1. El
sistema de producción Toyota
2. El sistema Toyota y la
crisis del fordismo
3. Es posible generalizar en
occidente el sistema Toyota?
Como es sabido, las diferentes formas de administrar la
producción acompañan y a su vez son
inevitablemente acompañadas de un marco más
complejo de relaciones económicas y sociales cuya
contemplación es imprescindible si es que se quiere que el
análisis de la producción aporte
luces sobre la naturaleza de
cada momento social, de cada etapa económica y de cada
periodo histórico.
Desde el punto de vista del análisis
económico y de la economía aplicada es
muy relevante superponer el plano puramente técnico de la
producción con la perspectiva de los otros dos tipos de
relaciones que confluyen siempre en cualquier sistema de
intercambio: las de consumo y las
de distribución.
La conocida como "teoría
de la regulación" constituye un intento de aproximar esas
perspectivas y se ha aplicado con especial atención a las modificaciones más
recientes en las pautas de producción, de consumo y de
distribución que inciden en la génesis y resultado
de la última gran crisis
económica.
Y es que ésta crisis ha llevado consigo
también la crisis del fordismo, es decir, del ejemplo
paradigmático de interrelación entre pautas
(técnicas) de producción y
(económico-sociales) de consumo.
Como comentaremos más adelante, la
combinación fordista de producción en serie y
consumo masificado permitió que las economías
occidentales alcanzaran ritmos de crecimiento muy elevados a la
largo del gran periodo de expansión que se inicia con el
final de la II Guerra
Mundial.
Sin embargo, las modificaciones operadas en los sistemas de
producción ya desde de finales de los años
sesenta no sólo alteraron profundamente la pauta de la
producción sino que (como no podía ser menos)
afectaron también a las pautas de consumo y
distribución.
A lo largo de la crisis derivada de esas modificaciones
(y que se agravó por la coincidencia de otros factores que
no es preciso señalar aquí) las economías
occidentales han generado respuestas diversas, tanto en la
órbita de la
administración de la producción como en la de
las pautas de consumo y distribución. Respuestas que han
sido tanto más diferentes cuanto distintas han sido las
secuelas de la crisis en los diferentes sectores, el marco
institucional o, incluso, la idiosincrasia de cada
país.
Una de estas respuestas en la administración de la producción se
conoce como "toyotismo", por su origen en la conocida empresa japonesa,
o también como producción flexible o ajustada y
gracias a su efectividad, versatilidad, autonomización y
flexibilidad supone una modificación radical respecto a
las pautas productivas (seriadas, rígidas y centralizadas)
que habían sido propias del fordismo.
Eso explica el interés
que tiene para la economía aplicada el análisis del
toyotismo; no como simple técnica de administrar la
producción, sino para evaluar si es capaz de articular la
pauta de la producción con otras de distribución y
consumo capaces de proporcionar eficiencia al
sistema productivo y garantizar su reproducción. Es decir, para conocer si es
un mecanismo adecuado y generalizable de "regulación"
social.
En la presente nota nos limitamos a presentar
sumariamente la naturaleza del toyotismo y a sumar nuestras
reflexiones y dudas al debate que
necesariamente se origina cuando el economista se hace la
pregunta con la que empiezan estas páginas.
1. El
sistema de producción Toyota.
El sistema de producción Toyota fue aplicado en
Japón
durante el largo período de crecimiento que sucedió
a la II Guerra Mundial
y allí alcanzaría su auge en la década de
los años sesenta.
El sistema Toyota se basa esencialmente en dos grandes
pilares: la innovación en la gestión
del trabajo en los
talleres y en los mecanismos de control
interno de la
empresa.
En relación con la gestión del trabajo las
novedades del sistema se basan en el procedimiento
llamado "justo-a-tiempo"
(just-in-time), en la utilización del "kanban"
("etiqueta") y en el principio de organizar el trabajo con
stándares flexibles y tiempos compartidos.
