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Mitos e historia (página 4)



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En el Antiguo Testamento se utiliza "hijo" para
referirse a los "siervos de Dios", como a los Profetas (P.), los
ángeles o a hombres justos. "Siervo" o "hijo" para los
pueblos antiguos significaban lo mismo. Por otra parte, el mismo
Jesús llamó "hijos de Dios" a sus
discípulos, y en general a todos los creyentes, cuando
dice "bienaventurados los pacíficos, porque ellos
serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9).

Es en este mismo sentido que es usado el término
"Padre" en los evangelios. Hablando a los apóstoles
Jesús les dice: "Mas, cuando os entreguen, no os
preocupéis por cómo o qué hablaréis;
porque en aquella hora os será dado lo que habéis
de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino
el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros" (Mateo
10: 19-20). Esto era lo que le pasaba al mismo Jesús,
cuando él decía que era "su Padre" el que hablaba
por él. En consecuencia, tanto las denominaciones "hijo"
como "padre" en las sagradas escrituras, incluidos los
evangelios, tienen significaciones muy profundas y distintas a la
simple interpretación literal.

Con respecto al calificativo de "hijo de Dios" que se
aplica a Jesús, hay que destacar que de ningún modo
es exclusivo, ya que es utilizado en muchas otras partes de la
Biblia para referirse al Profeta Adán (P.), a David (P.),
o al pueblo de Israel en su
conjunto, o a otros profetas, ángeles o a hombres justos.
En el mismo sentido que Dios es padre respecto a Jesús por
haber nacido directamente del soplo divino en el vientre de la
Virgen
María (P.), es también padre con respecto al
Profeta Adán (P.) que fue creado del soplo divino.
«Ciertamente que el ejemplo de Jesús ante Dios es
como el ejemplo de Adán, a quien conformó de
tierra y luego
dijo: "¡Sea!", y fue» (Corán 3:59).

Por otra parte las criaturas de Dios, en cuanto "hijos"
Suyos como principio y origen de todo, no pueden ser Dios mismo.
"A Dios nadie lo ha visto jamás" (Juan 1: 18). Y nunca
Jesús dijo ser "Dios hijo", ni jamás se
consideró a sí mismo Dios o igual a Dios; por el
contrario, siempre manifestó humildemente su
subordinación y sometimiento al Altísimo.
Además vemos que Jesús afirma respecto de Dios:
"Tú, el único Dios verdadero" (Juan 17:3); y en
otro lugar del mismo Evangelio se lee que Cristo le dice a
María Magdalena: "Voy a subir a mí padre y vuestro
padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Juan 20: 17).

En el evangelio de Marcos, Jesús afirma:
"¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino
sólo Dios" (Marcos 10: 18). y en otra oportunidad dijo:
"El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer
al Padre" (Juan 5: 19). Y afirmó también: "He
bajado del cielo para hacer no la voluntad mía, sino la
voluntad de Quien me ha enviado" (Juan 6:38); y: "Lo que yo
enseño no es mío, sino que pertenece al que me ha
enviado" (Juan 7: 16). "El espíritu de Jehová
está sobre mí porque El me ungió para
declarar buenas nuevas a los pobres" (Lucas 4: 18).

La crítica
bíblica ha señalado además que el
término griego que ha perdurado en los evangelios, "pais"
y "paida", tienen el sentido de "hijo" o "muchacho" como siervo,
o asistente, y éste se corresponde claramente con la
denominación que los profetas se dan a sí mismos de
"siervos del Señor" o "siervos de Dios".

Por lo demás, en sus súplicas el Profeta
Jesús (P.) no se alaba a sí mismo, ni invita a
nadie a hacerla, sino que por el contrario sostiene "…que no se
efectúe mi voluntad sino la Tuya" (Lucas
22:42).

En los evangelios se habla del nacimiento y muerte de
Jesús aunque es sabido que Dios tiene por atributos el ser
eternamente vivo e imperecedero. Si el argumento en favor de su
divinidad se funda en su capacidad de obrar milagros, sabemos que
éstos no le fueron concedidos en exclusividad, pues
encontramos también en la Biblia el testimonio de milagros
realizados, con la anuencia divina, por los profetas que le
precedieron e incluso por los mismos apóstoles de
Jesús (P).

Si, como sostiene gran parte de los cristianos hoy, la
trinidad fuese la doctrina central de la fe (teniendo en cuenta
que el
conocimiento de Dios es el fundamento de toda la religión),
debió haber sido presentada con la mayor claridad y no
sólo por Jesús y sus apóstoles, sino
también por toda la tradición profética
anterior. Sin embargo, como hemos visto, tanto el Antiguo
Testamento como el Nuevo, coinciden en la afirmación
reiterada de la absoluta Unicidad de Dios Todopoderoso,
confirmándose así el punto de vista islámico
que ubica al puro monoteísmo como la doctrina central de
la fe.

MENSAJE FRATERNAL A TODOS LOS CRISTIANOS
DEL MUNDO

La proclama que a continuación transcribimos
tiene mil cuatrocientos años. Es prácticamente
desconocida en occidente y en una traducción fiel que ofrecemos a los
lectores de habla hispana.

La misma es portadora del espíritu del Islam, de su
tolerancia, de
su misericordia para con todos los seres. Su universalidad radica
en el amor,
comprensión y conocimiento,
y es un llamado a la fraternidad entre los seres
humanos.

"…Que además de una vida tranquila, les
garantizo su propia defensa, la de sus templos y conventos", dice
el Profeta Muhammad (La bendición y la paz sean con
él y su descendencia purificada) en su mensaje, y agrega:
"…Que no se obligará a ningún cristiano a
convertirse a la religión del Islam, ni se le
discutirá su creencia, sino en términos
afables…".

La civilización occidental, con su diversidad de
doctrinas; políticas,
seudo religiones,
organizaciones
internacionales, tratados,
concilios, etc., no fue idónea para desarrollar y poner en
práctica una tolerancia capaz de abarcar a todos los
hombres con verdadero espíritu de comprensión,
capaz de terminar con el flagelo de la incomunicación y lo
que ella significa para el mundo.

El Islam, que fue y es injustamente acusado de implantar
la fe mediante la espada, rechaza categóricamente esta
acusación y como respuesta ofrece este mensaje elocuente
que es un testimonio hasta el fin de los tiempos.

Este valioso documento histórico fue dictado por
el Profeta Muhammad(B.P.) y en él están impresas
las normas
jurídicas que habrían de regular la convivencia
entre cristianos y musulmanes. Muhammad (B.P.) era iletrado.
Suscribía sus cartas, tratados,
proclamas, con su sello personal. En esta
oportunidad, sus secretarios lo olvidaron y los beneficiarios
exigen que lo avale con su rúbrica, como lo hicieron los
demás pueblos islámicos. Sin hesitar,
impresionó su dígito pulgar en la almohadilla y la
imprimió al pie del documento: "He aquí la firma.
Como ésta no hay otra igual" . Exclamó
entonces:

"Esta promesa, formulada por Muhammad, Enviado de Dios
para todos los pueblos, como anunciador, intérprete y
promotor de las leyes que
Aquél impone a sus criaturas, está dirigida a todos
los adeptos de la religión cristiana ya sean árabes
como de otras razas, ya cercanos o lejanos, ya conocidos o
desconocidos".

"Al emitir este mensaje, después de un riguroso
examen de conciencia, doy
público testimonio de que él se inspira en la
justicia
divina y por ende los musulmanes que lo observen minuciosamente,
cumplirán de modo estricto los postulados del Islam,
destacándose como sus más excelentes
correligionarios; y quien desacate la norma que yo establezco
conduciéndose por sendas prohibidas a los creyentes
austeros, será simplemente un traidor y un menospreciador
de su credo, ya se trate de un sultán o de cualquiera de
los musulmanes".

"Formalizo esta solemne promesa en mi nombre y en el de
los buenos creyentes que constituyen mi pueblo,
ofreciéndome con ellos y por ellos, al juicio
general:"

"Doy la promesa de Dios y Su Palabra Intachable,
invocando la conciencia de Sus Profetas, de Sus Enviados, de Sus
Mensajes sin mácula, de los fieles del Todopoderoso, de
los creyentes y musulmanes pasados y presentes. Con la base del
acuerdo que Dios ha concertado con los Profetas y por el cual les
impone la obediencia de Sus preceptos y el fiel cumplimiento de
los deberes contraídos para con El, doy mi palabra
indeclinable y precisa:"

"Que protegeré a los refugiados en mis puertos,
con mi caballería e infantes, con mis guardianes del orden
y mis súbditos civiles, donde quiera que se hallaren,
lejanos o cercanos, tanto en tiempos de paz como en épocas
de guerra".

"Que además de una vida tranquila les garantizo
su propia defensa, la de sus templos y conventos, sus capillas y
abadías, la residencia colectiva o particular de sus
monjes y la seguridad de los
caminos para sus giras, donde quiera y en cualquier forma que
estuvieren, en oriente y en occidente, sobre las montañas
o en el seno de los valles, en las cuevas como en poblados o en
desiertos, en tierra llana o quebrada, y en todo lugar donde
habiten".

"Que defenderé su religión y su propiedad en
cualquier sitio y modo en que se hallaren, en igual grado lo
haría por mí mismo, por mi religión, por mis
allegados y sus pertenencias, y que les cobijaré asimismo,
contra cualquier daño,
disgusto, imposición ilícita o responsabilidad ilegítima,
escudándoles contra toda fuerza
extranjera que pretendiese atacarlos, con mi propia persona y con los
míos, ya fueren soldados o civiles, sin tener en cuenta la
potencialidad del enemigo".

