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Sísifo, América y la Repetición




Enviado por Iris M. Zavala



     

     

     

    RESUMEN

    Las nuevas formas de discriminación y
    segregación, el auge de los regionalismos, los
    fundamentalismos, la globalización y sus
    efectos en la subjetividad, las vicisitudes de este síntoma
    en el discurso capitalista, son
    coordenadas para situar al psicoanálisis respecto de la
    actualidad del malestar. Contextualizar el psicoanálisis
    implica partir de la subjetividad de la época, donde la
    globalización y el avance
    de la tecnología acentúan
    la inexistencia del Otro.

    Palabras claves: repetición, Lacan, Freud, mitos de Sísifo, Narciso
    y Eco

     

    ABSTRACT

    The new ways of discrimination and segregation, the
    arousal of regionalisms, fundamentalisms, areas of collapse,
    globalization and its effects on subjectivity, and the
    vicissitudes of the symptom in the capitalist discourse are
    coordinates to locate psychoanalysis in relation to the present
    discomfort. Contextualizing psychoanalysis implies starting at
    the subjectivity of the moment, in which globalization and the
    technological advances give strength to the existence of the
    Other, the consistency of the market, the space created by
    science, and the world of instruments and devices whose supply is
    anticipated and reduces the scope of demand.

    Key words: repetition, Lacan, Freud,
    Sisyphus’s myths, Narcissus, Eco.

     

    RÉSUMÉ

    Les nouvelles formes de discrimination et de
    ségrégation, l’augmentation des
    régionalismes et des fondamentalismes, la globalisation et
    ses effets sur la subjectivité, les vicissitudes de ce
    symptôme dans le discours capitaliste, sont des
    coordonnées pour situer la psychanalyse par rapport au
    sentiment actuel de malaise. Contextualiser la psychanalyse, ce
    comporte partir de la subjectivité de cette époque,
    où la globalisation et la progression de la technologie
    détachent la prétendue inexistence de
    l’Autre.

    El que de esta manera se haya perfeccionado en el
    arte de olvidar y en el arte
    de recordar, podrá jugar a la —pelota con la
    existencia entera.

    Kierkegaard

    Quien no resuelve su pasado está destinado a
    repetirlo.

    George de Santayana

     

    Lectura retroactiva de los
    mitos

    En La Odisea, texto maestro de la cultura occidental, —en
    lectura retroactiva—,
    ¿no nos alerta Homero que somos itinerantes, que
    el origen no existe, que pasamos por pruebas descomunales, pero que
    al mismo tiempo la odisea trae consigo el
    imperialismo y la
    sumisión del Otro y la guerra, y que nunca se vuelve
    al mismo lugar? ¿Y no nos dice también, en esta
    lectura, que la divinidad (o los dioses) juegan con los humanos,
    que somos víctimas de sus rencillas, celos, desavenencias,
    odios; que los dioses, caciques y caudillos — como quiera
    que se llame al Otro—, protegen y desprotegen, que no hay
    Otro? Pero no es ese el camino que quiero recorrer ahora,
    acompañaremos a Ulises en su viaje al Hades en busca de
    Tiresias; la nuestra será una lectura del futuro al pasado.
    Odiseo, el "asolador de ciudades", el "fecundo en ardides" en el
    Canto Undécimo, además de encontrar las almas de su
    madre y de muchos héroes y heroínas trágicos, ve a
    Titio, el hijo de la augusta Tierra, dos buitres, uno a
    cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico
    sus entrañas.

    Ve a Tántalo, sumergido en un lago cuya agua le llegaba a la barba.
    Cuantas veces se bajaba el anciano para saciar su sed, el agua desaparecía
    absorbida por la tierra….una y otra vez. Y
    Ulises ve a Sísifo, el más astuto de los héroes
    griegos, que engañó a los dioses, obtuvo una fuente
    para la ciudadela de Corinto, y pospuso su muerte. Fue condenado al
    infierno del Tártaro, donde empujaba una enorme piedra hacia
    la cumbre del monte, cuando ya faltaba poco una fuerza poderosa la hacía
    retroceder, y esta caía rodando a la llanura. Tornaba a
    empujarla… y la piedra volvía a caer, como los buitres a
    picotear, y Tántalo a beber agua. Hasta aquí La
    Odisea.

    No son personajes homéricos, pero en lectura
    retroactiva también Narciso y Eco permiten articular
    bien la repetición. Los recordaremos brevemente.
    Eco, ninfa de los bosques hacía de Sherezade de Hera,
    descanso que el dios aprovechaba para gozar sus amoríos; ésta,
    furiosa, la condenó a repetir solo el final de las frases;
    avergonzada, Eco se internó en una cueva cerca de un
    riachuelo, donde al azar llegó el divino Narciso, de
    quien Tiresias predijo que contemplar su propia imagen lo perdería. Nunca la
    vio hasta su encuentro fortuito. El
    azar—tyché—lo condujo cerca de su cueva,
    y al verlo ella quedó subyugada, incapaz de
    acercársele. Una repetición—
    automaton—lo encaminó otra vez cerca de
    Eco, que lo seguía a distancia. El ruido de una ramita lo
    alertó de su presencia:

    — ¿Qué haces aquí? ¿Por
    qué me sigues?

    — Aquí… me sigues

     

    Su respuesta fue grito mudo y, desesperada, acudió
    a los animales para que le
    transmitieran su amor al joven, que se rió de ella. Su
    desdén la hizo encerrarse en su cueva para morir; solo
    repetía las últimas palabras de Narciso … "
    qué… estu… pida…". pida….Fue
    desfalleciendo hasta que se desintegró en el aire, dejando una voz repetitiva
    agonizante que llamamos eco.

    Némesis, testigo del dolor de Eco,
    hechizó a Narciso provocándole una gran sed que
    lo llevó a repetir el camino del riachuelo, ya a punto de
    beber vio su imagen en el río; prendido de su propia
    belleza, se consumió contemplándola. Surgió
    así el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los
    ríos. Saquemos de ese mito la metáfora de la
    Mirada y la voz invocante que se repiten….en el
    otro; la repetición. Volveremos sobre esta
    repetición acompañados por el objeto a
    que articula Lacan. El objeto a: una nada, un
    resto, algo que cae del cuerpo, que tiene que ver con sus
    orificios; lo que desde el interior se abre al exterior: la
    mirada, la voz, las heces, el pecho….Lo retomaremos.

     

    El automatismo de
    repetición

    Me estoy extraviando, aunque sin perder el hilo del
    extravío. Regreso al mito, sin olvidar que el mito es una
    forma de discurso que pretende resolver una contradicción
    lógica; logra decir algo
    de la verdad, sin decirlo todo. Retomo ahora la
    repetición constante—y por tanto
    inconsciente—de Sísifo en su versión
    existencialista como contraste. Camus imagina al héroe
    consciente de su trabajo inútil y sin
    esperanza, y por lo tanto trágico. Resignado a empujar la
    roca hasta la cima, sólo su conocimiento lo libera y lo
    hace feliz. Esta lectura se inserta en el humanismo moderno ilustrado;
    una ética de la
    resignación, que ensalza un Sísifo humillado por los
    dioses, y lo transforma en un personaje heroico. No es ése
    el que persigo, sino aquel que repite el mismo acto; el sujeto
    moderno que empuja inútilmente y sin esperanza la roca hasta
    la cima, y ésta vuelve a caer, la roca siempre rueda hacia
    abajo, y el que fuera "engañador de los dioses", se
    convierte en una miserable compulsión repetitiva como
    destino. Entramos en lo que Lacan llama el automatismo de
    repetición
    .

