- 1.
- 2. Los orígenes
del nuevo poder monetario - 3. Las consecuencias de
la financierización - 4. Gobernar el poder
monetario, gobernarlo
democráticamente
1. Introducción
En nuestras sociedades
modernas confluyen muchas expresiones de concentración del
poder y de la riqueza de las que se derivan graves hipotecas para
la mayoría de la población. En el caso particular de las
relaciones económicas esos fenómenos de
concentración son mucho más palpables, más
evidentes y así mismo especialmente trascendentes, pues
llevan consigo mermas sustanciales de bienestar y un
desenvolvimiento tan ineficaz como injusto de las relaciones
económicas.
Las desigualdades crecientes; el funcionamiento de los
mercados cada vez
más imperfecto y menos respetuoso con las reglas de la
competencia; la
asimetría con que funciona el comercio
internacional, regulado por normas dictadas
para salvaguardar los intereses de los países más
ricos y que éstos mismos se saltan cuando mejor les
conviene; la desprotección de los consumidores frente a
los productores; o la destrucción del entorno natural son
algunos ejemplos de los efectos que produce la
concentración de riqueza y poder en el mundo
económico.
Pero, siendo cualquiera de ellos suficientemente
expresivo de los males que acarrea esa concentración, me
parece que ninguno tiene una importancia tan grande y una
naturaleza tan
significativa como la que tiene el fenómeno de
concentración de los recursos
monetarios que se produce de la mano de una hipertrofia
espectacular de la circulación financiera que es
característica de las economías de nuestra
época.
Como consecuencia de una serie de factores que
comentaré más adelante se ha producido
efectivamente un incremento extraordinario de los medios de
pago, es decir, del dinero, lo que
ha hecho que la circulación financiera o monetaria haya
alcanzado un volumen
completamente desproporcionado respecto de la circulación
real de bienes y
servicios.
Trataré de sintetizar en este trabajo las
causas que han originado estos procesos
así como sus principales consecuencias para terminar
proponiendo alguna de las vías de actuación que
podrían permitir erradicar sus efectos más
negativos sobre la actividad económica y el bienestar
social.
2. Los orígenes del nuevo
poder monetario
El origen del nuevo poder monetario es doble. Por un
lado, una serie de transformaciones económicas que
implicaron el desproporcionado incremento de la masa monetaria,
la aparición de nuevas y muy rentables formas de
títulos financieros que la acompañó y, como
consecuencia de ambas circunstancias, la aparición de un
lugar privilegiado del beneficio, un universo
económico de altísima rentabilidad
que podía compensar sobradamente el riesgo así
mismo elevado que llevaba consigo operar en los nuevos mercados
financieros.
Sin embargo, ni tan siquiera el extraordinario
crecimiento cuantitativo de los flujos financieros hubiera
justificado por sí mismo que pudiéramos hablar de
un auténtico nuevo tipo de poder. Fue necesario, por otro
lado, que los Estados renunciaran a la regulación
monetaria (salvo a la que, justamente, es necesario llevar a cabo
para dar la máxima libertad de
movimientos de los capitales y recursos financieros), y que la
propia des-institucionalización del dinero derivase en
unas condiciones de apropiación y circulación
capaces por sí mismas de imponer un orden propio, o como
algunos lo han llamado, un desorden, un auténtico no-orden
que suele ser consustancial a los poderes difusos y no
democráticos como el monetario.
2.1. Cambios cuantitativos
Aunque el proceso de
compulsiva expansión monetaria comenzó ya a lo
largo de los años sesenta, es en la década de los
años ochenta cuando el proceso se hace mucho más
visible y potente. Desde 1980, por ejemplo, el valor de la
actividad financiera ha crecido 2,5 veces más
rápido que el PIB agregado
de los países industriales más ricos, y las
transacciones de divisas, bonos y acciones lo
han hecho 5 veces más[1].
El mercado de
divisas muestra,
quizá más claramente que ningún otro mercado
financiero, el vertiginoso crecimiento de las operaciones y su
progresiva desvinculación de las operaciones de
intercambio real.
En el año 1960 se calcula que se registraban
diariamente operaciones por valor de 15.000 millones de
dólares, en 1980 por valor de 60.000 y en 1995 por 1,5
billones, una cantidad que contrasta con los alrededor de 650.000
millones de dólares que en este último año
que representaban las reservas en divisas de los países
industriales, y que muestra así mismo el grado de
desestatalización de las operaciones, así como su
desvinculación de las operaciones de intercambio de bienes
o servicios. Si en lugar de divisas nos refiriésemos al
conjunto de activos
financieros, el volumen del que está en manos privadas es
más de cinco veces mayor que el que poseen los
gobiernos
Debe tenerse en cuenta, además, que este
crecimiento del flujo de operaciones
financieras que en realidad ha consistido en negociar cada
vez más nuevas formas de títulos financieros, o
comenzar a negociar títulos que antes eran no negociables,
no ha llegado a su final. Hoy día se calcula que
sólo en la Unión
Europea hay unos 13 billones de dólares en
instrumentos financieros actualmente no negociables pero que, si
continua la tónica actual, sin duda llegarán a
serlo en un futuro más o menos inmediato.
La financierización de las relaciones
económicas incluso se manifiesta en la composición
del patrimonio
familiar. En Francia el
patrimonio financiero medio de las familias (títulos,
acciones, bonos, etc.) ya fue superior en 1998 al patrimonio
material (vivienda, joyas,…).
Como he señalado, el crecimiento de los flujos
financieros no ha sido solamente de carácter cuantitativo, sino que lo
auténticamente distintivo ha sido que se ha modificado la
naturaleza de los propios flujos y de las operaciones que se
llevan a cabo, y la aparición de nuevas formas de dinero
que al aparecer han traído consigo el nuevo régimen
de creación y posesión de los recursos financieros,
de decisión sobre el universo
financiero y de impacto de la moneda sobre el conjunto de la
economía.
La participación de los principales tipos de
títulos en el total de las operaciones financieras ha sido
la siguiente:
1991 2000
Préstamos bancarios 1,9 0,9
Obligaciones 41,4 38,2
Acciones 28,9 60,4
Como puede comprobarse se trata no sólo del
crecimiento espectacular del conjunto de las operaciones
financieras sino que se ha modificado el tipo de operaciones,
fundamentalmente por el incremento que se ha producido la compra
y venta de
acciones. En Estados Unidos el
valor total de estas operaciones representaba el 20% del PIB en
1990, y pasó a ser el 40% en el año
2000.
Da idea también del ritmo de crecimiento de estas
operaciones el que los ingresos al
Departamento del Tesoro USA por impuestos sobre
ganancias de capital
hubieran subido de 44.000 millones de dólares en 1995 a
100.000 millones en sólo tres años[2].
Las causas generales que han dado lugar al incremento de
la magnitud de los flujos financieros son variadas pero pueden
resumirse en las siguientes:
a) El endeudamiento generalizado que hizo necesario
multiplicar la oferta de
dinero.
b) A partir de los años setenta, el incremento de
la circulación ociosa de dólares en los mercados
internacionales como consecuencia de la millonaria
inyección de petrodólares y del exceso de oferta de
dólares que provocó el fortalecimiento de las
economías de los demás países occidentales
(cuyas monedas sustituyeron al dólar en un parte
importante de los pagos internacionales).
c) La enorme concentración de capitales que se
fue produciendo en manos de las grandes compañías
multinacionales, en los bancos y
compañías de seguros y
más adelante en los fondos de pensiones.
d) La generalización de las nuevas
tecnologías de la información que permiten realizar las
operaciones financieras en cualquier lugar del mundo con
vertiginosa inmediatez, con instantaneidad y reciprocidad, lo que
hace posible multiplicar el número de operaciones y,
además, operar incesantemente, pues desaparecen las
distancias y los límites
espaciales a la inversión financiera.
e) La tendencia a la búsqueda de la mayor
liquidez posible que llevó a negociar cualquier
título capaz de ser cotizado en un mercado por estrecho
que fuese. Como se ha dicho, "cualquier cosa resultaba atractiva
para convertirse en dinero".