"Que desde ya les considero bajo mi protección y
resguardo, en forma que no les tocará perjuicio alguno,
sin alcanzar previamente a mis dignatarios, encargados de la
defensa nacional".

"Que les eximo de las cargas impositivas que los
nómadas abonan, de conformidad con los convenios
existentes, pidiendo concurrir con la suma que fuese de su
agrado, sin que tal contribución se considere un tributo
ineludible".

"Que, desde ahora, no se obligará a ningún
sacerdote cristiano a renunciar a su investidura, ni a
ningún individuo a
abandonar su culto, como así mismo no se
obstaculizará a los monjes en el ejercicio de su
profesión, ni serán forzados a desalojar sus
conventos, a suspender sus giras misioneras".

"Que no será demolida ni siquiera una
mínima parte de sus templos ni se permitirá su
adquisición para mezquitas o residencias de musulmanes;
pues quien tal hiciera quebrantaría la solemne promesa
dada en nombre de Dios, desobedecería al Profeta y
traicionaría abiertamente la felicidad de su
conciencia".

"Que en cuanto al impuesto a los
réditos, derivados de los grandes negocios
marítimos o terrestres, determinados por la
extracción de metales, perlas,
piedras preciosas, oro o plata,
provenientes de capitales considerables pertenecientes a los
cristianos, no excederá en ningún caso de doce
dracmas anuales, si estos residen y permanecen en el mismo lugar
en el cual ejercen su oficio".

"Que no se exigirá tributo a las personas, con
domicilio o sin él que vivan de la beneficencia de los
demás, excepción hecha a los que heredan gravados
con impuestos, en
cuyo caso seguirán abonándolos, sin aumento alguno,
pudiendo, sin embargo, cumplir en parte esta obligación en
caso de presentarse dificultades para pagar el canon fijado
anteriormente al testador".

"Que si alguno de ellos adquiriese bienes muebles
o inmuebles con el bien de beneficiarse con su explotación
o arrendamiento, no pagará mayores impuestos que los que
abonan sus semejantes".

"Que los cristianos serán considerados, en cuanto
a los fueros de la conciencia, iguales a los nuestros, sin que
estén obligados a salir con los ejércitos
nacionales al encuentro del enemigo, ni a afiliarse con ellos,
pues la defensa corresponde exclusivamente a los musulmanes. No
obstante, los cristianos podrán contribuir voluntariamente
al aprovisionamiento y remonta del ejército, genuinamente
musulmán, con armas y caballos,
lo cual será recordado con benevolencia y
gratitud".

"Que no se obligará a ningún cristiano a
convertirse a la religión del Islam, ni se le
discutirá su creencia , sino en términos afables,
debiendo ser tratados por todos los musulmanes con misericordia y
cariño, protegiéndolos contra toda lesión o
prejuicio
donde quiera que estuvieran y en cualquier situación en
que se encontraren".

"Que si algún cristiano se viera impulsado a la
comisión de una falta grave o delito,
constituirá un deber ineludible de los musulmanes
inducirlo al buen camino, por medio del exhorto y el buen
consejo, y en caso de haberlo realizado, servir a su defensa,
hasta reparar el daño ocasionado, esforzándose para
concertar la paz con el súbdito musulmán ofendido,
a coadyuvar en persecución de estos fines".

"Que los musulmanes no contribuirán a fracaso
alguno de los cristianos, no le será negada la
colaboración necesaria, ni tampoco del seno de la nación".

"Que por medio de esta promesa divina les concedo las
mismas garantías de que gozan los musulmanes, asumiendo,
en consecuencia, la obligación de protejerlos contra todo
inconveniente y proveer a su beneficio, para que sean verdaderos
ciudadanos, solidarios en los derechos y deberes
comunes".

"Que, en lo que respecta al matrimonio, no se
obligará a una cristiana a casarse con un musulmán,
ni será contrariada si se resiste al noviazgo, por ser
indispensable su previo consentimiento; y que, en caso de
realizarse esta unión, deberá el marido dejar en
libertad a la
esposa para practicar su culto de acuerdo a la orientación
de sus jefes espirituales, de cuyas normas tomará ejemplo,
sin obligarla en ningún caso a abjurar de su
religión, ni oponerse si éstos fuesen sus deseos,
pues todo acto contrario a estos postulados, lo colocaría
entre los falaces, violadores de la promesa de Dios y de la
palabra de Su Profeta".

"Que si los cristianos necesitaren construir o
refaccionar sus templos, capillas o lugares santos, o cualquiera
otra realización de interés
para su culto, será prestada a su pedido, la
colaboración técnica o pecuniaria correspondiente,
considerándose tal acto como una simple beneficencia,
concordé con la promesa dada por el Profeta, y ajustada a
las normas que Dios impone a todos los musulmanes".

"Que no serán obligados, en caso de guerra, a
servir de emisarios, guías u observadores sobre el campo
enemigo, ni a ninguna actividad de carácter bélico; y que si alguien
les exigiese, ya individualmente o en masa, realizar lo
contrario, será considerado en desacato de la palabra
profética y desobedeciendo a su testimonio".

"Estas condiciones fueron impuestas por Muhammad, el
Enviado de Dios, en favor de los adeptos de la religión
cristiana, sin excepción alguna".

"Los únicos deberes que a su respecto se
establecen, bajo la égida de su buena conciencia y los
postulados de su credo, son los siguientes:

"Que no ayudarán al enemigo en guerra con los
musulmanes, en forma pública o secreta, ni darán
albergue o refugio al adversario en sus casas, lugares santos o
regiones, ni le secundarán con tropas, armas, caballos u
hombres, ni se constituirán en depositarios de sus bienes,
ni mantendrán comunicación con ellos".

"Que no se negarán a prestar un hospedaje de tres
días consecutivos a cualquiera de los musulmanes ni a sus
caballos, donde quiera que se encuentren o dirijan sin que ello
obligue a facilitar alimentos
extraordinarios, que significarían un aumento en sus
gastos
habituales".

"Que si algunos de los musulmanes en situación
apremiante se viera precisado a refugiarse en sus casas o
regiones, le tratarán cordialmente, ayudándolo y
alentándolo en su infortunio, y ocultando su paradero al
enemigo sin omitir esfuerzo para cumplir este deber".

"Quien quiera que viole las condiciones prefijadas,
será considerado un renegado de Dios y de la promesa
solemne dada por el Profeta a los sacerdotes y monjes cristianos,
con el testimonio de la nación".

"Este es un mandato ineludible contraído por el
Profeta en su propio nombre y en el de todos los musulmanes, y a
cuya observancia se obligan de modo estricto hasta el día
de la Resurrección y terminación del
mundo".

Evidentemente estas palabras, teniendo en cuenta la
intolerancia que caracterizaba a esa época entre los
seguidores de distintos cultos e ideas, son una muestra de que su
origen es celestial y auténticamente profético. La
historia
islámica, inspirándose en estas enseñanzas,
ha dado ejemplo de un elevadísimo grado de
comprensión y tolerancia.

JESÚS EN LA TRADICIÓN
ISLÁMICA

La tradición islámica muestra a
Jesús como dueño de una extraordinaria sapiencia
mediante la cual definía la profunda realidad del mundo y
exhortaba con su conducta y su
palabra al ascetismo y desapego. El mismo no tenía casa,
ni montura, ni esposa e hijos y con respecto al mundo
decía: "¿Quién construye una casa sobre las
olas del mar? ¡Oh gente, el mundo es como un mar agitado!,
¿Por qué lo tomáis como un lugar de
residencia estable y permanente?".

Quizás una de las razones por las cuales
Jesús (P.) enfatizaba el desapego a lo mundano
residía en el hecho de que en aquel entonces los judíos
se habían inclinado en exceso a las ilusiones materiales de
este mundo tras un período, luego del fallecimiento del
Profeta Moisés(P.), en el cual habían alcanzado el
poder en
sucesivos gobiernos. Del mismo modo que Ali(P.)
contínuamente advertía a la comunidad
islámica acerca de los peligros del materialismo.

En una tradición de Alí(P.), el sucesor
del Profeta Muhammad(B.P), leemos que mientras se refería
al valor de lo
mundano señalaba al Profeta Jesús y decía
"tomaba a la piedra como almohada, vestía ropas
rústicas, comía yasheb, estaba la mayor parte del
tiempo
hambriento, su lámpara en la noche era la luna y en el
invierno, su único refugio eran los horizontes del oriente
y el occidente. Sus frutas y verduras eran las mismas que
la tierra
hacía brotar para los animales. No
tenía una esposa que lo distraiga, ni hijos que lo
aflijan, ni riqueza que ocupe su atención. No tenía codicia alguna
que lo rebaje, su transporte
eran sus pies y sus sirvientes sus manos".

En otra tradición del Imam Ali(P.) sobre la
extraordinaria personalidad
de Jesús nos recuerda las palabras de éste
último cuando decía: "Por las noches al dormirme
nada poseo y lo mismo durante el día, sin embargo no hay
hombre
más rico que yo sobre la faz de la tierra".

En otra tradición islámica leemos que
Jesús se hallaba en el desierto cuando se precipitó
una intensa lluvia. Jesús no hallaba dónde
refugiarse hasta que divisó una tienda a lo lejos. Se
dirigió hacia allí pero al llegar vio a una
mujer que se
encontraba sola por lo que no entró en ella sino que se
volvió en busca de otro refugio. Jesús era un
Profeta joven pero extremadamente piadoso a quien Satanás
jamás pudo doblegar.

La tradición islámica cita, entre otras de
las cualidades de Jesús, la de ser un permanente
triunfador en la continua lucha interior por la
purificación de la propia alma y en la
lucha por la defensa de la religión contra los enemigos de
ésta y de los oprimidos y desposeídos, a quienes
siempre se esforzó por hacerles llegar el mensaje de la
verdad.

