RESUMEN
Luis Britto García, en su novela Pirata, construye,
a partir de datos históricos concretos,
a su personaje central Hugh Godwin, el cual, a través de sus
diversas transformaciones, simbolizará la noción de
transculturación, y además advertirá, desde otra
mirada, parte de la dinámica transculturadora
que determinó al Nuevo Mundo y removió al Viejo. Se
pretende analizar, entonces, la noción de
transculturación tomando como eje al personaje principal de
la novela, y así, de
algún modo, precisar la compleja articulación de la
identidad latinoamericana y de
sus producciones culturales.
Palabras-clave: Transculturación, identidad
latinoamericana,
Luis Brito García.
ABSTRACT
Based on specific historical data, Luis Brito
García creates Hugh Godwin, the central character of his
novel Pirata, who through several transformations will
symbolize the notion of transculturation and will perceive, from
another perspective, part of the transculturation dynamics that
gave birth to the New World and discarded the Old World.
Therefore, this article intends to analyze de notion of
transculturation, taking as a focal point the main character of
the novel, to somehow precise the complexity of articulation of
the Latin American identity and its cultural
manifestations.
Key words: transculturation, Latin American identity,
Luis Brito García.
RÉSUMÉ
Luis Britto García, dans son roman Pirata,
construit, à partir des données historiques
spécifiques, son personnage central Hugh Godwin. Celui-ci,
grâce à plusieurs transformations, symbolisera
l’idée de transculturation. En outre, il
s’apercevra d’une partie du dynamisme
transculturateur, lequel a déterminé le Nouveau Monde
et a ému le Vieux. On prétend dans l´article
présente analyser l’idée de transculturation, en
prenant le personnage principal du roman comme axe. D´une
certaine façon, également ici en plus préciser la
complexe articulation de l’identité
latino-américaine et de ses productions
culturelles.
En Pirata (1998) Luis Britto García nos
entrega un personaje construido a partir de acontecimientos
históricos puntuales que servirá de hilo conductor
entre los hechos históricos relatados por el autor a lo
largo de un texto novelesco cuya
cohesión surge gracias a un principio ficcional que se
adueña parcialmente de la historia, la enlaza, la explica, la llena de
coherencia y, sobre todo, permite un acercamiento a la realidad
más íntimo, más pertinente con el
presente.
Este personaje es Hugh Godwin, personaje sumamente
denso, cargado de pasado y de presente, que concentra la historia
no sólo de sus numerosos años de vida, sino que,
además, es el reflejo prematuro de cuatrocientos años
de historia, es decir, de lo que en cierta medida representa el
ser latinoamericano. Godwin encierra el enigma de la sangre mezclada y trasformada,
del mar silencioso y abismal que acerca y aleja a los
continentes. Godwin es la transculturación personificada,
transculturación con voz, con cuerpo y con una mente casi
tangibles. Godwin es una imagen perfecta de la
transculturación, ya que contiene y presenta un
desgarramiento de su lugar natal, un "doble trance de desajuste y
de reajuste, de desculturación o exculturación y de
aculturación o inculturación, y al fin de síntesis, de
transculturación" (Ortiz, 1978: 93). De manera que el
personaje revela una transición de culturas dinámica
que de manera decisiva ha constituido la identidad
latinoamericana como cruce intrincado de sangres, de tradiciones,
concepciones, de imaginarios; elementos bastante divergentes
entre sí, pero que paradójicamente aquí reunidos
han dado paso a procesos culturales bastante
complejos, fecundos… impredecibles.
Tal reunión no fue equilibrada, ni igualitaria, ya
que representó para las culturas indígenas un
traumatismo profundo con respecto a su cultura autóctona: "El
contacto de las dos culturas fue terrible. Una de ellas
pereció, casi totalmente, como fulminada" (Ortiz, 1978: 94).
No obstante, a partir de una parcial desculturación,
sobrevino el paso hacia el proceso transculturador, el
cual revela, no un abandono absoluto de la cultura autóctona
sino una transformación; revela, igualmente, la resistencia a considerar la
absoluta inmovilidad de la cultura originaria ante las
imposiciones externas, es decir, una aculturación sin
ningún tipo de resultado transformador.
Por otra parte, Hugh Godwin representa un caso
particular, aunque también participante de la misma
dinámica transculturadora: el europeo indianizado; pues
abandona su antigua cultura inglesa (de manera involuntaria) y
adopta de forma perfecta la cultura kariña, cultura que
ofreció cierta resistencia ante la opresión e
imposiciones de los colonizadores. Su mutación fue, si se
quiere, una ruptura casi total con su pasado, y personifica el
otro lado de transculturación en la época colonial;
simboliza el hecho de que la cultura hegemónica también
resultó transformada, y de cómo los centros de poder occidentales se vieron
trastocados por el Nuevo Mundo.
