Paro y control
social
Cuanto se acaba de señalar permite deducir que es
la propia dinámica estructural de las
economías capitalistas contemporáneas la que
provoca los fenómenos concurrentes de desempleo
generalizado y depauperación del trabajo,
dinámica que se ha exacerbado en el neoliberalismo
porque su eficacia para
diseñar y aplicar estrategias
favorables al capital ha
generado condiciones de vida y trabajo, relaciones salariales y
extrasalariales que parecían haber desaparecido ya en el
siglo pasado.
Si al mismo tiempo que se
consideran los cambios en el entramado tecnológico del
sistema y en la
regulación institucional y política se
contemplan los cambios globales que se han venido produciendo en
nuestras sociedades, en
sus sistemas de
valores, en
los procesos
culturales, etc. se podrá comprobar sin lugar a dudas que
el paro
estructural, la precarización y en general la
condición empobrecida en la que se desenvuelve hoy
día el trabajo
humano forman parte, o son el resultado, de una verdadera
estrategia, o
de un complejo orden sistémico, para evitar la
tentación de una explicación conspiratoria. O, si
se quiere expresar de otra forma, la consecuencia de que el
abanico más amplio de demandas sociales entra en
contradicción con la exigencia de rentabilidad
que sirve de base al sistema económico (Housson
1997).
Efectivamente, los cambios en la estructura
productiva y en la política encaminados en última
instancia a modificar la pauta distributiva que se había
llegado a forzar a favor del trabajo a lo largo de los
años sesenta y setenta requerían una complementaria
intervención sobre el sistema de valores sociales
orientada a evitar la rebelión o la protesta generando y
fortaleciendo los mecanismos capaces de garantizar la legitimación social, esto es la necesaria
aceptación del orden establecido que requiere toda
sociedad.
En realidad, todos estos procesos -desde la
modificación de la pauta de consumo
(Torres 1994b) hasta la conformación de nuevos espacios
culturales mercantilizados, pasando por la conformación de
expectativas, valores, imágenes
sociales, etc. a los que aquí no puedo hacer referencia
con detalle- no sólo tienen efectos evidentes sobre el
trabajo, sino que están concebidos básicamente para
modificar la propia condición humana en el trabajo, la
forma en que los individuos hacen frente al problema de la
satisfacción de sus necesidades. Efectivamente, el paro se
constituye en el más potente disciplinador, en el freno
más contundente de la movilización ciudadana
orientada a lograr mejores condiciones de vida que en el contexto
de una sociedad escindida sólo pueden conseguirse en
perjuicio del capital. El individualismo, el aislamiento
convivencial, el descrédito de las instancias y
experiencias de carácter colectivo, el desmantelamiento de
los espacios de encuentro, la conformación de una conciencia social
que asume la satisfacción como una conquista personal, la
formación, en fin, de una verdadera "mentalidad sumisa"
(Romano 1993) no son sino los mecanismos de control social
necesarios para que los seres humanos asuman como natural, e
incluso acepten como deseable, un mundo y unas relaciones
sociales y de trabajo que, sin embargo, le son francamente
desfavorables desde cualquier punto de vista que se contemple. Y
la nueva condición del trabajo, el desempleo masivo o el
frustrante empleo
precario, está prescisamente concebida para contribuir de
manera decisiva a esa nueva condición humana y
social
Sin todo ello, no hubiera sido posible generar un orden
productivo y una nueva relación laboral
frustrante y que, sobre todo, se desentiende de lo que
debería ser su razón y motivación
natural: proporcionar satisfacción.
