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¿"Teoría lacaniana" del duelo?




Enviado por Josafat Cuevas S.



    En un artículo previo cuestionamos la tesis que J.
    Allouch presenta en su libro
    Erótica del duelo en el tiempo de
    la muerte
    seca
    , en relación con una pretendida
    "concepción freudiana" del duelo.
    Señalábamos entonces la necesidad de avanzar en la
    problematización del lugar y función
    del objeto en la clínica del psicoanálisis; es lo que nos proponemos
    ahora, y para eso discutiremos la lectura
    lacaniana de Hamlet, tal como
    el mismo autor la aborda en su libro.

    Lacan lee a Hamlet durante las sesiones del 4 de marzo
    al 29 de abril de 1959, en el seminario El
    deseo y su interpretación
    .

    Allouch sostiene en su libro que no se trata ni "de una
    versión ni de una lectura sino
    de una interpretación lacaniana de Hamlet,
    incluyendo este término esa connotación teatral,
    artística". Señalemos que a pesar de la elegancia
    de esta afirmación, es posible mostrar, en cambio, que
    efectivamente se trata de una lectura que Lacan hace con el
    escrito del grafo, que construye y afina desde un año
    antes, durante el seminario Las formaciones del
    inconsciente
    . El 8 de enero de 1958 Lacan afirma que "fue
    construido, no lo olviden, para presentarles lo que ocurre en un
    nivel que merece el nombre de técnico, la técnica
    del chiste". Por su parte, y ligado con lo anterior, Allouch
    sostiene que Lacan habría construido el grafo para su
    "interpretación" de Hamlet.

    Veamos de cerca algunos momentos claves de esta construcción; sólo tomaremos en
    cuenta algunos elementos que nos ayudarán a ubicar el modo
    en que Lacan va a ir afinando su grafo, hasta la versión
    con la que va a leer a Hamlet. El impulso inicial lo constituye
    la línea direccional de la necesidad, que por dirigirse a
    un lugar que la antecede, el del Otro, se instaura como demanda, no
    sin la negativa de aquél:

    El siguiente momento que ubicaremos será el de la
    demanda, que empezará a formularse, dice Lacan, "a partir
    del Otro, y se refleja en primer lugar en algo que mucho antes ha
    accedido al estado de
    actividad en su discurso, a
    saber el yo (je). Este profiere la demanda para reflejarla
    en el Otro, y la demanda, por el circuito A – M, acaba como
    mensaje":

    En el otro nivel del grafo, que en realidad es un
    segundo tiempo:

    ha correspondido a la llamada al Otro, a saber, el
    objeto. Se trata del objeto admisible para el Otro, el objeto de
    lo que el Otro tiene a bien desear, en suma, el objeto
    metonímico
    . Al reflejarse en este objeto, en el tercer
    tiempo, se dirige al mensaje.

    Este mensaje está marcado, irremisiblemente, por
    un carácter de ambigüedad, de
    alienación fundamental, puesto que parte del Otro y
    conduce, por tanto, al deseo del Otro. Sobre esta base de
    ambigüedad trabaja la técnica del chiste; y entonces
    vamos a ver la cuestión del deseo en el centro de esta
    construcción de Lacan:

    El objeto del chiste es en efecto volver a evocar la
    dimensión por la que el deseo, si no recupera, por lo
    menos indica todo lo que ha perdido durante el trayecto por ese
    camino, a saber, por un lado, los desechos que ha dejado en el
    nivel de la cadena metonímica y, por otro, lo que no ha
    realizado plenamente en el nivel de la
    metáfora.

    En la sesión del 18 de diciembre de 1957,
    después de situar el lugar del Otro en su función
    resolutiva en la producción del chiste, Lacan añade:
    "voy a encontrarme con algunas condiciones especiales que no
    dejarán de ser representables en mi esquema,
    si es que puede servir de algo":

    Volvemos a encontrar la misma dirección de la intencionalidad, que pasa
    por dos momentos; Lacan los llama "sistemas": el
    sistema del
    sujeto, y el sistema del Otro. No discutiremos aquí el
    hecho de que, en este tiempo de su elaboración, y en
    relación con la técnica del Witz, Lacan
    plantee una intersubjetividad, pero dejemos indicado que ello no
    es para nada ajeno al terreno en el que Lacan viene abordando la
    cuestión del objeto, y que veremos a continuación
    es predominantemente el del registro
    imaginario.

    En el sistema del Otro encontramos los lugares del
    código a y del mensaje
    g y, en
    una relación de homología –que
    encontraremos en todos los momentos de construcción del
    grafo-, Lacan sitúa a y g , o sea, el sistema del sujeto. Más
    abajo, ubica b
    el yo (je), y b , el objeto metonímico.
    Durante el momento de la producción del chiste, el
    código y el mensaje van a coincidir en el lugar del Otro.
    Notemos que, respecto del chiste, lo que está en juego es el yo
    (je) del enunciado, cuyo correlato será
    b ,
    lugar del objeto metonímico. Lacan va a afirmar que todos
    los objetos son metonímicos. En este movimiento
    donde el código y el mensaje coinciden, va a emerger algo
    del orden del deseo, lo que Freud enuncia
    diciendo que en el chiste se encuentra una especie de
    satisfacción del deseo inconsciente; Lacan lo dice
    así, en la sesión del 8 de enero:

    este esquema se basa, pues, en la experiencia. Nos hemos
    visto en la necesidad de construirlo para explicar lo que ocurre
    en la agudeza. Lo que en ella remedia, hasta el punto de
    proporcionarnos una especie de felicidad, el fracaso de la
    comunicación del deseo por la vía del
    significante, se realiza de la forma siguiente –el Otro
    admite un mensaje como impedido, fracasado, y en este mismo
    fracaso reconoce la dimensión más
    allá
    donde se sitúa el verdadero deseo,
    es decir, aquello que debido al significante no llega a ser
    significado.

    Lacan inicia la sesión anterior, ya citada,
    diciendo:

    trataré de materializar en la pizarra lo
    que les dije la última vez (…) se refería al
    Otro, aquel dichoso Otro que, en la comunicación del Witz, vendrá
    a completar –en cierta forma a colmar- la hiancia que
    constituye la insolubilidad del deseo.

    El mecanismo de producción del chiste pone en
    juego algo del orden del deseo inconsciente, extraviado,
    podría decir Lacan, en los vericuetos del significante:
    "el hombre
    (…) está condenado, por la captura de su deseo en el
    mecanismo del lenguaje, a
    esa infinita aproximación, nunca satisfecha vinculada al
    propio mecanismo del deseo, que llamaremos simplemente la
    discursividad". Lacan va a remachar de este modo el lugar del
    deseo en el grafo del Witz:

    el camino se traza desde la palabra aquí
    condensada como mensaje hasta el Otro a quien se dirige. Es el
    tropiezo, la hiancia, el defecto del mensaje lo que el Otro
    autentifica como chiste, pero de esta forma se le restituye al
    propio sujeto como lo que constituye el complemento indispensable
    del deseo propio del chiste.

    Inmediatamente después, y para precisar
    también el lugar de ese Otro en su función
    resolutiva en la producción del chiste, Lacan va a hablar
    de "direcciones de los segmentos":

    aquí están los vectores que
    parten del yo (je) y hacia el Otro, los vectores que
    parten del mensaje hacia el Otro y hacia el objeto, porque hay
    una fuerte relación de
    simetría entre el mensaje y el yo (je) y
    asimismo centrífuga, y también centrípeta,
    entre el Otro propiamente dicho, en cuanto lugar del tesoro de
    las metonimias, y este mismo objeto metonímico, en la
    medida en que está constituido en el sistema de las
    metonimias.

    Lacan va a proponer a continuación la
    homología -de que hablamos antes-, entre algunos
    elementos del grafo:

    hemos de situar en nuestro esquema lo
    homólogo de la relación con el objeto en el
    Otro, que tomamos aquí como sujeto, por eso les
    hago otro sistema, que dibujo en
    azul. Trazo la homóloga de la línea que
    llamamos b
    b
    , relación del yo
    (je) con el objeto metonímico para el primer
    sujeto. Indicamos así una
    superposición del sistema del otro
    sujeto con respecto del primero.

    Esta homología será reiterada por Lacan en
    la versión del grafo del deseo, tal como aparecerá
    en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo
    en el inconsciente freudiano
    . La homología será
    entre las líneas de la fantasía en relación
    con el deseo, y la del yo (moi) con su imagen reflejada
    i (a).

    Después de situar mínimamente estos
    elementos del grafo del Witz; veremos ahora el modo en que
    Lacan va a leer a Hamlet con ese escrito, sin excluir que ese
    mismo escrito sea afectado con algunas precisiones surgidas de la
    misma lectura. En este sentido, la operación que Lacan
    realiza con Hamlet no se deja definir tan fácilmente. No
    podemos acordar con la afirmación sostenida por Jean
    Allouch de que Hamlet le habría permitido a Lacan
    construirlo, y tampoco podemos ignorar los diferentes momentos de
    construcción y afinación del grafo, entre los
    cuales Hamlet ocupa un lugar capital. Pero
    antes de eso, señalemos solamente que Allouch otorga a
    Hamlet el estatuto de un "caso paradigmático" del duelo en
    Lacan "si no princeps". Pero el mismo Lacan, en la
    sesión del 18 de marzo de 1959 afirma que "Hamlet no es un
    caso clínico (…) es un drama que se presenta como una
    placa giratoria en la que se presenta un deseo". No lo es
    seguramente en cuanto a la singularidad del caso, ya que el modo
    en que se ubicará el deseo en Hamlet en los momentos clave
    que Lacan va a situar, corresponden al lugar mismo del deseo en
    su articulación con la castración, que será
    correlativa de un duelo –sacrificio- del falo; o
    sea, su lugar en una estructura. El grama no escribe ni
    más ni menos que eso. Mostraremos después que se
    trata de un modo del duelo, al tiempo que
    discutiremos la afirmación, repetidas veces sostenida por
    J. Allouch, de que ello implicaría un paradigma de
    todo duelo. Pero entonces…¿qué alcance tiene su
    formulación de que Hamlet sería un caso
    "paradigmático"? ¿Puede haber un paradigma del
    duelo? Sostenemos desde ahora que no. En lo que sigue
    desplegaremos esta cuestión.

    Retomemos primero el hecho de que Lacan insiste, desde
    el principio, que Hamlet es la tragedia del deseo.
    Eso es lo que según él constituye el lugar capital
    que esta pieza de Shakespeare ha
    tenido para nosotros; el punto que cierra la interrogación
    que el grafo escribe es justamente la fórmula de la
    fantasía $¯ a que se ubica en
    la misma línea que el deseo, y le da su
    soporte:

    A lo largo de las sesiones del seminario sobre Las
    formaciones del inconsciente
    , y también, por supuesto,
    en El deseo y su interpretación, Lacan va a ir
    afinando su esquema, y tomándolo para escribir diferentes
    relaciones y ubicaciones de los elementos puestos en juego. Por
    ejemplo, durante gran parte de las sesiones dedicadas al grafo
    del Witz, encontramos al yo (je) en la parte
    inferior derecha, y en la sesión del 14 de mayo de 1958,
    unas pocas semanas antes de concluir el seminario, el je
    será sustituido por el moi, con lo que
    empezará a mostrarse más claramente la
    relación del grafo con el esquema óptico del
    "ramillete invertido". No obstante, la afinación aludida
    no terminará ahí; durante todo el trabajo con
    Hamlet el moi permanecerá en el lado derecho del
    esquema, pero cuando aparezca la versión final en
    Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en
    el inconsciente freudiano
    , este moi será
    desplazado del lado izquierdo, y en su lugar anterior será
    ubicado i(a), imagen del otro, lo que indicará, de un modo
    más consistente y en la misma dirección del esquema
    óptico, la antecedencia de la imagen del otro en la
    conformación del yo.