Con respecto a la humildad de Jesús es conocido
el episodio en que lavara los pies de los apóstoles.
Ellos, en principio, se negaron pero Jesús les dijo: "Debo
hacerlo a fin de que vosotros aprendáis la humildad que
siempre debéis guardar frente a vuestros
discípulos".

Esta actitud se
suma al modo de vida simple y su permanente
compañía junto a los pobres, débiles y
enfermos.

La tradición también da cuenta de
cómo el Profeta Jesús se enfrentó en
numerosas ocasiones con Satanás y de cómo
éste fue doblegado una y otra vez hasta llegar a reconocer
que jamás pudo someterle.

Jesús fue un maestro y un guía para la
gente, especialmente para los Hijos de Israel. Para ejercer su
misión
tuvo que enfrentarse a los desvíos de algunos religiosos y
algunos sectores de la comunidad judía que habían
alejado a ésta del espíritu y letra de la
Torá.

Esta permanente tensión y enfrentamiento de
Jesús con los falsarios que se negaban a reconocer su
profecía condujo finalmente a éstos a tramar su
entrega y asesinato.

De acuerdo a la tradición islámica, Dios
Altísimo salvó a Jesús de la
crucifixión elevándolo a los cielos:

«…Cuando en realidad no le mataron, ni le
crucificaron, sino que les pareció así…Sino que
Dios lo elevó hacia El. Dios es Poderoso, Prudente».
(Corán 4: 157-158).

Dios realizó un milagro por el cual se produjo la
transfiguración de Jesús y otro tomó su
apariencia confundiendo a sus captores. En los mismos evangelios
cristianos actuales se registran distintos episodios en que
Jesús adoptaba apariencias distintas que desorientaban a
sus discípulos quienes no lo reconocían en primera
instancia.

La personalidad excepcional de los profetas y de sus
seguidores es multidimensional y reúne aspectos
aparentemente contradictorios, como alegría y tristeza,
adoración y compromiso social, retiro y presencia en la
sociedad,
política y
ascetismo. Jesús reunía todos estos aspectos en su
personalidad.

Le fue dicho "¿Quién te ha educado?".
Respondió: "No me ha educado nadie, he visto la vileza de
la ignorancia y me he apartado de ella".

Jesús(P.) durante sus treinta y tres años
de vida, permanentemente estaba junto los desposeídos y
los pobres. Se ocupaba de sus problemas y
curaba a sus enfermos.

Narra Ibn Abbas (tío del Profeta Muhammad):
"Jesús acostumbraba a recorrer a la gente de Bani Isra'il
(hijos de Israel) y si encontraba a alguien necesitado, le
ayudaba".

Cuando era niño, su madre lo llevó donde
un maestro para que le enseñase. El comenzó a
impartirle la primera lección y luego del Bismil-lah
(invocar el nombre de Dios para comenzar cualquier acción), le dijo: "Di el alfabeto y su
correspondencia numérica". Jesús preguntó:
"¿Qué es el alfabeto?". El maestro quiso
enseñarle, pero Jesús dijo: "Si conoces su
significado, dímelo, y si no, permíteme que te diga
su exégesis". El maestro, que desconocía su
interpretación, lo autorizó, y Jesús se lo
interpretó hasta el final. Entonces, el maestro le dijo a
María(P.): "Llévatelo, tu hijo no necesita
ningún maestro".

Cuando Jesús enfermaba en su niñez,
él mismo le daba a su madre las instrucciones para
preparar los remedios. Tenía menos de diez años
cuando le fue revelado el Evangelio.

(Todas las narraciones citadas fueron extraídas
de la obra "Biharul Anuar" del gran sabio Allamah Maylesi, Dios
se complazca de él).

Para finalizar apelamos a una exhortación del
Concilio Vaticano II (1962-1965), auspiciado por el Papa Juan
XXIII (1881-1963), la cual atestigua: "La Iglesia mira
con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios,
Misericordioso y Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra,
que ha hablado a los hombres y a cuyos ocultos decretos procuran
someterse con toda el alma, como se sometió Abrahám
a Dios, de quien la fe islámica gusta hacer referencia.
Veneran a Jesús como Profeta, aunque no lo reconocen como
Dios; honran a su madre virginal, María, y a quien
también la invocan devotamente. Esperan, además, el
Día del Juicio, cuando Dios recompensará a los
hombres. Aprecian por tanto, la vida moral y honran
a Dios, sobre todo con la oración, la caridad y el
ayuno".

«…"La paz fue conmigo desde el
día en que nací;
será conmigo el día en que muera
y el día que sea resucitado".
Este es Jesús, hijo de María…»
(Sagrado Corán ,Capítulo:
María,vers.33)

MUHAMMAD EL ULTIMO MENSAJERO Y
PROFETA.

Mucha gente cree que "Mahoma" es la traducción al
castellano del
nombre propio Muhammad. Pero esto no es verdad, en realidad
Mahoma es una mala e intencionada traducción del mote
"Maozim".

El origen de este mote se remonta a la Edad
Media.

Como he dicho Mahoma proviene del mote "Maozim" que un
cura cristiano-trinitario llamado Alvaro de Córdoba
[año 856; y que fue uno de los inventores del mito de la
Invasión Árabe en la Península
Ibérica], puso al profeta Muhammad -la paz y las
bendiciones sean sobre él- para desprestigiarlo e
insultarlo. Maozim era un personaje extrabíblico precursor
del Anticristo; y que se identificó con la cuarta Bestia
del sueño del profeta Daniel [veáse Daniel 8, 1-27]
y que anuncia el fin de los tiempos. Alvaro y sus
correlegionarios cristianos-trinitarios identificaron al profeta
Muhammad -la paz y las bendiciones sean sobre él- con
Maozim precursor del Anticristo y se identificó al Islam
con la cuarta bestia de la visión de Daniel.

El nombre propio "Muhammad" proviene de la raíz
del verbo h-m-d: alabar, elogiar, loar, ensalzar; retribuir;
agradecer. Y en la posición "Muhammad": colmado de
elogios, el muy alabado o el que alaba. Así pues, la
traducción del nombre "Muhammad" en castellano
sería: el alabador, y no Mahoma. El Profeta – la paz y las
bendiciones sean sobre él – también tiene otros dos
nombres propios: Mustafa y Hamad.

Normalmente se considera una falta de respeto la
traducción de los nombres propios [e incluso los apellidos
no se traducen]. Nadie traduciría por Bill Gates
"Guillermo Verjas".

Conociendo el origen y la intención de este
nombre, considero que llamar Mahoma al Profeta Muhammad -la paz y
las bendiciones sean sobre él- es una falta de respeto y
una ignorancia de quien lo dice.

Cuando los musulmanes mencionamos el nombre de Muhammad
añadimos "las bendiciones y la paz de Al-lâh sean
con él", que es la salutación prescrita en el
Qurân cuando dice "¡En verdad, Allah y sus
ángeles bendicen a Su profeta! ¡Oh, quienes
tenéis plena confianza [imân]! ¡Bendecid
también vosotros a él! ¡Y [sabed que]
debéis de saludarlo como se debe!"

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz
según el número de todos aquellos que
confían en él, y de todos los que le niegan, desde
el día de su nacimiento hasta el día en que la
Verdad sea desvelada, era hijo de Abdullah, hijo de Abd
al-Mutalib, hijo de Hashim, de la tribu de Quraysh, descendiente
de Ismail, hijo de Ibrahim.

Nació en Meca, cincuenta y tres años antes
de la Hégira. Su padre murió antes de su
nacimiento, y su madre, Amina, cuando aún era
niño.

Encontró un protector en su abuelo, Abd
al-Mutalib, y a la muerte de
éste, en su tío Abu Talib.

Su infancia y
juventud
fueron muy sencillas. No recibió una educación formal, y
se ocupaba del rebaño de ovejas y cabras que su familia
poseía en las colinas cercanas a Meca.

En cierta ocasión acompañó a su
tío en una caravana que se dirigía a Siria, y en el
transcurso del viaje encontraron a un ermitaño cristiano
llamado Bahíra, quien anunció a Abu Talib que su
joven sobrino sería el Profeta de su pueblo.

A los veinticinco años volvió a realizar
el mismo viaje, en esta ocasión como mercader al servicio de
una acaudalada viuda llamada Jadiya. A consecuencia de su
éxito
en este viaje, y después de oír referencias acerca
de su excelente carácter, ella se casó con su joven
agente.

Vivieron juntos veintiséis años, fue madre
de sus hijos y le apoyó durante los difíciles
años en que intentaba extender el Islam entre las gentes
de Meca.

Muhammad acostumbraba a retirarse todos los años
durante el mes de Ramadán a una cueva de un monte cercano
a Meca.

Cuando tenía cuarenta años, casi al final
de este mes, oyó durante la noche una voz que le
decía: '¡Lee!'. Respondió: 'No sé
leer'. De nuevo dijo la voz: '¡Lee!'. Y de nuevo
respondió sobrecogido: 'No sé leer'. Por tercera
vez, la voz le ordenó: '¡Lee!'. '¿qué
debo leer?', respondió. La voz le dijo: 'Lee en el Nombre
de tu Señor que te ha creado. El creó al hombre de
un coágulo'.

Este fue el comienzo de la Revelación del Qur'an,
que continuó de modo intermitente hasta poco antes de su
muerte, veintitrés años más tarde. La voz le
dijo que él era el Mensajero de Allah, y al levantar sus
ojos, vio a Yibril: el cauce por el que la Revelación le
era transmitida desde el Creador del Universo.