4. El ser
humano como problema
He tratado de poner de manifiesto en estas
páginas que el verdadero problema del empleo en nuestra
época es mucho más que una simple cuestión
de cantidad y ni tan siquiera sólo un asunto de calidad. En
realidad, incluso hablar de escasez de
puestos de trabajo, a pesar de las grandes cifras de paro
existentes, puede llegar a ser paradójico si se tiene en
cuenta la existencia de horarios de esclavitud, de
actividades incesantes -como ocurre muy especialmente en el caso
de las mujeres-, de la utilización de niños
cuasi esclavos o, sobre todo, de la insuficiencia real de la
oferta actual
para suministrar bienes y
servicios a la
población mundial. No puede decirse, pues,
que no haga falta más trabajo, sino que éste se
emplea tan sólo si se satisfacen determinados criterios de
rentabilidad, lo que obliga a pensar que lo que se necesita es
una lógica
distinta para su utilización. Son docenas, quizá
cientos o miles de millones de personas las que dedican la mayor
parte de su existencia a actividades de subsistencia que, sin
embargo, no se traducen ni en el empleo del que entienden las
estadísticas cuando éstas se
convierten en un verdadero discurso
social más que en una simple técnica de recuento,
ni en los ingresos
suficientes para cubrir necesidades que sólo se sacian a
través de la dinámica de los mercados. Muchos
son los que trabajan y no cuentan y tantos los que trabajan y
cuentan aunque, sin embargo, tampoco eso les sirve de manera
sustancial para lograr satisfacción. De suyo, no es
trabajar o no lo que resulta finalmente determinante para
lograrla, sino el poseer recursos
monetarios, algo a lo que no todos acceden por igual en nuestras
sociedades pues no es el trabajo en sí mismo lo que puede
garantizarlo..
El problema radical del trabajo la sociedad capitalista
es que se desentiende de su vinculación efectiva con la
satisfacción de la necesidad para incardinarse tan
sólo en la ecuación del lucro que gobierna las
relaciones sociales. Es un hecho, precisamente por ello, que el
problema del trabajo y del empleo en el capitalismo
moderno se plantea verdaderamente sea cual sea el nivel
Aoficializado@ del desempleo existente, como muestra clara y
recientemente el caso de Estados Unidos o
de algunos países del Tercer Mundo. no es sólo un
problema accidental o de coyunturas.
La época más reciente dominada por el
neoliberalismo ha venido a exacerbar esta situación, pues
esa filosofía no es sino un tratamiento de choque, aunque
de impacto estructural, a una crisis
profunda del sistema capitalista en la que precisamente el
trabajo asalariado había abierto brechas demasiado
profundas. Su inteligente y eficaz aplicación, no
sólo por gobiernos que reconocían expresamente su
influencia, ha permitido situar finalmente al trabajo en el lugar
que debe corresponderle en el capitalismo, supeditado siempre a
la estrategia de rentabilización del capital que se
defiende y a expensas, pues, del beneficio.
El neoliberalismo ha logrado que gracias a las
transformaciones que se han venido llevando a cabo se salvaguarde
con éxito
la civilización del capital, pero eso mismo nos indica
cuáles son los resortes que inevitablemente deben
modificarse si se quieren evitar sus lacras más severas,
las que no hay manera de ocultar, ni de evitar bajo la misma: el
incremento de las desigualdades, la insatisfacción y el
malestar humano.
Si tan sólo queremos limitarnos a impulsar la
creación de unos cuantos millones de empleos, basta
sencillamente con favorecer la dinámica natural del ciclo
económico, si nos es suficiente la generación de
puestos de trabajo de cualquier condición y naturaleza,
déjense a las empresas gozar de
libertad y
movimientos. Pero si lo que la sociedad se plantea es la
satisfacción generalizada, la seguridad y la
libertad real de los ciudadanos es preciso modificar las tres
lógicas que degeneran hoy día el trabajo y la
actividad humana: la lógica de la producción y del uso material de los
recursos para procurar su utilización racional y
sostenible; la de la regulación macroeconómica para
hacer posible la equidad en el
reparto; y la de los valores y
creencias sobre los que fundamentamos nuestra vida colectiva,
para que ésta no termine en la frustración
generalizada a la que inevitablemente lleva la ganancia como
único y privilegiado incentivo del ser humano.
Para ello es necesario comenzar a asumir nuevas
perspectivas de análisis e imperativos éticos
diferentes. No tener miedo, en fin, a poner Apatas arriba@ una
sociedad que se lo merece por injusta. Cuando los economistas y
los científicos en general aprendamos a plantear y
resolver los problema sociales, y desde luego muy en particular
el del trabajo, mirando a la cara de los hombres y las mujeres
más desfavorecidos del planeta quizá tengamos menos
ataduras para hacerlo.
5.