    Sin embargo, un estudio más detallado de los
    diferentes momentos de conformación del grafo
    implicaría un establecimiento muy cuidadoso de los
    seminarios que nos ocupan.

    Antes de desplegar el modo en que Lacan va a proceder,
    miremos un poco más de cerca lo que Allouch escribe:
    "Lacan va a intentar, a partir de una versión renovada del
    duelo, esclarecer la relación de objeto". Sostendremos
    más bien que el abordaje y la interrogación sobre
    este punto que había emprendido dos años antes en
    el seminario La relación de objeto, va a continuar
    con Hamlet, y es entonces que Lacan se va a encontrar, a
    lo más, con una función específica del
    duelo. Veremos que Allouch va a oscilar -de la misma manera en
    que antes lo hizo respecto al estatuto del "trabajo del
    duelo" en Freud-, ahora en el sentido de hablar de una
    "versión renovada" del duelo, e incluso sostener la
    existencia de una "teoría lacaniana" del duelo. Esa
    oscilación, a nuestro juicio tiene por lo menos una doble
    faz; la primera, que hay que dar todo su peso a lo que ya se
    apuntó: que Lacan no encara directamente al duelo, sino al
    objeto. Y la otra, que no hay, ni puede haber, una
    "teoría", ni lacaniana ni freudiana, del duelo. Y eso por
    una razón de estructura: no
    hay, no puede haber, en el campo del psicoanálisis, una
    teoría de la singularidad; el duelo se inscribe en el
    ámbito de lo radicalmente singular. No así
    en lo que toca a la estructuración del deseo en su
    relación ineludible con el objeto; ese objeto que Lacan
    está delimitando en sus correlatos de imagen especular.
    Dicho de otro modo, la cuestión de la constitución de un objeto total, desde una
    perspectiva no genética,
    sino sostenida a partir de la antecedencia de la imagen
    especular. Será éste y no otro el objeto que vamos
    a encontrar en la fórmula de la fantasía. Veremos
    enseguida el modo en que el grafo y la lectura de Hamlet escriben
    este hecho de estructura. Este es el núcleo del trabajo de
    Lacan en este momento, y para nada una supuesta "versión
    renovada" del duelo. En todo caso, se puede sostener que lo que
    aquí anuda Lacan es la cuestión central del falo en
    la dialéctica del deseo, cuyo necesario sacrificio
    simbólico implica su duelo por parte del sujeto, y por
    ello la castración. Pero de esto no se sigue, ni mucho
    menos, que la escritura del
    grafo y la lectura de Hamlet alcancen para cernir la
    radical singularidad del problema clínico del duelo, que
    justamente tiene que ver con el
    amor-repetición, y no con la cuestión del deseo
    enganchado a la imagen, que estaría ubicado en la
    dimensión del amor
    narcisista, en el registro imaginario a – i(a). Por eso
    proponemos que es preciso distinguir este objeto especular,
    construido sobre la propia imagen -en el que después Lacan
    ubicará el j –, del objeto radicalmente
    singular del amor. Por supuesto que la cuestión de la
    singularización del objeto a que Lacan va a
    articular en el seminario L’angoisse, implica la
    posibilidad de un punto de partida, siempre y cuando no se olvide
    que dicho objeto será definido como objeto causa de
    deseo
    ; es decir, tampoco ahí apuntamos directamente a
    la cuestión del amor, pero sí tal vez en la
    dirección adecuada, en cuanto implica un punto de
    singularización. De cualquier modo, esa
    singularización es preciso literalizarla en
    cada caso, lo que Allouch propone respecto del duelo, que
    según él siempre implica al significante
    fálico, lo cual es decir mucho y también muy
    poco.

    Comentando el pasaje donde Lacan sitúa al duelo
    en las antípodas de la forclusión, dice
    Allouch que "el significante forcluido del simbólico debe
    determinarse en cada caso (…) mientras que, en el duelo, es por
    cierto igualmente particular en cada caso, literalizado, pero sin
    embargo, sea cual sea esa literalidad, se tratará siempre
    del significante fálico (como tal, velado)". Estamos
    aquí de lleno en una formulación de orden
    estructural que, como hemos afirmado, difícilmente puede
    dar cuenta de la problemática clínica del duelo.
    Pero no sólo eso; el mismo autor se pregunta:

    ¿pero por qué debería ahora y
    siempre no tratarse sino del falo? ¿Por qué, en ese
    lugar de sufrimiento extremo, ese pansexualismo? (…) La
    razón obedece al estatuto específico del
    significante fálico en el simbólico, y Lacan
    regresa a ello: la pérdida del falo, experimentada como
    tal, es el desenlace mismo del rodeo hecho de toda la
    relación del sujeto con lo que pasa en el lugar del Otro,
    es decir, en el campo organizado de la relación
    simbólica en la cual ha comenzado a expresarse su
    exigencia de amor. Está al final, y su
    pérdida, en ese asunto, es radical.

    Ubicamos aquí un punto culminante, tanto de la
    propuesta de Allouch, como del mismo Lacan, aunque en éste
    no hacemos sino reencontrar los términos que ya ha
    enunciado antes; lo que cuestionamos es la pretensión de
    Allouch de promover una "versión renovada" del duelo,
    basado en este desarrollo de
    aquél. El significante fálico, al que el sujeto
    debe renunciar ("sacrificar") en su demanda de amor dirigida al
    Otro, pues éste no puede –por su propia falta-
    responder, no hace sino situar un aspecto de la
    cuestión. Cuando sostenemos que la radical singularidad de
    la cuestión del duelo debe ser abordada, no desde el sesgo
    del deseo, sino del amor, no apuntamos a esta "demanda de amor"
    dirigida al Otro, que se sostiene desde una dimensión
    narcisista (cuyo origen quizá se encuentra en la
    fundamental indefensión del infante frente al Otro), sino
    al registro del amor tal como el mismo Lacan lo apunta, aunque en
    ocasiones más bien raras, hay que decirlo. El amor no como
    pasión imaginaria –enganchada como tal al
    narcisismo- sino como don activo, que apunta al ser del otro,
    "más allá de lo que parece ser". Lacan ubica esta
    posibilidad en el registro simbólico; pero no puede
    desligarse su formulación de ese momento, de la referencia
    al célebre texto de M.
    Mauss sobre el don.

    Para poder empezar
    a desplegar mínimamente esta vertiente, es preciso
    despegarnos un poco de cierta pregnancia que en Lacan adquirieron
    varios de sus términos: el del deseo en primer lugar. La
    primacía del simbólico, y por tanto del lugar del
    falo, es otro asunto que en este momento del recorrido de Lacan
    tiene un enorme peso; eso oscurece y dificulta la posibilidad de
    abordar algunas cuestiones desde otras ópticas. Pensamos
    que el amor es una de ellas, no menor en el tema del duelo.
    Pareciera que toda la discusión sobre este tema se centra
    en el objeto de deseo. Planteamos que ello implica una
    reducción insostenible, que deja fuera del campo, casi
    intocado, el problema del duelo. Que del deseo pueda pasarse al
    amor, es sin duda una posibilidad, pero ello no excluye que
    encontremos, en la clínica del psicoanálisis,
    objetos de amor que no se instauren ahí por esa
    única vía.

    La fuerza de esa
    pregnancia se expresa claramente en la continuación de la
    argumentación de Allouch; a propósito de la escena
    del duelo en la tumba, dice que:

    confrontado con el agujero en el real que es para
    él (y no para Laertes, de ahí la pelea) la
    muerte de
    Ofelia, Hamlet, que rechazaba hasta entonces a Ofelia en cuanto
    falo, se halla convocando a ese falo como susceptible de llenar
    ese agujero".

    Aquí no sólo constatamos que Allouch
    retoma, sin detenerse suficientemente, algunas afirmaciones de
    Lacan, sino que abiertamente propone algo totalmente
    cuestionable, pues en una nota a pie de página se apoya en
    una afirmación de G. Gorer, según la cual "muy a
    menudo la muerte de un hermano o de una hermana está entre
    las que menos afectan". Al margen de que, difícilmente la
    expresión "muy a menudo" pueda ayudar a avanzar en la
    problematización clínica del lugar del duelo, queda
    la afirmación que ya hemos sostenido: no puede haber un
    "paradigma" del duelo. ¿Por qué estaría
    excluido –casi por principio- que también para
    Laertes se hubiera producido un "agujero en el real" por la
    muerte de su hermana Ofelia? Pareciera que nos enfrentamos
    aquí con una nueva prescriptiva, tan perniciosa como la
    que el mismo Allouch denuncia. Basta remitirnos a Antígona
    para encontrar rotundamente desmentida esa pretensión:
    para ella "puede sustituirse un padre, una madre, pero no
    un hermano". Que esa afirmación, hija del dolor de
    Antígona, pueda ser discutida -y aún discutible,
    pues ¿cómo "sustituirlos"?- no resuelve la
    cuestión. En todo caso, confirma, por otro sesgo, lo que
    venimos sosteniendo: para Antígona su hermano muerto es un
    objeto de amor único e insustituible, al modo en que
    Laertes puede llorar a su hermana Ofelia, y cuyo lugar no se
    sostiene del mismo modo en que Lacan articula el lugar de Ofelia
    para Hamlet.

    Allouch hace un recuento de los diversos momentos en
    que, por esa época, Lacan aborda la cuestión del
    falo: El seminario El deseo y su interpretación, El
    texto Observación sobre el informe de Daniel
    Lagache
    , y Subversión del sujeto y
    dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano
    , y
    se pregunta "¿habrá sido la interpretación
    de Hamlet el lugar inaugural de esa puesta en evidencia
    del sacrificio del falo?" Tal vez sí, pero esa misma
    constatación, en caso de afirmarla, nos lleva a
    puntualizar, al mismo tiempo, sus límites:
    el de ser un caso del duelo, el sacrificio del falo en la
    instauración del deseo – no sin pasar por la
    castración, ubicada en el simbólico-. Allouch se
    sorprende de que en un texto contemporáneo no aparezca la
    cuestión de su sacrificio:

    no se trata sobre sacrificio del falo en La
    significación del falo
    , y tampoco sobre un precio
    fálico que pagar. En esa fecha, 13 de julio de 1958, Lacan
    probablemente todavía no había concebido la
    noción de un sacrificio del falo. Ese texto hace incluso
    difícilmente pensable tal sacrificio, en la medida en que
    le otorga al falo un estatuto de significante del
    deseo".

    Totalmente de acuerdo y ello circunscribe a la vez los
    términos de nuestra discusión: el duelo por el falo
    es una operación, correlativa de la castración, que
    coloca al sujeto en una estructura imaginaria que implica al
    deseo, al tiempo que sitúa en un lugar correlativo al del
    sujeto, un objeto metonímico:
    $¯
    a
    .

