Las prácticas pedagógicas en el aula: ¿Un paso a la libertad o a la dominación?
- La escuela un espacio formativo
o reproductivo? - El papel del alumno en el
aula - El papel del docente en el
aula - Conclusiones
- Bibliografía
El presente ensayo
pretende aanalizar las prácticas pedagógicas en el
aula a partir del pensamiento de Henry A. Giroux una
revisión del papel que asume el estudiante y docente ante
los sistemas
educativo como formas político-cultural que refuerza o
conservan las relaciones de fuerza y
reduce sus espacios para el ejercicio de su libertad.
La actitud
apática, desinteresada, poco crítica
y reflexiva de nuestros estudiantes en el aula sobre los problemas
sociales y culturales del país, su comunidad y su
escuela
sólo agranda los abismos de las diferencias culturales y
políticas.
Ante tal situación, el aula reproducen las
relaciones dominantes vigentes teniendo como actores a
estudiantes y docentes que
materializan esas relaciones en las prácticas
pedagógicas de acuerdo con la
organización del sistema
educativo. Eso significa que el alumno esta imposibilitado
para ejercitar su poder, la
critica social, hablar y sentirse responsables de lo que dicen
porque el miedo al castigo, a la represión, a mantener al
margen de la historia, a desarrollar su
lenguaje, a
formar una identidad, a
moverse en las fronteras culturales, a expandir su
comprensión de entorno y participar en la vida publica
democrática.
Por ello, me parece de gran importancia hacer que
nuestros alumnos adopten un papel activo dentro del aula, como
críticos principales de los modelos
educativos, de sus docentes, de los problemas y
las soluciones
sociales actuales. Parece difícil, pero es una tarea que
se debe implementar de manera urgente. Primeramente hacer que
empiecen a reflexionar, después participar y finalmente a
proponer soluciones a nuestros grandes dilemas
sociales.
La modificación de este escenario requiere de la
participación de profesores y estudiantes, el primero
siendo capaz de reconocerse a sí mismos en un lenguaje
desmitificador, de manera que puedan descubrir que toda tarea
educativa es también una tarea política. En segundo
lugar, los profesores han de verse como agentes de una especie de
futuro distinto, más orientado a crear que a destruir las
posibilidades de justicia
social.
Los profesores necesitan un discurso
crítico y un lenguaje de posibilidades; necesitan ser
capaces, de alguna manera, de interrogarse sobre el carácter de lo que hacen, pero
también necesitan ver más allá del horizonte
de lo posible. En tercer lugar, reconocer que no se puede ser un
intelectual público fuera de la política de
representación.
Una vez que reconoce le toca actuar sugiriendo diversas
formas de práctica pedagógica en las que los
alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse
colectivamente para convertirse en sujetos de la historia. En lo
que respecta al estudiante ser capaz de hablar y escuchar sobre
tradiciones, historias y perspectivas teóricas diversas;
ser responsable de lo que dice, comprometerse con el mundo, de
manera que puedan plantearse cuestiones sin temor a recibir
castigo alguno.
Este trabajo
compartido dará por resultado un sentido de la justicia
social, la democracia y
papel mas activo dentro del proceso
social.
Cuando hablamos de la escuela nos estamos refiriendo al
espacio donde acuden las personas para ser educadas y ser capaces
de seguir aprendiendo a lo largo de su vida. En este sentido, hay
que distinguir que existen varias connotaciones sobre ella, que
van de las muy utópicas hasta las realistas, es por ello
que daremos un pequeño vistazo a las comunes.
Según la herencia
clásica, el saber por tanto la escuela, son en sí
mismo factores de emancipación, liberación y
promoción humana, y con reza en todos los
contratos
sociales y constituciones, la institución escolar
será la encargada de la distribución de los saberes
equitativamente, por encima de las diferencias sociales,
sexuales, étnicas, etc. Contribuyendo a la
extinción de las desigualdades y privilegios.
La escuela tiene el fin de proporcionar conocimientos,
desarrollar habilidades y actitudes que
preparen a las personas para asumir responsablemente las tareas
de la participación social, les permitan aprender por
cuenta propia y tener flexibilidad para adaptarse a un mundo en
permanente transformación que garantice la atención a las necesidades de diferentes
grupos en
diversos espacios y situaciones, que sea incluyente. Es decir,
una educación que propicie la equidad,
independientemente del medio en que vivan.
