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Diferencia y sujeto. Sobre la desfundamentación de la noción moderna de identidad



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    ABSTRACT

    La noción de sujeto moderno, sujeto fuerte,
    sólido, duradero, identificado y unificado- pierde sus
    fundamentos una vez el pensamiento de
    la diferencia explora la posibilidad de afirmar la multiplicidad
    que puebla lo real y que está en la base de toda identidad. Si,
    diferencia ya no se opone a identidad, el sujeto, de ser
    inevitable, lo es con otro modo de conceptualizar y mantener su
    identidad. Un modo otro de ser sujeto y de entender la
    noción de identidad que interpela al utillaje
    teórico e investigador de las ciencias
    sociales y humanas contemporáneas. El presente
    texto parte de
    planteamientos y averiguaciones realizadas por Gilles Deleuze y
    Michel Foucault para
    adentrarse en las complejidades de ese escenario de
    desfundamentación de la noción de moderna de
    identidad y de revisión de los presupuestos
    teóricos de las ciencias
    sociales.

    Palabras clave:
    · crítica
    · identidad
    · metateoría
    · posmodernismo
    · virtual

     

    0.
    INTRODUCCIÓN

    Elemento común de la obra de Foucault y Deleuze
    es la producción de un pensamiento crítico
    con las abstracciones propias del pensamiento metafísico
    occidental. Para Deleuze y Foucault lo abstracto -es decir el
    Uno, el Todo, la Razón, el Sujeto, la Identidad- no
    explica nada. Más aún, es lo abstracto -el Uno, el
    Todo, la Razón, el Sujeto, la Identidad- lo que debe ser
    explicado. Desde este ángulo del pensamiento foucaultiano
    y deleuziano es posible un acercamiento a la noción de
    identidad donde la heterogeneidad y multiplicidad que puebla lo
    real sean afirmadas. Se trata de un acercamiento a la
    noción de identidad enfrentado a lo abstracto, lo
    genérico y lo idéntico como presupuesto de
    funcionamiento del pensamiento de la representación;
    pensamiento afín a la noción moderna de identidad.
    Frente a la soberanía de la representación y el
    dominio de lo
    idéntico e identificable, Foucault y Deleuze exploran un
    pensamiento afirmativo de la multiplicidad y la diferencia. Este
    pensamiento donde se afirma la multiplicidad y la diferencia
    tiene lugar al precio de la
    disolución de lo idéntico, ya que la
    representación se realiza en lo idéntico y
    desprecia la diferencia.

    En efecto, el dominio de la lógica
    de la filosofía de la representación en los
    postulados del conocimiento
    social y humano ha producido el efecto de invisibilizar y
    silenciar el territorio de la diferencia y de la multiplicidad
    que desborda el modelo de "lo
    Uno" y "lo Mismo" que funciona en el pensamiento de la
    representación. Ahí la diferencia es negada,
    subordinada a la identidad. De este modo los intentos de Deleuze
    y Foucault por deshacerse de la filosofía de la
    representación son un acicate para pensar la identidad de
    otro modo, esto es, desde aquello que deshace su presunta
    condición de unidad firme, estable y primigenia. De eso
    trata la desfundamentación de la noción moderna de
    identidad: pensar la identidad desde aquello que es olvidado y
    destruido por la soberanía de la
    representación.

    Seguidamente se exponen breves consideraciones sobre el
    alineamiento de Foucault y Deleuze en la crítica
    del Sujeto abstracto y el esfuerzo de ambos autores por salir de
    la filosofía de la representación y elaborar un
    pensamiento afirmativo de la diferencia. De este pensamiento y su
    énfasis en "lo diverso y lo concreto"
    resulta una llamada de atención sobre "el devenir" y "el
    territorio a-subjetivo y pre-individual", dos elementos del
    pensamiento de la diferencia de utilidad para
    conocer las identidades individuales y colectivas, su
    conceptualización, formación y mantenimiento,
    desde presupuestos sensibles a la diferencia que puebla lo real.
    Y quizás también, finalmente, esa
    dignificación del territorio identitario virtual siempre
    fronterizo de lo informe y
    móvil posibilite pensar y configurar las prácticas
    destinadas a "hender lo delimitado" que aprisiona y a conjugarse
    con lo otro, sin unificación ni
    totalización.

     

    1. DIFERENCIA NO OPUESTA A
    IDENTIDAD: AFIRMAR LA MULTIPICIDAD

    El camino seguido por Deleuze y Foucault para pensar de
    otro modo la identidad consiste en deshacerse del modelo de
    pensamiento que pretende representar la diferencia, dominarla,
    ocultarla o negarla, es decir, de la imagen dogmática
    del pensamiento o de la representación
    .

    El pensamiento de la diferencia operado por Foucault y
    Deleuze supone un desfondamiento del fundamento representacional
    del Sujeto metafísico. Si en el pensamiento de la
    representación la diferencia resulta dominada, avasallada,
    ocultada y, en suma, excluida y negada, para Deleuze y Foucault,
    por el contrario, "diferencia" será conceptualizada como
    algo ni opuesto ni subordinado a "identidad". Este otro
    pensamiento viene a ser pensamiento afirmativo de "lo otro", de
    lo negado por la lógica de la identidad y la
    soberanía de la representación, esto es,
    pensamiento de la diferencia. Un pensamiento que opera a
    través de una inversión categorial básica: contra
    el pensamiento de la representación, afirma que la
    diferencia en cuanto tal no emerge a partir de la existencia de
    identidades previas, de cuya existencia originaria la diferencia
    puede ser determinada a través de una operación
    consistente en relacionar una identidad (A; Yo; Nosotros?) y otra
    identidad (B; Tu; Vosotros?); más bien, es lo
    idéntico lo que se conforma a partir de la introducción de oposiciones y
    segmentaciones en el seno de una diferencia previa que es
    plenamente positiva. Es decir, lo idéntico, lo mismo, el
    ser, el uno, lejos ya de ser lo previo y el fundamento de lo
    existente, opera segmentando la multiplicidad que es lo real y
    estableciendo oposiciones entre esas segmentaciones que
    así son entendidas como diferentes. Los términos se
    invierten: bajo lo idéntico subyace el substrato de una
    diferencia qua diferencia; la identidad no es primera, es
    secundaria con respecto a la diferencia y de ésta procede.
    De este modo, en efecto, la diferencia se afirma sin llegar a ser
    aquello que se obtiene tras excluir lo idéntico, sin ser
    un producto de lo
    negativo. La diferencia adquiere estatus de "positividad" y
    condición de "lo previo".

