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Sobre las causas del paro y la degeneración del trabajo




Enviado por juantorres@uma.es



Partes: 1, 2

    "A la ciencia
    económica le falta la relación con lo no
    económico. Es una ciencia cuya
    matematización y formalización son cada vez
    más rigurosas y elaboradas; pero esas cualidades incluyen
    el defecto de una abstracción que se separa del contexto
    (social, cultural, político); obtiene su precisión
    formal olvidando la complejidad de su situación real, es
    decir olvidando que la economía depende de
    lo que de ella depende. De este modo el saber economista que se
    encierra en lo económico se vuelve incapaz de prever las
    perturbaciones y el devenir, y se vuelve ciego para lo
    económico mismo". E. Morin y A.B. Kern
    (1993:76).

    1. "Algo
    enigmático"

    Se ha dicho (Schwartz 1992) que el trabajo se
    ha convertido en nuestra época en "algo
    enigmático". Y debe ser cierto.

    Los libros de
    moda (Rifkin
    1996, Forrester 1997,…) tratan de convencer a sus millones de
    lectores de que hemos llegado al "fin del trabajo",
    justamente, ahora cuando la búsqueda de un trabajo se
    convierte en el motivo principal de la existencia de cientos de
    millones de personas. Se generaliza la convicción de que
    el trabajo pierde el valor y la
    centralidad que tuviera en otras épocas, pero trabajar es,
    más que nunca, la aspiración y la
    preocupación principal de los ciudadanos. Se entiende que
    vivimos en la era del dominio
    tecnológico y de la sofisticación laboral y, sin
    embargo, la mayoría de los puestos de trabajo que se crean
    son precarios, sin apenas cualificación y frustrantes.
    Todos los discursos
    sociales convienen en señalar que nos domina el drama del
    paro, pero las políticas
    económicas que aplican los gobiernos no sitúan en
    primer lugar el objetivo del
    empleo sino
    que, más bien, lo supeditan. O, en el mejor de los casos,
    se promueve la creación de empleos de
    características tan precarias que no proporcionan los
    ingresos
    suficientes para satisfacer las necesidades materiales
    más elementales. Los gobernantes, en fin, pueden
    considerar que las economías "van bien", aunque sean
    millones los ciudadanos que no tienen trabajo, como si el
    desempleo
    fuese tan sólo una circunstancia accidental, de segundo
    orden, una contingencia perfectamente soslayable y que
    prácticamente quedará resuelta dejando que los
    agentes económicos disfruten de la mayor libertad
    posible..

    Aunque lo que quizá resulte más
    enigmático es que nuestra civilización no utilice
    todas sus capacidades, y en particular todo el esfuerzo humano
    disponible, para para producir los medios de
    satisfacción, precisamente, cuando la inmensa
    mayoría de los seres humanos se encuentran por debajo de
    los niveles de vida que consideramos elementalmente deseables.
    Parece realmente un enigma que el trabajo sea un valor sobrante
    en una civilización que se basa en considerar al trabajo
    como la condición natural de la vida humana y que, al
    mismo tiempo, se
    precia de cultivar y enriquecer como ninguna otra la
    individualidad y la propia condición humana.

    Se puede entender verdaderamente como un enigma que los
    discursos científicos no se planteen con autoridad y
    resolución el problema del trabajo humano, que no
    dispongamos de respuestas que permitan evitar que la vida de la
    mayoría de los seres humanos se resuelva
    inequívocamente en la frustración y en la necesidad
    mientras que renunciamos a aplicar el esfuerzo colectivo en la
    satisfacción de nuestros congéneres.

    No hace falta traer aquí a colación las
    cifras de desempleo a nivel mundial, los datos que
    muestran, al menos estadísticamente, hasta qué
    punto el trabajo humano es hoy día un "recurso sobrante".
    Como tampoco es necesario volver a reflejar el nivel
    altísimo de insatisfacción, de pobreza y de
    hambre que sufre la mayoría del planeta. Son bien
    sabidas.

    En estas páginas trataré de hacer algunas
    reflexiones sobre esta irracional contradicción, sobre
    este aparente enigma. Sin mayor pretensión que la de
    coadyuvar a realizar lo que considero un necesario enfoque
    omnicomprensivo de los problemas
    sociales quisiera llamar la atención o resaltar dos grandes
    cuestiones.

    La primera de ellas, la limitación enorme de los
    enfoques teóricos que hoy día predominan a la hora
    de analizar el problema del trabajo y, en particular, las causas
    del desempleo como su expresión más
    inmediata.

    En segundo lugar, trataré de poner de relieve que el
    problema del desempleo es tan sólo una dimensión
    parcial, y seguramente no la más importante, de un
    problema de mucha mayor envergadura que es al que se debe
    atender. En concreto,
    procuraré señalar que el problema del paro no puede
    concebirse exclusivamente como la mera ausencia de trabajo, sino
    como una expresión de insatisfacción cuya
    solución requiere una percepción
    mucho más general y sistémica que la que suele
    dominar en los discursos sociales y en las políticas al
    uso.

    2. Lo que
    se sabe y lo que no se quiere saber sobre el paro

    Me parece obligado que una consideración previa a
    la hora de analizar las causas del paro que se produce en
    nuestras sociedades sea
    la de revisar el alcance de nuestro conocimiento
    teórico, la naturaleza de
    la percepción dominante de problema. Es una evidencia que
    la solución que pueda dársele dependerá de
    nuestra comprensión del mismo.

    Desde este punto de vista no puede dejar de sorprender
    la pobreza de
    nuestros conocimientos, su escasísima capacidad operativa,
    su evidente falta de recursos
    prácticos, en fin, su franca inutilidad para resolver los
    problemas que
    se plantea.

    Hace unos años, reconocía Mas Colell
    (1983:67) que "es una triste realidad que la teoría
    económica actual no cuenta con una teoría del
    desempleo que goce de un mínimo grado de consenso". Ni que
    decir tiene que, pasado el tiempo, no puede cambiarse de
    opinión.

    Lo sorprendente, sin embargo, es que, a pesar de esa
    reconocida falta de consenso, lo que podríamos denominar
    la "cobertura científica" de las políticas
    dominantes, el pensamiento
    convencional que predomina en nuestras aulas y en los discursos
    más reconocidos sea tan contundente a la hora de
    establecer su diagnóstico sobre las causas de desempleo
    masivo. Y de las cuales deducen los remedios que consideran
    irrevocables, aunque a tenor de los resultados que luego producen
    no hay prueba alguna de que sean tan efectivos como "ex ante"
    proclaman.

    Por esa razón me temo que no está de
    más señalar la flagrante falta de fundamento de
    toda una serie de postulados que conforman el saber convencional
    sobre el desempleo y a partir de los cuales se están
    fundamentando las políticas económicas de los
    últimos años. Políticas de las que no
    sólo no se deducen respuestas válidas para reducir
    el paro sino que, por el contrario, tan sólo terminan por
    favorecer un régimen de satisfacción muy desigual y
    por ello injusto.

    – El paro no es un drama…para todos.

    Puede parecer una simpleza pero es imprescindible no
    olvidar algo tan elemental como el hecho de que el paro
    generalizado, lejos de ser un drama general, es la
    situación que mejor conviene a las empresas para
    lograr condiciones más favorables de contratación,
    salarios
    más bajos, menor capacidad reivindicativa de los
    trabajadores y mayor sometimiento y disciplina. El
    paro desmoviliza a los asalariados, los debilita en todos los
    sentidos y termina por provocar una condición general de
    sometimiento y miedo a la pérdida del puesto en quien lo
    tiene, o de aceptación de cualquier condición de
    trabajo en quien lo busca con necesidad, que permite a los
    empresarios imponer las términos más ajustados a
    sus intereses.