    Veremos después el modo en que Lacan articula
    estos elementos en su grafo, pero ahora volvamos con Allouch,
    quien inicia ubicando –aquí correctamente a nuestro
    juicio- que un punto central de la cuestión del duelo en
    Freud tiene que ver con la identificación. Lacan lo
    había apuntado certeramente, y Allouch lo retoma en el
    sentido de distinguir identificación de
    incorporación, cuyo resultado va a ser la
    asimilación del objeto en el yo (al modo de la
    ingestión canibalística); esa parte del yo va a
    recibir, según Freud, los reproches y el odio de otra
    parte diferenciada, a título de super-yo, o bien
    producirse una inversión paranoica en la que ese objeto se
    va a convertir en perseguidor. Resulta muy curioso que Freud
    nunca se refiera a nada que tenga que ver con el amor en la
    retención del objeto en el yo del melancólico.
    Sólo habla del odio; tal vez es su manera de intentar
    ubicar el costado de pulsión mortífera ligada con
    la imagen del yo, lo que Lacan articulará mucho más
    precisamente con su Estadio del espejo, en un momento
    posterior a la identificación resolutiva de la
    imagen.

    Aunque no desplegaremos más por ahora este punto,
    reconozcamos que puede decirse como de hecho hacen Lacan y
    Allouch, que en Freud no están suficientemente dilucidados
    ambos modos de identificación, lo que es correlativo de su
    insuficiente distinción Ideal-Ich e
    Ich-Ideal. Es bastante sabido que al tiempo que Lacan
    aborda el problema de la identificación, avanza en su
    distinción repartiendo el yo ideal en el registro
    imaginario y el ideal del yo en el simbólico. Su esquema
    óptico, si algo escribe, es esa necesaria
    repartición.

    En este punto suspenderemos la referencia directa al
    texto de Allouch, al tiempo que sugerimos su atenta lectura, con
    el objeto de que se ubiquen mejor los puntos que retoma de los
    despliegues de Lacan que ahora seguiremos en su
    articulación del grafo y su lectura de Hamlet.
    Veremos que ambas –en su homología- darán
    cuenta de la estructuración del deseo en "la distancia
    entre los registros
    imaginario y simbólico".

    Lacan inicia la sesión del 4 de marzo de 1959
    regresando al análisis que venía haciendo del
    sueño de un paciente de Ella Sharpe, y pregunta:
    "¿Qué quiere este sujeto? Como lo enseña la
    doctrina desde siempre, quiere mantener el falo de la madre.
    Niega, rechaza la castración del Otro, lo que expresa
    diciendo que no quiere perder su dama". Inmediatamente
    después se va a referir al to be or not to be de
    Hamlet, y durante varias sesiones se ocupará de mostrar
    que la cuestión, para el danés, es la de ser o
    no ser
    el falo. Un poco más tarde dice: "Mediante el
    análisis de Hamlet creo poder reforzar nuestra
    elaboración del complejo de
    castración
    ". Lacan articulará aquí la
    cuestión del deseo en Hamlet, a partir del duelo por el
    falo. Pero mostraremos que, ni la lectura singular de Hamlet, ni
    la escritura topológica del grafo –que
    ubicará la cuestión del deseo soportado por la
    fantasía, que escribe la relación del sujeto
    deseante, en tanto que castrado, con el objeto de deseo, en su
    dependencia significante- dan cuenta del problema clínico
    del duelo en su radical singularidad. Podemos decir que Hamlet es
    una ilustración, muy articulada, de un
    modo del duelo, el del falo, y aún esto
    podría ser discutido con la propuesta de que la
    posición de Hamlet no deja de ser la de un
    melancólico, en tanto que al final se revela su
    identificación con el objeto-falo caído, lo que de
    pasada permite mantener la valiosísima indicación
    de Freud de que en la base de la melancolía se encuentra
    una elección narcisista de objeto; volveremos sobre
    esto.

    Resulta sugerente comprobar que Lacan se va a referir a
    Hamlet recordando que Freud lo había traído a
    colación a partir de la primera vez que se refiere al
    complejo de Edipo, y esto a propósito del sueño de
    la muerte del padre tal como aparece en la Traumdeutung, y
    añade:

    Nuestro esquema figuraba dos líneas de
    intersubjetividad
    superpuestas. A él no
    sabía
    , lo habíamos ubicado en la línea
    de la posición del sujeto, por cuanto el padre, evocado
    como inconsciente por el soñante, encarna el inconsciente
    mismo del sujeto. ¿Del sujeto inconsciente de qué?
    De su anhelo edípico, de su anhelo de muerte contra el
    padre (…) en la imagen del sueño, bajo esta forma de que
    el padre no sabe –no sabe, dice absurdamente el
    sueño- que estaba muerto y Lacan concluye,
    siguiendo a Freud, estaba muerto, según su anhelo.
    De este pasaje retendremos dos cosas: la dimensión de
    absurdo del sueño, que lo emparenta con el Witz,
    además de poner en juego, de nuevo, la intersubjetividad,
    y la cuestión del anhelo que aquí y también
    en la estructura del chiste, apunta al deseo. El esquema que
    Lacan escribe es:

    Lacan va a establecer -en un punto específico y
    en otra dirección que la de Freud y la tradición
    psicoanalítica, en la que Jones ocupa un lugar
    privilegiado-, una diferencia radical entre Hamlet y Edipo. O
    más bien va a marcar una modulación
    temporal: al principio de la tragedia Edipo no sabe que a
    quien mata en el cruce de caminos es a su padre; después
    sabrá todo: resolverá el enigma de la esfinge y
    conocerá, en el sentido bíblico, a su
    madre:

    el pecado de Edipo es saber, pero al principio
    no. En cambio Hamlet sabe, porque su padre sabe. Primera
    hebra –dice Lacan- acá el padre sabe muy bien que
    está muerto, muerto según el anhelo de aquél
    que quería tomar su lugar, a saber, Claudio, su
    hermano.

    Lo dicho hasta aquí lo va a conducir al hecho de
    que: "Esta es una primera diferencia… con la fabulación
    fundamental del drama de Edipo. Porque Edipo, en cuanto a
    él, no sabe. Y cuando llega a saber, se desencadena
    el drama que va hasta su autocastigo". En cuanto al crimen
    edípico, Edipo lo realiza en la inconsciencia de su acto
    mientras que para Hamlet el crimen es sabido. El padre
    ghost– lo devela.

    Inmediatamente después vamos a toparnos con otra
    homología indicada por Lacan: "nuestro método
    consiste en comparar las hebras homólogas de la
    estructura en las dos fases, la de Edipo y la de Hamlet" y
    concluye: "Sólo se habla de articulación en el
    mundo porque está el significante. Sin el significante, no
    hay más que continuo o discontinuo, pero no
    articulación". Veremos enseguida que la primacía
    otorgada al significante, patente en ésta y en muchas
    otras formulaciones de Lacan en esta época, y que
    atraviesa de cabo a rabo la escritura del grafo –y no
    sólo en su parte "superior" como afirma Allouch- es el
    límite mismo del grafo, que dará cuenta de un hecho
    de estructura, y NO de la singularidad de un caso. Hamlet
    servirá a Lacan para mostrar un hecho de estructura del
    deseo de Hamlet en su dependencia significante. Sigue Lacan:
    "Sobre la línea de arriba en lugar de él no
    sabía
    pongamos él sabía que estaba
    muerto
    . Y la conclusión esperada: "Estaba muerto
    según el anhelo (deseo) asesino que lo llevó a la
    tumba.

    Lacan va a abordar la dificultad de Hamlet para actuar,
    desde un doble sesgo: el de la demanda incondicional del Otro
    (ghost) que él tomará como un designio, y el
    de su deseo en su dependencia con el deseo del otro. Sigamos
    ésta segunda vía; dice Lacan "hay algo en el deseo
    de Hamlet que no va" y continúa con la cuestión del
    objeto:

    ¿cuál es el objeto consciente del deseo de
    Hamlet?… tenemos como un barómetro de la posición
    de Hamlet en relación al deseo, lo tenemos del modo
    más evidente bajo la forma del personaje de
    Ofelia.

    Lacan va a hablar aquí del drama del objeto
    femenino que en Hamlet está ligado con el horror de la
    femineidad, lo que lo llevará al rechazo de Ofelia. Se va
    a producir -dice Lacan- un dislocamiento del deseo de Hamlet,
    dislocamiento correlativo al del grafo en su función
    normativa (también homólogo al que Lacan
    había planteado en el momento de producción del
    Witz). Este dislocamiento del deseo de Hamlet se liga con
    la deposición –"consentimiento" dice Lacan- de su
    deseo frente al deseo de su madre. Implica también
    un desmembramiento de los términos de la fantasía,
    y amenaza incluso con el colapso de toda la estructura del grafo
    mismo. De este modo, añade: "Con lo que Hamlet se enfrenta
    y se pelea es con un deseo (…) este deseo está muy lejos
    del suyo. No es el deseo por su madre, es el deseo de
    su madre
    ". Vemos ya aquí, soportadas, una en la otra,
    las cuestiones del deseo y del objeto, y los efectos sobre esta
    estructura –imaginaria como tal- de la otra estructura: la
    de la demanda, simbólica, escrita por el
    significante.

    Y después viene el punto de cierre de Lacan en
    esa sesión:

    Para concluir hoy, voy a mostrarles la
    relación de lo que estoy articulando, con el grafo.
    El discurso elemental de la demanda somete la necesidad del
    sujeto al consentimiento, al capricho, a lo arbitrario del Otro
    como tal y estructura así la tensión y la
    intención humana en la fragmentación significante.
    Más allá de esta primera relación con el
    Otro, para el sujeto se trata de encontrar en este discurso que
    lo modela, en este discurso ya estructurado, su feel, su
    propia voluntad

    Curiosa manera de Lacan de referirse a lo que obviamente
    es el deseo:

    Su propia voluntad es primeramente lo más
    problemático, a saber, lo que desea verdaderamente.
    Más allá de las necesidades de la demanda que
    fragmenta y fractura al sujeto, más allá de la
    relación con el Otro, el hallazgo del deseo en su
    carácter ingenuo, es el problema ante el cual –en el
    análisis- nos enfrentamos. La interrogación
    del sujeto acerca de lo que quiere, es la que dibuja mi
    signo gancho interrogativo.

    Vimos antes que, en el grafo del Witz, en el
    momento de producción del chiste, Lacan ubica la
    formulación de Freud en el sentido de que algo del orden
    del deseo inconsciente se va a expresar; y veremos a
    continuación que, en cuanto al deseo de Hamlet, Lacan
    hará otro tanto, ubicándolo en el grafo, en un
    primer momento como dislocación de ese deseo y, en un
    momento resolutivo, su recomposición.