    Hasta aquí el mito… lo dejaremos como un
    paréntesis que pesa sobre mi texto por el momento. Pasemos
    a la novedad aportada por Freud, y ¡vaya si tiene peso esa
    novedad! Descubre el efecto de repetición, que llevará
    la dirección de mi discurso.
    El terreno estaba preparado por un paso singular y tímido:
    Kierkegaard. No quiero aquí más que indicar el nudo que
    forma en sus enunciados la repetición, para situar el
    goce, centro de mi discurso, aportación de Lacan.
    Prosigo. Si en los griegos todo conocimiento es reminiscencia
    (véase el Menón), para el romántico la vida
    es repetición, pero hay un twist novedoso: no se
    recuerda lo que fue, se repite en un sentido retroactivo. La
    historia es, como en el milenario
    mito griego, la piedra que vuelve a caer cuesta abajo cuando se
    la llevó trabajosamente hasta la cumbre.

    También Nietzsche retomará el
    tema en el eterno retorno, que dejaremos a un lado. Si
    para el danés la repetición es asumir como necesario lo
    que fue contingente en ese encuentro primero, con Freud toma un
    giro definitivo: la repetición se coloca del lado de la
    compulsión, del inconsciente. Está así en
    oposición a Kierkegaard, que asocia la repetición con
    la voluntad; en su relectura de Freud Lacan también la
    sitúa del lado de la compulsión. La
    Wierderholungszwang freudiana se aloja en un más
    allá del principio del placer y conlleva, en su
    acepción de automatismo, un aspecto ciego, y en tanto
    compulsión, un aspecto de empuje, y por tanto de
    continuidad. Con el cambio freudiano, no se trata
    ya de repetición, sino de compulsión a la
    repetición.

    Hay más. La repetición va unida la idea
    de un destino. El azar —la tyché— sin
    finalidad pero no sin ley, como dice Lacan en "La
    carta robada
    ", texto de
    Poe, no es el destino, a no ser que el sujeto quiera que lo
    contingente se vuelva necesario, y lo ocurrido, signo de una
    voluntad que desea su mal. Dicho de otra manera: "el destino es
    la manera particular por la cual los significantes que pertenecen
    al sujeto se han apoderado o no de esos azares, para imbricarlos
    o no en la repetición", escribe Lacan. Suspendo aquí
    esta nota introductoria; básteles con ver en qué
    sentido pretendo que tomemos la cuestión.

     

    Marx y la repetición
    como erstaz

    Demos otro paso más cercano a Freud, y
    centrémonos en la repetición histórica, no sin un
    paréntesis. En este universo indecible, donde reinan
    la contradicción, la antinomia, la angustia o la impotencia,
    esos significantes de repetición revelan para Camus
    el absurdo, lo que nace de la confrontación entre el
    llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo. No es ese
    mi camino, sino la repetición como una invocación para
    conjurar aquello que parece haber intervenido salvajemente como
    Real: la repetición como desgaste, caricatura,
    ersatz, terreno de Marx en ese texto profético
    llamado El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1852, y
    1869) — equidistante de Kierkegaard y Freud— escrito
    para mostrar la historia del coup d´état de 1848
    en Francia contra Napoleón. Marx cercó el punto negro,
    la paradoja, y muestra cómo la lucha de
    clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones
    para que un personaje mediocre y grotesco pasara por héroe.
    Se me permitirá citarlo en extenso. Los hombres —dice
    Marx— hacen su propia historia, pero no a su libre
    arbitrio, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran
    directamente… La tradición de todas las generaciones
    muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando
    éstos se disponen precisamente… a revolucionar las
    cosas…conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del
    pasado… la resurrección de los muertos; así, no
    sólo se obtiene la caricatura de lo repetido, sino lo viejo
    en caricatura; en ersatz. Y concluye: La revolución social del siglo
    XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino
    solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes
    de despojarse de toda veneración supersticiosa por el
    pasado. Dixit!

    Este elocuente pasaje —donde resuena la voz de
    Benjamín en el futuro— concibe la vida histórica
    y los actos de gobierno como una mascarada, en
    que los grandes disfraces y las frases y gestos no son más
    que la careta para ocultar lo más mezquino y miserable; la
    repetición como parodia del pasado. "Ellos lo hacen, pero no
    lo saben" —dice; no saben que repiten en parodia, en
    caricatura, al conjurar temerosos los espíritus del pasado.
    Marx, un moderno, se aproxima a la repetición como
    pulsión, y nos acercamos así a Freud en
    Más allá del principio del placer (1920); la
    repetición, aquella pulsión que lleva al sujeto a
    atascarse siempre en el mismo punto, y que el vienés
    relaciona con la pulsión de muerte, concepto que Lacan traduce como
    goce; y subrayo, goce, la tendencia del sujeto a
    exponerse una y otra vez a situaciones dolorosas. El sujeto
    condenado a repetir algo cuyos orígenes ha olvidado; la
    única cura posible es recordarlos.

    El goce es un recuerdo encubridor que despliega
    una identificación. Me refiero a ese insoluble
    conflicto en el que reina el
    deseo, entre la fuerza tranquila y coherente de la ley y el
    violento reclamo del goce extraño e inquietante de un
    Real fuera de toda medida. Lacan desarrolla un examen muy atento,
    y si en los seminarios de 1950 la repetición es del
    significante, los significantes que insisten en reaparecer una y
    otra vez, en el seminario Los cuatro conceptos
    fundamentales del psicoanálisis
    (1964), hace un giro, y
    propone que no es meramente significante, sino lo Real. Concepto
    que significa lo imposible, lo que resiste e insiste, y existe
    irreductiblemente y se da, sustrayéndose como goce,
    angustia, muerte. Para Lacan el inconsciente es la certeza que
    yerra (1964:133). Lo que no puede ser rememorado se repite en la
    conducta, y produce un
    goce…que no hemos de confundir con el deseo. Lo que
    quisiera resaltar aquí es que el goce es lo
    desmedido, sobrepasar los límites, y se expresa en el
    sufrimiento; es la Cosa freudiana, las pesadillas del
    sujeto acosado y objeto de crueldades. La muerte y el holocausto, los fantasmas de vergüenza,
    la creación de infiernos y suplicios. El masoquismo
    primordial que doblega siempre al principio del placer. La
    compulsión de repetición, que nos impulsa, como a
    Sísifo a subir una y otra vez la piedra. Los elementos
    mínimos constitutivos del hecho estructural son la
    marca, o la letra y su repetición.
    Estamos ante el imperativo del goce; Lacan lee con un
    cuchillo afilado a Freud.