La influencia de la escuela es necesaria por que infunde
un progreso autónomo al educando, quien va tendiendo al
propio desarrollo.
Así, tanto la ayuda desde fuera, como el desarrollo
interior de nuestras propias capacidades y la superación
de nuestras limitaciones.
Como habremos visto es una posición idealista de
lo que debe ser la escuela, pues refiere un espacio donde se
preparan personas para ser incorporadas a la sociedad, a la
cultura, pero
al mismo tiempo
educados en valores como
el respeto, ciudadanía y democracia.
Pero la pregunta: ¿Todos los estudiantes son
iguales en todas las escuelas y todas las escuelas son iguales
para todos los estudiantes? Evidentemente no, porque las
escuelas juegan un papel primordial en la reproducción de privilegios culturales
donde se ven claramente las diferencias naturales sobre las
cuales descansan los fallos selectivos y discriminatorios de esta
institución.
Para Pierre Bourdieu la escuela es:
Una instancia de reproducción de las relaciones
de sociales de dominación y, por tanto, de las formas de
conciencia y
representación ideológica que le dan legitimidad.
(Bourdieu, 2002, p.98)
En realidad, la escuela es más que un espacio de
formación de personas para ser educados y ser capaces de
seguir aprendiendo a lo largo de su vida. Pues en ella suceden
representaciones de una forma de vida social donde siempre
están implícitas relaciones de poder y de
prácticas sociales que privilegian el
conocimiento en proporción a una visión del
pasado, del presente o del futuro.
Para Giroux las escuelas inculcan histórica y
actualmente una idea profesional meritocrática,
racionalizando la industria del
conocimiento
por niveles de clase social;
reproducen la desigualdad, el racismos, sexismo, y fragmentan las
relaciones sociales democráticas mediante la
enfatización en la competitividad, androcentrismo, el logocentrismo y
el etnocentrismo cultural.
Es porque, la escuela debe ser considerada como una
arena política cultural, porque el aprendizaje no
es un proceso neutral o transparente, más bien, es un
proceso cultural e histórico en el que los grupos selectos
son posicionados mediante relaciones asimétricas de poder
que reproducen principios,
valores y privilegios.
Como institución eminentemente política,
la escuela está profundamente involucrada en la
reproducción de los valores
sociales, económicos y culturales determinando las
conductas, saberes y disposiciones vigentes, así como en
la conservación de esas formas sociales dominantes que
reproducen las configuraciones actuales de poder. Por tanto, las
escuelas están organizadas principalmente de acuerdo con
un tipo de autoridad
directiva, procedimental y técnica.
De ahí que sean los niños
mejor dotados en esquemas de percepción, apreciación,
disposiciones y acciones
(habitus), son aquellos que heredarán el capital
económico y sobre todo el capital cultural, en este
último la escuela juega un papel importante.
Por eso, hoy se hace necesario que quienes detentan
grandes riquezas económicas, trasformen parte de ese
capital en "inversión educativa", de tal manera que
puedan legar a sus herederos parte de ese patrimonio
bajo una especie de capital certificado (títulos), lo que
permite el acceso más expedito a los puestos directivos de
las empresas. Por
tanto, aquí nos encontramos con una forma clásica
de reconversión del capital económico en capital
cultural, que a la larga redundará en mejores beneficios
económicos en forma de salarios
altos.
Este suceso es evidente en cualquier país
incluyendo el nuestro, figurando fenómenos como: las
cuestiones relativas a la privatización de la educación, la
lógica
del mercado y al
acentuado énfasis puesto sobre la competitividad y la
realización individual. Desde esta perspectiva, el
aprendizaje se
reduce a satisfacer individuales necesidades de lo que se llama
excelencia
Pero el crecimiento masivo de la población escolarizada, debido, en otros
factores, al acceso de todas las clases
sociales y grupos a los circuitos
educativos, ha producido serias transformaciones en la
reorganización escolar, tendiendo a garantizar y mantener
o reorientar ciertas formas de certificación y
jerarquización social históricamente
establecidas.
