerado como uno de los más destacados
escritores latinoamericanos de posguerra, y ha cultivado
también la crítica
literaria y política.
2.4.1.1. PABLO NERUDA
Pablo Neruda (1904-1973), seudónimo,
después nombre legal, de Neftalí Ricardo Reyes
Basoalto, poeta chileno considerado una de las máximas
figuras de la poesía escrita en lengua española
durante el siglo XX, galardonado con el Premio
Nobel.
VIDA:
Nació el 12 de julio de 1904 en Parral. Era hijo
de un ferroviario y una maestra de escuela.
Huérfano de madre al poco tiempo de nacer, su familia se
trasladó a la ciudad de Temuco. De 1910 a 1920
realizó estudios en el Liceo de Hombres y se dedicó
a escribir poesía en diversos diarios y revistas. Fue en
1920 cuando comenzaría a utilizar el seudónimo con
el que pasaría a la posteridad, elegido en memoria del
escritor checoslovaco Jan Neruda. La gran escritora
chilena
Gabriela Mistral, que en aquella
época dirigía el vecino Liceo de Niñas, lo
inició en el
conocimiento de los novelistas rusos, que el poeta
admiró toda su vida. En 1921 se trasladó a Santiago
para estudiar pedagogía francesa en la Universidad de
Chile; sin embargo, abandonó los estudios poco
después.
En 1927 inició su carrera diplomática, que
desempeñó hasta 1940. Fue cónsul en diversos
países de Asia, en
Argentina, España y México. Sus numerosos viajes le
permitieron conocer a diversas personalidades literarias del
momento, como
Federico García Lorca o
Rafael Alberti. En 1935 asumió la
dirección de la revista
Caballo verde para la poesía, en la que publicaron los
poetas de la
generación del 27. La Guerra Civil
española y la muerte de
Lorca lo marcaron profundamente y le llevaron a abrazar la causa
republicana, primero en España y luego en Francia, donde
empezó a escribir los poemas de España en el
corazón
(1937). En 1940 regresó a Chile, donde se afilió al
Partido Comunista chileno y fue senador entre 1945 y 1948. En
1970 fue designado candidato a la presidencia de Chile por su
partido, pero renunció a favor de su amigo
Salvador Allende. Fue nombrado embajador
en Francia, cargo que desempeñó entre 1971 y 1972.
Un año después, gravemente enfermo, regresó
a Chile. Pablo Neruda falleció el 23 de septiembre de 1973
en Santiago de Chile.
OBRA:
Su primer libro, cuyos gastos de
publicación sufragó él mismo con la
colaboración de amigos, fue Crepusculario (1923),
integrado en parte por dos libros
anteriores que no publicó, Las ínsulas
extrañas y Los cansancios infantiles; esa primera obra fue
bien acogida por la crítica y los escritores. Al
año siguiente, su obra Veinte poemas de amor y una
canción desesperada se convirtió en un éxito
de ventas y lo
situó como uno de los poetas más destacados de
Latinoamérica; es, sin duda, su libro mejor conocido y
también el más traducido.
Entre las numerosas obras que le siguieron destacan:
Residencia en la tierra
(1933-1935), poemas impregnados de trágica
desesperación ante la visión de la existencia del
hombre en un
mundo que se destruye, Tercera residencia (1947) y Canto general
(1950), poema épico-social en el que retrata a
Latinoamérica desde sus orígenes precolombinos y
que fue ilustrada por los famosos muralistas mexicanos
Diego Rivera y
David Alfaro Siqueiros. Esa obra, de
fuerte contenido político y social, se compone de 250
poemas reunidos en 15 ciclos literarios. Después
publicaría: Versos del capitán (1952), Odas
elementales (1954-1957), Estravagario (1958), Cien sonetos de
amor (1959), Memorial de Isla Negra (1964), Fulgor y muerte de
Joaquín Murieta (1967), Las piedras del cielo (1971) y La
espada encendida (1972). Como obra póstuma, el mismo
año de su fallecimiento se publicaron sus memorias
Confieso que he vivido.
