- 1. Algo
enigmático - 2. Lo que se sabe y lo que
no se quiere saber sobre el paro - 3. Desempleo y trabajo en el
Neoliberalismo
5. Las condiciones para la creación de
empleo
6.Una (radical) reflexión final
7. Bibliografía citada- 8.
Génesis y naturaleza del neoliberalismo: Efectos sobre
el trabajo
"A la ciencia
económica le falta la relación con lo no
económico. Es una ciencia cuya
matematización y formalización son cada vez
más rigurosas y elaboradas; pero esas cualidades incluyen
el defecto de una abstracción que se separa del contexto
(social, cultural, político); obtiene su precisión
formal olvidando la complejidad de su situación real, es
decir olvidando que la economía depende de
lo que de ella depende. De este modo el saber economista que se
encierra en lo económico se vuelve incapaz de prever las
perturbaciones y el devenir, y se vuelve ciego para lo
económico mismo". E. Morin y A.B. Kern
(1993:76).
Se ha dicho (Schwartz 1992) que el trabajo se
ha convertido en nuestra época en "algo
enigmático". Y debe ser cierto.
Los libros de
moda (Rifkin
1996, Forrester 1997,…) tratan de convencer a sus millones de
lectores de que hemos llegado al "fin del trabajo",
justamente, ahora cuando la búsqueda de un trabajo se
convierte en el motivo principal de la existencia de cientos de
millones de personas. Se generaliza la convicción de que
el trabajo pierde el valor y la
centralidad que tuviera en otras épocas, pero trabajar es,
más que nunca, la aspiración y la
preocupación principal de los ciudadanos. Se entiende que
vivimos en la era del dominio
tecnológico y de la sofisticación laboral y, sin
embargo, la mayoría de los puestos de trabajo que se crean
son precarios, sin apenas cualificación y frustrantes.
Todos los discursos
sociales convienen en señalar que nos domina el drama del
paro, pero las políticas
económicas que aplican los gobiernos no sitúan en
primer lugar el objetivo del
empleo sino
que, más bien, lo supeditan. O, en el mejor de los casos,
se promueve la creación de empleos de
características tan precarias que no proporcionan los
ingresos
suficientes para satisfacer las necesidades materiales
más elementales. Los gobernantes, en fin, pueden
considerar que las economías "van bien", aunque sean
millones los ciudadanos que no tienen trabajo, como si el
desempleo
fuese tan sólo una circunstancia accidental, de segundo
orden, una contingencia perfectamente soslayable y que
prácticamente quedará resuelta dejando que los
agentes económicos disfruten de la mayor libertad
posible..
Aunque lo que quizá resulte más
enigmático es que nuestra civilización no utilice
todas sus capacidades, y en particular todo el esfuerzo humano
disponible, para para producir los medios de
satisfacción, precisamente, cuando la inmensa
mayoría de los seres humanos se encuentran por debajo de
los niveles de vida que consideramos elementalmente deseables.
Parece realmente un enigma que el trabajo sea un valor sobrante
en una civilización que se basa en considerar al trabajo
como la condición natural de la vida humana y que, al
mismo tiempo, se
precia de cultivar y enriquecer como ninguna otra la
individualidad y la propia condición humana.
Se puede entender verdaderamente como un enigma que los
discursos científicos no se planteen con autoridad y
resolución el problema del trabajo humano, que no
dispongamos de respuestas que permitan evitar que la vida de la
mayoría de los seres humanos se resuelva
inequívocamente en la frustración y en la necesidad
mientras que renunciamos a aplicar el esfuerzo colectivo en la
satisfacción de nuestros congéneres.
No hace falta traer aquí a colación las
cifras de desempleo a nivel mundial, los datos que
muestran, al menos estadísticamente, hasta qué
punto el trabajo humano es hoy día un "recurso sobrante".
Como tampoco es necesario volver a reflejar el nivel
altísimo de insatisfacción, de pobreza y de
hambre que sufre la mayoría del planeta. Son bien
sabidas.
En estas páginas trataré de hacer algunas
reflexiones sobre esta irracional contradicción, sobre
este aparente enigma. Sin mayor pretensión que la de
coadyuvar a realizar lo que considero un necesario enfoque
omnicomprensivo de los problemas
sociales quisiera llamar la atención o resaltar dos grandes
cuestiones.
La primera de ellas, la limitación enorme de los
enfoques teóricos que hoy día predominan a la hora
de analizar el problema del trabajo y, en particular, las causas
del desempleo como su expresión más
inmediata.
En segundo lugar, trataré de poner de relieve que el
problema del desempleo es tan sólo una dimensión
parcial, y seguramente no la más importante, de un
problema de mucha mayor envergadura que es al que se debe
atender. En concreto,
procuraré señalar que el problema del paro no puede
concebirse exclusivamente como la mera ausencia de trabajo, sino
como una expresión de insatisfacción cuya
solución requiere una percepción
mucho más general y sistémica que la que suele
dominar en los discursos sociales y en las políticas al
uso.
2. Lo que
se sabe y lo que no se quiere saber sobre el paro
Me parece obligado que una consideración previa a
la hora de analizar las causas del paro que se produce en
nuestras sociedades sea
la de revisar el alcance de nuestro conocimiento
teórico, la naturaleza de
la percepción dominante de problema. Es una evidencia que
la solución que pueda dársele dependerá de
nuestra comprensión del mismo.
Desde este punto de vista no puede dejar de sorprender
la pobreza de
nuestros conocimientos, su escasísima capacidad operativa,
su evidente falta de recursos
prácticos, en fin, su franca inutilidad para resolver los
problemas que
se plantea.
Hace unos años, reconocía Mas Colell
(1983:67) que "es una triste realidad que la teoría
económica actual no cuenta con una teoría del
desempleo que goce de un mínimo grado de consenso". Ni que
decir tiene que, pasado el tiempo, no puede cambiarse de
opinión.
Lo sorprendente, sin embargo, es que, a pesar de esa
reconocida falta de consenso, lo que podríamos denominar
la "cobertura científica" de las políticas
dominantes, el pensamiento
convencional que predomina en nuestras aulas y en los discursos
más reconocidos sea tan contundente a la hora de
establecer su diagnóstico sobre las causas de desempleo
masivo. Y de las cuales deducen los remedios que consideran
irrevocables, aunque a tenor de los resultados que luego producen
no hay prueba alguna de que sean tan efectivos como "ex ante"
proclaman.
Por esa razón me temo que no está de
más señalar la flagrante falta de fundamento de
toda una serie de postulados que conforman el saber convencional
sobre el desempleo y a partir de los cuales se están
fundamentando las políticas económicas de los
últimos años. Políticas de las que no
sólo no se deducen respuestas válidas para reducir
el paro sino que, por el contrario, tan sólo terminan por
favorecer un régimen de satisfacción muy desigual y
por ello injusto.
– El paro no es un drama…para todos.
Puede parecer una simpleza pero es imprescindible no
olvidar algo tan elemental como el hecho de que el paro
generalizado, lejos de ser un drama general, es la
situación que mejor conviene a las empresas para
lograr condiciones más favorables de contratación,
salarios
más bajos, menor capacidad reivindicativa de los
trabajadores y mayor sometimiento y disciplina. El
paro desmoviliza a los asalariados, los debilita en todos los
sentidos y termina por provocar una condición general de
sometimiento y miedo a la pérdida del puesto en quien lo
tiene, o de aceptación de cualquier condición de
trabajo en quien lo busca con necesidad, que permite a los
empresarios imponer las términos más ajustados a
sus intereses.
