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El Poder monetario: alternativas para su gobierno democratico




Enviado por juantorres@uma.es



    1. Introducción

    En nuestras sociedades
    modernas confluyen muchas expresiones de concentración del
    poder y de la riqueza de las que se derivan graves hipotecas para
    la mayoría de la población. En el caso particular de las
    relaciones económicas esos fenómenos de
    concentración son mucho más palpables, más
    evidentes y así mismo especialmente trascendentes, pues
    llevan consigo mermas sustanciales de bienestar y un
    desenvolvimiento tan ineficaz como injusto de las relaciones
    económicas.

    Las desigualdades crecientes; el funcionamiento de los
    mercados cada vez
    más imperfecto y menos respetuoso con las reglas de la
    competencia; la
    asimetría con que funciona el comercio
    internacional, regulado por normas dictadas
    para salvaguardar los intereses de los países más
    ricos y que éstos mismos se saltan cuando mejor les
    conviene; la desprotección de los consumidores frente a
    los productores; o la destrucción del entorno natural son
    algunos ejemplos de los efectos que produce la
    concentración de riqueza y poder en el mundo
    económico.

    Pero, siendo cualquiera de ellos suficientemente
    expresivo de los males que acarrea esa concentración, me
    parece que ninguno tiene una importancia tan grande y una
    naturaleza tan
    significativa como la que tiene el fenómeno de
    concentración de los recursos
    monetarios que se produce de la mano de una hipertrofia
    espectacular de la circulación financiera que es
    característica de las economías de nuestra
    época.

    Como consecuencia de una serie de factores que
    comentaré más adelante se ha producido
    efectivamente un incremento extraordinario de los medios de
    pago, es decir, del dinero, lo que
    ha hecho que la circulación financiera o monetaria haya
    alcanzado un volumen
    completamente desproporcionado respecto de la circulación
    real de bienes y
    servicios.

    Trataré de sintetizar en este trabajo las
    causas que han originado estos procesos
    así como sus principales consecuencias para terminar
    proponiendo alguna de las vías de actuación que
    podrían permitir erradicar sus efectos más
    negativos sobre la actividad económica y el bienestar
    social.

    2. Los orígenes del nuevo
    poder monetario

    El origen del nuevo poder monetario es doble. Por un
    lado, una serie de transformaciones económicas que
    implicaron el desproporcionado incremento de la masa monetaria,
    la aparición de nuevas y muy rentables formas de
    títulos financieros que la acompañó y, como
    consecuencia de ambas circunstancias, la aparición de un
    lugar privilegiado del beneficio, un universo
    económico de altísima rentabilidad
    que podía compensar sobradamente el riesgo así
    mismo elevado que llevaba consigo operar en los nuevos mercados
    financieros.

    Sin embargo, ni tan siquiera el extraordinario
    crecimiento cuantitativo de los flujos financieros hubiera
    justificado por sí mismo que pudiéramos hablar de
    un auténtico nuevo tipo de poder. Fue necesario, por otro
    lado, que los Estados renunciaran a la regulación
    monetaria (salvo a la que, justamente, es necesario llevar a cabo
    para dar la máxima libertad de
    movimientos de los capitales y recursos financieros), y que la
    propia des-institucionalización del dinero derivase en
    unas condiciones de apropiación y circulación
    capaces por sí mismas de imponer un orden propio, o como
    algunos lo han llamado, un desorden, un auténtico no-orden
    que suele ser consustancial a los poderes difusos y no
    democráticos como el monetario.

    2.1. Cambios cuantitativos

    Aunque el proceso de
    compulsiva expansión monetaria comenzó ya a lo
    largo de los años sesenta, es en la década de los
    años ochenta cuando el proceso se hace mucho más
    visible y potente. Desde 1980, por ejemplo, el valor de la
    actividad financiera ha crecido 2,5 veces más
    rápido que el PIB agregado
    de los países industriales más ricos, y las
    transacciones de divisas, bonos y acciones lo
    han hecho 5 veces más[1].

    El mercado de
    divisas muestra,
    quizá más claramente que ningún otro mercado
    financiero, el vertiginoso crecimiento de las operaciones y su
    progresiva desvinculación de las operaciones de
    intercambio real.

    En el año 1960 se calcula que se registraban
    diariamente operaciones por valor de 15.000 millones de
    dólares, en 1980 por valor de 60.000 y en 1995 por 1,5
    billones, una cantidad que contrasta con los alrededor de 650.000
    millones de dólares que en este último año
    que representaban las reservas en divisas de los países
    industriales, y que muestra así mismo el grado de
    desestatalización de las operaciones, así como su
    desvinculación de las operaciones de intercambio de bienes
    o servicios. Si en lugar de divisas nos refiriésemos al
    conjunto de activos
    financieros, el volumen del que está en manos privadas es
    más de cinco veces mayor que el que poseen los
    gobiernos

    Debe tenerse en cuenta, además, que este
    crecimiento del flujo de operaciones
    financieras que en realidad ha consistido en negociar cada
    vez más nuevas formas de títulos financieros, o
    comenzar a negociar títulos que antes eran no negociables,
    no ha llegado a su final. Hoy día se calcula que
    sólo en la Unión
    Europea hay unos 13 billones de dólares en
    instrumentos financieros actualmente no negociables pero que, si
    continua la tónica actual, sin duda llegarán a
    serlo en un futuro más o menos inmediato.

    La financierización de las relaciones
    económicas incluso se manifiesta en la composición
    del patrimonio
    familiar. En Francia el
    patrimonio financiero medio de las familias (títulos,
    acciones, bonos, etc.) ya fue superior en 1998 al patrimonio
    material (vivienda, joyas,…).

    Como he señalado, el crecimiento de los flujos
    financieros no ha sido solamente de carácter cuantitativo, sino que lo
    auténticamente distintivo ha sido que se ha modificado la
    naturaleza de los propios flujos y de las operaciones que se
    llevan a cabo, y la aparición de nuevas formas de dinero
    que al aparecer han traído consigo el nuevo régimen
    de creación y posesión de los recursos financieros,
    de decisión sobre el universo
    financiero y de impacto de la moneda sobre el conjunto de la
    economía.

    La participación de los principales tipos de
    títulos en el total de las operaciones financieras ha sido
    la siguiente:

    1991 2000

    Préstamos bancarios 1,9 0,9

    Obligaciones 41,4 38,2

    Acciones 28,9 60,4

    Como puede comprobarse se trata no sólo del
    crecimiento espectacular del conjunto de las operaciones
    financieras sino que se ha modificado el tipo de operaciones,
    fundamentalmente por el incremento que se ha producido la compra
    y venta de
    acciones. En Estados Unidos el
    valor total de estas operaciones representaba el 20% del PIB en
    1990, y pasó a ser el 40% en el año
    2000.

    Da idea también del ritmo de crecimiento de estas
    operaciones el que los ingresos al
    Departamento del Tesoro USA por impuestos sobre
    ganancias de capital
    hubieran subido de 44.000 millones de dólares en 1995 a
    100.000 millones en sólo tres años[2].

    Las causas generales que han dado lugar al incremento de
    la magnitud de los flujos financieros son variadas pero pueden
    resumirse en las siguientes:

    a) El endeudamiento generalizado que hizo necesario
    multiplicar la oferta de
    dinero.

    b) A partir de los años setenta, el incremento de
    la circulación ociosa de dólares en los mercados
    internacionales como consecuencia de la millonaria
    inyección de petrodólares y del exceso de oferta de
    dólares que provocó el fortalecimiento de las
    economías de los demás países occidentales
    (cuyas monedas sustituyeron al dólar en un parte
    importante de los pagos internacionales).

    c) La enorme concentración de capitales que se
    fue produciendo en manos de las grandes compañías
    multinacionales, en los bancos y
    compañías de seguros y
    más adelante en los fondos de pensiones.

    d) La generalización de las nuevas
    tecnologías de la información que permiten realizar las
    operaciones financieras en cualquier lugar del mundo con
    vertiginosa inmediatez, con instantaneidad y reciprocidad, lo que
    hace posible multiplicar el número de operaciones y,
    además, operar incesantemente, pues desaparecen las
    distancias y los límites
    espaciales a la inversión financiera.

    e) La tendencia a la búsqueda de la mayor
    liquidez posible que llevó a negociar cualquier
    título capaz de ser cotizado en un mercado por estrecho
    que fuese. Como se ha dicho, "cualquier cosa resultaba atractiva
    para convertirse en dinero".

