Lo interesante del análisis de Berlin es que el pensamiento
posmoderno de nuestros días rechaza la visión de la
verdad, de la ciencia, de
la filosofía y de la racionalidad que tenían los
filósofos ilustrados, lo cual ha hecho que algunos
filósofos vuelvan de nuevo su atención hacia Vico, pues Vico
también se oponía al racionalismo y al empirismo
—aunque por distintas razones, como veremos—.
Gran parte de la cultura
latinoamericana, a mi parecer, está imbuida en la manera
francesa, escolástica y racionalista de entender la
filosofía. Para ilustrar este punto, me gustaría
referirme a una reciente publicación popular, la revista Muy
interesante, que dedica su número 29 (2003) al tema de
la filosofía. En esta revista podemos leer afirmaciones
como las siguientes:
"La sabiduría es lucidez perfecta, conocimiento
seguro de lo
que de verdad importa".
"La herramienta con la que el filósofo trata de
conquistar esa lucidez admirable es la razón.
Entiéndase bien: la razón individual del propio
filósofo".
"El filósofo no puede delegar en nadie. En particular,
no puede apelar a la autoridad de
una tradición o una ideología recibida".
"Se ha dicho que darse a la filosofía es incorporarse a
la ya antigua tradición de los que han decidido vivir sin
tradición".
"Los intereses del filósofo son tan ajenos a los del
común de los mortales, su actitud ante
la vida tan extravagante, que cabe recelar en él un
prurito de originalidad, o acaso el resentimiento propio del
inadaptado".
Esto es pensamiento moderno, ilustrado, racionalista, lo que
equivale a decir passe. Ningún filósofo
serio en la actualidad sostiene esta visión de la
filosofía, que se nos hace un tanto cómica e
ingenua. No sabemos aún qué forma tomará el
pensamiento filosófico de la primera mitad del siglo XXI.
Lo que sí podemos afirmar —creo yo— es que
estará muy lejos de los ideales de la
Ilustración racionalista.
Yo veo la reacción antimoderna y posmoderna como una
gran oportunidad para reivindicar la concepción viquiana
de la filosofía. Que no es sólo de Vico: es la de
los antiguos romanos; es la de los pueblos latinos, antes del
escolasticismo. Sabemos que los romanos no fueron un pueblo que
produjera muchos filósofos. Eran un pueblo
práctico, entregado a la organización y al gobierno. Los
romanos, al contrario de los griegos, no eran propensos al
escepticismo; su forma de vida práctica los impulsaba a
aferrarse a creencias firmes.
Vico preveía el peligro del escepticismo en la ciencia
de su tiempo. Creía que el error del racionalismo de
Descartes, o del empirismo de Locke (igual da) era el mismo que
el de los antiguos estoicos y epicúreos: suponer que el
camino de la sabiduría estaba formado de verdades, cuando
en realidad está constituido por certezas y orden. Lo que
pensaba Vico en esta materia puede
sonar a los oídos modernos totalmente escandaloso y sin
posibilidad de defensa, pero dado que el proyecto moderno
tampoco puede ufanarse de mucho éxito,
escuchemos al menos lo que Vico tiene que decir.
Vico sostiene que fueron la autoridad y la superstición
las que protegieron a los primitivos romanos del escepticismo de
la filosofía griega, y les permitió construir
primero una gran ciudad, y luego un gran imperio. Con otras
palabras: la sociedad tiene
siempre unos fundamentos no racionales (sobre todo,
imaginativos), y si la ciencia política los
desprecia o no los toma en cuenta comete un gran error. Es un
error, para Vico, suponer que la civilización comienza
cuando se desecha el mito. La vida
humana, la sociedad y la civilización siempre
necesitarán de mitos, aunque
sea el mito de la ciencia y del progreso. Ahora bien: es
preferible creer en mitos sabiendo que son mitos, a creer en
ellos pensando que son verdades, porque cuando se descubre que no
lo son (porque el conocimiento del hombre siempre será
limitado) sobreviene el escepticismo, el desengaño y la
parálisis mental.