Es cierto que ésta es una contradicción
inherente a la condición escindida del sistema
económico en el que nos desenvolvemos, pues lo que es
conveniente al nivel de cada empresa termina
por ser perverso incluso para el interés
general del empresariado ya que debilita la demanda global
y disminuye las oportunidades de negocio. Pero siendo así
de contradictorio no deja de ser una opción que termina
por imponerse, no sólo por la dinámica que imprimen las empresas de mayor
fortaleza, y por tanto con poder
asegurado sobre el mercado, sino
porque la propia condición empresarial orientada a la
ciega consecución del lucro individual no puede generar
otro tipo de comportamiento.
Hace ya muchos años que Kalecki (1943:405)
había señalado esta circunstancia al afirmar que no
puede esperarse que el pleno empleo se consolide como una
situación permanente en las economías capitalistas.
En esa situación, decía, "el despido dejaría
de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La
posición social del jefe se minaría y la seguridad en
sí misma y la conciencia de la
clase
trabajadora aumentaría. Las huelgas por aumentos de
salarios y mejores condiciones de trabajo crearían
tensión política". Por eso,
continuaba, "los dirigentes empresariales aprecian más 'la
disciplina de las fábricas' y la 'estabilidad
política' que los beneficios. Su instinto de clase les
dice que el pleno empleo duradero es poco conveniente desde su
punto de vista y que el desempleo forma parte integral del
sistema capitalista 'normal'".
Estas circunstancias no han cambiado, no pueden haber
cambiado puesto que no se han modificado las condiciones
generales de apropiación en que se desenvuelve nuestro
sistema económico. De hecho, y aunque no es lo
común, a veces nos encontramos con la sorpresa de que los
mismos responsables de garantizar estas condiciones favorables
para la empresa
privada lo reconocen abiertamente y sin el menor pudor. Tal es el
caso del ex Ministro español de
Economía Carlos Solchaga (1997:183) quien lo ha hecho de
la manera más explícita: "El conjunto de actitudes que
hacen del paro un tema prácticamente intratable en
España
-y de muy difícil trato en Europa-, sin
embargo, no es el resultado de un capricho del azar o de una
trágica resignación ante un destino inexorable,
sino el resultado de un cálculo
-no siempre consciente por parte de todos los implicados- que
demuestra que la reducción del desempleo, lejos de ser
una estrategia de la
que todos saldrían beneficiados, es una decisión
que si se llevara a efecto podría acarrear perjuicios a
muchos grupos de
intereses y a algunos grupos de opinión
pública" (subrayado mío).
Todo ello quiere decir que no se puede explicar el
desempleo masivo de nuestras sociedades sin mencionar el poder
del que dispone el empresariado, sin considerar que éste
está objetivamente interesado en la existencia de niveles
de paro que favorezcan el uso que realizan de la fuerza de
trabajo. Y, en consecuencia, que una estrategia que se pretenda
sincera a la hora de combatir el desempleo no puede dajar de
contemplar una variable esencial: el poder y la democracia
realmente existente. O, dicho de una manera más elemental,
que no será posible reducir el desempleo sin afectar al
sistema de derechos de
apropiación de nuestra sociedad, sin
modificar las condiciones en que se reparte el poder sobre los
recursos en nuestra sociedades.
– El problema del paro no es el de la evolución de la tasa de paro
Se trata nuevamente de una cuestión tan simple
como elemental, pero en absoluto banal. Los análisis teóricos dominantes se
preocupan de analizar los problemas relativos a una serie de
variables
nominales que, en la mayoría de las ocasiones, no tienen
mucho que ver con la realidad.
)Hace falta señalar que la cuestión social
y humana preocupante no es la evolcuión de una determinada
tasa estadística, sino la insatisfacción
que supone el que los ciudadanos no tengan ingresos o recursos
para satisfacer sus necesidades? Pues hace falta.
Una buena prueba de ello es, por un lado, la futilidad
del propio concepto de
empleo que se utiliza para conocer estadísticamente su
realidad social y, por otro, su propia inconsistencia. Desde el
punto de vista del saber estadístico que sirve de base al
análisis teórico y a las políticas
neoliberales dominantes puede considerarse exactamente igual que
el empleo sea a tiempo completo o de una hora a la semana,
más o menos retribuido, estable o por una sola jornada,
circunstancias que desde luego no son idénticas desde el
punto de vista del bienestar y la satisfacción que
comporta el empleo. Es bien conocido hasta qué punto los
datos estadísticos de creación de puestos de
trabajo están falseados por la multiplicación de
contratos de
tiempo parcial, o incluso hasta qué punto sobrevaloran los
puestos de trabajo realmente existentes.
Todo ello es relevante desde dos puntos de vista. El
primero, relativo a la comprensión teórico del paro
y de sus consecuencias. Puede llegarse incluso al paroxismo
cuando lo que se analiza, en lugar de ser la capacidad de
generación de ingreso y de satisfacción de una
economía es solamente un constructo
estadístico.
Un análisis reciente puede ser bien expresivo de
esta perversión. Se preguntan los autores (Becerra, Torres
y Villalba, 1998:48) ")por qué es tan elevada la tasa de
paro en Andalucía?" y el problema es que, justamente, es
sólo a eso a lo que tratan de dar respuesta: a la
evolución de la tasa. La pobreza de los análisis
reduccionistas de este tipo se comprueba cuando se conocen sus
conclusiones: "el principal factor que explica la divergencia
entre las tasas de paro es el mayor incremento de la población activa en Andalucía". La
evolución de la tasa queda, pues explicada: aumentó
el denominador. Y la evolución del desempleo, a la vista
de semejante análisis es igualmente obvia: hay más
paro porque hay mucha más gente que desea
trabajar.
El problema de este tipo de análisis (que ni
decir tiene que utiliza las herramientas
analíticas más sofisticadas y complejas) es que
desentienden el problema del paro de su connotación que
debiera ser principal. Efectivamente, el paro no es el problema
de la evolución de una tasa estadística, sino la
expresión de que una economía no es capaz de
proporcionar empleo y, por tanto, ingreso suficiente a su
población. Esta es la incapacidad que hay
explicar.
Desde otro punto de vista este asunto implica una
limitación esencial. Si el problema del empleo se
simplifica de tal forma, resulta que el alcance de las
políticas se limita igualmente desde la perspectiva
esencial del bienestar social. La demostración más
palmaria de esta nueva perversión es la
consideración dominante de que Estados Unidos ha resuelto
el problema del desempleo, a diferencia de lo que sucede en
Europa, toda vez que su tasa de paro es prácticamente
cercana a lo que se considera paro inevitable. Tal presupuesto
sólo se puede establecer si, como está igualmente
generalizado, el concepto de empleo utilizado se desliga de
cualquier otra consideración que no sea su
definición estadística más empobrecida. Si
no se tiene en cuenta su bajísima calidad, su
ingreso insuficiente, la existencia de población
excluída de las estadísticas de empleo, en fin, si no se
tiene en cuenta que lo que estadísticamente se está
considerando como empleo no implica, desde ningún punto de
vista, ingreso laboral generalizado para toda la
población.
En suma, pues, cuando se aborda el problema de las
causas del paro (y por supuesto si este asunto se aborda desde la
deseable perspectiva de proponer soluciones) no
puede olvidarse que el paro no puede definirse tan sólo
como la ausencia de un empleo que, a su vez, se define, de la
manera precaria en que lo hace la estadística
convencional. Preguntarnos, pues, por las causas del paro debe
llevar a preguntarnos por las condiciones en que se genera
más o menos satisfacción. De otra manera, como
trataré de mostrar más adelante, pudiera ser que la
generalización de un tipo de empleo empobrecido y
empobrecedor actúe como un velo que impida contemplar el
rostro verdadero del trabajo en nuestra sociedad.