Es por eso, que la naturaleza de
las prácticas pedagógicas: realizadas en la
escuela, como institución de la vida cultural, basan su
trabajo en el ejercicio del poder simbólico y por lo tanto
en el poder de la violencia
simbólica que juega un papel central en la legitimación de las relaciones
sociales.
El poder de la violencia simbólica, ejercido en
la educación es a través de toda práctica
pedagógica, al igual que cualquier otro poder
simbólico, pues logra imponerse con legitimidad en las
significaciones, los sentidos y
valores que se asignan a los hechos y rasgos
característicos de todo orden sociocultural, velando las
relaciones de fuerza de dicho orden.
Así, toda práctica pedagógica
ejerce alguna forma de violencia simbólica, al lograr con
su poder arbitrario la imposición de un arbitrio cultural,
es decir, conquistar el reconocimiento de la cultura dominante
como cultura legitima.
Pero, para que la práctica pedagógica sea
eficaz, esta doble arbitrariedad debe mantenerse oculta no puede
transparentarse en los agentes que participan de la
comunicación pedagógica, así mismo, ni
la manera arbitraria de imposición ni los contenidos
arbitrario que se inculcan pueden aparecer completamente
explicitados.
Además, toda práctica pedagógica,
como relaciones simbólicas de poder, es una
relación de comunicación, que se ejercer a
través del lenguaje, y como tal, no descansa en el
monopolio de
la fuerza. Se trata de una comunicación entre emisor y
receptor (docente-alumno) que en ningún caso es
simétrica. Al contrario de lo que se piensa el sentido
común, lo que se transmite en la relación de
aprendizaje no es sólo información, pues incluye lenguaje y se
hace necesario el reconocimiento de la legitimidad de la emisor y
de los receptores; en otros términos, es necesaria
autoridad pedagógica del emisor (docente), que en
cualquier circunstancia condiciona la recepción de la
información transformándola en reproducción
de la formación. El contenido de la información en
el mensaje no se agota en la comunicación, pues
generalmente la comunicación pedagógica se
mantiene, aunque la información transmitida tiende a
desaparecer. Este carácter de la relación
pedagógica y el sello que le imprime la autoridad del
profesor, se
hacen patente en la práctica pedagógica que se vive
en el aula día a día.
Pero intentemos ver más allá a la escuela
del espacio reproductivo y de relaciones dominantes vigentes, es
también un lugar de mediación, oposición y
donde surgen nuevas posibilidades que tienen muy en cuenta la
producción de saber, identidades sociales y
valores. Creamos firmemente que la escuela tiene la oportunidad
de ampliar las capacidades humanas de los alumnos y otras que
desarrollen la capacidad de vivir y orientarse en una democracia
multicultural y multirracial.
Giroux en sus escritos confiere a la escuela un papel
importante en la formación de una ciudadanía
crítica, que a través de un nuevo discurso
establezca la diferencia cultural que luche para recuperar la
vida pública democrática.
La ciudadanía aparece directamente vinculada al
eje de la inclusión-exclusión. Y además de
las condiciones objetivas que la soportan (instituciones,
políticas, servicios,
normas) tiene
un componente afectivo importante que se expresa en "nuevas
sensibilidades" (Martín Barbero, 1998), que reorganizan
los saberes tradicionales en un contexto de incertidumbre para
ponerlos a funcionar, a veces con un sentido pragmático, a
veces crítico, con el objeto de ganar espacios de
inclusión y participación (Reguillo, 2000; pg.
1)
La enseñanza es un servicio
público absolutamente clave en la vida de un país.
La escuela ofrece a la nación
la posibilidad de dedicarse por sí misma y de una manera
reflexiva a configurar una educación dedicada a una
ciudadanía responsable, al tiempo que apela a las
responsabilidades de las futuras generaciones en la lucha a favor
de la democracia. "La democracia no se hereda".
En todo momento hay que luchar por ella. Así,
surge esta cuestión: ¿cómo educar a los
estudiantes para que crean que las escuelas no sólo son
simples medios para la
movilidad social y económica, sino que, también son
extensiones del poder económico y político, de
manera que diversos grupos puedan participar en el
engrandecimiento de la nación?