Neruda ganó numerosos premios a lo largo de su
vida; los más importantes fueron: el Premio Nacional de
Literatura, que recibió en 1945; el Premio Lenin de la
Paz, en 1953, y el
Premio Nobel de Literatura, en 1971. Poeta
de enorme imaginación, fue simbolista en sus comienzos,
para unirse posteriormente al surrealismo y derivar, finalmente,
hacia el realismo, sustituyendo la estructura
tradicional de la poesía por unas formas expresivas
más asequibles. Su influencia sobre los poetas de habla
hispana ha sido incalculable y su reputación internacional
supera los límites de
la lengua.
2.4.1.2. GABRIELA MISTRAL
Gabriela Mistral (1889-1957), seudónimo de
Lucila Godoy Alcayaga, poetisa y diplomática chilena, que
con su seudónimo literario quiso demostrar su
admiración por los poetas
Gabriele D’Annunzio y
Frédéric Mistral.
Hija de un profesor
rural, Gabriela Mistral, que mostró una temprana
vocación por el magisterio, llegó a ser directora
de varios liceos. Fue una destacada educadora y
visitó
México (donde cooperó en la
reforma educacional con
José Vasconcelos), Estados Unidos y
Europa, estudiando las escuelas y métodos
educativos de estos países. A partir de 1933, y durante
veinte años, desempeñó el cargo de
cónsul de su país en ciudades como
Madrid,
Lisboa y
Los Ángeles, entre
otras.
PRIMER PREMIO NOBEL DE LATINOAMÉRICA
Sus poemas escritos para niños
se recitan y cantan en muy diversos países. En 1945 se
convirtió en el primer escritor latinoamericano en recibir
el
Premio Nobel de Literatura.
Posteriormente, en 1951, se le concedió el Premio Nacional
de Literatura de su país. Su fama como poetisa (aunque
ella prefería llamarse "poeta") comenzó en 1914
luego de haber sido premiada en los Juegos
Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados en
el suicidio de su
gran amor, el joven Romelio Ureta. A este concurso se
presentó con el seudónimo que desde entonces la
acompañaría toda su vida.
A su primer libro de poemas, Desolación (1922),
le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros.
Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado
misticismo, ha sido traducida al inglés, francés,
italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra de
muchos escritores latinoamericanos posteriores, como
Pablo Neruda y
Octavio Paz.
Considerada como una escritora modernista, su modernismo
no es el de
Rubén Darío o
Amado Nervo, ya que ella no canta
ambientes exóticos de lejanos lugares, sino que se sirve
de su estética y musicalidad para poetizar la vida
cotidiana, para "hacer sentir el hogar", en palabras de la
autora.
2.4.1.3. OCTAVIO PAZ
Octavio Paz (1914-1998), poeta y ensayista
mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura,
considerado "el más grande pensador y poeta de
México".
PRIMEROS AÑOS
Nacido en Mixcoac, ciudad de México, pasó
su niñez en la biblioteca de su
abuelo, Ireneo Paz. A los 17 años publicó su primer
poema "Cabellera" y fundó la revista Barandal, con la que
inició su actividad relacionada con la creación y
difusión de revistas literarias. En 1933 apareció
su primer poemario Luna silvestre y fundó la revista
Cuadernos del Valle de México. En 1937 se trasladó
a Yucatán como profesor rural y poco después se
casó con la escritora
Elena Garro, con quien asistió ese
mismo año al Congreso de Escritores Antifascistas
celebrado en Valencia (España). En esta última
ciudad publicó Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre
España (1937) y entró en contacto con los intelectuales
de la II República y con el poeta chileno
Pablo Neruda.
Ya de regreso a México se acercó a
Jorge Cuesta y
Xavier Villaurrutia y publicó
¡No pasarán! y Raíz del hombre. Con
Efraín Huerta y Rafael Solana,
entre otros, fundó la revista Taller en 1938, en la que
participaron los escritores españoles de su
generación exiliados en México. Un año
después publicó A la orilla del mundo y Noche de
resurrecciones. En 1942, a instancias de
José Bergamín, dio la
conferencia
titulada "Poesía de soledad, poesía de
comunión", en la que estableció sus diferencias con
la generación anterior y trató de conciliar en una
sola voz las poéticas de Villaurrutia y Neruda.