    La diferencia es posible entenderla sin reducirla a lo
    opuesto a identidad, y sin derivarla de lo determinado como
    identidades ya conformadas. Diríamos que se trata de una
    diferencia que ha adquirido su dignidad, que
    deja de estar subordinada a la identidad. De seguir a PARDO
    (1996a), diríamos que de esa inversión categorial
    resulta un concepto de
    diferencia donde la diferencia es absoluta e
    irreversible. Absoluta: el otro no es "otro como yo" o
    "como uno" pero diferente, sino absolutamente otro; lo otro que
    no es ni "yo" ni "uno". Irreversible: el otro es "un otro para
    mí" o "un otro para uno" pero lo es de un modo
    inconmensurable; otro que deja de ser tal al entrar en
    disposición de lo uno. Además desde estos otros
    presupuestos la diferencia ya no se entiende como simetría
    lógica o como equivalencia jurídica. Para la
    diferencia pensada en términos de simetría
    lógica A es diferente a B como B es
    diferente a A. Para la diferencia pensada en
    términos de equivalencia jurídica Yo soy
    otro para como eres otro para
    . Estas dos formas de entender la diferencia son,
    como dice PARDO (1996a: 165) para la alteridad, casos donde la
    diferencia no es entendida de modo ni absoluto no irreversible,
    sino restringido o relativo: la diferencia queda subordinada a
    una identidad superior y siempre reversible; donde tanto A
    como B son puntos de una recta y donde tanto
    como Yo somos individuos estandarizados
    sujetos de derechos.

    Como veremos seguidamente, tanto en Foucault
    (especialmente Las palabras y las cosas) como en Deleuze
    (especialmente Diferencia y repetición) se
    encuentra un pensamiento de la diferencia como intento de
    hacer de la diferencia algo que no se convierta en una
    denominación abstracta, en un término demasiado
    genérico ni en algo que únicamente designa su
    oposición con lo idéntico. Pues esas tres
    conversiones de la diferencia (hacia lo abstracto, lo
    genérico y lo idéntico) hacen que la diferencia
    pierda la posibilidad de una determinación positiva de lo
    que constituye su carácter plural. Y es que el pensamiento de
    la diferencia es afirmación de la multiplicidad por fuera
    de la primacía de lo idéntico; o, al menos, intenta
    estar a la altura de lo múltiple, descender al abismo en
    el que se afirma la heterogeneidad de la realidad.

    Retengamos, por tanto, que el pensamiento de
    la diferencia
    no retrotrae la multiplicidad
    heterogénea que puebla lo real y su diferencia
    intrínseca al molde previo de lo
    idéntico.

     

    2. CRÍTICA DE LA
    REPRESENTACIÓN COMO DESFUNDAMENTACIÓN DEL
    HOMBRE

    El pensamiento de la diferencia supone una
    crítica de lo Uno. La identidad es conducida a la
    pluralidad y lo mismo a la heterogeneidad. Objetos y sujetos
    ?idénticos, identificables, genéricos y abstractos-
    llevados a complejos materiales de
    fuerzas y afectos. Esta operación puede apreciarse a
    través de la llamada "muerte del
    Hombre".

    La disolución del Hombre la glosamos con dos
    estancias básicas, una deleuziana y otra foucaultiana. Se
    trata de una crítica al Sujeto que puede entenderse
    como una suerte de "doble (la de la forma hombre en
    Foucault, por un lado, y la de la representación en
    Deleuze, por otro) crítica a lo Uno". Con esta
    doble crítica a lo uno se asientan las bases con la que
    afirmar positivamente la diferencia en cuanto tal, sin hacer
    referencia a identidades previas, originarias y
    estables.

    2.1. Deleuze: experiencia real y cuádruple
    raíz de la representación

    Es en el marco de la búsqueda de una imagen
    del pensamiento
    distinta a la de la representación
    como apreciaremos la contribución de Deleuze a la
    crítica del Sujeto. Se trata de escapar de la
    trampa de la representación consistente en calcar lo
    trascendental sobre lo empírico, es decir en concebir lo
    trascendental a imagen y
    semejanza de lo que está llamado a fundar. Estos son los
    dos pasos básicos de la trampa: primero, se deriva el
    modelo (trascendental) de un calco directo sobre la
    situación empírica y luego ese modelo se desea
    universalizar como fundamento de lo que existe. Según
    Deleuze, deshacernos de esta trampa es llegar a experimentar un
    pensamiento que sea solícito con la razón de lo
    diverso. Y es que la representación está anclada en
    la forma de la identidad:

    "Lo que se reprocha a la representación es su
    permanencia en la forma de la identidad, en el doble sentido de
    la cosa vista y del sujeto vidente" (DELEUZE, 1968:
    93)

    Según Deleuze, los conceptos elementales de la
    representación y del reconocimiento, las
    categorías, son demasiado generales, demasiado amplias
    para lo real. Todo cambia, sin embargo, cuando se determinan "las
    condiciones de la experiencia real que no son más amplias
    que lo condicionado, y que difieren por naturaleza de
    las categorías" (DELEUZE, 1968: 93).