2.2. Cambios en la naturaleza de la actividad
financiera
Entre las modificaciones de carácter cualitativo
que se han producido acompañando al incremento
cuantitativo de los flujos financieros se deben destacar las
siguientes.
a) La inmediatez a la que ya he hecho referencia como
consecuencia de la aplicación de las nuevas
tecnologías.
b) La disminución del protagonismo de los bancos
en su papel de oferentes de crédito, precisamente como consecuencia de
que se han generalizado otras formas de dinero que no provienen
de la actividad bancaria tradicional. No se trata de un cambio
superficial ni mucho menos. Cuando los bancos y el crédito
que ofertan, el dinero
bancario, constituye el componente principal de los flujos y de
las operaciones financieras, el estado
natural de los mercados financieros es de otro tipo.
Efectivamente, en el desarrollo de
lo que era su actividad tradicional, los bancos suelen mantener
sus títulos hasta que llegue el momento de su vencimiento,
lo que implica que están interesados, o quizá mejor
decir, que al negocio bancario le interesa entonces que se
mantenga la máxima estabilidad a medio y largo plazo,
porque esa es la forma de que realicen finalmente sus
títulos sin problemas.
c) Paralelamente, se produce un creciente protagonismo
de los llamados "inversores institucionales" (fondos de
inversión, compañías de seguros,…), es
decir, empresas que se
constituyen para recoger fondos ajenos y a partir de los cuales
operar en los mercados financieros. Estos inversores no prestan
como los bancos para que quien reciba el dinero realice la
inversión, sino que reciben prestado y ellas son las que
constituyen grandes fondos que utilizan para aumentar el
rendimiento de los capitales que han recibido. Y a diferencia de
lo que por lo general ocurría antes(o ahora) con quien
recibe un préstamo, los inversores institucionales no
reciben el dinero para hacer inversiones
reales, sino para comprar otro dinero obteniendo rendimiento en
la operación: no operan cambiando el papel por
mercancías, sino papel por papel. Mientras que en el
régimen financiero en el que predominaba el negocio
bancario tradicional la estabilidad era el estado
más favorable para obtener rentabilidad del dinero
bancario, la forma de actuar de estos inversores institucionales
implica una búsqueda incesante y lo más inmediata
posible de rentabilidad y liquidez y eso provoca una gran
inestabilidad.
Lo que constituye una extraordinaria paradoja que hay
que entender para saber lo que ocurre en este nuevo universo
financiero es que la inestabilidad no es sólo el efecto de
la actuación de estos inversores, sino también la
condición que permite obtener beneficios inmediatos,
elevados y proporcionados al inmenso caudal de recursos ajenos
que movilizan. De la continua inestabilidad, de las alzas y
subidas que permanentemente se puedan producir es de donde puede
obtenerse rendimiento: el riesgo y la inestabilidad se
convierten, por lo tanto, en la nota consustancial de los nuevo
mercados financieros porque es la consecuencia de la
especulación generalizada en que consiste el nuevo tipo de
actividad financiera pero, además, su imprescindible caldo
de cultivo.
El crecimiento espectacular del papel de estos
inversores institucionales lo muestra el hecho de que el total de
sus operaciones representaba en 1980 el 59% del PÎB de
Estados Unidos y en 1993 ya había pasado a ser el 126% y
en 2000 el 207%.
d) Como acabo de señalar, los inversores
institucionales basan su negocio en vender cuanto antes y con la
ganancia más elevada posible los títulos que han
adquirido en los mercados. Eso quiere decir que les interesa
operar con títulos que sean muy líquidos, es decir
que puedan venderse fácilmente. Se trata también de
un fenómeno paradójico. Por un lado, y para ampliar
el negocio, requieren más títulos, pero los nuevos
títulos a los que podrían acceder son menos
líquidos. El problema consiste en hacer líquidos
títulos que no lo eran y eso se consigue a través
de lo que se conoce como "securitización", que no es sino
la generación de productos
financieros "derivados" unos de otros, haciendo así
negociable lo que antes no lo era, cubriendo con nuevo papel el
papel de antes al que ahora se le puede dar salida porque se
dispone del nuevo. Se trata, sin duda, de un proceso demasiado
complejo por evidente que cuesta bastante entender a las personas
normales pero que puede explicarse si se visualizan las compras que las
empresas hacen de las acciones de sus propia empresa, o de su
grupo de
empresas para luego venderlas y volver a comprarlas y así
ir aumentando los rendimientos sin que haya habido cambio alguno
en la estructura
real, en el patrimonio efectivo ni, por supuesto, en la producción real que realiza, si es que se
trata de títulos que tengan que ver con empresas que
fabriquen algo, puesto que al tratarse de operaciones de papel
sobre papel no tienen por qué tener nada real en la base,
quizá tan sólo la expectativa de que alguien pueda
estar interesado en adquirirlas en otro momento.
Entre los inversores institucionales que llevan al
extremo este tipo de operaciones se encuentran los llamados hedge
funds o fondos inmunizados, que gracias a la liquidez que les
proporcionan los préstamos que reciben tratan de lograr
más liquidez (en operaciones que se denominan de
"apalancamiento") generando para ello nuevos productos, nuevas
inversiones prácticamente a la medida de cada cliente.
Estos fondos han llegado a utilizar hasta 250 veces su
propio capital, pero implican un paroxismo especulativo tan
elevado y asumen un riesgo tan alto que no están exentos
del peligro cierto de quebrar como ocurriera en 1998 con
Long-Term Capital Management (LTCM). A pesar de que entre sus
responsables se encontraban dos Premio Nobel y un ex presidente
de la Reserva Federal que siempre habían defendido la
libertad de mercado, los beneficios de la competencia y la
perversidad de la intervención estatal, fue la Reserva
Federal quien rescató a LTCM.
– Un inevitable corolario de lo que vengo
señalando es que al incesante crecimiento de los flujos
financieros haya seguido la práctica desaparición
de fronteras entre los mercados de capitales. Puesto que los
inversores no pueden desaprovechar la más mínima
opción de ganancia es inevitable actuar en todos los
mercados y en todo momento, algo que, como he dicho, es ya
posible gracias a las redes telemáticas.
Así, se ha tejido una red inextricable de
operaciones que constituyen la suma de actuaciones en muchos
submercados fragmentados
– Finalmente, hay que tener en cuenta que estos procesos
se han desenvuelto en un contexto general muy específico:
el de una extraordinaria influencia del dólar (y por ende
de toda la política
monetaria estadounidense) sobre el conjunto de los mercados
internacionales. Gracias a que el dólar ha actuado y
prácticamente actúa como moneda de reserva mundial,
gracias al enorme poderío económico de Estados
Unidos y gracias también a su influencia política en todo el
planeta, han podido realizar en los últimos decenios una
política monetaria, y en general una política
económica, orientada a atraer capitales a Estados
Unidos y que ha provocado una gran inestabilidad en los mercados
financieros. Gracias a ello Estados Unidos ha mantenido una gran
influencia monetaria y sus capitales financieros han obtenido
grandes ganancias pero, al mismo tiempo, ha
transmitido inestabilidad no sólo a los mercados
financieros, lo que podía ser positivo desde el punto de
vista de la rentabilidad financiera que allí se obtiene,
sino a los mercados reales y al conjunto de las economías,
lo que le resulta problemático porque sus empresas que
operan en la economía real dependen de la salud financiera de los
demás. En estas contradictorias relaciones entre el tipo
de condiciones que necesita la rentabilización de los
capitales financieros y las que precisan los capitales reales
radican algunos de los problemas más graves que ocasiona
la financierización de nuestras
economías.