Su primer pensamiento
fue que se había vuelto loco, pero fue confortado por su
mujer, Jadiya, y gradualmente, a medida que la Revelación
continuó, su incertidumbre desapareció y
aceptó la ingente tarea de ser el Mensajero del
Señor de la' creación.

Durante los tres primeros años que siguieron a
este suceso, sólo los más próximos a
él conocieron lo ocurrido. Jadiya, su hijo adoptivo 'Ah,
su esclavo liberto Zayd y su amigo Abu-Bakr, fueron los primeros
en aceptar lo que decía y en seguirle.

Por aquel entonces, recibió el mandato de 'salir
y advertir', y así comenzó a hablar abiertamente a
las gentes de Meca. Les hizo comprender la estupidez de adorar
ídolos a la vista de las claras pruebas de la
Unidad Divina, manifiestas en la Creación.

Los clanes de la tribu de Quraysh, al ver amenazada su
forma de vida, respondieron hostilmente y empezaron a maldecirle
y a perseguir a sus seguidores.

A pesar de todo, el número de musulmanes iba en
constante aumento, y los quraishitas trataron de detenerle con
sobornos, llegando incluso a ofrecerle él que fuera su rey
si llegaba a un compromiso con ellos y dejaba de atacar a sus
falsos dioses. Con su palabra y su ejemplo, estaba minando y
poniendo en peligro la estructura
social y la base de su riqueza. Además, el Islam se
vio fortalecido cuando Umar Iba al-Jattab aceptó al
Profeta. Era éste uno de los más fuertes y
respetados de la Quraysh y hasta aquel momento había sido
uno de los más acérrimos enemigos del Islam. La
Quraysh, dominada por su frustración y rabia,
confinó durante tres años en un barranco a todo el
clan del Profeta, prohibiendo toda relación con
ellos.

Durante este tiempo, murieron su mujer Jadiya y su
tío y protector Abu Talib, y asimismo fracasó un
intento de llevar el Islam a vecina ciudad de Taif. Fue
precisamente en este punto muerto cuando se produjo el
Miraj.

Muhammad fue llevado a través de los siete cielos
y le fue mostrada la verdadera naturaleza de
su ser y el honor que recibía de su Señor, la
Realidad Divina.

Al poco tiempo, un pequeño grupo de
hombres de una ciudad llamada Yazrib le escucharon durante un
viaje que hicieron a Meca. Le aceptaron como Profeta y regresaron
a su ciudad con un maestro musulmán. Al año
siguiente, volvieron con setenta y tres nuevos musulmanes e
invitaron al Profeta a visitar Yazrib. Desde entonces, los
musulmanes comenzaron a asentarse en ésta y a abandonar
Meca, hasta que el Profeta, después de evitar un atentado
contra su vida, viajó con AbuBakr hasta Yazrib, ciudad que
recibió el nuevo nombre de Al-Madinat al-Munawwara, la
Ciudad Iluminada. Este acontecimiento es conocido como la
Hégira, y señala el comienzo de la comunidad
musulmana.

Desde este momento, el Profeta recibe de su Señor
el mandato de luchar contra sus enemigos, aunque hasta entonces
no se habían tomado medidas de auto-defensa. Las primeras
expediciones fueron muy pequeñas y en ellas casi no se
produjeron luchas. En el segundo año de la Hégira,
los quraishitas enviaron un ejército de mil hombres con el
pretexto de proteger una caravana procedente de Siria. El Profeta
reunió un ejército de algo más de
trescientos hombres, y los dos bandos se encontraron en un lugar
llamado Badr.

Los musulmanes, mandados por el Profeta, con una
confianza total en Allah en sus corazones y el apoyo del mundo
angélico, vencieron completamente, y mataron a muchos de
los jefes de la Quraysh. La enemistad de la Quraysh siguió
aumentando, pero el Islam ya poseía una sólida
base.

Al siguiente año, la Quraysh envió un
ejército contra Medina, y los musulmanes se encontraron
con ellos en la montaña de Uhud, a poca distancia de la
ciudad. A pesar de su desventaja, los musulmanes podían
haber logrado la victoria, pero el afán de hacerse con
botín llevó a un grupo de arqueros a abandonar sus
posiciones, y a causa de ello fueron derrotados. Esta derrota
motivó el asesinato de musulmanes que viajaban para
extender el Is1am, y también una abierta hostilidad por
parte de los judíos de Medina, apoyados por elementos
descontentos dentro de la comunidad musulmana.

En el quinto año de la Hégira, la Quraysh
atacó de nuevo Medina, en esta ocasión con diez mil
hombres. El Profeta había organizado la excavación
de un profundo foso para la defensa de la ciudad y el encuentro
se hizo famoso como 'la Batalla del Foso'.

Las tropas de Meca se vieron incrementadas por una tribu
de judíos de Medina, pero sin embargo, confundidos por el
foso, descorazonados por la sospecha hacia sus aliados
judíos y por un viento enconado que estuvo soplando
durante tres días y tres noches, recogieron el campamento
y se marcharon sin presentar batalla. La tribu judía fue
severamente castigada por su traición.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a
Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para
hacer el Hach. Acamparon en AI-Hudaybiya, justo a las afueras de
la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh
mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto
aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos
regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo,
este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes,
resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se
propagó desde entonces con más rapidez que
antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh
convenía en evacuar Meca al año siguiente durante
tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y
hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus
compañeros visitaban Meca después de siete
años.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a
Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para
hacer el Hach. Acamparon en Al-Hudaybiya, justo a las afueras de
la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh
mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto
aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos
regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo,
este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes,
resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se
propagó desde entonces con más rapidez que
antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh
convenía en evacuar Meca al año siguiente durante
tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y
hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus
compañeros visitaban Meca después de siete
años.

Al año siguiente, el Profeta mandó un
ejército de tres mil hombres a enfrentarse a un ataque del
Emperador bizantino en Siria. Atacaron valerosamente a cien mil
hombres, luchando hasta que tres jefes cayeron muertos. Los pocos
supervivientes se retiraron y regresaron a Medina.

Por entonces, la Quraysh rompió el acuerdo, y el
Profeta, con un ejército de diez mil hombres, atacó
Meca. Tomaron la ciudad sin derramamiento de sangre y el
Profeta declaró una amnistía general.
Perdonó a aquellos que tanto le habían perseguido
desde el comienzo del Islam. Estos se hicieron musulmanes y la
única destrucción fue la de los ídolos
alrededor de la Ka'aba. El Profeta se dedicó entonces a
someter al resto de las tribus hostiles, venciendo en la batalla
de Hunayn y poniendo cerco y tomando la ciudad de Taif, cuyos
habitantes le habían rechazado diez años
antes.

En el noveno año de la Hégira, los
musulmanes fueron probados por Allah. El Profeta pidió a
todos los musulmanes que le acompañaran en una
expedición a un lugar llamado Tabuk durante el
período más caluroso del año. Algunos le
acompañaron y otros se quedaron. La expedición
regresó sin haber luchado. Ese mismo año se hizo
famoso como 'el Año de las Delegaciones', pues vino gente
de toda Arabia a jurar fidelidad al Islam y al
Profeta.

En el décimo año de la Hégira, el
Profeta condujo el Hach de despedida, al que asistieron ciento
cuarenta mil musulmanes. En un discurso en el
monte Arafat les recordó los deberes del Islam, y que
serían llamados a responder de sus actos, y entonces les
preguntó si había expuesto con claridad su Mensaje.
La respuesta fue: '¡Si, por Allah!', y él
añadió:

'¡Oh Allah, tú eres testigo!'. Poco
después de su regreso a Medina, enfermó y
murió con la cabeza sobre el regazo de Aisha, su esposa
más amada.

Durante los últimos diez años de su vida,
dirigió veintisiete campañas, en nueve de las
cuales hubo intensas luchas. Supervisaba personalmente cada
detalle de la
administración y juzgaba él mismo en cada caso,
siempre accesible al que solicitaba su atención.
Destruyó la adoración a los ídolos y
sustituyó la arrogancia y violencia de
los árabes, su inmoralidad y embriaguez por la humildad y
la compasión, la armonía y la generosidad, creando
una sociedad realmente iluminada como no ha existido otra, la
comunidad de los compañeros del Sello de los Profetas, el
último Mensajero, el esclavo de su Señor:
Muhammad.

SU CARACTER

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz
según el número de las cosas hermosas y
según el número de las buenas cualidades
manifestadas en los hombres desde el comienzo del tiempo hasta el
final del tiempo, parecía, cuando estaba Solo, un hombre
de mediana estatura. Pero cuando se encontraba con otros, ni
empequeñecía a aquellos más bajos que
él, ni parecía más bajo que los que eran
más altos. Estaba bien proporcionado, con un pecho amplio
y anchos hombros, y sus miembros eran fuertes y bien
proporcionados. En su espalda, entre sus omóplatos, y
más cerca del derecho que del izquierdo, tenía el
sello de la profecía: un lunar negro rodeado de
pelillos.

Su rostro era ovalado, de tez blanca, con un ligero
tinte moreno. Su frente era despejada y tenía unas cejas
muy largas y arqueadas con un espacio entre ellas donde se
señalaba una vena que palpitaba en momentos de gran
emoción. Sus ojos eran negros y separados. Tenía
pestañas largas y espesas. Su nariz era aquilina y su boca
y sus labios estaban bien proporcionados. Sus dientes, con los
que era muy cuidadoso, estaban bien dispuestos y proyectaban un
blanco brillante cuando sonreía ó al reír.
Era de mejillas anchas y uniformes, con una barba negra y espesa
que tenía, a su muerte, diecisiete canas. Su cara estaba
enmarcada por una abundante melena que caía en ondas hasta sus
orejas y hombros, y que él a veces se trenzaba y otras
veces se dejaba suelta.

