- 1. La retorica
neoliberal o la impostura del pensamiento
unico - 2. El origen y la
pretension del "consenso" neoliberal - 3. La verdadera cara
del neoliberalismo - 4. Bibliografia basica
recomendada
¨
En J.M. Martínez y M. Plaza, El desarrollo
excluyente de la economía neoliberal.
Universidad de
Burgos 1999
La experiencia ya larga de
aplicación de la política neoliberal
en casi todos los países, con sus diferentes matices, nos
permite caracterizar al neoliberalismo
de fin de siglo con dos rasgos principales.
En primer lugar, su evidente capacidad
para lograr un amplísimo convencimiento y acuerdo en
torno a sus
postulados, a pesar de que constituyen un abanico bastante simple
de lugares comunes que, a la postre, ni tan siquiera han sido
llevados a la práctica.
En segundo lugar, su no menos efectiva
capacidad para afianzar el poder de los
grupos
sociales más privilegiados, a costa, sin embargo, de
cargas sociales muy altas e incluso de fracasos igualmente
evidentes en la gestión
de los asuntos económicos, muy en particular, del que se
suele conocer como "equilibrio
macroeconómico".
1. LA RETORICA NEOLIBERAL
O LA IMPOSTURA DEL PENSAMIENTO
UNICO
Las propuestas neoliberales suelen
presentarse con una exquisita limpieza argumentativa, con una
simplicidad y una coherencia aparente que les permite ser
asimiladas de una manera muy inmediata, expresadas como evidencias que
no requieren la mediación del pensamiento más
reflexivo, justamente lo que les permite alcanzar un gran poder
de convicción. Además, han gozado de tanta
reiteración y se han proclamado con tanta eficacia desde
fuentes tan
diversas que han llegado a constituir auténticos lugares
comunes, de los cuales tan sólo es posible salir
situándose expresa y radicalmente alejados del consenso
general, en los siempre incómodos terrenos del desacuerdo
con lo que ha adquirido el valor de
verdad indiscutible e indiscutida.
Quién puede negar la
seducción de formulaciones tan lógicas como las que
indican que primero hay que agrandar la tarta para luego poder
repartirla, que la desigualdad es inevitable, porque
así es la naturaleza
humana, o que, lo importante es resolver los problemas, con
independencia
de las ideologías?.
En realidad, el pensamiento neoliberal se
resuelve en un pequeño abanico de principios de
esta naturaleza: hay que disminuir la extensión del
Estado, para
aumentar el protagonismo de la sociedad, como si se tratase
de dos instancias situadas en planos diferentes; la historia ha llegado a su
fin, como si eso mismo fuera posible, y por lo tanto no cabe
plantear la superación de la sociedad
capitalista; el liberalismo
lleva a la democratización, cuando en realidad el
neoliberalismo ha traído consigo una disminución
efectiva del alcance de la democracia (si
es que no la ha destruido directamente); el mercado resuelve
todos los problemas de la sociedad, cuando es elemental que
ni puede hablarse genéricamente de mercado, ni todas las
actividades económicas son susceptibles de resolverse de
esa forma, o cuando es obvio que los resultados del mercado
pueden ser sencillamente indeseables para la mayoría de la
sociedad; la política
económica neoliberal es la única posible,
lo que contradice el más elemental principio de diversidad
característico de sociedades
complejas y con intereses colectivos diferenciados; el
objetivo
principal es subirse al carro de la modernidad, considerando
a ésta como un objetivo en sí mismo, sin plantear a
qué conduce y qué costes implicará para los
diversos grupos sociales;
hay que insertarse en el mundo y asumir que vivimos en una
sociedad globalizada, ocultando, sin embargo, que de lo que
se trata es de suscribir una determinada concepción del
mundo y de las relaciones sociales; el sector privado es el
eficiente, las privatizaciones son la solución, lo que
sólo termina por fortalecer los intereses de los grandes
grupos económicos sin que, finalmente, sean apreciables
mejoras en la eficiencia y el
bienestar; hay que desregular para ganar en competencia y
eliminar trabas y restricciones a los intercambios, cuando en
realidad se sigue regulando pero con otra ética
generando un marco que no gana en competencia sino en libertad para
las empresas con
más poder de mercado.
