"Los verdaderos héroes de la historia son las personas
comunes"
Jules Michelet.
Podemos iniciar señalando que con relación
al concepto
propiamente dicho de seguridad
ciudadana, no existe una definición exacta de la
misma, por ello la normatividad y la doctrina no es uniforme en
su conceptualización.
Algunos señalan que el concepto de Seguridad
Ciudadana está estrechamente ligado a otros afines y
contiene de por sí una alta carga ideológica y
política.
El concepto de seguridad ciudadana diseñado como
bien jurídicamente protegido y que engloba a varios
derechos de las
personas tomadas en conjunto, se ha ido perfilando en base a que
hoy en día la convivencia pacífica en una sociedad se
encuentra amenazada por la existencia de tensiones y conflictos que
generan conductas violentas y que han surgido por diferentes
causas.
Entre las que podemos señalar a dos de ellas que
son complementarias, una es la crisis
económica que afecta a la mayor parte de los países
del mundo y la crisis de valores, que
han generado pobreza, marginalidad,
desempleo,
drogadicción, alcoholismo,
corrupción, pérdida de identidad,
perdida de confianza en el otro, etc.
Pero también podemos señalar que la vida
colectiva de los seres humanos, en cualquiera de sus modos de
expresión, necesita de un orden.
La finalidad de este orden consiste en hacer posible que
cada uno de los integrantes de la comunidad pueda
alcanzar la mayor realización posible en su
condición de persona, mediante
la promoción de un ambiente de
vida caracterizado por la armonía, la paz y la vivencia
cotidiana de la seguridad, abriéndose paso así a la
expresión de toda la potencialidad que contiene la
libertad
humana, en su creatividad
material o espiritual, lo que da origen a la
felicidad.
Dichas conductas violentas representan entonces una
ruptura entre los individuos y las normas de
convivencia social pacífica, impuestas y aceptadas por la
mayoría de las personas. El quebrantamiento de dichas
normas genera conductas delictivas o, en menor grado faltas o
contravenciones, las mismas que afectan directamente las
libertades y derechos de otras personas. Pero en si la violencia
alcanza hoy dimensiones cada vez más impactantes en las
urbes del mundo y prioritariamente en el continente
latinoamericano y representa un riesgo para la
vida y la salud de las
personas afectando el funcionamiento del sistema de
atención de la salud. Es precisamente en
estos espacios en donde las características del proceso de
urbanización desigual, reproduce una diversa calidad de
vida en la población, y es esta sociedad de la
exclusión la que genera una verdadera expansión de
violencias, un mundo de todos contra todos; una sociedad
competitiva y autoritaria que niega la diversidad.
Por lo tanto, constituye una constante a nivel mundial,
el significativo aumento de ruptura de la convivencia social
pacífica en las grandes ciudades, así como por las
conductas delictivas que afectan los derechos a la vida, a la
integridad, a la libertad (física, sexual,
etc.), a la propiedad,
etc., ocasionando con ello una situación generalizada de
inseguridad.
También es necesario mencionar, que las sociedades
modernas viven obsesionadas con la búsqueda de seguridad,
y el tema de la inseguridad se ha convertido en uno de los
más grandes y graves problemas en
la actualidad. Frente a ello, las soluciones que
suelen plantearse son diversas: medidas punitivas
drásticas para combatir la criminalidad, organización de la sociedad civil
para crear mecanismos de protección y prevención
frente a actos criminales, participación de los gobiernos
locales en tareas de seguridad ciudadana, etc.
Desde esta perspectiva, puede señalarse que
existe cierto consenso en delimitar el carácter instrumental de la seguridad
ciudadana, concepto que en un primer momento se asocia a la
represión de los delitos y la
búsqueda de un orden, es decir, se vincula con el control y la
reacción frente a la criminalidad, especialmente en las
grandes urbes. También se acepta que en la base de dicho
concepto está el deber del Estado que es
la de brindar protección a sus habitantes frente a toda
amenaza a la seguridad personal y la de
sus bienes.
Desde esa perspectiva, resulta interesante que en un
reciente trabajo el
General PNP ® Enrique Yépez Dávalos haya
afirmado que la "seguridad ciudadana es pues un concepto
jurídico que implica tanto el deber del Estado para
preservar la tranquilidad individual y colectiva de la sociedad
ante peligros que pudieran afectarla, así como garantizar
el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales de la
persona humana"
Así, la seguridad ciudadana se va configurando
como una actividad de servicio a
cargo del Estado, teniendo la obligación de elaborar
diversas políticas
(económicas, sociales, culturales) preventivas y
punitivas, en la búsqueda de garantizar la paz social, la
tranquilidad y el desarrollo de
la vida social libre de peligros.