¿Cómo educar a los estudiantes para que crean que,
de hecho, las escuelas tienen que ser la primera línea de
defensa de las cuestiones de equidad, justicia y
libertad?
La respuesta debe tener una base fundada en la libertad
y el aprendizaje critico, porque si la escuela y los profesores
no sientan las bases de la libertad, tendrán que aprender
y enseñar a optar, es decir, tendrán que aprender a
practicar lo que podemos denominar pedagogía del riesgo. Los
estudiantes tendrán que ser educados para que
amplíen la base cultural pública y crítica
de la sociedad para que se pueda hacer alianzas que ocupen de
cuestiones fundamentales para la vida en una sociedad
democrática. Esto es, los estudiantes deben habla, hacer
ruido,
enzarzarse en diálogos a voces y se abrirse a distintas
lenguas y puntos de vista. Y por último, una mayor
diversidad en la práctica pedagógica en las que los
alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse
colectivamente para convertirse en sujetos de la
historia.
Por lo tanto, la práctica pedagogía debe
convierte en una actividad cívica que surja de la
necesidad de ampliar las condiciones de la actuación
democrática humana y para extender las formas sociales que
amplían las capacidades humanas críticas para
eliminar la violencia material y simbólica de la sociedad,
en vez de cerrarlas teniendo escenario a la escuela, docentes y
alumnos.
El papel del alumno
en el aula
Para comenzar a hablar del estudiante primeramente, es
necesario conocer la acción
pedagógica primaria, resultado de la educación
familiar, que ejerce los efectos más duraderos e
irreversibles. Bourdieu la llama el habitus de clase que
se hará presente en los aprendizajes posteriores, es decir
acciones pedagógicas secundarias. El habitus primario
inculcado por la familia
será el inicio para cualquier habitus
posterior.
En este sentido, es de vital importancia rescatar el
capital cultural heredado, porque juega un papel decisivo en la
desigualdad de distribución de beneficios escolares, las
acciones educativas formalizan y explicitan principios que operan
en la práctica y de los cuales el estudiante ya tiene
dominio
previo, gracias a la socialización primaria.
Los esquemas de valoración, los sistemas
simbólicos, y en general, la lógica del orden
sociocultural, varia del grupo y clase
social del cual provenga, y se expresa como disposiciones
(categorías de pensamiento, actitudes, aspiraciones, entre
otras) que le permiten determinada trayectoria escolar exitosa o
deficiente.
Es claro, que las desigualdades e inequidades de la
escuela no se hacen explicitas de manera simple y directa por la
clase social de origen y mucho menos por el nivel
económico, sino en los procesos de
socialización a los cuales las distintas clases sociales
someten a sus grupos para la transmisión del patrimonio
cultural. En esa medida el aprendizaje en la escuela se encuentra
precedida por la transmisión e inculcación de
esquemas y estructuras de
conocimiento, de percepción y valoración, es pocas
palabras no hay igualdad de oportunidades frente a la
escuela como primer inicio.
Bourdieu, sostiene que cada clase o grupo social tiene
una apropiación distinta del lenguaje, por lo que su
codificación produce efectos escolares
diferentes. El habitus lingüístico, es decir, las
competencias y
habilidades del uso de la lengua son un
segmento importante del capital cultural heredado. La escuela
tiende a valorar y legitimar el lenguaje de
las clases dominantes (cultas) generando inequidades
académicas evidentes.
No hay que olvidar que la lengua es más que un
instrumento de comunicación y que su eficacia depende
de las condiciones sociales que la producen. La producción
y circulación del lenguaje supone una relación
entre la competencia
lingüística y el mercado social que se
expresa o compite.
Cuando esa pedagogía primaria es transferida al
aula a través del lenguaje y comienza la práctica
escolar a través de un sistema de
interacción como la clase, el proceso
inicia con observar al docente como entorno nuestro (lo cual
implica que también seamos observados como entorno de
nuestro docente); pero lo que observamos son gestos, lenguaje,
indicaciones, exteriorizaciones sociales, no pedazos de la
conciencia.