A estos grandes principios suelen seguir,
en ámbitos más concretos, otros postulados
igualmente faltos de rigor e indemostrados, como los que afirman
que la causa del paro son los
altos salarios, que los
excesivos gastos sociales
generan el déficit público, que la pobreza es la
consecuencia de la falta de iniciativa, o que los países
más pobres lo son porque tienen menos recursos… Se
trata de fórmulas ideológicas que se autodefinen
como verdades, como expresiones de leyes naturales
ineluctables a las que ni tan siquiera se les pide
contrastación, y en torno a las cuales se ha generado un
espectacular consenso intelectual, garantizado a fuerza de
dinero,
subvenciones, premios, reconocimientos sociales, poder e
influencia política, social o académica (y
también a fuer de una corrupción
demasiado generalizada) garantizados por las instituciones
más "prestigiosas" del planeta, esto es, por aquellas
donde tienen asiento quienes son beneficiarios directos del
actual estado de cosas.
2. EL ORIGEN Y LA
PRETENSION DEL "CONSENSO" NEOLIBERAL
A pesar de que las economías
muestran, de manera generalizada, una clara incapacidad para
generar el suficiente crecimiento, volúmenes de paro
extraordinariamente elevados, endeudamiento tan alto,
desigualdades más acusadas que nunca con un contraste
dramático entre la opulencia y la pobreza
más numerosa de los últimos decenios, a pesar de
ello, es difícil recordar épocas de mayor consenso
en torno a los principios que guían la acción
de los gobiernos, o, al menos, de menor expresión de
disconformidad por parte de la ciudadanía. Los asuntos más
trascendentales de la economía o la política en
general, piénsese en el diseño
(neoliberal) del proceso de
integración europea por ejemplo, suelen
concitar el acuerdo no sólo de los dirigentes
políticos en el gobierno, sino
también de los que se encuentran en la oposición
con principios ideológicos aparentemente distintos. No en
vano, se ha caracterizado con razón a la época
neoliberal como la del "pensamiento
único".
Conviene saber, pues, que el
neoliberalismo no es tan sólo un conjunto de estrategias de
carácter puramente económico, sino
que se conforma como una estrategia global
frente a los problemas
sociales. O mejor dicho, que se urde para lograr que, desde
todos los recodos de la sociedad, se actúe a favor de la
razón económica que se desea imponer y para que se
justifique sin resquicios el orden que se
establece.
La solución de reparto a favor del
gran capital que a
la postre representa el neoliberalismo se ha podido llevar a cabo
con éxito
sólo en la medida en que se ha logrado combinar la
política económica y la cultural, la
reconversión productiva y la reformulación de los
grandes principios en que se habían asentado las
sociedades del capitalismo
socialdemocratizado propio del keynesianismo. En suma, gracias a
que los cambios en los aparatos productivos se han
acompañado de cambios profundos en el sistema de
valores
sociales.
Cambios sociales a los que haré
referencia inmediatamente han hecho que la propia actividad
productiva se haya hecho una actividad cultural en el sentido de
que la realización de los valores
requiere cada vez más del mundo de los no valores; de las
creencias, de los gustos, de las representaciones, de las
aspiraciones y las frustraciones.
Lo económico -en su sentido
más general- se ha hecho cada vez más dependiente
de la sumisión y del consenso.
El tiempo de
no-producción se convierte cada vez más
en tiempo de producción-consumo de
ideología (en forma, además, de
mercancías culturales que conforman un nuevo segmento de
gran rentabilidad)
y en tiempo en el que cada vez se garantiza más firmemente
el régimen de beneficios. La vida cotidiana alienada y
sumisa es la garantía del consenso necesario como
garantía auténtica del beneficio.
Se ha logrado modificar el régimen
productivo para salvar la obtención de ganancias y, al
mismo tiempo, conformar un tipo humano ensimismado, sumiso y
conforme con el propio orden que le impone una permanente
frustración.
La crisis del
modelo de
acumulación
A lo largo de los años sesenta se
fue larvando una profunda crisis económica que
llegaría prácticamente a destruir las bases
productivas en que se había sustentado el modelo de
crecimiento de la posguerra.
De una manera necesariamente fugaz se
pueden sintetizar de la siguiente forma las causas más
importantes que contribuyeron a ello.