2.3. De la financierización al poder
monetario
Como he dicho, el proceso de financierización que
ha caracterizado a la economía
mundial en los últimos treinta años no
sólo es el resultado de cambios en la estructura
productiva o en la naturaleza de las relaciones y actividades
financieras. Su aspecto más relevante es que ha implicado
un nuevo tipo de poder, una forma diferente de gobernar las
relaciones económicas, nuevos sujetos decisores, nuevos
valores
vinculados a él y consecuencias no sólo
económico financieras sino puramente políticas
en tanto que cualquiera de las dimensiones del poder, como es la
monetaria, condiciona la manera en que se plantean y resuelven
todos y cada uno de los problemas
sociales, que es lo que de forma más elemental se
entiende por política.
Lo que ha permitido que todo eso surja y, en definitiva,
la fuente última del nuevo poder monetario, ha sido la
nueva regulación del orden financiero orientada
básicamente a lograr dos grandes objetivos. En
primer lugar, que los Estados abdicaran de su capacidad de
regular el universo monetario, es decir, la desaparición
del poder del dinero como una extensión del poder estatal,
siempre sometido a interferencias, a negociación y a cierta exigencia de
transparencia y, por lo tanto, siempre incómodo para un
mundo financiero que necesitaba de plena libertad para conseguir
rendimientos sin límites. En segundo lugar, establecer el
régimen que concediera la más plena
autonomía y libertad de movimientos al capital financiero
para aprovechar así todas las inmensas oportunidades de
beneficio que se genera en una economía
financierizada.
Los cambios legales necesarios se han llevado a cabo con
extraordinaria disciplina y
diligencia por todos los países del planeta,
prácticamente sin excepción, comandados por
organismos como el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial,
fieles guardianes de la ortodoxia monetarista y sumos
intérpretes del elemental catecismo liberal que ha servido
de cobertura ideológica para que no fuese demasiado
evidente e injustificado el virtual traspaso de poderes que se ha
producido.
La actuación reguladora que se ha llevado a cabo
se ha referido a cinco ámbitos principales.
a) La mencionada plena libertad de movimientos de
capital que ha permitido expatriar los capitales, conformar una
nueva geografía mundial del dinero y lograr el
sueño de hacer del planeta un único
mercado.
b) La privatización de la práctica
totalidad de los sistemas
financieros para poner en manos del capital privado los recursos
que habían sido públicos, en la mayoría de
las ocasiones, reforzando de manera incluso grosera a los
grupos
económicos ya más poderosos o incluso generando
otros nuevos al calor de las
mafias paraestateles.
c) La liberalización del acceso al ahorro privado
y público, especialmente en el caso de las pensiones, que
ha permitido que los grupos financieros privados se hayan hecho
con un auténtico botín proveniente del ahorro
familiar que constituye el saco sin fondo del que salen las
operaciones especulativas que proporcionan ganancias millonarias
a los propietarios o gestores de los fondos y no a sus
auténticos generadores[3].
d) El establecimiento de regímenes de
autonomía de los bancos centrales que, aunque en el nuevo
régimen monetario pierden gran parte de su eficacia
regulatoria como analizaré más adelante, se han
podido constituir en instancias de decisión completamente
ajenas al control
democrático.
e) Finalmente, se ha establecido como un estricto
criterio de política económica la necesidad de
combatir la inflación, lo que ha permitido mantener una
constante tensión al alza de los tipos de interés y,
en general, políticas claramente favorecedoras de los
poseedores de recursos financieros.
Como en otros ámbitos de la política
social, para poder consolidar el nuevo orden, en este caso
monetario, se ha hecho una auténtico ejercicio de
intervencionismo estatal, mostrándose así que no es
cierto que se haya renunciado a lal regulación
pública, sino que se ha logrado que ésta se haga de
acuerdo con otros intereses, con otros objetivos y con resultados
distributivos también diferentes. No es cierto, pues, que
el nuevo escenario monetario sea el resultado de más
libertad, sino de una exigencia de intervención
gubernamental orientada a generar una arquitectura
social diferente; no se ha producido en realidad una
des-regulación de las finanzas sino
que se ha establecido un nuevo orden con una potentísima
regulación, si bien ésta es de otra naturaleza y
con una ética
distinta.
Analizaré a continuación cuáles son
sus efectos, manifestaciones y consecuencias más
importantes.
3. Las consecuencias de la
financierización
Las modificaciones en el orden monetario internacional a
las que me acabo de referir han provocado efectos muy importantes
sobre el desarrollo general de la actividad económica,
sobre la regulación monetaria y el papel de la
política monetaria y sobre las condiciones generales en
que puede llevarse a cabo el gobierno democrático de las
sociedades modernas. A todos ellos me refiero a
continuación de manera sintética.
3.1. La financierización de la actividad
económica
La hipertrofia de los flujos financieros y la
generación de un auténtico espacio privilegiado del
beneficio en la circulación monetaria ha modificado en una
gran medida el propio desenvolvimiento de la economía en
general y las condiciones de entorno en las que se llevan a cabo
los procesos de asignación y distribución de recursos, y de esos cambios
se han derivado necesariamente efectos sobre la pauta de
distribución, es decir, sobre el grado en que cada grupo
social se apropia de los frutos del crecimiento y la
acumulación.
Distinguiré seis principales ámbitos en
los que estos procesos se han manifestado.
a) Deterioro de la economía real. Las
consecuencias de la generalización de la
especulación financiera y del hecho de que con ella se
puedan obtener rendimientos mucho más elevados que los que
proporciona la creación de riqueza material son obvias: un
drenaje permanente de recursos hacia los circuitos
financieros y una subsiguiente pérdida de fuerza de la
inversión real. El cálculo
económico más elemental lleva a los inversores a
optar por la inversión financiera cuando ésta es
más rentable y eso es lo que ha provocado que los periodos
en los que ha ido aumentando vertiginosamente la
especulación financiera hayan coincidido con la
época en la que el crecimiento
económico se ha resentido más.
A eso hay que añadir que la progresiva
concentración de recursos e intereses en los flujos
financieros ha impuesto a los
gobiernos la aplicación de políticas
deflacionistas, es decir, orientadas a combatir la
inflación, generalizadas. La razón de que se hayan
impuesto estas políticas es triple. Por un lado, tratan de
evitar que se erosione el valor del patrimonio financiero
acumulado por los poseedores de títulos de todo tipo. Por
otro, deben instrumentarse con tipos de interés elevados
(porque se dice que la subida de precios es
consecuencia de un exceso de circulación monetaria y por
eso se encarece el recurso al crédito), lo que significa
una retribución mayor del dinero y del conjunto de activos
financieros que beneficia a sus poseedores. Por último,
imponen continuas reducciones de costes salariales (porque los
consideran causantes de las alzas de precios) para generar
más beneficio y por lo tanto mayores recursos para
rentabilizar en operaciones financieras[4].
La otra cara de estas políticas es el declive
económico que llevan consigo. Tipos de interés
elevados deprimen la inversión y encarecen el
crédito destinado a financiar la actividad productiva, la
reducción salarial debilita la demanda global
y ello lleva consigo más paro, empleos
más precarios y, en general, una tónica de
débil crecimiento y expansión
económica.