La transparencia de su rostro era tal que su ira
ó su agrado brillaban directamente a través de
ella. Su cuello, ni corto ni largo, era del color de la
aleación del oro y la plata. Sus manos tenían la
textura del satén, con anchas palmas y largos dedos, de
las que emanaba un dulce perfume que permanecía en las
cosas que tocaba. El arco de sus pies era pronunciado y su andar
era el de un hombre que camina cuesta abajo con rapidez y
modestia.

Era de temperamento amable y de hermosos modales en
medio de un ambiente
acostumbrado a una violencia arrogante. Nunca era insultante y
jamás despreció al pobre ó al enfermo.
Honraba la nobleza y recompensaba según la valía,
dando a cada cual lo más adecuado a sus necesidades.
Jamás se humilló ante la riqueza ó el poder,
sino que llamaba a todos los que acudían a él a la
adoración de Allah.

Era siempre el primero en saludar a quien se encontrase,
y nunca era el primero en retirar la mano. Era infinitamente
paciente con todos los que a él acudían en busca de
consejo, sin importarle la ignorancia de los incultos ó la
tosquedad de los malcriados.

En cierta ocasión, un beduino acudió a
él con una petición y le tiró tan
bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad
se rió y dio al hombre lo que pedía.

Una de sus cualidades era que siempre tenía
tiempo para todos los que le necesitaban. Era considerado con los
visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio ó
extender su capa para que se sentaran en ella; y si rehusaban,
insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado su
total atención, de tal manera que todos sin
excepción sentían que ellos eran los más
honrados.

De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el
que con menos se complacía. Los errores de sus
acompañantes no eran mencionados y nunca culpaba ó
amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez
años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la
atención una sóla vez, ni siquiera para preguntarle
que por qué no había hecho algo.

Disfrutaba escuchando buenas opiniones sobre sus
compañeros y lamentaba la ausencia de éstos.
Visitaba a los enfermos aún en los barrios de Medina
más distantes de su casa y de más difícil
acceso. Acudía a las fiestas y aceptaba las invitaciones
tanto de esclavos como de hombres libres. Acompañaba a las
comitivas fúnebres y rezaba sobre las tumbas de sus
compañeros. A dondequiera que fuese iba siempre sin
protección, aún entre gente de probada
enemistad.

Poseía una voz fuerte y melodiosa, y aunque
permanecía silencioso durante largos periodos, siempre
hablaba cuando la ocasión lo exigía. Cuando lo
hacía, era extraordinariamente elocuente y preciso, sus
frases estaban bien construidas y eran tan coherentes que
aquellos que le escuchaban, quienesquiera que fuesen, las
entendían fácilmente y recordaban sus
palabras.

Solía hablar dulce y desenfadadamente cuando se
encontraba con sus esposas, y con sus compañeros era
el hombre
más alegre y sonriente, apreciando lo que decían y
charlando amigablemente con ellos. Nunca se enfadaba por
sí mismo ó por cuestiones relacionadas con este
mundo, pero cuando se irritaba por algo tocante a Allah, nada
podía ponerse en su camino. Cuando enviaba a alguien a
algún lugar, apuntaba siempre con toda la mano. Cuando
algo le complacía, volvía las palmas hacia arriba.
Cuando hablaba con alguien, volvía todo su cuerpo hacia
él. Todo lo que hacía lo hacía a
fondo.

Su generosidad era tal que cuando le pedían algo
nunca decía que no. En cierta ocasión siguió
dándole ovejas a un beduino que insistía en pedirle
más y más, hasta que las ovejas llenaron un valle
entre dos montes, y el hombre quedó anonadado. Nunca se
iba a la cama hasta que todo el dinero de
su casa había sido distribuido entre los pobres, y con
frecuencia repartía parte de su reserva anual de grano, de
forma que él y su familia carecían de él
antes de terminar el año. Solía preguntar a la
gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él y les
daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con
sus pocas posesiones, era de generoso de sí mismo, dando
sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón, y rebosante
amor.

Amaba la pobreza y
siempre se le encontraba con los pobres. Su vida era lo
más sencilla posible. Se sentaba siempre en el suelo, y a
menudo, cuando estaba con sus compañeros, se sentaba en la
última fila para que los visitantes no pudieran
distinguirle de los demás. Comía de un plato
colocado en un mantel sobre el suelo y nunca usaba una mesa.
Dormía en el suelo sobre una esterilla de palma cuyas
marcas se le
señalaban en la piel, aunque
no rechazaba las comodidades si le eran ofrecidas.

Tanto él como su familia pasaban a menudo hambre
y a veces transcurrían meses enteros sin que saliese humo
de su casa ó de las de sus esposas, pues sólo
tenían dátiles y agua, y
carecían de alimentos que cocinar y de aceite para
las lámparas. Sin embargo, en las ocasiones en que
disponía de alimentos, comía bien. Solía
decir que el mejor plato era aquel en el que había
más manos comiendo. Nunca criticaba la comida. Si le
gustaba, la comía, y si no, la dejaba.

Solía atar al camello macho y alimentar a los
animales usados para acarrear agua. Barría su
habitación, arreglaba su calzado, remendaba su ropa,
ordeñaba la oveja, comía con los esclavos y los
vestía con ropas iguales a las suyas. Molía el
trigo él mismo cuando su esclava se cansaba, y llevaba lo
que había comprado desde el mercado hasta su
casa. Decía: '¡Oh Allah!, permíteme vivir,
crecer y morir con los pobres', y al morir no dejó ni un
dinar ni un dirham.

Se vestía con lo que encontraba a mano, siempre
que fuese correcto, aunque especialmente le gustaban las ropas
verdes y blancas. Cuando estrenaba una prenda nueva, regalaba la
vieja. A veces vestía de lana basta. Poseía un
manto del Yemen, a rayas, por el que sentía especial
predilección. Amaba los perfumes y compraba los mejores
que encontraba. Las únicas posesiones que tenía en
gran estima y a las que cuidaba mucho eran sus espadas, su arco y
su armadura, las cuales usaba sin temor y frecuentemente en las
expediciones que dirigía.

Por encima de todo, fue a través de él
cómo el Qur'an fue revelado, y la totalidad de su vida fue
una constante manifestación de las enseñanzas en
él contenidas. Fue el ejemplo perfecto para su comunidad,
tanto en cómo debían ser los unos con los otros,
como en su relación con su Señor, el Creador del
Universo. Les enseñó a purificarse, cómo y
cuándo postrarse ante Allah. Cómo y cuándo
ayunar. Cómo y cuándo dar. Les enseñó
cómo luchar en el camino de Allah. Dirigía la
oración con ellos y se postraba durante la noche,
sólo, hasta que sus pies acababan hinchados. Cuando
alguien le preguntaba que por qué lo hacía, su
respuesta era: `¿Acaso no debo ser un esclavo
agradecido?'. Tenía una oración para cada
acción y nunca se levantaba ó se sentaba sin
mencionar a Allah. Todos sus actos los realizaba con la
intención de complacer a su Señor.

Enseñó a su comunidad todo aquello que
podía llevarles más cerca de Allah, y les
prevenía contra todo aquello que pudiese alejarles de El.
Inspiraba amor y profundo respeto en todos los que le trataban, y
sus compañeros le amaban y honraban aún más
que a sus familias, posesiones, e incluso más que a si
mismos.

En cierta ocasión, su compañero y amigo
íntimo Abu-Bakr as-Sidiq metió uno de sus pies en
un agujero donde había una serpiente que le mordió,
con tal de no despertar a su amado Profeta, que dormía en
aquel momento.

Su yerno y sobrino Ali se arriesgó a ser
asesinado en su lugar, y existen muchos más relatos que
reflejan la devoción que inspiraba en todos los que le
seguían. La unanimidad en las reacciones de todos los
cercanos a él y la descripción que de él nos ha llegado
a través de ellos, nos muestran a un hombre de tal
perfección de carácter que no puede quedar ninguna
duda de la veracidad del Mensaje y de la Guía que trajo:
el Camino del Islam.

Su Señor le dice en el Qur'an: 'Te hemos creado
con un carácter vasto', y él decía: 'Yo he
venido a perfeccionar el buen carácter'. Este es
justamente el objetivo y el
resultado de seguir el camino del Sello de los Profetas, el
último Mensajero, el esclavo de su Señor:
Muhammad.

SU NATURALEZA ESENCIAL

Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda paz
según el número de las cosas creadas desde el
principio de la Creación, hasta el día en que todas
las cosas desaparezcan ante el desbordante esplendor de la Divina
Majestad, dijo que su Señor dijo: 'Yo era un Tesoro
escondido y deseé ser conocido, y creé el Universo para
así poder ser conocido'. Fue este deseo de
auto-conocimiento expresado en las profundidades de la Esencia de
la Divina Unidad, lo que hizo que se iniciase el proceso de
creación y llevó al despliegue de los diversos
planos de existencia, con todas las formas en ellos contenidas,
incluida la Tierra con toda su vida mineral, vegetal y
animal.

En un preciso momento, cuando el entorno estaba
completamente preparado, se dio vida a una nueva criatura: el
hombre. Hasta ese momento, todas las diferentes formas de vida
tenían distintos grados de consciencia; pero al hombre le
fue dada, por su Creador y Señor, la capacidad de
reconocer no sólo su entorno físico, sino
también el hecho de que él era una parte
inseparable de una Realidad que él percibía en
sí mismo y en todo a su alrededor. El era la cima y
perfección de toda la creación y el medio a
través del cual el 'Tesoro escondido' podría
alcanzar su deseo de auto-conocimiento completo.