    Cuando oponemos a la representación "una
    formación de otra naturaleza", es decir, una
    formación donde la diferencia no se subordina a la
    identidad, las únicas "categorías" que podemos
    utilizar son las de la experiencia real, ya no la de las
    experiencia posible. Desde esta modalidad no se trata de
    "atenerse a la experiencia", sino a las condiciones de la
    experiencia, aquello que hace que tengamos una experiencia real y
    no sólo posible: es decir, a la diferencia como ser de lo
    sensible.

    La representación es una determinada imagen del
    pensamiento y del ser. Y sin embargo la filosofía, en sus
    líneas mayoritarias, ha configurado una "imagen del
    pensamiento" forjada sobre el concepto de re-presentación.
    De tal modo que el pensamiento aparece necesariamente vinculado a
    la primacía de una identidad originaria que se
    trataría siempre de reproducir, reconocer, representar. El
    concepto de representación sostiene una empresa
    dirigida a la reconducción o subordinación de las
    disparidades, desigualdades y diferencias al dominio de lo que
    Deleuze llamó la cuádruple raíz de la
    representación
    : la identidad, la semejanza, la
    oposición y la analogía. Esta "cuádruple
    raíz" designa, en su pretensión de representar a la
    diferencia bajo la identidad, la semejanza, la oposición y
    la analogía, el sometimiento de la diferencia a la
    primacía de lo idéntico. Es decir, la diferencia se
    hace objeto de representación "siempre por relación
    a una identidad concebida, a una analogía juzgada, a una
    oposición imaginada y a una semejanza percibida" (DELEUZE,
    1968: 180).

    A grandes rasgos, señalamos que la capacidad de
    representación para el sujeto significa la posibilidad
    (ideal y abstracta) de habitar en un mundo inteligible, luminoso,
    lógico, reconocible como propio; un mundo predecible y
    legible, pensable y contable, como si fuera la propia conciencia la que
    lo construyera, la que lo creara, la que lo dominara según
    su propia unidad. De hecho, el sujeto de la representación
    no sólo se pretende conciencia, sino que se afirma como
    tal, se quiere como tal. De modo que aspira a coincidir consigo
    mismo y ser uno al tiempo que
    rechaza toda pluralidad. La alteridad, en suma, queda subsumida
    en el proceso de
    identificación del yo. Con lo que la multiplicidad de lo
    que hay es subsumido a lo re-presentable, sin que, por tanto,
    haya posibilidad de reconocer otra dimensión que no sea la
    presencia, el presente re-conocible, la realidad contable y
    manejable.

    2.2. Foucault: muerte del
    Hombre

    La crítica deleuziana de la representación
    -con su intento de pensar fuera del marco instaurado por la
    representación y su cuádruple raíz- puede
    ser considerada paralelamente a la proclama foucaultiana de la
    muerte del Hombre (especialmente el capítulo IX
    "El hombre y
    sus dobles" de Las palabras y las cosas).

    Diversas configuraciones del saber, diversos
    códigos o sistemas
    ordenadores del pensamiento y la acción
    han jalonado la historia. Pero sólo
    uno de ellos, afirma Foucault, ha solicitado y requerido al
    hombre y le ha conferido el doble papel de sujeto y objeto del
    conocimiento. Se trata de la episteme que se inaugura en los
    albores de nuestra modernidad
    (comienzos del siglo XIX). Alzándose sobre su finitud
    recién estrenada, el Hombre será el nuevo
    fundamento que siendo observador es observado. El Hombre, objeto
    privilegiado de las ciencias y sujeto de todo
    conocimiento.

    De este modo el ser del Hombre, el fundamento
    epistémico de la Modernidad paradójicamente emerge
    como tal al mismo tiempo que se descubre como finitud. El Hombre
    es un fundamento que sin embargo se sabe finito. De ahí el
    doble papel en el que se coloca el hombre en el pensamiento
    moderno: amalgamar lo trascendental y lo empírico.
    Sueño antropológico es la expresión
    que Foucault utiliza para referirse a este nuevo ensayo de
    fundamentación. Es el Hombre como condición de
    doble empirico-trascendental. El Hombre funda
    (trascendentalmente) lo que, sin embargo, (empíricamente)
    le constituye. Es por eso por lo que, finalmente, el Hombre se
    enfrenta permanentemente a la empresa de
    atrapar un origen que continuamente se le escapa. Y es por eso
    también que el hombre, al tratar de pensar su origen, se
    encuentra con procesos sin
    edad de los que nunca es contemporáneo, diferencias y
    discontinuidades que no le pertenecen.

    2.3. Genealogía y deconstrucción del
    Sujeto

    En efecto, "genealogía y génesis de la
    subjetividad" va pareja con "deconstrucción del Sujeto".
    La deconstrucción de la subjetividad, en su rastreo
    genealógico de las condiciones de su aparición,
    resulta ser una operación que refuta la tesis del
    Sujeto metafísico y su representación como punto de
    partida, origen y fundamento. La genealogía y
    deconstrucción del sujeto abren así, como veremos
    en otro apartado de este texto, un escenario pre-subjetivo y, a
    la par, ofrecen un nuevo marco en el que replantear la
    cuestión del sujeto. Un sujeto que ya no es el concebido
    moderna y metafísicamente como esencia última de la
    individuación, como pura aprehensión pre-reflexiva,
    vacía, del mundo, como foco de la sensibilidad, de la
    expresividad, unificador de los estados de la conciencia. Este
    nuevo marco dibuja un paisaje desde donde pensar las
    inmaterialidades de la identidad.