    Es cierto que ésta es una contradicción
    inherente a la condición escindida del sistema
    económico en el que nos desenvolvemos, pues lo que es
    conveniente al nivel de cada empresa termina
    por ser perverso incluso para el interés
    general del empresariado ya que debilita la demanda global
    y disminuye las oportunidades de negocio. Pero siendo así
    de contradictorio no deja de ser una opción que termina
    por imponerse, no sólo por la dinámica que imprimen las empresas de mayor
    fortaleza, y por tanto con poder
    asegurado sobre el mercado, sino
    porque la propia condición empresarial orientada a la
    ciega consecución del lucro individual no puede generar
    otro tipo de comportamiento.

    Hace ya muchos años que Kalecki (1943:405)
    había señalado esta circunstancia al afirmar que no
    puede esperarse que el pleno empleo se consolide como una
    situación permanente en las economías capitalistas.
    En esa situación, decía, "el despido dejaría
    de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La
    posición social del jefe se minaría y la seguridad en
    sí misma y la conciencia de la
    clase
    trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de
    salarios y mejores condiciones de trabajo crearían
    tensión política". Por eso,
    continuaba, "los dirigentes empresariales aprecian más 'la
    disciplina de las fábricas' y la 'estabilidad
    política' que los beneficios. Su instinto de clase les
    dice que el pleno empleo duradero es poco conveniente desde su
    punto de vista y que el desempleo forma parte integral del
    sistema capitalista 'normal'".

    Estas circunstancias no han cambiado, no pueden haber
    cambiado puesto que no se han modificado las condiciones
    generales de apropiación en que se desenvuelve nuestro
    sistema económico. De hecho, y aunque no es lo
    común, a veces nos encontramos con la sorpresa de que los
    mismos responsables de garantizar estas condiciones favorables
    para la empresa
    privada lo reconocen abiertamente y sin el menor pudor. Tal es el
    caso del ex Ministro español de
    Economía Carlos Solchaga (1997:183) quien lo ha hecho de
    la manera más explícita: "El conjunto de actitudes que
    hacen del paro un tema prácticamente intratable en
    España
    -y de muy difícil trato en Europa-, sin
    embargo, no es el resultado de un capricho del azar o de una
    trágica resignación ante un destino inexorable,
    sino el resultado de un cálculo
    -no siempre consciente por parte de todos los implicados- que
    demuestra que la reducción del desempleo, lejos de ser
    una estrategia de la
    que todos saldrían beneficiados, es una decisión
    que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a
    muchos grupos de
    intereses y a algunos grupos de opinión
    pública" (subrayado mío).

    Todo ello quiere decir que no se puede explicar el
    desempleo masivo de nuestras sociedades sin mencionar el poder
    del que dispone el empresariado, sin considerar que éste
    está objetivamente interesado en la existencia de niveles
    de paro que favorezcan el uso que realizan de la fuerza de
    trabajo. Y, en consecuencia, que una estrategia que se pretenda
    sincera a la hora de combatir el desempleo no puede dajar de
    contemplar una variable esencial: el poder y la democracia
    realmente existente. O, dicho de una manera más elemental,
    que no será posible reducir el desempleo sin afectar al
    sistema de derechos de
    apropiación de nuestra sociedad, sin
    modificar las condiciones en que se reparte el poder sobre los
    recursos en nuestra sociedades.

    – El problema del paro no es el de la evolución de la tasa de paro

    Se trata nuevamente de una cuestión tan simple
    como elemental, pero en absoluto banal. Los análisis teóricos dominantes se
    preocupan de analizar los problemas relativos a una serie de
    variables
    nominales que, en la mayoría de las ocasiones, no tienen
    mucho que ver con la realidad.

    )Hace falta señalar que la cuestión social
    y humana preocupante no es la evolcuión de una determinada
    tasa estadística, sino la insatisfacción
    que supone el que los ciudadanos no tengan ingresos o recursos
    para satisfacer sus necesidades? Pues hace falta.

    Una buena prueba de ello es, por un lado, la futilidad
    del propio concepto de
    empleo que se utiliza para conocer estadísticamente su
    realidad social y, por otro, su propia inconsistencia. Desde el
    punto de vista del saber estadístico que sirve de base al
    análisis teórico y a las políticas
    neoliberales dominantes puede considerarse exactamente igual que
    el empleo sea a tiempo completo o de una hora a la semana,
    más o menos retribuido, estable o por una sola jornada,
    circunstancias que desde luego no son idénticas desde el
    punto de vista del bienestar y la satisfacción que
    comporta el empleo. Es bien conocido hasta qué punto los
    datos estadísticos de creación de puestos de
    trabajo están falseados por la multiplicación de
    contratos de
    tiempo parcial, o incluso hasta qué punto sobrevaloran los
    puestos de trabajo realmente existentes.

    Todo ello es relevante desde dos puntos de vista. El
    primero, relativo a la comprensión teórico del paro
    y de sus consecuencias. Puede llegarse incluso al paroxismo
    cuando lo que se analiza, en lugar de ser la capacidad de
    generación de ingreso y de satisfacción de una
    economía es solamente un constructo
    estadístico.

    Un análisis reciente puede ser bien expresivo de
    esta perversión. Se preguntan los autores (Becerra, Torres
    y Villalba, 1998:48) ")por qué es tan elevada la tasa de
    paro en Andalucía?" y el problema es que, justamente, es
    sólo a eso a lo que tratan de dar respuesta: a la
    evolución de la tasa. La pobreza de los análisis
    reduccionistas de este tipo se comprueba cuando se conocen sus
    conclusiones: "el principal factor que explica la divergencia
    entre las tasas de paro es el mayor incremento de la población activa en Andalucía". La
    evolución de la tasa queda, pues explicada: aumentó
    el denominador. Y la evolución del desempleo, a la vista
    de semejante análisis es igualmente obvia: hay más
    paro porque hay mucha más gente que desea
    trabajar.

    El problema de este tipo de análisis (que ni
    decir tiene que utiliza las herramientas
    analíticas más sofisticadas y complejas) es que
    desentienden el problema del paro de su connotación que
    debiera ser principal. Efectivamente, el paro no es el problema
    de la evolución de una tasa estadística, sino la
    expresión de que una economía no es capaz de
    proporcionar empleo y, por tanto, ingreso suficiente a su
    población. Esta es la incapacidad que hay
    explicar.

    Desde otro punto de vista este asunto implica una
    limitación esencial. Si el problema del empleo se
    simplifica de tal forma, resulta que el alcance de las
    políticas se limita igualmente desde la perspectiva
    esencial del bienestar social. La demostración más
    palmaria de esta nueva perversión es la
    consideración dominante de que Estados Unidos ha resuelto
    el problema del desempleo, a diferencia de lo que sucede en
    Europa, toda vez que su tasa de paro es prácticamente
    cercana a lo que se considera paro inevitable. Tal presupuesto
    sólo se puede establecer si, como está igualmente
    generalizado, el concepto de empleo utilizado se desliga de
    cualquier otra consideración que no sea su
    definición estadística más empobrecida. Si
    no se tiene en cuenta su bajísima calidad, su
    ingreso insuficiente, la existencia de población
    excluída de las estadísticas de empleo, en fin, si no se
    tiene en cuenta que lo que estadísticamente se está
    considerando como empleo no implica, desde ningún punto de
    vista, ingreso laboral generalizado para toda la
    población.

    En suma, pues, cuando se aborda el problema de las
    causas del paro (y por supuesto si este asunto se aborda desde la
    deseable perspectiva de proponer soluciones) no
    puede olvidarse que el paro no puede definirse tan sólo
    como la ausencia de un empleo que, a su vez, se define, de la
    manera precaria en que lo hace la estadística
    convencional. Preguntarnos, pues, por las causas del paro debe
    llevar a preguntarnos por las condiciones en que se genera
    más o menos satisfacción. De otra manera, como
    trataré de mostrar más adelante, pudiera ser que la
    generalización de un tipo de empleo empobrecido y
    empobrecedor actúe como un velo que impida contemplar el
    rostro verdadero del trabajo en nuestra sociedad.