Frente a los sistemas de
producción en serie basados en el método de
empuje, el sistema de producción de Toyota es un
método de extracción que tiene como objetivo
fundamental incrementar técnicamente la eficacia de la
producción eliminando radicalmente tanto las
pérdidas como el excedente. Para lograr estos objetivos el
sistema se sustenta en dos pilares básicos: el sistema de
"Justo-a-tiempo" y la autonomización, o "automatización con un toque humano" en
palabras de OHNO.
"Justo-a-tiempo" significa que, en un proceso
continuo, las piezas necesarias para el montaje deben
incorporarse a la cadena justo en el momento y en la cantidad en
que se necesitan. En la secuencia de montaje, el último
proceso se dirige al primero para retirar la cantidad de piezas
necesarias en el momento en el que son necesitadas. De esta
manera se evita que un proceso envíe sus productos al
siguiente sin tener en cuenta las necesidades de
producción del mismo.
La finalidad que se persigue con la instauración
de este sistema es la aproximación a un stock nulo,
considerando esta situación desde el punto de vista de la
gestión industrial como una situación ideal, que
permite la eliminación de los costes derivados del
almacenamiento
y conservación de los mismos.
Por su parte, la autonomización consiste en que
la máquina se encuentra conectada a un mecanismo de
detención automático, de forma que interrumpa la
producción ante una situación anormal,
lográndose de esta forma prevenir la producción de
productos defectuosos y detectar las anormalidades permitiendo su
corrección y su prevención futura. Con este sistema
la máquina sólo requerirá la atención
de un operario en las situaciones anormales,haciendo posible que
un mismo trabajador controle varias máquinas
simultáneamente y reduciéndose así el
número de ellos, lo que incrementa el rendimiento de la
producción. La detención del proceso cuando se
produce una anormalidad en el funcionamiento de la máquina
posibilita, a su vez, la prevención de futuras
anomalías, las cuales no se subsanarían si fuera un
mismo operario el encargado de controlarla y
repararla.
La premisa básica para el éxito
del sistema de producción de Toyota consiste en el
establecimiento de lo que se denomina un flujo de
producción, que requiere como condición necesaria
para su desarrollo
establecer previamente un flujo de trabajo en el proceso de
fabricación. Un flujo de trabajo significa que se
añade valor al
producto en
cada proceso mientras va avanzando. Esto contrasta netamente con
los sistemas de producción en serie, donde las
mercancías son transportadas en cintas; en estos casos no
se trata de un flujo de trabajo sino de un trabajo "forzado a
fluir", durante el cual se producen tiempos muertos que reducen
la productividad
del proceso, así como movimientos de los trabajadores que
no suponen progreso alguno en la producción. La idea
básica que subyace en el planteamiento de Toyota es
impedir que los trabajadores se encuentren aislados sin
posibilidad de ayudarse en situaciones de necesidad; de esta
manera, se estudian combinaciones de trabajo y
distribución del mismo que permitan reducir el
número de empleados y favorecer la colaboración
entre los mismos.
Para que el proceso de producción funcione con
normalidad según este sistema -es decir, para que el
primer proceso fabrique sólo la cantidad retirada por el
último proceso- la mano de obra y los equipos de cada fase
de la producción deben estar preparados, en cualquier
circunstancia, para fabricar la cantidad necesaria en el momento
preciso. Esto implica que se deben eliminar en la medida de lo
posible las fluctuaciones en las cantidades retiradas, de forma
que la curva de flujo sea lo más uniforme posible. Para
ello se deben rebajar los máximos y aumentar los
mínimos de producción. En palabras de OHNO, "las
montañas deben ser bajas y los valles profundos". Todo
ello supone la necesidad de contar con un equipo lo
suficientemente flexible como para poder
adaptarse a las difíciles condiciones impuestas por la
diversidad de la demanda;
entendiendo por flexibilidad la capacidad de la empresa para
alterar continuamente el proceso productivo mediante la
reordenación de los componentes del mismo.
Una forma de organizar el taller como la señalada
hasta aquí permite no sólo incrementar la
productividad y reducir costes por las razones apuntadas sino que
además (al basarse en la autoactivación, en la
desespecialización y en la polivalencia de los
trabajadores) permite obtener una producción flexible,
hacer más versátiles los equipos y producir una
gama más variada de productos con equipos y utillaje
más reducidos pero mejor utilizads.