    El piso superior del grafo inscribe una cadena
    significante que Lacan define como inconsciente y que sostiene
    esa interrogación (línea punteada del grafo). En la
    parte derecha, lugar del código se ubica también la
    demanda del sujeto $¯ D. Más
    allá del Otro Lacan sitúa la interrogación
    del sujeto; esa línea, continua, es "consciente o
    pre-consciente", pertenece al "sistema de la
    personalidad". Y Lacan se pregunta:

    ¿Qué nos indica acá el grafo? Que
    en alguna parte sobre la línea intencional se sitúa
    la x que es el deseo. Este deseo está en
    relación con algo que debe ubicarse sobre la línea
    de retorno, frente a la primera línea. Esta
    relación es homóloga a la relación
    del yo con la imagen. El grafo nos enseña que el deseo,
    flotando ahí en alguna parte pero siempre en el más
    allá del Otro, está sometido a cierta
    regulación, fijado a cierta altura, determinado por algo
    que se delinea mediante una línea de retorno del
    código de lo inconsciente en dirección al mensaje
    de lo inconsciente sobre el plano imaginario

    Continuemos con la pregunta de Lacan:

    ¿En que sentido se produce el circuito de la
    formación del deseo al nivel de lo inconsciente? El
    circuito punteado, dicho de otro modo, inconsciente, empieza
    aquí, pasa al nivel del mensaje inconsciente S (A),
    va al nivel del código inconsciente,
    $¯
    D
    , luego vuelve en dirección del
    deseo y de ahí va hacia la fantasía. Esta
    vía es una vía de retorno en relación a lo
    inconsciente –si observan cómo está hecho el
    grafo, verán que acá, el trazo no tiene
    retorno.

    Lo que va a marcar el punto de cierre del "gancho
    interrogativo" del grama va a ser la pregunta por el deseo del
    sujeto; recordemos solamente que Lacan va a referirse aquí
    a la imagen de Cazotte en El diablo enamorado para
    materializar esa pregunta dirigida al Otro: Che
    vuoi?

    Es esta cuestión la que lleva a Lacan a la escena
    de Hamlet en su diálogo
    con Gertrudis, en su alcoba; El consentimiento del
    príncipe al deseo de su madre hará decir a Lacan
    que es un momento en el que su fórmula "el deseo del
    hombre es el
    deseo del Otro" aparece del modo más acabado, anulando al
    sujeto. También aquí Hamlet va a ilustrar una
    formulación de estructura, por cierto ya antigua en boca
    de Lacan, quien va a ubicar a continuación el movimiento
    de esa escena en el grafo:

    la invocación del sujeto más allá
    del Otro intenta alcanzar el nivel del código de la
    ley y decae.
    No se encuentra él mismo con su propio deseo porque ya no
    tiene deseo, en tanto Ofelia fue rechazada por él. Para
    graficarlo, todo ocurre como si la vía de retorno
    volviera a llevarlo pura y simplemente a la articulación
    del Otro, como si no pudiese recibir otro mensaje que el
    significado del Otro, a saber, la respuesta de la madre, yo soy
    lo que soy, no hay nada que hacer conmigo, soy una verdadera
    genital (…) yo, al duelo no lo conozco.

    Después de señalar que en el drama de
    Hamlet no se trata sino del objeto, en el sentido en que, al ser
    el drama del deseo, hay un objeto digno y uno que no lo es,
    añade que:

    vemos entrar el problema del objeto por intermedio
    del problema del duelo
    , lo que quizá nos permita
    agregar alguna articulación a lo que Freud nos aporta en
    Trauer und Melancholie. Se nos dice que el duelo tiene
    lugar en razón de una introyección del objeto
    perdido. Pero, para que el objeto sea introyectado, existe una
    condición previa y es que esté constituido en tanto
    objeto. ¿Cómo llega el objeto a estar constituido
    como tal? Esta pregunta quizás no esté pura y
    simplemente ligada a las etapas instintivas, como se nos dice.
    Ahí estamos en lo medular del problema.

    La lectura que venimos haciendo apunta todo el tiempo a
    sostener que esa constitución tiene que ver, desde
    diversas perspectivas, con la identificación especular,
    que correlativamente instaura la imagen del yo y el objeto en el
    mismo lugar i(a).

    Después de este pasaje Lacan vuelve a referirse a
    la inhibición de Hamlet para actuar y es entonces cuando
    -a nuestro juicio-, enuncia aquello que constituye el
    núcleo de su lectura: Hamlet podrá salir de su
    parálisis por una especie de identificación
    especular con Laertes, hermano de Ofelia: "¿Por qué
    Hamlet fue a meterse ahí? Porque no pudo soportar ver a
    otro que no sea él mismo alardeando, exhibiendo un duelo
    desbordante". Aquí Lacan reitera que el problema es el
    deseo y su objeto y que abordar esta cuestión, central,
    tal vez arroje alguna luz sobre el tema
    del duelo. Señalemos primero que el duelo que aquí
    se pone en juego es el del falo, pues según Lacan no hay
    otro modo de que éste cumpla su función de
    inscribir la castración del sujeto, por la que
    quedará marcado como deseante. Pero tendremos que precisar
    también que esta articulación capital no agota, ni
    con mucho, la vasta y compleja cuestión clínica del
    duelo.

    ¿Qué es entonces este duelo del falo?
    Quizá después de desplegar este punto podamos
    sostener una pregunta que el mismo Allouch avanza en su texto,
    pero que después queda perimida en su afán de
    demostrar la "versión renovada" del duelo en Lacan:
    habría una pluralidad de duelos (cfr.
    Sesión 29 de abril, 1959, p.115, Lacan oral), y no
    únicamente el duelo por el falo, elevado subrepticiamente
    al "estatuto" de paradigma del duelo. Allouch cuestiona a E.
    Laurent por pretender que hay en Lacan una teoría de la
    melancolía, si bien dispersa y señalada en varios
    momentos de su enseñanza; pues bien, veremos que el propio
    Allouch hace otro tanto con la cuestión del duelo. A
    nuestro juicio él apunta correctamente al inicio, cuando
    nos recuerda que la pregunta capital para Lacan tiene que ver con
    el problema de la constitución del objeto.
    ¿De qué objeto se trata? En la época del
    grama y de la lectura de Hamlet, Lacan está ubicando el
    lugar del objeto total, imagen del otro i(a), en el nudo del
    registro imaginario. Todo su despliegue de ese momento lo
    muestra; por
    ejemplo, en la sesión del 15 de enero de 1958 afirma:
    "para resumirles mi seminario del año pasado (La
    relación de objeto
    ), es pura estupidez poner en el
    centro de la relación de objeto el objeto parcial".
    Estamos todavía lejos de la invención del objeto
    a, en el seminario sobre la angustia, uno de cuyos
    soportes será precisamente ese objeto parcial. Sigamos por
    ahora con la lectura de Hamlet, para mostrar de qué objeto
    se trata ahí.

    Lacan llega a la escena que considera clave en el
    desarrollo dramático: la del duelo con Laertes en el fondo
    de la tumba. Es la que marca el momento
    del levantamiento de la procrastinación de Hamlet,
    correlativo de su reubicación como deseante y de una
    recomposición de la estructura de su fantasía. En
    la tumba de Ofelia, Hamlet y Laertes están enzarzados en
    un duelo a muerte; el resorte de este enfrentamiento es el
    hecho de que aquél no puede soportar a éste otro,
    su semejante especular, ubicado como tal en el eje ai(a),
    ostentando un duelo por alguien del cual él
    mismo tendría que gritar el dolor de su ausencia.
    Encontramos aquí una contundente confirmación, por
    parte de Lacan, acerca de la estructura profundamente imaginaria
    del deseo y su relación con un objeto. La fórmula
    de la fantasía se lee $¯
    a
    : sujeto barrado en
    relación con un objeto de deseo. El deseo de Hamlet
    se "recompone" por su identificación con Laertes,
    que pone en acto todo lo que Lacan articula de lucha especular
    mortífera. Que Hamlet caiga con el objeto vuelto a ubicar
    en el lugar de objeto de su deseo, nos indica tal vez la
    pertinencia de hablar de melancolía en cuanto a su
    posición.

    Veamos ahora cómo llega Lacan a esa última
    escena:

    ¿Por qué Hamlet fue a meterse ahí?
    Porque no pudo soportar ver a otro que no sea él mismo
    alardeando, exhibiendo un duelo desbordante (…) él lo
    dice: no puede soportar que fanfarroneara tanto con su duelo.
    Dicho de otro modo, es por la vía del duelo que
    Hamlet es hombre. A este duelo lo asume en una relación
    homóloga a la relación narcisística
    del yo y de la imagen del otro, en el momento en que se le
    representa en otro la relación pasional de un
    sujeto con un objeto que no se ve pero que está en el
    fondo del cuadro. Este objeto que de pronto lo engancha
    después de haber sido rechazado a causa de la
    mixión de los objetos.

    Esa insistente "homología" que aparece muchas
    veces cuando Lacan despliega el grafo, aparece de nuevo
    aquí. La relación de la fantasía con el
    objeto es homóloga de la línea que va del yo
    (moi) a la imagen reflejada del otro. Resulta claro que
    aquí está el nudo de la lectura de Lacan, el papel
    capital de la identificación de Hamlet con Laertes,
    cuya consecuencia será la recomposición de su deseo
    y el levantamiento de su inhibición para actuar; pero ello
    deja en la sombra una serie de cuestiones no menos importantes en
    relación directa con el problema del duelo. Pareciera que
    el estatuto pasional de ese objeto fuese el mismo para el
    hermano que para el amante. Se abre aquí una pregunta que
    por ahora dejaremos para retomarla después.

    Esa "mixión" de objetos marca la posición
    de Hamlet desde el momento en que, muy al inicio de la pieza,
    rechaza a Ofelia de su lugar de objeto. Hay algo en la estructura
    imaginaria de Hamlet que de este modo queda afectado de manera
    esencial. No será hasta esa última escena que se va
    a producir una recomposición de las vías de
    su deseo.

    Hamlet le viene a Lacan como anillo al dedo para
    mostrar, de una manera privilegiada, el funcionamiento de la
    estructura del deseo, imaginaria como tal. Después de
    preguntarse si el deseo de Hamlet se sostiene desde una vertiente
    histérica u obsesiva, y de señalar que en todo caso
    desde ambas, ya que es una única y misma estructura del
    deseo, Lacan afirma que Laertes está ahí
    como:

    soporte hacia el cual Hamlet se arroja en un abrazo
    apasionado y del que sale literalmente otro. El grito de Hamlet
    acompañado por sus comentarios muestra que es el momento
    en el que vuelve a captar su deseo. Y es el punto hacia el que
    son atraídas todas las avenidas de la articulación
    de la obra. Hamlet. (…) En verdad Hamlet es los dos. Es pura y
    simplemente el lugar de este deseo. Hamlet no es un
    caso clínico
    .

    En otro lugar dice Lacan: "(Hamlet) es un drama
    que se presenta como una placa giratoria en la que se
    sitúa un deseo": ¿qué mejor imagen para el
    grama mismo?

    Continuemos pues; en la siguiente sesión, del 8
    de abril de 1959, Lacan enuncia:

    cuando este año los introduje al grama como a la
    clave del problema del deseo, empecé, y no por casualidad,
    recordando el sueño muy simple en el que el padre muerto
    aparece. Y anoté en la línea superior, la
    línea de enunciación: él no
    sabía
    .