    Recordemos nuestro paciente enfoque del concepto de
    goce. En la continuación de nuestra reflexión
    podremos comprobar que el concepto de goce permite la
    delimitación de cada diferencia esencial. Lo relacionaremos
    con la mascarada, los fantasmas de vergüenza, espacio por el
    cual transita Gilles Deleuze, que enlaza el fantasma con el
    simulacro, el teatro, la
    máscara—justo este el punto que quiero resaltar
    tejiendo relaciones entre Marx, Freud y Lacan. Sigamos. En el
    teatro de la repetición se experimentan las fuerzas puras,
    los rasgos dinámicos del espacio que actúan sobre el
    espíritu sin intermediación y que lo vinculan
    directamente con la naturaleza y con la historia,
    un lenguaje que habla antes de
    que se produzcan las palabras, gestos que se elaboran antes de
    que existan cuerpos organizados, máscaras anteriores a las
    caras, espectros y fantasmas previos a los personajes: todo el
    aparato de la repetición como poder terrible. Si Marx
    encuentra este espectro terrible en la política, Freud y Lacan lo centran
    además en la estructura de la psique
    humana. Es el mundo, el marco del fantasma. De modo que sigo. La
    repetición no quiere decir que cuando acabamos algo volvemos
    a empezar; es un rasgo en tanto conmemora una irrupción del
    goce.

     

    Los pasos de la
    repetición

    Con estas premisas podemos definir la
    repetición como síntoma y pulsión, y el
    fantasma, y el goce. Se trata de leer a Freud como el
    fundador de una nueva teoría de la cultura, una
    nueva visión del mundo que comprende las relaciones entre el
    destino individual y las leyes sociales (el terreno
    abierto por Marx). El psicoanálisis representa un nuevo
    discurso, una arqueología del pasado viviente —
    cómo vive el pasado en cada uno de nosotros, en los
    monumentos, en los documentos de archivos, en la evolución semántica, en los
    rastros, en la tradición— como dice un poderoso texto
    de Lacan, "Función y campo de la
    palabra y del lenguaje en el psicoanálisis".

    Allí plantea serias interrogantes a cualquier
    práctica histórica que no vaya más allá del
    agustistiniano "tiempo presente de las cosas pasadas"; Lacan ha
    descubierto una articulación muy singular del pasado, del
    presente y del futuro: la estructura de la acción retardada (no
    considerada por Kierkegaard, ni por Niestzche en su eterno
    retorno
    ), de la causalidad después del suceso: el
    après coup. El descubrimiento es capital; un suceso que se
    comprende sólo después que algún otro suceso o
    sucesos adquiere una función causal. La semilla la
    sembró Freud, que creía en la capacidad del
    psicoanálisis para leer el futuro, no se diga escribirlo, y
    se daba perfecta cuenta que éste debía su vitalidad a
    sus vecinos epistémicos: lo oculto, lo profético, las
    promesas de todo tipo. Intento con todo esto decir que las
    interpretaciones son actos y que las acciones incluyen
    interpretaciones. Lacan da un poderoso paso adelante y sostiene
    la fuerza del discurso que hace vínculo social. El
    psicoanálisis con él es una empresa que se caracteriza
    por la puesta en juego de lo Real. Y, más
    radical aún, al ignorar la diferencia entre la verdad y la
    mentira, entre la verdad y la ficción, el psicoanálisis
    se convierte en un radical de la epistemología. Lo que
    deseo puntuar, es que el elemento de repetición es
    ingrediente esencial de la tragedia: el automaton del
    destino…y la posibilidad que se nos ofrece de cambiar nuestro
    propio destino en lugar de someternos a la fuerza destructiva de
    la repetición.

    Con esa repetición, destino del sujeto, y la
    tyche, "coincidencias notables", se construye el mito de
    Sísifo, y de Titio y Tántalo. Pero tomo otro giro. Piso
    el embrague y sigo. Si la neurosis y el síntoma
    están calcados en "coincidencias notables", no lo es menos
    que la identificación inconsciente tiene consecuencias para
    la visión del futuro. Son una versión incomprensible de
    la historia de la vida de la persona; es una versión del
    futuro. En este sentido preciso —y de ahí la vigencia
    y fuerza del lacanismo para desenmascarar el discurso Amo—,
    el psicoanálisis nos propone desescribir el futuro, que el
    sujeto experimenta como ya escrito y estructurado por las
    palabras y los hechos con los que se ha identificado. Freud
    metaforiza y convierte esa clase de futuro en una
    página en blanco con escritura
    invisible.

    Vuelvo a rodar con Sísifo. Atascarse en un mismo
    punto: Sísifo que rueda su piedra hacia la cúspide, y
    ésta vuelve al suelo, una y otra vez…y la
    repetición del significante. No creo transgredir los
    límites que me fijé yo misma, si retomo ahora la memoria histórica y la
    compulsión a la repetición en Nuestra América.
    Apunto a esa compulsión a la repetición, que coloca al
    sujeto en lo Real, del cual solo se puede huir, y no al sujeto
    que se satisface con terapéuticas ortopédicas, que
    tienden al conformismo, y prometen un acceso a las concepciones
    más míticas de la happiness. Esta búsqueda
    de felicidades por encargo constituye el ambiente de nuestra
    época. Y no me he salido de mis propios cauces; sólo he
    hecho otro recorrido para relacionar a Sísifo con
    la repetición. Antes recordaré que no suscribo
    un determinismo; para Freud, el futuro es desescribible;
    el freudismo nos abre el camino para crear un nuevo futuro. Y
    más aún, sólo en el universo paranoico no hay
    lugar para el futuro, no hay lugar para maniobrar, sólo
    queda el Apocalipsis para marcar la diferencia entre el ahora y
    lo que vendrá. Contrario a Apocalipsis y milenarismos
    catastróficos, la propuesta de Freud es decididamente
    subversiva: podemos desescribir el futuro, cambiarlo, pero es
    ineludible lo que Lacan llama una política de la memoria. Nuestro
    Sísifo que arrastra la piedra, repite su condena una
    y otra vez. Suponemos que es la piedra del destino, y no hay en
    esa repetición lugar para el futuro, solo resta el
    Apocalipsis, no como fin del mundo, sino en su sentido figurado
    de situación o escena espantosa o tremenda. ¿No estamos
    en este Apocalipsis ahora? ¿No nos invita el vínculo
    social al oblivium, lo que borra?...

     

    El objeto (a) en Eco y
    Narciso

    No me contento con lo sugerido. En ese punto que intento
    cercar por aproximación, es que los mitos señalados nos
    perfilan la relación dinámica entre el sujeto
    y su discurso. A partir de la teoría del estadio del espejo
    (Narciso), y el concepto de lo imaginario que lo
    acompaña, Lacan distinguió el yo (unidad constituida
    imaginariamente) del sujeto, que tiene relaciones complejas con
    el yo, el otro (la contraparte imaginaria del yo), y con el Otro,
    el principio de otredad que presupone cualquier acto de palabra:
    aludo de manera tangencial a Eco y a Narciso. Lacan toma
    la voz y la mirada con radicalidad: tienen que ver
    con el goce. Aclaremos, es a nivel del masoquismo moral, que Lacan sitúa la
    incidencia de la voz del

    Otro en la oreja del sujeto, un Otro completado o
    suplementado por la voz. Por lo que el superyo deviene por un
    lado, en la línea más edípica, conciencia moral cotejando al
    sujeto con la insuficiencia, y por otro, lo hace surgir de los
    restos vistos u oídos, del desvalimiento, de los destinos de
    la especie, de las vivencias que llevaron al totemismo como culpa
    originaria. Culpa estructural, como falta de goce, deuda,
    que sostiene lo más irreductible de la pulsión de
    muerte, expresado en el sentimiento inconsciente de culpa;
    manifestación de una inercia psíquica que nos confronta
    con el límite. El significante, como saber, no alcanza para
    amortizar esa deuda originaria. (Parafraseo a Isabel Goldemberg).
    Narciso, contemplándose en el estanque sordo a la voz
    de Eco, es una representación mítica que se
    aproxima mucho a la explicación de Lacan acerca de la
    formación del yo; así como Sísifo se
    aproxima a la de repetición en un escenario
    distinto. Sé que zigzagueo, a la manera de un gambito
    de caballo en el tablero de ajedrez, con el que Freud
    equipara el movimiento del discurso.
    Comprometida con este proyecto, mi método de lectura de estos
    mitos requiere un trabajo preparatorio de clarificación de
    sus fundamentos. Sigamos.