    – Las alzas salariales no son la causa del
    desempleo

    Es bien sabido que la presión
    salarial, la subida de los costes salariales son considerados en
    el análisis económico dominante como la causa
    principal del desempleo. Es un presupuesto que se sustenta en
    tres tipos de consideraciones.

    Primero, porque se supone que al aumentar los salarios
    disminuyen los beneficios y, en consecuencia, los incentivos que
    tienen las empresas para contratar trabajo.

    Segundo, porque se supone que los salarios al alza
    tienden a provocar subidas de precios
    (obsérvese que ésta es una consideración
    contradictoria con la anterior) que obliga a adoptar medidas
    antiinflacionistas (elevación de los tipos de
    interés, reducción del gasto público, subida
    de impuestos,…)
    que provocan una disminución de la demanda que se traduce
    en menor gasto y en menos ganancia para las empresas.

    Finalmente, desde un punto de vista más
    teórico se entiende que es posible alcanzar un salario de pleno
    empleo en la economía, de manera que si existe desempleo
    no puede ser sino como efecto de que el salario se encuentra en
    un nivel superior al de pleno empleo.

    En cualesquiera de estas versiones el análisis
    dominante y que sirve de soporte a las políticas adoptadas
    en los últimos años ha culpado a las alzas
    salariales de la existencia de los elevados niveles de paro de
    nuestras economías. Y de esa consideración no ha
    podido deducirse sino la demanda de contención salarial
    para que sea posible, según se afirma, reducir el
    paro.

    Sin embargo, esta tesis no puede
    admitirse desde ningún punto de vista como una
    explicación rigurosa y certera de los niveles de paro
    existentes en nuestras economías.

    En primer lugar, porque es un hecho suficiente y
    definitivamente contrastado que en el periodo en que el paro ha
    aumentado de manera vertiginosa y general las remuneraciones
    salariales:

    • bien han aumentado menos en los países, como
      España, en donde ha resultado que el paro se
      elevó más.
    • han crecido menos que la productividad,
      como prueba el hecho de que los costes laborales unitarios
      hayan descendido en el periodo de mayor crecimiento del
      desempleo
    • o, si se consideran en términos globales, han
      disminuido su participación en el conjunto total de las
      rentas.

    Téngase en cuenta, por ejemplo, que entre 1974 y
    1994 el salario real de consumo
    sólo aumentó por encima de la productividad en
    Bégica, Austria y el Reino Unido (OCDE 1994).

    Puede afirmarse, por el contrario, que hay
    contrastación empírica suficiente para indicar que
    a partir de los años ochenta el desempleo generado en las
    economía occidentales no se ha debido a incrementos
    salariales (Bean 1994) y, en consecuencia, que a diferencia de lo
    que se suele proponer de manera generalizada la reducción
    salarial no es la solución al desempleo (OIT
    1995b:195).

    Con independencia
    de ello, es innegable que, desde el punto de vista de una empresa,
    salarios más altos pueden influir en sus decisiones de
    contratación…pero exactamente igual que, a nivel
    general, niveles salariales más bajos pueden igualmente
    hacerlo, toda vez que deprimen la demanda y disminuyen el gasto
    total, del cual se nutren las ventas de las
    empresas. )Qué es lo que puede asegurarnos que el menor
    volumen de
    contratación laboral de las empresas lo ha producido un
    nivel demasiado elevado de salarios en lugar de un nivel
    insuficiente de demanda? La respuesta es bastante simple:
    sólo un análisis basado en la hipótesis gratuita de que la demanda es
    limitada, como lo es tan sólo en las condiciones de
    generación restringida de ingresos, bien en
    términos absolutos o relativos, por una desigual distribución de los mismos que son una
    típica contradicción de las economías
    capitalistas.

    Esto último nos proporciona, por el contrario,
    una explicación más plausible del paro. En lugar de
    considerar que las políticas deflacionistas son una
    respuesta necesaria frente al alza salarial, resulta que, por el
    contrario, son la base necesaria para mantener un determinado
    estatus distributivo que siempre estará afectado por el
    nivel salarial. En realidad, el análisis teórico
    convencional invierte la casuística de manera tan sagaz
    como infundamentada: no es el salario lo que deprime el
    beneficio, sino que mantener éste último requiere
    controlar el salario. Por ello, las políticas
    deflacionistas provocan paro al mismo tiempo que fortalecen la
    pauta distributiva desigual, tanto por la vía de
    incrementar el beneficio reduciendo salarios, como por la de
    revalorizar el patrimonio a
    través del reforzamiento de los controles
    monetarios.

    Naturalmente, esta generalización no implica que
    no se den circunstancias ((justamente vinculadas a la existencia
    de altos niveles de empleo!) en los que una efectiva
    presión al alza de los salarios ponga en peligro la tasa
    de beneficio, como sucedió a finales de los años
    setenta (Torres 1995:81-84). Pero el paro subsiguiente no
    sólo fue una consecuencia de ello, sino también una
    respuesta: el paro, como la inflación, no sólo
    tiene causas, sino también propósitos.

    En realidad, la concepción teórica que
    lleva a demonizar las alzas salariales se basa en una
    concepción errónea del salario, pues se limita a
    considerarlo solamente como una componente del coste empresarial
    (en cuya condición puede condicionar la demanda de trabajo
    a realizar, aunque no de forma absoluta, pues ésa va a
    depender del volumen de ganancia esperada) cuando, además,
    es una componente de la demanda global que condiciona a su vez la
    ganancia esperada por las empresas, y es también una
    determinante de la productividad.

    Sucede, pues, que la limitación del salario en
    realidad no beneficia al conjunto de las empresas, pues pierden
    gasto global y les obliga a utilizar el factor trabajo en
    condiciones de menor productividad, sino que deriva en una
    condición económica general mucho más
    crítica
    para las que no disfruten de ventajas relativas o selectivas en
    los mercados, para
    las empresas que no disfrutan de privilegios. Sigue siendo
    cierta, entonces, aquella paradoja que señalara Marx cuando
    decía que lo que deseaba de veras un empresario era
    pagar muy poco a sus empleados pero que los demás
    empresarios pagaran sueldos elevados a los suyos, para que
    éstos tuvieran así más dinero que
    gastar en los productos que
    su empresa produce. Lamentable y definitiva contradicción
    del egoísmo al que se confía la dinámica
    capitalista.

    Por lo demás, y al igual que no puede sostenerse
    esta relación de casualidad salario/empleo a nivel
    agregado, tampoco es de recibo entender que se produce a nivel de
    empresa, como lo prueba el hecho evidente de que las empresas no
    duden en contratar a ejecutivos con altísimos salarios si
    estiman que ello contribuye a incrementar su beneficio que es, en
    realidad, la variable de la que depende el empleo en nuestras
    economías.

    Es cierto, pues, que hemos de aceptar que los niveles de
    empleo dependerán del mantenimiento
    de una determinada pauta de distribución favorable al
    capital y al
    beneficio. Pero es justamente esa realidad la que llevaría
    a plantearse el problema del paro desde una perspectiva que el
    análisis económico moderno soslaya interesadamente:
    )es ello inevitable? Y, puesto que obviamente no lo es, )es esa
    la solución verdaderamente deseable o deseada por la
    sociedad?

    – La falta de flexibilidad no es la causa del
    paro

    Otra de las causas que de manera más contumaz se
    aducen para explicar el desempleo es la rigidez en el
    desenvolvimiento de las relaciones laborales. Como se sabe, se
    quiere hacer referencia con ello a la falta de flexibilidad en
    los mecanismos de fijación de los salarios (flexibilidad
    salarial), en aquellos de los que depende la
    reorganización cuantitativa o cualtitativa de las
    plantillas (flexibilidad numérica o funcional), o en la
    falta de movilidad espacial de los trabajadores (flexibilidad
    geográfica).