Hugh Godwin es testigo y producto de un panorama
histórico bastante dramático, el cual involucra
acontecimientos de gran trascendencia para el Viejo y el Nuevo
Mundo. En el Viejo Mundo hervía la lucha de poderes entre
las diferentes monarquías; el oro, el poder y la
expansión territorial eran los móviles fundamentales de
muchos conflictos, cuyo único
propósito era el dominio y la explotación del
Nuevo Mundo. Las continuas guerras entre potencias
requerían de una inversión económica
que excedía el patrimonio Real:
El oro mexicano y la plata del Potosí financian
las guerras
con las que España asegura sus
dispersas posesiones
y mantiene la hegemonía en Europa.Tras ella
asoma
el milenario proyecto ecuménico de la
Monarquía
Universal.
Del dominio del Mundo Nuevo depende la
hegemonía
sobre el Viejo. (Britto, 2002: 25).
Así que tales luchas de potestades concedían,
por tanto, un ambiente bastante bélico
en Europa, donde continuamente se establecerán pactos para
luego ser rotos, donde se emplearán estrategias bastantes heterodoxas
para conseguir los objetivos. Descubren que la
lucha ha de realizarse en el mar, terreno donde rompen las
leyes con más facilidad y
donde surgirán los Palankali o demonios del mar,
quienes al principio estarán al servicio de las cortes
europeas y luego formaran sus propias flotas para el
enriquecimiento personal, dando paso a la
piratería y al
filibusterismo.
En ese contexto se forja el personaje principal de
Pirata, quien a lo largo de la obra presentará
diversas transformaciones, semejantes a las que sufrió el
Nuevo Mundo, transformaciones que harán de él una
figura representativa de la transculturación, pero claro
está de modo inverso al que se dio en las poblaciones de
estas tierras Americanas. Hugh Godwin aparece por vez primera en
la novela en el momento en que la Armada Invencible española
pretendía acometer contra Inglaterra, es decir, en el
año 1588; en ese momento se da el encuentro entre Godwin y
Sir Walter Ralegh, acontecimiento que origina el primer
desgarramiento en el mundo de Godwin, quien en ese momento era
sólo un niño con aire de querubín, inocente e
indefenso; Ralegh, por su parte, era un Sir orgulloso, deseoso de
demostrar su sabiduría, su poder y su gracia cortesana.
Señor de la palabra, Ralegh le dará nombre al
chiquillo: God Wind, "Viento de Dios" porque fue la
Providencia la que impidió que ese día Ralegh se
hiciera el más grande héroe del período isabelino
y Hugh, debido a los gruñidos del niño en el
instante de su captura; ese será su nuevo nombre. Su
verdadero nombre, en cambio, nunca será
pronunciado, permaneciendo intacto, lo que proporciona al
personaje cierta inmunidad ante el mundo. Hugh Godwin es
utilizado por Ralegh en la Corte Isabelina para lucirse, lo que
implica que Hugh es testigo del ambiente cortesano y observa a la
reina de cerca, situación que tal vez luego le
permitirá enfrentar y comparar las diferentes culturas y
ambientes en los que se movió y así intuir cuál
era el más coherente, cuál tocaba sus fibras más
profundas y cuál era el más auténtico.
Asimismo el personaje protagónico es parte de una
cultura europea imperialista, que en su pasado también
concibió el hecho del mestizaje, no como ocurrió en
América, sino de una
forma equilibrada, donde no existía un desprecio tal por la
cultura invadida y donde no se pretendía borrar
absolutamente los rastros de la cultura invadida, caso que
sí se dio en América:
Se trata ahora de una cultura que se considera
superior,
que no puede asimilar otras culturas, ni ser
asimilado…
Nada querrán saber, los portadores de la cultura
occidental,
de mestizajes, de la asimilación de unos
hombres
y sus culturas con otros. El mestizaje es sólo
combinación
de lo superior con lo inferior, y por ello mismo
inferior.
Mestizar es reducir, contaminar. (Zea, 1993:
291).