Además, la financierización implica altas
tasas de rentabilidad porque está asociada a un alto
riesgo, y ese nivel tan alto de inseguridad y
riesgo no se queda en el flujo financiero sino que se transmite
al conjunto de la economía, contribuyendo así a que
los ciclos económicos se hagan más recurrentes y
agudos y a que en todo el sistema haya una
permanente inestabilidad.
b) Modificación en el sistema
financiero y de pagos
Las funciones
tradicionales de los sistemas financieros eran la de movilizar el
ahorro para transformarlo en inversión productiva, la de
facilitar el intercambio mundial de mercancías y la de
proteger a los sujetos económicos frente al riesgo. Sin
embargo, la financierización altera radicalmente este
papel.
Los bancos se dedican, en lugar de a facilitar el
transito de los recursos desde el ahorro a la inversión, a
gestionar y colocar títulos en los mercados financieros.
Incluso los bancos centrales realizan operaciones especulativas,
muchas veces, muy cercanas a lo delictivo. Como indica Gowan[5]
según un informe realizado
en 1996 de la Unión de Bancos Suizos, "no menos de ocho
bancos públicos eran "inversores estratégicos" en
el LTCM".
Los cambios que se han producido en el tipo de actividad
financiera que es predominante en el régimen
financierizado actual (que como he dicho implica pasar del
protagonismo del dinero bancario a la generalización de
las operaciones de compra y venta de todo tipo de títulos
financieros) modifican también el papel que juegan los
tipos de interés en la economía. Antes, la
política de tipos de interés podía ser
utilizada con bastante eficacia en el gobierno de la masa
monetaria, porque la oferta y la demanda de dinero bancario
respondía suficientemente bien a sus modificaciones. Hoy
día, las operaciones que se realizan en los mercados
financieros, mucho más atomizados y fragmentados, pueden
eludir mucho más fácilmente la disciplina monetaria
impuesta a través de los tipos de interés,
precisamente, porque se trata de operaciones concebidas
expresamente para jugar con las variaciones en los precios de los
títulos y con las oscilaciones en los tipos de
interés. Es decir, los tipos de interés ya no son
la batuta que dirige los movimientos de la masa monetaria, sino
el indicador que expresa hacia donde tiene que moverse la
inversión para lograr rentabilidad cualquiera que sea su
evolución, al alza o a la baja, porque en
ambos sentidos puede ser rentable una
operación.
Por último, la generalizada utilización de
los mercados de divisas para especular en lugar de para facilitar
el intercambio comercial implica que los tipos de cambio sean
cada vez más dependientes o resultado de los movimientos
financieros especulativos en lugar de derivarse del estado de los
movimientos reales. Eso es especialmente dañino en
economías de mercado en donde se supone que los precios
juegan un papel determinante como indicadores y
referentes para la asignación eficiente de los recursos.
Significa, pues, que una secuela desgraciada de la hipertrofia
financiera y de la especulación generalizada que conlleva
es la imposibilidad de que los mercados internacionales de bienes
y servicio
funcionen eficientemente porque su mecanismo de fijación
de los precios está viciado, se ve alterado por los
movimientos que les impone el flujo financiero.
c) Cambios en la gestión
empresarial y en sus resultados
Cuando el negocio financiero básico radicaba en
la generación del dinero bancario concediendo prestamos a
los agentes económicos, los oferentes de dinero estaban
principalmente interesados en que los prestatarios tuviesen la
mayor solvencia posible, de ahí que se impusiese una
lógica
de estabilidad y fortaleza económica. Por el contrario, en
el régimen predominante del dinero financiero los
inversores institucionales están especialmente interesados
en que los títulos que pueden ser objeto de compra o venta
tengan el mayor atractivo posible desde el punto de vista de su
rendimiento. Eso es lo que lleva a que el tipo de lógica
que los inversiones financieros imponen a las empresas sea la que
obliga a generar el mayor beneficio inmediato. Por eso, la
generalización de la inversión financiera
institucional ha traído consigo un tipo de gestión
empresarial novedosa y diferenciada, orientada sobre todo a
facilitar la colocación de los títulos, bien
gracias a presentar rendimientos muy elevados a corto plazo, bien
inflando artificialmente las expectativas de la empresa en los
mercados. Este tipo de estrategias son
las que han hecho crecer desmesuradamente la cotización de
las empresas, aunque su actividad real apenas si se modificara y
eso ha sido lo que ha dado lugar a la llamada Nueva
Economía, al éxito
de las empresas puntocom y al incremento espectacular de los
registros de
beneficios empresariales en los últimos
años.
Detrás de ello, sin embargo, hay un
inflación permanente de las expectativas y un irreal
crecimiento del valor de las empresas que a la postre no ha
podido sino quebrarse recurrentemente, provocando la
sucesión permanente de episodios alcistas y crisis
bursátiles.
d) La americanización de la economía
global
La financierización de la actividad
económica ha venido de la mano, tal y como ya he
señalado, de la práctica desaparición de
todo tipo de fronteras para el capital y las operaciones
financieras. Pero detrás de la aparente completa globalización se produce un reforzamiento
muy importante y significativo de la lógica de imperio que
impone Estados Unidos en el conjunto de las finanzas
internacionales.
No hay forma más cruda y sincera de
señalar la evidencia del anterior juicio que las palabras
de Madeleine Albright: "Para que la mundialización
funcione, los Estados Unidos no deben tener miedo de actuar como
la superpotencia invencible que son… La mano invisible del
mercado no funcionará jamás sin un puño
invisible. McDonald´s no puede extenderse sin McDonnell
Douglas, el fabricante del F15. El puño invisible que
garantiza la seguridad mundial
de las tecnologías de Silicon Valley se llama
ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el
cuerpo de marines de los Estados Unidos"[6].
Efectivamente, no hay más remedio que reconocer
que la
globalización financiera es básicamente una
americanización que se manifiesta en múltiples
aspectos: sobre todo, en la utilización que ha realizado
Estados Unidos de su gran poder financiero, económico y
político para gobernar la política monetaria y toda
la política económica en su propio interés
pero haciendo descargar los costes de esas políticas en el
resto de los países[7]. Y, en particular, en la
generalización de las políticas nacionales
impuestas desde los organismos internacionales que Estados Unidos
controla directamente, incluso en la tendencia a homogeneizar el
derecho
mercantil del resto del mundo para acoplarlo a la
tradición norteamericana, o en la progresiva
imposición de reglas y procedimientos
provenientes de Estados Unidos relativos a las prácticas
judiciales, de auditoria, clasificación crediticia,
contabilidad,
etc. que terminan por suministrar el traje con el que se revisten
las relaciones financieras internacionales[8].
En general, ha ocurrido además que la gran
influencia de Estados Unidos no ha servido para incorporar
plenamente a los demás territorios en la geografía
de las relaciones financieras internacionales sino en condiciones
que se han denominado de "imperialismo
ostracista"[9], por cuanto que no han implicado una
auténtica implicación del conjunto de los espacios
económicos con la dirección impuesta por los intereses
norteamericanos, y eso hace que, bajo la apariencia de un mundo
globalizado exista una realidad de enorme fragmentación y
de vínculos económicos extraordinariamente
débiles pues la inmensa mayoría de los territorios
se limitan a poner simplemente a disposición del centro
del imperio sus recursos, sin poder sentarse nunca en la mesa del
superpoder norteamericano.
e) Incremento de la corrupción
y de la economía criminal
Una secuela inevitable de la tremenda e improductiva
expansión de los medios de pago ha sido la
canalización de inmensos flujos de dinero hacia
actividades ilegales y criminales que, paradójicamente,
han sido permitidas por los propios gobiernos, y en particular,
por el de Estados Unidos que siempre se opuso a lo que llama
"injerencia fiscal".
