- La comunidad primitiva de
Jerusalén - La propagación del
cristianismo. La predicación paulina - La perspectiva de la escuela
joánica - Corolario: La primitiva
"espiritualidad escatológica" - Bibliografía
Cuando hablamos de "escatología" en las comunidades primeras
comunidades cristianas, nos referimos a cuál era su
concepción y vivencia respecto de las realidades
últimas en las cuales creían y a las que orientaban
su vivencia de la fe en las diversas contingencias socio-políticas
que les tocaron en suerte. Evidentemente no buscamos descubrir en
estas comunidades un Tratado dogmático sobre las
realidades últimas, sobre el futuro personal
(escatología individual) y de la humanidad
(escatología colectiva), pero sí queremos ver
cómo la evolutiva concepción de estas cosas
influirá en su modo de ser y vivir la fe.
No se piense, empero, que la dimensión
escatológica de las primitivas comunidades cristianas fue
un novum ex nihilo, sino que se enraíza en la
escatología profética judía, del Antiguo
Testamento. Antes de Cristo, Israel miraba
hacia el que había de venir.
Después de la resurrección, la fe de las
primeras comunidades cristianas miran al final de los tiempos:
muerte,
juicio, vida eterna. Los profetas del AT anunciaron los tiempos
mesiánicos en un lenguaje
fuertemente imaginativo
En NT se manifiestan (al menos para la exégesis
cristiana primitiva) cumplidas tales esperanzas: Cristo es la
plenitud que esperaban; en él llega la "nueva
creación", que es la salvación. Pero también
paulatinamente se va tomando conciencia que
falta la consumación del misterio de Cristo en los
cristianos y en la historia; para los primeros
cristianos, la vivencia de la fe estará teñida de
la esperanza de la consumación escatológica,
identificada con la recapitulación de todas las cosas en
la segunda y definitiva venida de Cristo.
Así, el Apocalipsis de Juan será
testimonio ejemplar de las primitivas visiones simbólicas
de la espera (inminente) del mundo definitivo.
En efecto, la espera de la venida "inmediata" de Cristo
resucitado que implantaría definitivamente el Reino de los
cielos, caracterizó profundamente la vida de las
comunidades primitivas, y tal tendencia hacia la
"Jerusalén celeste" perjudicó en algún modo
la idea de una Iglesia
"histórica", pero ante el aplazamiento de la
parusía, se fue forjando con el correr del tiempo la
convicción de que la Iglesia está llamada a vivir
desde la fe el ¡Marana tha!, como peregrina en el
tiempo. Veamos un poco mas detenidamente como se fue dando este
proceso.
La comunidad
primitiva de Jerusalén.
…Y quedaron todos llenos del
Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les concedía
expresarse… Pedro, presentándose con los Once,
levantó su voz y les dijo:
«Judíos y habitantes todos de
Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad
atención a mis palabras: No están
éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es
la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el
profeta: Sucederá en los últimos días,
dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros jóvenes verán visiones y vuestros
ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis
siervos y sobre mis siervas derramaré mi
Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y
señales abajo en la tierra.
El sol se
convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes
de que llegue el Día grande del Señor. Y todo el
que invoque el nombre del Señor se
salvará».
Hch 2, 4. 14-21.
La actuación histórica de Jesús, y
los acontecimientos capitales de su muerte y resurrección
constituyeron el "eje del movimiento
cristiano". Según el testimonio de los Hechos de los
Apóstoles, Jerusalén, donde se había
completado la obra redentora del Mesías, se
convirtió en el centro de los seguidores de Jesús,
lugar de reunión de los discípulos después
de la dispersión del Gólgota.
El clima de esta
ciudad, que marcará ciertamente la formación de la
primitiva Iglesia, estaba dado por la tradición religiosa
de esta ciudad, las rivalidades entre fariseos y saduceos, pero
también por el rasgo claramente escatológico del
grupo de los
ascetas de Qumrán.
Como grupo religioso, los cristianos aparecían en
Jerusalén como una hairesis, como una secta en el
entorno judío. De hecho, obedecía a la Ley y veneraba el
Templo, de modo que exteriormente no haber una marcada ruptura
con la religión judía.
A diferencia de los separatistas de Qumrán, la
comunidad cristiana de Jerusalén siguió, al menos
al principio, ligada a Israel, pero a diferencia éste, vio
el cumplimiento de la esperanza mesiánica en la
resurrección de Cristo, y la consumación de la
promesa en su última y definitiva venida.
La antigua invocación "¡Marana tha!"
pronunciada por toda la comunidad durante las eucaristías
domésticas, testimonia esta esperanza. Más
aún, no se trataba de una simple devoción personal,
sino de una esperanza que actúa como vínculo de
unión de los creyentes, hasta hacer de todos "un solo
corazón
y una sola alma", a tal
punto que los movía a relativizar la posesión de
bienes, y a la
vez, a compartirlos unos con otros.
