- El triángulo creador de la
economía de la información: ideas, informaciones,
moneda - La propiedad intelectual y el anillo
de la inteligencia colectiva - El abandono voluntario de la
propiedad intelectual - Comunismo y capitalismo
informacional - Notas al
pie
Pensar a un tiempo, con
los mismos conceptos, la inteligencia colectiva y la economía del conocimiento,
tal es el proyecto
teórico que sostiene este artículo. Dentro del
cuadro general, quisiera sugerir que el capitalismo
informacional que se inventa hoy día en la cibercultura
se dirige hacia una cierta forma de comunismo, pero
un comunismo paradójico, puesto que no excluiría la
propiedad
privada del principal medio de producción contemporáneo: la idea.
El
conocimiento humano deviene el principal factor de
producción de riquezas, mientras que los servicios e
informaciones que engendra, tiende a convertirse en los bienes
esenciales cambiados en el mercado.
Continuamos y se continuará siempre vendiendo y comprando
objetos materiales.
Pero las mercancías poderosas se producen a partir de
ideas, que vienen ellas mismas de procesos de
búsqueda y de desarrollo.
Ellas manifiestan estilos estéticos que contribuyen
intrínsecamente a su valor:
incorporan agenciamientos complejos de competencias
entre colaboradores, proveedores,
socios y consumidores; cristalizan toda una coordinación compleja. Su coste implica
pagos sobre patentes y derechos de
autor, gastos de
formación, de marketing, de
publicidad, de
comunicación, etc. La materia se
sobrecarga de información. Las cosas son acumuladores de
conocimientos. El uso de una información no la destruye, y
su cesión no hace que quien la tenía la pierda.
Añadamos a esto que la extensión del ciberespacio
vuelve todos los signos
virtualmente omnipresentes en la red, disminuyendo
notablemente su coste de reproducción o de acceso. Desde ese
momento, el postulado de la escasez de bienes
pierde su pertinencia, lo que cuestiona los fundamentos de las
teorías
clásicas, y debe animarnos a imaginar nuevas formas de
pensar los fenómenos económicos. Es por esto que,
sin excluir otras aproximaciones, propongo aquí
afrontar el capitalismo informacional como la forma que toman hoy
día los fenómenos cognitivos a escala
colectiva. En esta perspectiva, la economía
devendría (con la antropología, la filosofía, la
psicología
social, la robótica social, la vida artificial, la
ecología,
la teoría
de juegos, etc.)
una de las disciplinas concurrentes a la comprensión de la
inteligencia colectiva. Entre los hechos que me animan a seguir
esta línea de pensamiento
quisiera señalar que las empresas de la
llamada “nueva economía'' obtienen la mayoría de
sus rentas de servicios intelectuales,
copyrights, licencias y patentes. Su actividad cotidiana consiste
en un arriesgado proceso de
aprendizaje y
de búsqueda colectiva. Su posición es de
movilización de redes, de animación
de comunidades virtuales y de concurrencia planetaria en el
ciberespacio. Por otro lado, las universidades y laboratorios
públicos razonan como empresas, registran patentes, venden
sus servicios intelectuales, etc. Dicho de otro modo: existen
cada vez más semejanzas entre el trabajo en
la nueva economía y la actividad de la comunidad
científica (que tiende a recuperarse), incluso con el tipo
de trabajo
creativo tradicionalmente practicado por los ciudadanos de la
república de las ciencias y de
las artes. Esto no significa, en absoluto, que el mundo del
trabajo se transforme en paraíso, sino que el trabajo
cambia de naturaleza al
hacerse progresivamente más creativo, intelectual,
relacional, virtual, problemático… y de este modo,
quizá más “difícil''.