Pero como bien se sabe la historia es dinámica y se
sobrepone a los pensamientos e ideologías de los hombres, de
allí que los invasores también fuesen transformados por
América y además la cultura indígena no fue
completamente devastada, pues aún hoy persisten sus rasgos,
y tal como lo demuestra Hugh Godwin la cultura occidental que
tocó estas tierras no permaneció intacta. A Hugh se
suma la cultura kariña, cultura sumamente especial, pues sus
rasgos la diferenciaban de las demás etnias:
Los caribes se diferenciaban de los taínos y de
los otros
grupos arawaks por su mayor destreza marinera, por
su
mayor agresividad guerrera, por falta de
centralización
política entre sus diversas comunidades y de
autoridades
estables y permanentes dentro de ellas, por la
ausencia
de estratificación social, por el menor desarrollo de la
cultura itinerante. (Britto, 2001: 8)
Contrariamente a lo que sucedió en aquel entonces
Hugh va a desculturarse, pues renace en un contexto si se quiere
más acorde con su personalidad, que lo acoge y
lo reconoce como suyo, como ancestro, como parte del
espíritu del tigre.
En 1594, Sir Walter Ralegh parte hacia el Orinoco en
busca de El Dorado y es allí donde entregará a Hugh
Godwin a los caribes, destino que también correrá
Francis Sparry. Al poco tiempo, Hugh es atacado por
los tigres y es aquí cuando se presenta en la novela un
cambio radical, el personaje protagónico abandona su antigua
piel, su piel de muchacho
angelical e inglés, sobreviene
entonces su renacimiento y se integra con
Máware, el espíritu del tigre; este hecho es el que va
a determinar al personaje, pues el ser atacado por un tigre y
sobrevivir, es para la cultura kariña un hecho sagrado, el
cual le atribuye a la víctima un carácter guerrero y
feroz, se convierte entonces en un iniciado, en un kariña
capaz de comprender los designios del Señor de las
Cumbres:
Ahora veo a Máware
Ahora veo a Máware el tigre en las
Cumbres.
Ahora veo la sombra del bosque en la piel de
Máware.
Ahora veo brillar las estrellas en la piel de
Máware.
Ahora veo a Máware kaikushi en las más altas
Cumbres.
…Ahora aprenderás a sentir el Kaikushi yumu, el
espíritu
del tigre, la cólera sagrada.
(Britto, 1998: 48, 49)
Así, despierta en él la cólera sagrada;
cólera que animará la sed de la sangre de sus enemigos,
sed de silencio, sed de revelación ante la autoridad: "Comerás el
corazón de tu enemigo,
pero sólo cuando lo juzgues digno de ti y quieras que siga
dentro de ti latiendo para así hacer las paces y apagar la
cólera sagrada" (Britto, 1998: 49). De manera que Godwin se
transformará no sólo de espíritu, sino
también de forma, su cuerpo angelical y mozo ahora
estará lleno de cicatrices, de marcas; las cuales para la tribu
serán símbolo del espíritu del tigre que subyace
en él y que le hace, no sólo ser un guerrero más,
sino un guerrero que esconde la cólera sagrada; por otra
parte para los pertenecientes al Viejo Mundo no serán
más que marcas de fealdad, serán las marcas de
Calibán. Hugh Godwin pertenece ahora a la Gente, ha
pasado las pruebas de iniciación, es
ahora un guerrero con gran fuerza y con la capacidad de
escuchar las voces de los Señores de las cuatro partes del
mundo; su cuerpo está teñido de rojo, su sangre se ha
mezclado con la del tigre y podrá mezclarse con muchas
más para apagar la cólera sagrada, cambiará de
nombre y su verdadero nombre quedará en el silencio. Su
cuerpo teñido del color de la sangre y veteado de
innumerables cicatrices simula la piel del tigre, escucha las
voces de la selva y aprende a callar; ahora es otro, ya no es
sólo "Viento de Dios", ahora es rugido en silencio,
ahora es Gente, ahora deberá mezclar las sangres y
por tanto las memorias de sus enemigos para
apaciguar la energía sagrada que le quema.