De todo lo anteriormente señalado y haciendo una
aproximación al concepto de seguridad ciudadana
podríamos definirla como aquella situación de
normalidad en la que se desenvuelven las personas, desarrollando
actividades individuales y colectivas con ausencia de peligro o
perturbaciones; siendo además éste un bien
común esencial para el desarrollo
sostenible tanto de las personas como de la
sociedad.
Pero también podemos entender el concepto de
seguridad ciudadana como aquella acción
donde se involucran, para fines de la seguridad pública,
tanto la acción política de la ciudadanía, como las actividades que por
ley el Estado
tiene que proporcionar, sin embargo esta actividad no puede ser
posible sin la participación mutua, eficaz y eficiente,
tomando en cuenta que no se trata de eximir al aparato
gubernamental de su obligación social, pero sí
estimar que en este fenómeno en particular, dada sus
características especiales, no es posible la
obtención de resultados positivos sin la interacción de ambas instancias.
Así, la seguridad ciudadana va a tener una doble
implicancia: implica una situación ideal de orden,
tranquilidad y paz, que es deber del Estado garantizar y,
asimismo, implica también el respeto de los
derechos y cumplimiento de las obligaciones
individuales y colectivas.
De otro lado, el concepto de seguridad ciudadana es de
data reciente, tanto en su denominación como en su
contenido. Esto es lo que probablemente origine la
confusión del término como otros denominados "orden
público" y "seguridad pública", tomándolos
incluso por sinónimos en algunas legislaciones.
También se puede señalar que seguridad
ciudadana es un sentido amplio para el libre ejercicio de los
derechos y libertades, concepto a partir del cual
podríamos señalar que la seguridad ciudadana se
convierte en un valor
jurídicamente protegido en todos los
ordenamientos.
Asimismo, podemos indicar que la base de lo que hoy se
entiende por seguridad ciudadana es lograr la
interrelación en sociedad y que esté orientada a
una convivencia armoniosa, tolerante y pacífica de sus
integrantes. En definitiva uno de los objetivos que
persigue la seguridad ciudadana es que las personas puedan
desarrollarse y alcanzar la calidad de vida
que deseen en un marco de libertad, sin temores a contingencias o
peligros que afecten sus derechos y libertades.
Por otro lado la paz duradera es imprescindible y un
requisito para el ejercicio de todos los derechos y deberes
humanos. La paz de la libertad -y por tanto de leyes justas-, de
la alegría, de la igualdad, de
la solidaridad y
donde todos los ciudadanos cuenten, convivan y compartan. Por
ello, en una versión popular del mensaje por la Paz de
1979 de Juan Pablo II, se puede señalar lo siguiente:
Para lograr la paz y educar por la paz, tenemos que seguir
una lección importante cada día sobre todo por la
gente tentada por el fatalismo. El mensaje de la Iglesia sobre
la paz es doble: la paz es posible y además la paz
es necesaria. Y la paz de que hablamos, como
señaló Juan XXIII en su encíclica Pacem
in terris, tiene que construirse sobre cuatro pilares: la
verdad, la justicia,
el amor y la
libertad.
En consecuencia, la paz, desarrollo y democracia
forman un triángulo. Los tres se requieren mutuamente. Sin
democracia no hay desarrollo duradero: las disparidades se hacen
insostenibles y se desemboca en la imposición y el
dominio.
Por ello, es preciso identificar las raíces de
los problemas globales y esforzarnos, con medidas imaginativas y
perseverantes, en atajar los conflictos en sus inicios. Mejor
aún es prevenirlos. La prevención es la victoria
que está a la altura de las facultades distintivas de la
condición humana. Saber para prever. Prever para prevenir.
Actuar a tiempo, con
decisión y coraje, sabiendo que la prevención
sólo se ve cuando fracasa. La paz, la salud, la
normalidad, no son noticia. Tendremos que procurar hacer
más patentes estos intangibles, estos triunfos que pasan
inadvertidos.