    En el primer caso, se supone que las empresas
    contratarían más trabajadores si tuvieran
    posibilidad de ajustar los salarios de sus empleados a las
    diferentes condiciones de obtención de su producto. En
    particular, se considera que para ello son rémoras muy
    importantes la existencia de salarios mínimos, la
    existencia de trabajadores "insiders" que aprovechan su
    situación dentro de la empresa para fijar condiciones
    salariales estrictas y que actúan con una excesiva
    aversión al riesgo que les
    lleva a demandar condiciones demasiado favorables, la propia
    actitud de las
    empresas tendentes a favorecer al capital humano
    que ellas mismas han generado en su seno o, incluso, la
    existencia de costes sociales demasiado elevados.

    En realidad, sobre todas estas cuestiones cabe indicar
    lo que acabamos de señalar en relación con los
    costes salariales. No puede encontrarse contrastación
    empírica decisiva que permita sostener que esta aparente
    falta de flexibilidad es la causa general del desempleo en
    nuestras economías. Todo lo contrario, disponemos de
    suficientes evidencias
    para poder establecer que ninguna de ellas influyen de manera
    sustancial sobre el volumen de empleo contratado.

    Desde otro punto de vista, se ha tratado de establecer
    que una rémora principal para la creación de empleo
    es la rigidez númerica y, en particular, los costes
    indirectos muy elevados que lleva consigo el despido (OCDE 1996,
    Sebastián 1996). Según estos análisis, los
    empresarios no contrarían más trabajadores toda vez
    que las indemnizaciones a las que tendrían que hacer
    frente si se modificaran las condiciones serían lo
    suficientemente elevadas para no compensar la
    contratación.

    Cabe decir, sin embargo, que es mucho mayor la evidencia
    empírica en el sentido contrario (Blank 1994, Layard y
    otros 1994) como es fácil deducir, además, si se
    considera, por ejemplo que los costes laborales asociados al
    despido en España no llegan al 2 por cien de los costes
    laborales totales y que, desde cualquier punto de vista que se
    considere, ha de resultar que la lógica
    de la contratación y la del despido son diferentes y
    responden a secuencias distintas.

    Por otro lado, se quiere explicar también el
    desempleo por la falta de flexibilidad temporal, es decir, por la
    rigidez existente a la hora de contratar a tiempo parcial, por
    horas o, en general, en función de
    la mayor versatilidad horaria que es característica de la
    nueva base tecnológica.

    Es cierto, como veremos, que ésta última
    demanda un concepto distinto del trabajo y que requiere una mayor
    flexibilidad horaria. De hecho, satisfacer esa demanda ha sido la
    tónica de todas las modificaciones legales que se han
    llevado a cabo en los países occidentales, hasta el punto
    de que hoy día las inmensa mayoría de las nuevas
    contrataciones se realizan a tiempo parcial, en jornadas
    partidas, de la manera, en fin, más flexible posible.
    Puede decirse que hoy día no existen inconvenientes
    verdaderos para la contratación de personal en las
    condiciones de mayor flexibilidad.

    Sin embargo, hay que señalar diversas
    circunstancias. Primero, que estas nuevas posibilidades no
    siempre, sino más bien casi nunca, son utilizadas para
    aplicar el trabajo a la nueva base tecnológica, sino para
    emplearlo en condiciones de menor coste. Segundo, que la
    flexibilidad temporal no ha dejado de crecer al mismo tiempo que
    ha ido aumentando el desempleo, lo que dificilmente permite
    sostener con fundamento que haya sido la causa de éste
    último (lo que no niega, sin embargo, que puedan existir
    desajustes más o menos coyunturales o episódicos).
    Tercero, que los mayores incrementos de la contratación a
    tiempo parcial se producen, precisamente, en los momentos de
    menor fortaleza económica, lo que permite pensar que en
    lugar de constituir una demanda positiva del sistema con vistas a
    crear empleo, son más bien un mecanismo de defensa
    coyuntural de las empresas más débiles.

    Mención aparte merece también la llamada
    movilidad geográfica o la funcional, a cuya falta se le
    achaca igualmente la generación de desempleo, normalmente
    considerando que los trabajadores, merced a su satisfactoria
    situación en los lugares de origen, ofrecen grandes
    resistencias
    culturales y de todo tipo a cambiar de domicilio o de
    ocupación.

    Posiblemente, no haya otra justificación del
    desempleo tan carente de rigor y tan falaz (Layard 1994:84-94).
    Las encuestas
    muestran reiteradamente que no llega al 15-20% el porcentaje de
    trabajadores que afirma no estar dispuesto a trabajar por menos
    salario. Y, aunque es cierto que sólo un 30% suele admitir
    que estaría dispuesto a cambiar de residencia, cabe pensar
    si en realidad ésto es una expresión de rigidez
    laboral o de insuficientes ofertas de bienestar. En cualquier
    caso, no es muy realista pensar que se trate de una causa
    singular de desempleo en nuestro país, si se tiene en
    cuenta, siquiera sea anecdóticamente, la
    movilización permanente que implican las convocatorias de
    empleo público, buena prueba real de hasta qué
    punto los trabajadores desempleados tratan de optar a las
    vacantes existentes. Piénsese, por ejemplo, que en unos
    veinte años se desplazaron a la búsqueda de trabajo
    (porque existían demandas de trabajo) cerca de dos
    millones de andaluces, con expectativas culturales más
    reducidas y con alternativas de bienestar mucho menores que las
    que puedan tener ahora. El problema tiene que ser necesariamente
    otro: )dónde están todos esos puestos de trabajo
    vacantes hacia donde se supone que deberían movilizarse
    los parados?

    Por último, tampoco puede decirse que sea una
    causa contrastada del desempleo la excesiva protección al
    empleo que se achaca, entre otros, al régimen existente en
    España.

    Las demanda de reducción de este tipo de prestaciones
    han sido ampliamente conseguidas al albur de las tesis
    neoliberales que consideran que los parados disfrutan de
    subsidios tan generosos que renuncian a las demandas de empleo
    que realizan las empresas.

    Baste, sin embargo, con indicar la numerosísima
    evidencia empírica que muestra la casi
    nula incidencia de este factor en la generación del paro
    (Atkinson y Mickelwright 1994, Burtless 1994, Krazt y Meyer 1990)
    o, sencillamente, el hecho evidente de que, por ejemplo en
    España, la mayoría de los desempelados no recibe
    subsidio alguno. )Cuál es, pues, su
    desincentivo?

    En suma, no se puede afirmar bajo ningún concepto
    que el desempleo masivo que padecen nuestras economías se
    deba, a diferencia de lo que afirman los análisis
    convencionales, a falta alguna de flexibilidad. España
    tiene una nivel de precariedad y una tasa de rotación
    más alta que cualquier otro país de Europa y sin
    embargo registra un mayor nivel de paro (CE 1991:97); la
    flexibilización de las relaciones
    laborales, desde cualquier punto de vista, ha sido un
    proceso sin
    freno en los años, justamente, en que ha aumentado
    más el desempleo. No es la rigidez de las relaciones
    laborales la causa del desempelo. Otra cosa es, como
    analizaré más adelante, que nuestras sociedades
    hayan entrado en una época en donde el capital requiere un
    trabajo cada vez más en precario, más sumiso y
    más desmovilizado y, entonces, demanda cada vez mayor
    flexiblidad y versatilidad.

    – No es la tecnología la que
    provoca el desempleo

    No es posible aquí ni tan siquiera plantear la
    problemática general de los efectos de la
    tecnología sobre el empleo, pero entiendo que se pueden
    establecer tres grandes proposiciones aceptables.

    Primera, que no hay una relación contrastada
    entre la incorporación de una nueva base
    tecnológica y la pérdida global de empleo, si bien
    es cierto que no hay una correspondencia ni mucho menos exacta
    entre los empleos que se crean y los que se destruyen.

    Segunda, que, sin perjuicio de lo anterior, la nueva
    base tecnológica del sistema productivo ha modificado
    sustancialmente los requerimientos de cualificación y
    organización del empleo, hasta el punto de
    que puede decirse que el nuevo empleo que se genera en el
    núcleo de la innovación
    tecnológica o, incluso, en su entorno es de naturaleza
    distinta al tradicional.