Al hablar de economía criminal se hace referencia
a un conjunto amplísimo de actividades de naturaleza y
efectos económicos pero que se desarrollan al margen de la
ley. Se puede
tratar de comercio
ilegal de armas o desechos
nucleares, prostitución, juego
clandestino, extorsiones de todo tipo, "protección",
comercio de mercancías prohibidas, secuestros,
falsificaciones, mercado negro de divisas… y principalmente
tráfico de estupefacientes que por sí solo
representa casi la mitad de esta economía criminal que en
nuestra época se ha desarrollado en términos
absolutos y relativos más que en ninguna otra.
Según las estimaciones que realizan organismos
internacionales como el Fondo Monetario Internacional o las
Naciones Unidas
todas estas actividades mueven anualmente alrededor de un
billón de dólares en todo el mundo, aunque el
patrimonio económico acumulado por la actividad criminal
es lógicamente mucho más elevado. Y si se considera
las inversiones ya legales, o "blanqueadas", que
subsiguientemente se hacen con los beneficios de la
economía criminal, esas mismas estimaciones señalan
que la cifra de negocio en 1997 podría haber sido de tres
billones de dólares.
Se trata, pues, de un negocio de gran envergadura
económica ya que representa alrededor del 8 por ciento del
comercio mundial, un 4 por ciento del Producto Bruto
mundial y es equivalente, por ejemplo, al que realiza toda la
industria
textil del planeta y mayor que el de la industria del
automóvil.
Por otro lado hay que destacar que la mitad de los
flujos financieros internacionales pasan por los llamados
paraísos fiscales, auténticos no-lugares de las
finanzas en donde la ausencia no sólo de imposición
sino de control, permite a los granes bancos e inversores
institucionales realizar operaciones al margen de lo que
está prohibido realizar en sus países de
origen.
f) Incremento de la desigualdad
económica
Una economía orientada cada vez más hacia
la especulación y la actividad improductiva y que se
encuentra fuertemente determinada por los intereses que impone un
territorio de poder especialmente influyente no puede tener sino
un inevitable corolario: el incremento continuado de la
desigualdad económica. Unos escasos datos permiten
corroborar esta aseveración[10].
Si se hace el PIB por habitante del mundo igual a cien
en 1980 la evolución de algunos países y zonas ha
evolucionado de la siguiente forma hasta 1999: Estados Unidos ha
pasado de 482 a 637, los países de renta baja de 13 a 8,
los de renta media de 83 a 40 y los de renta alta de 406 a 526,
África subsahariana de 29 a 10, Asia del Sur de
11 a 8, Asia del Este de 15 a 20.
Desde otro punto de vista, resulta que en 1980 el 82% de
la población mundial producía el 29% de la riqueza
mundial. En 1999, el 85% de la población mundial
producía el 21%, lo que significa que ha disminuido
claramente su capacidad de creación de riqueza.
En 1980, los 1.300 millones de habitantes de los
países más pobres eran 22 veces menos ricos que los
de Estados Unidos, mientras que en 2000 eran 86 veces menos
ricos. La renta global de los países en subdesarrollo
en 1980 era 14 veces menor que la de Estados Unidos y en 1999 26
veces.
Evidentemente, las causas de este incremento de la
desigualdad económica no son sólo monetarias y
financieras, pero sí puede aceptarse que la
financierización ha coadyuvado de manera decisiva a
provocarla, al menos por cuatro razones fundamentales.
En primer lugar, porque Estados Unidos ha logrado
externalizar los costes elevados de las crisis financieras que ha
provocado la especulación que realizan sus empresas e
inversores institucionales, lo que hace que sean los demás
países los que soportan finalmente sus consecuencias y
efectos negativos sobre el empleo, el
equilibrio
macroeconómico y sobre su capacidad subsiguiente para
generar actividad económica.
En segundo lugar, porque la política monetaria
restrictiva que se ha impuesto, de altos tipo de interés y
en general de alta retribución para los poseedores de
títulos financieros, lógicamente favorece a quienes
los poseen, que no suelen ser los grupos
sociales de menor renta, sino los sectores ya de por
sí más privilegiados y los países más
potentes, hacia donde se suele canalizar el ahorro cuando existe
libertad de movimientos de capital.
En tercer lugar, porque las políticas
deflacionistas que acompañan a la financierización
implican aumento del desempleo,
disminución de los gastos sociales,
debilitamiento del sector
público protector, menos inversiones públicas
y, en general, no sólo peores condiciones de vida sino
menos capacidad endógena para la generación de
riqueza, lo que perjudica en mucha mayor medida a los sectores o
territorios más necesitados y empobrecidos.
Finalmente, porque en un régimen de libertad de
movimientos de capital los recursos tienden a fluir no hacia
donde son más necesarios, sino hacia donde encuentran
mayor retribución o rentabilidad. Por regla general, eso
ha generado una nueva geografía
económica mucho más desigual y concentrada a
nivel mundial. Aunque es cierto que todos los países
intervienen ahora en mayor medida en las relaciones
económicas y financieras lo que ocurre es que no lo hacen
en igualdad de
condiciones, sino en virtud de una especialización que
impone una distribución muy desigual del valor y de los
resultados de la producción.
3.2. Nuevo poder, nueva regulación
monetaria
El segundo gran tipo de consecuencias que se han
derivado de la financierización y de la aparición
de un nuevo tipo de poder (en realidad es la expresión
más directa de esto último) es el que tiene que ver
con el tipo de regulación que se realiza sobre los flujos
financieros y con la naturaleza del gobierno que se ejerce sobre
la masa monetaria.
En tal sentido se pueden destacar cuatro grandes
consecuencias.
a) Privilegio de la política monetaria
Una esfera monetaria hipertrofiada implica así
mismo que la regulación global de la actividad
económica se escore necesariamente hacia lo monetario. A
diferencia de lo que había sido la gestión
macroeconómica tradicional en donde la política
monetaria, el control de la masa monetaria, se realizaba de
manera más o menos acompasada con el resto de las
políticas económicas, el nuevo régimen
monetario y financiero demanda una política monetaria
mucho más activa por varias razones. En primer lugar,
porque es mucho mayor el peso de los flujos monetarios en el
conjunto de las relaciones de las que dependen los equilibrios y
desequilibrios macroeconómicos. En segundo lugar, porque
con la política monetaria, que se instrumenta desde
instancias mucho menos transparentes que las fiscales o el resto
de las políticas económicas, se pueden llevar a
cabo mucho más fácilmente y con menos problemas de
legitimación los cambios en la pauta
distributiva que implica la financierización en un
contexto de mucho mayor peso de los intereses privados. En tercer
lugar, la política monetaria se puede reservar a los
bancos centrales con la justificación de su neutralidad y
de que su gobierno sólo requiere decisiones técnicas y
no políticas, y eso permite dejar fuera de toda
discusión lo referente a las condiciones en que se
desenvuelven las relaciones financieras en nuestras sociedades.
Finalmente, resulta que instrumentando la política
monetaria desde fuera, se puede constreñir no sólo
lo referente a lo monetario, sino a las demás dimensiones
de la política económica. Todas estas, y
especialmente las fiscales, tienen efectos monetarios, de manera
que si desde una autoridad
externa se imponen determinadas restricciones aparentemente
sólo monetarias se está condicionando a las
demás políticas: el banco central no
sólo influye sobre lo relativo a la moneda, sino sobre la
fiscalidad, el gasto
público, las políticas sociales,
etc.
b) Pérdida efectiva de la capacidad de
intervención económica de los gobiernos.
Lo que acabo de señalar implica una efectiva
pérdida de capacidad de gobierno de los
Estados.
Por un lado, en la medida en que los tipos de
interés y los tipos de cambio vienes impuestos (los
primeros por el efecto conjunto de las decisiones de los bancos
centrales y de los mercados financieros, y los segundos por
éstos últimos más que por la política
comercial de los gobiernos) los Estados nacionales se encuentran
prácticamente maniatados respecto a la manipulación
de variables
clave para la consecución del equilibrio
macroeconómico.