    Como afirma PARDO (1990: 17), "trabajar en la
    deconstrucción de la subjetividad (o, lo que es lo mismo,
    en la genealogía del ser) es un modo de arrojar una nueva
    luz sobre los
    problemas
    -precisamente- 'fundamentales' de nuestro tiempo: al iluminar el
    campo pre-subjetivo y pre-individual en el que se fabrican los
    individuos y se invisten como sujetos, la crítica de la
    representación permite pensar las fuerzas que determinan
    al pensamiento y ofrecer a las cuestiones más cruciales un
    nuevo marco en el que replantearse". Esta íntima
    relación entre "genealogía" y
    "deconstrucción" podemos especificarla así: la
    exploración de los orígenes de lo dado por
    fundamento (el Sujeto, la Identidad, lo Mismo) nos pone a
    priori
    al margen de dicho fundamento, pues cancela su propia
    validez al hacer que dependa de circunstancias
    histórico-empíricas. En otras palabras, no podemos
    sostener que el Sujeto se origina en un territorio a-subjetivo y,
    al mismo tiempo, seguir sujetos al Sujeto como fundamento. En
    cuanto el Sujeto es retrotraído (operación
    genealógica) a sus orígenes sin sujeto, se suspende
    todo su fundamento, su identidad y sustancialidad
    (operación de deconstrucción). En suma: la
    afirmación genealógica de la multiplicidad supone
    la desfundamentación reconstructiva de la identidad. De
    tal modo que la inmaterialidad que escapa a lo Mismo deshace y se
    deshace del sujeto de la representación.

    Estas consideraciones nos conducen por el momento a dos
    conclusiones que conviene destacar:

    a.- La relación entre "genealogía" del
    Sujeto y su "deconstrucción" ontológica apunta a la
    brecha radical que como alteridad habita en la identidad
    individual y colectiva; una brecha que se hace palpable en la
    imposibilidad de llegar a los propios orígenes de la
    identidad desde los presupuestos de una identidad previa y
    originaria.

    b.- Es la diferencia y la alteridad dadas en todo origen
    lo que dibuja ante nosotros el espacio para la
    deconstrucción de lo presentado como esencia, unidad,
    ley y
    fundamento, en este caso del Sujeto y su identidad. La
    repetición no es un proceso iterativo en el que
    podríamos remontarnos hasta alcanzar "una primera vez",
    una identidad original y no repetida. El ser se da
    originariamente como repetido, como simulacro, y lo que es
    repetido en cada ocasión no es sino la diferencia,
    la multiplicidad que puebla lo real.

    Como acabamos de mostrar la llamada crisis del
    Sujeto moderno tiene que ver en su dimensión
    ontológica con la inversión de la clásica
    identificación existente entre "ser", "identidad",
    "representación" y "pensamiento". Una inversión que
    permite pensar y afirmar la diferencia. Así lo hemos
    planteado con la crítica a la representación
    (Deleuze) en su cruce con la muerte del
    Hombre (Foucault) como materialización de un pensamiento
    de la alteridad y de la diferencia. Sabemos, por tanto, que si la
    diferencia deshace la subjetividad y destruye la
    representación, la representación sólo es
    posible sobre el olvido y la destrucción de la
    diferencia.

     

    3. LO DIVERSO Y LO CONCRETO
    EN LA IDENTIDAD

    Foucault y Deleuze retrotraen lo idéntico al
    subsuelo habitado por intensidades, diferencias, singularidades.
    No dejan resquicio a la abstracción. Esta operación
    la podemos ahora reconsiderar a partir de "la pragmática
    de lo diverso" en Foucault y "la multiplicidad de lo concreto" en
    Deleuze. Con ello el sujeto individual y la noción moderna
    de identidad dejan paso a procesos de frontera donde
    las identidades responden a "devenires"; identidades incontables,
    sin unificación ni totalización.

    Son unas consideraciones que exploran la posibilidad
    efectiva de que el pensamiento de la modernidad se
    desterritorialice
    en singularidades pre-individuales y
    a-subjetivos, si bien esos elementos inmateriales y no referibles
    a sujetos o conceptos serán tematizados con algo
    más de atención en un próximo apartado.
    Ahora, en este sentido, reparar solamente en que, como
    señala Guattari, no se entiende a Deleuze y a Foucault sin
    apreciar la "parte no humana pre-personal de la
    subjetividad que ellos enfatizaban" (GUATTARI, 1996:
    21).

    3.1. Pragmática de lo
    diverso

    La fórmula "pragmática de lo diverso" es
    una fórmula más que cercana a la empleada por
    DELEUZE (1987: 113) para resumir toda la filosofía de
    Foucault: "una pragmática de lo múltiple". Esta
    fórmula encierra elementos que podemos apreciar en lo que
    según WHAL (1990: 86) funciona en la "pragmática de
    lo diverso" de Foucault: "lo mismo siempre trabajado por lo otro,
    lo otro liberado de la concialización dialéctica,
    el espacio discursivo desligado por la multiplicidad sin uno, una
    multiplicidad no de estado sino de
    haceres". Así pues, el dispositivo noológico
    foucaultiano consiste en hacer emerger lo otro, la multiplicidad
    sin Uno y los haceres ahí donde hay formas
    estáticas, esencias inmutables, linealidades
    teleológicas y reconciliaciones dialécticas. Se
    trata de una operación de positividad
    pragmática
    : no analizar "lo que es" (o lo que era),
    más bien "aquello que al obrar lo hace". Ahí
    podemos situar la pregunta de raíz foucaultiana por la
    constitución política de la
    experiencia desde una posición
    histórica.

    En efecto, frente a las ilusiones metafísicas y
    las ilusiones teleológicas propias de la creencia en la
    conciencia y en el objeto natural, Foucault, como indica Veyne,
    propone "una opción positivista (eliminar los
    últimos objetos no historificados, los últimos
    vestigios de la metafísica) y materialista (la
    explicación no irá ya de un objeto a otro, sino de
    todo a todo, y ello objetivará objetos de fecha concreta
    sobre una materia sin
    rostro)" (VEYNE, 1984: 236). Una opción positivista y
    materialista donde las relaciones sustituyen a los objetos, y
    donde además se toma como norma la desconfianza hacia las
    falsas continuidades. Al decir de Veyne, el "caleidoscopio"
    reemplaza al "semillero": no hay objetos naturales como tampoco,
    a lo largo del tiempo, hay evolución o modificación de un mismo
    objeto que ocupe siempre el mismo lugar. Sólo la
    ilusión del objeto natural crea una vaga sensación
    de unidad y la imagen de identidad..