La segunda transformación de Godwin se da en la
segunda parte de la novela; los acontecimientos de esta parte
estarán bajo el dominio del Señor de la Muerte, por supuesto Hugh
pasará a ser su servidor. Tal transformación
sobreviene luego de ser encontrado en la segunda expedición
de Sir Walter Ralegh en 1617, es alejado de la Gente por la
fuerza y llevado a Inglaterra. En 1624 Hugh Godwin hace de
timonel en la expedición de Thomas Warner cuando éste
se encuentra con Pierre D´Esnambuc y realiza una alianza con
el francés para exterminar a los caribes de San
Cristóbal. Hugh presencia el exterminio de la Gente, no
logra hacer nada para evitarlo, escapa en una piragua y se
interna en la selva, en este lugar se entrega a la soledad y al
silencio, se hace uno con la naturaleza, y pena por la
muerte de la Gente, devora sus
cenizas, se siente también un muerto, es decir, se entrega
al mundo de los sueños. Hugh Godwin sufre una especie de
muerte espiritual, pues parte de sí muere con las gentes, se
enfrenta consigo mismo en todas las vertientes que en él
convergen:
Veo criaturas rojas de onoto y criaturas rojas de
sangre:
sólo son los mismos ojos amarillos. Avisto a
veces un
niño de cabellera dorada, luego millares de
niños, hasta
el balbuceo: retrocedo me sobrecoge el horror ante
aquel
bosque en el cual no puedo ya dar paso sin ser
observado
por encorvados, arrugados sombríos, que se
extienden
hasta el término del tiempo. (Britto, 1998:
116-117)
Hugh Godwin se enfrenta a su propia naturaleza, deja
atrás la humanidad, casi olvida el lenguaje, se esparce por la
selva y siente no pertenecer sino a ella, no obedecer sino a
ella, a más nadie, ni siquiera el tiempo lo ha cautivado y
descubre quién es, descubre a quién sirve:
— ¿Quién eres?
— Soy Gente.
— Así se llamaban los que habitaron estas
islas antes de
venir nosotros. Murieron.
— Quizá yo también.
— ¿Tienes nombres?
— Muchos, o ninguno.
— ¿Tienes jefe?
— Yo mismo. (Britto, 1998:123)
Así es como el personaje conoce a la Hermandad de
la Costa y se une a ellos, ya sea por encontrar la herencia de la Gente en ellos, ya
sea por encontrar en ellos a los despatriados, libres de
autoridad, capaces de ser acogidos por su espíritu
kariña:
Por imposición de la naturaleza o imitación
de los naturales
adquieren costumbres igualitarias, se
acostumbran
a la austera vida al aire libre, se organizan en
unidades
mínimas sin jefes ni autoridades estables,
desarrollan un
fuerte sentido de cooperación y
camaradería… (Britto,
2001: 233)
Los Hermanos de la Costa se encuentran formados por una
gran variedad de sangres (origen francés, inglés y
holandés), sangres que se han entregado al mar, para no
tener dueño, son una comunidad libertaria, con
tradiciones propias. De manera que Hugh Godwin se integrará
de cierto modo con otra vertiente que conforma el proceso de
transculturación; los desterrados de sus propias tierras,
irreverentes que vienen a reforzar la sangre antiautoritaria
heredada de los caribes y, de algún modo, tal como formaron
parte de la vida y la trasformación de Godwin también
dejarán sus huellas en la formación de la identidad
latinoamericana. De acuerdo con lo anterior se va develando
cómo el personaje principal va hilando cuidadosa y
astutamente la maquinaria histórica que envuelve al Caribe
para aquel entonces, maquinaria que ha de desembocar en el
ahora.
La última trasformación de Hugh Godwin se
produce al final de su longeva vida, cuando la muerte lo toca y
es allí cuando traspasa su espíritu y su memoria a un joven muchacho. En
esta última mutación Hugh descubre su humanidad,
cansada y vieja que ha de proseguir con el círculo eterno
del tiempo. Se sitúa en el espacio que hay entre la vida y
la muerte: en un limbo, donde el sopor y las verdades saltan a la
vista: se encuentra consigo mismo y con sus restos ingleses que
inevitablemente permanecen en él, se ve a sí mismo en
el niño que está frente a él en la inmensidad de
su odiado mar, en la soledad y el silencio que siempre le han
acompañado. Finalmente le sobreviene la única muerte
que puede tocarlo: ser devorado por una figura angelical, figura
que habrá de llevar el peso de su pasado y de todos los
pasados que devoró. Y así es la transculturación
un intrincado proceso de traspaso de sangres y de memorias que
lleva el latinoamericano sobre sus hombros y dentro de sus
corazones palpitantes de palabras en muchos idiomas, de
incalculables instantes de la historia que determinan el hoy. El
círculo continuará eternamente, los humanos
inevitablemente se contendrán unos dentro de otros y
arrastrarán con la sabiduría y el dolor de sus dispares
antepasados. Tal como Hugh Godwin que con cada ruptura que se
daba en él se transformaba, que con cada gota de sangre
tomada era alguien más, era el otro y también era
él mismo; la única forma de crear la paz en su ser, la
única forma de volver al origen remoto.
Asimismo se fue formando la identidad latinoamericana,
bajo mutaciones casi instantáneas, bajo la fusión de muchas
memorias.