El triángulo creador
de la economía de la información: ideas,
informaciones, moneda
Me gustaría presentar ahora el triángulo
creador de lo que parece ser la dinámica común de la inteligencia
colectiva y del capitalismo informacional (idea moneda
información idea, etc.). Recuerdo que parto de esa
proposición: la economía de la
información es la medida colectiva, o social, de la
inteligencia. Ahora bien, la inteligencia es
sémios,
producción de signos a partir de signos, lenguaje
inscrito en una espiral dialógica y multilógica de
creación de sentido, interpretación infinita de constelaciones
de signos, ellos mismos producidos por interpretación,
deducción, inducción, abducción,
derivación, señales, traducción, cálculo,
etc. Que el lenguaje,
todas las formas de lenguaje y de signos culturales no puedan
desplegarse más que en un horizonte social, o colectivo,
es algo que no requiere largas demostraciones. El pensamiento
colectivo no es otra cosa que la vida de los signos: sus
reproducciones, sus mutaciones, sus viajes y sus
crecimientos. La esencia del signo es la de llevar sentido, es
decir, de suscitar interpretación, de relanzar la
semiosis. Pero, bien entendido, el signo no es tal sino en -o
para- un espíritu o una inteligencia. La inteligencia
colectiva sería entonces el medio del signo, o
quizá su sustancia. (Normalmente se indica la cosa de
manera más chata, señalando el carácter convencional del signo.) A
fin de aclarar la dimensión económica de la
semiosis (la vida del espíritu) distinguiré tres
polos -o dimensiones- del signo, y trataré de desarmar sus
articulaciones y
sus interacciones.
El signo es, en principio, idea. En el plano
cognitivo, la idea es una forma, es decir, una cierta estructura de
relaciones. Ella es abstracta: podemos encontrarla,
idéntica, en numerosas ocurrencias, circunstancias,
ejemplares, traslaciones, copias diferentes. Como el inventor de
la idea de idea –Platón–
expusiera ya con rigor, la idea es única y estática.
Virtualmente una idea (una obra musical, una imagen, un poema,
un teorema, un programa
informático, etc.) no tiene necesidad, para que la
inteligencia colectiva pueda disponer de ella, más que de
estar localizable en una dirección Web. Esto no
puede impedirnos el pensar la idea como un acontecimiento, puesto
que las ideas “aparecen''. Pero la invención (o el
descubrimiento, o la creación) de una idea, constituye un
acontecimiento en la eternidad. La idea pertenece a la
memoria.
El signo es también información. En
el plano cognitivo, la información surge del reencuentro
entre una memoria
individual (una cierta asociación de ideas) y una idea
disponible en la inteligencia colectiva. En un tiempo y en un
momento dado, el contacto con una cierta forma significante
reorganiza una memoria individual: la información. La
información es tanto más grande cuanto que el
“mensaje'' (la idea reencontrada) es improbable, es decir,
eficaz en la transformación de la imagen que el individuo se
hace de su entorno. La misma idea puede producir informaciones
muy diferentes, según las circunstancias y los
dispositivos individuales de quienes toman contacto con ella. La
información representa, así, el movimiento
efímero del espíritu, la chispa que nace del choque
de las ideas. Si la idea pertenece a la eternidad, la
información se relaciona con el instante. Así como
la idea corresponde a la memoria, es decir, a la estabilidad
(relativa) y a la función
acumulativa del espíritu colectivo, la información
corresponde a la percepción, es decir, al flujo evanescente
de las diferencias que engendran sin fin otras diferencias en la
vida del espíritu.
Finalmente el signo es moneda. Sabemos ya que la
moneda sirve para medir el valor de los bienes económicos,
y que funciona igualmente como equivalente general en el cambio. Pero
no nos interesa aquí la función cognitiva de la
moneda. Señalemos, para empezar, que la moneda es
signo, signo convencional. Su carácter
puramente semiótico (o “virtual'') se muestra cada vez
más abierto al curso de la historia económica
(lingotes de oro, moneda acuñada por la ciudad o el reino,
moneda fiduciaria, moneda imprimida, moneda sin equivalente
material, moneda electrónica…). Indiquemos seguidamente
que los signos monetarios pueden servir de traductores entre
ideas, entre informaciones, entre ideas e informaciones. Las
ideas y las informaciones se venden y se compran, tienen un
precio.
El dinero
puede servir para explotar ideas, la información para
orientar las compras y las
inversiones,
etc. Existen, así, equivalencias y circuitos que
transforman las ideas y las informaciones en dinero, y
viceversa.