Las condiciones para la creación de
empleo
A partir de lo que acabo de señalar se pueden
obtener tres conclusiones básicas que permiten determinar
la naturaleza de los problemas
laborales de nuestra época.
La primera de ellas, la generación de
volúmenes muy elevados de desempleo como consecuencia de
la combinación de factores de muy distinta
naturaleza:
- el cambio en
las estructuras
productivas que implica ahorro en la
cantidad de trabajo utilizado o su desplazamiento. - el contexto macroeconómico de
financierizaciónque favorece la actividad especulativa y
desincentiva la inversión real creadora de riqueza y
empleo. - el predominio de políticas deflacionistas que deprimen el
crecimiento
económico. - las mutaciones sociodemográficas muy
importantes que alteran la composición de la
población activa: trabajo femenino, envejecimiento,
desajustes en los sistema de formación, crisis de
sectores tradicionales… - el interés
político de desmovilizar a los movimientos
sindicales.
La segunda de ellas, y no menos importante, que el
desempleo entendido en su pura dimensión cuantitativa no
es el rasgo único de la condición actual del
trabajo, sino que a volúmenes elevados de paro le pueden
acompañar ritmos a veces incluso elevados de
creación de puestos de trabajo que se caracterizan, sin
embargo, por su extraordinaria precariedad.
Finalmente, que se modifica la propia naturaleza y
función
del trabajo en la vida social, como consecuencia, así
mismo, de diversos factores:
- el cambio en la concepción del tiempo derivado
de la flexibilización y fragmentación de procesos
que permiten las nuevas
tecnologías. - el incremento de las actividades humanas en
ámbitos que no se consideran como actividades
económicas por no pertenecer al universo de lo
monetario. - el divorcio
entre empleo y satisfacción, como consecuencia de la
precarización y del empobrecimiento laboral.
A partir de aquí entiendo que es de donde pueden
establecerse condiciones alternativas para la generación
de puestos de trabajo que cumplan el objetivo no
sólo de aumentar las tasas estadísticas de empleo
sino, sobre todo, de procurar la necesaria satisfacción de
las necesidades sociales.
Desde ese punto de vista se podrían establecer
varios ámbitos de consideración.
La naturaleza del trabajo
Una cuestión básica es que el trabajo es
una actividad que cualifica al ser humano, una de las expresiones
de su sociabilidad y el proceso en
virtud del cual se pueden satisfacer las necesidades que
condicionan su misma existencia. Considerarlo exclusivamente como
una mercancía y plantearlo socialmente como algo que se
resuelve tan sólo en términos de relaciones
mercantiles constituye una restricción esencial a sus
posibilidades de libre realización.
Puede parecer que una reflexión de este tipo es
tan sólo un principio filosófico aparentemente
ajeno a las cuestiones económicas, aunque cabría
señalar que el pensamiento
neoliberal se basa igualmente, y como no puede ser menos, en una
filosofía del ser humano, aunque ésta basada en el
principio del comportamiento
egoísta.
Hoy día, el fenómeno más singular
de la realidad del trabajo es que el ser humano está
enajenado desde el punto de vista de su realización
personal en tanto que las condiciones necesarias para acceder a
su satisfacción se hacen depender de la superación
de las barreras que impone una distribución desigual de los derechos de
apropiación y en virtud de la cual sólo quien
dispone de capital acumulado puede hacerlas efectivas.
Nuestra civilización se fundamenta en una
aportación ingente de esfuerzo humano que no se incorpora
habitualmente al cómputo convencional de la actividad
económica y el empleo. Mucho más, en los momentos
actuales en los que la propia renuncia de los poderes
públicos a proporcionar institucionalmente una amplia gama
de servicios y bienes públicos sociales obliga a
obtenerlos fuera de circuito económico. Resulta así
que el valor
intrínseco del trabajo humano se diluye en relaciones de
mercado que
sólo reflejan una dimensión muy parcial y
empobrecida del ser humano.