Por otro lado, en la medida en que existe libertad
absoluta para el movimiento de
capitales, los gobiernos carecen de autonomía alguna para
imponerse a la voluntad de mercados que se desenvuelven a
escala
internacional, salvo que se trate de Estados Unidos, que gracias
a su potencia
económica y al papel de reserva virtual que juega el
dólar puede influir con cierta discrecionalidad en la
dinámica de los mercados.
En realidad, pues, a los gobiernos nacionales no les
queda sino la posibilidad de comportarse como ejecutores
más o menos voluntariosos de la ortodoxia económica
y monetaria.
c) La paradójica limitación de los bancos
centrales.
El mayor protagonismo de los bancos centrales
independientes como ejecutores de la política monetaria se
produce en la paradójica situación de
pérdida de su propia capacidad de control de los flujos
financieros. Como he señalado anteriormente, la
financierización ha implicado que la masa monetaria
esté compuesta por una nueva variedad de títulos y
que ya no se reduzca principalmente al dinero bancario que los
bancos centrales podían controlar más eficazmente a
través de los instrumentos tradicionales de la
política monetaria (coeficientes bancarios o tipos de
redescuento). Incluso la puras operaciones de crédito ya
no son realizadas en tan exclusiva proporción como antes
por los bancos. Según S. Sassen "treinta años
atrás, los bancos realizaban el 75 por 100 de todo tipo de
operaciones de crédito a corto y medio plazo. En la
actualidad, este porcentaje ha bajado al 50 por 100. La
participación de los bancos comerciales en el total de
valores financieros ha caído desde más del 50 por
100 a poco más del 25 por 100 en los últimos
setenta años"[11].
Sobre las operaciones de compra y venta de
títulos o dinero de todo tipo que constituyen hoy
día el grueso de las operaciones financieras, los bancos
centrales tienen mucha menor capacidad de intervención.
Primero, porque son movimientos que no responden directamente a
los instrumentos tradicionales de la política monetaria de
los que disponen los bancos centrales y, segundo, porque las
reservas de los bancos son excesivamente limitadas en
relación con el volumen total de operaciones que se
realizan, los que dificulta en gran medida su capacidad de
control.
Además, una parte importante de las operaciones
financieras se realizan a través de circuitos
electrónicos, fuera del control de los bancos y esta
"virtualización" de las operaciones monetarias ha llevado
consigo una notable pérdida de control de los bancos
centrales.
La existencia consentida de paraísos fiscales y
de productos financieros opacos, concebidos precisamente para
eludir controles fiscales y monetarios igualmente limita la
capacidad de actuación como controladores finales de la
oferta monetaria por parte de los bancos centrales.
Y, por último, la práctica generaliza de
"derivar" los productos financieros, es decir, de cubrir unos con
otros precisamente para eludir los cambios que no interesen en
los tipos de interés significa que ni tan siquiera la
manipulación de esta última variable tiene hoy
día una eficacia completa sobre el conjunto de los flujos
financieros.
En definitiva, pues, no puede decirse que los bancos
centrales hayan pasado a ser auténticos portadores de
poder monetario. En realidad, se limitan a jugar un triple pero
mucho menos poderoso papel: el de celosos guardianes de la
retórica ortodoxa, el de contumaces disciplinadores de las
políticas económicas de los gobiernos y el de
comparsas más o menos atentos de los movimientos de
compensación que demandan los mercados financieros cada
vez más inestables, lo que no siempre consiguen a tenor de
las sucesivas y graves crisis que se han venido padeciendo en los
últimos años.
d) La privatización del poder
monetario
Si esto es así hay que concluir que el poder
monetario efectivo de nuestros días se encuentra en los
grandes inversores instituciones,
en las empresas multinacionales y, en general, en los poseedores
de los inmensos y muy concentrados volúmenes de recursos
financieros que se movilizan incesantemente en los
mercados.
Esta circunstancia, sin embargo, no puede entenderse
mecánicamente pues se mueve en el seno de dos inevitables
contradicciones. En primer lugar, que aunque la hipertrofia de la
circulación financiera sea tan extraordinaria, aunque los
flujos y las operaciones financieras hayan adquirido una
importancia y una influencia tan decisiva respecto a la
circulación real, ambas esferas no pueden quedar de
ninguna manera desconectadas. En mi opinión, habría
que entender el papel tan decisivo e influyente de la Reserva
Federal estadounidense no como una excepción a la
privatización del poder monetario a la que acabo de
aludir, sino como el elemento de conexión entre ambas
esferas.
La segunda contradicción se refiere a que, a
pesar de que predomina una creciente internacionalización
del flujo financiero, es absolutamente imposible lograr el
sueño de desnacionalizar completamente los movimientos
financieros, es decir, evitar cualquier posible influencia de los
Estados. Por un lado, porque, como dice acertadamente Sassen[12],
"la infraestructura que hace posible la hipermovilidad del
capital financiero a escala global se halla situada en diversos
territorios nacionales". Por otro, porque, de momento, los
derechos de
contrato y de
propiedad sin
los cuales es imposible el negocio financiero no tiene otro
asiento posible que el Estado nación.
Esta última es una paradoja sobre la que volveré
más tarde: la globalización financiera
requeriría instancias de definición de derechos
globales, pero esto sería prácticamente imposible
de lograr sin un debate acerca
de la naturaleza de los mismos.
3.3. Poder monetario y debilitamiento de la democracia.
La consolidación de un poder que tiende a evadir
el control de las instituciones para guarecerse en los mercados
tiene como inevitable corolario un debilitamiento efectivo de la
democracia que se manifiesta, al menos, en tres grandes
dimensiones.
a) Las nuevas formas de regulación monetaria y el
propio régimen de financierización compulsiva de la
actividad económica implican, como he señalado, una
pérdida progresiva de impulsos al crecimiento de la
actividad económica, menor capacidad de creación de
riqueza, pérdida de empleo y, en general, del mayor nivel
de bienestar que está asociado a la economía
productiva. Significa eso que el nuevo poder monetario lleva
consigo, como cualquier decisión sobre los modos de
asignación de los recursos, una solución
distributiva determinada, y en este caso diferente de la que se
obtendría si se primase la producción de bienes y
servicios o la creación de empleo en lugar de la
especulación financiera.
Teniendo en cuenta que ese poder se ejerce, como acabo
de analizar, cada vez más al margen de las instituciones
en donde están representados, siquiera sea formalmente,
todos los interese sociales, resulta que la consolidación
del nuevo poder monetario significa, entre otras cosas que
comentaré enseguida, que se impone una pauta distributiva
sin debate social, sin permitir que los grupos sociales que no
poseen los recursos financieros puedan tratar de mejorar su parte
en el reparto del producto social.
No sólo se debilita así la propia
democracia formal, de cuyo ámbito se desmarca una esfera
que, sin embargo, es de extraordinaria influencia para el
conjunto de los intereses sociales, sino que literalmente se
impide que la democracia sea un procedimiento que
permita a los grupos sociales mejorar su participación en
el reparto de manera pacífica.
b) Predominio de organismos e instituciones decisoras de
carácter no democrático.
Paralelamente a lo que acabo de indicar, no es casual
que la consolidación de este nuevo poder monetario se base
y se ejerza justamente, y en el mejor de los casos, desde
instituciones en donde no existe una representación
democrática de los intereses. Organismos como el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial o la
Organización Mundial del Comercio se constituyen y
actúan con ausencia total de garantías y controles
mínimamente democráticos y con el sólo
objetivo de
salvaguardar los intereses de las grandes potencias y, de forma
muy particular, los de Estados Unidos.