¿Qué relaciones unen a la inteligencia y
al dinero? ¿En qué constituye la moneda una
dimensión de la cognición? Si yo dispongo de una
cierta suma de dinero, puedo entonces comprar esto o eso,
pero no esto y eso. Debo escoger, o sea, evaluar,
jerarquizar los posibles que se me ofrecen. El dinero simboliza
un cierto límite. Me obliga a hacer frente a la finitud,
pero también, al mismo tiempo, a la cuestión del
bien y del mal, de lo mejor y de lo peor; en una palabra: a las
problemáticas interdependientes del valor, de la
elección y de la libertad. Si
nada costara dinero, haríamos cualquier cosa, nada
tendría sentido. El sentido no está solamente
relacionado con la forma ideal y con la novedad informacional,
sino que tiene también la necesidad del precio, del valor,
de la elección, de la libertad. Ahora bien, es
precisamente a causa de nuestra finitud, de nuestra mortalidad,
que las cosas tienen “precio'', y que se nos plantea la
cuestión de elegir, de lo que vale y de lo que vale menos.
El espíritu no es libre sino frente a la muerte. El
dinero actualiza en la inteligencia colectiva esta libertad y
esta mortalidad. Por la inversión, el dinero figura igualmente en
la apertura al futuro y al otro, a la energía fecunda, a
la excitación y al riesgo.
Líbido económica, dimensión colectiva de la
energía psíquica, el dinero se invierte y se gasta.
Representa la dimensión corporal, emocional,
energética, sexual, mortal, pragmática del
pensamiento colectivo, su dimensión de libertad incarnada,
su potencia. Por esta razón es “tabú'',
sucio, rechazado, secretamente deseado, abiertamente adorado,
objeto de todas las envidias, robos y corrupciones.
No existe inteligencia más que en una
circulación continua entre la memoria, la
percepción y la acción.
Si la idea representa la memoria de la inteligencia
colectiva, y la información su percepción
efervescente, móvil y distribuida por todas partes,
entonces el dinero tiene lugar como vector de
acción de la inteligencia colectiva: por él
pasa la elección, la evaluación, el compromiso, la finitud y la
responsabilidad.
Con la idea, la información y la moneda, tenemos
no sólo las tres dimensiones de la cognición
colectiva, sino también las del tiempo, que es la vida del
espíritu. La idea se mantiene en la eternidad. La
información efímera se evapora, inasible, sobre el
punto del instante. En cuanto al dinero, representa la
transformación, el paso, la bifurcación, la
muerte,
pérdida, el nacimiento, la fecundidad de lo
virtual.
¿Cómo se engendran, las tres dimensiones
del signo, mutuamente? La idea atrae al dinero, que sabe que ella
le permitirá reproducirse (el capital se
aventura en la búsqueda de buenas ideas), puesto que las
ideas engendran dinero.
Sin ideas, sin conocimientos, sin obras, sin imágenes,
sin memoria organizada, imposible ganar dinero. El dinero, a su
vez, proporciona la energía necesaria (en salarios, por
ejemplo) para producir o buscar informaciones, para explotar
ideas. La información, para cerrar el círculo,
alimenta la eclosión de ideas.
Y si nosotros recorremos el círculo en la otra
dirección, descubrimos que las ideas (la memoria) son
necesarias para la interpretación de las informaciones.
Son ellas quienes dan sentido al flujo informacional que las
descompone, las entrecruza y las reorganiza. Las ideas extienden
la tela de eternidad sobre la que toman forma todas las figuras
del sentido.
El dinero, por su parte, evalúa las ideas:
capitales y contratos
obtenidos, subvenciones recibidas, rentas engendradas por las
patentes y derechos de autor,
beneficios adquiridos por la venta de un
“producto''
-ideal en su esencia- de la inteligencia colectiva. Esta
evaluación resulta de una multitud de cosas bajo
coacción, de una infinidad de acciones
responsables, implicadas, y concretamente encarnadas, del
espíritu colectivo. He aquí este famoso “mercado''
tan detestado, juez inmanente de las ideas, expresión
desnuda del deseo -y escandalosa como deseo- de la inteligencia
colectiva.
Finalmente, la información representa el sistema
perceptivo de la inteligencia colectiva. Ella origina el dinero,
indicando a la energía monetaria sus puntos de
aplicaciones posibles: ¿Dónde consumir?
¿Dónde invertir? Y de la ola informacional
fecundada por la potencia de la
libertad, emergen las ideas, que suben hacia el cielo inteligible
de la noosfera como las estrellas de un universo en
expansión.