Debe tratarse, entonces, de revalorizar el trabajo, de
reconsiderar su papel social y de asumir que las relaciones
sociales basadas en la enajenación y en la frustración son
las que implican que el esfuerzo de las personas no pueda
traducirse en satisfacción material y espiritual. Las
magnitudes y variables que
sirven de referencia para gobernar los procesos económicos
son completamente ajenas a esta dimensión fundamental y
realmente ejercida de la vida humana. Se definen los problemas
económicos, y por lo tanto también los laborales,
de espaldas a la realidad más evidente, pero que se vela
en la medida en que no se incorpora a la dinámica
mercantil que repele toda actividad humana que no se traduzca en
beneficio para los poseedores del capital y de los derechos de
apropiación estratégicos.
En concreto, todo
ello obliga a reconsiderar el concepto de
actividad económica, la definición de las variables
que sirven de base para adoptar medidas de política
económica y, en suma, a aflorar la totalidad de la
actividad humana orientada procurarse la satisfacción que
requiere la vida social. El empleo, tal y como hoy día es
concebido no puede ser el prerrequisito de la misma. En primer
lugar, porque nuestra propia forma de organizar los procesos
económicos ha dado como resultado la aparición de
formas de producción y consumo que se solapan de manera
inevitable porque el consumo implica actividades de
producción de servicios y la producción actos
inmediatos de consumo (tal y como ocurre con los nuevos tipos de
servicios que constituyen una parte principal de nuestra forma
actual de vida económica), y ello obliga a que sea
necesario garantizar (como en realidad le ocurre a los sectores
sociales más privilegiados) un mínimo de recursos
que no pueden ser obtenidos a partir de la colaboración
directa en actividades de producción y a través del
empleo.
En segundo lugar, porque nuestras sociedades se
organizan sobre la base de una definición previa de una
determinada pauta de producción y consumo que condiciona
entonces un tipo y una posibilidad concretas de obtención
de los recursos, precisamente porque dicha pauta no se define con
alcance semejante para todos los individuos. En la medida en que
dicha pauta se diseña en y a través del mercado el
objetivo de la producción es solamente la ganancia y eso
necesariamente deriva en despilfarro de recursos y, más
concretamente, de recursos
humanos.
El mejor y más potente yacimiento de empleo que
hoy puede encontrarse es el que podría explotarse si se
programase la producción de bienes y servicios a los que
tiene derecho cualquier ser humano, toda vez que hoy día
las tres quintas partes del planeta no tienen acceso a los
niveles de satisfacción básicos.
Lo que a veces se califica como "escasez de empleos" no
es sino la expresión de la sobreabundancia de beneficio,
pues no se pone en acción
la capacidad de producción potencial que tenemos a nuestro
alcance. No puede explicarse de otra manera que no se pongan en
producción sectores enteros de actividad, que las
políticas económicas se centren en la
contención de la actividad y en el mantenimiento
en barbecho de recursos que podrían satisfacer tantas
necesidades humanas insatisfechas. La escasez de puestos de
trabajo no sería tal si la Humanidad dedicara el esfuerzo
humano y los recursos disponibles a la satisfacción de
todos los individuos en lugar de ponerlos al servicio de
los interés de lucro de los dueños del capital y
los recursos.
El contexto del trabajo
Desde otro punto de vista, y en la perspectiva algo
más concreta de las políticas y de los marcos
institucionales, no puede dejarse de señalar que el tipo
de actividad económica que se incentiva y se protege
privilegiadamente no es hoy día la que implica
directamente creación efectiva de riqueza. He mencionado
más arriba que la financierización de nuestra
economías, el mantenimiento de un estados de cosas que
incentiva la ganancia especulativa y los intercambios orientados
tan sólo a multiplicar el beneficio con independencia
del grado de satisfacción social que llevan consigo no han
podido sino originar un tipo de economías como las que hoy
día conocemos y con la situación laboral a la que
he hecho referencia.
Más concretamente, eso implica reconsiderar el
tipo de impulsos necesarios para poner en funcionamiento los
mecanismos económicos, al menos, en cinco grandes
direcciones.
a) En primer lugar, es preciso modificar las
políticas macroeconómicas dominantes de
carácter deflacionista, esto es, ocupadas en contener la
actividad para salvaguardar la pauta de producción y
consumo que privilegia a los intereses más poderosos. Ya
he señalado también que éstas
políticas son directamente causantes de los problemas
laborales de la actualidad y, en particular, del elevado nivel de
desempleo. Se ha procurado, sobre todo, contener la
generación de actividad económica y eso ha dado
lugar no sólo a ritmos nominales de crecimiento
económico más débiles, que de suyo implican
menor capacidad de generar empleo, sino a la verdadera
destrucción de la capacidad potencial de generarla.
