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Biografía. Alberta Jiménez



    Nació un 6 de agosto, hace casi 165 años,
    en un atractivo pueblecito mallorquín llamado Pollensa,
    con olor a almendros y teniendo como fondo el azul plateado
    Mediterráneo.

    Sus padres, Alberto y Apolonia, la educaron con esmero;
    de su padre aprendió la rectitud, la responsabilidad, el valor, la
    audacia… su madre le inculcó la piedad más
    profunda, el respeto a los
    demás, la compasión con los pobres, la sencillez,
    el servicio
    desinteresado y humilde. Tuvo una niñez muy feliz al lado
    de su hermano Saturnino, unos pocos años menor que
    ella.

    Desde muy temprana edad sus padres se preocuparon de
    darle una formación intelectual sólida, y a ella le
    gustaba la idea pues sentía una viva inclinación
    por saber el por qué de las cosas, la naturaleza
    atraía poderosamente su atención, disfrutaba subiendo una
    montaña y contemplando una puesta de sol en el silencio de
    un tarde de verano, le impresionaba muchísimo la
    inmensidad del mar, su alma se
    dilataba observando una noche de luna llena o un eclipse, y no le
    importaba interrumpir su sueño para ver una lluvia de
    estrellas o el paso de un cometa.

    Aseguraba haber nacido en el marco de un hogar
    disciplinado, este factor fue determinante para forjar su
    carácter; era alegre, abierta, generosa,
    segura de sí misma serena y recta, muy recta, de ninguna
    manera pactaba con la mentira ni con la hipocresía, y
    decía que los asuntos relevantes, se resolvían con
    mucha oración y prudencia, y que debían de
    analizarse detenida y seriamente.

    Por razones de trabajo de su
    padre, vivió un tiempo en
    Barcelona, cuando regresó de esta ciudad la familia se
    estableció en Palma, la capital de
    Mallorca, entonces recibió unas clases particulares para
    optar al título de maestra, se las impartió un
    joven que más tarde

    sería parte del plan de Dios en
    su vida, Francisco Civera; ella era apenas una adolescente que
    como todas las demás, despertaba a la vida y notaba que su
    corazón
    empezaba a latir aceleradamente.

    A ella le encantaba ir a Valldemosa, un pueblecito muy
    lindo a unos pocos kilómetros de Palma, a ella le gustaba
    descansar allí, en el patio de la casa, había un
    asiento en el que permanecía largo rato cosiendo, rezando
    o contemplando una flor

    Después de algunas clases con el apuesto profesor,
    descubrió que él, Francisco, era estupendo; no
    sólo lo admiraba por sus conocimientos sobre las Matemáticas y las ciencias, sino
    por su nobleza y caballerosidad, algo estaba pasando dentro de
    ella , se sorprendía pensando en él a cualquier
    hora , se fijaba en los colores de su
    camisa, de su corbata, pero además, intuía que
    también dentro de él había un afecto serio y
    delicado hacia ella que no se reducía a la simple
    cortesía de un profesor con su alumna, por aventajada que
    esta fuese; cuando pasaron unos días no dudó e n
    contarlo a su madre, que por supuesto, ya había advertido
    que algo estaba pasando en el corazón de su querida
    Alberta, recordaba cómo que la abrazó y
    sonrió , y que este gesto le infundió confianza y
    seguridad.

    Un día decidió hacerle un regalo a
    Francisco, y se lo comunicó a su madre, ella
    compartió su ilusión y le compró un pluma
    para obsequiarle, Francisco, impresionado por aquel detalle,
    respondió con unos versos que comienza
    así:

    Gracias mil el alma mía

    Te rinde, Alberta, en verdad,

    Por tu fina cortesía,

    Por la pluma que me
    envía

    Tu dulce y tierna amistad

    El amor entre los
    dos se iba consolidando, Francisco cada vez se sentía
    más atraído por su madurez , inteligencia y
    la belleza de su alma limpia, el noviazgo se formalizó y
    contando con la probación de las dos familias, el 7 de
    abril de 1860, el Señor bendijo su matrimonio en la
    Iglesia de San
    Nicolás de Palma, fue un día maravillosos, los
    recuerdos le venían a borbotones; al recordar este
    día, que ella calificaba como inolvidable, a sus ojos se
    asomaban dos tímidas lágrimas , como si decirlo, le
    restara encanto.