    Este él no sabía va a ser uno de
    los lugares donde Lacan escribe la barra que localiza el
    significante de la falta en el Otro, incapaz de responder a
    Hamlet acerca de la verdad de su deseo; y esa barra tacha al
    sujeto (en el inicio de la línea intencional de la
    necesidad y en la fórmula de la fantasía) y
    también al Otro: A, como deíctico del
    falo:

    les hice este pequeño grama con el
    objetivo de
    que no pierdan el rumbo. Lo hice con todo el cuidado que pude y
    ciertamente, no para aumentar vuestras dificultades. Al
    significante oculto, aquél del que el Otro no dispone, y
    que justamente les concierne, pueden reconocerlo dondequiera
    que está la barra
    .

    Lacan habla en este punto de un imbordeable sacrificio
    del falo. Que el sujeto tenga que pasar por ese sacrificio,
    pagando en deuda con su propio cuerpo (aunque sea una libra) al
    Otro, eso se escribirá con la barra, significante oculto
    de lo que el Otro también pierde:

    Es el mismo que ponen en juego en tanto ustedes, pobres
    tontos, desde que nacieron están capturados en este
    dichoso asunto del logos. Es esa parte de ustedes que
    resulta sacrificada, ahí adentro, no sacrificada
    físicamente o realmente, sino simbólicamente. Esta
    parte de ustedes que tomó función significante, hay
    una sola, es la función enigmática que llamamos el
    falo.

    Encontramos aquí esa absoluta supremacía
    del registro simbólico sobre el imaginario, es decir del
    significante sobre el deseo; en este mismo lugar ubicamos
    también los límites del grama, cuya
    primacía simbólica se expresa no sólo en la
    parte superior –como ya se dijo-, sino en todo el grafo: La
    $ está al inicio del recorrido, que se sostiene por el
    punto de llegada –pero lógicamente anterior-, de I
    (A), lugar del ideal del yo, estructurante de ese mismo
    simbólico. Mostraremos que esa primacía del
    significante va a implicar también el límite de la
    posibilidad del grafo –y también de Hamlet- de
    articular algo de lo radicalmente singular del amor, único
    registro para nosotros desde el que puede abordarse el problema
    del duelo. Sostendremos, siguiendo algunos planteamientos ya
    realizados, que Hamlet y el grafo nos ayudarán a intentar
    establecer una diferencia de estructura entre el deseo y el amor.
    O más bien, a mostrar que Lacan, lejos de fundar una
    "versión renovada" del duelo, va a dar cuenta, por su
    localización en una estructura, del deseo en su
    relación con un objeto, ubicados ambos en el registro
    imaginario, o al menos, más próximos a él,
    dada su homología.

    Nos aproximamos con esto a la conclusión de que
    Lacan no da cuenta con Hamlet, sino de un modo del duelo:
    el duelo por el falo, estructural en cada sujeto.
    ¿Cómo poder dar cuenta desde esa generalidad propia
    de la estructura, de un hecho singular de duelo?
    Máxime cuando propusimos retener la idea de una
    pluralidad de duelos. Avanzaremos otra hipótesis: además de esa pluralidad,
    o más bien en ella, mostraremos que el caso del duelo por
    el falo no recubre el terreno clínico del duelo. No todo
    objeto perdido necesariamente ocupa el lugar del falo, que
    j ocupe el lugar de
    a en el caso de Hamlet no excluye que, en otros
    casos, el objeto y j
    no estén en el mismo lugar. Queda también
    otro gran problema que apuntaremos después para concluir
    con este escrito: el a que escribe el lugar del objeto en
    la lectura de Hamlet, NO es el objeto a que Lacan
    producirá en el seminario sobre la angustia. Creemos que
    muchas de las inconsistencias del texto de Allouch se derivan del
    desconocimiento profundo y de sus implicaciones, de esa capital
    distinción.

    Para avanzar en esa dirección veamos el lugar que
    Lacan le otorga a Ofelia en tanto falo: Ofelia = falo.

    Lo primero que va a saltar a la vista es que Lacan va a
    homologar, en el deseo de Hamlet, el lugar del objeto y el del
    falo. Primero va a remachar que Ofelia ocupa el lugar del objeto
    en la fórmula de la fantasía: "Ofelia se
    sitúa en esta señalización al nivel de la
    letra a, inscripta en la simbolización de la
    fantasía". Para ubicar más precisamente el estatuto
    y función de ese objeto que, repetimos, viene ocupando a
    Lacan desde el seminario La relación de objeto,
    citemos la continuación de esa sesión:

    El a corresponde a aquello hacia lo cual se
    dirige toda la elaboración moderna del análisis
    cuando busca articular el objeto y la relación de objeto
    (…) la relación de objeto es sin duda lo que estructura
    fundamentalmente el modo de aprehensión del
    mundo.

    Lacan plantea que ese momento de constitución del
    objeto es correlativo de la conformación del yo ideal en
    el momento de la identificación resolutiva con la propia
    imagen reflejada; esta formulación, muchas veces repetida
    por Lacan en diferentes momentos y con matices diversos,
    quedará así en la versión de El
    estadio del espejo publicada en los Escritos: "La
    función del estadio del espejo se nos revela entonces como
    un caso particular de la función de la imago, que
    es establecer una relación del organismo con su realidad;
    o como se ha dicho, del Innenwelt con el Umwelt".
    La propia imagen, que estará en el lugar de la imagen del
    otro, de todos los otros incluso en tanto especie, marcará
    al mismo tiempo el lugar del objeto. El estadio del espejo funda
    en el mismo movimiento la identidad
    ilusoria del yo-ideal, de un lado, y del otro el mundo y los
    objetos. Y vamos a encontrar a continuación el modo en que
    Lacan sitúa este objeto, al cuestionar las elaboraciones
    contemporáneas que abordan el objeto desde el sesgo del
    objeto parcial, lo que reafirma su posición de este
    momento, y que aludimos antes: "cometen el error de teorizar el
    objeto en tanto objeto llamado pregenital". Es otra
    afirmación en la que constatamos que Lacan está
    todavía lejos de su elaboración
    –invención, ¿por qué no?- del objeto
    a, tal como ocurrirá en el seminario sobre la
    angustia. Sin embargo, la cosa se presenta de manera bastante
    sutil, pues como Lacan está operando con el grafo, que
    sitúa muy precisamente el lugar de la demanda,
    añadirá:

    Precisemos que un objeto genital también es
    situado entre las diversas formas del objeto pregenital. Es tomar
    a la dialéctica del objeto por la dialéctica de la
    demanda. Esta confusión resulta explicable: en los dos
    casos, el sujeto se encuentra en igual relación con el
    significante.

    Y entonces Lacan volverá a enunciar de otro modo
    la homología entre los pisos simbólico e imaginario
    del grama:

    Ya se trate de la serie de relaciones que tiene con el
    código al nivel de lo inconsciente, es decir, con el
    aparato de la demanda, $¯ D, o se trate de la
    relación imaginaria que lo constituye de una manera
    privilegiada en una cierta postura, también definida por
    su relación al significante, frente a un objeto a,
    $¯
    a
    , en los dos casos, el sujeto
    está en posición de eclipse, $.

    Aquí, "un" objeto a, es cualquier objeto
    que entre en esta dialéctica, es un objeto puesto en el
    lugar de la imagen del otro i(a). Es un error de método,
    en que Allouch incurre, como mostraremos más claramente,
    confundir este objeto del que aquí habla Lacan, con el
    objeto a, radicalmente no especularizable, del seminario
    sobre la angustia. La operación fallida consiste en una
    especie de injerto retroactivo de este objeto, construido
    después, en el grafo, que ubica un objeto situado en el
    terreno especular. Sostenemos que está ahí el
    núcleo de las inconsistencias y confusiones de su texto
    sobre el duelo.

    Un poco más adelante, en la misma sesión
    del 15 de abril de 1959, después de desplegar un poco
    más el tema de la demanda, inseparable del aparato
    significante, Lacan añade:

    Frente a este objeto, imagen y pathos a la
    vez, el sujeto se experimenta en una alteridad imaginaria. Este
    objeto no satisface ninguna necesidad y ya es él mismo,
    relativizado, quiero decir puesto en relación con el
    sujeto. Es una evidencia fenomenológica (…) el sujeto
    está presente en la fantasía. Y el objeto es objeto
    del deseo únicamente por esto de ser término de la
    fantasía. El objeto toma el lugar, diría, de
    aquello de lo que el sujeto está privado,
    simbólicamente.

    Hemos resaltado la palabra imagen para afianzar
    lo expuesto antes, acerca del estatuto imaginario de ese objeto
    del cual se ocupa Lacan. Y eso de lo que el sujeto está
    privado simbólicamente es, repitámoslo, el falo.
    Veremos un poco más abajo que ése es precisamente
    el lugar que ocupa Ofelia para Hamlet, pero antes citemos de
    nuevo a Lacan, quien dice que:

    es por el falo que el objeto toma la función que
    tiene en la fantasía y que el deseo se constituye con la
    fantasía como soporte. Creo que es difícil ir
    más lejos para el punto límite de lo que quiero
    decir concerniente al deseo y a la fantasía. El objeto de
    la fantasía, imagen y pathos, es este otro
    que toma el lugar de aquello de lo que el sujeto está
    privado simbólicamente. Es en esto que el objeto
    imaginario
    se halla en situación de condensar sobre
    sí, las virtudes o la dimensión del ser.

    Después de estas palabras Lacan va a referirse al
    carácter de fetiche que tiene este objeto en el deseo
    humano, y va a proponer que en la perversión todo el
    acento está puesto, en la estructura de la
    fantasía, "sobre el correlato propiamente imaginario,
    a"; de hecho, la diferencia que va a establecer entre
    perversión y neurosis, tomando
    como pivote la fórmula de la fantasía, será
    que en la segunda el énfasis está puesto sobre la
    $, mientras que en la primera "el acento se ejerce sobre el
    a". Inútil insistir más en el
    carácter profundamente imaginario de esa a que
    compone la fórmula de la fantasía, reguladora del
    deseo.

    Llegamos ahora a la afirmación de que "Ofelia es
    O phallos".

    Lacan va a proponer tres tiempos en los que va a
    desplegarse el modo en que ella ocupará ese lugar. El
    primero, es un tiempo de strangement, de
    extrañamiento de ese objeto, Ofelia, que hasta entonces
    había sido un objeto de "exaltación" suprema.
    Incluso va a designar este momento como del orden de lo
    patológico, ya que implica una desorganización
    subjetiva por el hecho de que:

    algo vacila en la fantasía y hace aparecer sus
    componentes. Esta experiencia que llamamos de
    despersonalización, durante la cual los límites
    imaginarios
    entre el sujeto y el objeto
    resultan cambiados, introduce propiamente al orden de lo
    que llamamos lo fantástico. La dimensión de lo
    fantástico surge cuando algo de la estructura imaginaria
    de la fantasía resulta comunicar con lo que llega
    normalmente al nivel del mensaje, a saber la imagen del
    otro
    , en tanto que es mi propio yo.

    Ello va a producir una especie de disolución de
    Ofelia como objeto de amor, correlativa de la mixión de
    los objetos en Hamlet. Este rechazo radical de Ofelia, un rechazo
    "con todo su ser", implicará que el objeto no será
    reencontrado sino al precio del propio sacrificio de Hamlet. El
    segundo tiempo "de la relación al objeto" es esta
    sustitución por la que Ofelia ocupará el lugar del
    falo "exteriorizado, rechazado por el sujeto en tanto
    símbolo significante de la vida. La fórmula
    $¯
    j
    es transformada
    bajo la forma del rechazo".