Como complemento de ello, se modifican igualmente las
relaciones funcionales en el seno de la empresa -entre los
diferentes departamentos comerciales, de I+D, de talleres, etc.-
y entre ésta y otras empresas, puesto
que el know-how acumulado se proyecta horizontalmente hacia otras
firmas -principalmente con las subcontratadas- con las que se
establece un verdadero sistema de intercambio que mejora la
competencia y la
productividad de todas.
Por último, el sistema se complementa con un
conjunto complejo e innovador de protocolos y un
mecanismo de control que se
aplican tanto en el interior de la empresa (relativos a las
condiciones de empleo, de
salarios, y de
incentivos
internos en general), como a otras empresas (en relación
con el tipo de subcontratación, de distribución del
valor añadido, participación del subcontratista en
los resultados de la innovación, e incluso en el
beneficio).
En suma, el sistema Toyota se concibe como un sistema de
producción y de organización que facilita la
reducción de costes, el incremento de la productividad y
la obtención de economías de escala gracias a
la flexibilización y, además, la consecución
de economías de variedad gracias también a la
flexibilización y a que ésta permite un control de
la calidad
más riguroso y llevar a cabo una estrategia
(fundamental en situaciones de demanda deprimida) de
diferenciación no sólo de precios sino,
sobre todo, de productos. Naturalmente, esto le caracteriza como
un sistema altamente efectivo para hacer frente con éxito
a un contexto de mercados
inciertos y diferenciados.
2. El sistema Toyota y la crisis del
fordismo
Sin embargo, las cuestiones más interesantes que
plantea el sistema de producción Toyota surgen al
analizarlo en relación con los sistemas de
producción en serie, y en particular con el fordismo,
entendido éste como paradigma de
la producción y venta en serie, y
todo ello en el contexto de la crisis económica de los
años setenta y de las salidas a la misma.
Gracias al fordismo se logró, mediante la
introducción de la cadena de montaje en el
proceso productivo y la separación entre concepción
y ejecución en el proceso de producción,
homogeneizar el ritmo de trabajo, evitar que los obreros pudieran
ejercer control sobre el mismo y, a la vez, aumentar
extraordinariamente los niveles de producción. La
técnica suponía la materialización
progresiva del saber de los trabajadores cualificados y
transformaba el puesto de trabajo en un conjunto de tareas
perfectamente especificadas que el obrero realizaba de forma
mecánica.
El incremento en los ritmos de trabajo y en la
productividad permitían la producción en masa y
para que ésta tuviese salida en los mercados era necesario
el aumento simultáneo del poder adquisitivo de los
asalariados; ello fue posible gracias a los altos beneficios que
ese sistema de producción garantizaba.
De esta forma se permitía que los trabajadores
aumentaran sus niveles de consumo, lo que hacía posible
finalmente dar salida a la propia producción siempre que
se mantuviesen bajos precios y salarios nominales suficientemente
elevados. Se trataba de hacer, como dijo Ford, que los
trabajadores fueran los consumidores de los productos que
fabricaban, y de ahí que se hable del "fordismo" como un
sistema de regulación social que comporta tanto un tipo de
relación salarial como una pauta general de consumo.
Gracias a él se consiguió un clima
generalizado de consenso social y laboral que
permitió mantener elevados los ritmos de
acumulación característicos de la segunda
postguerra mundial (TORRES LOPEZ 1.992, pp.351 y ss.).
Ahora bien, para que este sistema de regulación
proporcione resultados satisfactorios deben darse tres grandes
condiciones: primero, que se mantengan unos elevados niveles de
demanda que permitan dar salida a los crecientes stocks; segundo,
que se mantenga el consenso laboral que la pauta de consumo
general de los asalariados proporciona; y tercero, que el sistema
de producción en serie que lo caracteriza sirva
efectivamente para obtener la gama de productos que se
demandan.
La primera condición se rompe, como es sabido,
cuando las políticas
expansivas de demanda, lejos de proporcionar estabilidad y
crecimiento, comienzan a ser insuficientes para dar salida al
excedente productivo generado y contribuyen, por el contrario, al
déficit público y a la desarticulación de la
oferta
productiva.