Por lo que el alumno empieza esa interacción cara
a cara, donde la comunicación se encargan de liderar la
auto descripción de sus compañeros, el
aula, la escuela y su sociedad, comunicando o eliminando el
espacio de su actuar. En ese instante el estudiante revela su
individualidad, como parte de un sistema que le permite hacer uso
de cierta libertad en razón de su integración o de fusión al
sistema educativo.
El proceso continua para el alumno mediante el sistema
escolar, no neutral plagado de ideologías determinadas,
prácticas sociales inmersas en configuraciones de poder,
ideas mediatizadas por la historia vistas desde los intereses de
la clase dominante, lo que lo limitará a recibir lo que el
sistema requiere de él.
El proceso sigue su desarrollo formando a nuestro
estudiante como una reproducción de su historia que
legitima y ratifica las relaciones sociales que marginan,
imprimiéndole una imagen de como
vivir en sociedad evidentemente concebida desde producción
y organización del lenguaje previamente
organizado en niveles, categorías, estrategias y
tácticas necesarias para su enseñanza y
aprendizaje.
Después, con lo aprendido configurar sus
intereses y experiencias que representen su nuevo espacio de
conflicto
sobre la versión de autoridad, la historia, el presente y
el futuro que prevalecerá en la escuela.
Y finalmente devolverá a la sociedad lo producido
y legitimado en el aula por la interacción
alumno-docente.
Bajo es marco se define la actuación de nuestros
estudiantes en el aula, por lo tanto cual es la realidad de ellos
en la escuela.
Muchos estudiantes provienen de familias de bajos
ingresos,
primera restricción para su actuar (bajo capital cultural
heredado y por ende reducido manejo del lenguaje debido a su
situación familiar), en su gran mayoría se
encuentran en escuelas publicas con docentes poco preparados,
poco críticos del sistema social y sin vocación
educativo.
Dicha situación es asimilada por el estudiante
con una completa frustración por su situación
inicial, posteriormente su confrontación con un sistema
educativo totalmente tradicional, donde no existe una
interacción real docente-alumno, sólo se trata de
un monologo encabezado por el docente, el alumno asume su papel
pasivo, no criticándolo debido a la tradición
cultural heredada. Así, aprendieron aceptar ser
víctimas y su situación la situación
económica lo incrementa.
La poca estructura
cognitiva traslada por el docente no le permiten dimensionar los
concepto que
le son intentados trasmitir, y mucho menos criticarlos. Las
habilidades aprendidas son deficientes reproducciones de los
malos sistemas escolares llevados a la práctica
pedagógica en el aula. Carentes de sentido y
aplicación a la vida real de los estudiantes al momento de
ser aprendidos.
Su reducido lenguaje producto de su
vida y de la calle le hace asumir de manera víceral toda
información recibida, produciendo inversiones
afectivas en determinados tipos de conocimientos. En este
sentido, el conocimientos no es algo que comprender, sino que
siempre es algo sea o no comprendido, sentido y contestado de
forma no pensada y automáticamente.
El choque entre el conocimiento que los alumnos observan
y aprenden en la calle con el tradicional en el aula genera un
tipo de identificación viceral. Es decir, el conocimiento
de las calles es vivido y mediado a través del discurso
afectivo no hallado en la escuela. En las calles lo importante es
algo sentido mientras en el aula se matiza de racismo y
logocentrismo. Ese sensación del alumno de encontrar en el
aula un conocimiento acorde a su experiencia vivida lo hace
aislado, abstracto y por lo que no invierte afectivo; es un
discurso congruente con otra persona, pero no
con él y sus códigos apropiados en la calle, los
cuales no esta dispuesto a renunciar.
En este sentido, sus voces son desconfinadas y
deslegitimizadas por no pertenecer a la acción cultural
promovida por la escuela. Es por ello, que su lucha diario se
hace en razón a tratar de reconciliar esa disyuntiva entre
la existencia de lo vivido en la calle, las barreras
ideológicas y las líneas prefijadas por la
práctica docente y social propia de la vida en el
aula.