    ¿Por qué no hablan los planetas?, pregunta Lacan. En
    cambio nosotros sí hablamos. Antes de su nacimiento, el
    sujeto ya está situado no solamente como emisor sino como
    átomo del discurso
    concreto; somos portadores de
    los mensajes de nuestros antepasados, las consecuencia de "todas
    las fornicaciones de nuestros padres, abuelos, y otras historias
    escandalosas" ( El yo en la teoría de
    Freud…
    Seminario 2: 419). Ubico así dos conceptos
    clave: el de palabra fundante y el de pacto
    simbólico.
    Hablamos de lo que ya está escrito, del
    efecto acumulativo de la repetición, que nos empuja a caer
    en las garras de un poder demoníaco que arrastra a un
    destino preconcebido "eterno retorno de lo igual", que se
    convierte en la eterna repetición de lo peor. Pero esta
    compulsión puede subvertirse, y vuelvo la mirada ahora sobre
    Marx, Freud, Lacan y el mito, hacia el pacto social que funda
    toda sociedad civil, y que pone en
    juego ese término que bien merece la calificación de
    espectro: la libertad.

    Volvamos a un mayor rigor. Si el goce entra en
    juego, también entra en juego lo que Lacan en El
    reverso llama la marca, en afinidad con el goce.
    Detengámonos en este punto, porque liga la repetición
    al vínculo social. La marca, el hecho
    estructural; una serie indefinida de
    discriminaciones y de ordenamientos jerárquicos que
    caracteriza el progreso de la organización
    "civilizadora". Se podría llamar así lo que Lacan
    define como marca fundante. ¿Cuál sería la
    marca fundante de nuestras sociedades (in)civiles? Si
    llevamos la piedra a la cima, para que vuelva a caer otra vez,
    con la repetición interviene otro concepto, el de un
    "pasado remoto" que se esconde en las huellas visibles de lo
    actual. "Lo que no puede ser rememorado—escribe Lacan
    —se repite en la conducta". Así la transmisión de
    la cultura se postula a través del retorno a una violencia primordial (Totem
    y Tabú
    ), violencia que ordena la configuración de
    las masas espontáneas explicada por Freud, y en los rituales
    de iniciación de las tribus totémicas en el sacrificio
    a los dioses oscuros; sacrificios que son ceremonias, fiestas.
    El goce, sobre el cual volveremos, y esos restos que son
    la mirada y la voz del mito. Y para hacernos
    percibir la fuerza del ojo y la mirada, nos lleva al
    fenómeno más radical del mimetismo, en el ámbito
    de la explicación de repetición. Lacan da un paso
    decisivo, y en el seminario El reverso del
    psicoanálisis
    (1969-70), articula lo que denomina los
    cuatro discursos —que hacen
    vínculo social—, y desenmascara las parodias y las
    repeticiones sin sentido; esa cadena bastarda de destino y de
    inercia, de tiradas de dados y de estupor, de falsos éxitos
    y de encuentros ignorados que es el texto corriente de una vida
    humana.

    Si la repetición de lo peor freudiana indica un
    agujero, una aporía de lo social, aporía es
    también el encuentro con ese objeto que no es simbolizable o
    imaginarizable, y que Lacan designa como algo que está por
    fuera del lenguaje y de los imaginarios sociales: el objeto
    (a)
    . Es este una consistencia lógica, una cualidad de
    ciertos elementos reales en la subjetividad que pueden ser la
    causa inconsciente del deseo, incluso el más vil; objeto que
    es también condensación de un goce, que no es un
    placer, sino un más allá del placer, generalmente
    emparentado con el horror, con la vergüenza, como la
    mirada que es presencia del otro en tanto tal. Y la voz
    ,
    un hacerse oír que va hacia el otro, una pulsión
    invocante. Estos rasgos se presentan hoy de manera perturbadora y
    cada vez más compulsiva en los mass-media,
    invasión completa de la ciencia en todos los
    campos. La voz está —como dice Lacan—
    planetarizada, y estratosferizada por los avances técnicos,
    y la mirada es omnipresente, el televisor, internet, espectáculos, fantasmas todos
    que solicitan nuestra mirada; voces invocantes que nos incitan a
    mirar. La contemporaneidad padece lo que Lacan llama una
    hipertrofia creciente de la enfermedad de la mentalidad;
    la enfermedad de la irrealización, de vínculos que no
    comprometen al cuerpo: la sociedad del espectáculo.
    Lo actual se nos presenta como sin-sentido, narcisista, y
    obsecuente al clamor generalizado. Clamor que opaca el
    silencio.

     

    La repetición y los
    dioses oscuros

    Pero aún podemos dar otros pasos para aclarar el
    panorama. Si el nazismo presentó las formas
    monstruosas de esos dioses oscuros, y supuestamente superados del
    holocausto, hasta ahora ninguna teoría política, ni la
    marxista, ha podido dar cuenta del porqué son muy pocos los
    sujetos que pueden evitar no caer en la captura monstruosa de la
    ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros. La
    ignorancia, la indiferencia, la mirada que se desvía, el
    prestar oídos a las sirenas del sacrificio, indican que
    buscamos testimonio de la presencia del deseo de ese Otro que
    llama el Dios oscuro. Ese Dios que interpela desde el
    goce de la opereta trágica, de la paródica
    repetición del pasado en amo moderno; como consecuencia el
    discurso neocapitalista no establece lazo social, sólo hace
    vínculo con la plusvalía o los objetos que se producen
    en este lugar. Parafraseo a Lacan en la escritura de Colette
    Soler. Estamos fuera de vínculo, y esa repetición de la
    marca fundacional de cada cultura, que hace síntoma;
    éste hace vínculo, vínculo contingente.
    Síntomas que la analista Colette Soler llama autistas
    o egotistas; el sujeto se orienta hacia el goce sin
    establecer el vínculo con el semejante, sin pasar por la
    mediación de otro. El discurso de la ciencia se coloca de manera
    definitiva al servicio de significantes
    amos: tecnología, manipulaciones genéticas, niños a la carta, colonización del
    espacio, militarización de las sociedades. La meta de lo dicho sólo
    está destinada a abordar el desafío que supone el
    concepto de goce. Pero para la condición humana
    también: "En la medida que hay búsqueda de goce, en
    tanto repetición, se produce lo que esta en juego en ese
    paso —ese salto freudiano— lo que nos interesa como
    repetición y que se inscribe por una dialéctica de
    goce, es propiamente lo que va contra la vida." (Lacan:
    48). Retomaré toda la fuerza de este goce desmedido,
    en las sociedades contemporáneas, donde se sufre este
    capitalismo
    desenfrenado.