    2.2. Cambios en la naturaleza de la actividad
    financiera

    Entre las modificaciones de carácter cualitativo
    que se han producido acompañando al incremento
    cuantitativo de los flujos financieros se deben destacar las
    siguientes.

    a) La inmediatez a la que ya he hecho referencia como
    consecuencia de la aplicación de las nuevas
    tecnologías.

    b) La disminución del protagonismo de los bancos
    en su papel de oferentes de crédito, precisamente como consecuencia de
    que se han generalizado otras formas de dinero que no provienen
    de la actividad bancaria tradicional. No se trata de un cambio
    superficial ni mucho menos. Cuando los bancos y el crédito
    que ofertan, el dinero
    bancario, constituye el componente principal de los flujos y de
    las operaciones financieras, el estado
    natural de los mercados financieros es de otro tipo.
    Efectivamente, en el desarrollo de
    lo que era su actividad tradicional, los bancos suelen mantener
    sus títulos hasta que llegue el momento de su vencimiento,
    lo que implica que están interesados, o quizá mejor
    decir, que al negocio bancario le interesa entonces que se
    mantenga la máxima estabilidad a medio y largo plazo,
    porque esa es la forma de que realicen finalmente sus
    títulos sin problemas.

    c) Paralelamente, se produce un creciente protagonismo
    de los llamados "inversores institucionales" (fondos de
    inversión, compañías de seguros,…), es
    decir, empresas que se
    constituyen para recoger fondos ajenos y a partir de los cuales
    operar en los mercados financieros. Estos inversores no prestan
    como los bancos para que quien reciba el dinero realice la
    inversión, sino que reciben prestado y ellas son las que
    constituyen grandes fondos que utilizan para aumentar el
    rendimiento de los capitales que han recibido. Y a diferencia de
    lo que por lo general ocurría antes(o ahora) con quien
    recibe un préstamo, los inversores institucionales no
    reciben el dinero para hacer inversiones
    reales, sino para comprar otro dinero obteniendo rendimiento en
    la operación: no operan cambiando el papel por
    mercancías, sino papel por papel. Mientras que en el
    régimen financiero en el que predominaba el negocio
    bancario tradicional la estabilidad era el estado
    más favorable para obtener rentabilidad del dinero
    bancario, la forma de actuar de estos inversores institucionales
    implica una búsqueda incesante y lo más inmediata
    posible de rentabilidad y liquidez y eso provoca una gran
    inestabilidad.

    Lo que constituye una extraordinaria paradoja que hay
    que entender para saber lo que ocurre en este nuevo universo
    financiero es que la inestabilidad no es sólo el efecto de
    la actuación de estos inversores, sino también la
    condición que permite obtener beneficios inmediatos,
    elevados y proporcionados al inmenso caudal de recursos ajenos
    que movilizan. De la continua inestabilidad, de las alzas y
    subidas que permanentemente se puedan producir es de donde puede
    obtenerse rendimiento: el riesgo y la inestabilidad se
    convierten, por lo tanto, en la nota consustancial de los nuevo
    mercados financieros porque es la consecuencia de la
    especulación generalizada en que consiste el nuevo tipo de
    actividad financiera pero, además, su imprescindible caldo
    de cultivo.

    El crecimiento espectacular del papel de estos
    inversores institucionales lo muestra el hecho de que el total de
    sus operaciones representaba en 1980 el 59% del PÎB de
    Estados Unidos y en 1993 ya había pasado a ser el 126% y
    en 2000 el 207%.

    d) Como acabo de señalar, los inversores
    institucionales basan su negocio en vender cuanto antes y con la
    ganancia más elevada posible los títulos que han
    adquirido en los mercados. Eso quiere decir que les interesa
    operar con títulos que sean muy líquidos, es decir
    que puedan venderse fácilmente. Se trata también de
    un fenómeno paradójico. Por un lado, y para ampliar
    el negocio, requieren más títulos, pero los nuevos
    títulos a los que podrían acceder son menos
    líquidos. El problema consiste en hacer líquidos
    títulos que no lo eran y eso se consigue a través
    de lo que se conoce como "securitización", que no es sino
    la generación de productos
    financieros "derivados" unos de otros, haciendo así
    negociable lo que antes no lo era, cubriendo con nuevo papel el
    papel de antes al que ahora se le puede dar salida porque se
    dispone del nuevo. Se trata, sin duda, de un proceso demasiado
    complejo por evidente que cuesta bastante entender a las personas
    normales pero que puede explicarse si se visualizan las compras que las
    empresas hacen de las acciones de sus propia empresa, o de su
    grupo de
    empresas para luego venderlas y volver a comprarlas y así
    ir aumentando los rendimientos sin que haya habido cambio alguno
    en la estructura
    real, en el patrimonio efectivo ni, por supuesto, en la producción real que realiza, si es que se
    trata de títulos que tengan que ver con empresas que
    fabriquen algo, puesto que al tratarse de operaciones de papel
    sobre papel no tienen por qué tener nada real en la base,
    quizá tan sólo la expectativa de que alguien pueda
    estar interesado en adquirirlas en otro momento.

    Entre los inversores institucionales que llevan al
    extremo este tipo de operaciones se encuentran los llamados hedge
    funds o fondos inmunizados, que gracias a la liquidez que les
    proporcionan los préstamos que reciben tratan de lograr
    más liquidez (en operaciones que se denominan de
    "apalancamiento") generando para ello nuevos productos, nuevas
    inversiones prácticamente a la medida de cada cliente.

    Estos fondos han llegado a utilizar hasta 250 veces su
    propio capital, pero implican un paroxismo especulativo tan
    elevado y asumen un riesgo tan alto que no están exentos
    del peligro cierto de quebrar como ocurriera en 1998 con
    Long-Term Capital Management (LTCM). A pesar de que entre sus
    responsables se encontraban dos Premio Nobel y un ex presidente
    de la Reserva Federal que siempre habían defendido la
    libertad de mercado, los beneficios de la competencia y la
    perversidad de la intervención estatal, fue la Reserva
    Federal quien rescató a LTCM.

    – Un inevitable corolario de lo que vengo
    señalando es que al incesante crecimiento de los flujos
    financieros haya seguido la práctica desaparición
    de fronteras entre los mercados de capitales. Puesto que los
    inversores no pueden desaprovechar la más mínima
    opción de ganancia es inevitable actuar en todos los
    mercados y en todo momento, algo que, como he dicho, es ya
    posible gracias a las redes telemáticas.
    Así, se ha tejido una red inextricable de
    operaciones que constituyen la suma de actuaciones en muchos
    submercados fragmentados

    – Finalmente, hay que tener en cuenta que estos procesos
    se han desenvuelto en un contexto general muy específico:
    el de una extraordinaria influencia del dólar (y por ende
    de toda la política
    monetaria estadounidense) sobre el conjunto de los mercados
    internacionales. Gracias a que el dólar ha actuado y
    prácticamente actúa como moneda de reserva mundial,
    gracias al enorme poderío económico de Estados
    Unidos y gracias también a su influencia política en todo el
    planeta, han podido realizar en los últimos decenios una
    política monetaria, y en general una política
    económica, orientada a atraer capitales a Estados
    Unidos y que ha provocado una gran inestabilidad en los mercados
    financieros. Gracias a ello Estados Unidos ha mantenido una gran
    influencia monetaria y sus capitales financieros han obtenido
    grandes ganancias pero, al mismo tiempo, ha
    transmitido inestabilidad no sólo a los mercados
    financieros, lo que podía ser positivo desde el punto de
    vista de la rentabilidad financiera que allí se obtiene,
    sino a los mercados reales y al conjunto de las economías,
    lo que le resulta problemático porque sus empresas que
    operan en la economía real dependen de la salud financiera de los
    demás. En estas contradictorias relaciones entre el tipo
    de condiciones que necesita la rentabilización de los
    capitales financieros y las que precisan los capitales reales
    radican algunos de los problemas más graves que ocasiona
    la financierización de nuestras
    economías.