La instrucción en el aula es un conocimiento
cosificado dado de forma lineal y relativamente no problematizado
y que coloca al estudiante en rol de receptor pasivo. La resistencia a
este tipo de conocimiento en el aula refleja el comportamiento
del estudiante en casa y su intento ritualizado de llevar a la
escuela los discursos
hibridizados y transgresivos de la calle (Everhart, 1983,
p45)
Es por ello, que la instrucción en el aula debe
ser comprendida desde la teoría
de la ideología reformulada, que
problemátice el aula como punto de unión para la
construcción del otro, en el que las
diferencias raciales, sexuales se entrelacen con
fuerza.
La incapacidad de los estudiantes de ser alfabetos puede
que no provenga tanto de la ignorancia más bien de un acto
de resistencia. Es decir, cada miembro de la clase obrera u otro
grupo marginado se niegue, consciente o inconscientemente, a
aprender los códigos culturales y las competencias
legitimadas por la sociedad dominante (Giroux, 1998,
p69)
Por lo tanto, el profesor como eje de la
enseñanza en el aula debe establecer esta
reconciliación entre conocimientos y llevarlos más
allá de ello. Esto significa que la escuela debe dar
respuesta a las condiciones sociales que capacitan o incapacitan
a los estudiantes para aprender. Significa que los estudiantes
necesitan oportunidades de ejercitar el poder, definir ciertos
aspectos de su currículo, controlar ciertas condiciones
del aprendizaje, y que se les permita correr riesgos,
comprometerse en sistemas de autocrítica y crítica
social sin miedo al castigo. Necesitan tener oportunidad de
hablar y sentirse responsables de lo que dicen. Pero los
estudiantes necesitan algo más que aprender a hablar,
escribir y afirmar sus propias historias, necesitan aprender
también a mantenerse en el límite de la
trasgresión, para aprender diferentes lenguajes,
desarrollar sus identidades y moverse en las fronteras de las
diferencias culturales, para que así puedan expandir las
condiciones de su propia comprensión de las diferencias,
como fundamento de una vida pública
democrática.
Tratando de convertir a nuestro alumno más
critico, reflexivo y conscientes de su situación social.
Teniendo como directriz la libertad consciente del alumno en el
aula. Pero para que resulten las escuelas tiene que se espacios
seguros para
los estudiantes. De este modo, la cuestión del aprendizaje
se vincule a formas de activismo que realzan las posibilidades de
vida democrática.
EL PAPEL DEL
DOCENTE EN EL AULA
Empezar a hablar de los docentes es complejo, pues,
existen de todo tipo, desde los que se entregan en cuerpo,
corazón
y alma, hasta
los que tiene un poder diabólico de de nominación,
de constitución que se ejercer sobre la
identidad misma del estudiante, sobre su imagen de sí, y
pueden infligir en un traumatismo terrible.
Pero, quien es el profesor: es un ser dotado de
autoridad pedagógica y, por lo tanto, de capacidad de
reproducir los principios de orden cultural dominante y dominado,
es también, toda instancia educativa que realiza un
trabajo pedagógico. Este debe entenderse como el trabajo
propio de inculcación progresiva de los elementos y
prácticas de la herencia cultural, capaz de producir una
formación larga y duradera a través de la
escuela.
El profesor inculca de manera intensa comportamientos,
actividades y saberes en condiciones lógicas expresadas en
sus prácticas pedagógicas, sin apelar
explícitamente a normas, reglas o códigos. Es por
ello, que el docente es precisamente un producto del trabajo
pedagógico socialmente determinado de toda actividad
educativa, difusa e institucional, que tiene por objeto hacer
interiorizar modelos, significaciones y en general, las
condiciones sociales existente para formar lo que se llama
personalidad.
La inculcación que se realiza toda acción
pedagógica es generadora, no sólo de
información sino de personalidades sociales.
Ya hemos hablado de la realidad en la escuela a
través de su función
social y cuyo ejecutor es el profesor, evidentemente son claros
sus resultados. Pero quizás, el único que puede
hacer algo para remediar la situación es él. La
pregunta es ¿Cómo?
La respuesta es simple educando estudiantes con una
sólida formación de ciudadanía
crítica que lucha para recuperar la vida pública
democrática.