La renuncia generalizada a la violencia requiere el
compromiso de toda la sociedad. No son temas de gobierno sino de
Estado; no de unos mandatarios, sino de la sociedad en su
conjunto (civil, militar, eclesiástica, etc.). La
movilización que se precisa con urgencia para, en dos o
tres años, pasar de una cultura de
violencia a una cultura de paz, exige la cooperación de
todos. Para cambiar, el mundo se necesita a todo el
mundo.
Es necesario un nuevo enfoque de la seguridad a escala mundial,
regional y nacional. Las Fuerzas Armadas deben ser
garantía de la estabilidad democrática y al orden
externo y la Policía al orden interno y la
protección ciudadana, porque no puede transitarse de
sistemas de
seguridad total y libertad nula, a otros de libertad total y
seguridad nula.
Las situaciones de emergencia deben tratarse con
procedimientos
de toma de decisión y de acción diseñados
especialmente para asegurar rapidez, coordinación y eficacia. Estamos
preparados para guerras
improbables, con gran despliegue de aparatos costosísimos, mas no lo estamos para
avizorar y mitigar las catástrofes naturales o provocadas,
que de forma recurrente nos afectan. Estamos desprotegidos frente
a las inclemencias del tiempo, frente a los avatares de la
naturaleza. La
protección ciudadana aparece hoy como una de las grandes
tareas de la sociedad en su conjunto, si queremos consolidar un
marco de convivencia genuinamente democrática. Invertir en
medios de
socorro y asistencia urgente, pero también -y sobre todo-
en la prevención y el largo plazo (por ejemplo, en
redes de
conducción y almacenamiento de
agua a escala
continental) sería estar preparados para la paz. Para
vivir en paz. Ahora estamos preparados para la guerra
eventual. Para vivir sobrecogidos e indefensos en nuestra
existencia cotidiana ante percances de toda
índole.
No basta con la denuncia. Es tiempo de acción. No
basta con conocer, escandalizados, el número de niños
explotados sexual o laboralmente, de refugiados o de hambrientos.
Se trata de reaccionar, cada uno en la medida de sus
posibilidades. No hay que contemplar solamente lo que hace el
gobierno. Tenemos que desprendernos de una parte de "lo nuestro".
Hay que dar. Hay que darse. No imponer más modelos de
desarrollo ni de vida. El derecho a la paz, a vivir en paz,
implica cesar en la creencia de que unos son los virtuosos y
acertados, y otros los errados; unos los generosos en todo y
otros los menesterosos en todo.
Es evidente que no puede pagarse simultáneamente
el precio de la
violencia y el de la paz, por ello Daisaku Ikeda señala
que "La paz no se concreta esperando pasivamente. Se logra a
través de un esfuerzo concentrado y enérgico. El
"arma" más poderosa de quienes crean la paz es el diálogo,
el rehusarse a abandonar la capacidad del lenguaje, que
es lo que nos hace humanos. El diálogo y la
comunicación –cualquiera sea el resultado
inmediato— constituyen, en sí, un acto de fe en
nuestra humanidad, por lo cual debemos trabajar sin descanso para
fortalecer y reafirmar. La lucha por comprender y ser
comprendidos requiere que cada uno de nosotros regrese a la
fuente más profunda de la humanidad, más
allá de las diferencias históricas, culturales o de
credo".
Además, garantizar a todos los seres humanos
la
educación a lo largo de toda la vida
permitiría: regular el crecimiento demográfico,
mejorar la calidad de vida, aumentar la participación ciudadana, disminuir los
flujos
migratorios, reducir las diferencias distributivas, afirmar
las identidades culturales, impedir la erosión
del medio
ambiente, con cambios muy sustanciales en los hábitos
energéticos, en el transporte
urbano; favorecer el desarrollo endógeno y la
transferencia de conocimientos; impulsar el funcionamiento
rápido y eficaz de la justicia, con apropiados mecanismos
de concertación. Nada de esto puede realizarse en un
contexto de violencia. Habrá necesariamente que trabajar
en aumentar las inversiones en
la construcción de la paz.
La paz, y los principios de la
libertad, las necesidades básicas, la democracia, los
derechos
humanos y la justicia que están asociados con ella,
sólo pueden ser construidos por medios pacíficos.
La violencia, y la perpetuación de la violencia, es la
antítesis de estos
valores y terminarán produciendo más de lo que
busca erradicar. Lo que se necesita es la construcción de
un programa
positivo y constructivo que una a las personas para trabajar
juntos y crear activamente la seguridad, el bienestar y la
libertad que buscamos. La alternativa es que tomemos parte en la
destrucción de todo lo que queremos, dándole a los
demás el dolor y la devastación que buscamos
evitar.