– Las alzas salariales no son la causa del
desempleo
Es bien sabido que la presión
salarial, la subida de los costes salariales son considerados en
el análisis económico dominante como la causa
principal del desempleo. Es un presupuesto que se sustenta en
tres tipos de consideraciones.
Primero, porque se supone que al aumentar los salarios
disminuyen los beneficios y, en consecuencia, los incentivos que
tienen las empresas para contratar trabajo.
Segundo, porque se supone que los salarios al alza
tienden a provocar subidas de precios
(obsérvese que ésta es una consideración
contradictoria con la anterior) que obliga a adoptar medidas
antiinflacionistas (elevación de los tipos de
interés, reducción del gasto público, subida
de impuestos,…)
que provocan una disminución de la demanda que se traduce
en menor gasto y en menos ganancia para las empresas.
Finalmente, desde un punto de vista más
teórico se entiende que es posible alcanzar un salario de pleno
empleo en la economía, de manera que si existe desempleo
no puede ser sino como efecto de que el salario se encuentra en
un nivel superior al de pleno empleo.
En cualesquiera de estas versiones el análisis
dominante y que sirve de soporte a las políticas adoptadas
en los últimos años ha culpado a las alzas
salariales de la existencia de los elevados niveles de paro de
nuestras economías. Y de esa consideración no ha
podido deducirse sino la demanda de contención salarial
para que sea posible, según se afirma, reducir el
paro.
Sin embargo, esta tesis no puede
admitirse desde ningún punto de vista como una
explicación rigurosa y certera de los niveles de paro
existentes en nuestras economías.
En primer lugar, porque es un hecho suficiente y
definitivamente contrastado que en el periodo en que el paro ha
aumentado de manera vertiginosa y general las remuneraciones
salariales:
- bien han aumentado menos en los países, como
España, en donde ha resultado que el paro se
elevó más. - han crecido menos que la productividad,
como prueba el hecho de que los costes laborales unitarios
hayan descendido en el periodo de mayor crecimiento del
desempleo - o, si se consideran en términos globales, han
disminuido su participación en el conjunto total de las
rentas.
Téngase en cuenta, por ejemplo, que entre 1974 y
1994 el salario real de consumo
sólo aumentó por encima de la productividad en
Bégica, Austria y el Reino Unido (OCDE 1994).
Puede afirmarse, por el contrario, que hay
contrastación empírica suficiente para indicar que
a partir de los años ochenta el desempleo generado en las
economía occidentales no se ha debido a incrementos
salariales (Bean 1994) y, en consecuencia, que a diferencia de lo
que se suele proponer de manera generalizada la reducción
salarial no es la solución al desempleo (OIT
1995b:195).
Con independencia
de ello, es innegable que, desde el punto de vista de una empresa,
salarios más altos pueden influir en sus decisiones de
contratación…pero exactamente igual que, a nivel
general, niveles salariales más bajos pueden igualmente
hacerlo, toda vez que deprimen la demanda y disminuyen el gasto
total, del cual se nutren las ventas de las
empresas. )Qué es lo que puede asegurarnos que el menor
volumen de
contratación laboral de las empresas lo ha producido un
nivel demasiado elevado de salarios en lugar de un nivel
insuficiente de demanda? La respuesta es bastante simple:
sólo un análisis basado en la hipótesis gratuita de que la demanda es
limitada, como lo es tan sólo en las condiciones de
generación restringida de ingresos, bien en
términos absolutos o relativos, por una desigual distribución de los mismos que son una
típica contradicción de las economías
capitalistas.
Esto último nos proporciona, por el contrario,
una explicación más plausible del paro. En lugar de
considerar que las políticas deflacionistas son una
respuesta necesaria frente al alza salarial, resulta que, por el
contrario, son la base necesaria para mantener un determinado
estatus distributivo que siempre estará afectado por el
nivel salarial. En realidad, el análisis teórico
convencional invierte la casuística de manera tan sagaz
como infundamentada: no es el salario lo que deprime el
beneficio, sino que mantener éste último requiere
controlar el salario. Por ello, las políticas
deflacionistas provocan paro al mismo tiempo que fortalecen la
pauta distributiva desigual, tanto por la vía de
incrementar el beneficio reduciendo salarios, como por la de
revalorizar el patrimonio a
través del reforzamiento de los controles
monetarios.
Naturalmente, esta generalización no implica que
no se den circunstancias ((justamente vinculadas a la existencia
de altos niveles de empleo!) en los que una efectiva
presión al alza de los salarios ponga en peligro la tasa
de beneficio, como sucedió a finales de los años
setenta (Torres 1995:81-84). Pero el paro subsiguiente no
sólo fue una consecuencia de ello, sino también una
respuesta: el paro, como la inflación, no sólo
tiene causas, sino también propósitos.
En realidad, la concepción teórica que
lleva a demonizar las alzas salariales se basa en una
concepción errónea del salario, pues se limita a
considerarlo solamente como una componente del coste empresarial
(en cuya condición puede condicionar la demanda de trabajo
a realizar, aunque no de forma absoluta, pues ésa va a
depender del volumen de ganancia esperada) cuando, además,
es una componente de la demanda global que condiciona a su vez la
ganancia esperada por las empresas, y es también una
determinante de la productividad.
Sucede, pues, que la limitación del salario en
realidad no beneficia al conjunto de las empresas, pues pierden
gasto global y les obliga a utilizar el factor trabajo en
condiciones de menor productividad, sino que deriva en una
condición económica general mucho más
crítica
para las que no disfruten de ventajas relativas o selectivas en
los mercados, para
las empresas que no disfrutan de privilegios. Sigue siendo
cierta, entonces, aquella paradoja que señalara Marx cuando
decía que lo que deseaba de veras un empresario era
pagar muy poco a sus empleados pero que los demás
empresarios pagaran sueldos elevados a los suyos, para que
éstos tuvieran así más dinero que
gastar en los productos que
su empresa produce. Lamentable y definitiva contradicción
del egoísmo al que se confía la dinámica
capitalista.
Por lo demás, y al igual que no puede sostenerse
esta relación de casualidad salario/empleo a nivel
agregado, tampoco es de recibo entender que se produce a nivel de
empresa, como lo prueba el hecho evidente de que las empresas no
duden en contratar a ejecutivos con altísimos salarios si
estiman que ello contribuye a incrementar su beneficio que es, en
realidad, la variable de la que depende el empleo en nuestras
economías.
Es cierto, pues, que hemos de aceptar que los niveles de
empleo dependerán del mantenimiento
de una determinada pauta de distribución favorable al
capital y al
beneficio. Pero es justamente esa realidad la que llevaría
a plantearse el problema del paro desde una perspectiva que el
análisis económico moderno soslaya interesadamente:
)es ello inevitable? Y, puesto que obviamente no lo es, )es esa
la solución verdaderamente deseable o deseada por la
sociedad?
– La falta de flexibilidad no es la causa del
paro
Otra de las causas que de manera más contumaz se
aducen para explicar el desempleo es la rigidez en el
desenvolvimiento de las relaciones laborales. Como se sabe, se
quiere hacer referencia con ello a la falta de flexibilidad en
los mecanismos de fijación de los salarios (flexibilidad
salarial), en aquellos de los que depende la
reorganización cuantitativa o cualtitativa de las
plantillas (flexibilidad numérica o funcional), o en la
falta de movilidad espacial de los trabajadores (flexibilidad
geográfica).