No es sólo hablar de valor
cívico del modo
indicativo, supone también, sostener que cualquiera que
sea educado críticamente se dará siempre cuenta de
que todo acto de lucha por la democracia supone un riesgo. No
podemos pensar simplemente en quedarnos a salvo, tranquilos,
seguros y cómodos. La educación crítica
requiere que profesores en conjunto con sus estudiantes,
estén siempre en la brecha, y que caigan en la cuenta de
que, en cierto sentido fundamental, se producen consecuencias que
exigen pagar un precio muy
alto. Después de todo, la lucha por la justicia y los
principios democráticos siempre implica
arriesgarse.
Pero que lo primero que se tiene que hacer es:
reconstruir el concepto de profesor como trabajador cultural, es
decir, persona que trabaja en los distintos lugares en los que
confluyen el conocimiento, el poder y la autoridad. Tal
reconocimiento ayuda a reformular el carácter y el
objetivo de la
práctica pedagógica. En este sentido, la
pedagogía se convierte en una actividad cívica que
surge de la necesidad de ampliar las condiciones de la
actuación democrática humana y para extender las
formas sociales que amplían las capacidades humanas
críticas para eliminar la violencia material y
simbólica de la sociedad, en vez de cerrarlas.
Por eso, es de suma importancia que el profesor romper
la división entre pensamiento y acción que
caracteriza la forma tan rígida la organización de
escuelas y el currículos. Esta división de trabajo
ha formado parte durante mucho tiempo de una tradición
instrumentalista que define el trabajo docente, y que sostiene
que los profesores no deben ejercer presiones utilizando su
capacidad para pensar, limitándose a realizar o ejecutar
las labores predeterminadas por el estado u
otras instancias. Es la pedagogía del servilismo, que
subordina la capacidad de los profesores al imperativo estricto
de realizar los sueños y perspectivas de otros.
Es la pedagogía del servilismo, que subordina la
capacidad de los profesores al imperativo estricto de realizar
los sueños y perspectivas de otros. (Giroux,
1998)
En segundo lugar, no podemos hablar de que los
profesores lleguen a controlar de algún modo la
producción del conocimiento salvo que nos ocupemos
también de las condiciones históricas y
estructurales en las que han trabajado y luchado. Aunque este
factor no siempre es alcanzable debido a la carga de trabajo o en
algunos casos no es posible transformar ciertas condiciones de
trabajo.
En tercer lugar, es muy importante, que no podemos
situar simplemente a los profesores en un solo espacio, o sea, en
el aula. Porque los profesores son también trabajadores
culturales que necesitan estar en contacto con otros educadores
de muchos lugares para ampliar el sentido y los lugares en los
que se pone en práctica la pedagogía.
Esto les brinda la oportunidad de establecer
vínculos, ver las conexiones entre su trabajo y el de
otros trabajadores de la cultura, y desarrollar movimientos
sociales que puedan oponerse a los métodos de
aprendizaje opresivo y dominante.
En el mundo postmoderno, es esencial que los educadores
adopten una postura que permita vincular los compromisos sociales
con la acción pública, de manera que sirvan de
ejemplo a sus alumnos respecto a lo que significa ser un
"intelectual público". El intelectual
público aborda el mundo de manera que pueda ocuparse con
la mayor seriedad de sus problemas más acuciantes. De este
modo, la cuestión del aprendizaje se vincula a formas de
activismo que realzan las posibilidades de vida
democrática.
Más específicamente, esto significa dar a
los profesores, estudiantes y comunidades el control de las
condiciones para la producción del conocimiento, utilizar
los recursos
culturales que los estudiantes aportan a la escuela sin dejarlos
como meros objetos de consideración romántica, unir
las formas de representación y los contenidos de la
enseñanza con el desarrollo de los conocimientos que han
hecho posible la revolución
electrónica del mundo postmoderno;
significa también hacer que las escuelas resulten seguras
para los estudiantes, de modo que puedan permitirse correr
riesgos, hablar, participar abordar y poner en duda la forma de
construir el conocimiento y con qué propósitos, y
situarse así ellos mismos más como agentes que como
objetos de conocimiento y poder.