A finales de los años sesenta las
líneas de producción comenzaron a saturarse. El
consumo de masas ya no era capaz de corresponderse con las
estrategias de producción intensiva y que se habían
desarrollado ajenas a cualquier plan de
producción que tuviese en cuenta los programas de
necesidades de la población y la capacidad real de los
mercados antes de
llegar a la saturación.
El impulso del crédito, en lugar de favorecer la
realización de más productos daba
lugar a una monetización excesiva, a la inestabilidad
financiera y al desarrollo exacerbado de la circulación
financiera.
Además, al socaire de la
acumulación se había modificado la estructura de
los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de
realización para las empresas que habían sido hasta
esos momentos dominantes. Al igual que sucediera con la deuda
familiar y empresarial, las naciones menos desarrolladas
(atraídas en su día por los bajos tipos de interés)
habían acumulado deudas tan ingentes que al producirse la
inestabilidad monetaria internacional veían como sus
montantes se elevaban hasta reducir casi a la nada su capacidad
de compra, y además las empresas europeas y japonesas
competían ya con las americanas. En suma, los mercados
resultaban ya incapaces de absorber la producción y las
empresas comenzaban a sufrir el crecimiento de sus stocks y la
caída de sus ventas.
La que se llamó la "cultura del
más" propia de aquellos años y que era el resultado
del consenso fordista, del Estado benefactor y permanente
suministrador de bienes
públicos, de la publicidad y de
la expansión del crédito, provocó un
auténtico desbordamiento social y productivo. Como tantas
veces se ha señalado, el pleno empleo y la
abundancia son los peores enemigos de la estabilidad social y de
la paz laboral
(naturalmente, en una sociedad escindida). Y, efectivamente, al
amparo de esa
situación se multiplicaban las demandas salariales, se
perdía la disciplina en
las fábricas y se generaba la rebelión de los
trabajadores y ciudadanos que no estaban sino deseosos de
satisfacer la necesidad de más bienes, más ocio y
más protección que al amparo del consenso se les
había ofrecido.
Pero esa relajación laboral (con
muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando no hay
apenas desempleo) y la
pérdida de la medida en las reivindicaciones salariales
(cuando la indiciación no respeta la evolución de la productividad)
deteriora el equipo productivo y reduce drásticamente la
productividad hasta el punto en que los beneficios comienzan a
estar amenazados.
La situación se hace mucho
más crítica
en los sectores que emplean más mano de obra y los que
utilizan la energía más cara. Pero puesto que esto
había sido precisamente lo habitual en el desarrollo
industrial del modelo de posguerra, es fácil imaginarse
hasta qué punto la crisis de productividad y de costes se
iba a convertir en algo generalizado en las economías
occidentales.
En esta situación, los gobiernos
no sólo mantenían el ritmo de gasto, sino que al
producirse desempleo, al no disminuir la entrada al mercado de
nuevas franjas de población activa y al verse en la
necesidad de reducir (bien de forma automática o
discrecional) los ingresos
públicos, incurrían en déficits cada vez
más elevados. Cuando comienza a haber paro y menos
cotizaciones y cuando cae la actividad económica y se
recauda menos sin que se restrinja el gasto, el déficit se
dispara.
El desmantelamiento del estado del
bienestar
Todas las circunstancias que acabo de
señalar dan al traste, con mayor o menor diligencia, con
mayor o menor amplitud, pero sí que de forma generalizada
en las economías occidentales con los presupuestos
básicos en que se había sustentado el Estado
social o del bienestar.
La situación resultante se
podría resumir en tres grandes resultados que explican la
evolución de los hechos a lo largo de los años
ochenta.
En primer lugar la crisis de la
producción. Frente a la saturación de los mercados
de consumo en masa, frente a la indisciplina y la
relajación laboral y frente a la caída en la
productividad, se hace preciso abrir nuevas líneas de
producción con componentes menos
costosos.
La incorporación de nuevas
tecnologías (la mayoría de las cuales ya se
habían venido utilizando en el sector militar o en otros
ámbitos novedosos de la producción) permitió
reducir el empleo, utilizar el valor añadido de la
información como detonante de la mayor
productividad y abrir nuevos segmentos de productos más
variados que era posible fabricar gracias a la versatilidad que
proporcionan los nuevos usos
tecnológicos.
Se trata fundamentalmente de orientar la
producción a la consecución de gamas de productos
que, aunque de la misma naturaleza o incluso con semejante
utilidad,
tuviesen sin embargo distintas envolturas (en el más
amplio sentido del término) de forma que puedan ser
realizados al no ser percibidos por el consumidor
seducido por la publicidad como redundantes.