    2.3. De la financierización al poder
    monetario

    Como he dicho, el proceso de financierización que
    ha caracterizado a la economía
    mundial en los últimos treinta años no
    sólo es el resultado de cambios en la estructura
    productiva o en la naturaleza de las relaciones y actividades
    financieras. Su aspecto más relevante es que ha implicado
    un nuevo tipo de poder, una forma diferente de gobernar las
    relaciones económicas, nuevos sujetos decisores, nuevos
    valores
    vinculados a él y consecuencias no sólo
    económico financieras sino puramente políticas
    en tanto que cualquiera de las dimensiones del poder, como es la
    monetaria, condiciona la manera en que se plantean y resuelven
    todos y cada uno de los problemas
    sociales, que es lo que de forma más elemental se
    entiende por política.

    Lo que ha permitido que todo eso surja y, en definitiva,
    la fuente última del nuevo poder monetario, ha sido la
    nueva regulación del orden financiero orientada
    básicamente a lograr dos grandes objetivos. En
    primer lugar, que los Estados abdicaran de su capacidad de
    regular el universo monetario, es decir, la desaparición
    del poder del dinero como una extensión del poder estatal,
    siempre sometido a interferencias, a negociación y a cierta exigencia de
    transparencia y, por lo tanto, siempre incómodo para un
    mundo financiero que necesitaba de plena libertad para conseguir
    rendimientos sin límites. En segundo lugar, establecer el
    régimen que concediera la más plena
    autonomía y libertad de movimientos al capital financiero
    para aprovechar así todas las inmensas oportunidades de
    beneficio que se genera en una economía
    financierizada.

    Los cambios legales necesarios se han llevado a cabo con
    extraordinaria disciplina y
    diligencia por todos los países del planeta,
    prácticamente sin excepción, comandados por
    organismos como el Fondo Monetario
    Internacional o el Banco Mundial,
    fieles guardianes de la ortodoxia monetarista y sumos
    intérpretes del elemental catecismo liberal que ha servido
    de cobertura ideológica para que no fuese demasiado
    evidente e injustificado el virtual traspaso de poderes que se ha
    producido.

    La actuación reguladora que se ha llevado a cabo
    se ha referido a cinco ámbitos principales.

    a) La mencionada plena libertad de movimientos de
    capital que ha permitido expatriar los capitales, conformar una
    nueva geografía mundial del dinero y lograr el
    sueño de hacer del planeta un único
    mercado.

    b) La privatización de la práctica
    totalidad de los sistemas
    financieros para poner en manos del capital privado los recursos
    que habían sido públicos, en la mayoría de
    las ocasiones, reforzando de manera incluso grosera a los
    grupos
    económicos ya más poderosos o incluso generando
    otros nuevos al calor de las
    mafias paraestateles.

    c) La liberalización del acceso al ahorro privado
    y público, especialmente en el caso de las pensiones, que
    ha permitido que los grupos financieros privados se hayan hecho
    con un auténtico botín proveniente del ahorro
    familiar que constituye el saco sin fondo del que salen las
    operaciones especulativas que proporcionan ganancias millonarias
    a los propietarios o gestores de los fondos y no a sus
    auténticos generadores[3].

    d) El establecimiento de regímenes de
    autonomía de los bancos centrales que, aunque en el nuevo
    régimen monetario pierden gran parte de su eficacia
    regulatoria como analizaré más adelante, se han
    podido constituir en instancias de decisión completamente
    ajenas al control
    democrático.

    e) Finalmente, se ha establecido como un estricto
    criterio de política económica la necesidad de
    combatir la inflación, lo que ha permitido mantener una
    constante tensión al alza de los tipos de interés y,
    en general, políticas claramente favorecedoras de los
    poseedores de recursos financieros.

    Como en otros ámbitos de la política
    social, para poder consolidar el nuevo orden, en este caso
    monetario, se ha hecho una auténtico ejercicio de
    intervencionismo estatal, mostrándose así que no es
    cierto que se haya renunciado a lal regulación
    pública, sino que se ha logrado que ésta se haga de
    acuerdo con otros intereses, con otros objetivos y con resultados
    distributivos también diferentes. No es cierto, pues, que
    el nuevo escenario monetario sea el resultado de más
    libertad, sino de una exigencia de intervención
    gubernamental orientada a generar una arquitectura
    social diferente; no se ha producido en realidad una
    des-regulación de las finanzas sino
    que se ha establecido un nuevo orden con una potentísima
    regulación, si bien ésta es de otra naturaleza y
    con una ética
    distinta.

    Analizaré a continuación cuáles son
    sus efectos, manifestaciones y consecuencias más
    importantes.

    3. Las consecuencias de la
    financierización

    Las modificaciones en el orden monetario internacional a
    las que me acabo de referir han provocado efectos muy importantes
    sobre el desarrollo general de la actividad económica,
    sobre la regulación monetaria y el papel de la
    política monetaria y sobre las condiciones generales en
    que puede llevarse a cabo el gobierno democrático de las
    sociedades modernas. A todos ellos me refiero a
    continuación de manera sintética.

    3.1. La financierización de la actividad
    económica

    La hipertrofia de los flujos financieros y la
    generación de un auténtico espacio privilegiado del
    beneficio en la circulación monetaria ha modificado en una
    gran medida el propio desenvolvimiento de la economía en
    general y las condiciones de entorno en las que se llevan a cabo
    los procesos de asignación y distribución de recursos, y de esos cambios
    se han derivado necesariamente efectos sobre la pauta de
    distribución, es decir, sobre el grado en que cada grupo
    social se apropia de los frutos del crecimiento y la
    acumulación.

    Distinguiré seis principales ámbitos en
    los que estos procesos se han manifestado.

    a) Deterioro de la economía real. Las
    consecuencias de la generalización de la
    especulación financiera y del hecho de que con ella se
    puedan obtener rendimientos mucho más elevados que los que
    proporciona la creación de riqueza material son obvias: un
    drenaje permanente de recursos hacia los circuitos
    financieros y una subsiguiente pérdida de fuerza de la
    inversión real. El cálculo
    económico más elemental lleva a los inversores a
    optar por la inversión financiera cuando ésta es
    más rentable y eso es lo que ha provocado que los periodos
    en los que ha ido aumentando vertiginosamente la
    especulación financiera hayan coincidido con la
    época en la que el crecimiento
    económico se ha resentido más.

    A eso hay que añadir que la progresiva
    concentración de recursos e intereses en los flujos
    financieros ha impuesto a los
    gobiernos la aplicación de políticas
    deflacionistas, es decir, orientadas a combatir la
    inflación, generalizadas. La razón de que se hayan
    impuesto estas políticas es triple. Por un lado, tratan de
    evitar que se erosione el valor del patrimonio financiero
    acumulado por los poseedores de títulos de todo tipo. Por
    otro, deben instrumentarse con tipos de interés elevados
    (porque se dice que la subida de precios es
    consecuencia de un exceso de circulación monetaria y por
    eso se encarece el recurso al crédito), lo que significa
    una retribución mayor del dinero y del conjunto de activos
    financieros que beneficia a sus poseedores. Por último,
    imponen continuas reducciones de costes salariales (porque los
    consideran causantes de las alzas de precios) para generar
    más beneficio y por lo tanto mayores recursos para
    rentabilizar en operaciones financieras[4].

    La otra cara de estas políticas es el declive
    económico que llevan consigo. Tipos de interés
    elevados deprimen la inversión y encarecen el
    crédito destinado a financiar la actividad productiva, la
    reducción salarial debilita la demanda global
    y ello lleva consigo más paro, empleos
    más precarios y, en general, una tónica de
    débil crecimiento y expansión
    económica.