    Encontramos aquí uno de los núcleos de lo
    que venimos desplegando: Ofelia, en tanto falo, ocupa exactamente
    el lugar del objeto especular que constituye el otro
    término estructural de la fórmula de la
    fantasía, en relación con el sujeto marcado por la
    barra. Pero veremos que esta operación, que implica el
    necesario sacrificio del falo, y que la lectura lacaniana de
    Hamlet promueve al primer plano, da cuenta de un hecho de
    estructura, ubicando al duelo como central en la relación
    del sujeto con el falo; pero de ahí a proponer que ello
    permite un "paradigma" del duelo, hay un paso muy complicado que
    Allouch franquea. Proponemos en cambio, que en Hamlet no se
    expresa sino un modo en que el falo es puesto en el
    lugar de objeto. Ubiquemos dos cuestiones centrales: la primera,
    que exige discernir claramente que el objeto Ofelia, tal como es
    ubicado por Lacan en este momento, es un objeto situado de modo
    radical en el registro imaginario, tal como se ha mostrado antes
    de manera contundente; NO puede confundirse con el objeto
    a, definido por su no-especularidad fundamental.
    Sostenemos que la lectura de Allouch implica una especie de
    "injerto" de ese objeto a -que no fue articulado
    consistentemente de ese modo sino en el seminario sobre la
    angustia, como el mismo Allouch sostiene en otro lado- una
    especie de injerto, repetimos, del objeto a en el grama, y
    por tanto en su lectura de Hamlet. Pero eso implica, como tal vez
    ha quedado claro, una absoluta confusión entre el objeto
    especular, construido con la imagen del otro i(a), que es el que
    Lacan ubica en ese momento de su enseñanza, y el objeto
    a definido por su no-especularidad.

    La otra cuestión es que el duelo del falo es del
    orden de la estructura, por la dependencia del sujeto al orden
    significante; y entonces la pregunta es si este hecho estructural
    alcanza para cernir la radical singularidad de los problemas
    clínicos planteados por el duelo. A esto se liga el hecho
    de que la misma clínica permite plantear la pregunta
    acerca de la posibilidad de que existan duelos por objetos que no
    necesariamente ocupan el lugar del falo para alguien, o bien que
    ese objeto no se ubique primordialmente en el registro
    imaginario, con su connotación narcisista. Al desplegar un
    poco más esta cuestión, al final de este texto,
    apuntaremos que tal vez una de las dificultades para avanzar en
    esa dirección ha sido una persistente confusión, en
    el psicoanálisis, entre la dimensión del deseo,
    correlativa de la castración, en la que el falo ocupa un
    lugar central, como lo articula Lacan, y el registro del amor,
    que es preciso ubicar de otro modo. En varios momentos de la
    escritura del grafo, se ve claramente que Lacan ubica al amor
    únicamente en el registro de la demanda dirigida al Otro,
    y al hecho de que la respuesta a ella es tomada por el sujeto
    como signo de amor del Otro, e inversamente la no respuesta como
    signo de desamor. En cuanto al amor del lado del sujeto, que
    sería el sesgo necesario para el problema del
    duelo,…nada.

    Volvamos al seminario; hacia el final de la
    sesión que venimos citando, Lacan va a decir que ese
    objeto que es Ofelia será reintegrado a su función,
    en la fantasía y por tanto en el deseo de Hamlet, en la
    escena culminante –para él- del duelo con Laertes:
    "el objeto es reconquistado al precio del duelo y de la muerte".
    La siguiente sesión, del 22 de abril, la inicia Lacan
    volviendo a algo que ya había puntualizado antes, en
    diferentes momentos de su lectura: el hecho de que Hamlet siempre
    está a la hora del Otro, aún en y por sus
    precipitaciones en su demora del acto. Pero, dirá Lacan,
    por la barra que también marca al Otro, lo que hay que
    leer como esa falta radical de garantía en ese Otro, no
    hay más hora que la suya, la de Hamlet, "es la hora de su
    pérdida". Hermosa manera de Lacan de ubicar –de
    nuevo- la cuestión del duelo: "Toda la tragedia de Hamlet
    consiste en mostrarnos el avance implacable del sujeto hacia esta
    hora". Pero repitamos que esto que Lacan viene desplegando, su
    lectura de Hamlet con el escrito del grama, apunta a establecer,
    en el punto terminal del signo de interrogación que
    éste ubica, la estructura de la fantasía en su
    articulación significante:

    A la estructura general de la fantasía, la
    expreso mediante $¯ a, donde $
    es una cierta relación del sujeto al significante, es el
    sujeto en tanto que irreductiblemente afectado por el
    significante, donde ¯ indica la relación que mantiene
    con una coyuntura imaginaria en su esencia, a, que
    no es el objeto del deseo, sino el objeto en el
    deseo.

    Esta es la pregunta central de Lacan en este momento: el
    lugar del objeto en el deseo, y es por ello que la obra de
    Shakespeare le sirve de manera muy particular para desplegarla:
    "Es a esta función del objeto en el deseo a la que
    tratamos de aproximarnos, y es por cuanto que la tragedia de
    Hamlet nos permite articularlo de manera ejemplar".
    A continuación Lacan va a enunciar de una manera muy
    clara, quizá como en ningún otro lugar, la
    relación entre el falo y el objeto de deseo;
    después de volver a definir al falo como el "significante
    de la alienación significante" del sujeto, añade:
    "Es porque el sujeto es privado de este significante que un
    objeto particular se vuelve para él objeto de deseo. Es
    esto lo que $¯ a significa".
    Inmediatamente después Lacan hace una afirmación en
    la que, de nuevo, y por un sesgo, pareciera apuntar a la
    necesidad de distinguir el objeto de deseo y un objeto colocado
    en otro lugar, quizá un objeto de amor:

    El objeto de deseo es esencialmente
    diferente del objeto de algún
    cuidado
    . Algo deviene objeto en el deseo cuando toma el lugar
    de lo que para el sujeto, en razón de su naturaleza,
    queda enmascarado, este sacrificio de sí mismo, esta libra
    de carne empeñada en su relación con el
    significante.

    Vemos pues aquí el modo en que el objeto de deseo
    viene a ocupar ese lugar del significante de la pérdida de
    algo que el sujeto debe sacrificar por su dependencia al orden
    del mismo significante, inscrito por Lacan en el lugar del Otro.
    Esto es, dicho de otro modo, lo que ya antes ha escrito
    $¯
    j
    . Lo que
    aquí ubica Lacan con insistencia es el lugar del objeto en
    el deseo, pero ello sin duda no agota la problemática del
    objeto en la clínica del análisis; por ejemplo, el
    estatuto de ese "objeto de algún cuidado" al que Lacan
    alude como "esencialmente" diferente de aquél, pero que
    queda en la sombra. Repetimos que para nosotros apunta a un
    objeto colocado en otro lugar que el deseo, es decir un objeto de
    amor, por ejemplo. El mismo Lacan puntualiza, a manera de
    conclusión, lo anterior:

    El $, es el S en tanto que no puede ser sino oculto en
    el punto preciso donde el a toma el máximo de su
    valor. Es
    precisamente por esto que sólo podemos captar la verdadera
    función del objeto recorriendo todas sus relaciones
    posibles con este elemento. Sería decir demasiado,
    que la tragedia de Hamlet nos permite completar ese recorrido de
    las funciones del
    objeto.

    Esta afirmación de Lacan nos ayuda a mantener
    abierta nuestra interrogación acerca del
    problemático supuesto que subyace a la lectura de Allouch:
    la de que todo duelo lo sería de un objeto colocado
    en el lugar del falo; o bien, que todo objeto de duelo
    estaría ubicado siempre, y del mismo modo,
    en el registro imaginario. Avancemos.

    Aún a riesgo de repetir
    demasiado lo que venimos sosteniendo, y de continuar citando
    profusamente a Lacan, lo haremos otro tramo, pues es él
    mismo quien insiste de este modo, durante meses; estamos de nuevo
    en la escena del duelo, en el fondo de la tumba de Ofelia. Los
    supuestos motivos de este enfrentamiento son totalmente absurdos
    –dice Lacan-, máxime cuando el honor de quien tiene
    que defender Hamlet es precisamente su tío Claudio, causa
    de sus males. Lacan va a ligar esa situación con el
    enfrentamiento hegeliano de las conciencias, tal como
    había hecho en su articulación del estadio del
    espejo: una lucha de "puro prestigio"; el duelo (duel) que
    enfrenta a Laertes y Hamlet es justo eso: una estructura dual,
    núcleo del registro imaginario y de la rivalidad
    fundamental ligada a la imagen y su función constituyente
    del yo del sujeto. Resulta sugerente que Lacan no comente esa
    determinación del término duel; pero el
    lugar absolutamente central que da a este episodio marca que es
    precisamente por su carácter especular que opera el efecto
    de reubicar el lugar del objeto en el deseo de Hamlet, y de
    reordenar la estructura de su fantasía, ubicados por Lacan
    -de punta a punta- en el registro imaginario. Es por el
    duel, que Hamlet se ubicará en su dueil. Las
    prendas de ese duelo serán unos objetos de tal calidad y
    profusión como para seducir a los participantes de esa
    lucha a muerte; son objetos que Lacan va a colocar en el mismo
    registro que la tradición religiosa coloca bajo el rubro
    de la vanitas, vanidad: "Estos objetos de valor acumulados
    en todo su brillo, son ahí sopesados con la muerte (…)
    así es como se presentan todos los objetos, todo lo que se
    juega, en el mundo del deseo humano: los objetos a". La
    prestancia narcisista de esos objetos, sostenidos por el brillo
    de la imagen, enmascara la dimensión de su dehiscencia
    mortífera.

    Que Lacan los llame "objetos a", en plural, lejos
    de apuntar a que el seno, las heces, el falo, puedan ocupar el
    lugar de objeto a (lo que Lacan sostendrá en el
    seminario sobre la angustia, añadiendo la mirada y la
    voz), se lee aquí del modo que ya hemos apuntado: es otro
    modo de decir que todos los objetos del deseo son
    metonímicos: se encuentran en el lugar de la marca
    del significante faltante a título de falo; de ahí
    su plural, ligado al hecho de que puede ser cualquiera, si ocupa
    ese lugar.

    Después de repetir que esa escena del duelo "nos
    muestra la estructura misma de la fantasía, y de que
    Hamlet de nuevo "se alquila literalmente a otro", añade
    que "está interesado por honor –lo que Hegel llama la
    lucha de puro prestigio- (…) reconocerán ahí la
    dialéctica de ese momento ya antiguo en nuestro
    diálogo, el estadio del espejo".

    Sin embargo, a pesar de que esa escena va a situar el
    momento de recomposición de la estructura de la
    fantasía de Hamlet, y de que va a volver a ubicarlo en
    posición de deseante del objeto Ofelia, que a su vez ocupa
    el lugar del falo, vamos a poder sugerir, a partir de ella, que
    tal vez de lo que da cuenta no es del lugar insoslayable del
    duelo por el falo, central en la efectuación de la
    castración, sino de la posición del
    melancólico:

    El drama del cumplimiento del deseo de Hamlet se juega
    más allá de la parada del torneo, más
    allá de la rivalidad con el semejante en versión
    mejorada, con el yo-mismo que él puede amar. Y lo que hay
    en este más allá, es el falo. El encuentro con el
    otro no está ahí, en definitiva más que para
    permitir que Hamlet se identifique al fin con el significante
    fatal.