La comunidad de Jerusalén experimentó el
cumplimiento de las señales de salvación: la
Efusión del Espíritu anunciado por los profetas
para los "últimos días", el perdón de los
pecados, juntamente con sus exigencias de oración y de
comunión. Pero reconoció a la vez que la plenitud
de la obra salvadora no había llegado aún y que
debía vivir en actitud de
incesante esperanza.
El caso del martirio de Esteban —acusado, al igual
que su Maestro, de hablar desacreditando el Templo—
atestigua una progresiva tendencia a desvincular la
salvación escatológica con Jerusalén. Lo
cual parecía acentuarse a medida que la comunidad de
Jerusalén iba expandiendo su predicación misionera,
a la vez que esto acarrearía serios conflictos con
el judaísmo reticente a la predicación de la
salvación universal por la fe en Cristo.
Hacia el año 48/49 el llamado concilio de
Jerusalén, reuniendo a los apóstoles, reconoce la
posibilidad de una fe libre del yugo de la Ley, con lo cual se
acrecienta el aislamiento de los hebreos cristianos en
Jerusalén. Empero, los que estaban bajo la dirección de Santiago, el hermano del
Señor, se esforzaron en permanecer fieles a la
tradición judía, siguiendo ligados a Israel,
incluso sociológicamente.
La
propagación del cristianismo.
La predicación paulina.
Así pues, si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo
sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no
a las de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra,
entonces también vosotros apareceréis gloriosos
con él.
Col 3, 1-4.
El reconocimiento del una fe cristiana libre de la Ley
hizo posible que la predicación del Evangelio traspasara
las fronteras del pueblo de Israel. Los crecientes
discípulos, al igual que los apóstoles y
evangelistas, colaboran en la "propaganda" de
la salvación escatológica en Cristo, especialmente
con la celebración de la eucaristía en reuniones
domésticas de oración, en las que unánimes
piden "que venga a nosotros el Reino".
De la comunidad cristianogentil de Antioquia
nació la iniciativa de que Pablo y Bernabé se
consagraran a la predicación misionera. La urgencia de la
proclamación universal de la fe estaba sustentada en la
convicción de la inminencia del fin del mundo. Si bien
Pablo y Bernabé se presentaban también en las
sinagogas de las ciudades que respectivamente visitaban, eran
escuchados sobre todo por los gentiles. La
predicación de estos dos grandes heraldos afirmaba la
esperanza escatológica en los cristianos provenientes del
paganismo, que nada tenían que ver con la Ley mosaica.
Pablo visitó un par de veces las ciudades de Asia Menor, hasta
que, inspirado por una visión pasó a Macedonia.
Tras una breve estancia en Palestina, tomó a Éfeso
como centro de su actividad misionera entre los años 53 al
57; allí tuvo que enfrentarse a un cristianismo de corte
judaizante.
La enseñanza de san Pablo está transida
por la tensión escatológica resultante de los
aún no consumados efectos salvíficos de la
redención, de allí que el cumplimiento de las
promesas realizadas en Cristo ocupe un lugar central en su
predicación.
La concepción de la esperanza paulina es
inseparable de la paciencia en la tribulación: el
bautizado ha sido arrebatado de este perverso mundo, es una nueva
creatura y posee en sí, por el Espíritu, las
primicias del mundo venidero, anhelando al cual gime toda la
creación. Respecto de la segunda venida, en la que
tendrá lugar ostensiblemente la manifestación de
Cristo glorificado, algunos textos parecen sugerir una inminencia
cronológica, aunque en otros, afirma expresamente
desconocer ese tiempo y momento preciso.
Mayor importancia que la precisión
cronológica de la Parusía tiene la idea
teológico-moral que le
consigue: el cree en Cristo debe vivir ahora en comunión
con Él y morir luego en Él. Este ideal de vida no
sería posible sin el Espíritu, don
escatológico por antonomasia, garante de la fidelidad de
Dios, cimiento inconmovible de la esperanza cristiana
La perspectiva
de la escuela
joánica.
…Le dice Jesús: «Tu hermano
resucitará». Le respondió Marta: «Ya
sé que resucitará en la resurrección, el
último día». Jesús le
respondió: «Yo soy la resurrección. El que
cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que
vive y cree en mí, no morirá jamás.
¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí,
Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios, el que iba a venir al mundo».
Jn 11, 23-27
«En verdad, en verdad os digo: el que
escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida
eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a
la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora —ya
estamos en ella—, en que los muertos oirán la voz
del Hijo de Dios, y los que la oigan
vivirán»
Jn 5, 24-25.