La propiedad intelectual y
el anillo de la inteligencia colectiva
Examinemos ahora la cuestión de la propiedad en
la economía de la información. Y, para comenzar, la
misma información (en el sentido riguroso que he tratado
de darle más arriba), ¿puede ser objeto de
apropiación? La respuesta, evidentemente es no. La
información, al pertenecer al orden del acontecimiento,
situado y dado, en contexto, forzosamente indisociable de una
subjetividad, puede, sin duda, cumplir el papel de un servicio
remunerado (de formación o de consejo, por ejemplo), pero
no de algo de lo que se es dueño, hablando con propiedad.
No podemos ser propietarios del momento de un proceso. La
“disminución de incertidumbre'' de la teoría de
la
comunicación es, por naturaleza, absolutamente
transitoria y singular. Yo podría invocar la propiedad de
este texto, no de
la información que ustedes saquen de él.
Veamos ahora el caso del dinero. La moneda pertenece al
Estado, pero
también a las personas físicas o morales que la
cambian, la acumulan, la invierten, etc. La moneda no funciona
como tal más que porque su propiedad es a un
tiempo absolutamente pública y completamente privada,
enteramente personal y
totalmente circulante, sin olor, reciclable, blanqueable,
imponible…
En tanto que la información es inapropiable -por
demasiao volátil- y el dinero simultaneamente privado y
público, la idea, en lo que a ella se refiere, puede ser
o bien privada, o bien pública. La
información no pertenece a nadie; “se produce''. El
dinero es de todo el mundo y pasa por alguien. La idea viene de
alguien y pasa a todo el mundo. Que no venga de alguien sino
mediante una conexión en el espacio metapersonal del
espíritu, eso es otra historia.
El principal medio de producción, desde la
revolución
neolítica hasta la revolución
industrial, ha sido la tierra. A
partir de la revolución industrial eran las instalaciones
técnicas, las fábricas, las máquinas
(incluidas las máquinas agrícolas) lo que
permitía producir en masa los bienes que se vendían
en el mercado. Desde hace algunas decenas de años, y
probablemente cada vez más en el futuro, los principales
medios de
producción serán las ideas. De algún modo,
las ideas constituyen una suerte de territorio intelectual a
partir del cual se producen las principales riquezas, exactamente
como la tierra desde
hace 10 000años hasta el fin de la Edad Media. Es
más importante hoy día tener un título de
propiedad sobre alguna canción de éxito,
sobre un software, sobre una
molécula o una simiente genéticamente modificada
que sobre una parcela de tierra. La vida económica
contemporánea enraiza en el mundo de las ideas. Es por
esto que el tema de la propiedad intelectual adviene al primer
plano de la actualidad. Al final de este artículo
esbozaré la tesis
según la cual el capitalismo informacional tiende hacia
una cierta forma de comunismo. Pero no creo que ese inesperado
comunismo pueda fundarse sobre una propiedad colectiva
integral de las ideas, esto es, de los medios de
producción contemporáneos. En efecto, la
experiencia histórica muestra, primeramente, que la
propiedad intelectual colectiva – o estática – integral y
obligatoria de los medios de producción se encuentra casi
siempre asociada a la negación de la libertad y de la
responsabilidad individual, como libertades políticas.
Además, favorece menos que la propiedad individual el
crecimiento y la prosperidad general. Por el contrario, cuando se
escoge libremente, la propiedad colectiva puede revelarse
al mismo tiempo productora y liberadora: monasterios okibutz para
la tierra, cooperativas
para las fábricas, comunidad científica o software libre
para las ideas, etc.
Por otro lado, conviene recordar que la propiedad
individual garantizada por la ley es una
preciosa conquista histórica que no existía
en las diferentes formas de “despotismos orientales'', y que no
está asegurada en los regímenes feudales o
totalitarios. La propiedad intelectual es reconocida por las
diferentes declaraciones de los derechos del hombre, en las
legislaciones de los países más
democráticos. Que la protección de la propiedad
privada favorece a los propietarios, de ello no duda nadie.
¿Pero las desigualdades asíinscritas en el derecho,
no son preferibles a una situación en la que la empresa
privada, a saber, el nervio de la innovación y de la diversidad de la
oferta
económica, se desaliente? Compárese la
situación de Corea del Norte con la de Corea del
Sur.