    El hogar supo pronto de la alegría indecible de
    la llegada del primer hijo que lo bautizaron con el nombre de
    Bernardo, todo era luminoso, ni una nube se interponía en
    su incipiente felicidad, pero después de una año,,
    la vida del niño se apagó. Alberta y su esposo se
    abrazaron fuerte y desde lo profundo de sus corazones doloridos
    preguntaron ¿ Por qué Dios mío?, ¿Por
    qué?, pero sólo el silencio encontraban por
    respuesta.

    Al cabo de un año, la alegría
    regresó de nuevo a sus corazones con el nacimiento de
    Catalina, pero dos años más tarde una epidemia de
    cólera
    se la llevó también al cielo.

    A Alberta le costaba mucho recordar esas cosas, las
    decía despacio, se notaba que el dolor la había
    marcado, hacía breves pausas, como para descansar y tomar
    fuerzas.

    Después, nacieron otros dos niños
    Bernardo y Alberto. Francisco y ella tenían mucho miedo de
    que la muerte se
    los arrebatara, estaban muy unidos, su amor había crecido
    muchísimo y todas las noches, después de cenar y
    acostar a los niños, ante la imagen de la
    Virgen que tenían sobre la cómoda de su
    habitación, rezaban, y su oración se mezclaba con
    el llanto y el dolor.

    Bernardo también murió a los pocos
    años de nacer, sólo les quedó Alberto con
    una salud muy
    precaria que exigía muchos cuidados y
    atenciones.

    Francisco y ella no entendían nada de todo lo que
    sucedía, en la oración encontraban la paz y la
    fuerza para
    seguir. Albertito iba creciendo y alegraba sus vidas,
    hacían proyectos

    Se entregó de lleno al colegio que con Francisco
    había fundado y en el desplegó todo su bagaje
    pedagógico, todo les iba bien.

    Un día Francisco se sintió mal, lo vio el
    médico y comprobó que padecía de unas
    fiebres muy altas que no pudo controlarle, ningún esfuerzo
    por aliviarle tuvo éxito,
    Francisco también se iba, era el 17 de junio de 1869, esta
    muerte la
    sumió en una tristeza muy honda, experimentó una
    soledad muy grande y sólo en la oración encontraba
    sosiego; en nueve años había perdido tres hijos y
    el esposo, ¡había pasado rápido el tiempo!,
    parecía ayer que se habían conocido…
    ¿Quién entiende los designios de Dios?. Sin
    Francisco todo parecía carecer de sentido, pero ella
    buscaba… su fe la invitaba a rastrear en su interior y en
    el recuerdo de los acontecimientos alguna luz que le
    permitiera descubrir su nuevo camino; cuidaba de Alberto,
    atendía a sus padres que se iban haciendo mayores,
    Saturnino, su hermano, era de gran ayuda y apoyo, con él
    conversaba largos ratos de todo lo sucedido, tratando de
    vislumbrar el querer de Dios para ella.

    A su mente acudió le idea hacerse monja
    salesiana, de las que tenían un convento en Palma,
    iría a hablar, tal vez ese era su lugar. Llegó el
    día de la cita, se levantó haciendo lo de un
    día normal y pensando en lo que debía explicar, y
    mientras estaba en su habitación arreglando cosas, le
    anunciaron que el Señor Alcalde y el Vicario de la
    diócesis, Dn. Tomás Rullán la esperaban en
    el salón para hacerle una propuesta de parte del
    Señor Obispo, Dn. Manuel Salvá. Ella se
    sorprendió enormemente de aquella vivita, le pedían
    hacerse cargo del Real Colegio de la Pureza, aquella
    invitación era claramente la voz de Dios, no tenía
    ninguna duda.

    Al irse los distinguidos visitantes, lo comunicó
    a su familia.
    Humanamente hablando, la oferta no era
    absolutamente halagadora, pues se trataba de un colegio en ruinas
    en todos los aspectos, por lo tanto, requería de un temple
    gigante para volverlo a la normalidad.

    Más que una invitación, aquello era un
    reto a su fe y a su confianza en Dios. Canceló su visita a
    las Salesas y por las noches después de dormir a
    Albertito, se retiró a su habitación a orar, en el
    silencio y a solas con Dios, aceptó, dijo Sí,
    iría al Colegio de la Pureza, tenía la certeza, de
    que allí, le esperaba Dios. Su familia la apoyó,
    Alberto pasaría al cuidado de su tío
    Saturnino.