Todos deben contribuir a facilitar la gran
transición desde la razón de la fuerza a la
fuerza de la razón; de la opresión al
diálogo; del aislamiento a la interacción y la
convivencia pacífica. Pero, primero, vivir y dar sentido a
la vida. Erradicar la violencia: he aquí nuestra
resolución. Evitar la violencia y la imposición
yendo, a las fuentes mismas
del rencor, la radicalización, el dogmatismo, el
fatalismo, la pobreza, la
ignorancia, la discriminación, la exclusión, son
formas de violencia que pueden conducir -aunque no la justifiquen
nunca- a la agresión, al uso de la fuerza, a la
acción fratricida.
Una conciencia de paz
-para la convivencia, para la ciencia y
sus aplicaciones- no se genera de la noche a la mañana ni
se impone por decreto. Se va fraguando en el regreso
-después de la decepción del materialismo y
del servilismo al mercado– a la
libertad de pensar y actuar, sin fingimientos, a la austeridad, a
la fuerza indomable del espíritu, clave para la paz y para
la violencia.
Terminamos, pues, con fantásticos avances
científicos y tecnológicos: conocemos y tratamos
muchas enfermedades
que son causa de sufrimiento y muerte; nos
comunicamos con una nitidez y celeridad extraordinarias; tenemos
a nuestra disposición la información instantánea y sin
límites. Pero los antibióticos y los
medios de telecomunicación no pueden ocultar las
sangrientas luchas que han diezmado millones de vidas en flor,
que han infligido sufrimientos indescriptibles a tantos
inocentes.
Todas las perversidades de la violencia, tan patentes
hoy gracias a los aparatos audiovisuales, no parecen capaces de
detener la gigantesca maquinaria puesta en pie y alimentada
durante siglos y siglos. Corresponde a las generaciones presentes
la casi imposible tarea bíblica de "transformar la
violencia en paz" y transitar desde un instinto de violencia
-forjado desde el origen de los tiempos- a una conciencia de paz.
Sería el mejor y más noble acto que la "aldea
global" podría realizar. El mejor obsequio a nuestros
descendientes. ¡Con qué satisfacción y alivio
podríamos mirar a los ojos de nuestros hijos!
Pero también se hace necesario hablar de
¡los derechos humanos! en este milenio, ésta debe
ser nuestra utopía: ponerlos en práctica,
completarlos, vivirlos, re-vivirlos, re-avivarlos cada amanecer
Ninguna nación,
institución o persona debe sentirse autorizada a poseer y
representar los derechos humanos ni menos aun a otorgar
credenciales a los demás. Los derechos humanos no se
tienen ni se ofrecen, sino que se conquistan y se merecen cada
día. Tampoco deben considerarse una abstracción,
sino pautas concretas de acción que deben incorporarse a
la vida de todos los hombres y las mujeres, y a las leyes de cada
país.
Lo que se necesita, por tanto, es acción. Para
que la gente de todas las comunidades del mundo se una, alcancen
y trabajen activamente por la construcción de la paz por
medios pacíficos y para la transformación de todas
las formas de violencia directa, estructural y cultural. Quienes
están aterrados por el dolor, la devastación y la
destrucción que crean la violencia y la guerra, deben
tener el coraje de ponerse de pie y tomar el camino de los
principios de la no violencia y la paz.
Por ello debemos de hacer un llamamiento a todas las
familias, a los educadores, a los religiosos, a los
parlamentarios, políticos, artistas, intelectuales,
científicos, artesanos, periodistas; a todas las
asociaciones humanitarias, deportivas, culturales; a los medios de
comunicación, para que difundan por doquier un mensaje
de tolerancia, de no
violencia, de paz y de justicia. Para que fomenten actitudes de
comprensión, de desprendimiento, de solidaridad; para que,
con mayor memoria del
futuro que del pasado, sepamos mirar juntos hacia adelante y
construyamos así, en condiciones adversas y en terrenos
inhóspitos, un porvenir de paz y derecho
fundamental.
Para concluir podríamos señalar que es
necesario "evitar el horror de la violencia a nuestros
descendientes", "construyendo los baluartes de la paz en el
espíritu de todos nosotros", es decir menos VIOLENCIA y
mayor PAZ.
Ing. David Carhuamaca Zereceda