No es necesariamente cierto que un mundo de gente más
educada, más racional y "científica" sea un mundo
más feliz. Parece ser —y éste era el punto de
Vico— que la sociedad humana necesita algo más que
la razón para funcionar bien. Necesita creencias,
tradiciones, autoridad e imaginación. Y el racionalismo
devasta las creencias, las tradiciones, la autoridad y la
imaginación. Las sociedades
tradicionales están particularmente indefensas ante el
racionalismo. Muy pronto se produce en ellas la rebelión
de las masas: individuos de mentalidad "democrática" que
piensan que su opinión vale tanto como la de un sabio,
simplemente porque es la suya. Personas que se ufanan de
desconocer la historia, el arte y la
filosofía, porque en su autorizada opinión "no
sirven para nada". Con esa clase de
bárbaros la civilización no puede sobrevivir. Ya lo
decía Ortega:
"En las escuelas (…) no ha podido hacerse otra cosa que
enseñar a las masas las técnicas
de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han
dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad
para los grandes deberes históricos; se les ha inculcado
atropelladamente el orgullo y el poder de los
medios
modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con
el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar
el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin
huellas antiguas, sin problemas
tradicionales y complejos".
Vico también preveía el advenimiento de los
idiotas salvajes, que serían como "máquinas
calculadoras perdidas en la vida", y situaba la causa de esa
desviación en la educación moderna. El
método moderno, en su ignorancia del alma y su prisa por
el análisis produce estudiantes impacientes,
irrespetuosos, abstraídos y desinteresados por los asuntos
de la sociedad en la que vive. "Como consecuencia de esta
negligencia —dice Vico— una noble e importante rama
de estudio, la ciencia de la política, queda casi
completamente abandonada y desatendida".
Uno de los grandes males de nuestra época es el
desinterés de la juventud por
la política, por los asuntos de la vida ordinaria de su
comunidad.
Cuando el modelo del
hombre sabio y noble que presentan las películas de
Hollywood es el profesor distraído, que sabe mucho de
ecuaciones y
de fórmulas, pero que vive completamente alejado de la
vida política (que, por otra parte, se presenta como el
reino del engaño, la perversión y la
ambición desmedida), ¿cómo podemos esperar
que los buenos se interesen por la vida de la re-pública,
de la cosa pública? El bueno, hoy, es el que se
aísla, el que se desentiende, y se dedica a pensar en
cosas abstractas. Al científico se le perdona todo (su
imprudencia, sus manías, su egoísmo), porque es
"muy sabio". Una mente maravillosa es la que es capaz de resolver
complejos problemas lógicos o matemáticos. Hemos pasado, casi sin darnos
cuenta, de las vidas hermosas a las mentes hermosas (A
Beautiful Mind). Por eso se quejaba Vico de que
"El mayor inconveniente de nuestros métodos de enseñanza es que prestamos excesiva
atención a las ciencias
naturales y muy poca a la ética
(…). Debido a su entrenamiento en
estos estudios, nuestros jóvenes son incapaces de
involucrarse en la vida de la comunidad, de conducirse a
sí mismos con suficiente sabiduría y prudencia, y
tampoco saben infundir a sus palabras familiaridad con la
psicología
humana, o impregnar sus discursos de pasión".
La ciencia y la técnica modernas han hecho creer al
hombre que el progreso del bienestar no tiene límites, y
que, por tanto, puede "abandonarse tranquilamente a sí
mismo". Si para el hombre
premoderno "vivir es sentirse limitado y, por lo mismo, tener que
contar con lo que nos limita", para el moderno "vivir es no
encontrar limitación alguna". Vivimos hoy, por tanto, en
una cultura que ve la disciplina y
la autolimitación como un sinsentido, como algo negativo,
propio de épocas que no habían desarrollado los
medios para disfrutar de la vida. Pero tarde o temprano se
descubre que la peor limitación es la que impone el propio
capricho. La visión moderna produce hombres mimados.
"Mimar —explica Ortega— es no limitar los deseos,
dar la impresión a un ser de que todo le está
permitido y a nada está obligado. La criatura sometida a
este régimen no tiene la experiencia de sus propios
confines. A fuerza de
evitarle toda presión en
derredor, todo choque con otros seres, llega a creer
efectivamente que sólo él existe, y se acostumbra a
no contar con los demás, sobre todo a no contar con nadie
superior a él".
¿Cómo puede subsistir una sociedad en la que sus
miembros se acostumbren a no contar con los demás? Vico
estaría de acuerdo con Ortega en que una sociedad sana es
aquella en la que los hombres han aprendido "esta esencial
disciplina: ‘Aquí concluyo yo y empieza otro que
puede más que yo. En el mundo, por lo visto, hay dos: yo,
y otro superior a mí’". No es servilismo reconocer
que hay otro ser superior a mí; no es tener mentalidad de
esclavos admitir que somos criaturas. Platón no
se rebaja como ser humano, cuando escribe en Las Leyes que
"es Dios quien es, para ti y para mí, la medida de todas
las cosas".