    Si para Freud un pasado remoto se esconde en las huellas
    visibles de lo actual, escribir la historia es escribir sobre sus
    restos, y pensar el presente es no olvidar lo otro, las
    huellas del pasado, que hablan siempre. Se trata de volver al
    pasado, no como nostalgia, sino más radicalmente, para
    interpretar un presente problemático, ya que este presente
    crea retroactivamente las condiciones para que el pasado se
    produzca como memoria y olvido a la vez. Afilemos los
    conceptos: el goce. Otra vez Lacan. Lo que en un
    discurso se dirige al Otro como un tú hace surgir la
    identificación con algo que se puede llamar el ídolo
    humano. Penosamente —dice en De un discurso que no fuese
    semblante (1970)
    — en la medida en que algo en todo
    discurso que recurre al tú provoca a la identificación
    camuflada, secreta, que no es identificación con ese objeto
    enigmático que puede ser nada de nada. Todo el pequeño
    plus-de-gozar de Hitler quizá no iba mas
    allá de su bigote, pero este rasgo, esta marca para
    comprometer la gente en lo más salvaje del proceso del discurso del
    capitalismo comprometer a la masa en lo más salvaje del
    proceso del discurso del capitalismo, que implica un
    plus-de-gozar bajo su forma de plusvalía.

    Y la masa está capturada en una identificación
    imaginaria; sigue la palabra del Otro-Amo, y cae en un
    goce colectivo. Todo radica en saber si en un cierto nivel
    uno puede obtener aún su tajada, el beneficio. Y esto
    precisamente bastó para provocar sus efectos de
    identificación. La psicología de las masas y análisis del yo de
    Freud obtiene en los tiempos que corren su peso más
    trágico. Y fue escrito por un judío vienés, que
    tuvo que huir de su ciudad natal, y ver la quema de sus libros, poco antes del
    holocausto. Lo dicho obtiene todo su peso en el mundo
    actual.

    El riesgo de la ceguera es cada vez
    mayor, si no vemos que la relación que fomenta esas
    repeticiones no tiene que ver sino con el goce. El sujeto
    queda atrapado en el goce; el sujeto sujeto al goce
    y repitamos; el goce, lo desmedido, sobrepsar
    los límites, que se expresa en el sufrimiento; la
    Cosa
    freudiana, las pesadillas del sujeto que lo muestran
    acosado y objeto de crueldades. La muerte y el holocausto, los
    fantasmas de vergüenza, la creación de infiernos y
    suplicios. El masoquismo primordial que doblega
    siempre—como antes decía— al principio del
    placer. La compulsión de repetición, que nos lleva,
    como a Sísifo a subir una y otra vez la piedra.

     

    Marca
    fundacional

    Si rastreamos ahora en la historia de Latinoamérica,
    encontraremos el efecto acumulativo de una repetición, que
    invoca esos dioses en nombre de una marca fundacional, de
    un ser nacional que repite sus ritos y ceremonias, su ley del
    más fuerte. Si desde el nacimiento estamos relacionados con
    un símbolo, si como sujeto estamos situados no solamente
    como emisor sino ese átomo que somos del discurso concreto,
    la relación del sujeto con el discurso político
    transitará por las marcas que ha dejado en el
    inconsciente la relación con el "Otro". El desamparo social,
    la explotación extrema, el caudillismo, el militarismo
    tienden a capturar toda posibilidad de identificación con un
    goce mortífero. En una sociedad que se intenta global,
    ¿a qué registro del orden de las cosas
    pertenece el deseo indestructible, que no hace más que
    acarrear lo que sustenta de una imagen del pasado hacia un
    futuro? Es evidente que se trata aquí de la imposibilidad de
    clausura, y se expresa a través de pasajes al acto
    violentos; base de la autodestructividad que nos habita. Ese
    goce no se detiene jamás, impide reinstaurar el orden
    y hace imposible en su fundamente mismo el concepto de
    globalización, hoy tan equívocamente celebrado. La
    repetición sin clausura nos enfrenta a una de las formas
    más extremas de la dimensión del mal. De aquí es
    de donde partimos para dar sentido a esa repetición
    inaugural en tanto repetición que apunta al goce; y
    la repetición de lo peor. Así, la piedra que sube
    Sísifo hace cada vez más penoso el trayecto; y hay
    mayor goce en que vuelva a rodar. La compulsión a la
    repetición— ese goce—es una espiral, el
    ojo de un huracán que todo lo arrastra, y provoca el
    conflicto, despierta los "lebreles de la jauría maldita" (en
    verso de Rosalía). Toda la comunidad unida por un mismo
    goce; el espíritu de horda renace.

    Como Sísifo, la repetición es a lo peor; al
    ersatz… Y un zigzagueo, para centrarme aún
    más. Parece evidente hoy —después del descalabro
    global, de lo líderes paranoicos, de la repetición de
    falsas soluciones, del 11 septiembre,
    y de la guerra santa contra Iraq y de los fundamentalismos
    y los terrorismos nacionalistas, cuando no de las masacres
    tribales o étnicas, que se denomina "marginales" a un gran
    número de seres humanos que sobran. Si el deseo de muerte se
    inscribe en el inconsciente como discurso del "Otro", habría
    entonces que preguntarse, ¿qué rito sacralizado
    repetimos en nuestras sociedades latinoamericanas de manera cada
    vez más paródica y macabra? Si cada uno, y uno por uno
    de los países desde su nacimiento surge de cartografías
    y nuevos mapas políticos impuestos (primero por la Corona
    española, luego por los héroes de la Independencia, luego por la
    mundialización y globalización), no lo son menos
    producto del horror del otro,
    de la victimación de los más débiles, que una y
    otra vez se identifican con la ignorancia y la barbarie y se
    dejan arrastrar por la pulsión de muerte: el
    goce.

    ¿En nombre de qué marca fundacional
    y toda marca fundacional produce
    gocerepetimos la carga de la piedra de Sísifo,
    o dicho en marxista, repetimos la farsa política?
    ¿Qué fuerza inconsciente nos induce a repetir una
    historia de saqueos, abusos y crímenes? ¿Qué
    dioses oscuros invocamos para producir más cadáveres y
    muertos? ¿Por qué el poder exige sacrificios humanos,
    por qué la miseria humana y la explotación hoy día
    se apoyan en el consenso electoral? Sobre esta base se edifica
    todo lo que se refiere al síntoma social. Colaboramos para
    sostener el goce y el síntoma social en nombre de
    identidades nacionales estereotipadas y desgastadas,
    ersatz del pasado histórico; colaboramos con los que,
    como Bonaparte en el Dieciocho brumario, son engrandecidos
    como héroes, en lugar de empequeñecerlos. No es, no, la
    falta de legalidad —como sostiene
    Carlos Fuentes— el espectro que
    produce desorden en la vida social: la falta de legalidad es otra
    consecuencia del goce. Si Marx encontró el punto
    negro, la paradoja, el rostro gozante del Amo, su reflexión
    nos invita a ver cómo la lucha de clases en cada nación creó las
    circunstancias y las condiciones para que personajes mediocres y
    grotescos representen el papel de héroe. Y
    prosigo.

    La trama discursiva que hoy llamamos Latinoamérica
    está tejida de exclusiones y segregaciones, desde que se
    esgrime el tropo de canibalismo en las Antillas para distinguir
    las otredades étnicas segregadas, y luego para cartografiar
    los nacionalismos latinoamericanos y las identidades criollas.
    Dicho en plata: las identidades nacionales se han forjado a
    partir de modelos europeos, de
    segregaciones y aparthaids económicos, sociales,
    culturales, y lingüísticos. Se segrega y margina "lo
    otro"—el desecho, lo que sobra— y estos grupos marginados irrumpen de vez
    en cuando en la trama social siguiendo la palabra invocante de
    los dirigentes de turno, que repiten la misma palinodia de
    patria, nación; se han congelado
    las identidades.