A diferencia de la escatología paulina, en san
Juan el acento de la esperanza escatológica está
situado más decididamente en el presente, en la realidad
actual del creyente. Juan prefiere reposar en la posesión
de la vida eterna otorgada ya aquí al que cree en Cristo.
El que cree en Él y lo ama y ama a su prójimo,
camina en la luz porque posee
ya la vida eterna y pasa de la muerte a la vida, sin estar
sometido al juicio. La resurrección se nos anticipa ya en
esta vida. A pesar de este acento en la perspectiva
escatológica del presente, san Juan no deja de aludir a
los acontecimientos del último día, juicio y
resurrección de los cuerpos, y también a la segunda
venida, que será con toda propiedad la
Epifanía del Señor.
La escatología del Apocalipsis es
complementaria a la del cuarto evangelio: su centro es el Cordero
resucitado, aclamado por todos los que bañados en su
divina sangre llegaron a la gloria. Pero antes los creyentes
tendrán que soportar un enjambre de males sobre esta
tierra caduca.
Las persecuciones no hacen sino reclamar la
instauración definitiva de los cielos nuevos y la tierra
nueva anunciados por los profetas.
Por eso el fin de las "visiones" contenidas en este
libro tienen
como fin robustecer la esperanza de los primeros cristianos en
medio de las tribulaciones provenientes de los poderosos del
mundo que dan la espalda a Dios, representados por entonces en el
babilónico Imperio Romano
aún no converso.
Entretanto la vida cristiana es una existencia
escatológica, testificada por el anhelo de la mutua y
plena posesión del Esposo y la Esposa, Cristo resucitado y
la Iglesia.
Por eso, acertadamente podemos ver que mística
escatológica que nos presenta la escuela joánica,
especialmente remarcado en el libro del Apocalipsis —aunque
no descarte la perspectiva individual— no propone en primer
lugar una relación del alma individual y Cristo, sino ante
todo una mística eclesial.
Corolario: La
primitiva "espiritualidad escatológica"
«Dentro de poco el mundo ya no me
verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo
y también vosotros viviréis. Aquel día
comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en
mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los
guarda, ése es el que me ama; y el que me ame,
será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él».
Jn 14, 19-21.
Para las primeras comunidades cristianas, la prueba
decisiva de que el Jesús histórico era el Cristo de
los últimos días vino por el acontecimiento de la
resurrección y su consiguiente predicación bajo el
impulso del Espíritu que Él mismo había
enviado desde el Padre.
La batalla decisiva contra los poderes del mal
había sido ganada, y la restauración, el mundo
futuro estaba germinando en las comunidades de los que abrazaban
la fe, la cual era celebrada en las eucaristías
domésticas, verdadero y principal centro de unidad de las
comunidades.
La espiritualidad de los primeros cristianos, con los
matices propios que vimos en las diversas comunidades
apostólicas, en líneas generales, era vivida en la
tensión del "ya pero todavía no" (tensión
que, por otra parte, perduró de un modo u otro a lo largo
de la historia de la Iglesia; piénsese, por ejemplo, en la
predicación del inminente Juicio de un san Vicente de
Ferrer en la Europa
moderna).
A partir de lo que tuvimos oportunidad de ver hasta
aquí, es evidente que la demora de la parusía
actuó como una fuerza de
decisiva importancia en la conformación de la vivencia de
la fe en los primeras comunidades cristianas.
Un especialista en la materia, nos
dice lo siguiente, y con sus palabras terminamos este informe: "El
Nuevo Testamento está lleno de evidencias que
señalan los problemas,
tanto psicológicos como teológicos, que la demora
de la parusía creó a los miembros de la Iglesia.
¿Cuándo vendrá el Señor?
¿Dónde está Él ahora?
¿Cuál es el estado de
la existencia cristiana hasta que Él venga? Tales
preguntas y las respuestas dadas a ellas por los primeros
cristianos determinaron para siempre la forma de la
espiritualidad cristiana". —
* * *
Peter STOCKMEIER, "Edad Antigua", en
LENZENWEGER-STOCKMEIER-AMON-ZINNHOBLER (dir), Historia de la
Iglesia Católica, Barcelona, 1997.
- John D. ZIZIOULAS, "La comunidad cristiana
primitiva", en ", en AA. VV., Espiritualidad Cristiana,
Lumen, Buenos Aires,
1996 (tomo I).
- J. APECERA PERURENA, "Escatología en el
cristianismo primitivo", en AA. VV., G.E.R., Rialp,
Madrid,
1981 (tomo VIII).
- AA.VV., Biblia de Jerusalén
[versión electrónica].
Fray Marcelo María Aguirre OP
(Marcellus)
UNSTA, Buenos Aires, 2005.