Alternativamente, la plena libertad de movimientos que
se ha garantizado en los mercados de capitales y la renuncia de
los gobiernos a controlar de cualquier forma que sea lo que
ocurre en esos mercados ha permitido aparecer y consolidarse a
gran número de mafias, de grupos vinculados a actividades
terroristas y de multitud de inversores criminales que terminan
por conformar lo que Susan Strange denominó el "poder
difuso" típico de nuestra época[13].
El poder monetario actúa como una especie de
imán en torno al cual
luchan por acoplarse de la mejor manera posible una multiplicidad
de actores e intereses. Los propios gobiernos y bancos centrales,
los inversores institucionales, los bancos y
compañías multinacionales, los delincuentes y
terroristas internacionales, organizaciones no
gubernamentales, incluso iglesias y desde luego las mafias
organizadas que tienen mucha más fuerza que muchos Estados
conforman, entre todos ellos, un auténtico gobierno en la
diáspora, una gran zona de no-gobierno
democrático, o una "zona de penumbra del derecho", como
dice Blackburn refiriéndose a los fondos de pensiones[14],
en donde compiten vorazmente para repartirse con extraordinaria
opacidad los frutos de su actividad especulativa ingente y
constante.
Si antes señalaba que la financierización
de la que brota este moderno poder monetario impide distinguir
las fronteras entre lo nacional y lo internacional, puede decirse
también que en los mercados financieros igualmente se
difuminan las distancias entre lo lícito y lo criminal,
entre lo público y lo privado o entre el negocio y la
estafa.
c) La ciudadanía hipotecada.
Para terminar es preciso referirse a que todo lo que
acabo de señalar tiene una decisiva secuela: ¿en
qué queda en nuestro mundo la ciudadanía si se la
enajena de su derecho a participar democráticamente en las
decisiones sobre el reparto de la riqueza?, ¿qué
contenido tiene cuando no le es dado definir el tipo de derechos
económicos y sociales que son consustanciales a la vida en
sociedad?,
¿qué implica la condición ciudadana si no
lleva consigo el derecho a entrar en las ágoras donde se
debaten los auténticos problemas políticos de
nuestro tiempo?
Cuando se han venido produciendo las consecuencias que
he descrito tan sumariamente en este epígrafe se ha
producido paralelamente un efecto de pérdida de soberanía y de quiebra de la
ciudadanía. La regulación monetaria dominante no es
sólo intrínsecamente indeseable en cuanto que lleva
consigo las consecuencias analizadas, sino también, y
sobre todo, porque ella misma implica e impone un perfil
determinado al resto de las políticas económicas y
sociales.
Cuando se han generalizado las políticas
deflacionistas no solamente se ha afectado a la tasa interanual
de crecimiento del Producto Interior Bruto. Se ha producido
además desempleo, degeneración del trabajo, menores
gastos sociales, etc., y con ellos ha venido una auténtica
redefinición de los derechos sociales e individuales que,
a su vez, ha precisado de una eficaz estrategia de
culturización, de asimilación de nuevos valores
sociales y de nuevas pautas de comportamiento
social e incluso individual.
Los grandes inversores tienen, pues, una capacidad
efectiva de decidir y de modificar las preferencias sociales, son
los nuevos "votantes" de nuestras sociedades, o al menos a los
que les corresponde votar sobre las grandes y más
decisivas cuestiones. El nuevo poder monetario ha permitido
alcanzar el sueño del capitalismo:
que los mercados sustituyan a los ciudadanos.
4. Gobernar el poder monetario,
gobernarlo democráticamente
Para concluir este trabajo es necesario apuntar algunas
líneas por las que debería discurrir un
planteamiento alternativo del papel de las finanzas
internacionales y de la regulación monetaria que
permitiera evitar las consecuencias negativas de la
situación actual a las que he venido haciendo
referencia.
Naturalmente, eso solamente tiene sentido si se parte de
aceptar que la humanidad no vive el fin de la historia sino que aún
son posibles cambios históricos orientados a garantizar
mucha mayor satisfacción humana gracias al reparto
más equitativo y racional de los recursos. Es decir, si se
piensa que las actividades económicas y la naturaleza
específica de las relaciones sociales que involucran no
están gobernadas por leyes naturales
inexorables y fuera del alcance de los seres humanos sino, por el
contrario, por decisiones que estos mismos toman con
autonomía. Y, en particular, que el orden social que
inspiran las políticas neoliberales es
intrínsecamente insostenible en la misma medida en que
siga creando la desigualdad, la insatisfacción, la
ineficiencia y el deterioro ambiental que hasta ahora ha
provocado.
El que fuera presidente argentino Carlos Menem dijo en
alguna ocasión: "pueden hacer mil marchas, mil huelgas,
nada cambiará"[15].
Es el lenguaje
autoritario de los gobernantes autoritarios de nuestra
época. Pero frente a esa concepción ilusa que
está llevando a que la globalización, en lugar de
permitir resolver los problemas principales del planeta se
convierta, en palabras de J. Gray, en un "experimento de ingeniería social utopista"[16], hay sitio
para una concepción diferente de los asuntos
sociales.
En el campo concreto de
las relaciones financieras debería partirse de la
aceptación de un triple principio que llevaría a
regular y a controlar los flujos financieros de una manera bien
distinta:
– Que la satisfacción de las necesidades humanas
aún insatisfechas debe ser el objetivo de las actividades
económicas y que, para garantizarlo, no se puede quedar
pendiente del albedrío de los mercados guiados
exclusivamente por la lógica del beneficio.
– Que debe desincentivarse y penalizarse por todos los
medios el uso improductivo de los recursos y, al mismo tiempo,
garantizar su uso en el ámbito de la creación de
riqueza.
– Que es inaceptable el desgobierno o la ausencia total
de mecanismos que garanticen la efectiva percepción
de las preferencias de todos los grupos sociales.
Las implicaciones mucho más concretas de estos
principios
éticos deben manifestarse, al menos, en tres grandes
ámbitos.
4.1. El derecho a negar
Las políticas neoliberales que han inspirado y
gobernado las transformaciones a las que vengo haciendo
referencia han tenido como singular efecto el de eliminar
cualquier posibilidad de acción
social alternativa. No sólo ha sido un auténtico
"pensamiento
único", sino también, y sobre todo, un poder
exclusivista y una práctica de gobierno autoritaria en la
misma medida en que ha limitado la capacidad de respuesta, la
posibilidad de oponerse a sus dictados.
Frente a eso es necesario garantizar el ejercicio de un
auténtico derecho a negar, un derecho a concebir un mundo
distinto, unas relaciones diferentes y una solución
distinta a los problemas sociales. Y aún más: es
necesario, como dice Deudney, convertir ese derecho en una
negarquía, en un poder para negar, limitar o
constreñir la autoridad arbitraria de nuestro
tiempo[17].
Este contrapoder ha surgido ya y se manifiesta, por
ejemplo, en los movimientos que reivindican una
globalización alternativa y que han conseguido en algunos
casos modificar la agenda de los grandes poderes del
planeta.
Como decía Susan Strange, para hacer frente al
debilitamiento de la base democrática de nuestro mundo, a
la aparición de poderes difusos y a la dispersión
de la autoridad es necesario multiplicar las fuentes
potenciales de poder negárquico que permitan poner en
cuestión un orden social que ha sido concebido y que es
defendido por quienes se benefician de él, justamente,
para que nadie pueda cuestionarlo.