En el primer caso, se supone que las empresas
contratarían más trabajadores si tuvieran
posibilidad de ajustar los salarios de sus empleados a las
diferentes condiciones de obtención de su producto. En
particular, se considera que para ello son rémoras muy
importantes la existencia de salarios mínimos, la
existencia de trabajadores "insiders" que aprovechan su
situación dentro de la empresa para fijar condiciones
salariales estrictas y que actúan con una excesiva
aversión al riesgo que les
lleva a demandar condiciones demasiado favorables, la propia
actitud de las
empresas tendentes a favorecer al capital humano
que ellas mismas han generado en su seno o, incluso, la
existencia de costes sociales demasiado elevados.
En realidad, sobre todas estas cuestiones cabe indicar
lo que acabamos de señalar en relación con los
costes salariales. No puede encontrarse contrastación
empírica decisiva que permita sostener que esta aparente
falta de flexibilidad es la causa general del desempleo en
nuestras economías. Todo lo contrario, disponemos de
suficientes evidencias
para poder establecer que ninguna de ellas influyen de manera
sustancial sobre el volumen de empleo contratado.
Desde otro punto de vista, se ha tratado de establecer
que una rémora principal para la creación de empleo
es la rigidez númerica y, en particular, los costes
indirectos muy elevados que lleva consigo el despido (OCDE 1996,
Sebastián 1996). Según estos análisis, los
empresarios no contrarían más trabajadores toda vez
que las indemnizaciones a las que tendrían que hacer
frente si se modificaran las condiciones serían lo
suficientemente elevadas para no compensar la
contratación.
Cabe decir, sin embargo, que es mucho mayor la evidencia
empírica en el sentido contrario (Blank 1994, Layard y
otros 1994) como es fácil deducir, además, si se
considera, por ejemplo que los costes laborales asociados al
despido en España no llegan al 2 por cien de los costes
laborales totales y que, desde cualquier punto de vista que se
considere, ha de resultar que la lógica
de la contratación y la del despido son diferentes y
responden a secuencias distintas.
Por otro lado, se quiere explicar también el
desempleo por la falta de flexibilidad temporal, es decir, por la
rigidez existente a la hora de contratar a tiempo parcial, por
horas o, en general, en función de
la mayor versatilidad horaria que es característica de la
nueva base tecnológica.
Es cierto, como veremos, que ésta última
demanda un concepto distinto del trabajo y que requiere una mayor
flexibilidad horaria. De hecho, satisfacer esa demanda ha sido la
tónica de todas las modificaciones legales que se han
llevado a cabo en los países occidentales, hasta el punto
de que hoy día las inmensa mayoría de las nuevas
contrataciones se realizan a tiempo parcial, en jornadas
partidas, de la manera, en fin, más flexible posible.
Puede decirse que hoy día no existen inconvenientes
verdaderos para la contratación de personal en las
condiciones de mayor flexibilidad.
Sin embargo, hay que señalar diversas
circunstancias. Primero, que estas nuevas posibilidades no
siempre, sino más bien casi nunca, son utilizadas para
aplicar el trabajo a la nueva base tecnológica, sino para
emplearlo en condiciones de menor coste. Segundo, que la
flexibilidad temporal no ha dejado de crecer al mismo tiempo que
ha ido aumentando el desempleo, lo que dificilmente permite
sostener con fundamento que haya sido la causa de éste
último (lo que no niega, sin embargo, que puedan existir
desajustes más o menos coyunturales o episódicos).
Tercero, que los mayores incrementos de la contratación a
tiempo parcial se producen, precisamente, en los momentos de
menor fortaleza económica, lo que permite pensar que en
lugar de constituir una demanda positiva del sistema con vistas a
crear empleo, son más bien un mecanismo de defensa
coyuntural de las empresas más débiles.
Mención aparte merece también la llamada
movilidad geográfica o la funcional, a cuya falta se le
achaca igualmente la generación de desempleo, normalmente
considerando que los trabajadores, merced a su satisfactoria
situación en los lugares de origen, ofrecen grandes
resistencias
culturales y de todo tipo a cambiar de domicilio o de
ocupación.
Posiblemente, no haya otra justificación del
desempleo tan carente de rigor y tan falaz (Layard 1994:84-94).
Las encuestas
muestran reiteradamente que no llega al 15-20% el porcentaje de
trabajadores que afirma no estar dispuesto a trabajar por menos
salario. Y, aunque es cierto que sólo un 30% suele admitir
que estaría dispuesto a cambiar de residencia, cabe pensar
si en realidad ésto es una expresión de rigidez
laboral o de insuficientes ofertas de bienestar. En cualquier
caso, no es muy realista pensar que se trate de una causa
singular de desempleo en nuestro país, si se tiene en
cuenta, siquiera sea anecdóticamente, la
movilización permanente que implican las convocatorias de
empleo público, buena prueba real de hasta qué
punto los trabajadores desempleados tratan de optar a las
vacantes existentes. Piénsese, por ejemplo, que en unos
veinte años se desplazaron a la búsqueda de trabajo
(porque existían demandas de trabajo) cerca de dos
millones de andaluces, con expectativas culturales más
reducidas y con alternativas de bienestar mucho menores que las
que puedan tener ahora. El problema tiene que ser necesariamente
otro: )dónde están todos esos puestos de trabajo
vacantes hacia donde se supone que deberían movilizarse
los parados?
Por último, tampoco puede decirse que sea una
causa contrastada del desempleo la excesiva protección al
empleo que se achaca, entre otros, al régimen existente en
España.
Las demanda de reducción de este tipo de prestaciones
han sido ampliamente conseguidas al albur de las tesis
neoliberales que consideran que los parados disfrutan de
subsidios tan generosos que renuncian a las demandas de empleo
que realizan las empresas.
Baste, sin embargo, con indicar la numerosísima
evidencia empírica que muestra la casi
nula incidencia de este factor en la generación del paro
(Atkinson y Mickelwright 1994, Burtless 1994, Krazt y Meyer 1990)
o, sencillamente, el hecho evidente de que, por ejemplo en
España, la mayoría de los desempelados no recibe
subsidio alguno. )Cuál es, pues, su
desincentivo?
En suma, no se puede afirmar bajo ningún concepto
que el desempleo masivo que padecen nuestras economías se
deba, a diferencia de lo que afirman los análisis
convencionales, a falta alguna de flexibilidad. España
tiene una nivel de precariedad y una tasa de rotación
más alta que cualquier otro país de Europa y sin
embargo registra un mayor nivel de paro (CE 1991:97); la
flexibilización de las relaciones
laborales, desde cualquier punto de vista, ha sido un
proceso sin
freno en los años, justamente, en que ha aumentado
más el desempleo. No es la rigidez de las relaciones
laborales la causa del desempelo. Otra cosa es, como
analizaré más adelante, que nuestras sociedades
hayan entrado en una época en donde el capital requiere un
trabajo cada vez más en precario, más sumiso y
más desmovilizado y, entonces, demanda cada vez mayor
flexiblidad y versatilidad.
– No es la tecnología la que
provoca el desempleo
No es posible aquí ni tan siquiera plantear la
problemática general de los efectos de la
tecnología sobre el empleo, pero entiendo que se pueden
establecer tres grandes proposiciones aceptables.
Primera, que no hay una relación contrastada
entre la incorporación de una nueva base
tecnológica y la pérdida global de empleo, si bien
es cierto que no hay una correspondencia ni mucho menos exacta
entre los empleos que se crean y los que se destruyen.