    Tercera, que desde un punto de vista macroscópico
    carece de sentido deducir los efectos sobre el empleo de la
    tecnología y la productividad sin considerar la
    condición general de la economía.

    En particular, esta última cuestión merece
    un comentario más detallado.

    No puede olvidarse, como suele suceder con el
    análisis más convencional, que los efectos sobre la
    variación en el empleo de los incrementos de productividad
    asociados al cambio
    técnico dependen de lo que ocurra con la producción. Y lo que ha ocurrido en la
    época en que se ha incorporado una nueva base
    ténica al sistema productivo de nuestras economías
    es que este proceso se ha producido en un contexto de
    políticos deflacionistas cuya razón de ser ha sido
    la salvaguarda de la pauta distributiva existente. Por esa causa,
    los incrementos de productividad producidos no han podido sino
    provocar disminuciones sucesivas en el empleo, en función
    concreta, claro está, de las condiciones singulares de
    cada economía.

    Esta razón, y el hecho de que el desarrollo
    tecnológico en un contexto capitalista no pueda responder
    a cualquier criterio de equilibrio
    sistémico, sino tan sólo al de la lógica del
    beneficio (Landauer 1996), han dado lugar a los dos
    fenómenos típicos de nuestra época: el
    empleo muy cualificado sólo en el núcleo duro del
    progreso tecnológico, el desempleo allí donde ha
    predominado la lógica de la productividad y el empleo
    precario en el entorno más o menos cercano del
    núcleo tecnológico.

    – El paro no es un problema de oferta de
    trabajo

    Para terminar, es preciso mencionar uno de los presupuestos
    más reiterados en el análisis convencional del
    desempleo. En sus diversas derivaciones a partir del modelo
    neoclásico original la tesis central que se viene a
    sostener es que el paro es la expresión de un determinado
    desjuste en el mercado de trabajo.

    Más en concreto, se entiende que, o bien se trata
    de la consecuencia de un salario que se situa por encima del
    correspondiente al de pleno empleo o que la oferta de trabajo
    existente en un momento dado no se adecúa a la demanda de
    trabajo que realizan las empresas, bien por problemas que
    fundamentalmente tienen que ver con el nivel de
    cualificación de los trabajadores, bien porque existen
    determinados desincentivos hacia el trabajo.

    De ahí se deduce, entonces, que el desempleo es
    fundamentalmente de caracter voluntario, toda vez que se produce
    por desajustes derivados de comportamientos cuya
    corrección depende expresamente de la voluntad de los
    trabajadores (a quienes correspondería o aceptar salarios
    más bajos, mejorar su formación o asumir otro tipo
    de incentivos).

    No es posible ni tiene interés realizar
    aquí la crítica a estas posiciones teóricas.
    Baste tan sólo mencionar los elementos que implican la
    quiebra
    sustancial de sus presupuestos fundamentales.

    En primer lugar, que no tiene el menor realismo el
    análisis derivado de la asunción del modelo de
    competencia
    perfecta, a partir del cual se deducen estos análisis.
    No es realista pensar ni es posible actuar partiendo de la base
    de que la oferta y la demanda se encuentren en mercados
    "normales" como si el trabajo fuese tan sólo una
    mercancía, en lugar de una dimensión mucho
    más compleja de la naturaleza
    humana. Ni tiene sentido esta consideración, ni la que
    tiende a concebir la relación de trabajo como una simple
    relación de intercambio. Estos análisis irrealistas
    son, en realidad, la versión en el terreno laboral del
    mito liberal,
    en cuya virtud pareciera que los mecanismos sociales cobran
    autonomía respecto a los individuos, que en realidad son
    quienes la conforman mediante sus acciones
    (Dupuy 1992:17).

    En segundo lugar, y ya desde un punto de vista
    más analítico, que es completamente infundado
    deducir una función de demanda que relacione cantidad de
    trabajo y salario, lo que sencillamente implica que es imposible
    hablar de un precio/salario
    de equilibrio.

    En tercer lugar, que no es posible tampoco que se
    produzca la hipótesis de perfecta sustituibilidad entre
    capital y trabajo necesaria para que se cumplan las condiciones
    que prevee la teoría convencional. Tanto es así,
    por ejemplo, que la propia realidad nos indica que en los
    años noventa se detiene en una gran medida la
    sustitución de trabajo por capital, que debiera haber
    seguido dándose de ser ciertas las hipótesis de
    este tipo de análisis.

    En cuarto lugar, que no es desde ningún punto de
    vista aceptable que se de en realidad una alternativa efectiva
    entre trabajo y ocio, como inevitablemente tienen que plantear
    estos modelos. Como
    señalara irónicamente Solow (1992), eso
    llevaría a comprobar que en los años de mayor
    volúmen de desempleo aumentarían las ventas de
    bienes de ocio
    como palos de golf o viajes al
    Caribe…

    En quinto lugar, es difícil también
    sostener que el paro masivo de nuestras economías se deba
    a déficits de cualificación o a carencias
    generalizadas de formación. Es cierto, efectivamente
    que la incorporación de una nueva base tecnológica
    ha requerido contar con segmentos de población laboral de
    alta formación profesional y que se constata que las
    mayores tasas de paro corresponden a los niveles educativos
    más elementales.

    Pero esos argumentos no pueden considerarse tampoco
    rigurosamente explicativos si se toma en cuenta que, al contrario
    de lo que suele ser una creencia sorprendentemente generalizada,
    la demanda mayoritaria de puestos de trabajo es la que
    corresponde a empleos de muy baja cualificación, sin
    apenas requerimientos técnicos y claramente vinculados a
    las actividades menos complejas de las actividades
    productivas.

    En cualquier caso, disponer de una buena
    formación puede ser una condición favorable para la
    búsqueda de trabajo si ésto se considera a nivel
    individual, pues si se contempla el asunto desde el punto de
    vista global o colectivo es obvio que eso nada asegura a medio y
    largo plazo si todos los agentes, o todas las naciones, hacen el
    mismo esfuerzo educativo.

    Todo ello indica, pues, que no puede sostenerse que el
    desempleo masivo actual pueda explicarse como un fenómeno
    originado, como suele decirse, desde el lado de la oferta.
    )Dónde están, en ese caso, las vacantes que no se
    cubren por semejantes limitaciones en los
    trabajadores?

    Los datos a nuestro alcance muestran, por el contrario,
    que el número de puestos de trabajo que no se pueden
    cubrir por no encontrarse oferta de trabajo adecuada no alcanza
    ni al 5 por cien del total de población activa en
    España, )cómo sostener entonces que el paro es un
    fenómeno voluntariamente aceptada por los ciudadanos que,
    en su gran mayoría no tienen otra fuente de ingresos?
    Aunque se pudiera establecer efectivamente que la mejor
    condición humana es la que, al buen recaudo de subsidios
    jugosos, ejercita con pasión el derecho a la pereza que
    enunciara Lafargue, tal y como afirman expresamente los
    economistas más laureados que defienden la teoría
    del paro voluntario, )cómo explicar entonces que eso sea
    así en España donde no más del 40 por cien
    de los parados reciben subsidio de desempleo? )Son, pues,
    criaturas completamente irracionales?, )o es que, sencillamente,
    son ricos de familia?

    Prueba de la futilidad teórica de esos
    análisis es que las mismas economías -sin que se
    puedan haber modificado sustancialmente las condiciones de oferta
    laboral- crean empleo en las épocas de
    expansión.

    Y, sobre todo, es también una buena prueba de
    ello que los ciudadanos generen actividad, bien sea en
    condiciones de economía paralegal o de economía no
    monetaria. Eso no puede entenderse como que no se ha generado
    trabajo. Significa que la actividad laboral que se lleva a cabo
    no es tomada en consideración por un análisis
    económico que no puede ir más allá del
    reducido microcosmos del intercambio mercantil.