Sectores económicos enteros se encuentran en declive,
recursos materiales
ingentes se volatilizan, incluso los recursos
naturales que utilizados estratégicamente
podrían proporcionar satisfacción a toda la
población se dilapidan. Basta mirar someramente a nuestro
alrededor (agricultura,
ganadería,
pequeña empresa,
producción vinculada a recursos autóctonos,…)
para comprobar que las políticas económicas
dominantes se encaminan a generar un verdadero desierto
económico o, en el mejor de los casos, una frondosa pero
improductiva arboleda. Mientras que el círculo de los
intercambios monetarizados se restringe paulatinamente, se abre
un abismo insondable en donde cada son más quienes han de
buscarse la vida, si es que ello es posible, al margen de los
recursos cada vez más concentrados en menos
manos.
Es necesaria, en consecuencia, una vuelta de tuerca
radical en la orientación de las políticas
macroeconómicas para que contemplen de manera fundamental
la expansión económica y la puesta en uso de los
recursos potenciales. En lugar de perseguir continuamente el
enfriamiento de la maquinaria económica hay que poner en
ebullición las calderas de la
actividad económica programando la producción de
manera, sencillamente, que se produzca todo aquello que los seres
humanos necesitan para vivir.
b) En segundo lugar, hay que considerar, sin embargo,
que nuestra forma de generar actividad económica, lo que
podríamos denominar el "modelo de
crecimiento económico" es intrínsecamente
imperfecta. Implica relaciones económicas marcadas por la
dependencia -lo que impide que los espacios económicos
hagan el mejor uso de los recursos de los que disponen-, por el
despilfarro de nuestra base energética -lo que lo hace
insostenible y depredador-, por la desigualdad -que lleva consigo
la enajenación de las fuentes de
creación de riqueza-, y autoparalizante, pues la inercia
del beneficio deriva en continuas crisis y estadios sucesivos de
sobreproducción y de quiebras en los procesos
productivos.
c) En semejante contexto de deflación y
contención de la actividad creadora de riqueza y empleo
las políticas públicas que deberían estar
orientadas a proporcionar las bases de lanzamiento de la
actividad económica (mediante la creación de
infraestructuras materiales, de servicios colectivos, de
formación o fortalecedoras de la acción
emprendedora) están cada vez más puestas en
cuestión. La acción de los gobiernos se dirige
más al ahorro social que a la inversión en
generadores de actividad. El gasto
público se demoniza, aunque no se descuida, sin
embargo, el apoyo y la protección por muy costosa que sea
de los intereses privados o de las estructuras al servicio del
capital o, sencillamente, de la dominación
política, ideológica o militar.
En particular, y conforme al grado de
insatisfacción social dominante, no puede entenderse sino
que los gobiernos deben convertirse en el mecanismo a
través del cual afloren las relaciones económicas
que actualmente se consideran fuera de los procesos
económicos, pero que representan una parte principal del
esfuerzo humano orientado a la satisfacción.
d) Un elemento singular que ha causado el deterioro
progresivo de las condiciones laborales de la población es
el debilitamiento de las estructuras del Estado de
Bienestar, o en la mayoría de los países su propia
inexistencia. En contra de lo que hoy día se toma, sin
apenas fundamento, como un principio de partida de las
políticas económicas, el mantenimiento, la
creación o el fortalecimiento de actividades de
protección, de asistencia o de bienestar social
permitiría no sólo evitar la destrucción de
puestos de trabajo, sino la creación de actividades
laborales que permitieran la obtención de ingresos para
toda la población. Concretamente, e incluso desde el puro
punto de vista de ampliar los mercados y garantizar la salida de
la producción potencial, han de establecerse los
mecanismos que permitan el disfrute universal de ingresos
mínimos garantizados.