Segunda, que, sin perjuicio de lo anterior, la nueva
base tecnológica del sistema productivo ha modificado
sustancialmente los requerimientos de cualificación y
organización del empleo, hasta el punto de
que puede decirse que el nuevo empleo que se genera en el
núcleo de la innovación
tecnológica o, incluso, en su entorno es de naturaleza
distinta al tradicional.
Tercera, que desde un punto de vista macroscópico
carece de sentido deducir los efectos sobre el empleo de la
tecnología y la productividad sin considerar la
condición general de la economía.
En particular, esta última cuestión merece
un comentario más detallado.
No puede olvidarse, como suele suceder con el
análisis más convencional, que los efectos sobre la
variación en el empleo de los incrementos de productividad
asociados al cambio
técnico dependen de lo que ocurra con la producción. Y lo que ha ocurrido en la
época en que se ha incorporado una nueva base
ténica al sistema productivo de nuestras economías
es que este proceso se ha producido en un contexto de
políticos deflacionistas cuya razón de ser ha sido
la salvaguarda de la pauta distributiva existente. Por esa causa,
los incrementos de productividad producidos no han podido sino
provocar disminuciones sucesivas en el empleo, en función
concreta, claro está, de las condiciones singulares de
cada economía.
Esta razón, y el hecho de que el desarrollo
tecnológico en un contexto capitalista no pueda responder
a cualquier criterio de equilibrio
sistémico, sino tan sólo al de la lógica del
beneficio (Landauer 1996), han dado lugar a los dos
fenómenos típicos de nuestra época: el
empleo muy cualificado sólo en el núcleo duro del
progreso tecnológico, el desempleo allí donde ha
predominado la lógica de la productividad y el empleo
precario en el entorno más o menos cercano del
núcleo tecnológico.
– El paro no es un problema de oferta de
trabajo
Para terminar, es preciso mencionar uno de los presupuestos
más reiterados en el análisis convencional del
desempleo. En sus diversas derivaciones a partir del modelo
neoclásico original la tesis central que se viene a
sostener es que el paro es la expresión de un determinado
desjuste en el mercado de trabajo.
Más en concreto, se entiende que, o bien se trata
de la consecuencia de un salario que se situa por encima del
correspondiente al de pleno empleo o que la oferta de trabajo
existente en un momento dado no se adecúa a la demanda de
trabajo que realizan las empresas, bien por problemas que
fundamentalmente tienen que ver con el nivel de
cualificación de los trabajadores, bien porque existen
determinados desincentivos hacia el trabajo.
De ahí se deduce, entonces, que el desempleo es
fundamentalmente de caracter voluntario, toda vez que se produce
por desajustes derivados de comportamientos cuya
corrección depende expresamente de la voluntad de los
trabajadores (a quienes correspondería o aceptar salarios
más bajos, mejorar su formación o asumir otro tipo
de incentivos).
No es posible ni tiene interés realizar
aquí la crítica a estas posiciones teóricas.
Baste tan sólo mencionar los elementos que implican la
quiebra
sustancial de sus presupuestos fundamentales.
En primer lugar, que no tiene el menor realismo el
análisis derivado de la asunción del modelo de
competencia
perfecta, a partir del cual se deducen estos análisis.
No es realista pensar ni es posible actuar partiendo de la base
de que la oferta y la demanda se encuentren en mercados
"normales" como si el trabajo fuese tan sólo una
mercancía, en lugar de una dimensión mucho
más compleja de la naturaleza
humana. Ni tiene sentido esta consideración, ni la que
tiende a concebir la relación de trabajo como una simple
relación de intercambio. Estos análisis irrealistas
son, en realidad, la versión en el terreno laboral del
mito liberal,
en cuya virtud pareciera que los mecanismos sociales cobran
autonomía respecto a los individuos, que en realidad son
quienes la conforman mediante sus acciones
(Dupuy 1992:17).
En segundo lugar, y ya desde un punto de vista
más analítico, que es completamente infundado
deducir una función de demanda que relacione cantidad de
trabajo y salario, lo que sencillamente implica que es imposible
hablar de un precio/salario
de equilibrio.
En tercer lugar, que no es posible tampoco que se
produzca la hipótesis de perfecta sustituibilidad entre
capital y trabajo necesaria para que se cumplan las condiciones
que prevee la teoría convencional. Tanto es así,
por ejemplo, que la propia realidad nos indica que en los
años noventa se detiene en una gran medida la
sustitución de trabajo por capital, que debiera haber
seguido dándose de ser ciertas las hipótesis de
este tipo de análisis.
En cuarto lugar, que no es desde ningún punto de
vista aceptable que se de en realidad una alternativa efectiva
entre trabajo y ocio, como inevitablemente tienen que plantear
estos modelos. Como
señalara irónicamente Solow (1992), eso
llevaría a comprobar que en los años de mayor
volúmen de desempleo aumentarían las ventas de
bienes de ocio
como palos de golf o viajes al
Caribe…
En quinto lugar, es difícil también
sostener que el paro masivo de nuestras economías se deba
a déficits de cualificación o a carencias
generalizadas de formación. Es cierto, efectivamente
que la incorporación de una nueva base tecnológica
ha requerido contar con segmentos de población laboral de
alta formación profesional y que se constata que las
mayores tasas de paro corresponden a los niveles educativos
más elementales.
Pero esos argumentos no pueden considerarse tampoco
rigurosamente explicativos si se toma en cuenta que, al contrario
de lo que suele ser una creencia sorprendentemente generalizada,
la demanda mayoritaria de puestos de trabajo es la que
corresponde a empleos de muy baja cualificación, sin
apenas requerimientos técnicos y claramente vinculados a
las actividades menos complejas de las actividades
productivas.
En cualquier caso, disponer de una buena
formación puede ser una condición favorable para la
búsqueda de trabajo si ésto se considera a nivel
individual, pues si se contempla el asunto desde el punto de
vista global o colectivo es obvio que eso nada asegura a medio y
largo plazo si todos los agentes, o todas las naciones, hacen el
mismo esfuerzo educativo.
Todo ello indica, pues, que no puede sostenerse que el
desempleo masivo actual pueda explicarse como un fenómeno
originado, como suele decirse, desde el lado de la oferta.
)Dónde están, en ese caso, las vacantes que no se
cubren por semejantes limitaciones en los
trabajadores?
Los datos a nuestro alcance muestran, por el contrario,
que el número de puestos de trabajo que no se pueden
cubrir por no encontrarse oferta de trabajo adecuada no alcanza
ni al 5 por cien del total de población activa en
España, )cómo sostener entonces que el paro es un
fenómeno voluntariamente aceptada por los ciudadanos que,
en su gran mayoría no tienen otra fuente de ingresos?
Aunque se pudiera establecer efectivamente que la mejor
condición humana es la que, al buen recaudo de subsidios
jugosos, ejercita con pasión el derecho a la pereza que
enunciara Lafargue, tal y como afirman expresamente los
economistas más laureados que defienden la teoría
del paro voluntario, )cómo explicar entonces que eso sea
así en España donde no más del 40 por cien
de los parados reciben subsidio de desempleo? )Son, pues,
criaturas completamente irracionales?, )o es que, sencillamente,
son ricos de familia?
Prueba de la futilidad teórica de esos
análisis es que las mismas economías -sin que se
puedan haber modificado sustancialmente las condiciones de oferta
laboral- crean empleo en las épocas de
expansión.
Y, sobre todo, es también una buena prueba de
ello que los ciudadanos generen actividad, bien sea en
condiciones de economía paralegal o de economía no
monetaria. Eso no puede entenderse como que no se ha generado
trabajo. Significa que la actividad laboral que se lleva a cabo
no es tomada en consideración por un análisis
económico que no puede ir más allá del
reducido microcosmos del intercambio mercantil.