    En resumen, pues, resulta que el problema del paro no
    sólo termina por resultar inexplicado, sino que la
    retórica en la que se le envuelve como una pura
    expresión del desajuste de mercado impide contemplarlo
    como un fenómeno vinculado a la condición general
    del trabajo humano. Como dice Bouffatigue (1996:106), "en la
    cotidianeidad de la vida diaria el trabajo se oculta, se hace
    invisible, se subestima, incluso entre quienes trabajan. Cuando
    se le convoca a los debates públicos, suele ser antes que
    nada en el banquillo de los acusados, como responsable de la
    crisis por su
    rigidez y su coste excesivo".

    3. Desempleo y
    trabajo en el
    Neoliberalismo

    Las cuestiones a las que acabo de hacer referencia
    permiten poner de relieve dos grandes conclusiones.

    La primera, que la teoría económica
    más convencional no proporciona, ni mucho menos,
    explicaciones sobre las causas del paro que puedan tenerse por
    convincentes y rigurosas. Puede admitirse que todos los factores
    explicativos que toman aisladamente en consideración
    (salarios, rigidez,…) están lógicamente
    relacionados con las condiciones en que se contrata el trabajo en
    las economías capitalistas, como no puede ser menos. Pero
    no es posible aceptar, sin embargo, que por sí solos
    expliquen los niveles de desempleo tan elevados que se dan de
    manera tan generalizada y en condiciones, además, tan
    diferentes y casi siempre francamente alejadas de las que
    deberían darse si se cumplieran las hipótesis de
    las que necesariamente parten dichos análisis.

    La segunda, que es igualmente obvio que el desempleo no
    es el único problema laboral que hoy día se genera
    en nuestra economías, pues viene acompañado de una
    precarización progresiva de las condiciones de trabajo, de
    un volúmen muy elevado de población que entra y
    sale de forma irregular del mercado de trabajo alterando de esta
    forma el flujo habitual de generación de población
    activa y, también de manera progresiva, incluso de una
    modificación en la propia consideración social del
    trabajo y del empleo.

    Lo que ha sucedido en realidad es que en las
    economías capitalistas se han producido en los
    últimos años una serie de procesos que
    han afectado de manera profunda no sólo a la cantidad de
    fuerza de trabajo contratada, sino también, y sobre todo,
    a la condición cualitativa del trabajo mismo. Han sido
    unos procesos cuyo origen se remonta incluso a finales de los
    años sesenta, cuando el modelo de crecimiento de la
    postguerra empezó a dar inequívocas señales
    de agotamiento que se traducían en una drástica
    reducción del beneficio empresarial, en la
    saturación de los mercados y de la propia base
    técnica del sistema, en la inutilidad de los mecanismos de
    regulación macroeconómica hasta entonces dominantes
    y en una crisis social, de actitudes, de valores y de
    expectativas de gran profundidad.

    En otro trabajo (Torres 1995) he analizado con detalle
    todos estos procesos cuyas líneas de fuerza más
    importantes, sus orígenes y sus resultados, con especial
    referencia a los efectos que tuvieron sobre el mundo del trabajo
    que aquí me interesa poner de relieve con mayor detalle,
    se resumen en el cuadro que se encuentra al final de estas
    páginas.

    En él se puede comprobar que el agotamiento del
    modelo de postguerra requería hacer frente a una crisis
    con tres dimensiones específicas: la crisis en el aparato
    productivo, en la regulación macroeconómica y en el
    sistema de legitimación social. Se trataba, pues, de
    una crisis de carácter global, que afectaba netamente a
    los soportes esenciales del sistema económico (la
    producción, la política, la sociedad) y que
    requería soluciones que debían orientarse
    básicamente a conseguir tres grandes objetivos (un
    nuevo tipo de relaciones técnicas
    de producción y de trabajo, una regulación
    macroeconómica efectiva frente a la nueva naturaleza de
    los problemas económicos y suficiente y legitimadora
    disciplina social) que, a la postre, garantizaran la
    cuestión esencial: recuperar el beneficio
    privado.

    Todo ello se ha llevado a cabo, no siempre con
    coincidencia temporal o semejante intensidad en todos los
    países, a lo largo de los años ochenta y noventa y
    bajo la cobertura ideológica del neoliberalismo, que ha
    sabido articular respuestas apropiadas al capital en esos tres
    grandes ámbitos y cuyos contenidos concretos se resumen
    asimismo en el cuadro mencionado.

    Los efectos de esta estrategia neoliberal sobre el
    trabajo son efectivamente los que ya he mencionado más
    arriba, aunque me permito precisar algunas cuestiones
    principales.

    a) En todos los países, prácticamente sin
    excepción, la tasa de paro ha aumentado de manera
    espectacular y generalizada. Sin embargo, deben tenerse en cuenta
    algunas matizaciones significativas.

    En primer lugar que, a diferencia de lo que se suele
    creer, el empleo asalariado aumentó en todo el mundo,
    aumentraron también las horas trabajadas, y el crecimiento
    del empleo por persona e incluso
    la tasa de creción de empleo apenas si se modificó
    de manera significativa. En Europa (CE12) disminuyó tan
    sólo del 0,3 al 0,2%.

    En segundo lugar, que disminuyó de manera muy
    notable la tasa de crecimiento
    económico necesaria para que comience a crearse
    empleo. Así, de 1960 a 1972 en USA fué preciso un
    crecimiento medio del PIB del 2,3%
    anual para generar empleo, mientras que entre 1974 y 1995 fue
    suficiente un crecimiento del PIB del 0,7%. En Europa (CE12), en
    esos mismos años las tasas respectivas fueron del 4,5% y
    del 1,9%. En España, del 6,6% y del 2,6%, respectivamente
    (OIT 1996).

    Quiere decirse, pues, que más que una
    contención efectiva en la capacidad intrínseca de
    las economías para generar empleos, se ha producido un
    freno en los mecanismos que permiten generarlo en el contexto
    añadido de un incremento sustancial de la población
    activa derivado en muchas ocasiones de la disminución de
    los ingresos familiares o de la mercantilización de las
    actividades vinculadas a la satisfacción
    humana.

    b) Estos fenómenos no van de la mano, como suele
    ser una opinión bastante extendida, con una
    disminución del trabajo asalariado requerido para mantener
    la pauta de satisfacción en virtud de supuestas
    modificaciones en las pautas de producción y uso de los
    factores productivos. No es cierto que se haya producido una
    desasalarización del empleo (en el sentido de desafectación al capital) para ser
    sustituido por nuevas formas de ejercicio del trabajo.

    Los datos existentes permiten comprobar que lo que
    podría denominarse "clase obrera mundial" ha aumentado un
    13% entre 1983 y 1992, en porcentajes mucho más elevados
    en la periferia -50% en Corea, 40% en Filipinas, Brasil o
    Tailandia- y menores en los países desarrollados -6,7% en
    USA, 5,4% en Japón o
    4,7% en la Unión
    Europea- (Vernet 1995). Incluso la OIT (1996:34) ha indicado
    que se puede observar cierta disminución del trabajo por
    cuenta propia o temporal y, desde luego, que no puede decirse que
    disminuya el empleo asalariado.

    En realidad, estos datos no deben llevar más que
    una conclusión elemental: que la evolución de las
    economías capitalistas, incluso en condiciones de alto
    desempleo, va acompañada, como no puede ser de otra
    manera, del trabajo asalariado, así que no puede
    afirmarse, desde ningún punto de vista, que se haya
    producido en ellas una transformación en la naturaleza
    esencial que esté orientada a realizar una relación
    de trabajo cualitativamente distinta para obtener
    beneficio.

    Trabajo y cambio tecnológico

    Otro asunto, sin embargo, es el doble efecto que la
    nueva base tecnológica ha generado sobre el propio trabajo
    asalariado: su abaratamiento y su
    desestructuración.

    La incorporación generalizada de las
    tecnologías de la información responde obviamente a una
    estrategia encaminada a lograr la mejor rentabilización de
    los capitales físicos y humanos concernidos en la
    producción, en concreto, a incrementar la productividad
    del capital físico y el rendimiento del trabajo vinculado
    a la nueva base técnica y a abaratar el coste de la mano
    de obra.