Interesémonos ahora más particularmente en
la propiedad intelectual. Patentes y derechos de autor, de
los que la definición precisa data tan solo del siglo
XVIII, representan grandes progresos en la historia del
derecho, así como en la historia económica, no
solamente porque protegen y alientana los creadores, sino
también porque al hacer entrar la idea en el circuito
económico, transforman de manera radical la naturaleza
misma de la economía. Hoy día apenas comenzamos a
comprender la profunda naturaleza de esta
transformación.
La propiedad intelectual difiere de otros tipos de
propiedad de los medios de producción. En el caso de las
ideas, en efecto, la propiedad se ejerce sobre porciones de un
territorio indefinidamente extendido, y no sobre un recurso
finito -como en el caso de la tierra- o difícilmente
extensible, como en el caso de los medios de producción
materiales. El mundo de las ideas es infinito. Y jamás
será completamente descubierto, descifrado, balizado,
conquistado, cartografiado… y apropiado. A la extensión
virtualmente infinita de sus objetos posibles, la propiedad
intelectual añadeotra característica: su
carácter temporal. Tanto patentes como derechos, al cabo
de algunas decenas de años, terminan por caer en eso que
llamamos “el dominio
público''. Así, los creadores de ideas no
permanecen propietarios (ni ellos ni quienes han comprado sus
derechos) más que por un tiempo limitado. Xeros no recibe
más derechos de autorsobre el procedimiento de
la copia en papel normal. Yo puedo cantar un poema de Victor Hugo
sin pagar derechos a sus herederos. Tarde o temprano, las ideas
acaban por reunirse, gracias a la memoria común de la
inteligencia colectiva, la herencia de la
humanidad. De este modo, las ideas no son apropiadas ni
apropiables más que en la zona en la que precisamente el
campo intelectual se dilata -con la frontera–
sobre este límite de conocido y desconocido, en el que la
fuerza de
cuestionamiento, la energía creativa y la potencia
financiera alcanza su punto más vivo. Podemos
representarnos el mundo de las ideas como un plano infinito sobre
el que se extiende un anillo. En el interior del anillo: el
patrimonio
común de la humanidad. En el exterior, la apertura, la
trascendencia, la intotalizable totalidad de aquello que
aún no ha sido imaginado, demostrado, creado, concebido ni
formulado, la llamada,la pregunta, la vida. Ni el interior ni el
exterior son apropiados. El anillo móvil, como la albura
del árbol, atrae a la savia energética, afectiva,
intelectual y financiera. El mundo de las ideas crece gracias a
este anillo vivo -la inteligencia colectiva en acto- que se
dilata hacia la trascendencia. Es también en este anillo,
y únicamente en él, en donde se aplica la propiedad
intelectual, atrayendo y redistribuyendo los flujos financieros,
canalizando el trabajo y la atención, para mayor beneficio
(simbólico y financiero) de quienes personalmente han
invertido… pero finalmente en beneficio de todos.
El abandono voluntario de la
propiedad intelectual
El razonamiento siguiente: “Puesto que los signos son
digitalizables, esto es, ubicables en la red, pertenecen a todo
el mundo'', no me parece convincente del todo. La propiedad no
sirve únicamente a los intereses de los poderes (aunque
también lo hace, por supuesto), también juega un
papel esencial en la economía de la inteligencia
colectiva. Es bueno que un circuito virtuoso venga a alimentar, a
su término,las zonas del espíritu colectivo que
produce los mejores frutos. Pero si la finalidad última es
la vitalidad de la inteligencia colectiva, la potencia de
expansión de su corona de oro, la propiedad intelectual
clásica puede, a veces, no constituir la mejor
solución. En ciertos casos, una renuncia voluntaria
a la apropiación de las ideas (de los nombres, de los
textos, de las imágenes, de las músicas, de los
programas, de
los métodos
técnicos, etc.) puede permitir a las ideas producir
más sentido y acontecimientos en la inteligencia
colectiva. Incluso puede ocurrir que un autor, un
científico o una información célebre, por
ejemplo, se transforme entonces ello mismo en idea, en icono.