    Este es otro modo de decir lo que ya ha sido escrito en
    la fórmula $¯ j
    . Pero tenemos que señalar aquí una
    diferencia capital entre el duelo por el falo, que Lacan
    sitúa en el centro de la problemática de la
    castración, y la identificación con el
    significante del falo, que más bien apuntaría a la
    posición melancólica, pues el sujeto cae junto con
    el objeto, lo que confirma la profunda intuición de Freud
    de que en la base de la melancolía se encontraría
    una elección narcisista de objeto. Tocamos tal vez
    aquí los límites de las respectivas elaboraciones,
    de Freud y Lacan, acerca del duelo y la melancolía.
    Citemos todavía este otro pasaje de la misma
    sesión:

    El duelo entre Hamlet y su doble más hermoso que
    él, está en el nivel inferior de nuestro esquema
    i(a)-m. El, para quien todo hombre o
    mujer no es
    otra cosa que una sombra inconsistente y pútrida,
    encuentra ahora un rival a su medida.. La presencia de
    este semejante remodelado va a permitirle, al menos por un
    instante, sostener la apuesta humana de ser él
    también un hombre. Pero esta remodelación no es
    más que una consecuencia
    , no es un punto de partida.
    Es la consecuencia de la presencia inmanente del falo, que
    sólo podrá aparecer con la desaparición del
    sujeto mismo. El sujeto sucumbirá aun antes de echarle
    mano para volverse él mismo, matador.

    Aceptemos, con Allouch, que el duelo implica, en
    algunos casos, el sacrificio del falo, incluso
    "gracioso", pero otra cosa es, parece, la
    identificación con ese falo sacrificado, que,
    insistimos, marca más bien la posición del
    melancólico.

    Más adelante, en la misma sesión del 22 de
    abril de 1959, Lacan introduce algo a nuestro juicio
    valiosísimo para avanzar en esta
    cuestión:

    al duelo, las fórmulas ya nos enseñaron a
    formularlo en términos de relación de objeto (…)
    el objeto del duelo toma su alcance para nosotros desde una
    cierta relación de identificación que Freud
    intentó definir más precisamente llamándola
    incorporación.

    Recordemos que Freud, siguiendo a Abraham, toma como
    modelo de este
    modo de identificación a la temprana devoración del
    objeto de la fase oral; según ella, una vez que el objeto
    se ha incorporado, no habría posibilidad de distinguirlo
    del yo que precisamente contribuye a formar. Para Freud, el yo es
    una especie de "precipitado" de identificaciones de este tipo,
    que quedan como resultado de la resignación de
    investiduras de objeto; es decir, de objetos que se han perdido;
    he aquí el lugar estructural del duelo en
    Freud.

    En cuanto al cuadro clínico de la
    melancolía sostiene que, frente a la pérdida de un
    objeto, se muestra que esa elección fue hecha sobre una
    base narcisista. La melancolía no hace sino revelar lo que
    antes se ocultaba, mientras el objeto estaba presente. Esto es lo
    que se hace evidente cuando Freud habla de los reproches y
    castigos que se inflingen al objeto que ha sido identificado con
    el yo; o más precisamente, que ya lo estaba desde su
    elección como objeto, y que de algún modo es
    preservado en el yo. Resulta muy sugerente que en ningún
    lugar de su texto Freud se refiera a una posición amorosa
    del yo melancólico con respecto a su objeto; siempre que
    habla de esas relaciones entre ambos, sostiene que están
    marcadas por el odio y el reproche. Conjeturamos que en ese punto
    Freud anticipa, aunque de un modo complicado, lo mismo que en
    otros puntos de su elaboración, la dimensión
    mortífera de la identificación narcisista, que
    Lacan articulará más precisamente con su estadio
    del espejo.

    Lacan pregunta:

    ¿No podríamos tratar de rearticular la
    identificación del duelo en el vocabulario que hemos
    aprendido acá a manipular? Si avanzamos por esta
    vía, armados de nuestros aparatos simbólicos,
    veremos aparecer perspectivas sobre la función del duelo
    que creo nuevas y eminentemente sugestivas y a las cuales no se
    podría acceder de otro modo. La pregunta acerca de
    qué es la identificación debe ser esclarecida desde
    las categorías que son las que promuevo desde hace
    años ante ustedes, a saber, las de lo simbólico. Lo
    imaginario y lo real. ¿Qué es la
    incorporación del objeto perdido? ¿En qué
    consiste el trabajo del duelo? Se permanece en algo vago que
    explica la detención de toda especulación en la
    vía abierta sin embargo por Freud en Duelo y
    melancolía
    . La pregunta no ha sido convenientemente
    articulada.

    Sabemos que esa pregunta sobre la identificación
    no será abordada a profundidad sino tres años
    después, en el seminario del mismo nombre. Y no es tampoco
    nada casual que sea al año siguiente, en el seminario
    sobre la angustia, que avanzará un paso decisivo en la
    articulación del objeto a, en su carácter
    radicalmente no-especular. En cuanto al problema del duelo,
    tomemos literalmente las palabras de Lacan: lo que propone son
    "nuevas perspectivas" sobre la función del duelo. Hemos
    dicho antes que ellas tienen que ver con su lugar estructural en
    relación con la pérdida del falo y sus
    consecuencias respecto de la castración y la
    ubicación del sujeto como deseante. Es preciso
    todavía avanzar en los problemas clínicos que
    plantea la singularidad del duelo y aún de la
    melancolía. Lacan mismo afirma que la pregunta no ha sido
    convenientemente articulada. Es preciso avanzar con más
    cautela. Proponer, a partir de estos avances de Lacan, una
    "teoría", o un "paradigma" del duelo, es desconocer una
    cantidad de problemáticas, y más grave
    todavía, obturar la posibilidad de avanzar, por la
    pretensión de que esas dificultades han sido ya
    sorteadas.

    Hacia el final de la sesión que venimos
    presentando, Lacan plantea que la pérdida que provoca el
    duelo en el sujeto corresponde a un agujero en el real, y de
    inmediato afirma que ello se ubica en una relación inversa
    a la que se encuentra en la Verwerfung; mientras que en
    ésta se trata de un agujero en el simbólico,
    resultado de un significante rechazado en ese registro, que
    retorna desde el real, en el duelo, "el agujero de la
    pérdida en el real moviliza al significante".
    Encontraremos nuevamente aquí que Lacan designa a ese
    significante faltante como el "falo bajo el velo". Es, dice
    Lacan, por el hecho de que ese significante encuentra y al mismo
    tiempo no encuentra su lugar, puesto que no puede articularse al
    nivel del Otro, que empiezan a "pulular en su lugar las imágenes
    por las cuales se relevan los fenómenos del duelo"; Lacan
    encuentra aquí un parentesco del duelo con la psicosis. Es la
    punta de una hebra que valdría la pena seguir, pero que no
    haremos por ahora.

    Y llegamos a la formulación de Lacan que
    sitúa a los ritos funerarios en la perspectiva de una
    movilización del significante, frente a ese agujero que
    queda en el real:

    ¿qué son estos ritos por los cuales damos
    satisfacción a lo que se llama la memoria del
    muerto? – sino la intervención total,
    pública, desde el infierno hasta el cielo, de todo el
    juego simbólico? (…) no hay nada significante que pueda
    colmar este agujero en el real, si no es la totalidad del
    significante. El trabajo del duelo se efectúa al nivel del
    logos– digo logos para no decir grupo o
    comunidad aun cuando (…) sean sus soportes.

    Curiosa afirmación de Lacan que, nos parece,
    desplaza el problema. No porque no encontremos pertinencia en ese
    modo de ubicar el ritual colectivo del duelo, pero si aceptamos,
    con P. Ariès y A. Gorer, que vivimos una época de
    "asalvajamiento" de la muerte –y de la misma vida,
    añadimos-, por una declinación social de la
    función del rito y del mito, ello
    ¿no nos convoca más como analistas a encarar
    más de cerca la cuestión clínica del
    duelo?

    Lacan repite, al inicio de la sesión del 29 de
    abril de 1959, que Hamlet es la tragedia del deseo, y de
    inmediato añade que, hacia el final del recorrido que
    viene de hacer, hay algo tan evidente, que nadie se detiene en
    ello: "que en Hamlet, de una punta a la otra no se habla
    más que de duelo". Todos los duelos que aparecen en
    Hamlet son duelos abreviados, clandestinos: el del padre
    de Hamlet, el de Polonio, el de Ofelia… Lacan va a referirse de
    inmediato a unas pistas (clues) que llevan "hacia la
    relación del drama del deseo con el duelo; las exigencias
    del duelo", pero ello va a apuntar a la misma pregunta que
    persigue durante todo el seminario, y aún antes –
    como hemos mostrado-, pues se trata de "profundizar la
    cuestión del objeto tal como la abordamos en el
    análisis, el objeto del deseo". Lacan vuelve a desplegar
    la diferencia entre Edipo y Hamlet: el primero nos es presentado
    como un héroe que lleva en su destino la carga de la deuda
    cumplida; por el contrario, el padre de Hamlet, por haber sido
    asesinado en "la flor de sus pecados", no puede ya responder por
    eso. Nuestra investigación "nos lleva a interrogarnos
    acerca de la retribución, y acerca del castigo, es decir
    acerca de lo que se trata con el significante falo en la
    castración". Y entonces se va a referir al texto de Freud
    El sepultamiento del complejo de Edipo; su autor ubica
    ahí a la castración como el nudo central de ese
    sepultamiento. Lacan recuerda que se trata de la
    gratificación esperada de la situación
    edípica:

    en cuanto al varón, renuncia a estar a la altura.
    En cuanto a la chica, renuncia a esperar alguna
    gratificación en este plano –el renunciamiento es
    todavía más articulado para ella.
    ¿Qué quiere decir esto? –sino que,
    fórmula que no emerge en el texto de Freud, pero del que
    todo indica la pertinencia, el Edipo entra en su
    declinación en la medida en que el sujeto tiene que hacer
    su duelo del falo.

    Topamos aquí de nuevo con lo que sostuvimos
    antes: el lugar que Lacan le da al duelo por el falo,
    leyéndolo en el texto de Freud, es un lugar estructural en
    cuanto a cierta acomodación del deseo; incluso va a decir
    que ello es necesario para ubicar al sujeto en relación
    con una norma: "de esta declinación depende la normalización del sujeto en el plano
    genital, no solamente en la economía de su
    inconsciente, sino en su economía imaginaria". ¡No
    es poca cosa!, esta función otorgada al duelo; pero es una
    función –repetimos- estructural. Recordemos
    su afirmación citada antes, de que lo que pretende con
    este desarrollo, es cernir de manera más rigurosa la
    cuestión de la castración; de ahí esta
    especie de conclusión, que empieza con unas palabras que
    pudieran sorprender en boca de Lacan: "sólo hay feliz
    logro de la maduración genital con la terminación
    tan plena como es posible del Edipo, y esto por cuanto el Edipo
    tiene como consecuencia tanto en el hombre como en la mujer, el
    estigma, la cicatriz del complejo de
    castración".