e) Finalmente, hay que mencionar que nuestras
economías se implican actualmente en relaciones de
carácter global pero en condiciones que no llevan consigo
una verdadera globalización de los patrones de
satisfacción de las necesidades, sino de las pautas que
permiten la mejor rentabilización de los capitales. Es
necesario, por ello, asumir un nuevo tipo de proteccionismo, que
no tiene que ver, como se ha solido considerar y como en realidad
ocurre hoy en las grandes naciones o regiones con poder
suficiente para ello, con la salvaguarda de los intereses
más poderosos en los diferentes espacios nacionales, sino
con la generación de actividad productiva vinculada a cada
uno de ellos, procurando la satisfacción a partir de la
utilización eficaz de los recursos autóctonos,
cuando existan -como sucede con mucha mayor frecuencia de lo que
a veces se cree-, o facilitando un tejido de relaciones
comerciales que no esté marcado, como en la actualidad,
por la asimetría, por el poder desigual y por el
privilegio de los grupos
económicos más potentes o desarrollados.
En definitiva, no puede aceptarse la idea de que el
empleo esté como oculto en escondites que
deberíamos tratar de descubrir, como suele decirse ahora,
en virtud y en la medida en cada individuo
disfrute del suficiente espíritu emprendedor. El problema
es de otra naturaleza. Se trata de poner en primer término
el parámetro de la necesidad general y a partir de
ahí involucrar a los recursos en la producción de
lo necesario.
La condición misma del trabajo
Es evidente que la situación actual del trabajo
en nuestras economías deriva no sólo de las
transformaciones estructurales mismas que se han venido dando,
sino de las circunstancias sociales en las que se producen. Es
preciso tener cuenta que la base tecnológica dominante y
el tipo de relaciones productivas que se derivan de ellas
modifica la condición en que puede desenvolverse el
trabajo, no sólo cuantitativa, sino también
cualitativamente.
Las piezas del rompecabezas económico se han
hecho poliédricas y tienen hoy día un encaje mucho
más complejo y dificultoso. La posibilidad de intercambiar
actividades en tiempo real, de utilizar servicios intangibles
como componente principal de la actividad productiva, la
fragmentación de los procesos, la versatilidad de las
técnicas y de los procedimientos
implican necesariamente una concepción diferente del
tiempo socialmente útil y, en consecuencia, una exigencia
objetiva de flexibilización, e incluso de fractura en las
secuencias. La posibilidad de intensificar el uso del tiempo y de
obtener ganancias de productividad
puede permitir un ahorro efectivo de esfuerzo humano y disminuir
la cantidad de tiempo social utilizado en la producción.
Igualmente, la complejidad de los procesos puede tender a
requerir niveles de cualificación progresivos o muy
especializados.
Pero ninguno de esos procesos, que realmente constituyen
una novedad en nuestros sistemas productivos pueden ser ni un fin
en sí mismo, ni una circunstancia que pueda contemplarse
en abstracto. Debemos disponernos a aplicar nuestro esfuerzo en
condiciones posiblemente diferentes a las que han sido
tradicionales, pero tan sólo en la medida en que ello sea
el resultado de un planteamiento previo sobre la estrategia de
producción que es deseable de manera más
generalizada. En realidad, cuando esas transformaciones se
producen al amparo de una
dinámica productiva orientada al lucro privado, terminan
por ser la expresión de un trabajo humano empobrecido y
empobrecedor, alienante y frustrante desde la perspectiva
esencial del bienestar humano.
En definitiva, y como se ha escrito recientemente en un
Informe al Club
de Roma, los
seres humanos "somos lo que producimos" (Giarini y Liedtke 1998),
aunque podríamos decir también que somos como
producimos, y el problema radica en que lo que hoy día
más bien se ha decidido es no producir o producir tan
sólo aquello que conviene a los intereses
económicos dominantes. La complejidad es, así,
mucho más aparente que real. Detrás de la incesante
renovación tecnológica late un desarrollo
cuya lógica principal es la autosuperación,
detrás de la retórica de la calidad y la excelencia
se esconde una descualificación progresiva de los oficios
y de los saberes para la mayoría de la población, a
la que se expulsa a los solares yermos de la desprovisión,
y detrás de la vorágine y la competitividad
no aparece sino la diáspora y la desertización
productiva, el desmantelamiento de las bases materiales de la
producción: el "horror económico" del que habla
Forrester (1997).