    No es cierto que el desarrollo tecnológico, como
    suelen interpretar los análisis que tienden a mitificarlo,
    responda a una dinámica autónoma, en virtud de la
    cual el progreso en general y el técnico en particular se
    genere por una especie de autoinducción permanente, como
    si se constituyera un objetivo deseable en sí mismo. Todo
    lo contrario, la modificación de la base técnica
    del aparato productivo capitalista se somete inevitablemente a
    una lógica determinante que es la del beneficio, que no
    implica linealmente producir más o menos, utilizar mayor o
    menor cantidad de trabajo, de un tipo o de otro, sino tan
    sólo ganar más.

    Además de obtener un nuevo tipo de líneas
    de producción que permitieran diversificar los productos y
    favorecer un nuevo y necesario tipo de competencia a
    través de la variedad (única respuesta a la
    saturación de los mercados pero que no era factible en el
    régimen de producción masiva del fordismo), la
    incorporación de la nueva tecnología
    perseguía un objetivo esencial: ahorrarse salarios. Un
    artículo en The Economist de 17 de noviembre de 1979 lo
    reconocía claramente: "Los directivos están
    desesperados por conseguir la máxima flexibilidad para
    adoptar una nueva tecnología y poder llevar la delantera
    en el juego.
    También están ansiosos por ahorrarse salarios". La
    prueba efectiva de todo ello es que,una vez que han conseguido
    disminuir el coste salarial gracias a la la ofensiva neoliberal,
    las empresas dejan de sustituir trabajo por capital (Collin 1997;
    OIT 1995:195; Uzundis y Boutillier 1997:41), se frena, entonces,
    el "progreso tecnológico" que ya no aparece como una
    adherencia natural del capitalismo
    sino como una dinámica supeditada y dependiente de la
    lógica suprema de la ganancia.

    En correspondencia con ésta lógica, la
    incorporación de las tecnologías de la
    información, flexibilizadoras y capaces de multiplicar la
    versatilidad, la movilidad y la fragmentación, han
    provocado cambios sustanciales en las relaciones entre los
    trabajadores, entre éstos y las máquinas,
    en el contexto exógeno de la producción y en el
    propio seno de las empresas.

    De todos esos cambios me interesa destacar los
    siguientes, por cuanto que han tenido un papel más
    relevante en la desestructuración del trabajo en nuestra
    época.

    – La multiplicación de categorías
    laborales, en virtud de la versatilidad funcional que permite la
    nueva tecnología, lo que se ha traducido en una importante
    segmentación laboral, en la
    conformación estanca del espacio asalariado que lo
    debilita y enmudece.

    – La modificación del sentido del tiempo, no
    sólo por el aumento en la capacidad útil de las
    máquinas, sino por el mayor aprovechamiento que conlleva
    la superación del concepto lineal de la producción.
    A raiz de ello ha aumentado, al mismo tiempo y
    paradójicamente, la demanda de tiempos quebrados de
    trabajo y la intensificación horaria e incluso el aumento
    de jornada en algunas industrias o
    ramas, todo lo cual se ha traducido en modificaciones
    sustanciales de los regímenes de retribución
    salarial, ahora más favorables para la empresa pues son
    mucho más fáciles de establecer en función
    de los diferentes registros de la
    producción.

    – En la medida en que la difusión de las nuevas
    tecnologías productivas permiten la
    homogeneización espacial de los ritmos de productividad se
    facilita e incentiva la relocalización (que a su vez se
    favorece institucional y políticamente) tratando de
    aprovechar cómodamente la sobreganancia que procura la
    heterogeneidad de niveles salariales.

    Este fenómeno, así como los de
    desmembración de la antigua gran fábrica, de
    disminución de la escala
    productiva, de creación de redes y polos, provocan, en
    general, un generalizado proceso de fragmentación efectiva
    o potencial de las líneas de producción que implica
    la desaparición de los tradicionales "territorios obreros"
    y la diseminación de su capacidad de respuesta, lo que
    constituye uno de los factores más relevantes de la nueva
    condición del trabajo.

    No puede olvidarse que éste, a diferencia de lo
    que tan simplificada como interesadamente plantea el
    análisis liberal, no es una mercancía, cuya
    naturaleza se sustancie solamente en su determinación
    cuantitativa, sino una actividad social cuya condición
    depende de una previa definición de un haz de derechos de
    apropiación que le son inherentes. Justamente por ello, la
    estrategia neoliberal ha estado y
    está fundamentalmente encaminada a modificarlos, y esa
    modificación es su efecto más relevante.

    – Un proceso particularmente influyente en estos
    procesos ha sido el de la externalización que ha sido
    posible lograr en la
    organización de la producción y en el seno de
    las propias empresas. Me refiero a la estrategia consistente en
    desmembrar del núcleo empresarial la mayor parte posible
    de actividades productivas, y en particular laborales, tratando
    de establecer relaciones que no sean de la tradicional plena
    integración en el seno de la empresa.
    Así, los servicios se
    subarriendan, los trabajos se encargan a terceros, la
    elaboración intermedia se realiza a través de
    proveedores y,
    en general, se procura que la empresa se alivie de todo aquello
    que sea suceptible de organizarse externamente. Lo cual,
    lógicamente, no sólo traslada los ámbitos de
    competencia hacia el exterior, con la subsiguiente
    disminución de los costes, sino que permite eludir
    además los costes indirectos de todas las actividades
    ahora ya externas.

    – El efecto asimétrico del desarrollo
    tecnógico sobre la sociedad, tanto por su diferente
    impacto, como por la polarización y desigualdad que genera
    su incidencia sobre el régimen de retribuciones, se
    manifiesta también en su entorno social más amplio.
    A diferencia de lo que también se ha querido mitificar en
    extremo, las nuevas tecnologías traen consigo en
    empobrecimiento y descualificación general del trabajo,
    puesto que provocan indirectamente la modificación de la
    pauta de consumo y la generación de una demanda de
    servicios principalmente de tipo personal que se satisface en
    condiciones de una gran precariedad y con salario muy reducido.
    Se trata, en realidad, de una especie de anillo que se forma
    alrededor de los segmentos privilegiados y que constituye los
    nichos donde se generan las demandas de trabajo más
    cuantiosas, aunque peror retribuidas.

    d) Las nuevas disponibilidades tecnológicas
    permiten, al mismo tiempo que la centralización de las fuentes de
    alto valor añadido en el seno de empresas transnacionales
    de gran poder, la disipación de las tradicional estructura
    empresarial, a veces, hasta el punto de desvincular la actividad
    productiva del propio sistema institucional de referencia. Esto
    es lo que explica el incremento de la economía sumergida,
    del trabajo a domicilio al servicio de la
    gran empresa, el espectacular aumento del trabajo infantil, la
    explotación del trabajo femenino en las industrias o ramas
    auxiliares o marginales y, en general, la estatégica y
    casi habitual trasgresión de las fronteras entre el
    trabajo legal e ilegal. Paradójicamente, la
    búsqueda de alternativas de abaratamiento de la fuerza de
    trabajo ha provocado que la filosofía neoliberal que se
    autodefine como la expresión suprema de la modernidad se
    haya desplegado sobre nuestro mundo amparando y cubriendo la
    existencia de una auténtica esclavitud
    contemporánea.

    Regulación macroeconómica,
    empobrecimiento del trabajo y desempleo

    Las políticas conservadoras predominantes en los
    últimos años han tenido cuatro ejes o presupuestos
    fundamentales.

    En primer lugar, la reivindicación del menor
    protagonismo del Estado en todos los ámbitos de la
    actividad económica.

    En segundo lugar, la idea de que, como consecuencia de
    la enorme expansión del Estado del Bienestar, se
    habría alcanzado ya un grado de igualitarismo en las
    sociedades que no sólo es suficiente sino incluso
    contraproducente para alcanzar la deseada eficiencia del
    sistema.