    3.2. Multiplicidad de lo
    concreto

    Según Jean-Clet Martin "lo concreto es una
    multiplicidad de concreciones. Es algo acompacto, espeso, un
    condensado que, siguiendo la etimología latina de
    concretio, experimenta una concentración. Lo
    concreto es espeso, espesado por todo lo que es capaz de crecer
    junto a él: una agregación de fuerzas o, como
    diría Spinoza, una composición que aumenta la
    potencia de ese
    conglomerado. Es concreto todo lo que se compone y, en esta
    composición de fuerzas, va a crecer conjuntamente a la par
    que aumenta en dimensión" (MARTIN, 1997: 1). Por tanto,
    bajo la fórmula multiplicidad de lo concreto como
    síntesis del pensamiento deleuziano
    incidimos en el carácter troncal que en el pensamiento de
    Deleuze juega una concepción de identidad entendida como
    una multiplicidad que siempre se está haciendo gracias a
    la proliferación de alianzas perversas y devenires
    (más que filiaciones y hermanamientos). Una
    proliferación que resulta posible gracias a la reserva de
    virtualidad que siempre nos queda. De ahí, por ejemplo, la
    importancia que Deleuze y Guattari le dan a la creación
    del sustantivo multiplicidad: "para escapar a la
    oposición abstracta de lo múltiple y lo uno, para
    escapar a la dialéctica, para llegar a pensar lo
    múltiple en estado puro, para dejar de considerarlo como
    el fragmento numérico de una Unidad o Totalidad perdidas,
    o, al contrario, como el elemento orgánico de una Unidad o
    Totalidad futuras" (DELEUZE y GUATTARI, 1988: 39).

    Así considerada, la identidad presente en la
    individuación no nos remite a materias o formas. La
    individuación que le interesa a Deleuze se sitúa en
    un nivel previo en el que no se han individualizado
    todavía entidades del tipo sustancias o sujetos, cosas o
    personas, sino que los caracteres individuantes se sitúan
    en un plano de variabilidad intensiva habitado por singularidades
    pre-individuales.

    En Deleuze la diferencia se abre paso en la
    creación del sustantivo multiplicidad como modo de
    escapar a la oposición abstracta de lo múltiple y
    lo uno. Siendo la realidad misma, pues "la multiplicidad es el
    auténtico elemento en el que suceden las cosas" (DELEUZE,
    1995: 232); la multiplicidad no presupone totalidad ni unidad,
    del mismo modo que no remite a ningún Sujeto: sus
    elementos diferenciales atraviesan al ser de lo que hay, de tal
    modo que las subjetivaciones, las totalizaciones y las
    unificaciones son procesos que se dan y acoplan en las
    multiplicidades.

    "Las multiplicidades son la realidad misma y no
    presuponen ninguna unidad, no entran en ninguna totalidad, del
    mismo modo que tampoco remiten a ningún sujeto. Las
    subjetivaciones, las totalizaciones, las unificaciones son, por
    el contrario, procesos que se producen y acoplan en las
    multiplicidades. Las principales características de las
    multiplicidades conciernen a sus elementos, que son
    singularidades; a sus relaciones, que son
    devenires; a sus acontecimientos, que son
    haecceidades (es decir, individuaciones sin sujeto); a sus
    espacios-tiempos, que son espacios-tiempos lisos; a su
    modelo de realización, que es el rizoma (por
    oposición al modelo de árbol); a su plano de
    composición, que constituye plateaux (zonas de
    intensidad continua); a los vectores que
    las atraviesan, y que constituyen territorios y grados de
    desterritorialización" (DELEUZE y GUATTARI, 1994: 93-94;
    cursiva de G.D. y F.G.)

    Vemos entonces cómo la respuesta a la pregunta
    por la inmaterialidad de la identidad nos retrotrae a la
    desfundamentación del Sujeto, de ese Sujeto que es
    presentando, pensado y perseguido como fundamento unificado del
    ser, el saber y el hacer, así como portador de una
    identidad unificada y totalizada. Una desfundamentación
    que tiene lugar en tres operaciones que
    hacen del pensamiento un ejercicio que se revela como
    genealogía de lo que hay (del ser) y deconstrucción
    del fundamento (del sujeto):

    1. Hacer la genealogía del ser, mostrar
      que hay algo antes del ser donde pueden rastrearse las
      condiciones de su aparición.
    2. Emprender la deconstrucción de la
      subjetividad
      , es decir, refutar la inveterada tesis de que
      el Sujeto y su representación se sitúan como
      punto de partida, origen y fundamento.
    3. Abrir -en detrimento del Sujeto como fundamento- un
      escenario pre-subjetivo que está aún que
      pensar y que, por otro lado, conforma el territorio de
      impresión (hábitos) y expresión (afectos e
      intensidades); necesario para hacer una genealogía de la
      subjetividad y su deconstrucción ontológica en
      favor de la diferencia.

     

    4. DEVENIR: IDENTIDAD
    INCONTABLE, SIN UNIFICACIÓN NI
    TOTALIZACIÓN

    Una vez nos adentramos en lo diverso (el calidoscopio en
    Foucault) y en lo concreto (la muliplicidad en Deleuze)
    encontramos ese dominio mal iluminado al que el pensamiento de la
    modernidad occidental le ha negado sistemáticamente el
    paso. Nos referimos al mundo del "y", de la conjunción y
    de la relación; de la Y griega y del "entre". No estamos
    ya en mundo del "es" y del verbo "ser", en el mundo de la
    representación y lo representable. En efecto, pensar la
    diferencia requiere sumergirse en la multiplicidad de lo dado y
    pasar de la lógica del ser a la lógica de la
    conjunción; sustituir el "es" que identifica por el "y"
    que relaciona; la conjunción que mina al ser y lo hace
    bascular.

