Resumen
A través del análisis de sonetos, del contexto
socio-histórico y de la psicología que
Francesco
Petrarca muestra en su
obra, se intenta arrojar luz sobre la
crisis filosófica y religiosa que sufrió el primer
humanista, y que reflejó en la producción de su literatura. Mediante la
búsqueda y la exploración de una definición
adecuada de religión, realizada a través de
filósofos contemporáneos como
Nietzsche,
Beerlod o Sartre, se
aportan elementos para las respuestas que, desde el presente,
podemos darle al discurso de un
escritor cuya crisis cosmovisional debió haber sido de una
profundidad digna de ser estudiada. El tema del amor
constituye un eje fundamental para las conclusiones a las que se
llega en la investigación. Como complemento importante
del tema, se encuentra una línea evolutiva de interesante
contenido lírico, filosófico y religioso entre el
primer humanista, Petrarca, y un escritor ya perteneciente a un
Renacimiento
afianzado: Pierre de Ronsard.
Francesco Petrarca nació en Arezzo, en 1304,
donde permaneció hasta los siete años junto a su
madre. Su padre, que vivía exiliado en Pisa, los
llamó, y en un año toda la familia
terminó viajando a Aviñón. Petrarca
estudió gramática en Carpentras y más tarde
leyes en
Montpellier, y, cuando regresó a Italia,
estudió en Bolonia. Huérfano a los veinte
años, regresó a Aviñón, donde, libre
de la presión
que le ejercían sus padres para que estudiara leyes,
comenzó a liberar también sus reprimidos deseos de
estudiar a los clásicos griegos y latinos,
haciéndolo con todo su empeño. Según su
autobiografía (escrita en latín)
Epístola a la posteridad, Petrarca
conoció a la inspiradora de casi toda su lírica,
Laura, el nueve de abril de 1327, en la Iglesia de
Santa Clara de Aviñón.
En 1374, un año antes que Boccaccio, muere
Petrarca, dejando un legado de obras como Africa,
Cancioneros y Triunfos; el primero,
dirigido según algunos estudiosos a ser una especie de
nueva Eneida. Entre los Cancioneros
se encuentran las "Rimas", dedicadas a su amada
Laura.
Petrarca es el inaugurador del Humanismo.
Inaugurar etapas históricas, desafortunadamente para los
inauguradores, no es simplemente cortar la tira simbólica
de lo fundado e ingresar luego de un aplauso a lo nuevo. Petrarca
se hallaba en medio de una cosmovisión medieval de siglos
de trayectoria, instalada e inamovible, y además era fiel
a ella. Pero, a su propio decir en una carta a su amigo
Colono, "Mis deseos entran en conflicto y su
lucha me desgarra". ¿En conflicto con qué?
¿Qué deseos? Nuestro primer humanista está
expresando algo que nadie puede decir mejor que
Tagore:
Cita:
"Del mismo modo, en las épocas oscuras que
preceden a la madurez, las pasiones se desconocen a sí
mismas, ignoran la finalidad de sus caminos y frecuentan las
regiones incultas del espíritu joven. Los dientes de
leche, al
intentar abrir las encías, causan fiebres y dolores hasta
que aparecen y comienzan a ejercer su cometido. También
nuestras pasiones nos atormentan como una enfermedad hasta que
alcanzan su verdadera relación con el mundo ambiente."
(Pág. 6)
Fin de cita.
No evoco palabras de Tagore para definir simplemente la
juventud de
Petrarca, sino su inmadurez y su carencia de armas frente a la
incipiente época humanista, que, como los dientes de leche
que menciona Tagore, le están causando a Petrarca una
fiebre y dolores
en su espíritu. Petrarca se halla en una época de
crisis cosmovisional, y se encuentra casi destinado a enhebrar un
universo en el
otro. Y ahora podemos explicar su frase "Mis deseos entran en
conflicto y su lucha me desgarra": sus florecientes pasiones
hacia las cosas formales de este mundo, lo atormentan en una
época en donde esta clase de
afinidades no es menos que una herejía, ya que se debe
amar a aquello que va más allá de este mundo lleno
de pecados, según los preceptos cristianos. La lectura de
los clásicos probablemente se le haya vuelto en contra.