En las profundidades del ser del hombre hay un secreto
insuflado en su interior por su Señor que desemboca en la
Majestad y la Belleza de la Unidad Divina. Muhammad dijo que su
Señor dijo: 'El Universo entero no puede contenerme, pero
el corazón de
Mi leal esclavo Me contiene . El Qur'an dice: 'Ofrecimos el
cometido a los Cielos, a la Tierra y a las montañas, pero
rehusaron su peso y tenían temor de él, y el hombre
lo aceptó. Es cierto que actúa erróneamente,
muy alocado'.

Esta actividad errónea y alocada por parte del
hombre le llevó a olvidar su verdadera naturaleza y a
perder la consciencia de la Unidad Divina. Se vio cada vez
más atrapado en la percepción
de sus sentidos, y poco a poco fue dando realidad
intrínseca a las formas creadas. Sin embargo, debido a la
Misericordia inherente a la Realidad Divina, en medio de las
diversas comunidades humanas surgieron hombres para
enseñar lo que habían perdido y restituir al hombre
a su verdadera naturaleza.

Estos hombres, conocidos como Profetas y Mensajeros,
fueron creados con este sólo propósito; y aunque no
eran más que hombres entre los hombres, estaban bendecidos
desde su nacimiento con una percepción diáfana de
la Divina Realidad y del conocimiento de cómo vivir en
armonía con el Señor del Universo, mientras que los
hombres a su alrededor se debatían en la oscuridad del
olvido y en una creciente ignorancia.

Estos Profetas y Mensajeros trajeron a sus comunidades
el conocimiento y la dirección que necesitaban, y les sirvieron
de ejemplo, atrayéndolos de nuevo hacia la
adoración y el reconocimiento de su Señor, la Unica
Realidad. Son la perfección del ser humano,
íntegros a pesar dé su contacto con esta
existencia; continuamente conscientes de la Presencia de su
Señor.

El primero de ellos fue el primer hombre: Adán, y
siguieron apareciendo a través de la historia de la
humanidad sobre la Tierra, hasta que la cadena se completó
con la llegada del Sello de los Profetas, Muhammad. El Qur'an
dice de él: 'Muhammad no es el padre de ninguno de
vosotros, sino que es el Mensajero de Allah y el Sello de los
Profetas.

Hemos visto que la cúspide y plenitud del proceso
de creación tienen lugar en el hombre. Aunque fue el
último en aparecer, todo lo que le precedió fue en
preparación para él, el medio a través del
cual el Señor del Universo llegaría a conocerse a
si mismo. El deseo de este auto-conocimiento fue lo que
desencadenó todo el despliegue de la Creación y
así, la primera idea se hizo realidad en la forma final.
En el hombre, lo primero y lo último están unidos.
Si deseas un fruto, debes primero plantar un árbol,
esperar a que crezca, que florezca, y finalmente dé el
fruto. Sin embargo, la idea del fruto precedió al plantar
el árbol.

Como dijimos, la perfección del hombre se
encuentra en los Profetas y Mensajeros, que son los modelos y
ejemplos para el resto de la humanidad, y en quienes la Unidad
Divina está más perfectamente representada. Ellos
son los que corresponden más exactamente al deseo original
de auto-revelación de la Divina Esencia y son, por esto,
los primeros seres en el desarrollo de
la Creación.

Como lo último y lo primero están
combinados en el hombre, la última de las criaturas,
así también están combinados en Muhammad, el
último de los Mensajeros. El dijo al respecto: 'Yo fui el
primer Profeta creado y el último en comunicar Su
Mensaje'. Y también afirmó: 'Yo era un Profeta
cuando mi hermano Adán estaba entre el agua y el
barro'. Y dijo aún más: 'Cuando Allah quiso crear
el Universo, cogió una porción de su Luz y dijo:
'¡Sé Muhammad!'.

Muhammad es el primer punto del que surge Luz desde la
inmensidad impenetrable y absolutamente incognoscible de la
Divina Esencia. Es el primer ser en el despliegue de la
Creación del Universo. Es la pantalla a través de
la cual los Atributos Divinos se filtran al resto de la
existencia, y el gran velo mediante el cual la Creación es
protegida del abrumador poder de la Divina Majestad. Es la Luna
que refleja la pura Luz del Divino Sol. Es la más alta
manifestación de los Nombres y Atributos de Allah y el
medio a través del cual éstos fluyen al resto de la
Creación.

El es Muhammad, el hijo de Abdullah, hijo de Abd
al-Mutalib, nacido en Meca cincuenta y tres años antes de
la Hégira. Le fue dada una visión completa de su
incomparable estación con el Señor del Universo
durante el Miraj, su 'Viaje Nocturno', cuando fue llevado a
través de los siete cielos hasta pasado el Arbol de Loto,
que señala el limite más lejano en el cual, hasta
Yibril, el más grande de entre los ángeles, fue
obligado a detenerse. Desde allí se arrastró a una
distancia de dos arcos de su Señor, y alcanzó su
realización completa y el apaciguamiento de todo deseo. Su
viaje fue el retorno al punto del que había salido cuando
comenzó esta existencia, y fue su total descubrimiento de
la profundidad y perfección de su propio ser: el
pináculo y el eje de la Creación y la
manifestación más pura de la Belleza, Misericordia,
Generosidad y Equilibrio
Divinos. Por razón de su cercanía a la Esencia
Divina, ya que no existe nadie más cercano que él,
le fue dado el nombre de al-Habib, el Amado.

Pero debe recordarse que a pesar de su incomparable
estación con el Creador del Universo, Muhammad no es
más que una criatura y absolutamente impotente frente a su
Señor, el Uno, sin compañero. El es el Mensajero
que trae a la humanidad el último y perfecto camino que
recoge y anula la enseñanza de todos los que vinieron antes
que él. Es, al mismo tiempo, absolutamente esclavo de su
Creador, consciente de que todo el poder y la fuerza vienen de
El. Para el musulmán no existe la posibilidad de adorar a
Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el
esclavo no puede ser más que un esclavo, dependiente por
completo de su Creador. De hecho, más que ninguna otra
criatura, Muhammad es consciente del absoluto poder de su
Señor y de su propia y total incapacidad.

Y sin embargo, a Muhammad (y su nombre significa 'Digno
de Alabanza'), le ha sido dado por el Señor del Universo
un lugar por encima de cualquier otra criatura, y todos los
musulmanes deben darle el honor debido a su rango y pedir
bendiciones para él. El Qur'an dice: 'Ciertamente Allah y
Sus ángeles bendicen al Profeta. ¡ Oh tú que
confías!, reza para que le sean concedidas paz y
bendiciones'. Dada su posición con Allah, por quien todas
las cosas son adornadas en su existencia, bendecirle a él
es bendecir a toda la Creación, y dada la generosa
naturaleza de la Divina Realidad, las bendiciones vuelven
aumentadas sobre aquel que las pronuncia. Muhammad dijo: 'A aquel
que me bendice cien veces, Allah le bendice mil veces, y a aquel
que me bendice mil veces, Allah prohibe al Fuego que toque su
cuerpo'.

La proximidad de Muhammad con su Señor y su
comprensión de su propia ignorancia ante el Conocedor de
todas las cosas, le convierten en el perfecto vehículo
para la Revelación de la Divina Palabra en el Qur'an. Por
ésto, es el Mensajero, el esclavo, y también el
Profeta iletrado. Ningún conocimiento puede
atribuírsele a él. Todo su conocimiento procede de
Allah y sólo El conoce lo Visible y lo Invisible. Su
posición de absoluta receptividad y total servidumbre
hacia su Señor demuestra que todas sus palabras y acciones
estaban en completa armonía con la Unidad Divina, y su
Mensaje a la humanidad no sólo estaba contenido en el
Qur'an, sino que quedó igualmente demostrado en la forma
en que vivió y en lo que dijo durante su vida. El
musulmán es instruido a través del Qur'an: 'Obedece
a Allah y obedece al Mensajero'. La obediencia a Muhammad es
obediencia hacia Allah. El amor a Muhammad es amor por Allah. La
animosidad hacia Muhammad es animosidad hacia Allah. 'Aquel que
te odiase, ése es el desahuciado'

Muhammad es el que está completamente entregado a
su Señor. Escuchándole y haciendo lo que dice,
imitando su conducta y aumentando su amor hacia él, el
musulmán espera aproximarse a él, ya que la
proximidad a él es proximidad a su Señor. Al
acercarse a Muhammad, el hombre se acerca a Allah.

Muhammad es el más grande de la Creación a
los ojos de su Señor, es el que intercederá por
todos los hombres el día del Juicio Final, cuando todos
sean llamados a responder por sus actos en esta existencia. El
día en que 'Aquel que haya hecho un átomo de
bondad lo verá, y aquel que haya hecho un átomo de
maldad, lo verá'. De todos los seres, es quien ha recibido
la mayor generosidad y compasión, y por ser el Amado de su
Señor, todos los que tengan en sus corazones el más
pequeño grano de confianza hacia él, serán
apartados del tormento y llevados a la gloria.

Muhammad es el más próximo a Allah,
él Amado de Allah, el primer derrame de Luz de la Esencia
de Allah, y por ésto, el Camino hacia Allah pasa
inevitablemente a través de él. En su 'Viaje
Nocturno' pasó a través de los siete cielos hasta
las profundidades de su ser y la Presencia de su Señor, y
regresó para describir a los hombres el Camino que conduce
al Señor del Universo. Este Camino está abierto a
todos aquellos que desean seguirlo. Todos los que realicen este
viaje hacia la búsqueda de su verdadera naturaleza,
encontrarán que el Camino a la Realidad Divina en la
profundidad de sus corazones, es el Camino del Sello de los
Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su
Señor: Muhammad.