6. Una
(radical) reflexión final
He tratado de poner de manifiesto en estas
intervención que el verdadero problema del empleo en
nuestra época es mucho más que una simple
cuestión de cantidad y ni tan siquiera sólo un
asunto de calidad. En realidad, incluso hablar de escasez de
puestos de trabajo, a pesar de las grandes cifras de paro
existentes, puede llegar a ser paradójico si se tiene en
cuenta la existencia de horarios de esclavitud, de actividades
incesantes -como ocurre muy especialmente en el caso de las
mujeres-, de la utilización de niños cuasi esclavos
o, sobre todo, de la insuficiencia real de la oferta actual para
suministrar bienes y servicios a la población mundial. No
puede decirse, pues, que no haga falta más trabajo, sino
que éste se emplea tan sólo si se satisfacen
determinados criterios de rentabilidad, lo que obliga a pensar
que lo que se necesita es una lógica distinta para su
utilización. Son docenas, quizá cientos o miles de
millones de personas las que dedican la mayor parte de su
existencia a actividades de subsistencia que, sin embargo, no se
traducen ni en el empleo del que entienden las
estadísticas cuando éstas se convierten en un
verdadero discurso social más que en una simple
técnica de recuento, ni en los ingresos suficientes para
cubrir necesidades que sólo se sacian a través de
la dinámica de los mercados. Muchos son los que trabajan y
no cuentan y tantos los que trabajan y cuentan aunque, sin
embargo, tampoco eso les sirve de manera sustancial para lograr
satisfacción. De suyo, no es trabajar o no lo que resulta
finalmente determinante para lograrla, sino el poseer recursos
monetarios, algo a lo que no todos acceden por igual en nuestras
sociedades, pues no es el trabajo en sí mismo lo que puede
garantizarlo.
El problema radical del trabajo la sociedad capitalista
es que se desentiende de su vinculación efectiva con la
satisfacción de la necesidad para incardinarse tan
sólo en la ecuación del lucro que gobierna las
relaciones sociales. Es un hecho, precisamente por ello, que el
problema del trabajo y del empleo en el capitalismo moderno se
plantea verdaderamente sea cual sea el nivel "oficializado" del
desempleo existente, como muestra clara y recientemente el caso
de Estados Unidos o de algunos países del Tercer Mundo. No
es sólo un problema accidental o de coyunturas.
La época más reciente dominada por el
neoliberalismo ha venido a exacerbar esta situación, pues
esa filosofía no es sino un tratamiento de choque, aunque
de impacto estructural, a una crisis profunda del sistema
capitalista en la que precisamente el trabajo asalariado
había abierto brechas demasiado profundas. Su inteligente
y eficaz aplicación, no sólo por gobiernos que
reconocían expresamente su influencia, ha permitido situar
finalmente al trabajo en el lugar que debe corresponderle en el
capitalismo, supeditado siempre a la estrategia de
rentabilización del capital que se defiende y a expensas,
pues, del beneficio.
El neoliberalismo ha logrado que gracias a las
transformaciones que se han venido llevando a cabo se salvaguarde
con éxito la civilización del capital, pero eso
mismo nos indica cuáles son los resortes que
inevitablemente deben modificarse si se quieren evitar sus lacras
más severas, las que no hay manera de ocultar, ni de
evitar bajo la misma: el incremento de las desigualdades, la
insatisfacción y el malestar humano.
Si tan sólo queremos limitarnos a impulsar la
creación de unos cuantos millones de empleos, basta
sencillamente con favorecer la dinámica natural del ciclo
económico, si nos es suficiente la generación de
puestos de trabajo de cualquier condición y naturaleza,
déjense a las empresas gozar de libertad y movimientos.
Pero si lo que la sociedad se plantea es la satisfacción
generalizada, la seguridad y la libertad real de los ciudadanos
es preciso modificar las tres lógicas que degeneran hoy
día el trabajo y la actividad humana: la lógica de
la producción y del uso material de los recursos para
procurar su utilización racional y sostenible; la de la
regulación macroeconómica para hacer posible la
equidad en el reparto; y la de los valores y creencias sobre los
que fundamentamos nuestra vida colectiva, para que ésta no
termine en la frustración generalizada a la que
inevitablemente lleva la ganancia como único y
privilegiado incentivo del ser humano.