Por lo general, el discurso de los profesores no tiene
nada que ver con la vida pública. El lenguaje que suelen
aprender es el de las metodologías, la dirección científica, el
profesionalismo. Es por ello apremiante, que ofrezca muchas
más cosas, como, por ejemplo, distintos lenguajes
políticos. Tienen que ser capaces de reconocerse a
sí mismos en un lenguaje desmitificador, de manera que
puedan descubrir que toda tarea educativa es también una
tarea política. En segundo lugar, los profesores tiene que
verse como agentes de una especie de futuro distinto, más
orientado a crear que a destruir las posibilidades de justicia
social.
En tercer lugar, creo que necesitan reconocer que no se
puede ser un intelectual público fuera de la
política de representación. La conducta,
experiencia y práctica del docente carecen de relieve y no
pueden comprenderse aparte de la
representación.
Sólo a través de los lenguajes que
utilizamos para representarnos e imaginarnos a nosotros mismos y
las actividades que realizamos podemos llegar a comprender
cómo somos, responsabilizarnos de nuestros actos y entrar
en diálogo
con los otros. Toda la pedagogía participa en las
negociaciones y traducciones que se llevan a cabo en medio de
diferentes luchas sociales, políticas y
culturales.
En estos procesos es fundamental el problema de la
elaboración de un lenguaje crítico que reconozca su
propia parcialidad, sus condiciones de existencia, historicidad y
referentes éticos.
Hemos aproximado un poco al pensamiento de Henry A.
Giroux entorno a su concepción de la escuela, el
estudiante, docente y la práctica pedagógica. Y no
ha dado por resultado que el lenguaje y la comunicación
son el vehículo que nos hace participe desde cualquier
óptica
de cambio en el
aula. Es por ello, que creemos firmemente necesario estudiar
estos, para explorar sus consecuencias en la sociedad y la
realidad en la escuela.
Giroux al igual que Bordieu sostienen que el lenguaje es
el constructor de realidades, y su materialización en el
aula a través del a la práctica docente y es de
aquí que el individuo se
convierta en un producto de las estructuras de poder como un
elemento reproductor de los intereses de una clase
dominante.
Evidentemente la escuela como producto de esa estructura
social auto reproduce pensamientos, hábitos, conductas
en sus estudiantes para que esa sociedad permanezca
inmóvil y legitime las condiciones
establecidas.
Pero Giroux encontró que a través del aula
esta situación puede cambiar mediante la
modificación de las prácticas pedagógicas
empleadas por el profesor en su aula. Es a través de
hacerse consciente su función y papel dentro de este nuevo
proceso de educación. Formando alumnos con un sentido
critico de su funciona ciudadana y democrática al interior
de su nación.
El trabajo del docente es crear un lenguaje que logre
establecer las conexiones necesarias para que el estudiante
vincule el conocimiento de la calle con el conocimiento
científico cambiando su apreciación afectiva y
viceral que tiene de este. Creando nuevos código
perfectamente asimilables y practicables por el alumno totalmente
engarzados a las condiciones y problemas de su comunidad, de tal
manera, que lo hagan conciente y crítico del
entorno.
Pero para realizar esto, primeramente, los profesores
deben romper las estructuras de pensamiento heredadas, así
como, las formas en que transmite esto. Como segundo paso, se
debe establecer una nueva concepción del docente
totalmente revalorizado. Y finalmente educar a nuestro alumnos
para romper esquemas, ser crítico, reflexivos y concientes
de su papel en la sociedad y el cambio.
Terminaré con la siguiente cita de Maturana:
Preparemos a las personas para incorporarlas a la cultura y la
Sociedad. Pero al mismo tiempo eduquémoslas en valores
para que se respeten así mismas y o los demás,
ciudadanos en una sociedad democrática.
- BEDOYA José I. (2002), Epistemología
y pedagogía. - Bordieu Pierre (1998) Capital cultural, escuela y
espacio social. (MÉXICO) Editorial Siglo XXI,
Año: 1998. - Coelho Teixeira (2002); Diccionario
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Omar Bandala Fonseca.
Licenciado en Ciencias
Políticas y Administración Pública
Un año de la Maestría en Gestión
Administrativa