    Además, la financierización implica altas
    tasas de rentabilidad porque está asociada a un alto
    riesgo, y ese nivel tan alto de inseguridad y
    riesgo no se queda en el flujo financiero sino que se transmite
    al conjunto de la economía, contribuyendo así a que
    los ciclos económicos se hagan más recurrentes y
    agudos y a que en todo el sistema haya una
    permanente inestabilidad.

    b) Modificación en el sistema
    financiero y de pagos

    Las funciones
    tradicionales de los sistemas financieros eran la de movilizar el
    ahorro para transformarlo en inversión productiva, la de
    facilitar el intercambio mundial de mercancías y la de
    proteger a los sujetos económicos frente al riesgo. Sin
    embargo, la financierización altera radicalmente este
    papel.

    Los bancos se dedican, en lugar de a facilitar el
    transito de los recursos desde el ahorro a la inversión, a
    gestionar y colocar títulos en los mercados financieros.
    Incluso los bancos centrales realizan operaciones especulativas,
    muchas veces, muy cercanas a lo delictivo. Como indica Gowan[5]
    según un informe realizado
    en 1996 de la Unión de Bancos Suizos, "no menos de ocho
    bancos públicos eran "inversores estratégicos" en
    el LTCM".

    Los cambios que se han producido en el tipo de actividad
    financiera que es predominante en el régimen
    financierizado actual (que como he dicho implica pasar del
    protagonismo del dinero bancario a la generalización de
    las operaciones de compra y venta de todo tipo de títulos
    financieros) modifican también el papel que juegan los
    tipos de interés en la economía. Antes, la
    política de tipos de interés podía ser
    utilizada con bastante eficacia en el gobierno de la masa
    monetaria, porque la oferta y la demanda de dinero bancario
    respondía suficientemente bien a sus modificaciones. Hoy
    día, las operaciones que se realizan en los mercados
    financieros, mucho más atomizados y fragmentados, pueden
    eludir mucho más fácilmente la disciplina monetaria
    impuesta a través de los tipos de interés,
    precisamente, porque se trata de operaciones concebidas
    expresamente para jugar con las variaciones en los precios de los
    títulos y con las oscilaciones en los tipos de
    interés. Es decir, los tipos de interés ya no son
    la batuta que dirige los movimientos de la masa monetaria, sino
    el indicador que expresa hacia donde tiene que moverse la
    inversión para lograr rentabilidad cualquiera que sea su
    evolución, al alza o a la baja, porque en
    ambos sentidos puede ser rentable una
    operación.

    Por último, la generalizada utilización de
    los mercados de divisas para especular en lugar de para facilitar
    el intercambio comercial implica que los tipos de cambio sean
    cada vez más dependientes o resultado de los movimientos
    financieros especulativos en lugar de derivarse del estado de los
    movimientos reales. Eso es especialmente dañino en
    economías de mercado en donde se supone que los precios
    juegan un papel determinante como indicadores y
    referentes para la asignación eficiente de los recursos.
    Significa, pues, que una secuela desgraciada de la hipertrofia
    financiera y de la especulación generalizada que conlleva
    es la imposibilidad de que los mercados internacionales de bienes
    y servicio
    funcionen eficientemente porque su mecanismo de fijación
    de los precios está viciado, se ve alterado por los
    movimientos que les impone el flujo financiero.

    c) Cambios en la gestión
    empresarial y en sus resultados

    Cuando el negocio financiero básico radicaba en
    la generación del dinero bancario concediendo prestamos a
    los agentes económicos, los oferentes de dinero estaban
    principalmente interesados en que los prestatarios tuviesen la
    mayor solvencia posible, de ahí que se impusiese una
    lógica
    de estabilidad y fortaleza económica. Por el contrario, en
    el régimen predominante del dinero financiero los
    inversores institucionales están especialmente interesados
    en que los títulos que pueden ser objeto de compra o venta
    tengan el mayor atractivo posible desde el punto de vista de su
    rendimiento. Eso es lo que lleva a que el tipo de lógica
    que los inversiones financieros imponen a las empresas sea la que
    obliga a generar el mayor beneficio inmediato. Por eso, la
    generalización de la inversión financiera
    institucional ha traído consigo un tipo de gestión
    empresarial novedosa y diferenciada, orientada sobre todo a
    facilitar la colocación de los títulos, bien
    gracias a presentar rendimientos muy elevados a corto plazo, bien
    inflando artificialmente las expectativas de la empresa en los
    mercados. Este tipo de estrategias son
    las que han hecho crecer desmesuradamente la cotización de
    las empresas, aunque su actividad real apenas si se modificara y
    eso ha sido lo que ha dado lugar a la llamada Nueva
    Economía, al éxito
    de las empresas puntocom y al incremento espectacular de los
    registros de
    beneficios empresariales en los últimos
    años.

    Detrás de ello, sin embargo, hay un
    inflación permanente de las expectativas y un irreal
    crecimiento del valor de las empresas que a la postre no ha
    podido sino quebrarse recurrentemente, provocando la
    sucesión permanente de episodios alcistas y crisis
    bursátiles.

    d) La americanización de la economía
    global

    La financierización de la actividad
    económica ha venido de la mano, tal y como ya he
    señalado, de la práctica desaparición de
    todo tipo de fronteras para el capital y las operaciones
    financieras. Pero detrás de la aparente completa globalización se produce un reforzamiento
    muy importante y significativo de la lógica de imperio que
    impone Estados Unidos en el conjunto de las finanzas
    internacionales.

    No hay forma más cruda y sincera de
    señalar la evidencia del anterior juicio que las palabras
    de Madeleine Albright: "Para que la mundialización
    funcione, los Estados Unidos no deben tener miedo de actuar como
    la superpotencia invencible que son… La mano invisible del
    mercado no funcionará jamás sin un puño
    invisible. McDonald´s no puede extenderse sin McDonnell
    Douglas, el fabricante del F15. El puño invisible que
    garantiza la seguridad mundial
    de las tecnologías de Silicon Valley se llama
    ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el
    cuerpo de marines de los Estados Unidos"[6].

    Efectivamente, no hay más remedio que reconocer
    que la
    globalización financiera es básicamente una
    americanización que se manifiesta en múltiples
    aspectos: sobre todo, en la utilización que ha realizado
    Estados Unidos de su gran poder financiero, económico y
    político para gobernar la política monetaria y toda
    la política económica en su propio interés
    pero haciendo descargar los costes de esas políticas en el
    resto de los países[7]. Y, en particular, en la
    generalización de las políticas nacionales
    impuestas desde los organismos internacionales que Estados Unidos
    controla directamente, incluso en la tendencia a homogeneizar el
    derecho
    mercantil del resto del mundo para acoplarlo a la
    tradición norteamericana, o en la progresiva
    imposición de reglas y procedimientos
    provenientes de Estados Unidos relativos a las prácticas
    judiciales, de auditoria, clasificación crediticia,
    contabilidad,
    etc. que terminan por suministrar el traje con el que se revisten
    las relaciones financieras internacionales[8].

    En general, ha ocurrido además que la gran
    influencia de Estados Unidos no ha servido para incorporar
    plenamente a los demás territorios en la geografía
    de las relaciones financieras internacionales sino en condiciones
    que se han denominado de "imperialismo
    ostracista"[9], por cuanto que no han implicado una
    auténtica implicación del conjunto de los espacios
    económicos con la dirección impuesta por los intereses
    norteamericanos, y eso hace que, bajo la apariencia de un mundo
    globalizado exista una realidad de enorme fragmentación y
    de vínculos económicos extraordinariamente
    débiles pues la inmensa mayoría de los territorios
    se limitan a poner simplemente a disposición del centro
    del imperio sus recursos, sin poder sentarse nunca en la mesa del
    superpoder norteamericano.

    e) Incremento de la corrupción
    y de la economía criminal

    Una secuela inevitable de la tremenda e improductiva
    expansión de los medios de pago ha sido la
    canalización de inmensos flujos de dinero hacia
    actividades ilegales y criminales que, paradójicamente,
    han sido permitidas por los propios gobiernos, y en particular,
    por el de Estados Unidos que siempre se opuso a lo que llama
    "injerencia fiscal".