En resumen, pues, resulta que el problema del paro no
sólo termina por resultar inexplicado, sino que la
retórica en la que se le envuelve como una pura
expresión del desajuste de mercado impide contemplarlo
como un fenómeno vinculado a la condición general
del trabajo humano. Como dice Bouffatigue (1996:106), "en la
cotidianeidad de la vida diaria el trabajo se oculta, se hace
invisible, se subestima, incluso entre quienes trabajan. Cuando
se le convoca a los debates públicos, suele ser antes que
nada en el banquillo de los acusados, como responsable de la
crisis por su
rigidez y su coste excesivo".
3. Desempleo y
trabajo en el Neoliberalismo
Las cuestiones a las que acabo de hacer referencia
permiten poner de relieve dos grandes conclusiones.
La primera, que la teoría económica
más convencional no proporciona, ni mucho menos,
explicaciones sobre las causas del paro que puedan tenerse por
convincentes y rigurosas. Puede admitirse que todos los factores
explicativos que toman aisladamente en consideración
(salarios, rigidez,…) están lógicamente
relacionados con las condiciones en que se contrata el trabajo en
las economías capitalistas, como no puede ser menos. Pero
no es posible aceptar, sin embargo, que por sí solos
expliquen los niveles de desempleo tan elevados que se dan de
manera tan generalizada y en condiciones, además, tan
diferentes y casi siempre francamente alejadas de las que
deberían darse si se cumplieran las hipótesis de
las que necesariamente parten dichos análisis.
La segunda, que es igualmente obvio que el desempleo no
es el único problema laboral que hoy día se genera
en nuestra economías, pues viene acompañado de una
precarización progresiva de las condiciones de trabajo, de
un volúmen muy elevado de población que entra y
sale de forma irregular del mercado de trabajo alterando de esta
forma el flujo habitual de generación de población
activa y, también de manera progresiva, incluso de una
modificación en la propia consideración social del
trabajo y del empleo.
Lo que ha sucedido en realidad es que en las
economías capitalistas se han producido en los
últimos años una serie de procesos que
han afectado de manera profunda no sólo a la cantidad de
fuerza de trabajo contratada, sino también, y sobre todo,
a la condición cualitativa del trabajo mismo. Han sido
unos procesos cuyo origen se remonta incluso a finales de los
años sesenta, cuando el modelo de crecimiento de la
postguerra empezó a dar inequívocas señales
de agotamiento que se traducían en una drástica
reducción del beneficio empresarial, en la
saturación de los mercados y de la propia base
técnica del sistema, en la inutilidad de los mecanismos de
regulación macroeconómica hasta entonces dominantes
y en una crisis social, de actitudes, de valores y de
expectativas de gran profundidad.
En otro trabajo (Torres 1995) he analizado con detalle
todos estos procesos cuyas líneas de fuerza más
importantes, sus orígenes y sus resultados, con especial
referencia a los efectos que tuvieron sobre el mundo del trabajo
que aquí me interesa poner de relieve con mayor detalle,
se resumen en el cuadro que se encuentra al final de estas
páginas.
En él se puede comprobar que el agotamiento del
modelo de postguerra requería hacer frente a una crisis
con tres dimensiones específicas: la crisis en el aparato
productivo, en la regulación macroeconómica y en el
sistema de legitimación social. Se trataba, pues, de
una crisis de carácter global, que afectaba netamente a
los soportes esenciales del sistema económico (la
producción, la política, la sociedad) y que
requería soluciones que debían orientarse
básicamente a conseguir tres grandes objetivos (un
nuevo tipo de relaciones técnicas
de producción y de trabajo, una regulación
macroeconómica efectiva frente a la nueva naturaleza de
los problemas económicos y suficiente y legitimadora
disciplina social) que, a la postre, garantizaran la
cuestión esencial: recuperar el beneficio
privado.
Todo ello se ha llevado a cabo, no siempre con
coincidencia temporal o semejante intensidad en todos los
países, a lo largo de los años ochenta y noventa y
bajo la cobertura ideológica del neoliberalismo, que ha
sabido articular respuestas apropiadas al capital en esos tres
grandes ámbitos y cuyos contenidos concretos se resumen
asimismo en el cuadro mencionado.
Los efectos de esta estrategia neoliberal sobre el
trabajo son efectivamente los que ya he mencionado más
arriba, aunque me permito precisar algunas cuestiones
principales.
a) En todos los países, prácticamente sin
excepción, la tasa de paro ha aumentado de manera
espectacular y generalizada. Sin embargo, deben tenerse en cuenta
algunas matizaciones significativas.
En primer lugar que, a diferencia de lo que se suele
creer, el empleo asalariado aumentó en todo el mundo,
aumentraron también las horas trabajadas, y el crecimiento
del empleo por persona e incluso
la tasa de creción de empleo apenas si se modificó
de manera significativa. En Europa (CE12) disminuyó tan
sólo del 0,3 al 0,2%.
En segundo lugar, que disminuyó de manera muy
notable la tasa de crecimiento
económico necesaria para que comience a crearse
empleo. Así, de 1960 a 1972 en USA fué preciso un
crecimiento medio del PIB del 2,3%
anual para generar empleo, mientras que entre 1974 y 1995 fue
suficiente un crecimiento del PIB del 0,7%. En Europa (CE12), en
esos mismos años las tasas respectivas fueron del 4,5% y
del 1,9%. En España, del 6,6% y del 2,6%, respectivamente
(OIT 1996).
Quiere decirse, pues, que más que una
contención efectiva en la capacidad intrínseca de
las economías para generar empleos, se ha producido un
freno en los mecanismos que permiten generarlo en el contexto
añadido de un incremento sustancial de la población
activa derivado en muchas ocasiones de la disminución de
los ingresos familiares o de la mercantilización de las
actividades vinculadas a la satisfacción
humana.
b) Estos fenómenos no van de la mano, como suele
ser una opinión bastante extendida, con una
disminución del trabajo asalariado requerido para mantener
la pauta de satisfacción en virtud de supuestas
modificaciones en las pautas de producción y uso de los
factores productivos. No es cierto que se haya producido una
desasalarización del empleo (en el sentido de desafectación al capital) para ser
sustituido por nuevas formas de ejercicio del trabajo.
Los datos existentes permiten comprobar que lo que
podría denominarse "clase obrera mundial" ha aumentado un
13% entre 1983 y 1992, en porcentajes mucho más elevados
en la periferia -50% en Corea, 40% en Filipinas, Brasil o
Tailandia- y menores en los países desarrollados -6,7% en
USA, 5,4% en Japón o
4,7% en la Unión
Europea- (Vernet 1995). Incluso la OIT (1996:34) ha indicado
que se puede observar cierta disminución del trabajo por
cuenta propia o temporal y, desde luego, que no puede decirse que
disminuya el empleo asalariado.
En realidad, estos datos no deben llevar más que
una conclusión elemental: que la evolución de las
economías capitalistas, incluso en condiciones de alto
desempleo, va acompañada, como no puede ser de otra
manera, del trabajo asalariado, así que no puede
afirmarse, desde ningún punto de vista, que se haya
producido en ellas una transformación en la naturaleza
esencial que esté orientada a realizar una relación
de trabajo cualitativamente distinta para obtener
beneficio.
Trabajo y cambio tecnológico
Otro asunto, sin embargo, es el doble efecto que la
nueva base tecnológica ha generado sobre el propio trabajo
asalariado: su abaratamiento y su
desestructuración.