    El 23 de abril de 1870 fue la fecha elegida para
    ingresara a aquel viejo caserón llamado Can Clapers. La
    situación del centro tanto en su personal como en
    su mobiliario era lamentable, pero una fuerza interior la
    impulsaba a no dejarse vencer por el pesimismo y el cansancio, y
    así, en septiembre de ese mismo año, se
    inició el nuevo curso escolar, a los pies del Sagrario y
    de la Virgen de la Pureza, depositaba todas las noches sus
    preocupaciones, sus ilusiones, sus planes.

    El Colegio crecía, los patios y pasillos
    rebosaban de rostros infantiles juguetones y alegres,
    impartía clases de gramática., historia, labores… en
    pocos años el Colegio se había recuperado, fue
    entonces cuando las autoridades de Palma le ofrecieron la
    rectoría de la primera Normal de Maestras que deseaba
    establecer en la capital, ella aceptó; el nombramiento
    oficial se hizo el 2 de mayo de 1872 y así , en el Colegio
    de la Pureza, con Alberta Jiménez al frente, el 13 de mayo
    del mismo año comenzó a funcionar la primer
    Escuela de
    Magisterio en la Isla.

    Para esta época de su vida, tuvo que estudiar
    muchísimo, la prensa de Palma
    hacía eco de todo cuanto en Can Clapers
    sucedía.

    Una vez que lograron la primera promoción de maestras, algunas de ellas
    pidieron quedarse para ejercer su profesión bajo la
    dirección de Alberta, a ella esto le
    satisfizo grandemente, las acogió con el mismo
    cariño que suele hacerlo las madres.

    Al llegar a este punto de su vida, ella se encontraba
    feliz de hacer lo que hacía, sentía que ese era su
    camino, pero decía ella, que aún le faltaba algo,
    que muchas veces en su trato íntimo con el Señor
    experimentaba un deseo grande de entregarse definitivamente a
    ÉL.

    Cuando se presentó la ocasión, no
    dudó en comunicarlo a las personas que con ella formaban
    el grupo de
    maestras, todas acogieron la idea con inmensa alegría, ya
    que era un anhelo deseado por todas, oportunamente se lo hicieron
    saber a Don Tomás, le pareció una idea excelente y
    comenzaron a redactar unas bases y unos estatutos, casi no
    podía creer lo que estaba pasando, pues con ese trabajo se
    estaba iniciando lo que sería la Congregación de
    Religiosas de la Pureza de María.

    La autorización del Señor Obispo no se
    hizo esperar y el 19 de septiembre de 1874 quedó
    constituida la Primera Comunidad, los
    nombres de las Hermanas eran:

    Alberta Jiménez

    María Aloy

    Catalina Fornés

    Magdalena Frau

    Dolores Guardiola

    Catalina Togores.

    Después de establecerse la Primera Comunidad,
    el trabajo
    pedagógico se intensificó, pues ella decía
    que la
    educación es una obra que siempre debe estar
    renovándose, le gustaba vivir informada, buscaba siempre
    nuevas forma de enseñar, la gente decía que era una
    pedagoga de vanguardia.

    El 2 de agosto de 1892 se aprobaron las Constituciones,
    la obra iba viento en popa. En 1897 un nuevo visitador de la
    Congregación hace su estreno, se llamaba Don Enrique Reig,
    era secretario del Obispo y simpatizante de la Enseñanza, fue un gran apoyo para Alberta,
    siempre mostró interés
    por todo lo de La Pureza, y la animó a fundar Colegios
    fuera de Mallorca, pues ya entonces había en las ciudades
    de Manacor y de Inca. Valencia, fue la primogénita en la
    Península.

    Don Enrique trabajaba con ahínco para la
    Congregación, el 10 de mayo de 1901, envió un
    telegrama desde Roma, en el que
    se informaba que La Pureza había tenido la
    probación del Papa León XIII para funcionar como
    Congregación de Derecho Pontificio.

    Por estas fechas, Alberto, era un joven y vivía
    en Zaragoza, se relacionaba con frecuencia con Alberta, y la
    mantenía informada de sus planes, a su vez, ella le
    escribía con asiduidad y le hacía sentir el amor que
    como madre guardaba para él, en varias ocasiones se lo
    manifestaba a través de poesías
    sencillas y llenas de ternura. Un día ella recibió
    una carta en la que
    le participaba su noviazgo y su decisión de contraer
    matrimonio con una joven llamada Joaquina Llonch, en el
    corazón de Alberta se hicieron presente muchos recuerdos
    ya lejanos pero que parecía que habían sucedido
    ayer. Leyó
    la carta
    más de una vez y se retiró a la capilla, aquella
    noticia necesitaba ser compartida con Dios.