En 1944, gracias a una beca Guggenheim, pasó un
año en Estados Unidos, donde descubrió la
poesía de lengua inglesa. En 1946 se incorporó al
Servicio
Exterior Mexicano y fue enviado a París. A través
del poeta surrealista Benjamin Péret conoció
a
André Breton y entabló
amistad
con
Albert Camus y otros intelectuales
europeos e hispanoamericanos del París de la posguerra.
Esta estancia definirá con precisión sus posiciones
culturales y políticas:
cada vez más alejado del marxismo, se
fue acercando al surrealismo y empezó a interesarse por
otros temas.
ELABORACIÓN DE SU POÉTICA
Durante la década de 1950 publicó cuatro
obras fundamentales: Libertad bajo palabra (1949), que incluye el
primero de sus poemas largos, "Piedra de sol", una de las grandes
composiciones de la modernidad
hispanoamericana; El laberinto de la soledad (1950), ensayo que
retrata de forma muy personal la
sociedad y la idiosincrasia del pueblo mexicano;
¿Águila o sol? (1951), de influencia surrealista, y
El arco y la lira (1956), su esfuerzo más riguroso por
elaborar una poética. En 1951 viajó a la India y en
1952 a Japón,
países que influirán de forma decisiva en su obra.
Un año después regresó a México,
donde hasta 1959 desarrolló una intensa labor literaria.
En 1956 le fue concedido el Premio Xavier
Villaurrutia.
En 1960 volvió a Francia y en 1962 a la India
como embajador de su país. Conoció a Marie-Jose
Tramini, con quien contrajo matrimonio en
1964. Publicó los libros de poemas Salamandra (1961) y
Ladera Este (1962), que recoge su producción de la India y
que incluye su segundo poema largo "Blanco". En 1963 obtuvo el
Gran Premio Internacional de Poesía. Publicó el
ensayo Cuadrivio (1965), escritos sobre poesía dedicados
al español Luis Cernuda, al portugués Fernando
Pessoa, al mexicano Ramón López Velarde y al
nicaragüense Rubén Darío. Más tarde
verían la luz Puertas al
campo (1966) y Corriente alterna
(1967), en los que muestra el crisol
de sus intereses: la poesía experimental, la antropología, Japón y la India, el
arte de Mesoamérica, la política y el Estado
contemporáneos. En 1968 renunció al cargo de
embajador en la India a raíz de los sucesos de Tlatelolco
y en 1971 fundó en México la revista Plural, en la
que colaboraron algunos de los escritores más importantes
de la generación posterior a él.
Ese mismo año publicó El mono
gramático, poema en prosa en el que funde reflexiones
filosóficas, poéticas y amorosas; en 1974 Los hijos
del limo, recapitulación de la poesía moderna, y en
1975, Pasado en claro, otro de sus largos poemas, que fue
recogido al año siguiente en Vuelta, obra con la que
obtuvo el Premio de la Crítica en Barcelona,
España.
RECONOCIMIENTO UNIVERSAL
En 1977 Octavio Paz abandonó Plural e
inició Vuelta, revista literaria que dirigió hasta
el final de su vida y que fue cerrada unos meses después
de su muerte. Continuó con sus reflexiones
políticas en su obra El ogro filantrópico (1979) y
en 1981 obtuvo el
Premio Cervantes. En 1982 se editó
Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, retrato
de
sor Juana y la sociedad mexicana del
siglo XVII; en 1987, Árbol adentro, último
volumen de poesía. En 1990 se le concedió el Premio
Nobel de Literatura y publicó La otra voz y Poesía
de fin de siglo, que recoge sus últimas reflexiones sobre
el fenómeno poético. En 1993, La llama doble: amor
y erotismo, y en 1995, Vislumbres de la India.
De una personalidad
exigente y exigida, su escritura ha sabido recoger distintas
tradiciones e hilar los más variados intereses en una sola
voz y una herencia plural.
Además de sus poemas, ha buscado en otras áreas de
la cultura coincidencias y cercanías que alimenten su obra
y abran espacios para la comprensión del mundo. Si su
poesía viaja del vacío del yo a la plenitud del
mundo y el amor, sus ensayos son un
mosaico de reflexiones puntuales sobre los aspectos más
diversos de nuestra época. Su muerte, acaecida el 19 de
abril de 1998 tras una larga enfermedad, supuso la pérdida
del poeta mexicano por excelencia.
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