Los antiguos eran "mala influencia" para su conciencia: no
habían nacido con el peso ideológico de una
iglesia, y no tenían, en este marco, tabúes ni
represiones de pensamiento,
dedicándose indistintamente, libremente, tanto a
cuestiones espirituales como terrenales. Y, así como a
la muerte de
sus padres Petrarca "aprovechó" para dedicarse de lleno a
la lectura de los
grecolatinos, ahora la crisis del monopolio
ideológico cristiano en su interior, lo tentaba a
rebelarse por segunda vez para dedicarse, de lleno, a sus
pasiones, a sus deseos terrenos. Pero Petrarca nunca pudo matar
del todo la cosmovisión en que se forjó: la
muerte de
personas carnales, como lo fueron sus padres, es mucho más
veloz que la de una etapa histórica. El primer humanista,
entonces, no va a escribir atisbos de humanismo sin
remordimientos. Tímidamente, sin embargo, habrá
abierto una puerta para que otros lo hagan.
Ejemplo de su desconcertado espíritu es el
siguiente. Le prestaremos especial atención a las dos últimas estrofas
de este soneto de su Cancionero:
Cita:
I
(…)
"Que anduve en boca de la gente
siento
mucho tiempo y,
así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me
confundo;
y que es vergüenza, y loco
sentimiento,
el fruto de mi amor sé
claramente,
y breve sueño cuanto place al
mundo.
(Pág. 17)
Fin de cita.
En las últimas dos estrofas se observa el
avergonzamiento del yo lírico por su amor terrenal. Los
tópicos que después se podrán ver en poetas
renacentistas como Ronsard, todavía no se habían
formado en Petrarca.
En el primer humanista italiano, vimos que Laura fue el
motor de toda su
obra lírica. En el fragmento a continuación, se
verá la manera de tratar sus pasiones respecto de aquella
musa:
Cita:
4
"Mi loco afán está tan
extraviado
de seguir a la que huye tan resuelta,
y de lazos de Amor ligera y suelta
vuela ante mi correr desalentado,
que menos me oye cuanto más
airado
busco hacia el buen camino la
revuelta:
no me vale espolearlo, o darle vuelta,
que, por su índole, Amor le hace
obstinado."
(etc.)
(Pág. 20)
Fin de cita.
Petrarca debe referirse en este soneto a las vicisitudes
y desencuentros amorosos que debe pasar en su amor hacia Laura,
similar en algún sentido al de Dante con Beatriz (por
ejemplo, en esa casi constante idealización). La
visión de Laura tiene características muy similares
a las del amor cortés, en cuanto a que puede vislumbrarse
un correr del yo lírico constante, incansable, hacia aquel
inaccesible amor que parece siempre estar lejano, pero que le
impele a escribir sus maravillosos sonetos. Laura es a Petrarca
lo que la zanahoria a la mula: ambos caminan en dirección a ella: si la comieran,
dejarían de caminar; si no la tuvieran, jamás
habrían comenzado a hacerlo. Necesitan la meta, la
utopía -diría Galeano-, que sirva de motor de sus
pasiones y de sus más audaces y hermosas obras. Así
es el amor
cortés.
He mencionado estas características de la mujer en
Petrarca, para expresar, a medida que avanzamos en el
análisis, que con todo su gran remordimiento que hemos
visto anteriormente, notamos que se entrega, sin embargo, a los
lazos del amor terrenal; casi sin intenciones religiosas como
Dante en su Divina Comedia, y sin otro fin que el del amor por el
amor mismo, Dios, podríamos decir, excluido.
Alguna de las nuevas corrientes filosóficas
derivadas en
mayor o menor medida del Existencialismo, nos sugerirá rutas de
análisis al menos bastante originales. Las nuevas formas
de apreciar la condición de religiosidad en el hombre se
leen en Beerlod, filósofo israelí
tapado por el notable Jean-Paul Sartre. Él nos esboza que
la religión
no es más (ni menos) que un sustento espiritual a priori
del hombre; la
necesidad de un fundamento de vida como la religión es
esencial para el ser humano, que es débil y está
solo en este mundo, y la prisión moral de las
reglamentadas instituciones
religiosas vale la pena con tal de que nos explique el motivo de
nuestro existir. Beerlod, así, le da a la religión
un valor
netamente psicológico, y compara el arraigo existencial de
la religión al de vivir por los hijos, por una mujer o por un
equipo de fútbol. Las religiones constituyen,
entonces, como cualquier otro sustento de bienestar espiritual,
un asidero con el cual poder vivir
evitando las situaciones de angustia existencial, de necesidad de
una explicación o fundamento de por qué SOMOS, de
por qué sufrimos, de por qué debemos seguir
viviendo en medio de la incertidumbre.