    Al hablar de economía criminal se hace referencia
    a un conjunto amplísimo de actividades de naturaleza y
    efectos económicos pero que se desarrollan al margen de la
    ley. Se puede
    tratar de comercio
    ilegal de armas o desechos
    nucleares, prostitución, juego
    clandestino, extorsiones de todo tipo, "protección",
    comercio de mercancías prohibidas, secuestros,
    falsificaciones, mercado negro de divisas… y principalmente
    tráfico de estupefacientes que por sí solo
    representa casi la mitad de esta economía criminal que en
    nuestra época se ha desarrollado en términos
    absolutos y relativos más que en ninguna otra.

    Según las estimaciones que realizan organismos
    internacionales como el Fondo Monetario Internacional o las
    Naciones Unidas
    todas estas actividades mueven anualmente alrededor de un
    billón de dólares en todo el mundo, aunque el
    patrimonio económico acumulado por la actividad criminal
    es lógicamente mucho más elevado. Y si se considera
    las inversiones ya legales, o "blanqueadas", que
    subsiguientemente se hacen con los beneficios de la
    economía criminal, esas mismas estimaciones señalan
    que la cifra de negocio en 1997 podría haber sido de tres
    billones de dólares.

    Se trata, pues, de un negocio de gran envergadura
    económica ya que representa alrededor del 8 por ciento del
    comercio mundial, un 4 por ciento del Producto Bruto
    mundial y es equivalente, por ejemplo, al que realiza toda la
    industria
    textil del planeta y mayor que el de la industria del
    automóvil.

    Por otro lado hay que destacar que la mitad de los
    flujos financieros internacionales pasan por los llamados
    paraísos fiscales, auténticos no-lugares de las
    finanzas en donde la ausencia no sólo de imposición
    sino de control, permite a los granes bancos e inversores
    institucionales realizar operaciones al margen de lo que
    está prohibido realizar en sus países de
    origen.

    f) Incremento de la desigualdad
    económica

    Una economía orientada cada vez más hacia
    la especulación y la actividad improductiva y que se
    encuentra fuertemente determinada por los intereses que impone un
    territorio de poder especialmente influyente no puede tener sino
    un inevitable corolario: el incremento continuado de la
    desigualdad económica. Unos escasos datos permiten
    corroborar esta aseveración[10].

    Si se hace el PIB por habitante del mundo igual a cien
    en 1980 la evolución de algunos países y zonas ha
    evolucionado de la siguiente forma hasta 1999: Estados Unidos ha
    pasado de 482 a 637, los países de renta baja de 13 a 8,
    los de renta media de 83 a 40 y los de renta alta de 406 a 526,
    África subsahariana de 29 a 10, Asia del Sur de
    11 a 8, Asia del Este de 15 a 20.

    Desde otro punto de vista, resulta que en 1980 el 82% de
    la población mundial producía el 29% de la riqueza
    mundial. En 1999, el 85% de la población mundial
    producía el 21%, lo que significa que ha disminuido
    claramente su capacidad de creación de riqueza.

    En 1980, los 1.300 millones de habitantes de los
    países más pobres eran 22 veces menos ricos que los
    de Estados Unidos, mientras que en 2000 eran 86 veces menos
    ricos. La renta global de los países en subdesarrollo
    en 1980 era 14 veces menor que la de Estados Unidos y en 1999 26
    veces.

    Evidentemente, las causas de este incremento de la
    desigualdad económica no son sólo monetarias y
    financieras, pero sí puede aceptarse que la
    financierización ha coadyuvado de manera decisiva a
    provocarla, al menos por cuatro razones fundamentales.

    En primer lugar, porque Estados Unidos ha logrado
    externalizar los costes elevados de las crisis financieras que ha
    provocado la especulación que realizan sus empresas e
    inversores institucionales, lo que hace que sean los demás
    países los que soportan finalmente sus consecuencias y
    efectos negativos sobre el empleo, el
    equilibrio
    macroeconómico y sobre su capacidad subsiguiente para
    generar actividad económica.

    En segundo lugar, porque la política monetaria
    restrictiva que se ha impuesto, de altos tipo de interés y
    en general de alta retribución para los poseedores de
    títulos financieros, lógicamente favorece a quienes
    los poseen, que no suelen ser los grupos
    sociales de menor renta, sino los sectores ya de por
    sí más privilegiados y los países más
    potentes, hacia donde se suele canalizar el ahorro cuando existe
    libertad de movimientos de capital.

    En tercer lugar, porque las políticas
    deflacionistas que acompañan a la financierización
    implican aumento del desempleo,
    disminución de los gastos sociales,
    debilitamiento del sector
    público protector, menos inversiones públicas
    y, en general, no sólo peores condiciones de vida sino
    menos capacidad endógena para la generación de
    riqueza, lo que perjudica en mucha mayor medida a los sectores o
    territorios más necesitados y empobrecidos.

    Finalmente, porque en un régimen de libertad de
    movimientos de capital los recursos tienden a fluir no hacia
    donde son más necesarios, sino hacia donde encuentran
    mayor retribución o rentabilidad. Por regla general, eso
    ha generado una nueva geografía
    económica mucho más desigual y concentrada a
    nivel mundial. Aunque es cierto que todos los países
    intervienen ahora en mayor medida en las relaciones
    económicas y financieras lo que ocurre es que no lo hacen
    en igualdad de
    condiciones, sino en virtud de una especialización que
    impone una distribución muy desigual del valor y de los
    resultados de la producción.

    3.2. Nuevo poder, nueva regulación
    monetaria

    El segundo gran tipo de consecuencias que se han
    derivado de la financierización y de la aparición
    de un nuevo tipo de poder (en realidad es la expresión
    más directa de esto último) es el que tiene que ver
    con el tipo de regulación que se realiza sobre los flujos
    financieros y con la naturaleza del gobierno que se ejerce sobre
    la masa monetaria.

    En tal sentido se pueden destacar cuatro grandes
    consecuencias.

    a) Privilegio de la política monetaria

    Una esfera monetaria hipertrofiada implica así
    mismo que la regulación global de la actividad
    económica se escore necesariamente hacia lo monetario. A
    diferencia de lo que había sido la gestión
    macroeconómica tradicional en donde la política
    monetaria, el control de la masa monetaria, se realizaba de
    manera más o menos acompasada con el resto de las
    políticas económicas, el nuevo régimen
    monetario y financiero demanda una política monetaria
    mucho más activa por varias razones. En primer lugar,
    porque es mucho mayor el peso de los flujos monetarios en el
    conjunto de las relaciones de las que dependen los equilibrios y
    desequilibrios macroeconómicos. En segundo lugar, porque
    con la política monetaria, que se instrumenta desde
    instancias mucho menos transparentes que las fiscales o el resto
    de las políticas económicas, se pueden llevar a
    cabo mucho más fácilmente y con menos problemas de
    legitimación los cambios en la pauta
    distributiva que implica la financierización en un
    contexto de mucho mayor peso de los intereses privados. En tercer
    lugar, la política monetaria se puede reservar a los
    bancos centrales con la justificación de su neutralidad y
    de que su gobierno sólo requiere decisiones técnicas y
    no políticas, y eso permite dejar fuera de toda
    discusión lo referente a las condiciones en que se
    desenvuelven las relaciones financieras en nuestras sociedades.
    Finalmente, resulta que instrumentando la política
    monetaria desde fuera, se puede constreñir no sólo
    lo referente a lo monetario, sino a las demás dimensiones
    de la política económica. Todas estas, y
    especialmente las fiscales, tienen efectos monetarios, de manera
    que si desde una autoridad
    externa se imponen determinadas restricciones aparentemente
    sólo monetarias se está condicionando a las
    demás políticas: el banco central no
    sólo influye sobre lo relativo a la moneda, sino sobre la
    fiscalidad, el gasto
    público, las políticas sociales,
    etc.

    b) Pérdida efectiva de la capacidad de
    intervención económica de los gobiernos.

    Lo que acabo de señalar implica una efectiva
    pérdida de capacidad de gobierno de los
    Estados.

    Por un lado, en la medida en que los tipos de
    interés y los tipos de cambio vienes impuestos (los
    primeros por el efecto conjunto de las decisiones de los bancos
    centrales y de los mercados financieros, y los segundos por
    éstos últimos más que por la política
    comercial de los gobiernos) los Estados nacionales se encuentran
    prácticamente maniatados respecto a la manipulación
    de variables
    clave para la consecución del equilibrio
    macroeconómico.