El consenso social resultó igualmente quebrado
desde finales de los años sesenta, cuando se produce lo
que BOWLES, GORDON y WEISSKOPT (1.989) han llamado la
"rebelión de los trabajadores en las fábricas".
Cuando los precios se elevan y se reduce el poder adquisitivo de
los salarios, cuando la pauta de consumo se debilita y cuando las
empresas ya no disfrutan de incrementos en la productividad que
compensen los mayores costes que deben soportar, no hay
razón alguna para que los asalariados respeten el
régimen fordista. De hecho, la principal
reivindicación de las clases obreras y desencadenante del
proceso de luchas sociales acaecido desde finales de los sesenta
será la propia organización fordista del trabajo.
Los asalariados se quejan de la descualificación y
alienación a la que se ven sometidos en los centros de
trabajo y apoyados en la creciente fuerza de los
sindicatos
comenzarán un movimiento
generalizado de rechazo al sistema que culminará con el
agotamiento del modelo
fordista en los años setenta. De esta manera se quebraba
uno de las presupuestos
básicos necesarios para la rentabilidad
de la producción en serie como es la estabilidad del
mercado; puesto
que, como señalan PIORE y SABEL (1990, p.33), la
condición necesaria para que tenga éxito la
producción en serie son los intereses políticamente
definidos de los productores y los consumidores y no la lógica
de la eficiencia industrial, de forma que cuando éstos
divergen, el esquema de regulación fordista se convierte
tan sólo en una fuente de conflictos
laborales y sociales.
Frente a este estado de
cosas, el sistema Toyota apuesta por realzar el valor del trabajo
de cara a los trabajadores, de manera que éstos puedan
combinar las habilidades individuales con el trabajo en equipo
mediante la instauración de sistemas de producción
en los que cada trabajador puede asumir las tareas encomendadas a
otros miembros, buscando de esta forma una polivalencia de los
individuos: "En el sistema americano, un operador de torno es siempre
un operador de torno y un soldador es siempre un soldador hasta
el final. En el sistema japonés, un operario tiene un
amplio abanico de posiblidades. Puede trabajar con un torno,
manejar una perforadora y hacer funcionar una fresadora.
)Quién puede decir qué sistema es mejor?" (OHNO,
1.991, p. 41).
El otro aspecto que va a provocar el agotamiento del
modelo fordista es consecuencia del propio desarrollo de uno de
los elementos que posibilitaron su expansión: el
crecimiento continuado del consumo.
A medida que aumentaba el poder adquisitivo de las
clases asalariadas aumentaba también su consumo lo que a
su vez estimulaba la apertura de nuevos horizontes a la
producción. Y así, la que se llamó
más tarde la "cultura del
más" (más producción, más
necesidades, más consumo, más
producción,…) permitía ampliar permanentemente lo
que J. NÉRÉ (1.989,pp.40-55) denominó un
"círculo virtuoso": el aumento de producción
permite una demanda creciente que hace posible la
expansión siguiente de la producción que impulsa la
demanda…y así sucesivamente. Una vez dentro de este
proceso, las necesidades de inversión van a dejar de depender de la
estructura de
costes de las empresas, para pasar a depender de las expectativas
de demanda, de forma que cualquier reducción en los
salarios que, en principio, facilitaría la
inversión, pasa a tener efectos perjudiciales en este
nuevo esquema y a reducir el volumen de la
misma.
Pero esta dinámica requiere crear continuamente
"nuevas necesidades" como forma de mantener un elevado nivel de
actividad y, consiguientemente, de ganancia. Este proceso conduce
a una diversificación enorme de la producción, de
modo que se debe generalizar la realización de infinidad
de variaciones sobre un mismo producto, para poder crear
así la ilusión de estar consumiendo nuevos bienes sin que
éstos lleguen verdaderamente a serlo. Es lo que J.
O'CONNOR (1.987, p.100) ha calificado de "ingeniería del valor", la permanente
búsqueda de nuevas envolturas o apariencias externas de
productos idénticos o similares para que puedan aparecer
como capaces de satisfacer necesidades distintas.