La incorporación generalizada de las
tecnologías de la información responde obviamente a una
estrategia encaminada a lograr la mejor rentabilización de
los capitales físicos y humanos concernidos en la
producción, en concreto, a incrementar la productividad
del capital físico y el rendimiento del trabajo vinculado
a la nueva base técnica y a abaratar el coste de la mano
de obra.
No es cierto que el desarrollo tecnológico, como
suelen interpretar los análisis que tienden a mitificarlo,
responda a una dinámica autónoma, en virtud de la
cual el progreso en general y el técnico en particular se
genere por una especie de autoinducción permanente, como
si se constituyera un objetivo deseable en sí mismo. Todo
lo contrario, la modificación de la base técnica
del aparato productivo capitalista se somete inevitablemente a
una lógica determinante que es la del beneficio, que no
implica linealmente producir más o menos, utilizar mayor o
menor cantidad de trabajo, de un tipo o de otro, sino tan
sólo ganar más.
Además de obtener un nuevo tipo de líneas
de producción que permitieran diversificar los productos y
favorecer un nuevo y necesario tipo de competencia a
través de la variedad (única respuesta a la
saturación de los mercados pero que no era factible en el
régimen de producción masiva del fordismo), la
incorporación de la nueva tecnología
perseguía un objetivo esencial: ahorrarse salarios. Un
artículo en The Economist de 17 de noviembre de 1979 lo
reconocía claramente: "Los directivos están
desesperados por conseguir la máxima flexibilidad para
adoptar una nueva tecnología y poder llevar la delantera
en el juego.
También están ansiosos por ahorrarse salarios". La
prueba efectiva de todo ello es que,una vez que han conseguido
disminuir el coste salarial gracias a la la ofensiva neoliberal,
las empresas dejan de sustituir trabajo por capital (Collin 1997;
OIT 1995:195; Uzundis y Boutillier 1997:41), se frena, entonces,
el "progreso tecnológico" que ya no aparece como una
adherencia natural del capitalismo
sino como una dinámica supeditada y dependiente de la
lógica suprema de la ganancia.
En correspondencia con ésta lógica, la
incorporación de las tecnologías de la
información, flexibilizadoras y capaces de multiplicar la
versatilidad, la movilidad y la fragmentación, han
provocado cambios sustanciales en las relaciones entre los
trabajadores, entre éstos y las máquinas,
en el contexto exógeno de la producción y en el
propio seno de las empresas.
De todos esos cambios me interesa destacar los
siguientes, por cuanto que han tenido un papel más
relevante en la desestructuración del trabajo en nuestra
época.
– La multiplicación de categorías
laborales, en virtud de la versatilidad funcional que permite la
nueva tecnología, lo que se ha traducido en una importante
segmentación laboral, en la
conformación estanca del espacio asalariado que lo
debilita y enmudece.
– La modificación del sentido del tiempo, no
sólo por el aumento en la capacidad útil de las
máquinas, sino por el mayor aprovechamiento que conlleva
la superación del concepto lineal de la producción.
A raiz de ello ha aumentado, al mismo tiempo y
paradójicamente, la demanda de tiempos quebrados de
trabajo y la intensificación horaria e incluso el aumento
de jornada en algunas industrias o
ramas, todo lo cual se ha traducido en modificaciones
sustanciales de los regímenes de retribución
salarial, ahora más favorables para la empresa pues son
mucho más fáciles de establecer en función
de los diferentes registros de la
producción.
– En la medida en que la difusión de las nuevas
tecnologías productivas permiten la
homogeneización espacial de los ritmos de productividad se
facilita e incentiva la relocalización (que a su vez se
favorece institucional y políticamente) tratando de
aprovechar cómodamente la sobreganancia que procura la
heterogeneidad de niveles salariales.
Este fenómeno, así como los de
desmembración de la antigua gran fábrica, de
disminución de la escala
productiva, de creación de redes y polos, provocan, en
general, un generalizado proceso de fragmentación efectiva
o potencial de las líneas de producción que implica
la desaparición de los tradicionales "territorios obreros"
y la diseminación de su capacidad de respuesta, lo que
constituye uno de los factores más relevantes de la nueva
condición del trabajo.
No puede olvidarse que éste, a diferencia de lo
que tan simplificada como interesadamente plantea el
análisis liberal, no es una mercancía, cuya
naturaleza se sustancie solamente en su determinación
cuantitativa, sino una actividad social cuya condición
depende de una previa definición de un haz de derechos de
apropiación que le son inherentes. Justamente por ello, la
estrategia neoliberal ha estado y
está fundamentalmente encaminada a modificarlos, y esa
modificación es su efecto más relevante.
– Un proceso particularmente influyente en estos
procesos ha sido el de la externalización que ha sido
posible lograr en la
organización de la producción y en el seno de
las propias empresas. Me refiero a la estrategia consistente en
desmembrar del núcleo empresarial la mayor parte posible
de actividades productivas, y en particular laborales, tratando
de establecer relaciones que no sean de la tradicional plena
integración en el seno de la empresa.
Así, los servicios se
subarriendan, los trabajos se encargan a terceros, la
elaboración intermedia se realiza a través de
proveedores y,
en general, se procura que la empresa se alivie de todo aquello
que sea suceptible de organizarse externamente. Lo cual,
lógicamente, no sólo traslada los ámbitos de
competencia hacia el exterior, con la subsiguiente
disminución de los costes, sino que permite eludir
además los costes indirectos de todas las actividades
ahora ya externas.
– El efecto asimétrico del desarrollo
tecnógico sobre la sociedad, tanto por su diferente
impacto, como por la polarización y desigualdad que genera
su incidencia sobre el régimen de retribuciones, se
manifiesta también en su entorno social más amplio.
A diferencia de lo que también se ha querido mitificar en
extremo, las nuevas tecnologías traen consigo en
empobrecimiento y descualificación general del trabajo,
puesto que provocan indirectamente la modificación de la
pauta de consumo y la generación de una demanda de
servicios principalmente de tipo personal que se satisface en
condiciones de una gran precariedad y con salario muy reducido.
Se trata, en realidad, de una especie de anillo que se forma
alrededor de los segmentos privilegiados y que constituye los
nichos donde se generan las demandas de trabajo más
cuantiosas, aunque peror retribuidas.
d) Las nuevas disponibilidades tecnológicas
permiten, al mismo tiempo que la centralización de las fuentes de
alto valor añadido en el seno de empresas transnacionales
de gran poder, la disipación de las tradicional estructura
empresarial, a veces, hasta el punto de desvincular la actividad
productiva del propio sistema institucional de referencia. Esto
es lo que explica el incremento de la economía sumergida,
del trabajo a domicilio al servicio de la
gran empresa, el espectacular aumento del trabajo infantil, la
explotación del trabajo femenino en las industrias o ramas
auxiliares o marginales y, en general, la estatégica y
casi habitual trasgresión de las fronteras entre el
trabajo legal e ilegal. Paradójicamente, la
búsqueda de alternativas de abaratamiento de la fuerza de
trabajo ha provocado que la filosofía neoliberal que se
autodefine como la expresión suprema de la modernidad se
haya desplegado sobre nuestro mundo amparando y cubriendo la
existencia de una auténtica esclavitud
contemporánea.
Regulación macroeconómica,
empobrecimiento del trabajo y desempleo
Las políticas conservadoras predominantes en los
últimos años han tenido cuatro ejes o presupuestos
fundamentales.
En primer lugar, la reivindicación del menor
protagonismo del Estado en todos los ámbitos de la
actividad económica.