    Por otro lado, en la medida en que existe libertad
    absoluta para el movimiento de
    capitales, los gobiernos carecen de autonomía alguna para
    imponerse a la voluntad de mercados que se desenvuelven a
    escala
    internacional, salvo que se trate de Estados Unidos, que gracias
    a su potencia
    económica y al papel de reserva virtual que juega el
    dólar puede influir con cierta discrecionalidad en la
    dinámica de los mercados.

    En realidad, pues, a los gobiernos nacionales no les
    queda sino la posibilidad de comportarse como ejecutores
    más o menos voluntariosos de la ortodoxia económica
    y monetaria.

    c) La paradójica limitación de los bancos
    centrales.

    El mayor protagonismo de los bancos centrales
    independientes como ejecutores de la política monetaria se
    produce en la paradójica situación de
    pérdida de su propia capacidad de control de los flujos
    financieros. Como he señalado anteriormente, la
    financierización ha implicado que la masa monetaria
    esté compuesta por una nueva variedad de títulos y
    que ya no se reduzca principalmente al dinero bancario que los
    bancos centrales podían controlar más eficazmente a
    través de los instrumentos tradicionales de la
    política monetaria (coeficientes bancarios o tipos de
    redescuento). Incluso la puras operaciones de crédito ya
    no son realizadas en tan exclusiva proporción como antes
    por los bancos. Según S. Sassen "treinta años
    atrás, los bancos realizaban el 75 por 100 de todo tipo de
    operaciones de crédito a corto y medio plazo. En la
    actualidad, este porcentaje ha bajado al 50 por 100. La
    participación de los bancos comerciales en el total de
    valores financieros ha caído desde más del 50 por
    100 a poco más del 25 por 100 en los últimos
    setenta años"[11].

    Sobre las operaciones de compra y venta de
    títulos o dinero de todo tipo que constituyen hoy
    día el grueso de las operaciones financieras, los bancos
    centrales tienen mucha menor capacidad de intervención.
    Primero, porque son movimientos que no responden directamente a
    los instrumentos tradicionales de la política monetaria de
    los que disponen los bancos centrales y, segundo, porque las
    reservas de los bancos son excesivamente limitadas en
    relación con el volumen total de operaciones que se
    realizan, los que dificulta en gran medida su capacidad de
    control.

    Además, una parte importante de las operaciones
    financieras se realizan a través de circuitos
    electrónicos, fuera del control de los bancos y esta
    "virtualización" de las operaciones monetarias ha llevado
    consigo una notable pérdida de control de los bancos
    centrales.

    La existencia consentida de paraísos fiscales y
    de productos financieros opacos, concebidos precisamente para
    eludir controles fiscales y monetarios igualmente limita la
    capacidad de actuación como controladores finales de la
    oferta monetaria por parte de los bancos centrales.

    Y, por último, la práctica generaliza de
    "derivar" los productos financieros, es decir, de cubrir unos con
    otros precisamente para eludir los cambios que no interesen en
    los tipos de interés significa que ni tan siquiera la
    manipulación de esta última variable tiene hoy
    día una eficacia completa sobre el conjunto de los flujos
    financieros.

    En definitiva, pues, no puede decirse que los bancos
    centrales hayan pasado a ser auténticos portadores de
    poder monetario. En realidad, se limitan a jugar un triple pero
    mucho menos poderoso papel: el de celosos guardianes de la
    retórica ortodoxa, el de contumaces disciplinadores de las
    políticas económicas de los gobiernos y el de
    comparsas más o menos atentos de los movimientos de
    compensación que demandan los mercados financieros cada
    vez más inestables, lo que no siempre consiguen a tenor de
    las sucesivas y graves crisis que se han venido padeciendo en los
    últimos años.

    d) La privatización del poder
    monetario

    Si esto es así hay que concluir que el poder
    monetario efectivo de nuestros días se encuentra en los
    grandes inversores instituciones,
    en las empresas multinacionales y, en general, en los poseedores
    de los inmensos y muy concentrados volúmenes de recursos
    financieros que se movilizan incesantemente en los
    mercados.

    Esta circunstancia, sin embargo, no puede entenderse
    mecánicamente pues se mueve en el seno de dos inevitables
    contradicciones. En primer lugar, que aunque la hipertrofia de la
    circulación financiera sea tan extraordinaria, aunque los
    flujos y las operaciones financieras hayan adquirido una
    importancia y una influencia tan decisiva respecto a la
    circulación real, ambas esferas no pueden quedar de
    ninguna manera desconectadas. En mi opinión, habría
    que entender el papel tan decisivo e influyente de la Reserva
    Federal estadounidense no como una excepción a la
    privatización del poder monetario a la que acabo de
    aludir, sino como el elemento de conexión entre ambas
    esferas.

    La segunda contradicción se refiere a que, a
    pesar de que predomina una creciente internacionalización
    del flujo financiero, es absolutamente imposible lograr el
    sueño de desnacionalizar completamente los movimientos
    financieros, es decir, evitar cualquier posible influencia de los
    Estados. Por un lado, porque, como dice acertadamente Sassen[12],
    "la infraestructura que hace posible la hipermovilidad del
    capital financiero a escala global se halla situada en diversos
    territorios nacionales". Por otro, porque, de momento, los
    derechos de
    contrato y de
    propiedad sin
    los cuales es imposible el negocio financiero no tiene otro
    asiento posible que el Estado nación.
    Esta última es una paradoja sobre la que volveré
    más tarde: la globalización financiera
    requeriría instancias de definición de derechos
    globales, pero esto sería prácticamente imposible
    de lograr sin un debate acerca
    de la naturaleza de los mismos.

    3.3. Poder monetario y debilitamiento de la democracia.

    La consolidación de un poder que tiende a evadir
    el control de las instituciones para guarecerse en los mercados
    tiene como inevitable corolario un debilitamiento efectivo de la
    democracia que se manifiesta, al menos, en tres grandes
    dimensiones.

    a) Las nuevas formas de regulación monetaria y el
    propio régimen de financierización compulsiva de la
    actividad económica implican, como he señalado, una
    pérdida progresiva de impulsos al crecimiento de la
    actividad económica, menor capacidad de creación de
    riqueza, pérdida de empleo y, en general, del mayor nivel
    de bienestar que está asociado a la economía
    productiva. Significa eso que el nuevo poder monetario lleva
    consigo, como cualquier decisión sobre los modos de
    asignación de los recursos, una solución
    distributiva determinada, y en este caso diferente de la que se
    obtendría si se primase la producción de bienes y
    servicios o la creación de empleo en lugar de la
    especulación financiera.

    Teniendo en cuenta que ese poder se ejerce, como acabo
    de analizar, cada vez más al margen de las instituciones
    en donde están representados, siquiera sea formalmente,
    todos los interese sociales, resulta que la consolidación
    del nuevo poder monetario significa, entre otras cosas que
    comentaré enseguida, que se impone una pauta distributiva
    sin debate social, sin permitir que los grupos sociales que no
    poseen los recursos financieros puedan tratar de mejorar su parte
    en el reparto del producto social.

    No sólo se debilita así la propia
    democracia formal, de cuyo ámbito se desmarca una esfera
    que, sin embargo, es de extraordinaria influencia para el
    conjunto de los intereses sociales, sino que literalmente se
    impide que la democracia sea un procedimiento que
    permita a los grupos sociales mejorar su participación en
    el reparto de manera pacífica.

    b) Predominio de organismos e instituciones decisoras de
    carácter no democrático.

    Paralelamente a lo que acabo de indicar, no es casual
    que la consolidación de este nuevo poder monetario se base
    y se ejerza justamente, y en el mejor de los casos, desde
    instituciones en donde no existe una representación
    democrática de los intereses. Organismos como el Fondo
    Monetario Internacional, el Banco Mundial o la
    Organización Mundial del Comercio se constituyen y
    actúan con ausencia total de garantías y controles
    mínimamente democráticos y con el sólo
    objetivo de
    salvaguardar los intereses de las grandes potencias y, de forma
    muy particular, los de Estados Unidos.