De esta manera, el concepto de
religión en Beerlod es mucho más abarcativo que el
institucional, pues a diferencia de este, ahora religión
será todo aquello que nos explica y sustenta nuestra
continuidad por la vida, y no ya solamente un culto a dioses o
creencias; la religión, en Beerlod, pasa a ser de una
inclinación a Dios, a la explicación
psicológica de una necesidad primaria de
explicación de la vida. El filósofo alemán
Friedrich Nietzsche dijo que por lo que más se nos castiga
es por nuestras virtudes: el mismo Beerlod dirá que por lo
único que sentimos remordimientos es por haber sido
honestos con nosotros mismos, por haber hecho lo demasiado
correcto. En este sentido, entiendo que Petrarca se haya
lamentado y haya sufrido crisis inenarrables con respecto a su
doble inclinación "amor a Dios – amor a Laura"; pero, si
su eterno sentimiento de deserción a Dios tuvo efecto
durante la mayor parte de su vida, como vemos reflejado en partes
de su lírica o en la epístola citada líneas
atrás, ha sido porque siempre supo cuál de sus dos
pasiones, de sus dos sustentos existenciales antagónicos
-diría Beerlod- era el vencedor. Petrarca, me aventuro a
decir, no penó por su crisis entre lo sagrado y lo
terrenal; lloró sobre el hecho de tener que aceptar que su
amor por Dios, gran devoción, era no obstante menos
incondicional que su amor por Laura. Lloró, antes que
nada, el penoso reconocimiento de esta verdad; se sintió
avergonzado, de sus virtudes, por las que se sintió,
parafraseando a Nietzsche, condenado.
Es esto lo que en términos del filósofo
francés Beerlod llamaríamos "un cambio de
sustento existencial"; un cambio, entonces, de religión.
La religión de Petrarca, con sus remordimientos, es
cierto, ha sido antes Laura que Dios. Es por ello que fue
él quien dio a luz verdaderamente al humanismo y
quizás al Renacimiento, que en el orden estético,
filosófico y religioso terminó por perfeccionar lo
bosquejado en Petrarca. Y el poeta francés Pierre de
Ronsard constituye uno de los referentes correspondintes a la
etapa renacentista. Ronsard nació en un castillo de
Vendomois, Francia, en el
año 1524. Su vida parecía estar destinada a la
diplomacia o a las armas, pero una precoz sordera lo hizo
renunciar a sus ambiciones. Estudió, como Petrarca, las
lenguas y literatura antiguas, y en el colegio de Cogueret, donde
junto a sus compañeros Baif y Du Bellay, construyeron las
bases de la futura Pléyade, grupo de
poetas que tenía el objetivo
común de satisfacer el ideal renacentista y de producir en
Francia obras dignas de rivalizar con las de Grecia y
Roma. Ronsard
escribió, entre sus obras más importantes,
Amores, Odas, La Francíada,
Eglogas, Elegías y
Discursos.
Tres fueron los amores que vivió intensamente
Ronsard: Casandra, María y, por último y
quizás el más significativo, Helena, a quien
dedicó una gran parte de su poesía.
Si dijimos que Petrarca se hallaba en la sacrificada
transición entre Medioevo y Humanismo, y que le
abriría las puertas a los renacentistas venideros, Ronsard
será, como se dijo, uno de ellos. Con un tratamiento
más consolidado del amor por la mujer terrenal, el poeta
francés ya no posee conflictos de
cosmovisión: su época corresponde al pleno
Renacimiento. Dios ya ha pasado a otro plano, "de ser el suelo que nos
sustenta pasa a ser el horizonte al que queremos alcanzar"
(Descartes,
1989, 29), y ya no hay nada de qué avergonzarse respecto a
amar a mujeres no divinizadas. Así, la Helena de Ronsard
ya no es comparada a la Virgen
María, como lo hizo Dante o como esbozaba hacerlo
Petrarca con Laura, sino que es comparada ahora con la Helena
mitológica. El remitirse a comparaciones con el mundo
antiguo ya es un tópico conformado en Ronsard, cuando era
una sugerencia estilística en Petrarca. También,
con el advenimiento de las nuevas fuentes de
conocimiento y
de las nuevas disciplinas que se iban desprendiendo de la
filosofía (el famoso Studia Humanitatis: Gramática,
Filosofía moral, Retórica, Poética e
Historia como
nuevas disciplinas), surge también como tópico
conformado ya en Ronsard la comparación constante de
situaciones y sentimientos con la naturaleza,
como vemos aquí:
Cita:
1
"Hoy, primero de mayo, quiero, Helena,
jurarte
que, por Cástor y Pólux, tus hermanos
gemelos,
por la vid que se abraza rodeando los
olmos,
por los prados, los bosques erizados de
verde,
por la nueva estación que renace a la
vida,
por el blando cristal que los ríos se
llevan
y por ese milagro, ruiseñor, de los
pájaros,
sólo tú vas a ser mi postrera
ventura.