    Es este lugar de la castración en la
    constitución del objeto en el deseo, lo que constituye la
    pregunta central de Lacan. En la sesión siguiente va a
    escribir el inicio del llamado grafo de la división
    constituyente del sujeto, para situar precisamente este lugar
    nodal de la castración:

    Esta cuestión, dice, "la trabajo ante ustedes con
    una serie de toques concéntricos que acentúo con
    formas de diferentes resonancias, y que nuestro análisis
    de Hamlet debe servirnos para hacer avanzar". En ese momento
    formula una pregunta que resulta crucial en nuestra
    discusión, pues explícitamente plantea la
    pluralidad de objetos en el duelo: "¿qué es
    lo que define los límites de los objetos por los que
    podemos tener que hacer el duelo? Esto tampoco fue articulado
    hasta el presente". Antes de volver a nuestro cuestionamiento de
    que todo objeto de duelo tenga necesariamente un valor
    fálico, como pretende Allouch, situemos que precisamente
    Lacan ubica al duelo por el falo en un lugar diferente al de esos
    otros objetos por los que "podemos tener que estar de duelo". De
    nuevo, es Freud quien le da el norte, al revestir al falo con un
    valor narcisista. Vamos a encontrar al falo en el centro de toda
    una dialéctica de entrecruzamientos e intersecciones de
    los registros, y volveremos a constatar que Lacan no establece
    ninguna distinción entre la demanda de amor en el lugar
    del Otro, situada de lleno en esa dimensión narcisista, y
    la posibilidad de un amor que se dirige al ser del otro, en tanto
    don:

    en el momento del desenlace final de sus exigencias
    edípicas, viéndose de todos modos castrado, privado
    de la cosa, el sujeto prefiere, si podemos decirlo, abandonar una
    parte de sí que le estará desde entonces prohibida
    para siempre, formando la cadena significante punteada que
    constituye la parte de arriba de nuestro grafo. Si la
    relación de amor capturada en la dialéctica
    parental se borra, si el sujeto deja la relación
    edípica, es en razón, dice Freud, del falo, de ese
    falo tan enigmáticamente introducido desde el principio a
    partir del narcisismo.

    Resulta obvio que Lacan ubica el amor exclusivamente
    como demanda de amor dirigida al Otro. Incluso en los seminarios
    previos ha sostenido que la no respuesta del Otro a la demanda de
    satisfacción es vivida por el sujeto como signo de desamor
    de este Otro, como vimos antes.

    Es preciso desenganchar al amor de ese exclusivo lugar
    que Lacan le otorga, si queremos avanzar en la
    dilucidación del problema clínico del duelo; no del
    duelo por el falo, suficientemente articulado por él, sino
    del duelo por un objeto que no esté revestido por ese
    brillo fálico. Por ejemplo, el duelo por un hijo, que
    Allouch no deja de ligar con su idea de un paradigma. Sostenemos
    que en la relación con un hijo puede encontrarse
    precisamente el colmo de la pretensión narcisista, y al
    mismo tiempo el núcleo de la posibilidad de ese amor
    apenas apuntado: el de un amor que se dirige al ser del otro
    desde el registro del don en su gratuidad, que se sostiene de una
    nada. Es así como se lee la fórmula de Lacan: "amar
    es dar lo que no se tiene", que el otro lo quiera o no, ese es
    otro asunto.

    Pero Lacan está tejiendo en otro registro, lo que
    se confirma con las siguientes palabras:

    Traducido a nuestro discurso, narcisístico
    se relaciona con lo imaginario. Partamos de esto, que el sujeto
    tiene que hacer la vuelta de su relación al campo del
    Otro, es decir, el campo organizado por lo simbólico en el
    cual comenzó a expresarse su exigencia de amor. Es
    a la salida de esta vuelta cuando está en la punta, que se
    produce para él la pérdida del falo, experimentada
    como tal, radical. ¿Cómo responde entonces a la
    exigencia de este duelo? Con su textura imaginaria.

    Y entonces vuelve a señalar la cercanía
    clínica entre ciertos fenómenos que se presentan en
    el duelo y en la psicosis. Después de volver a traer a
    colación su tríada
    castración-frustración-privación, repite que
    el sujeto en tanto real, se encuentra en una relación con
    la palabra que condiciona en él una falla fundamental
    –eclipse o fading– En el registro simbólico
    se trata, adivinémoslo, de la castración; y es
    cuando enuncia algo que creemos oportuno recordar aquí,
    frente a la pretensión del texto de Allouch que nos ocupa,
    y que tal vez resulta de descuidar esas palabras: "eso no
    será un lingote de oro, un
    sésamo que abre todo. Pero empieza al menos, por articular
    algo, y algo que no fue dicho nunca". De acuerdo totalmente con
    Lacan, pero a condición de ubicar los mismos
    límites de su formulación; y ellos tienen que ver
    con el reconocimiento de los momentos de duda, de tanteo, de
    construcción de un recorrido. Es preciso no olvidar ese
    estilo de búsqueda de Lacan. Hemos dicho, y lo repetimos,
    que hay que cuidarse de los errores de anacronismo cuando se le
    estudia; por ejemplo, en lo que nos ocupa no descuidar que el
    objeto del que habla en esta época, es un objeto
    construido sobre la imagen –total- del semejante. Al objeto
    no especular sólo llegará, varios años
    después, en el seminario dedicado a la angustia.
    Encontramos una constatación más que evidente de
    esto en las siguientes palabras pronunciadas después de
    haber vuelto a ubicar el j como la marca imaginaria de la
    castración simbólica: "¿es el objeto
    a nuestra manera de definir el objeto genital?
    ¿sería decir que los objetos pregenitales no son
    objetos? Las respuestas no podrían ser muy simples".
    Resulta evidente la duda por la que Lacan atraviesa en este
    momento, que le hace interrogarse por el estatuto definido de ese
    objeto y las cuestiones que con ello se anudan. O más
    bien, precisemos: el que haya definido el estatuto del objeto
    desde el registro imaginario, que implica su totalización,
    no le impide ser consecuente con su misma afirmación de
    que ello no agota la cuestión del objeto, y apuntar
    así, con cierta vacilación en ese momento, hacia el
    carácter del objeto parcial, que le conducirá
    después a la articulación del objeto a,
    causa del deseo.

    Y nuevamente, hacia el final de su interrogación
    sobre Hamlet, se hace patente que, en cierto plano, Lacan
    apuntaba a cernir más estrechamente el lugar de un objeto
    de amor, aunque sin lograrlo del todo; he aquí sus propias
    palabras a propósito de la "posición creadora" de
    Shakespeare, en relación con el conde de Essex, cuyo amor
    por él se expresa en los Sonnets: "está sin
    duda invertida en el plano sexual pero tal vez no tan pervertida
    en el plano del amor".

    Concluyamos ahora diciendo que no todo duelo lo es del
    falo. Que el falo en ocasiones ocupe el lugar del objeto no agota
    el problema del duelo. Más aún, el problema es
    ubicar, caso por caso, a qué objeto sustituye el falo.
    Hemos visto que en Hamlet ese objeto se ubica de lleno en el
    registro imaginario, y mostramos también que ese objeto
    tiene otra consistencia que el objeto a que Lacan
    articulará en el seminario sobre la angustia. Sostenemos
    que es debido a su indistinción que Allouch incurre en la
    serie de inconsistencias que hemos mostrado. Es una
    indistinción correlativa de la que señalamos antes,
    en nuestro texto sobre el objeto del duelo, al decir que no hay
    en su libro una distinción –a nuestro juicio
    imprescindible- entre el objeto de la pulsión y el objeto
    de amor.

    Podemos también decir ahora que toda la
    argumentación de Allouch se basa en una
    homologación absoluta, insostenible, entre
    castración y duelo. Ese planteamiento desconoce que lo que
    Lacan articula es la castración y el deseo. Del duelo, ni
    hablar; es sólo un sesgo por el que Lacan apunta a la
    función del falo en la articulación del deseo, no
    el duelo en sí, ante la pérdida de un objeto
    singular, que es un problema que queda por
    abordar.

    Las inconsistencias del texto de Allouch se derivan de
    la pretensión, a partir de dificultades –e incluso
    límites- del planteamiento de Freud sobre el duelo, que
    Lacan habría hecho una "versión renovada", o una
    "teoría" del duelo, cuando lo central entonces para
    él era el papel del objeto en el deseo.

    Para avanzar en la necesaria elucidación del
    objeto de deseo y el objeto de amor, recordemos lo que Lacan dice
    en la última sesión del seminario dedicado a Los
    escritos técnicos de Freud
    :

    El amor se distingue del deseo, considerado como la
    relación límite que se establece entre todo el
    organismo y el objeto que lo satisface. Pues su objetivo no es la
    satisfacción sino ser. Por eso sólo podemos hablar
    de amor allí donde existe relación simbólica
    como tal. Aprendan a distinguir ahora el amor como pasión
    imaginaria del don activo que él constituye en el plano
    simbólico (…) amar es amar un ser más allá
    de lo que parece ser. El don activo del amor apunta hacia el
    otro, no en su especificidad, sino en su ser (…) el amor no ya
    como pasión, sino como don activo, apunta siempre
    más allá del cautiverio imaginario, al ser del
    sujeto amado, a su particularidad.

    Vemos aquí claramente, que a pesar de que Lacan
    en esta época, buen freudiano, reconoce la profunda
    estructura narcisística del amor ello no le impide
    distinguir aquí, categórico, el deseo y el amor.
    Hemos visto que esta distinción ya no será
    mantenida después por Lacan quien, como mostramos, se
    ocupa de manera central en el problema del objeto en el
    deseo.

    Si antes sostuvimos que ni en Freud ni en Allouch hay
    una suficiente distinción de los objetos de deseo y amor,
    añadimos ahora: tampoco en Lacan; pero en éste y en
    Freud no la hay por las razones ya sugeridas antes, en el sentido
    de que no se ocuparon de ello de manera central porque estaban
    dirigiendo su atención hacia otros problemas, si bien
    íntimamente relacionados. En cuanto a Allouch, su
    discutible lectura de Freud, así como su pretendida
    "versión lacaniana" del duelo, y aún su
    "teoría" del duelo, no hacen sino mostrar el
    desconocimiento de este hecho.

    Tendremos que desplegar el modo en que en Occidente el
    amor-pasión se ha coagulado en la dimensión
    exclusiva del narcisismo. En Freud no hay otro modo, pero Lacan
    habría articulado el narcisismo en la dimensión
    especular de la imagen y habría también en ciertos
    momentos –más bien raros- hablado de ese amor no
    soportado en la especularidad.

    Ello será el objeto del siguiente
    capítulo, en el que veremos confirmado que Lacan se
    refiere casi todo el tiempo a ese amor-pasión ubicado en
    el registro narcisista. Esa es la razón por la que afirma
    que el amor pertenece al terreno de lo cómico; es
    también una de las puntas en las que Allouch pretende
    sostener la dimensión cómica del duelo.

    México, D.F., agosto de 2004.

    Josafat Cuevas

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