    Alternativamente, la plena libertad de movimientos que
    se ha garantizado en los mercados de capitales y la renuncia de
    los gobiernos a controlar de cualquier forma que sea lo que
    ocurre en esos mercados ha permitido aparecer y consolidarse a
    gran número de mafias, de grupos vinculados a actividades
    terroristas y de multitud de inversores criminales que terminan
    por conformar lo que Susan Strange denominó el "poder
    difuso" típico de nuestra época[13].

    El poder monetario actúa como una especie de
    imán en torno al cual
    luchan por acoplarse de la mejor manera posible una multiplicidad
    de actores e intereses. Los propios gobiernos y bancos centrales,
    los inversores institucionales, los bancos y
    compañías multinacionales, los delincuentes y
    terroristas internacionales, organizaciones no
    gubernamentales, incluso iglesias y desde luego las mafias
    organizadas que tienen mucha más fuerza que muchos Estados
    conforman, entre todos ellos, un auténtico gobierno en la
    diáspora, una gran zona de no-gobierno
    democrático, o una "zona de penumbra del derecho", como
    dice Blackburn refiriéndose a los fondos de pensiones[14],
    en donde compiten vorazmente para repartirse con extraordinaria
    opacidad los frutos de su actividad especulativa ingente y
    constante.

    Si antes señalaba que la financierización
    de la que brota este moderno poder monetario impide distinguir
    las fronteras entre lo nacional y lo internacional, puede decirse
    también que en los mercados financieros igualmente se
    difuminan las distancias entre lo lícito y lo criminal,
    entre lo público y lo privado o entre el negocio y la
    estafa.

    c) La ciudadanía hipotecada.

    Para terminar es preciso referirse a que todo lo que
    acabo de señalar tiene una decisiva secuela: ¿en
    qué queda en nuestro mundo la ciudadanía si se la
    enajena de su derecho a participar democráticamente en las
    decisiones sobre el reparto de la riqueza?, ¿qué
    contenido tiene cuando no le es dado definir el tipo de derechos
    económicos y sociales que son consustanciales a la vida en
    sociedad?,
    ¿qué implica la condición ciudadana si no
    lleva consigo el derecho a entrar en las ágoras donde se
    debaten los auténticos problemas políticos de
    nuestro tiempo?

    Cuando se han venido produciendo las consecuencias que
    he descrito tan sumariamente en este epígrafe se ha
    producido paralelamente un efecto de pérdida de soberanía y de quiebra de la
    ciudadanía. La regulación monetaria dominante no es
    sólo intrínsecamente indeseable en cuanto que lleva
    consigo las consecuencias analizadas, sino también, y
    sobre todo, porque ella misma implica e impone un perfil
    determinado al resto de las políticas económicas y
    sociales.

    Cuando se han generalizado las políticas
    deflacionistas no solamente se ha afectado a la tasa interanual
    de crecimiento del Producto Interior Bruto. Se ha producido
    además desempleo, degeneración del trabajo, menores
    gastos sociales, etc., y con ellos ha venido una auténtica
    redefinición de los derechos sociales e individuales que,
    a su vez, ha precisado de una eficaz estrategia de
    culturización, de asimilación de nuevos valores
    sociales y de nuevas pautas de comportamiento
    social e incluso individual.

    Los grandes inversores tienen, pues, una capacidad
    efectiva de decidir y de modificar las preferencias sociales, son
    los nuevos "votantes" de nuestras sociedades, o al menos a los
    que les corresponde votar sobre las grandes y más
    decisivas cuestiones. El nuevo poder monetario ha permitido
    alcanzar el sueño del capitalismo:
    que los mercados sustituyan a los ciudadanos.

    4. Gobernar el poder monetario,
    gobernarlo democráticamente

    Para concluir este trabajo es necesario apuntar algunas
    líneas por las que debería discurrir un
    planteamiento alternativo del papel de las finanzas
    internacionales y de la regulación monetaria que
    permitiera evitar las consecuencias negativas de la
    situación actual a las que he venido haciendo
    referencia.

    Naturalmente, eso solamente tiene sentido si se parte de
    aceptar que la humanidad no vive el fin de la historia sino que aún
    son posibles cambios históricos orientados a garantizar
    mucha mayor satisfacción humana gracias al reparto
    más equitativo y racional de los recursos. Es decir, si se
    piensa que las actividades económicas y la naturaleza
    específica de las relaciones sociales que involucran no
    están gobernadas por leyes naturales
    inexorables y fuera del alcance de los seres humanos sino, por el
    contrario, por decisiones que estos mismos toman con
    autonomía. Y, en particular, que el orden social que
    inspiran las políticas neoliberales es
    intrínsecamente insostenible en la misma medida en que
    siga creando la desigualdad, la insatisfacción, la
    ineficiencia y el deterioro ambiental que hasta ahora ha
    provocado.

    El que fuera presidente argentino Carlos Menem dijo en
    alguna ocasión: "pueden hacer mil marchas, mil huelgas,
    nada cambiará"[15].

    Es el lenguaje
    autoritario de los gobernantes autoritarios de nuestra
    época. Pero frente a esa concepción ilusa que
    está llevando a que la globalización, en lugar de
    permitir resolver los problemas principales del planeta se
    convierta, en palabras de J. Gray, en un "experimento de ingeniería social utopista"[16], hay sitio
    para una concepción diferente de los asuntos
    sociales.

    En el campo concreto de
    las relaciones financieras debería partirse de la
    aceptación de un triple principio que llevaría a
    regular y a controlar los flujos financieros de una manera bien
    distinta:

    – Que la satisfacción de las necesidades humanas
    aún insatisfechas debe ser el objetivo de las actividades
    económicas y que, para garantizarlo, no se puede quedar
    pendiente del albedrío de los mercados guiados
    exclusivamente por la lógica del beneficio.

    – Que debe desincentivarse y penalizarse por todos los
    medios el uso improductivo de los recursos y, al mismo tiempo,
    garantizar su uso en el ámbito de la creación de
    riqueza.

    – Que es inaceptable el desgobierno o la ausencia total
    de mecanismos que garanticen la efectiva percepción
    de las preferencias de todos los grupos sociales.

    Las implicaciones mucho más concretas de estos
    principios
    éticos deben manifestarse, al menos, en tres grandes
    ámbitos.

    4.1. El derecho a negar

    Las políticas neoliberales que han inspirado y
    gobernado las transformaciones a las que vengo haciendo
    referencia han tenido como singular efecto el de eliminar
    cualquier posibilidad de acción
    social alternativa. No sólo ha sido un auténtico
    "pensamiento
    único", sino también, y sobre todo, un poder
    exclusivista y una práctica de gobierno autoritaria en la
    misma medida en que ha limitado la capacidad de respuesta, la
    posibilidad de oponerse a sus dictados.

    Frente a eso es necesario garantizar el ejercicio de un
    auténtico derecho a negar, un derecho a concebir un mundo
    distinto, unas relaciones diferentes y una solución
    distinta a los problemas sociales. Y aún más: es
    necesario, como dice Deudney, convertir ese derecho en una
    negarquía, en un poder para negar, limitar o
    constreñir la autoridad arbitraria de nuestro
    tiempo[17].

    Este contrapoder ha surgido ya y se manifiesta, por
    ejemplo, en los movimientos que reivindican una
    globalización alternativa y que han conseguido en algunos
    casos modificar la agenda de los grandes poderes del
    planeta.

    Como decía Susan Strange, para hacer frente al
    debilitamiento de la base democrática de nuestro mundo, a
    la aparición de poderes difusos y a la dispersión
    de la autoridad es necesario multiplicar las fuentes
    potenciales de poder negárquico que permitan poner en
    cuestión un orden social que ha sido concebido y que es
    defendido por quienes se benefician de él, justamente,
    para que nadie pueda cuestionarlo.