    "la Y griega es la diversidad, la multiplicidad, la
    destrucción de las identidades […] La multiplicidad
    reside precisamente en la Y, que es de naturaleza distinta que
    los elementos o los conjuntos
    […] La Y no es uno ni otro, está siempre entre los dos,
    es la frontera" (DELEUZE, 1995: 73).

    Se trata de una frontera imperceptible, filo que no
    pertenece ni a un lado ni a otro de los elementos situados a un
    lado y otro de la frontera. La "y", espacio de frontera, por el
    contrario, implica a ambos elementos en un desarrollo
    aparalelo, en un devenir: lo que la frontera separa es asimismo
    unido por ella misma. En el devenir junción y
    disjunción no son separables. Por eso el devenir es
    siempre un "entre dos": no es un fenómeno de
    imitación ni de asimilación, sino de doble captura,
    de bodas contra natura entre elementos heterogéneos y
    separados.

    Ulrich Beck recurre a pensadores de la ciudad como
    Simmel, Benjamín, Virilio y Sloterdijh para glosar las
    diferencias entre la condición demarcadora y
    unívoca del modelo del "o? o?" y la condición
    fronteriza y globalizadota de la conjunción
    "y?":

    "Allí (en o? o?), separación,
    demarcación y limitación, exigencia de claridad y
    univocidad, de dominio, de seguridad y
    control;
    aquí (en y?), multiplicidad, diferencia, globalidad
    interminable, la cuestión de la relación, del
    acuerdo y la unión, la afirmación de la
    ambivalencia, de la ironía.

    […] Los teóricos de la gran ciudad ?Virilio,
    Sloterdijk, o antes Simmel y Benjamín- han destacado desde
    siempre lo de "entremedio". Al pensar y configurar el o?
    o?
    se consideraban y se consideran las vías
    sólo en cuanto problemas presupuestarios, policiales o
    económicos. Los espacios intermedios devienen espacios de
    tránsito. El y? despunta en cuanto
    globalización" (BECK, 2004: 108-109)

    Se comprende, entonces, que las relaciones que se
    establecen entre los elementos de las multiplicidades sean
    devenires que se realizan bajo el modelo descentrado y
    ajerárquico del rizoma como extensión y
    ampliación horizontal de las relaciones siempre abiertas y
    susceptibles de nuevas conexiones. Rizoma por
    oposición al modelo de árbol. A diferencia
    del "rizoma", el "árbol" es ante todo estructura que
    estabiliza, organiza y neutraliza las multiplicidades por cuanto
    establece un punto de origen, germen o centro, una
    división binaria o principio dicotómico, con sus
    ramas perpetuamente reproducidas y repartidas, unos sistemas de
    puntos y posiciones que, en suma, cuadriculan lo dado por
    posible.

    La identidad no es primigenia. La diferencia pasa por el
    ser y por los entes, a la par que abre la identidad de ambos a lo
    incierto, incalculable y oscilante. Y ahí, siguiendo los
    planteamientos de Delgado (1999) sobre la necesidad de una
    antropología urbana que atienda las
    estructuras
    líquidas que organizan la vida social más
    allá de instituciones
    estables, surge un modo de habitar el mundo que corresponde con
    el animal político-público que practica-usa
    la ciudad por fuera de la lógica proyectista y de
    representación propia de la cultura
    urbanística y su pretensión
    orgánico-geométrica de mutar la ciudad en un lugar
    controlado e iluminado, sin oscuridades y lo menos indetermina,
    azarosa y lábil posible. En efecto, según Delgado,
    la diferencia que deshace los fundamentos de la identidad es
    afirmación del animal público que tiene lugar al
    tiempo que usa, hace, practica y atraviesa lo urbano; de donde
    surge un escenario activo de lo inesperado, espacio liso, que
    resulta opaco e inabarcable para la lógica
    urbanística y resiste a la planificación total:

    "la ciudad no es lo mismo que lo urbano. Si la ciudad es
    un gran asentamiento de construcciones estables […] Lo que
    implica la urbanidad es precisamente la movilidad, los
    equilibrios precarios en las relaciones
    humanas, la agitación como fuente de
    vertebración social, lo que da pie a la constante
    formación de sociedades
    coyunturales e inopinadas, cuyo destino es disolverse al poco
    tiempo de haberse generado. Una antropología urbana, en el
    sentido de lo urbano, sería, pues, una
    antropología de configuraciones sociales, escasamente
    orgánicas, poco o nada solidificadas, sometidas a
    oscilación constante y destinadas a desvanecerse
    enseguida. Dicho de otro modo, una antropología de lo
    inestable, de lo no estructurado, no porque esté
    desestructurado, sino por estar estructurándose,
    creando protoestructuras que quedarán finalmente
    abortadas." (DELGADO, 1999: 11-12)

    La salida del árbol y de lo sólido
    supone la entrada en el rizoma y lo fluido, en la infinita
    virtualidad del traje de Arlequín:

    "El documento de identidad sólo incluye dos o
    tres de nuestras adscripciones, entre las que nos
    acompañarán toda la vida, porque seguiremos siendo
    varón o mujer o hijo de
    nuestra madre. Esta pobreza
    lógica roza la miseria, pues en realidad nuestra identidad
    auténtica se detalla, y sin duda se pierde, en una
    descripción de la infinita virtualidad de
    estas categorías, que cambian sin cesar con el tiempo real
    de la existencia […]

    ¿Quiénes somos? La intersección,
    fluctuante en función de
    la duración, de esta variedad, numerosa y muy singular, de
    géneros diferentes. No dejamos de coser y tejer nuestra
    propia capa de Arlequín, tan matizada o abigarrada como
    nuestro mapa genético. No procede pues defender con
    uñas y dientes una de nuestras pertenencias, sino
    multiplicarlas, por el contrario, para enriquecer la
    flexibilidad. Hagamos restallar al viento o danzar como una llama
    la oriflama del mapa-documento de identidad" (SERRES, 1995:
    199-200).