    Pocos años después, Alberto
    enfermó, y Alberta tuvo que acudir de manera inmediata a
    su lado, acompañada por H. Ferrá, al llegar, pudo
    comprobar que realmente su salud estaba muy deteriorada, los
    médicos y toda la familia le prodigaban cuidados y
    atenciones.

    Después de una leve mejoría, sufrió
    una recaída muy fuerte que no pudo superar. Murió
    la noche del 18 de junio de 1908; Alberta, naturalmente
    lloró, pero estaba serena.

    El 22 de julio de 1912, una orden ministerial le
    arrebató la rectoría de la Normal, fue un
    sufrimiento grande para ella, pues le había dedicado mucho
    tiempo, esfuerzo y cariño, la gente de Palma que la
    conocía, no daba crédito
    a lo que leían en los diarios, ella estaba tranquila,
    muchas ex alumnas y padres de familia llegaron a darle su apoyo y
    le hicieron ver la injusticia que se estaba cometiendo, y ella
    los calmaba diciéndoles : "Dios permite las cosas para
    nuestro bien, no se mueve una hoja del árbol sin su
    voluntad, yo había pedido varias veces que me quitasen el
    cargo, y ahora Dios, por otros caminos, me ha concedido lo que
    tantas veces pedí".

    En agosto llegaron Hermanas de las otras casas ya que se
    celebraba el capítulo general, ella puso su renuncia como
    Superiora General de la Congregación, argumentaba su falta
    de salud y lo avanzado de su edad. La renuncia fue aceptada,
    Alberta estaba muy enferma, pero esto no le impedía ayudar
    en los menesteres de la casa, siempre estaba ocupada, rezaba
    muchos rosarios y pasaba largas horas en la
    capilla…

    Entraba el año 1920, por todos los rincones del
    Colegio se comentaba que en mayo serían las bodas de
    oro, se
    preparó una fiesta por todo lo alto, acudieron todas las
    antiguas alumnas, el día esperado era el 1º de mayo,
    se despertó con una diana, luego Misa solemne, almuerzo,
    tarde literaria, música, fuegos
    artificiales, fiesta mucha fiesta, llegaron flores y regalos de
    amigos, de padres de familia, de autoridades de Palma, todos
    reconocían su labor y en un acto oficial se le
    concedió la Gran Cruz de Alfonso XII, ella se dejó
    festejar con la serena alegría de siempre,
    lógicamente se emocionó pues no esperaba tanto, en
    todo momento se mostró atenta, fina y muy agradecida con
    la sencillez que la caracterizaba.

    Su vida se fue gastando entre las paredes del viejo
    caserón que desde que ella llegó le dio sabor a
    hogar, se le vio muy contenta con las fundaciones del Puerto de
    la Cruz y de Santa Cruz en las Islas Canarias, sin embargo, sus
    movimientos eran cada vez más lentos y veía con
    mucha dificultad , todas las Religiosas, ex alumnas y alumnas que
    la visitaban estaban conscientes de que el final estaba cerca,
    llegaban Sacerdotes a animarla, a orar con ella, a darle el
    Sacramento de los Enfermos, algunos días los pasaba mejor
    que otros, la sentaban en un sillón que tenía en su
    habitación, decía que así estaba más
    cómoda , y en la madrugada del 21 de diciembre de 1922,
    dormida en el sillón, sin ruido, sin
    palabras, entregó su alma a Dios ,

    Toda Palma la lloró , todos querían
    acercarse a ella para darle el último adiós ; su
    nieta repasaba en silencio todos los momentos felices que
    había compartido con ella, recordaba sus consejos, sus
    gestos bondadosos, todo se le agolpaba en la mente y en el
    corazón, sentía que algo de ella se iba con su
    abuela Alberta y calaba hondo en su alma, aquella frase que
    tantas veces la escuchó pronunciar:

    "Nací para el Cielo y a
    Él todas mis aspiraciones"

    Bibliografía:

    Civera, Pilar. Memorias de mi
    abuela. Ed. Congregación de Colegios de la Pureza de
    María.

    WENDY A. ESPAÑA CUADRA

    COLEGIO PUREZA DE MARÍA

    MANAGUA 2002

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