Se consolidaba así lo que se ha
llamado la "ingeniería del valor" que permite
multiplicar y diferenciar la oferta con una
misma base productiva, más simple y
reducida.
Y a los nuevos productos se le
añaden nuevos productores, incluso auténticas
nuevas industrias
(especialmente las de mayor vinculación con las nuevas
tecnologías de la información), nuevos tipos de
beneficios (de especulación e intermediación de
todo tipo), nuevas formas de venta, nuevos
segmentos de mercado y, naturalmente, nuevas formas de vida y de
comportamientos sociales.
En segundo lugar se produjo una
importante crisis financiera. Como consecuencia de la hipertrofia
de la circulación monetaria (que llega a ser cuarenta
veces mayor que la circulación real), de la
generalización de la especulación financiera que
provoca la huída de los capitales de los destinos
productivos, y de la deuda interna y externa que obliga a
realizar una política
monetaria orientada a salvaguardar el beneficio de los
propietarios de las grandes masas de moneda en circulación
permanente, la inestabilidad financiera se convierte en un estado
permanente. Y ello, a su vez, es el caldo de cultivo ideal de las
operaciones
especulativas que se convierten cada vez más en el destino
preferentemente buscado por quienes disponen de masivos recursos
financieros.
En tercer lugar, hay que considerar una
radical crisis del consenso social que se había podido
mantener en los años de expansión y pleno empleo
anteriores. Su expresión final es la quiebra de la
regulación fordista consistente en garantizar salarios
elevados gracias a que éstos sustentan el consumo de
masas. Entonces, cuando la productividad ha caído y cuando
no sólo está sin garantizar el salario, sino
incluso el propio puesto de trabajo, el
consumo deja de ser el cemento
integrador que hace posible la armonía
social.
Como es natural, a ello coadyuva de
manera definitiva la multiplicación de los déficits
públicos. Los gobiernos, que no renuncian a la asistencia
prestada a los capitales privados en forma de reducciones
fiscales, de privatizaciones o de asunción de las nueves
redes e
infraestructuras necesarias para la incorporación de las
nuevas tecnologías en condiciones rentables para el
interés privado, comienzan, por el contrario, a
desentenderse del capital social que habían venido
financiando y de la protección que
procuraban.
Los millones de desempleados y
trabajadores en precario no pueden ya conformar el universo de
los consumidores. Son despedidos del mercado y la pauta social de
consumo, modificada entonces, ya no puede servir como reguladora
de las relaciones sociales ni como armonizadora de intereses en
conflicto.
La quiebra de lo social, la
negación de lo colectivo
Las nuevas técnicas
de publicidad, marketing e
imagen de
producto
procuran diseñar un consumidor aparentemente personalizado
que haga suyo el deseo de nuevas envolturas de bienes que, aunque
finalmente resultan ser recurrentes y redundantes, no se perciben
como tales gracias a la seducción publicitaria. Y
así se hace posible dar salida a una producción
tanto más sofisticada como poco innovadora desde el punto
de vista de la satisfacción real de las
necesidades.
El consumidor ya no es el productor
retribuido de los años sesenta, el que se realiza
(aún alienándose) en el taller y se premia con el
consumo, sino más bien el que es premiado con un puesto de
trabajo y se realiza (alienándose) en el consumo (que es
principalmente consumo de mercancías
culturales).
Gracias a esta nueva forma de realizar la
producción, que permite aumentar las ventas multiplicando
el gasto individual de menos consumidores, se solventa la crisis
del consumo y se garantizan los beneficios.
Pero roto el consenso a través del
consumo, la existencia de millones de pobres, de parados o
marginados no permite alcanzar el consenso desde la
producción, desde la fábrica. No puede frenarse la
rebeldía natural que provoca una sociedad desigual tan
sólo haciendo funcionar al máximo los aparatos
productivos, porque ahora quienes pudieran rebelarse no
están en condiciones de disfrutar de sus logros, como
sucediera antaño. Y porque, incluso en ese caso,
orientados los mecanismos redistribuidores hacia la
recuperación de las ganancias de capital en detrimento de
las rentas del trabajo (como efectivamente se ha venido haciendo
desde finales de los años setenta mediante las políticas
fiscales regresivas), la desigualdad irá en aumento y cada
vez serán más numerosos quienes no disfrutan del
consumo.