     

    5. EL TERRITORIO A-SUBJETIVO
    Y PRE-INDIVIDUAL

    Una estrategia para
    escapar de ese nuevo fundamento de la modernidad, del fundamento
    metafísico del Sujeto, consiste en recobrar lo excluido
    por el pensamiento metafísico, es decir su impensado;
    aquello que abre al sujeto a un afuera que lo dispersa. Esta
    estrategia puede plantearse como una pregunta que interroga por
    el comienzo de lo que, desde las filosofías de la
    subjetividad, se imagina al comienzo del pensamiento y se
    presenta como fundamento; una pregunta por la génesis de
    la subjetividad misma. ¿Cómo se constituye la
    subjetividad? Pues resulta que desde los presupuesto
    metafísico de la modernidad "el comienzo del pensamiento
    es concebido como comienzo de la subjetividad (a partir de
    la "nada", a partir de que lo exterior o el espacio cuente como
    nada), y comienzo de una sustancia (que, en rigor, no puede
    comenzar ni terminar) bajo la forma de un yo-conciencia (que no
    es sino el olvido de sus fundamentos)" (PARDO, 1992: 290). Se
    trata, por tanto, de explicar aquello que se presupone como ya
    constituido (la aparición del sujeto, de la subjetividad)
    y origen de todo comienzo.

    Una vez que se inicia el estudio de la génesis de
    la subjetividad se evidencia que bajo la forma Sujeto existe una
    dimensión que infecta y corroe la forma de Uno y Todo que
    se esconde en las pretensiones de inmediatez y unidad del Sujeto
    propias de la filosofía de la subjetividad. Se trata de lo
    que venimos llamando "el territorio a-subjetivo y pre-individual"
    de la subjetividad.

    Entramos así en el territorio excluido por el
    Sujeto abstractamente considerado de las filosofías de la
    subjetividad. Un territorio inmaterial que es tal antes de que el
    Sujeto llegue (a tener sentido). Un territorio molecular de lo
    pre-sentido y un campo microperceptivo de las intensidades
    pre-subjetivas; el campo de las fuerzas que pululan,
    hormigueantes, por debajo de las formas. En el escenario de lo
    concreto y sus multiplicidades, ahí donde se juega la
    micropolítica del deseo (Deleuze y Guattari) o la
    microfísica del poder
    (Foucault). Escenario del rizoma y del caleidoscopio.

    Estas inmaterialidades moleculares se sitúan por
    debajo de la forma pero no son lo meramente informe. Apreciar
    esas singularidades inmateriales supone desembarazarse de la
    alternativa que, según Deleuze, nos impone tanto la
    metafísica como la filosofía
    transcendental:

    "o bien un fondo indiferenciado, sin-fondo, no-ser
    informe, abismo sin diferencias y sin propiedades; o bien un Ser
    soberanamente individuado, una Forma fuertemente personalizada.
    Fuera de ese Ser y de esa Forma, no queda más que el
    caos… En otro términos, la metafísica y la
    filosofía trascendental están de acuerdo en no
    concebir singularidades determinables más que
    aprisionadas en un Yo [Moi] supremo o un Yo [Je] superior

    […] Pero, en un caso como en otro, se permanece en la
    alternativa del sin-fondo indiferenciado y las singularidades
    aprisionadas […] Fuera de la persona y del
    individuo,
    nada se distingue…" (DELEUZE, 1994: 121-122; cursiva de
    G.D.)

    Cuestionar desde la diferencia y la multiplicidad la
    categoría Sujeto y la noción de Identidad moderna
    que le es afín supone adentrarse en el territorio que
    escapa a la conciencia y a la representación y que, sin
    embargo, está en la base del problema ontológico de
    la génesis de la subjetividad: fuerzas, diferencias,
    contracciones, intensidades, afecciones, encuentros entre dos…
    Lo que descubrimos al hacer la génesis del Sujeto (la
    sensibilidad anónima, el territorio a-subjetivo y
    pre-consciente de la subjetividad) equivale a la
    disolución del Sujeto. El Sujeto queda abierto a esa
    diferencia constituyente sobre la que se asienta su ya inevitable
    identidad insustancial.

    Así se abre ante nuestros ojos un mundo
    (invisible) del todo insospechado. Mundo que no está
    habitado por sujetos ni por personas pero que tampoco es el
    sin-fondo del caos absoluto y la indeterminación
    indiferenciada. Las inmaterialidades de la identidad no habitan
    en pozo sin fondo de irracionalidad. Ese mundo, más bien,
    es el territorio poblado de singularidades a-subjetivas y
    pre-individuales. Territorio que evidencia un "plano de
    individuación" excéntrico y extraño a los
    enfoques tradicionales, pues muestra la
    génesis ontológica del individuo en un momento y
    nivel previo a la individuación entendida bajo entidades
    formales y ya estructuras del tipo "sustancias" o
    "sujetos".

    La individuación tradicional incurre,
    precisamente, en aquello que, como ya sabemos, critican Deleuze y
    Foucaul en su intento por deshacerse de la filosofía de la
    representació: a la hora de dar cuenta de lo individual
    calcar el fundamento no-empírico o transcendental a imagen
    y semejanza de la realidad empírica que está
    llamado a fundar. Y es que no se puede "deducir" lo individuante
    a partir de lo individual o lo individuado; entre ambos no puede
    haber relación de analogía, semejanza,
    oposición o identidad.