Ninguna descripción de Muhammad, por muy
detallada y bien informada que esté, puede transmitir
quién es en realidad. El número de sus perfecciones
es incontable y aún los más grandes poetas de entre
aquellos que le aman, acaban por admitir la imposibilidad de
alabarle lo suficiente.

Si deseas un conocimiento real de Muhammad, debes mirar
a la gente que se ha entregado a seguir su ejemplo en todos los
aspectos de su vida. En ellos verás algo de la cualidad y
luminosidad interiores de Muhammad que Allah le bendiga y le
dé paz. De ellos podrás aprender el Camino de
Islam, el sendero de sumisión que conduce a la
paz.

Que él Profeta Muhammad, (SWS) llegó a
hacerse tan sensible que era capaz de captar todo lo que
sucedía a su alrededor y por tanto penetraba de una forma
clara en el mundo espiritual de todas las cosas. Rasulul-lah sin
duda tuvo esta capacidad, o de lo contrario el Islam no
sería lo que es. A nosotros nos puede resultar
extraño pero, evidentemente, si él no hubiera sido
así, no habría tenido calidad de
Profeta. Rasul o Nabí alude a una persona que es capaz de
comunicar un mensaje porque está comunicada con todo lo
que existe gracias a poseer una sensibilidad extraordinaria.
Muhammad la poseía y seguramente en una profundidad
increíble, de tal manera que esto condicionaba su
relación con las cosas. Él no era animista, no
consideraba que las cosas estaban dotadas de alma, pero sí
de una magia especial o de algo para lo que no hay nombre,
quizá la palabra "alma" sea insuficiente…

Era muy especial la costumbre que tenía de
ponerle nombre a todo… Ponerle nombres a las cosas es tener una
relación personal con ellas. Desde luego todos sus
animales tenían nombres propios, pero incluso los objetos,
cada turbante tenía un nombre propio, sus capas, sus
arcos, sus espadas, tenían nombres propios. Es curioso,
porque hablaba con las cosas. Se sabe que mantenía
conversaciones con objetos, con las piedras, con los troncos.
Incluso hay gente que dijo haber escuchado las respuestas de
estas conversaciones que se mantenían en otro universo,
por supuesto. Si Rasulul-lah no hubiera sido así, no
habría sido Profeta. Tenía necesariamente que
contar con esa delicadeza que viene de algo regalado: él
era así, no lo buscó. Él amaba profundamente
las cosas, todo lo que le rodeaba, con un amor especialmente
intenso. Hay hadices preciosos en este sentido, como aquel que
cuenta cómo estando sobre la montaña Uhud ella
tembló y el Profeta le dijo 'estáte quieta porque
yo te quiero igual que tú me quieres'. Que el
pequeño temblor acabase es normal, no estamos diciendo
necesariamente que él la aquietara, pero se conserva el
hadiz entre los musulmanes como prueba no del poder de Muhammad
sino de su capacidad de relacionarse con las cosas aparentemente
menos dotadas de alma.

Otro hadiz nos habla de cómo escuchaba el lamento
de las cosas, y por eso él era capaz de escuchar sonidos
que no perciben los seres humanos. Cómo tranquilizó
con la mano -como se hace con un animal doméstico- a un
mimbar que se quejaba. Él además sabía que
esa sensibilidad no era exclusiva suya, sabía que algunos
animales captaban los gemidos de los muertos en las tumbas.
Nosotros tenemos ciegos determinados ojos y taponados
determinados oídos y que únicamente en su persona
estaban absolutamente despiertos. Y que justamente la
espiritualidad islámica es el intento de
avivarlo.

No es que Muhammad sea modelo de una
"actitud ecológica" de vivir sino que su espiritualidad es
un ejemplo a seguir para llegar a esa conciencia con la cual
nuestras relaciones con las cosas nunca serán artificiales
sino auténticas. Se trata de haber seguido un proceso
espiritual en el cual se entra en comunicación con el
espíritu que hay en las cosas. Lo que hay que aprender de
Muhammad no es el ponerle nombres a las cosas sino realmente el
seguir su proceso espiritual hasta descubrir que en las cosas
anidan realidades más allá de lo que nosotros
percibimos normalmente y que es lo que las unifica, es decir,
aquello en lo que descubrimos a Allah, el Uno
Único.

Y no sólo el Profeta. Todos los auliyá
(los íntimos de Allah) perciben el poder y la
sabiduría que hay en cada cosa. El kafir es el que no
traspasa el objeto y descubre en él la semilla (habb) de
amor (hubb) que lo hizo. Eso infinito que es el Ahad pasa a
residir en todo objeto finito por el hecho de existir, y tenemos
la obligación islámica de amar a Allah en cada
cosa. Todas las cosas tienen dos caras, una en la que se ve a
Allah y otra en la que se ven las cosas. El camino espiritual
consiste en descubrir qué conjunto de cualidades de Allah
son la urdimbre de cada uno de los seres que existen.
También la de las cosas. Puedes ver a Allah en la misma
nafs de las cosas. No podemos dejar pasar la oportunidad que nos
ofrecen las cosas. Cada cosa existente te interpela con lo que
es.

Nuestro conocimiento aspira con la Ciencia a
desentrañar el significado de las cosas, y no puede ser de
otra forma, pues Allah es en sí mismo indefinible.
¿Cómo se define -entonces- a Allah? En cada cosa
concreta. Lo que no tiene límites lo
encerramos en lo más pequeño. Lo eterno en el
instante que no dura, lo inmutable en la deteriorabilidad de algo
material… Todo lo que existe es Nombre de Allah, porque es una
esencia específica e irrepetible. Cada cosa que existe es
el Nombre propio de Allah. Las cosas son los rostros de
Allah.

La Materia de que
están compuestas las cosas, la cosa en sí ante
nosotros es ni más ni menos que la prueba de la existencia
de Allah. La verdad desconcertante del ser que constituye la
realidad es el principio del camino. Cuando me sumerjo en la
Realidad, a pesar de su aparente inconsistencia y su mutabilidad,
y la vivo como definitiva y contundente, estoy en al-haqq. Me
sumerjo en la materia para conocer mi realidad, mi verdad, para
descubrir mi propia eternidad.

Cuando se ha tomado conocimiento de la vida de Muhammad
a través de las fuentes
tradicionales; de ella se desprenden tres elementos que
podríamos designar provisionalmente con las palabras
siguientes: piedad, combatividad, magnanimidad. Por piedad
entendemos el apego profundo a Allah, el sentido del más
allá, la absoluta sinceridad, es decir, un rasgo del todo
general en los santos y a fortiori en los mensajeros del cielo;
si lo mencionamos es porque aparece en la vida del Profeta con
una función
particularmente destacada y porque prefigura en cierta forma la
atmósfera
espiritual del Islam . Hubo, en esa vida, guerras y,
destacándose contra ese fondo violento, una grandeza de
alma sobrehumana; hubo también matrimonios, y por ellos
una entrada deliberada en lo terrenal y lo social -y no decimos:
en lo mundano y lo profano , e ipso facto una integración de lo humano colectivo en lo
espiritual, dada la naturaleza avatárica del
Profeta.

En el plano de la piedad, señalemos el amor a la
pobreza, a los
ayunos y las vigilias; algunos objetarán sin duda que el
matrimonio, y sobre todo la poligamia, se oponen a la ascesis,
pero esto es olvidar en primer lugar que la vida conyugal no
quita rigor a la pobreza, a las vigilias y a los ayunos y no los
hace fáciles ni agradables, y después, que el
matrimonio tenía en el Profeta un carácter
espiritualizado o "tántrico", como, por lo demás,
todas las cosas en la vida de un ser así, en razón
de la transparencia metafísica
que adquieren entonces los fenómenos .

Vistos desde el exterior, la mayoría de los
matrimonios del Profeta tenían, por otra parte, un alcance
"político" -y la política posee aquí una
significación sagrada en conexión con el
establecimiento en la tierra de un reflejo de la "Ciudad de Dios"
-, y, finalmente, dio suficientes ejemplos de largas
abstinencias, sobre todo en su juventud, cuando se considera que
la pasión es más fuerte, como para estar al abrigo
de juicios superficiales. Otro reproche que se formula a menudo
es el de crueldad; pues bien, aquí habría que
hablar más bien de implacabilidad, y ésta
tenía por objeto, no a los enemigos como tales, sino
únicamente a los traidores, fuera cual fuere su origen; si
en ello había dureza, fue la dureza misma de Allah, por
participación en la justicia divina que rechaza y consume.
Acusar a Muhammad de tener un carácter vindicativo
equivaldría no sólo a equivocarse gravemente acerca
de su estado
espiritual y a desnaturalizar los hechos, sino también a
condenar al mismo tiempo a la mayoría de los profetas
judíos y a la propia Biblia; en la fase decisiva de su
misión terrenal, cuando la toma de La Meca, el Enviado de
Allâh dio pruebas incluso de una sobrehumana mansedumbre,
en contra del sentimiento unánime de su ejército
victorioso.

Hubo al principio de la carrera del Profeta oscuridades
dolorosas e incertidumbres; con ello se trata de mostrar que la
misión muhammadiana era obra, no del genio humano de
Muhammad -genio cuya existencia él mismo nunca
sospechó-, sino esencialmente de la elección
divina; de modo análogo, las aparentes imperfecciones de
los grandes Mensajeros tienen siempre un sentido
positivo.