Por lo tanto, no puede haber más
consenso que el de la sumisión, bien a través de la
generación de vínculos autoritarios de
regulación social que la fuercen, bien a través de
la aceptación de la individualidad, de la competencia y
del posibilismo como expresión más sublime de los
comportamientos humanos.
Eso explica entonces que los años
ochenta se hayan caracterizado por la convivencia entre las
muestras más suntuosas de consumo banal y la pobreza y
marginación más dramática como tendremos
ocasión de comprobar más
adelante.
Por eso también que la salida a la
crisis no sólo exigiera nuevos espacios productivos y
nuevas formas de producción, sino también distintos
comportamientos, valores diferentes y otros tipos de aspiraciones
sociales. Y que llevase consigo políticas
económicas de alcance y con instrumentos distintos y
también nuevos modelos de
actuación individual y social.
Cuando la insatisfacción del
conciudadano es evidente, la rebeldía y el rechazo
sólo se pueden evitar si se moldea un ser humano
ensimismado, egoísta e insolidario y que no atiende a
más estímulo que el de su satisfacción
personal. Cuya
atención es permanentemente reclamada desde
todo tipo de fuentes para hacerle creer que la
satisfacción depende del esfuerzo individual y no del tipo
de organización social; fomentando para ello
la quimera del éxito individualista y el temor al fracaso
que conlleva la acción colectiva, y aislándolo
comunicacional e incluso físicamente de sus seres humanos
más próximos.
3. LA VERDADERA CARA DEL
NEOLIBERALISMO
Procurando evitar la retórica
trataré de presentar los resultados de todo este proceso
brevemente y de la forma más resumida posible,
precisamente para tratar de reflejar hasta qué punto la
realidad muestra de manera
palpable que la aplicación de las políticas
neoliberales ha traído consigo los efectos justamente
contrarios a los que se proclaman
teóricamente:
1. Menor crecimiento
económico y más dificultades para la
formación de capital. En el período 1960-1973
la tasa de crecimiento medio anual en la actual Unión
Europea fue del 4,7%, en Estados Unidos
del 3,9% y en Japón
del 9,6%. Sin embargo, de 1974 a 1994, dichas tasas fueron,
respectivamente, del 2,1%, 2,3% y 3,4%.
Para esos mismos países, el
crecimiento anual medio de la Formación Bruta de Capital
fue del 5,7%, 4,7% y 14% en el período 1960-1073. De 1974
a 1994 habían pasado a ser del 0,9%, 2,3% y
3%.
2. Incremento espectacular del
paro. Así la tasa de paro en la Unión Europea
fue de 2,6% en 1973, del 5,4% en 1979 y del 8,3% en
1990.
3. Multiplicación de los
desequilibrios económicos, como pone de manifiesto la
reiteración de los ciclos, la agudización de las
fases recesivas y la sucesión de perturbaciones más
o menos circunscritas a países o áreas concretas.
En particular, la política macroeconómica de
inspiración neoliberal cosecha fracasos con imperturbable
constancia: la deuda
pública neta de los países de la OCDE se ha
multiplicado por dos, los países europeos, por ejemplo,
tropiezan con dificultades permanentes para cumplir con los
objetivos de
ajuste propuestos, ni los gobiernos ni los organismos
internacionales más reconocidos aciertan nunca a la hora
de establecer predicciones, como prueba evidente de que sus
análisis discurren por caminos bien
diferentes a los de la realidad (el Fondo Monetario
Internacional, que se autoproclama valedor principal del
saber y la ortodoxia, consideraba a México,
sólo semanas antes de estallar en una inmensa crisis
financiera, como uno de los países de finanzas
más sólidas).
4. En la práctica, mayor
regulación institucional de los mercados, y
especialmente de la más antidemocrática (como
especialmente la que realizan con autonomía los bancos centrales,
o la que lleva a cabo la Unión Europea), que ha alejado
más que nunca la perspectiva del deseado equilibrio
competitivo y que, en particular, ha llevado a una
expansión desconocida de la corrupción y de la utilización
privada de los procedimientos de
decisión colectiva.