La búsqueda de la identidad latinoamericana y
caribeña ha sido una problemática constante para los
intelectuales de estas
tierras, pues su sustancia viene predeterminada por una realidad
histórica conflictiva, abarrotada de influencias culturales
heterogéneas que se cocinaron en un espacio temporal breve,
vertiginoso, excéntrico y de ritmos autónomos; de
allí que tal búsqueda sea un acertijo difícil de
resolver, pero que como todo acertijo posee ciertas vías de
acceso y explicación. La narrativa latinoamericana
contemporánea se encuentra en esa búsqueda, y tal vez
sea ésta una de las vías más íntegras de
comprender la profunda realidad, pues no sólo se vale de los
documentos y datos
históricos sino también del imaginario social y de la
ficción; tal es el caso de una novela como Pirata, la
cual viene a situarse dentro del panorama narrativo continental
como parte de un proceso creador que surge de la larga
tradición transculturadora que ha definido, de cierto modo,
la autonomía del sistema cultural latinoamericano
y caribeño. Pirata vendría, de cierto modo, a
formar parte de la tipología elaborada por Ángel Rama
en su trabajo
Transculturación narrativa en América Latina (1982)
debido a que despliega una cosmovisión particular que a
partir de una multiplicidad de voces apunta hacia la
destrucción de las hegemonías establecidas y su
discurso
homogenizador.
Luis Britto García, valiéndose tanto de
conciencias provenientes de distintos orígenes así como
también de la conciencia autóctona,
intenta reconocer otra mirada de la conformación cultural
Latinoamericana. Es a partir de la reinserción del mito del canibalismo ritual,
practicado por los guerreros caribes, como el autor logrará
desarmar la Leyenda Negra del caníbal, utilizada como
pretexto por los colonizadores para justificar toda acción depredadora y
desproporcionada sobre las comunidades aborígenes
americanas; por otra parte revela la condición activa del
proceso transculturador al demostrar cómo altera
también a cada uno de los elementos participantes, es decir,
ofrece una dimensión universal del proceso transculturador.
Leída desde la perspectiva transculturadora propuesta por
Ángel Rama, en Pirata, y en Hugh Godwin, se observa
que se inscribe en una cosmovisión que incluye:
"…pérdidas, selecciones, redescubrimientos e
incorporaciones: Estas cuatro operaciones son concomitantes y
se resuelven todas dentro de una reestructuración general
del sistema cultural, que es la función creadora más
alta que se cumple en un proceso transculturante" (Rama, 1982:
39). Pirata viene a ofrecer, entonces, una relectura del
mito y por tanto de la historia, hecho que revalida nuevas
vías para entender a Latinoamérica y al
Caribe, y por ende admite reinterpretar y deconstruir los
procesos hegemónicos que en estos parajes se puedan haber
fundado.
En conclusión, abordar a Pirata desde la
perspectiva transculturadora propuesta por Ángel Rama,
permite reconocer cómo en ella se produce una
intrínseca comunicación entre la
conformación cultural del espacio latinoamericano y
caribeño y la relectura del presente desde el mito;
Pirata, entonces, se establece "…dentro de las
operaciones culturales que cumplen las sociedades americanas,
reconociendo sus audaces construcciones significativas y el
ingente esfuerzo por manejar auténticamente los lenguajes
simbólicos desarrollados por los hombres americanos, es un
modo de reforzar estos vertebrales conceptos de independencia, originalidad y
representatividad" (Rama. 1982: 19).
San Cristóbal, 2003
Britto García, L. (1999). Pirata.
Bogotá: Alfaguara.
Britto García, L. (2002) Señores de Caribe.
Indígenas, conquistadores y piratas en el mar colonial.
Caracas: Fundación Tradiciones Caraqueñas.
Britto García, L. Demonios de mar. En: Venezuela
Analítica [Biblioteca electrónica] Disponible:
http://
www.analtica.com/bitblioteca/britto/demonios.asp [Consulta: 2002, octubre
7]
Ortiz, F. (1978). Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. /Prólogo
y cronología: Julio Le Riverend.- Caracas: Biblioteca
Ayacucho.
Rama, A. (1982). Transculturación narrativa en
América Latina. México: Siglo XXI.
Zea, L. (1993). América Latina: largo viaje hacia
sí misma. En: Zea Leopoldo. (Comp.) Fuentes de cultura
latinoamericana. México: Fondo de Cultura
Económica.
Alexandra Alba (**)
En Revista Virtual Contexto, Vol.
8, N° 10, año 2004
(*) Este trabajo fue elaborado a partir del curso
Literatura del Caribe I, dictado
por el profesor Arnaldo E. Valero
para la V Cohorte de la Maestría de Literatura latinoamericana y
del Caribe ULA, Táchira
(**) Tesista de La Maestría en Literatura
Latinoamericana y del Caribe – Universidad de Los Andes,
Táchira