    No es difícil comprender que en un tratamiento
    sobre el Sujeto como el que acabamos de sintetizar la identidad
    resulta pensada desde el hundimiento de lo Uno y, con ello, desde
    la lógica de la diferencia, desde aquello que ha sido
    excluido sin cesar por la razón occidental hacia el
    exterior de lo no-representable y del sujeto (de la
    representación). Nótese que el paisaje resultante
    de esta subversión noológica es un paisaje
    trastornado. Sus pobladores no son ya sujetos ni objetos,
    sustancias o cosas, en su sentido tradicional, sino las
    singularidades libres, asubjetivas y preindividuales.

    "Del mismo modo que la 'objetividad' precartesiana se
    vio irreversiblemente contaminada por la epidemia de
    subjetividad, es hoy la subjetividad quien se descubre infectada
    por formas no personales de individuación. Y esa
    infección pre-subjetiva de la subjetividad es tan
    inevitable como lo fue en su día la
    contaminación 'humana' de la objetividad divina o
    natural" (PARDO, 1996b: 151)

     

    6. ABERTURA: HENDER LA
    DELIMITACIÓN

    "Es verdad que no salgo de mi casa, pero también
    es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)
    están abiertas día y noche a los hombres y
    también a los animales. Que
    entre el que quiera"

    José Luis Borges

    "Las dos puertas del mundo

    están abiertas:

    abiertas para ti

    entre dos luces.

    Las oímos golpear y golpear

    y llevar lo indeciso

    y llevar lo verde a tu siempre"

    Paul Celan

     

    Entre puertas y umbrales, vida en su fluir, ser en
    devenir. Tierras de nadie, territorios lisos, no-lugares
    anónimos e impersonales, espacios indeterminados e
    indeterminantes, inciertos espacios de conflicto,
    encuentro, intercambio, fugas. Ser en devenir: contrabandeos,
    errancia. Caleidoscopio y rizoma. Sumergida en esos espacios, la
    razón occidental instituye el imperio de la
    segmentariedad. Cronometrar, medir, marcar, acotar, repartir,
    acompasar, estriar? operaciones con pretensión de conjurar
    los riesgos
    situados en "el entre", lo azaroso de la situación
    liminal. La dogmatización del imperio de la
    segmentariedad, con sus oposiciones y separaciones, se ha
    constituido en la base sobre la que se ha edificado el
    pensamiento moderno occidental, al que tantas cosas debemos y al
    que al mismo tiempo tantas podríamos reprochar. La
    razón levanta diques y apila muros de contención
    para que así pueda desarrollarse el pensamiento mismo,
    pero ello no corresponde a la realidad última de las cosas
    o del ser.

    Mientras, al exterior de este delimitado y frío
    edificio, sus puertas permiten cierto movimiento de
    entrada y salida. Mientras, en los cristales de sus ventanales,
    se dibuja un bullicioso mundo coloreado por diferencias y
    fuerzas. Pero son acalladas, invisibilizadas y neutralizadas. La
    representación de la razón no sabe de esas
    exterioridades. No quiere notar sus bordes. Se sueña sin
    afueras y sin mundo.

    Y dentro, en el encauzado interior, señorea el
    espíritu que se cree puro y disponedor del mundo.
    Ahí, instalado en el cierre de lo Mismo. Lugar ajeno al
    entre de puertas y umbrales. Interior que se quiere inmaculado.
    Se esfuerza en no contaminarse de esa tan poco razonable
    multiplicidad de diferencias. Son esfuerzos sin fin de
    suturación y domesticación. En el interior,
    ahí, al refugio de la intemperie, todo es objeto de
    representación y sujeto de conocimiento, identidades
    identificadas y unificadas.

    Pero con ejemplar firmeza puertas y ventanas nunca han
    cejado de ejecutar su oficio: golpearse, golpearse, golpearse…
    contra ese amante fiel que es el quicio. Acaso vivimos tiempos
    desquiciados de tanto portazo dado a lo que no puede entrar en la
    fortaleza del sujeto de la razón suficiente, en ese centro
    presupuesto de unidad de medida que es nuestra presupuesta
    identidad. Desquiciados por la fijeza dogmática de las
    delimitaciones de la razón racionalizadota, de tanto
    intentar hacer coincidir lo uno consigo mismo; una y siempre la
    misma vez. De ahí, tal vez, la penuria de lo que se quiere
    de puertas adentro y de lo mismo. Desquiciados por
    aniquilación y exclusión de lo que queda fuera, de
    lo Otro de uno, de aquello que nos hace diferir, de la diferencia
    y la razón de lo diverso.

    Eso llamado desfundamentación de la
    noción moderna de identidad
    es convocatoria a pensar
    de otro modo. Pensar lo impensado de la Razón de lo mismo
    y del Sujeto como fundamento. Y sumergirse en las inestables
    aperturas y cierres de la vida, preservando su corriente, siempre
    (en) movimiento.

    Queda así la apuesta por escapar al cierre, por
    hacer devenir y preservar la diferencia. Y, en ello, abandonar
    la
    organización esférica del todo, tan celestial,
    profunda y vertical.

    Vida en su fluir, ser en devenir… En "el entre" de
    puertas y umbrales, hender la delimitación…

    "El hombre es el ser que liga, que siempre debe separar
    y que sin separar no puede ligar […] El hombre es el ser
    fronterizo que no tiene ninguna frontera. El cierre de su
    ser-en-casa por medio de la puerta significa ciertamente que
    separa una parcela de la unidad ininterrumpida del ser natural.
    Pero así como la delimitación informe se torna en
    una configuración, así también la
    delimitabilidad encuentra su sentido y su dignidad por vez
    primera en aquello que la movilidad de la puerta hace
    perceptible: en la posibilidad de salirse a cada instante de esta
    delimitación hacia la libertad"
    (SIMMEL, 1986: 34).

     

    BIBLIOGRAFÍA CITADA

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