Esta renuncia voluntaria constituye la regla para los
científicos que trabajan en laboratorios públicos
sobre asuntos fundamentales. En el mundo del software
libre, la no apropiación -debidamente reglamentada-
permite, a todos aquellos que lo deseen, mejorar los programas.
También el uso en la comunidad de músicos y DJ's
que trabajan a partir de muestras. Igualmente podría
citarse el “copyleft'', inspirado en el software libre, que se
difunde en medios de artistas. Dicho de otro modo: redes de
cooperadores pueden decidir -voluntariamente- dejar el producto
de su trabajo intelectual en el dominio público, para que
eso acelere el proceso de la creación y de la inteligencia
colectiva. Pero hay que señalar que estas decisiones, de
grupos o de
individuos, son voluntarias, y que suponen la existencia
previa, disponible, garantizada por la ley, de la propiedad
intelectual. El caso de Napster es diferente de los que acabamos
de evocar, porque ese dispositivo no favorece necesariamente la
creatividad colectiva, y no viene de una decisión
voluntaria de los creadores. Las prácticas de
mutualización de los recursos
informacionales, ciertamente prometen un gran futuro, pero bajo
formas probablemente diferentes de las que hemos visto
desarrollarse en los últimos años. No soy nada
original si digo que será necesario encontrar medios de
remunerar a los creadores.
Comunismo y capitalismo
informacional
Si el capitalismo informacional conduce a una cierta
forma de comunismo, ello no es, a mi modo de ver, porque
renunciaría a la propiedad privada de los medios de
producción, es decir, a la propiedad intelectual,
que deviene hoy día la fuente principal de la riqueza.
Mucho menos porque se eliminaría el dinero.
¿Cuáles son entonces los argumentos que me hacen
defender la tesis de una aproximación del capitalismo
informacional a un cierto ideal de comunismo? Me contento con
lanzar aquí algunas pistas con las que concluir este
artículo, reservándome guardar estas ideas para
desarrollarlas en una obra futura sobre la teoría del
capitalismo informacional.
Gracias al ciberespacio, los conocimientos que
están en el dominio público jamás han estado
tan accesibles y utilizables como hoy día, y a un costo tan bajo.
Toda idea colgada en cualquier parte de la red es inmediatamente
legible en todas partes, y conectable desde cualquier otra. La
libertad de
expresión, de comunicación y de
asociación crecen a ojos vista. La cibercultura favorece
el diálogo,
la cooperación, los cambios transversales de todo tipo,
una suerte de “comunismo de la inteligencia'' que perfecciona
una inteligencia colectiva en camino, desde el surgimiento del
lenguaje.
La transparencia del cibermercado nos permite orientar
la economía, escogiendo los productos que
mejor corresponden a nuestros criterios éticos,
ecológicos, políticos y sociales. Esta misma
transparencia, nos autoriza igualmente a invertir en empresas que
siguen reglas medioambientales, sociales y deontológicas
aceptables.
Combinados con el aumento del accionariado popular, y
con el juego de bolsa
a pequeña escala y en línea, los movimientos
convergentes de la inversión socialmente responsable y del
consumo
consciente, pueden conducir a una verdadera apropiación
colectiva de la máquina económica, pero una
apropiación que, en vez de negarlas, tendría como
base la propiedad individual y la responsabilidad
personal.
El capitalismo informacional parece dirigirse hacia el
establecimiento de reglas de juego según las cuales las
más competitivas son precisamente las más
cooperativas.
Se tiende a preferir la paz democrática a la
guerra, a la
miseria y a las dictaduras, poco propicias a la prosperidad. Se
favorece el reforzamiento de una escala de gobierno mundial
que estará probablemente controlado por una forma u otra
de cyberdemocracia abierta y participativa.
Es a nosotros a quienes nos toca favorecer las
tendencias más positivas, que se abren paso en la cultura
contemporánea, según nuestra situación, a
nuestra manera personal, con cada uno de nuestros
actos.
…sémios,1
Sobre el tema de la semiosis y de sus nuevas condiciones
en la cibercultura, ver la notable obra de Jean Pierre Balpe:
Contextes de l'art numérique, publicada en
Hermès, Paris, 2000.
Pierre Lévy
Publicado originalmente en francés en la revista
Multitudes,
nº 5, mayo 2001
Traducción: Beñat Baltza