2. La cuestión de los
límites de nuestro conocimiento
El racionalismo lleva al hombre a no admitir otra medida de
las cosas más que su propia razón, y de esa forma
—sostiene Vico— cae en el error de desconocer sus
límites. La ciencia moderna —cuya gestación
Vico sitúa en los seguidores de Aristóteles— comete un grave error al
confundir la certeza con la verdad. Verdad tiene Dios sobre la
creación y la mente humana de sus productos
(sobre todo, la matemática
y la geometría). Certeza es lo que el hombre
alcanza de las propiedades físicas de las cosas; pero las
propiedades físicas no son lo mismo que las propiedades
metafísicas. Las propiedades metafísicas son como
el modelo del escultor, mientras que las propiedades
físicas son como la semilla de un árbol. Un modelo
permanece sin cambio cuando
el objeto se produce, mientras que una semilla pierde su forma en
cuanto comienza a desarrollarse el árbol. "Vico no niega
la existencia de estas formas físicas universales;
simplemente sostiene que las formas metafísicas son
previas a ellas". La ciencia moderna comete un gran error al
hacernos creer que cuando conocemos las propiedades universales
de las cosas (su forma física) estamos
conociendo su verdad última. La tragedia del hombre
moderno no es que no tenga acceso a la verdad metafísica, sino que crea que sí lo
tiene. El único conocimiento verdadero al que el hombre
tiene acceso es al que él mismo produce: el de las
matemáticas y el de la geometría.
"El hombre es como Dios cuando es matemático, no cuando
contempla entidades que no puede esperar conocer, sino cuando
sigue la guía divina y hace lo que quiere conocer con los
elementos que tiene dentro de sí mismo". Éste es el
sentido de la famosa afirmación de Vico "verum et factum
convertuntur".
Este punto de los límites del conocimiento es tan
crucial para Vico que aquí no duda en ponerse en contra
tanto de los escolásticos como de los cartesianos. Al
creer que se puede llegar a la verdad divina a partir de
conocimientos empíricos, los escolásticos piensan
haber alcanzado un conocimiento metafísico de la
naturaleza, lo cual es imposible. Transgreden los límites
de lo humano desde arriba, por decirlo así. Los
cartesianos proceden a la inversa, pues intentan comprender la
relación entre lo humano y lo divino a partir de lo humano
(transgreden los límites "desde abajo"). Pero su error es
básicamente el mismo: "así como Aristóteles
se equivocó al tratar la física
metafísicamente por medio de potencias y virtudes
infinitas, también Descartes se equivocó al tratar
la metafísica físicamente, por medio de actos y
formas finitas". Por eso se ha dicho que toda la filosofía
de Vico puede entenderse como un intento de "liberar la
filosofía de la metafísica tradicional, de la
palabra conceptual y de la ética racionalista". En el
origen de estos errores está la ingenua arrogancia de
creer que podemos obtener un conocimiento del Ser partiendo de un
conocimiento apropiado sólo a los entes.
¿Significa esto, entonces, que el hombre no tiene
ninguna forma de acceso al Ser? ¿Está encerrando
Vico al hombre dentro de los límites de su propia
razón, sin ninguna posibilidad de trascendencia? Todo lo
contrario: el objetivo de
Vico es preservar la trascendencia del Ser. La ciencia y la
filosofía modernas —y también la
filosofía escolástica— convierten el Ser en
un ente, en algo familiar para nosotros. Pero "la historia
completa de la existencia humana no puede ser aprehendida sobre
la base del intento de convertir el Ser, que sigue siendo no
familiar, en algo familiar, esto es, en un ser". Lo cual no
impide, sin embargo, que el Ser esté presente en la
historia humana. Existe la providencia: Dios dirige los destinos
de las naciones, contando con la actuación libre de los
hombres. Se trata de una trascendencia que "por dentro anima el
mundo humano siendo su Otro". Toda humana sabiduría que
olvide este hecho fundamental cae en la impiedad. Esto explica
por qué Vico termina su Ciencia Nueva con esta
afirmación tajante: "aquel que no es piadoso no puede ser
verdaderamente sabio".
En la Ciencia Nueva, Vico sostiene que, al igual que el
estoicismo y el epicureísmo antiguos, el método
moderno produce, tarde o temprano, escepticismo. "La huida
moderna del certum —afirma Lilla— termina en
un escepticismo más desesperado que el de los antiguos,
pues las defensas tradicionales del hombre —la religión, la
autoridad, la retórica (…)— han sido
barridas". Vico consideraba el escepticismo extremadamente
peligroso. Al igual que Leibniz, veía en él "una
revolución
general que amenaza a Europa".