    La cuestión nos lleva a crear aglomeraciones
    (masas), una especie de gran cuerpo anónimo, y se fabrica el
    acontecimiento por el número de cuerpos que se llegan a
    concentrar. Y volvamos al principio. En El reverso del
    psicoanálisis
    —el reverso, la aporía, la
    paradoja del discurso Amo del capitalismo— Lacan muestra
    que la repetición necesita al goce: "La
    repetición se funda en un retorno al goce". Es decir,
    que la organización psíquica
    en el ser humano está articulada, en su origen, como un
    discurso de amo. Como el amo feroz, radicalmente distinto del
    ideal humanista, que Freud describe en su Malestar en la
    Cultura:
    "El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo
    capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito
    atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de
    agresividad. En consecuencia, el prójimo no es solamente un
    auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer
    en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin
    resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo
    de su patrimonio, humillarlo,
    infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo". Dejémoslo en
    suspenso.

    El pasado no se repite Retomo a Freud. Si el estatuto
    del inconsciente es ético; más claro aún: la
    ética es la ética del acto por sus consecuencias, es
    necesario saber —y parafraseo a Freud gracias a
    Lacan—cómo el inconsciente se muestra. Y los
    canallas —los que nada quieren saber del
    inconsciente— pueden usar al Otro y servirse de él
    como plusvalía. Cuando Lacan define la repetición como
    encuentro fallido con lo Real, hemos de entenderlo que ese
    "está", pero no se le encuentra, y siempre
    escapa
    , por lo que lo que la repetición busca repetir
    es, precisamente, lo que siempre escapa
    (10). Más
    simplemente aún: el pasado, en tanto continente de ese
    primer encuentro no se encuentra, el pasado no se repite. Todo lo
    anterior nos sitúa la repetición entre el
    automaton de la cadena y la tyché de un
    elemento real, que funciona como la causa de la primera.
    Centrémonos. Tres conceptos, pues, aparecen en el seminario
    Los cuatro conceptos fundamentales del
    psicoanlálisis,
    definidos en su relación a lo
    Real. El inconsciente como tropiezo, la repetición
    como evitamiento, y la pulsión como encuentro logrado.
    Evitamiento significa que la compulsión de repetición
    supone un no querer saber por parte del inconsciente. Mientras
    haya repetición, pues, no habrá deseo de saber. Es por
    esta "sordera de la repetición, que cada vez es la primera
    vez. Siempre se está en la primera vez". En la
    repetición se está siempre en la primera vez, supone la
    anulación del tiempo, que no haya acumulación de
    saber.

    Y como si fuera poco, en la formulación lacaniana
    la repetición anula y produce goce. No se trata de
    una contradicción insoluble: la repetición que antes
    suponía una pérdida de goce, es ahora
    recuperación. Lacan incorpora el rasgo unario que
    cada sujeto porta, elemento articulador en tanto escrito,
    y en tanto sus consecuencias se manifiestan sin el consentimiento
    del sujeto y en su ignorancia. Parafraseo a José A. Naranjo
    Mariscal, y hago desvíos.

     

    El reverso del discurso
    Amo

    Se me perdonará este extenso excurso por Lacan,
    pero ha sido necesario para proseguir el camino. Los mecanismos
    de la repetición aseguran que habrá repetición
    siempre que haya un significante que articule el saber,
    significante que se puede traducir como el discurso Amo. Se
    comprende entonces que el hecho de desenmascarar "lo Real", de
    realizar mediante la interpretación la
    revelación del enlace entre el rasgo unario y el
    goce, permitirá ver el nudo vivo de la "escena
    primitiva", con su decoración y sus personajes. Al
    interpretarlos el discurso analítico es el reverso del
    discurso Amo. Esto supone acabar con la determinación, con
    la causalidad, rompiéndola. Recordemos que según Lacan,
    Marx descubrió el síntoma precisamente a causa de la
    noción de "excesos" sociales; su gran logro fue demostrar
    que todos los fenómenos que parecen simples desviaciones,
    deformaciones contingentes del funcionamiento "normal" de la
    sociedad, son producto necesario del propio sistema. Los puntos en que la
    "verdad", el carácter antagónico
    inmanente del sistema irrumpe; lo que está oculto—ese
    objeto Sade—sale a la luz. Marx aporta la función
    de la plusvalía, y de ella (y de la pulsión freudiana)
    Lacan deduce el "plus de goce", marcando una distancia
    fundamental con Marx: éste vincula la producción con la
    necesidad; Lacan introduce que lo propio del ser que habla es el
    goce, una interferencia vinculada a la pulsión de muerte que
    no tiene nada que ver con lo necesario. Identificarse con el
    síntoma significa reconocer en los "excesos" la clave que
    nos ofrece el acceso a su verdadero funcionamiento.

    No hay síntoma sin su destinatario; como un enigma,
    el síntoma anuncia su disolución por medio de la
    interpretación. Concebido como una formación
    simbólica, significante, es un mensaje codificado dirigido a
    un Otro que retroactivamente le conferirá su significado. En
    definitiva, es una formación significante que da
    congruencia, si lo interpretamos desde el futuro. Todas nuestras
    complicaciones y tribulaciones proceden de una circularidad
    mortífera: a la libre concurrencia sucede la dictadura económica.
    Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros
    tiempos no solo se acumulan riquezas, sino también una
    descomunal y tiránica potencia económica en manos
    de unos pocos, que la mayor parte de las veces no son
    dueños, sino custodios y administradores de una riqueza en
    depósito, que manejan a su voluntad y arbitrio. Dominio ejercido de la manera
    más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos
    el dinero, se apoderan
    también de las finanzas públicas y del
    crédito, y administran la
    savia de que vive toda la economía. Esta acumulación de
    poder y de recursos, nota
    característica de la economía contemporánea, es el
    fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, de la
    que han sobrevivido solo los más poderosos, lo que con
    frecuencia es tanto como decir los más violentos y los
    más desprovistos de conciencia ( y cito del Quadragesimo
    Anno, 105/107).

    La repetición, esa circularidad que nos ahoga
    (Bajtin nos instaba a salirnos de la prisión de las ideas
    estereotipadas), nos conduce una y otra vez a buscar la
    salvación en el Otro, en la voz invocante, a revivir
    lo que Lacan llama en La psicosis, la paranoia de la
    libertad; a escuchar como palabra plena las promesas de libertad,
    igualdad, fraternidad, y las
    invocaciones al pueblo soberano, a la patria.

    Todos ersatz de las luchas nacionales
    decimonónicas. Una especie de proceso de estancamiento de la
    memoria induce a revestir de modernidad los ideales de las
    Guerras de Independencia, a
    repetir el teatro en actuaciones más grotescas: una y otra
    vez Sísifo sube la piedra, y una y otra vez vuelve a
    rodar…. En el teatro de la repetición se experimentan las
    fuerzas puras, los rasgos dinámicos del espacio que
    actúan sobre el espíritu sin intermediación y que
    lo vinculan directamente con la naturaleza y con la historia, un
    lenguaje que habla antes de que se produzcan las palabras, gestos
    que se elaboran antes de que existan cuerpos organizados,
    máscaras anteriores a las caras, espectros y fantasmas
    previos a los personajes: todo el aparato de la repetición
    como "poder terrible". Repetición, sí, pero au
    pire…
    para lo peor.