    4.2 Un orden internacional democrático

    El salto producido de las esferas de los Estados
    nacionales al nivel internacional o globalizado ha sido utilizado
    por los intereses más poderosos del planeta para evadirse
    de las constricciones que necesariamente implican los
    regímenes democráticos, por débiles que
    estos sean, en relación con el gobierno de las relaciones
    comerciales, financieras, comunicativas, culturales
    jurídicas o políticas. Pareciera que se da por
    aceptado que a nivel global no son precisos los controles, la
    transparencia, los contrapoderes, la censura, la legitimidad o
    las prohibiciones que son comúnmente aceptados en los
    países más avanzados. Esto es realmente
    sorprendente si se tiene en cuenta que lo que ha alcanzado
    dimensión global suele haber sido, justamente, aquello que
    tiene un mayor valor estratégico en nuestras sociedades:
    las finanzas, los códigos culturales y los medios de
    transmisión, el poder militar…

    Por lo tanto, debería entenderse que un mundo
    globalizado requiere instancias de gobierno igualmente
    globalizadas, pero que éstas no pueden descansar, como
    ocurre específicamente en el campo financiero, en la
    ausencia de control, en la privatización
    prácticamente total de los centros de decisión o en
    el reparto tan asimétrico de la influencia de la que
    disfrutan los diferentes países a la hora de plantear y
    resolver los problemas mundiales.

    En el ámbito de los flujos financieros
    sería preciso actuar en tres grandes
    líneas.

    En primer lugar, erradicando la lógica de imperio
    que hoy domina el no-orden financiero y que permite a Estados
    Unidos dirigir con decisiva resolución la
    regulación financiera mundial, las políticas
    monetarias y, en general, las condiciones en que se desenvuelve
    el poder monetario que he analizado.

    En segundo lugar, democratizando las instituciones y
    organismos internacionales existentes o creando otros basados en
    la participación igualitaria de los diferentes
    países del mundo a fin de garantizar que se puedan revelar
    con nitidez las auténticas preferencias de la sociedad y
    de las naciones.

    En tercer lugar, generando un auténtico derecho
    internacional basado en mandatos imperativos para todas las
    naciones y que fundamentalmente persiga redefinir la función de
    los Estados, que garantice la disposición de
    información rigurosa sobre los movimientos financieros,
    que resuelva las llamadas zonas de penumbra del derecho hoy
    día existentes en ámbitos tan importantes como la
    actuación de los fondos de pensiones y que prohíba
    los paraísos fiscales al mismo tiempo que proporcione
    medios efectivos para combatir la delincuencia
    financiera internacional.

    Finalmente, y en el campo específico de las
    cuestiones y las políticas económicas habría
    que intervenir a nivel internacional en cinco aspectos
    principales:

    – Permitir y garantizar que los gobiernos recobren la
    capacidad de gobernar las relaciones económicas limitando
    el poder difuso y recuperando una lógica territorial mucho
    más racional que no tiene por qué ser incompatible,
    sino todo lo contrario, con la globalización encaminada a
    optimizar el uso de los recursos económicos a nivel
    planetario.

    – Redefinir la fiscalidad tanto en el ámbito
    nacional como internacional básicamente en tres
    líneas. Primera, generando nuevas variedades de
    imposición, teniendo en cuenta que hoy día los
    sistemas impositivos siguen basándose en la idea de que
    los flujos financieros sirven para transformar en
    inversión el ahorro nacional. Segunda, en la
    generación de nuevos recursos fiscales, bien ampliando la
    utilización de impuestos que aún están muy
    lejos de haber alcanzado su máxima capacidad de
    recaudación, bien generando nuevas fuentes de ingreso
    gravando actividades que hoy día están
    prácticamente ajenas a cualquier tipo de
    imposición. Tercera, aplicando tasas impositivas del tipo
    de la propuesta por Tobin sobre los movimientos especulativos de
    manera que se generen los suficientes desincentivos que permitan
    transferir los recursos improductivos a la creación de
    riqueza.

    – Controlar los fondos financieros, y en particular los
    fondos de pensiones, y establecer regímenes legales e
    institucionales que impidan el uso ilegal de los mismos e
    incentiven su utilización vinculada a los principios que
    expuse más arriba.

    – Generar a partir de lo que acabo de señalar
    fondos de solidaridad
    internacionales destinados a compensar a los países
    empobrecidos, a garantizar la protección del medio ambiente
    y a llevar a cabo un programa de
    redistribución de la renta a escala planetaria que permita
    que todos los países del mundo tengan, como mínimo,
    los niveles de gasto y protección social de los que hoy
    disfrutan los países más avanzados en este
    campo.

    – Redefinir a escala internacional los derechos sociales
    que deben ser en todo caso reconocidos y vincular el ejercicio
    efectivo de la ciudadanía, como no puede ser de otro modo,
    al disfrute efectivo de los mismos.

    En cualquier caso, estas ideas no pueden concluirse sino
    de la misma forma que terminaba otro trabajo en el que
    proponía alternativas económicas más
    generales a las políticas neoliberales: "las alternativas
    al neoliberalismo
    que puedan ser eficaces y reales en el campo de las relaciones
    económicas precisan de un concepto del
    poder muy diferente al que germina en las sociedades muy
    escindidas como en las que vivimos. Las experiencias
    históricas nos vienen demostrando de manera palpable que
    no es suficiente la simple inversión en la
    detentación del poder, sino que es necesario que las
    nuevas alternativas se generen como resultado de
    auténticas experiencias de contrapoder de las que derive
    no sólo el nuevo impulso ético en que deben
    apoyarse las alternativas de bienestar humano que nos proponemos
    conquistar, sino también la rebeldía, la fuerza y
    la organización que pueden hacer que las
    propuestas y las experiencias realizadas sean
    irreversibles"[18].

    ——————————————————————————–

    [1] Una amplia versión de estos procesos y de
    sus implicaciones en Estefanía, J. "Aquí no puede
    ocurrir. El nuevo espíritu del capitalismo". Taurus.
    Madrid
    2000.

    [2] P. Gowan. "La apuesta por la
    globalización. La geoeconomía y la geopolítica del imperialismo
    euro-estadounidense". Akal. Madrid 200, p. 161.

    [3] Sobre el caso de la privatización
    progresiva de las pensiones públicas, vid. J. Torres
    López "Pensiones públicas: ¿y mañana
    qué?". Ariel. Barcelona 1996.

    [4] Sobre la naturaleza y crítica
    de estas políticas deflacionistas vid. el cap. 16 de
    Torres López, J. "Economía
    Política". Ed. Pirámide. Madrid
    2002.

    [5] Gowan, P. ob.cit, p. 164.

    [6] En New York Times Magazine, 28 de marzo de
    1999.

    [7] Sobre este particular Brenner, R. "La
    expansión económica y la burbuja bursátil"
    New Left Review, nº 6 (2000) y Gowan, P.,
    ob.cit.

    [8] Sobre este asunto: Dezalay, Y. "Marchands de
    droit". Fayard. Paris 1992; Sassen, S. "¿Perdiendo el
    control? la soberanía en la era de la
    globalización". Ed. Bellaterra. Barcelona 2001; Sinclair,
    T. "Passing judgement: credit rating processes and regulatory
    mechanisms of governance in the emerging world order". Review of
    International Political Economy, nº1 (1994).

    [9] Vid. Mann, M. "Las fuentes del poder social".
    Alianza Editorial. Madrid 1997.

    [10] Un análisis general y actualizado de estas
    desigualdades en Alternatives Economiques, nº 51 y nº
    52, ambos de 2002

    [11] S. Sassen, ob. cit., p. 64.

    [12] Ibidem., p. 45.

    [13] Strange, S. "La retirada del Estado". Icaria.
    Barcelona 2002.

    [14] Blackburn, R. "El nuevo colectivismo: reforma de
    las pensiones, capitalismo gris y socialismo
    complejo". New Left Review, nº 2, 2000.

    [15] La Prensa, 11 de
    julio de 1997.

    [16] Gray, J. "Falso amanecer". Paidós.
    Barcelona 2000.

    [17] Vid. Strange, S., Ob.cit., p.
    279.

    [18] Torres López, J. "Desigualdad y
    crisis…", ob. cit., p. 217.

    Juan Torres López.

    Catedrático de Economía Aplicada de la
    Universidad de
    Málaga

    Juantorres[arroba]uma.es

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