Para ello es necesario comenzar a asumir nuevas
perspectivas de análisis e imperativos éticos
diferentes. No tener miedo, en fin, a poner "patas arriba" una
sociedad que se lo merece por injusta. Cuando los economistas y
los científicos en general aprendamos a plantear y
resolver los problema sociales, y desde luego muy en particular
el del trabajo, mirando a la cara de los hombres y las mujeres
más desfavorecidos del planeta quizá tengamos menos
ataduras para hacerlo.
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GÉNESIS Y NATURALEZA DEL NEOLIBERALISMO:
Efectos sobre el trabajo
Sistema productivo | ||||
El punto de partida | La estrategia | Los procesos | Los resultados | Efectos sobre el |
Saturación mercados Agotamiento base Disminución tasa | Reestructuración productiva a escala internacional | · Nueva base (Nuevas Tecnologías de la Informatización + automatización · Reorganización Toyotismo, producción · Relocalización desindustrialización · Nuevas estrategias Diferenciación, imagen producto, nueva pauta consumo · Re-regulación Liberalización Abaratamiento uso fuerza trabajo Marcos liberales negociación laboral · Reorganización Reestructuración gerencial y | · Nuevas industrias alta Valor añadido Disminución escala Sustitución Trabajo por Trabajo muy cualificado Especialización Terciarización · Integración procesos Versatilidad Flexibilización · Aparición industrias (contenido tecnológico Nuevos oficios y tareas Especialización Deslocalización · Crisis industria tradicional: Deslocalización Quiebras · Diseminación espacial · Competencia compulsiva | · Paro · Multiplicación · Incremento demanda servicios personales a bajo · Necesidad trabajo a tiempo · Desmantelamiento · Diseminación · Desprotección Incremento autonomía de las Crisis Dª Trabajo · Trabajo niños trabajadores, explotación · Economía |
Regulación | ||||
El punto de partida | La estrategia | Los procesos | Los resultados | Efectos sobre el |
· Disminución tasa Distribución renta Presión reivindicativa (incremento coste laboral) · Endeudamiento · Hipertrofia flujos Inestabilidad monetaria · Crisis aparato · Crisis económica · Quiebra automatismos Crisis políticas Crisis fiscal · Límites al crecimiento Crisis materias primas Crisis energética Crisis división internacional (procesos de independencia política de | · Recuperación tasa · Nueva regulación | · Freno políticas desfavorables al capital (fiscalidad, Estado Bienestar, · Políticas Control salarial · Políticas monetarias Elevación tipos · Políticas ajuste (mercado trabajo, industrial, Privatización · Keynesianismo Incremento gasto militar Incremento gasto vinculado · Fortalecimiento Liberalización movimientos Liberalización selectiva · Mundialización · Búsqueda espacios de | · Renuncia mecanismos Desfiscalización · Desprotección Desmantelamiento Estado Incremento desigualdades Incremento Pobreza, exclusión social · Deflación Freno al crecimiento Pérdida impulsos a · Multiplicación de la Crisis tercer mundo · Financierización Crisis económicas de origen Especulación "Economía de · Revalorización · Nominalización Pérdida referentes Renuncia objetivo pleno · Incremento beneficio | · Paro · Disminución retribución · Desprotección "trabajadores pobres" · Incremento economía |
Valores y legitimación | ||||
El punto de partida | La estrategia | Los procesos | Los resultados | Efectos sobre el trabajo |
· El "peligro" del pleno Reivindicaciones obreras Luchas sociales: crisis Cultura del más · Crisis sociedad de Limitaciones consumistas de sociedad Límites del consumo como · Burocratización · Crisis Política bloques Socialismo/Capitalismo · Crisis Agotamiento "pax | · Nuevas formas de | · Inversión valores · Modificación pauta de Segmentación social · Disciplina social · Mercantilización | · Individualismo Potenciación conducta egoísta Aislamiento social Privatización procesos Desestructuración mecanismos Descrédito de lo Bienestar como aspiración · Fragmentación · Déficits · Tiempo de ocio, tiempo de · La "mentalidad | · Paro como disciplinador · Anomia y empobrecimiento · Sumisión Asunción jerarquías · Desmovilización |
Juan Torres Lópes
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