Sin embargo, el sistema de producción fordista se
asienta sobre las bases de fabricación de una gran
cantidad de un mismo producto y de una sola vez. De hecho,
transformó la demanda de bienes similares entre sí
en la demanda de un único producto estándar. Como
dijo Ford ante la salida del modelo Ford T "todo cliente
podrá tener el coche del color que
prefiera con tal de que lo prefiera negro".
Lógicamente, un sistema de esta naturaleza se
vería desbordado ante la necesidad de diversificar la
producción debido a las nuevas exigencias del
consumo.
Pero no sólo se produce la incapacidad de
responder ante una demanda cuyos segmentos son cada vez
más diversos, sino que también el sistema presenta
un límite intrínseco derivado de la progresiva
saturación de los mercados, como muestra
especialmente el mercado interno de Estados Unidos:
en 1970, el 99 por ciento de las familias poseían ya un
aparato de televisión
y en 1.979 ya existía un automóvil por cada dos
residentes.
Esta creciente saturación de los mercados
provocará una progresiva disminución en las
elevadas economías de escala con las que solían
trabajar dichas industrias,
disminuyendo la rentabilidad de los equipos destinados
específicamente a la producción de tales bienes, al
mismo tiempo que elevaban el coste de buscarles usos
alternativos. Las que fueron en su momento las mejores armas para
reducir los costes se vuelven ahora en contra del productor,
porque, además de economías de escala, son ya
necesarias economías de variedad.
3. ¿Es posible generalizar en occidente el
sistema Toyota?
Es precisamente ante estas cuestiones cuando el sistema
de producción de Toyota se muestra más eficiente
que el anterior de producción en masa; en lugar de optar
por la fabricación en serie de grandes cantidades de pocos
productos se inclina hacia la producción de tipos
múltiples pero en pequeñas cantidades, de modo que
puedan satisfacer la diversidad de gustos de los consumidores; es
esta diversidad en el consumo la que insta a perseguir la
flexibilidad en el proceso productivo, buscando agilizar la
respuesta ante las variaciones en el mercado. Y esta exigencia
obliga a buscar la versatilidad de la maquinaria empleada para
que pueda ser adaptada a la fabricación de las distintas
variantes del producto, así como la polivalencia de los
trabajadores en sus puestos.
Además, comporta un cambio
fundamental en la concepción que sobre los stocks poseen
los empresarios; si hasta este momento han gozado de una conciencia
agrícola (en palabras de OHNO), según la cual deben
poseer una serie de productos y materias primas en stocks como
forma de prevención ante posibles contingencias, en
períodos de bajo crecimiento como los actuales deben
asumir el riesgo de
proveerse de las materias que necesitan y en el momento en que
las necesitan, evitando la creación de stocks de productos
que sólo suponen incrementos de costes para las
empresas.
Finalmente, los incentivos de todo tipo que se generan
en el seno de las empresas, los mecanismos de primas y, sobre
todo, la garantía de perdurabilidad de la que disfrutan
los trabajadores lo caracterizan como un sistema de trabajo, como
un mercado interno, francamente rígido (que lo es menos,
sin embargo, en las empresas subcontratadas o vinculadas) que es
visto como alternativa a la precarización e inseguridad
que conlleva la flexibilización de los mercados de trabajo
occidentales.
Por todas estas circunstancias el sistema Toyota permite
hacer frente a la crisis económica (y singularmente a una
crisis como la vivida en el mundo desde los años setenta)
de forma mucho más adaptativa y, en consecuencia, superar
en resultados a otras orientaciones productivas.
De hecho, las economías -como la de Estados
Unidos, el Reino Unido, Francia o
incluso España–
que han optado por la reconversión del sistema productivo
en sentido neo-taylorista (caracterizada, desde el punto de vista
microeconómico, por la búsqueda de la
flexibilización y, desde la óptica
macroeconómica, por el control de la inflación
mediante políticas monetarias restrictivas, la privatización rápida y desmesurada y
la promoción de la inversión confiando
tan sólo en que el aumento de los beneficios la
estimulara) recogieron como principales frutos de estas
políticas una fuerte desindustrialización y un
empeoramiento de sus balanzas comerciales.