5. Mayor proteccionismo de los
países poderosos, al mismo tiempo que han obligado a
los países más débiles a abrir sus fronteras
y reorientar sus aparatos productivos para abaratar los
suministros al Norte. No puede ser ajeno a ello, por ejemplo, el
que los países pobres hayan terminado por ser
suministradores netos de capitales a los paises
ricos.
6. Destrucción del aparato
produtivo, financierización de las economías y
crisis financieras recurrentes, en contra de la pretendida
estimulación de la actividad empresarial y de la
creación de riqueza.
7. Aumento vertiginoso de
concentración de la riqueza, de la pobreza, las
desigualdades y el malestar social. Hoy día, y a pesar
de disponer de más y mejores recursos, en nuestro planeta
hay más analfabetos, más personas sin vivienda,
más desnutridos y más pobres, más malestar
social. Valga como prueba que, según el último
informe del PNUD,
en 1960, el 20% de la población era 30 veces más
rico que el 20% más pobre, en 1990 se ha enriquecido 60
veces más
8. Ahora bien, junto a todo lo anterior,
sin embargo, se ha alcanzado un objetivo principal: recuperar
el beneficio. Mientras que la tasa de rentabilidad del
capital privado en la Unión Europea fue del 12% en 1980,
en 1994 subió al 15,9%. Paralelamente, la
participación de los salarios en el PIB
disminuyó entre 1980 y 1994 del 76,4% al 70,6% en la
Unión Europea, mientras que el salario real por persona ocupada
que tuvo un crecimiento medio anual del 4,5% en los años
setenta, sólo creció un 0,7% entre 1990 y 1994. Sin
ir más lejos, en España, a
pesar de que las políticas neoliberales se han aplicado de
manera algo más matizada, la parte correspondiente al
beneficio en el total de las rentas ha retrocedido, a su favor, a
la que tenían hace veinticinco
años.
Años atrás, cuando
aún no se había hecho tan extraordinariamente
fuerte el pensamiento neoliberal, el Premio Nobel de
Economía Robert Solow descubría con rotundidad lo
único que podía esperarse de las políticas
que inspira: "Que hay detrás de las
políticas conservadoras? -se preguntaba Solow. Y
respondía- distribución de riqueza y de poder; su
programa -el
de las políticas conservadoras- es y siempre ha sido la
redistribución de riqueza en favor de los más ricos
y de poder en favor de los más
poderosos".
Esa es la verdadera y la única
cara del neoliberalismo: más opulencia aún para los
poderos, más miseria para los miserables cada vez
más numerosos y un poder mediático omnipresente
para cometer lo que Baudrillard acaba de calificar como el crimen
perfecto de nuestra época: matar incluso a la
verdad.
4. BIBLIOGRAFIA BASICA
RECOMENDADA
ANISI, D. (1988). "Trabajar con red. Panfleto sobre la
crisis". Alianza, Madrid.
BERZOSA, C. Coord. (1994). "La
economía mundial en los 90. Tendencias y desafíos".
FUHEM-Icaria. Madrid.
BOWLES, S., GORDON, D.M. y WEISSKOPT, T.
(1992). "Tras la economía del despilfarro. Una
economía democrática para el año 2.000".
Alianza. Madrid.
CALCAGNO, A.E. y CALCAGNO, A.F. (1995).
El universo
neoliberal". Alianza Ed. Buenos
Aires.
FERNANDEZ DURAN, R. (1993). "La
explosión del desorden". Fundamentos.
Madrid.
GALBRAITH, J.K. (1992). "La cultura de la
satisfacción. Los impuestos para
qué, quiénes son los beneficiarios". Ariel.
Barcelona.
MONTES, P. (1996). "El desorden
neoliberal". Ed. Trotta. Madrid.
ROMANO, V. (1993). "La formación
de la mentalidad sumisa". Los libros de la
Catarata. Madrid.
TORRES, J., dir.(1994). "La otra cara de
la política económica. España 1982-1994".
Los libros de la Catarata. Madrid.
TORRES, J. (1995). "Desigualdad y crisis
capitalista. El reparto de la tarta". Ed. Sistema.
Madrid.
TORTOSA, J.M. (1993). "La pobreza
capitalista". Tecnos. Madrid.
VARIOS AUTORES (1993). "La larga noche
neoliberal". Icaria. Madrid.
Juan Torres López.
Catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de Málaga
Juantorres[arroba]uma.es