¿Cuáles eran los cargos que Vico levantaba
contra el escepticismo moderno? ¿Quiénes eran los
acusados? Los acusados eran los epicureístas Gassendi,
Locke, Hobbes y Maquiavelo; el estoico Spinoza, y el pirronista
Bayle. Aunque, como bien señala Lilla, de la lista
anterior sólo Pierre Bayle aceptaría la
acusación de ser escéptico, Vico tenía sus
razones para acusar a los restantes de fomentar el
escepticismo.
Los cargos o acusaciones que Vico hace a los modernos, de
acuerdo a Lilla, se pueden dividir en dos grupos: los de
tipo teológico y los de carácter político. Desde el punto de
vista teológico, Vico sostiene que los escépticos
niegan la providencia divina; que, aunque acepten la existencia
de Dios, niegan que, de alguna manera, Él sea Señor
de la historia. Al negar la providencia, los escépticos no
tienen otra alternativa que tratar el mundo natural como el reino
de la total casualidad, o bien como regido por la más
absoluta necesidad. Esto conduce a tras errores
teológicos: el epicúreo, el estoico y el
pirrónico.
El error epicúreo consiste en creer que la casualidad y
la fuerza rigen el mundo, y no la providencia y la justicia.
Entre los modernos epicureístas están Maquiavelo y
Hobbes. Los estoicos, en contraste, niegan que Dios establezca la
relación de causalidad, o bien, ponen a Dios mismo bajo el
poder de la necesidad. El panteísmo de Spinoza cae en esta
categoría. Los pirrónicos, por último,
niegan la presencia de Dios en el mundo (Pierre Bayle
caería en este grupo, al
sostener que pueden existir sociedades sin religión). La
segunda objeción teológica que Vico hace al
escepticismo moderno se refiere a su materialismo. El
escepticismo político trata al hombre pura y simplemente
como un cuerpo.
Quien no comparta el punto de vista teológico de Vico
podría alegar que esas objeciones no le conciernen. Eso
está claro. Pero tal vez sí le llamen la
atención las consecuencias políticas que de ellas
se derivan:
"una es que el materialista escéptico que niega la
providencia se verá también forzado a negar la
sociabilidad natural del hombre. Dado que la filosofía
política moderna ve al hombre como impulsado por la
pasión y no por Dios, a nadie debería sorprender
que esa misma pasión lo lance a un mundo de terror
hobbesiano que lo instruye en la astucia maquiavélica.
Para el escéptico, ‘la sociedad’ es
simplemente un producto del
mundo, en el cual los individuos persiguen su propio beneficio
(al que Vico llama utilitas). El hombre sin Dios o
independiente de la razón no puede ser naturalmente un
animal social".
Esta última acusación de Vico contra los
escépticos bien puede ser llamada individualismo. Pero la
crítica
de Vico no termina aquí. Para Vico, la enseñanza
más peligrosa de la filosofía política
moderna es que no existen el derecho y la justicia en la
naturaleza, sino sólo en la opinión. Esto equivale
a hacer de la fuerza y la utilidad los
principios
rectores de la existencia humana.
4. La historia y la primacía
del lenguaje
Sostiene Guido Fassò que "la grandeza de la Ciencia
Nueva está (…) en la intuición de que la
verdadera realidad es la historia, y que lo individual, en lo que
la historia consiste, no es menos verdad que lo universal". La
modernidad
—hija del escolasticismo en este aspecto— excluye la
historia de la filosofía, pues la historia, al igual que
la retórica, pertenece al reino de lo probable y de lo
cambiante, mientras que la filosofía se ocupa de la
verdad. En marcado contraste con esta tradición, Vico
habla del significado de la probabilidad
en los siguientes términos: "De lo probable nace el
sentido común natural, que es la norma de la inteligencia
práctica". El sentido común es la prudencia, que es
el
conocimiento de lo que conviene hacer en el aquí y el
ahora, y de lo que conviene hacer en la vida de la polis, de la
comunidad. Se equivocan, por tanto, Grocio y Pufendorf con su
iusnaturalismo racionalista, al querer partir de una naturaleza
humana pura (como decían Suárez y sus seguidores)
para "deducir" los principios de la actuación humana
correcta. La naturaleza
humana pura no existe; sólo existen los hombres y las
mujeres, sujetos de su historia.