En segundo lugar, la idea de que, como consecuencia de
la enorme expansión del Estado del Bienestar, se
habría alcanzado ya un grado de igualitarismo en las
sociedades que no sólo es suficiente sino incluso
contraproducente para alcanzar la deseada eficiencia del
sistema.
En tercer lugar, la necesidad de reducir la
presión salarial sobre los costes
empresariales.
Finalmente, y como corolario de lo anterior, una nueva
formulación de la regulación macroeconómica,
distinta de la típicamente estabilizadora e
instrumentalizada preferentemente a través de
políticas fiscales de épocas anteriores.
En particular, este nuevo tipo de regulación
tiene tres grandes principios: el
privilegio concedido a la política
monetaria, el establecimiento del control de la
inflación como objetivo prioritario y la pretensión
de que el equilibrio de las grandes magnitudes económicas
constituye la referencia fundamental hacia la que deben
orientarse todas las decisiones de los gobiernos.
Lo que se presentó inicialmente como una
"revolución conservadora" se arropó
teóricamente con los postulados monetaristas. Se afirmaba
que si la autoridad monetaria es capaz de gobernar con acierto y
prudencia la masa monetaria se lograría contener las
tensiones en los precios y aumentar el producto nacional y la
actividad económica.
La justificación de este principio implica, en
consecuencia, que otras políticas más
intervencionistas -principalmente la política fiscal– deben
ser minimizadas, de manera que, como efecto adicional, se
conseguiría que el mercado actuase mucho más
libremente y sin la injerencia indeseable de la burocracia
pública que termina por generar desincentivos a la
asignación más eficiente de los
recursos.
Además, puesto que se considera que el principal
problema de las economías es la inflación, resulta
entonces necesario adoptar una política monetaria
claramente restrictiva que debe consistir en la limitación
del crecimiento de la oferta monetaria. Para ello, los tipos de
interés jugarán un papel fundamental. Tipos que
habrá que procurar mantener suficientemente altos para
desanimar la demanda de dinero y hacer posible que la autoridad
monetaria lograse su objetivo de controlar la cantidad de dinero
sin generar desequilibrios financieros.
Por otro lado, los gobernantes y los economistas que les
proveen de discurso
teórico han proclamado, de manera harto reiterada, que la
solución de los problemas económicos está
condicionada a que "cuadren" las grandes cifras de los agregados
macroeconómicos. La retórica al uso en estos
años ha consistido en la definición de lo que
técnicamente se llama el "cuadro macroeconómico"
que se presenta como el único y predefinido campo de juego
en el que pueden discurrir las decisiones económicas. Por
eso, que una de las expresiones más utilizadas en estos
años ha sido que la política adoptada era "la
única posible", pues sólo esa podía cumplir
los requisitos de equilibrio previamente establecidos.
Unos cuantos principios sin demasiada
contrastación empírica, o de contrastación
muy controvertida (el concepto de tasa natural de paro que
permitía resolver que no era bueno que el paro se redujese
por debajo de determinado nivel, el "efecto expulsión" de
inversión privada achacado al gasto
público, la idea de que los déficits
públicos siempre provocan subidas de precios, o que la
deuda es siempre condenable, por no hablar de la famosa "curva de
Laffer") han constituido una demasiado escasamente fundamentada
batería de hipótesis sobre las que se ha hecho
descansar la política neoliberal (Calcagno y Calcagno 1995
y Ormerod 1995).
Una formulación como la anterior brevemente
expuesta no podía llevar sino al conflicto
entre objetivos, a la deflación y al desempleo
generalizado.
Veamos esto con algún detalle.
– Casualmente, la política monetaria genera dos
principales consecuencias: por un lado, que con tipos de
interés más altos los propietarios de activos
financieros puedan percibir retribuciones más altas, es
decir, una mayor rentabilidad.
Eso ha permitido una redistribución ingente a favor de los
poseedores de capital financiero. Por otro lado, al aumentar los
tipos de interés se encarece la inversión -sobre
todo en un momento en que las empresas están
empeñadas en una reestructuración productiva- y se
desanima el consumo de bienes duraderos por las familias, lo que
provoca lógicamente la caída del empleo (aunque
esto será una circunstancia favorable para lograr la
reducción salarial y, en general, para debilitar el
espíritu reivindicativo de los movimientos
sociales).
– El apego contumaz a la formulación nominalista
del equilibrio macroeconómico (de manera
paradigmática en el caso de los programas
europeos de convergencia entre las distintas economías,
que no toman en consideración el desempleo o su capacidad
productiva real) lejos de constituir un intento de simplificar la
realidad para intervenir sobre ella, se convierte en la
generación de un auténtico corsé, una
restricción artificial, y por lo tanto ideológica,
al abanico de alternativas posibles de política
económica que terminan por justificar la renuncia
efectiva a estimular el empleo.
– La definición de la inflación como
enemigo principal del equilibrio macroeconómico ha
traído consigo igualmente importantes efectos perversos,
además de otros de carácter distributivo de los que
no me ocuparé aquí (Torres 1995).
Para estimular la actividad económica
deberían reducirse los tipos de interés reales pero
la autoridad monetaria sólo puede controlar los tipos de
interés nominales. Para lograr que se reduzcan los reales,
una alternativa posible es provocar una situación
deflacionaria.
Puesto que esta lleva consigo una caída en la
actividad económica (disminución de la
inversión, aumento del paro,…) el Gobierno se
verá obligado antes o después a estimular la
economía para evitar que ésta se hunda y,
además, tendrá que hacer frente a más
gastos sociales
(subsidios de desempleo, por ejemplo) si es que no desmantela
antes el sistema de protección social.
Para tratar de evitar la deflación, podrá
aumentar el gasto público, bien sea en partidas de gasto
social, militar o en infraestructuras; o podrá reducir la
presión fiscal que recaiga sobre los beneficios (intentado
que éstos afloren y se destinen a la inversión) o
sobre el consumo privado; o conceder subsidios a las empresas. En
definitiva, provocará déficits públicos que
habrán que financiarse con posterioridad.
Si lo financia el Banco Central se
producirá un aumento de la masa monetaria, que es lo que
se quería evitar. Si lo financian los bancos
comerciales adquiriendo los títulos de la deuda
estarán reduciendo sus recursos disponibles para conceder
créditos que financien la actividad
productiva. Si lo financian agentes económicos externos
(como en gran medida sucede en España, pues la mayor parte
de la deuda del Estado la suscriben extranjeros), no hay tampoco
seguridad de que los intereses que reciben se dediquen a impulsar
la actividad en el interior. En cualquier caso, para que pueda
colocarse la deuda del Estado será necesario que haya
tipos de interés suficientemente atractivos, lo que a su
vez repercute negativamente sobre la magnitud de los
déficits públicos.
En suma, resultaría que el intento (de la
política fiscal) de frenar el estancamiento a que da lugar
el objetivo de reducir los tipos de interés reales no
garantiza que aumente la demanda efectiva, termina por presionar
al alza los tipos de interés para buscar una
financiación estable del déficit y, para colmo,
puede generar subida de precios como consecuencia del aumento en
la masa monetaria. Esto es, más depresión,
menos actividad, más control salarial, menos
renta,más déficit, menos gasto social más
empobrecimiento, menos bienestar.
La opción seguida por la política
económica ha sido la de optar claramente por la
deflación. Pero no tanto para evitar la presión
inflacionista como si ésta fuese en realidad un peligro en
sí mismo, sino por su doble efecto favorable al capital:
el control salarial y la brida que impone el paro a los
movimientos obreros organizados.
El desempleo generalizado y la generación de
masas ingentes de "trabajadores pobres" en todo el mundo son las
consecuencias inevitables de la opción
macroeconómica neoliberal .
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