     

    La segregación….au
    pire

    Centremos ahora la mira al mundo contemporáneo;
    comencemos por definir la segregación como aquella mirada
    que va dirigida hacia lo semejante en lo que tiene de diferente.
    Si la segregación del otro es marca fundacional del
    ser humano —como dice Lacan— ésta se repite, con
    el movimiento incoercible del inconsciente a la repetición,
    que también repite la grotesca concepción de la
    política como creencia en la palabra del otro; palabreo
    político que no disimula cómo se cautivan los incautos.
    Lo que se llama la relación, la religión, la creencia, el engranaje
    social, ocurre a nivel de cierto número de conexiones que no
    se hacen por casualidad y que necesitan, con mayor o menor
    enrancia, cierto orden en la articulación significante.
    Lacan aludía a los amplios procesos de segregación
    empleando los términos de la "mayor extensión", y cada
    vez "más duros", y estableció importantes diferencias
    entre el racismo de discurso del racismo
    biológico
    o racismo cultural, afirmando a su vez
    que en lógica moderna (o capitalismo tardío), la
    historia ya no la hace la religión, "Ahora son los discursos
    los que realizan las rupturas."

    Si el discurso está vinculado a los intereses del
    sujeto, el discurso Amo que desmenuza en El reverso, hace
    vínculo con la mercancía en el mundo capitalista, y
    provoca la mutación que da al discurso Amo el estilo
    capitalista. Como consecuencia de este enlace, aumentan el trabajo, la plusvalía
    se añade al capital, a los valores. El significante
    amo parece inatacable, precisamente en su
    imposibilidad.

    ¿Dónde está?, ¿cómo nombrarlo?;
    es necesario situarlo en sus efectos mortíferos, y si nunca
    se ha acabado del todo con la segregación, ésta
    arraigará siempre peor. Aclaremos y sigamos. La
    identificación segregativa ocurre cuando se pega el rasgo y
    el objeto de goce. Resumo. "Estamos evidentemente en una
    época de segregación … nunca hubo más"
    —dice Lacan ya en 1970. Cuanto existe hoy está fundado
    en la segregación, en primer término esa utopía
    que se llama la fraternidad universal. Sea como sea,
    continúa, "los humanos se han descubierto hermanos, y uno se
    pregunta en nombre de qué segregación ", dice con
    ironía. Podemos trasladar esta puntualización al
    presente. Lo que demuestra de forma contundente Lacan es que el
    desbarajuste y ersatz que vemos hoy aparecer, que produce
    tanto espanto y horror, es solo el principio, "no es más que
    el principio de lo que se irá desarrollando, como
    consecuencia del reordenamiento de las agrupaciones sociales por
    la ciencia y, principalmente, de la universalización que
    introduce en ellas. Nuestro porvenir de mercados comunes
    —dice— será contrapesado por la extensión
    cada vez más dura de los procesos de "segregación".
    Constatamos así que, después de ese "primer intento de
    segregación social a gran escala que fue el nazismo", nos
    enfrentamos hoy con una gran variedad de procesos disparados por
    motivos políticos y religiosos, así como sexuales. Y
    además "la segregación de la anomalía" (llamada o
    no enfermedad mental), tan actuales. Y seguimos repitiendo
    genocidios, torturas, y gobiernan los canallas con impunidad. Y resumo. El efecto
    real llamado segregación que asfixia hasta la identidad simbólica, pone
    en marcha la operación imaginaria (la fraternidad) que
    reproduce desechos humanos. Los lectores encontrarán en
    El reverso del psicoanálisis, una mina de
    sólidas reflexiones que nos incumben a todos.

     

    Racismo de
    discurso

    Dentro de esta lógica, el discurso es un modo de
    tratamiento del goce, tan eficaz como lo fue la creencia
    religiosa. Las palabras de Lacan son estremecedoras: no hay
    necesidad alguna de ninguna ideología
    para que
    haya racismo…es suficiente un plus
    de goce que se reconozca como tal. El peso de ese
    goce mueve lo social, y en este proceso contemporáneo
    de reabsorción por disolución de las creencias, Lacan
    confirma la irrupción de un nuevo fenómeno de
    segregación, un racismo de discurso, como propio de
    nuestra época. Esta novedad adquiere todo su peso si la
    situamos en el contexto de la explosión de diferencias
    propias de la posmodernidad. El reto
    consiste en no confundir el respeto a la diferencia con el
    establecimiento de ghetos o la instauración y/o
    colaboración con procesos de segregación.

    Más precisa aún: la diversidad encubre
    la forma de velar, ocultar, modalidades de goce
    irreductibles. Conviene ahora despejar el camino: no toda
    diferencia es segregación, y la llamada diferencia es una
    especie de antídoto contra la
    segregación. Es lo que Freud no dudó en vaticinar como
    el retorno de lo peor; que nos lanza al pasado, a volver a
    formar parte de una manada; el retorno de los dioses oscuros, y
    sus exigencias de sacrificio de los imperativos modernos. Y no
    quiero pasar por alto que si Lacan afirma que ahora no es
    necesaria ninguna ideología para que haya racismo, Freud
    definía la conciencia como "las ideas que entran en comercio".

    Apoyada en el reverso del discurso Amo que Lacan
    precisa, desearía correr el riesgo de proponer un primer y
    muy esquemático esbozo. Las tesis que voy a enunciar no
    son por cierto improvisadas, pero sólo pueden ser
    sostenidas, es decir confirmadas o rectificadas, mediante
    estudios diferenciados de cada región. Esto supone mantener
    vacíos los lugares ocupados por las identificaciones
    sociales segregativas, para dar lugar a las verdaderas
    distinciones, una por una. Se hace necesario sostener lo
    particular en cada caso, privilegiando lo peculiar de un sujeto
    —el uno por uno— para elaborar estrategias de integración que regulen y
    atenúen la segregación creando formas de "saber hacer"
    con la diferencia, más que obturándola. Este paso es
    decisivo: del "no saber" de la diferencia al "saber hacer" con la
    diferencia. Aquí se pone al descubierto la paradoja de la
    repetición mortífera del ser humano en la
    modernidad capitalista.

    Lo "global" es el mercado, el capital; no hay
    estado universal porque ya
    existe un mercado universal cuyos focos y bolsas son los estados.
    Pero este no es ni universalizante ni homogeneizador, sino una
    terrible fábrica de excrementos humanos y de miseria. Si
    Primo Levi nos recuerda que los campos de exterminio nazi nos han
    obligado a reconocer la vergüenza de ser "hombres", y de
    aceptar esa "zona gris" de los compromisos, el aidos
    griego debiera hablar ahora como el ángel de voz de trueno,
    para recordarnos que todo estado democrático hoy día
    está comprometido hasta las heces en la fabricación de
    la pobreza y la miseria
    humana. Sin olvidar el reverso, que lo "global" tiene su
    paradoja, su envés: la violencia de las diferencias
    culturales. Si en los últimos años hemos sido testigos
    (y copartícipes, por mantenernos en aquella "zona gris" a
    que alude Levi) de las agresiones al otro en nombre de los
    derechos humanos (los serbios
    por ejemplo, o los fundamentalismos, o la guerra ciega contra el
    "terrorismo"), intentos
    transparentes de legitimar la violencia por medio de discursos
    sesgados que invocan valores universales, en el
    punto en que nos encontramos debiéramos ayudar a localizar
    su fugitiva e inquieta presencia en lo Real. Ninguna
    ideología puede hacer decente lo innombrable de un
    cadáver putrefacto, o domesticar el salvajismo o la crueldad
    de los universales. No invoco aquí una defensa del fin de
    las ideologías ni fin de la historia; en tanto aportan un
    goce, este discurso estará siempre
    presente.