Es en este contexto que se entiende la tesis
antiplatónica de Leonardo Da Vinci: "la verdad fue
solamente hija del tiempo" (cuya fuente original se encuentra, al
parecer, en el historiador romano Aulo Gelio): la verdad sobre el
hombre no puede excluir su historia. El aquí y el ahora,
que eran desechados en el racionalismo y en la metafísica
tradicional, son incorporados por el humanismo latino en su
visión de la filosofía. Filosofar no tiene por
qué ser identificado con el pensamiento racional causal,
ni lo ahistórico tiene que por qué ser la meta suprema
de la metafísica. La tarea educativa de la
filosofía que el Congreso Mundial de Filosofía de
1998 ponía como objeto de su reflexión principal
puede ser cumplida de mejor manera si prestamos atención a
los humanistas, que nos advierten que "no se aprende algo a
través de una abstracta doctrina racional, sino del
‘testimonio’ de un ‘suceso’".
Según esto, "los ejemplos no son ‘imágenes’, ‘ideas’
aisladas y abstractas, sino la constatación del
éxito o del fracaso en la adecuación a una demanda
existencial que ha de ser satisfecha ‘aquí y
ahora’"
A racionalismo y metafísica, por tanto,
deberíamos contraponer humanismo, tal como Vico lo
entiende. Si la ciencia y la filosofía modernas se
caracterizan por el predominio del método y el
consiguiente reduccionismo de la realidad humana,
¿cuál sería el aporte o el rasgo distintivo
del humanismo, aquello que lo justificaría en el actual
contexto? Me parece que Ernesto Grassi acierta cuando afirma que
"el problema central del humanismo no es el hombre, sino la
cuestión del contexto originario, el horizonte o apertura
en que aparecen el hombre y su mundo". El contexto originario es
el del lenguaje, y en
particular, el lenguaje
poético. "Por esta razón, Vico subrayó que
los filósofos y los filólogos deberían
comenzar por el estudio de la sabiduría poética,
que fue la primera verdad de los paganos, por la
investigación de la filosofía antigua y no por
la verdad abstracta y razonada de los eruditos". De esta suerte,
la discusión filosófica central, para el humanismo,
no es "el problema de la verdad lógica
como adecuación (adaequatio)", sino "el problema de
la ‘emergencia’, de la ‘aparición’
o phainestai", y "en lugar de la cuestión de la
ratio y su de método inferencial, nos planteamos la
cuestión de la estructura del
ingenio, tal como la trataron Vives o Gracián". Mediante
el ingenio, cuyo principal producto es la metáfora y la
imagen, "somos
capaces de remediar incesantemente el desorden y el vacío
significativo, creando los nuevos mundos exigidos por las
múltiples necesidades o situaciones históricas".
Las primeras palabras, los primeros conceptos, fueron
metáforas, es decir, "traslado" de significado, como
cuando decimos "al pie de la montaña", o un "claro del
bosque". Ahora bien: esto implica que no hay un significado
"auténtico" que se revele sólo en situaciones
privilegiadas (como la de la investigación científica, por
ejemplo). No se trata de "leer dentro" para encontrar la
auténtica "naturaleza de las cosas", sino de combinar
imaginativamente —metafóricamente—,
significados que originariamente se toman del uso. Estamos, dos
siglos y medio después de Vico, a un paso de "romper con
una tradición que identifica lo real con su significado
eterno tal como se alcanza mediante el proceso
racional y el pensamiento científico-metafísico".
No existen descripciones metafísicamente privilegiadas de
la realidad, sólo diferentes lenguajes (incluido el
científico) que utilizamos para tratar con la realidad.
"La
república humana es república de palabras, no
república de cosas". La ciencia, toda ciencia, es una
construcción humana. Entendemos ahora, con
nueva luz, lo que Vico
había afirmado en La ciencia nueva: que "si este
mundo de naciones ha sido hecho por los hombres, en ellos han de
hallarse los principios".
En conclusión, a la pregunta sobre cuál es la
relevancia filosófica de Vico hoy, se puede responder
diciendo que Vico representa una revolución
filosófica más radical incluso que la de Kant, pues
el filósofo alemán partió de los mismos
supuestos que sus inmediatos antecesores racionalistas y
empiristas, aunque llegara a conclusiones distintas, mientras que
Vico, anticipándose en más de dos siglos al llamado
"giro lingüístico" de la filosofía
analítica, a Wittgenstein y a los pragmatistas, propone un
nuevo punto de inicio para la reflexión filosófica:
el lenguaje, en particular el lenguaje poético. Pero
aún más importante que esto es el hecho de que
Vico, a diferencia de muchos posmodernos, no es relativista. Como
el punto de inicio es diferente, Vico evita el escepticismo y el
relativismo en el que caen muchos de los filósofos
posmodernos. Vale la pena seguir caminando por la ruta
señalada por Vico, especialmente para aquellos que creemos
en la necesidad perentoria de una integración de los saberes sobre una base
humanista.
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