La ausencia total, en Muhammad, de cualquier
ambición nos lleva por lo demás a abrir aquí
un paréntesis: siempre nos sorprendemos cuando algunos,
seguros de su
pureza de intención, de sus talentos y de su poder
combativo, se imaginan que Allâh debe servirse de ellos y
esperan con impaciencia, y hasta con decepción y
desconcierto, el toque de llamada celestial o el milagro; lo que
olvidan -y esto es extraño por parte de defensores de lo
espiritual- es que Allâh no tiene necesidad de nadie y que
no le hacen falta para nada sus dones naturales y sus pasiones.
El Cielo no utiliza talentos más que a condición de
que primero hayan sido rotos para Allâh o de que el hombre
no haya sido nunca consciente de ellos; un instrumento directo de
Allâh siempre es sacado de las cenizas.

Como más arriba hemos aludido a la naturaleza
avatárica de Muhammad, se podría objetar que
éste, por el Islam o, lo que viene a ser lo mismo, por su
propia convicción, no era y no podía ser un
Avatâra; pero la cuestión no es ésta, pues
sabemos muy bien que el Islam no es el Hinduismo y que excluye,
particularmente, toda idea encarnacionista (hulûl); diremos
simplemente, en lenguaje
hindú (ya que en este caso es el más directo o el
menos inadecuado) que un determinado Aspecto divino ha tomado en
determinadas circunstancias cíclicas una determinada forma
terrestre, lo que es perfectamente conforme con el testimonio que
el Enviado de Allâh dio sobre su propia naturaleza: "Quien
me ha visto, ha visto a Allâh" (Al Haqq, "la Verdad"); "Yo
soy Él mismo y Él es yo mismo, salvo que yo soy el
que soy y Él es el que es"; "Yo era Profeta cuando
Adán estaba todavía entre el agua y la arcilla"
(antes de la creación); "He estado encargado de cumplir mi
misión desde el mejor de los siglos de Adán, de
siglo en siglo, hasta el siglo en que estoy".

Sea como fuere, si la atribución de la divinidad
a un ser histórico repugna al Islam, es a causa de su
perspectiva centrada en el Absoluto como tal, la cual se enuncia
por ejemplo en la concepción de la nivelación final
antes del juicio: sólo Allâh permanece "vivo", todo
es nivelado en la muerte universal, incluidos los Ángeles
supremos y, por tanto, también el "Espíritu" (Al
Rûh), la manifestación divina en el centro luminoso
del cosmos.

Es natural que los partidarios del exoterismo
(fuqahâ o 'ulama al-zhâhir, "sabios de lo exterior"),
tengan interés en negar la autenticidad de los
hâdices que se refieren a la naturaleza avatárica
del Profeta, pero el concepto mismo
del Espíritu muhammadiano (Rûh muhammadi) -que es el
Logos- prueba que estos hâdices tienen razón, sea
cual sea su valor histórico, admitiendo que éste
pueda ser puesto en duda. Cada forma tradicional identifica a su
fundador con el divino Logos y considera a los demás
portavoces del Cielo, en la medida en que los toma en
consideración, como proyecciones de este fundador y como
manifestaciones secundarias del Logos único; para los
budistas, Cristo y el Profeta no pueden ser sino Budas. Cuando
Cristo dijo: "Nadie llega al Padre si no es por mí", es el
Logos como tal el que habla, aunque Jesús se identifica
realmente, para un mundo dado, con este Verbo uno y
universal.

El Profeta es la norma humana en el doble aspecto de las
funciones
individuales y colectivas, o también, de las funciones
espirituales y terrenas.

Es, esencialmente, equilibrio y extinción:
equilibrio desde el punto de vista humano, y extinción con
respecto a Allâh.

El Profeta es el Islam. Si éste se presenta como
una manifestación de verdad, de belleza y de poder -pues
son realmente estos tres elementos los que inspiran al Islam y
que éste tiende, por su naturaleza, a realizar en diversos
planos-, el Profeta, por su parte, encarna la serenidad, la
generosidad y la fuerza; también podríamos enumerar
estas virtudes inversamente, según la jerarquía
ascendente de los valores y
refiriéndonos a los grados de la realización
espiritual. La fuerza es la afirmación -si es preciso
combativa- de la Verdad divina en el alma y en el mundo;
ésta es la distinción entre las dos guerras santas,
la "mayor" (akbar) y la "menor" (asghar), o la interior y la
exterior. La generosidad compensa el aspecto de agresividad de la
fuerza; es caridad y perdón. Estas dos virtudes
complementarias, la fuerza y la generosidad, culminan -o se
extinguen en cierto modo- en una tercera virtud: la serenidad,
que es desapego con respecto al mundo y al ego, extinción
ante Allâh, conocimiento de lo Divino y unión con
Ello.

Hay cierta relación -sin duda paradójica-
entre la fuerza viril y la pureza virginal, en el sentido de que
tanto la una como la otra conciernen a la inviolabilidad de lo
sagrado, la fuerza en modo dinámico y combativo, y la
pureza en modo estático y defensivo; podríamos
decir también que la fuerza, cualidad "guerrera", implica
un modo o un complemento estático o pasivo, y éste
es la sobriedad, el amor a la pobreza y al ayuno, la
incorruptibilidad, que son cualidades "pacíficas" o "no
agresivas".

Asimismo, la generosidad, que "da", posee un complemento
estático, la nobleza, que "es"; o, mejor, la nobleza es la
realidad intrínseca de la generosidad. La nobleza es una
suerte de generosidad contemplativa, es el amor a la belleza en
el sentido más amplio; aquí se sitúa, en el
Profeta y en el Islam, el estetismo y el amor a la limpieza, pues
ésta quita a las cosas, y a los cuerpos sobre todo, la
marca de su
terrenalidad y de su caída y las devuelve así,
simbólicamente, a sus prototipos inmutables e
incorruptibles o a sus esencias. En cuanto a la serenidad,
también ésta posee un complemento necesario: la
veracidad, que es como el lado activo o distintivo de la
serenidad; es el amor a la verdad y a la inteligencia,
tan característico del Islam; es, pues, también, la
imparcialidad, la justicia. La nobleza compensa el aspecto de
estrechez de la sobriedad, y estas dos virtudes complementarias
culminan en la veracidad, en el sentido de que se subordinan a
ella y, si es preciso, se anulan -o parecen anularse- ante
ella.

Las virtudes del Profeta forman, por decirlo así,
un triángulo; la serenidad veracidad constituye el
vértice, y los otros dos pares de virtudes -la generosidad
nobleza y la fuerza sobriedad- forman la base; los dos
ángulos de ésta están en equilibrio y en
cierto modo se reducen a la unidad en el vértice. El alma
del Profeta, ya lo hemos dicho, es esencialmente equilibrio y
extinción.

La imitación del Profeta implica: la fuerza para
con uno mismo; la generosidad para con los demás; la
serenidad en Allâh y por Allâh. Podríamos
decir también: la serenidad por la piedad, en el sentido
mas profundo de este término.

Esta imitación implica además: la
sobriedad con respecto al mundo; la nobleza en nosotros mismos,
en nuestro ser; la veracidad por Allâh y en Él. Pero
no hay que perder de vista que el mundo está
también dentro de nosotros y que, inversamente, no somos
distintos de la creación que nos rodea, y, por
último, que Allâh ha creado "por la Verdad" (bil
Haqq); el mundo, en sus perfecciones y en su equilibrio, es una
expresión de la Verdad divina."

El aspecto "fuerza" es igualmente, e incluso ante todo,
el carácter activo y afirmativo del medio espiritual o del
método; el
aspecto "generosidad" es también el amor de nuestra alma
inmortal; y el aspecto "serenidad", que a priori es: verlo todo
en Allâh, es también: ver a Allâh en todo. Se
puede ser sereno porque se sabe que "sólo Allâh es",
que el mundo con sus agitaciones es "no real", pero se puede
serlo también porque uno se da cuenta -admitiendo la
realidad del mundo- de que "todo es querido por Allâh", de
que la Voluntad divina actúa en todo, de que todo
simboliza a Allâh en uno u otro aspecto y de que el
simbolismo es para Allâh una "manera de ser", si puede
decirse así. Nada está fuera de Allâh;
Allâh no está ausente de nada.

La imitación del Profeta es la realización
del equilibrio entre nuestras tendencias normales o, más
precisamente, entre nuestras virtudes complementarias, y es
después y sobre todo, sobre la base de esta
armonía, la extinción en la Unidad. Así es
como la base del triángulo se reabsorbe en cierto modo en
el vértice, que aparece como su síntesis o
su origen, o como su fin, su razón de ser.

Reanudando nuestra descripción anterior, pero
formulándola de manera algo diferente, diremos que
Muhammad es la forma orientada hacia la Esencia divina; esta
«forma» tiene dos principales aspectos, que
corresponden respectivamente a la base y al vértice del
triángulo, a saber, la nobleza y la piedad. Ahora bien, la
nobleza está hecha de fuerza y generosidad, y la piedad
-en el nivel de que aquí se trata- está hecha de
sabiduría y santidad; añadiremos que por "piedad"
hay que entender el estado de
"servidumbre espiritual" (‘ubûdiyya) en el sentido
más elevado del término, que comprende la perfecta
"pobreza" (faqr, de ahí la palabra faqîr) y la
«extinción» (fanâ’) ante
Allâh, lo que no carece de relación con el
epíteto de "iletrado" (ummî) atribuido al Profeta.
La piedad es lo que nos liga a Allâh; en el Islam, esto es
en primer lugar, en la medida de lo posible, la
comprensión de la evidente Unidad -pues el que es
"responsable" debe captar esta evidencia, y no hay aquí
una línea de demarcación rigurosa entre el "creer"
y el "saber"- y, después, la realización de la
Unidad más allá de nuestra comprensión
provisional y "unilateral", que es ignorancia en
comparación con la ciencia
plenaria; no hay santo (wâli, "representante" y, por tanto,
"participante") que no sea "conocedor por Dios"
(‘arîf bil Llâh).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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