(etc.)
(Pág. 21)
Fin de cita.
Vemos claramente, si comprendemos que Cástor y
Pólux eran hermanos de la Helena de la mitología, que Ronsard se remite, como se
dijo, a temas de la antigüedad. Además,
también se observa en lo que resta de los dos cuartetos,
la antedicha comparación con la naturaleza y sus
apreciadas características: en el Renacimiento,
de hecho, se tenía otro tópico literario que se
basaba en la pretensión de un paraíso, a la muerte
de los hombres, similar al mundo terrenal pero imperecedero
(Locus Amoenus).
Ronsard culmina el soneto citado afirmando que la
situación que está viviendo (similar en cuanto a la
relación Hombre-Mujer a la de Petrarca) con Helena, ha
sido elegida valientemente por él, y será
valientemente por él afrontada hasta el final ("Me
confieso hacedor de mi propia fortuna", dice sobre el final).
Respecto a este tema, el de su fortaleza inicial que acarrea una
decisión inamovible de persistir en el objetivo del amor
de Helena, valga la comparación con otro de sus propios
sonetos, que muestra otra actitud del yo
lírico para con su amada:
Cita:
61
"Ay, señora, me muero, ya no tengo
esperanza;
quedo herido hasta el tuétano, ya no soy lo
que era
hace sólo unos días, tanto puede el
dolor
extremado que vence y sujeta a su
imperio.
(…)
Sed Aquiles, curad las heridas que
hicisteis,
soy un Télefo que anda su camino de
muerte,
por piedad, obrad en mí vuestro inmenso
poder,"
(etc.)
(Pág. 277)
Fin de cita.
Como es frecuente, también aquí existen
comparaciones con aquél mundo mitológico
(véase comparación con Aquiles en el verso noveno,
por ejemplo). Lo que se observa con mayor claridad es el cambio
de actitud en el yo lírico entre el primer soneto citado y
este segundo, en el que aquellos bríos iniciales parecen
haber sido vencidos por la desesperanza reinante en este soneto,
como se ve desde sus primeras palabras ("…ya no tengo
esperanza…").
Ronsard es uno de los ejemplos más trascendentes
de la puerta que ha abierto Petrarca: el amor hacia la mujer y el
sufrimiento es más notorio y descriptivo en el
renacentista que en el primer humanista:
Cita:
"CANCION
Cuando converso aquí cerca de
vos
mi corazón se
agita;
tiemblan todos mis nervios, mis
rodillas
y hasta el pulso me falla.
La sangre y el
espíritu, el aliento,
todo se desbarata ante mi
Helena,
mi penar caro y dulce
(…)"
(etc.)
(Pág 33)
Fin de cita.
Pero, indudablemente y en los mismos términos, el
renacentista le debe las características literarias al
primer humanista. O al menos, el tema puede formar parte de otra
ponencia. Lo cierto es que un hombre como Petrarca ha parido, con
el dolor espiritual que describía Tagore, una etapa
histórica, artística y cultural. De no haber sido
así, de haber vencido Dios por sobre su amor terrenal,
estaríamos estudiando, al menos en la lírica, a un
autor menos en la lista de indispensables en esta Literatura
Europea Medieval. Pero supongo que el Humanismo habría
nacido, de todas maneras, con este o con otro
Petrarca.
BIBLIOGRAFÍA
- Descartes, René, Discurso del método
para conducir bien la razón y encontrar la verdad en las
ciencias, Editorial Planeta S. A, 1989, Editorial
Planeta-De Agostini S. A, Barcelona, 1995.
- Minuchín de Breyter, Perla, Grandes figuras de
la Humanidad: Escritores Célebres Universales,
Central peruana de publicaciones S. A., Lima, Perú,
1955.
- Nietzsche, Friedrich, Más allá del Bien
y del Mal, Obras Fundamentales de la Filosofía,
Ediciones Folio, S. A., Villatuerta, Navarra, 1999.
- Petrarca, Francesco, Cancionero, Buenos Aires,
1982.
- Tagore, Rabindranath, La Casa y El Mundo,
Grandes Genios de la Literatura Universal, Club Internacional
del Libro,
División Coleccionables S.L., Madrid,
1998.
Fernando Tazo
fernantazo[arroba]yahoo.com