Precisamente, esa búsqueda generalizada de la
flexibilización parece haber causado, a la postre,
importantes efectos perversos. R. REICH (1.992, p.4), asesor para
temas económicos del presidente B. Clinton y luego miembro
de su gabinete, afirma que la segunda causa de que la "gripe" de
la economía estadounidense dure "más de lo que la
mayoría de los economistas había previsto" es "la
facilidad con con la que las empresas siguen despidiendo a los
trabajadores para mantener el nivel de beneficios". Tanto es
así, que el prestigioso economista industrial M. PIORE ha
propuesto recientemente que las empresas que despidan
trabajadores paguen un impuesto (EL
PAIS, 1-2-1.993).
Y ello es muy diferente de lo que ha sucedido
especialmente en Japón (en menor medida en Alemania y
países de la EFTA) que abordaron la crisis de la oferta
tratando de encontrar implicaciones negociadas entre los agentes
frente a los problemas
económicos, es decir manteniendo una mayor rigidez en los
mercados (especialmente en los mercados de trabajo) pero un mayor
miramiento hacia las vicisitudes de la economía
real.
Eso justifica que la importación del sistema japonés de
Toyota se contemple como una alternativa válida y
plausible (al tenor de sus mejores resultados, al menos,
deseable) para el común de las economías
occidentales.
Sin embargo, no pueden olvidarse algunas circunstancias
que hacen especialmente difícil que el toyotismo, como un
todo, constituya una alternativa posible en otras
econmías.
En primer lugar, que es un sistema de
organización del trabajo que requiere un contexto
"incitativo" y una idiosincrasia que difícilmente es
exportable de manera global a otros ámbitos
socio-culturales (que no sean, por ejemplo, otros países
del sudeste asiático o aquellos en donde la "disciplina"
constituye un valor social profundamente asimilado).
En segundo lugar, que el sistema Toyota -contemplado en
su dimensión macroeconómica- es un sistema adecuado
para estimular la oferta, pero no tanto la demanda, porque no se
basa en altos salarios como hizo el fordismo. De ahí, que
el superávit comercial japonés haya sido una
constante, gracias a que encontró, sobre todo en Estados
Unidos, una demanda suficiente. Pero es díficil estimar su
virtualidad si no se encuentra una demanda adecuada,
situación que más bien se daría de estar
implantado de manera generalizada.
Igualmente, y también desde una perspectiva
macroeconómica, el sistema requiere una tendencia a la
reinversión del beneficio que actualmente no es propia de
las economías occidentales más liberalizadas y una
importante disponibilidad de ahorro que se
ve dificultada si se tiene en cuenta que éstas
últimas tienen que hacer frente a una deuda interna y
externa muy elevada.
Además, aunque el sistema de organización
y control del trabajo de Toyota se establece sobre la base del
"toque humano", éste es posible precisamente cuando y
porque se da una situación de debilidad sindical y de paz
laboral que hoy día está ausente de los mercados de
trabajo occidentales (aunque la desmovilización laboral,
la mayor indefensión que el desempleo masivo
origina y la extensión de los valores
del individualismo corporativista y la competencia han facilitado
la introducción de experiencias toyotistas en centros de
trabajo aislados).
A pesar de estas dificultades, sin embargo, nos perece
posible aventurar sin demasiado riesgo que este tipo de sistemas
de flexibilización en la producción (a costa, no se
olvide, de mercados y relaciones
laborales más rígidos) tendrán cada vez
mayor presencia en nuestras economías cuando estas quieran
recuperar el pulso industrial y fortalecer la actividad
productiva. Quizá no tanto en grandes empresas (en donde
el capital
físico necesario para la flexibilización es
más costoso y donde las economías de escala siguen
teniendo un mayor peso), pero sí en áreas
más reducidas, en el campo de la pequeña y mediana
empresa y en el de los distritos industriales intensivos en
trabajo (textil, electrónica especializada) que
vivirán muy posiblemente procesos de
integración en torno a empresas más
especializadas que reduzcan los costes de organización y
permitan alcanzar las economías de integración y
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