    En tercer lugar, la necesidad de reducir la
    presión salarial sobre los costes
    empresariales.

    Finalmente, y como corolario de lo anterior, una nueva
    formulación de la regulación macroeconómica,
    distinta de la típicamente estabilizadora e
    instrumentalizada preferentemente a través de
    políticas fiscales de épocas anteriores.

    En particular, este nuevo tipo de regulación
    tiene tres grandes principios: el
    privilegio concedido a la política
    monetaria, el establecimiento del control de la
    inflación como objetivo prioritario y la pretensión
    de que el equilibrio de las grandes magnitudes económicas
    constituye la referencia fundamental hacia la que deben
    orientarse todas las decisiones de los gobiernos.

    Lo que se presentó inicialmente como una
    "revolución conservadora" se arropó
    teóricamente con los postulados monetaristas. Se afirmaba
    que si la autoridad monetaria es capaz de gobernar con acierto y
    prudencia la masa monetaria se lograría contener las
    tensiones en los precios y aumentar el producto nacional y la
    actividad económica.

    La justificación de este principio implica, en
    consecuencia, que otras políticas más
    intervencionistas -principalmente la política fiscal– deben
    ser minimizadas, de manera que, como efecto adicional, se
    conseguiría que el mercado actuase mucho más
    libremente y sin la injerencia indeseable de la burocracia
    pública que termina por generar desincentivos a la
    asignación más eficiente de los
    recursos.

    Además, puesto que se considera que el principal
    problema de las economías es la inflación, resulta
    entonces necesario adoptar una política monetaria
    claramente restrictiva que debe consistir en la limitación
    del crecimiento de la oferta monetaria. Para ello, los tipos de
    interés jugarán un papel fundamental. Tipos que
    habrá que procurar mantener suficientemente altos para
    desanimar la demanda de dinero y hacer posible que la autoridad
    monetaria lograse su objetivo de controlar la cantidad de dinero
    sin generar desequilibrios financieros.

    Por otro lado, los gobernantes y los economistas que les
    proveen de discurso
    teórico han proclamado, de manera harto reiterada, que la
    solución de los problemas económicos está
    condicionada a que "cuadren" las grandes cifras de los agregados
    macroeconómicos. La retórica al uso en estos
    años ha consistido en la definición de lo que
    técnicamente se llama el "cuadro macroeconómico"
    que se presenta como el único y predefinido campo de juego
    en el que pueden discurrir las decisiones económicas. Por
    eso, que una de las expresiones más utilizadas en estos
    años ha sido que la política adoptada era "la
    única posible", pues sólo esa podía cumplir
    los requisitos de equilibrio previamente establecidos.

    Unos cuantos principios sin demasiada
    contrastación empírica, o de contrastación
    muy controvertida (el concepto de tasa natural de paro que
    permitía resolver que no era bueno que el paro se redujese
    por debajo de determinado nivel, el "efecto expulsión" de
    inversión privada achacado al gasto
    público, la idea de que los déficits
    públicos siempre provocan subidas de precios, o que la
    deuda es siempre condenable, por no hablar de la famosa "curva de
    Laffer") han constituido una demasiado escasamente fundamentada
    batería de hipótesis sobre las que se ha hecho
    descansar la política neoliberal (Calcagno y Calcagno 1995
    y Ormerod 1995).

    Una formulación como la anterior brevemente
    expuesta no podía llevar sino al conflicto
    entre objetivos, a la deflación y al desempleo
    generalizado.

    Veamos esto con algún detalle.

    – Casualmente, la política monetaria genera dos
    principales consecuencias: por un lado, que con tipos de
    interés más altos los propietarios de activos
    financieros puedan percibir retribuciones más altas, es
    decir, una mayor rentabilidad.
    Eso ha permitido una redistribución ingente a favor de los
    poseedores de capital financiero. Por otro lado, al aumentar los
    tipos de interés se encarece la inversión -sobre
    todo en un momento en que las empresas están
    empeñadas en una reestructuración productiva- y se
    desanima el consumo de bienes duraderos por las familias, lo que
    provoca lógicamente la caída del empleo (aunque
    esto será una circunstancia favorable para lograr la
    reducción salarial y, en general, para debilitar el
    espíritu reivindicativo de los movimientos
    sociales).

    – El apego contumaz a la formulación nominalista
    del equilibrio macroeconómico (de manera
    paradigmática en el caso de los programas
    europeos de convergencia entre las distintas economías,
    que no toman en consideración el desempleo o su capacidad
    productiva real) lejos de constituir un intento de simplificar la
    realidad para intervenir sobre ella, se convierte en la
    generación de un auténtico corsé, una
    restricción artificial, y por lo tanto ideológica,
    al abanico de alternativas posibles de política
    económica que terminan por justificar la renuncia
    efectiva a estimular el empleo.

    – La definición de la inflación como
    enemigo principal del equilibrio macroeconómico ha
    traído consigo igualmente importantes efectos perversos,
    además de otros de carácter distributivo de los que
    no me ocuparé aquí (Torres 1995).

    Para estimular la actividad económica
    deberían reducirse los tipos de interés reales pero
    la autoridad monetaria sólo puede controlar los tipos de
    interés nominales. Para lograr que se reduzcan los reales,
    una alternativa posible es provocar una situación
    deflacionaria.

    Puesto que esta lleva consigo una caída en la
    actividad económica (disminución de la
    inversión, aumento del paro,…) el Gobierno se
    verá obligado antes o después a estimular la
    economía para evitar que ésta se hunda y,
    además, tendrá que hacer frente a más
    gastos sociales
    (subsidios de desempleo, por ejemplo) si es que no desmantela
    antes el sistema de protección social.

    Para tratar de evitar la deflación, podrá
    aumentar el gasto público, bien sea en partidas de gasto
    social, militar o en infraestructuras; o podrá reducir la
    presión fiscal que recaiga sobre los beneficios (intentado
    que éstos afloren y se destinen a la inversión) o
    sobre el consumo privado; o conceder subsidios a las empresas. En
    definitiva, provocará déficits públicos que
    habrán que financiarse con posterioridad.

    Si lo financia el Banco Central se
    producirá un aumento de la masa monetaria, que es lo que
    se quería evitar. Si lo financian los bancos
    comerciales adquiriendo los títulos de la deuda
    estarán reduciendo sus recursos disponibles para conceder
    créditos que financien la actividad
    productiva. Si lo financian agentes económicos externos
    (como en gran medida sucede en España, pues la mayor parte
    de la deuda del Estado la suscriben extranjeros), no hay tampoco
    seguridad de que los intereses que reciben se dediquen a impulsar
    la actividad en el interior. En cualquier caso, para que pueda
    colocarse la deuda del Estado será necesario que haya
    tipos de interés suficientemente atractivos, lo que a su
    vez repercute negativamente sobre la magnitud de los
    déficits públicos.

    En suma, resultaría que el intento (de la
    política fiscal) de frenar el estancamiento a que da lugar
    el objetivo de reducir los tipos de interés reales no
    garantiza que aumente la demanda efectiva, termina por presionar
    al alza los tipos de interés para buscar una
    financiación estable del déficit y, para colmo,
    puede generar subida de precios como consecuencia del aumento en
    la masa monetaria. Esto es, más depresión,
    menos actividad, más control salarial, menos
    renta,más déficit, menos gasto social más
    empobrecimiento, menos bienestar.

    La opción seguida por la política
    económica ha sido la de optar claramente por la
    deflación. Pero no tanto para evitar la presión
    inflacionista como si ésta fuese en realidad un peligro en
    sí mismo, sino por su doble efecto favorable al capital:
    el control salarial y la brida que impone el paro a los
    movimientos obreros organizados.

    El desempleo generalizado y la generación de
    masas ingentes de "trabajadores pobres" en todo el mundo son las
    consecuencias inevitables de la opción
    macroeconómica neoliberal .

    Partes: 1, 2

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