4.2 Un orden internacional democrático
El salto producido de las esferas de los Estados
nacionales al nivel internacional o globalizado ha sido utilizado
por los intereses más poderosos del planeta para evadirse
de las constricciones que necesariamente implican los
regímenes democráticos, por débiles que
estos sean, en relación con el gobierno de las relaciones
comerciales, financieras, comunicativas, culturales
jurídicas o políticas. Pareciera que se da por
aceptado que a nivel global no son precisos los controles, la
transparencia, los contrapoderes, la censura, la legitimidad o
las prohibiciones que son comúnmente aceptados en los
países más avanzados. Esto es realmente
sorprendente si se tiene en cuenta que lo que ha alcanzado
dimensión global suele haber sido, justamente, aquello que
tiene un mayor valor estratégico en nuestras sociedades:
las finanzas, los códigos culturales y los medios de
transmisión, el poder militar…
Por lo tanto, debería entenderse que un mundo
globalizado requiere instancias de gobierno igualmente
globalizadas, pero que éstas no pueden descansar, como
ocurre específicamente en el campo financiero, en la
ausencia de control, en la privatización
prácticamente total de los centros de decisión o en
el reparto tan asimétrico de la influencia de la que
disfrutan los diferentes países a la hora de plantear y
resolver los problemas mundiales.
En el ámbito de los flujos financieros
sería preciso actuar en tres grandes
líneas.
En primer lugar, erradicando la lógica de imperio
que hoy domina el no-orden financiero y que permite a Estados
Unidos dirigir con decisiva resolución la
regulación financiera mundial, las políticas
monetarias y, en general, las condiciones en que se desenvuelve
el poder monetario que he analizado.
En segundo lugar, democratizando las instituciones y
organismos internacionales existentes o creando otros basados en
la participación igualitaria de los diferentes
países del mundo a fin de garantizar que se puedan revelar
con nitidez las auténticas preferencias de la sociedad y
de las naciones.
En tercer lugar, generando un auténtico derecho
internacional basado en mandatos imperativos para todas las
naciones y que fundamentalmente persiga redefinir la función de
los Estados, que garantice la disposición de
información rigurosa sobre los movimientos financieros,
que resuelva las llamadas zonas de penumbra del derecho hoy
día existentes en ámbitos tan importantes como la
actuación de los fondos de pensiones y que prohíba
los paraísos fiscales al mismo tiempo que proporcione
medios efectivos para combatir la delincuencia
financiera internacional.
Finalmente, y en el campo específico de las
cuestiones y las políticas económicas habría
que intervenir a nivel internacional en cinco aspectos
principales:
– Permitir y garantizar que los gobiernos recobren la
capacidad de gobernar las relaciones económicas limitando
el poder difuso y recuperando una lógica territorial mucho
más racional que no tiene por qué ser incompatible,
sino todo lo contrario, con la globalización encaminada a
optimizar el uso de los recursos económicos a nivel
planetario.
– Redefinir la fiscalidad tanto en el ámbito
nacional como internacional básicamente en tres
líneas. Primera, generando nuevas variedades de
imposición, teniendo en cuenta que hoy día los
sistemas impositivos siguen basándose en la idea de que
los flujos financieros sirven para transformar en
inversión el ahorro nacional. Segunda, en la
generación de nuevos recursos fiscales, bien ampliando la
utilización de impuestos que aún están muy
lejos de haber alcanzado su máxima capacidad de
recaudación, bien generando nuevas fuentes de ingreso
gravando actividades que hoy día están
prácticamente ajenas a cualquier tipo de
imposición. Tercera, aplicando tasas impositivas del tipo
de la propuesta por Tobin sobre los movimientos especulativos de
manera que se generen los suficientes desincentivos que permitan
transferir los recursos improductivos a la creación de
riqueza.
– Controlar los fondos financieros, y en particular los
fondos de pensiones, y establecer regímenes legales e
institucionales que impidan el uso ilegal de los mismos e
incentiven su utilización vinculada a los principios que
expuse más arriba.
– Generar a partir de lo que acabo de señalar
fondos de solidaridad
internacionales destinados a compensar a los países
empobrecidos, a garantizar la protección del medio ambiente
y a llevar a cabo un programa de
redistribución de la renta a escala planetaria que permita
que todos los países del mundo tengan, como mínimo,
los niveles de gasto y protección social de los que hoy
disfrutan los países más avanzados en este
campo.
– Redefinir a escala internacional los derechos sociales
que deben ser en todo caso reconocidos y vincular el ejercicio
efectivo de la ciudadanía, como no puede ser de otro modo,
al disfrute efectivo de los mismos.
En cualquier caso, estas ideas no pueden concluirse sino
de la misma forma que terminaba otro trabajo en el que
proponía alternativas económicas más
generales a las políticas neoliberales: "las alternativas
al neoliberalismo
que puedan ser eficaces y reales en el campo de las relaciones
económicas precisan de un concepto del
poder muy diferente al que germina en las sociedades muy
escindidas como en las que vivimos. Las experiencias
históricas nos vienen demostrando de manera palpable que
no es suficiente la simple inversión en la
detentación del poder, sino que es necesario que las
nuevas alternativas se generen como resultado de
auténticas experiencias de contrapoder de las que derive
no sólo el nuevo impulso ético en que deben
apoyarse las alternativas de bienestar humano que nos proponemos
conquistar, sino también la rebeldía, la fuerza y
la organización que pueden hacer que las
propuestas y las experiencias realizadas sean
irreversibles"[18].
——————————————————————————–
[1] Una amplia versión de estos procesos y de
sus implicaciones en Estefanía, J. "Aquí no puede
ocurrir. El nuevo espíritu del capitalismo". Taurus.
Madrid
2000.
[2] P. Gowan. "La apuesta por la
globalización. La geoeconomía y la geopolítica del imperialismo
euro-estadounidense". Akal. Madrid 200, p. 161.
[3] Sobre el caso de la privatización
progresiva de las pensiones públicas, vid. J. Torres
López "Pensiones públicas: ¿y mañana
qué?". Ariel. Barcelona 1996.
[4] Sobre la naturaleza y crítica
de estas políticas deflacionistas vid. el cap. 16 de
Torres López, J. "Economía
Política". Ed. Pirámide. Madrid
2002.
[5] Gowan, P. ob.cit, p. 164.
[6] En New York Times Magazine, 28 de marzo de
1999.
[7] Sobre este particular Brenner, R. "La
expansión económica y la burbuja bursátil"
New Left Review, nº 6 (2000) y Gowan, P.,
ob.cit.
[8] Sobre este asunto: Dezalay, Y. "Marchands de
droit". Fayard. Paris 1992; Sassen, S. "¿Perdiendo el
control? la soberanía en la era de la
globalización". Ed. Bellaterra. Barcelona 2001; Sinclair,
T. "Passing judgement: credit rating processes and regulatory
mechanisms of governance in the emerging world order". Review of
International Political Economy, nº1 (1994).
[9] Vid. Mann, M. "Las fuentes del poder social".
Alianza Editorial. Madrid 1997.
[10] Un análisis general y actualizado de estas
desigualdades en Alternatives Economiques, nº 51 y nº
52, ambos de 2002
[11] S. Sassen, ob. cit., p. 64.
[12] Ibidem., p. 45.
[13] Strange, S. "La retirada del Estado". Icaria.
Barcelona 2002.
[14] Blackburn, R. "El nuevo colectivismo: reforma de
las pensiones, capitalismo gris y socialismo
complejo". New Left Review, nº 2, 2000.
[15] La Prensa, 11 de
julio de 1997.
[16] Gray, J. "Falso amanecer". Paidós.
Barcelona 2000.
[17] Vid. Strange, S., Ob.cit., p.
279.
[18] Torres López, J. "Desigualdad y
crisis…", ob. cit., p. 217.
Juan Torres López.
Catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de
Málaga
Juantorres[arroba]uma.es