     

    Sacar la
    tajada…

    Y recojo velas. Al implicar un cuestionamiento del plus
    de gozar bajo su forma de plusvalía el discurso Amo
    capitalista provoca —según Lacan— un efecto de
    identificación, "cada uno en un cierto nivel podría
    sacar su tajada". Algún rasgo unario, por ejemplo ser
    "blancos", permite al sujeto gozar de su plus, es decir "sacar su
    tajada"; porque que es fundamento de todo racismo, nos recuerda
    el analista Ernesto Pérez. En la contemporaneidad, el plus
    de goce como plusvalía facilita y sirve de sostén a
    este tipo de identificación.

    Cada sujeto podría, en la sociedad capitalista,
    sacar su tajada de cualquier ideal puesto en el mercado. Se puede
    apreciar desde ya la dificultad que sería necesario superar
    para no convertir este concepto clave en uno pseudo-englobante. Y
    prosigo. En la medida que el discurso capitalista produce
    objetos; estos objetos, al modo de fetiches, distraen y
    enmascaran el exceso de goce que conllevan en sí
    mismos; un goce no regulado ya que desconoce la dimensión de
    la pérdida, dichos gadgets colectivizan un goce
    brutal. Los pasos de Lacan para desespesar las tinieblas se
    fundamentan en separar este fenómeno identificatorio del
    discurso Amo, porque a veces se confunde discurso

    Amo y segregación como si tuvieran una misma
    raíz. Lacan subraya que el esclavo trabaja para el amo, pero
    no necesariamente se identifica con él. El fenómeno es
    central hoy día; la diferencia de clase o raza pueden
    comenzar a ser vista con rasgo negativo, "animales", "salvajes",
    "los gitanos roban", "los moros son sucios", "los negros son
    libidinosos," "el inmigrante es un indeseable"…

    Para que se constituya el racismo, basta con un plus
    de goce
    que se reconozca como tal…como el bigotito de
    Hitler. Esto se resume en unas pocas palabras apropiadas: el
    goce de la homogeneidad social frente al universo de
    diferencia, ese es el pacto de horror de la mortífera
    segregación.

    Y termino. Según el gran historiador Eric Hobsbawm
    el aumento de la discriminación y la
    violencia es resultado previsible del modelo individualista del
    capitalismo finisecular. Los procesos segregativos son las
    distintas formas de tratar "lo inasimilable" que retorna como
    Umheimlich, lo siniestro/familiar freudiano. El proceso
    que lleva a la violencia segregativa es aquel que va formando un
    discurso Amo "puro", no dialectizable, donde se concluye toda
    posibilidad de saber, y que inevitablemente lleva al sacrificio.
    Nuestro reto es desecribir el pasado para construir nuevos
    futuros. Un acto verdaderamente subversivo si hacemos un reverso
    de los cantos de sirena del discurso capitalista Amo, y dejamos
    la piedra en la cumbre…para que no vuelva a rodar. Urge pues
    leer en retroactivo nuestras historias para desnudar ese goce
    obsceno,
    esa compulsión a seguir a ese Dios que
    interpela desde el goce de la opereta trágica, en la
    paródica repetición del pasado en amo
    moderno.

    No estoy segura de no haber homogeneizado la marca
    fundacional,
    en esa vastedad que se llama Latinoamérica.
    Se hace inminente interrogarla en su diversidad, en cada forma de
    vínculo social, admitiendo la excepción de cada
    historia particular, y la contemporaneidad "margina" la
    excepción; tiene problemas con lo que no es
    homogéneo; la diferencia es el nudo fundamental que
    proporcionaría una articulación para luchar contra esa
    letra impresa en nuestra piel: segregación,
    racismo, genocidio, caudillismo, militarismo, estupro, robos,
    desaparecidos, impunidad de los canallas, una segregación
    que sobrevive y se refuerza, un "igualitarismo" en el que tomos
    somos iguales pero hay unos más iguales que otros, impuesto por el discurso Amo que
    nos ahoga. Las nuevas formas de discriminación y
    segregación, el auge de los regionalismos, los
    fundamentalismos, lugares de hundimiento, la globalización y
    sus efectos en la subjetividad, las vicisitudes del síntoma
    en el discurso capitalista, son coordenadas para situar al
    psicoanálisis respecto de la actualidad del malestar.
    Contextualizar el psicoanálisis, implica partir de la
    subjetividad de la época, donde la globalización y el
    avance de la tecnología, acentúan la inexistencia del
    Otro, la consistencia del mercado y lo que Lacan ha llamado
    aletósfera, esfera que ha creado la ciencia, el mundo de
    instrumentos y de aparatos, que se anticipa en su oferta reduciendo así el
    espacio de la demanda.

    Estoy consciente de que cuanto he dicho puede sonar a
    jerigonza. Los tres discursos que he escogido como
    virgilios—Marx, Freud y Lacan—exigen rigor y
    lógica para reacentuar sus mensajes al futuro. A mí me
    han aclarado mucho el camino. Por mi parte no tengo ninguna
    certeza, tal vez sólo presentar las vías de una
    modificación que podemos introducir por medio de la
    interpretación. Lo único posible es irrumpir en la
    compulsión repetitiva introduciendo un giro que supone un
    cambio en el significante Amo. Ese es el reto de la democracia directa hoy
    día. No hay por qué echar las campanas al vuelo
    ¿Qué podemos hacer? Quizá que ahora marque algo,
    un punto, un punto suspensivo. Puesto que no es cuestión de
    pintar un porvenir color de rosa, lo que no hemos
    visto hasta sus últimas consecuencias y que se enraíza
    en el cuerpo, registro de la rivalidad, es el racismo, del cual
    ni siquiera hemos terminado de oír hablar.

    Barcelona, 2003

     

    Referencias

    Soler, C. Declinaciones de la angustia. Curso
    2000-2001.
    Collège Clinique de Paris.

    Freud, S. (1920) Más allá del principio del
    placer
    . Obras Completas. XVIII. Amorrortu Editores:
    Argentina.

    Freud, S (1914) Tótem y Tabú. Obras
    Completas. XVIII. Amorrortu Editores: Argentina.

    Lacan, J. El seminario, Libro I: Los escritos
    técnicos de Freíd
    (1953-1954). Buenos Aires: Ed.
    Paidós.

    Lacan, J. El seminario, Libro XI: Los cuatro
    conceptos fundamentales del psicoanálisis"
    (1964).
    Buenos Aires: Ed. Paidós.

    Lacan, J. El Seminario. Libro IV: La relación de
    objeto
    "- Buenos Aires: Ed. Paidós.

    Lacan, J (1984). Escritos 1 y 2 (1966). Buenos
    Aires: Siglo XXI Editores.

    Lacan, J. (1970). El reverso del
    psicoanálisis
    . 2° reimpresión. Buenos Aires:
    Editorial Paidós.

     

    Iris M. Zavala (*)

    (*) Escritora puertorriqueña

    En Revista Virtual Contexto, Vol.
    8, N° 10, año 2004.

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