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Literaturas (página 4)




Enviado por anev_diaz27



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Teatro y prosa
renacentista

Aunque la poesía renacentista vivió un
periodo de auge, fue el drama el que disfrutó de mayor
estima. La obra de su mayor representante, William Shakespeare, ha
recibido reconocimiento universal. Anteriormente había
existido el drama religioso, pero el teatro
renacentista superó esa tradición medieval y, hacia
1580, se representaron comedias y tragedias escritas en un verso
elaborado bajo la influencia de los ejemplos clásicos. El
gusto popular exigía un sensacionalismo lejano del
espíritu de la literatura
griega y romana. Sólo Séneca sirvió de
modelo a una
tragedia popular de sangre y
venganza, Tragedia española (1586) de Thomas Kyd.
Unos años después, Christopher Marlowe
inició la tradición de la crónica del
destino fatal de reyes y potentados. La trágica
historia del
doctor
Fausto (1604) y El judío de Malta
(1633), sus obras más conocidas, están ya escritas
en un estilo que en algunos aspectos se puede comparar al de
Shakespeare.

En lo que se refiere a prosa,
brilla especialmente la gran traducción de la Biblia, llamada Biblia del
rey Jaime, o Versión autorizada, que se publicó en
1611 y supuso la culminación de dos siglos de esfuerzos
por conseguir la mejor traducción inglesa de los textos
originales. Su vocabulario, imágenes y
ritmos han influido en los escritores en inglés
de todas las épocas a partir de entonces.

Shakespeare

Tanto la tragedia como la comedia
isabelinas alcanzaron su auténtico florecimiento en la
obra de Shakespeare. Más allá de su talento, de la
riqueza de su estilo y de la complejidad de sus argumentos (en
todo lo cual supera a los demás dramaturgos isabelinos),
su comprensión del ser humano confiere a su obra una
grandeza inmortal y le convierte en la figura más
importante de la literatura inglesa. En sus
comedias muestra el
encanto pero también los aspectos ridículos de la
naturaleza
humana. Sus grandes tragedias bucean en las profundidades del
alma. En sus
últimas obras, gracias a la creación de una
atmósfera
misteriosa y exótica, y a los rápidos cambios entre
buena y mala fortuna, anticipa los dramas de la época
siguiente. Así se comprueba en la obra de la figura
más influyente del teatro inglés de ese periodo,
Ben Jonson.

LA RESTAURACIÓN Y EL SIGLO
XVIII

Este periodo se extiende desde 1660,
año en que el rey Carlos II volvió a ocupar el
trono, hasta 1789 aproximadamente. La literatura se
caracterizó entonces por la búsqueda de la
moderación, el buen gusto y la simplicidad. Los grandes
tratados
filosóficos y políticos de la época
promueven el racionalismo,
como demuestra la obra de John Locke, que defendía la
experiencia como base exclusiva del conocimiento,
o la de David Hume.

En el pensamiento político, la
aceptación arbitraria del derecho divino de la monarquía (una creencia popular en el renacimiento)
casi sucumbió ante el escepticismo, hasta el punto de que
Thomas Hobbes, en su
Leviatán (1651), tuvo que defender la idea del
absolutismo
desde posturas racionalistas.

Tal vez la obra histórica
más importante en inglés sea Historia de la
decadencia y ruina del Imperio romano
(6 volúmenes,
1776-1788), de Edward Gibbon.

Las etapas que atravesó el gusto
literario del periodo de la Restauración y del siglo XVIII
suelen denominarse a partir de las tres grandes figuras
literarias que perpetuaron la tradición clásica en
esta época: Dryden, Pope y Johnson.

La época de Dryden

La poesía de John Dryden
posee una grandeza, una fuerza y un
tono que fueron muy bien recibidos por los lectores, que
todavía tenían cosas en común con los
isabelinos. Al mismo tiempo,
marcó el tono de la nueva época al conseguir una
nueva claridad y establecer una limitación de
moderación y buen gusto.

Su reputación se apoya
básicamente en la sátira, una forma que se
convirtió en la dominante de la época.
Absalón y Ajitófel (1681-1682) es una de las
mejores. Sin embargo, la mayor parte de la obra de Dryden fue
para el teatro. Sus tragedias heroicas, como La conquista de
Granada
(1670), sacrificaban la realidad y la consistencia de
los hechos y personajes en favor de argumentos extravagantes
presentados con un estilo sobrecargado. Algo que no ocurre con
Thomas Otway, cuya obra Venecia preservada (1682), alcanza
elevadas cimas de ternura y sensibilidad.

Superior a la tragedia, la comedia de la
época se inspira directamente en Ben Jonson, aunque
resulta más refinada, si bien con menos fuerza. Critica la
ambición de la clase media y
las normas sociales
con un tono que roza la amoralidad. La reacción contra
este tipo de comedias, conocidas como comedias de costumbres, ya
se había empezado a producir en el momento en que su mayor
exponente, William Congreve, obtenía un gran éxito
con Amor por amor (1695).

Al igual que ocurrió con su
poesía, la prosa de Dryden sirvió de modelo del
género
en su época. Aunque de naturaleza
diferente, fue notable también la prosa de otras dos
importantes figuras del momento, Samuel Pepys y John Bunyan.
Pepys escribió un diario que constituye un valioso
documento sobre la vida del periodo. Bunyan, por su parte,
escribió El peregrino (1678), una narración
alegórica sobre los seres humanos y las verdades
fundamentales de la vida, la muerte y la
religión.

La época de Pope

En la época de Alexander Pope
(que se sitúa entre el fallecimiento de Dryden, en 1700, y
su propia muerte, en
1744), el espíritu clásico de la literatura inglesa
alcanzó su punto de máximo esplendor.

Más que ningún otro poeta
inglés, Pope se sometió a la exigencia de que la
fuerza expresiva del genio poético sólo se
podía manifestar del modo más razonable,
lúcido y equilibrado del que fuera capaz la razón
humana. Pope no posee la majestuosidad de Dryden, pero su
facilidad, armonía y gracia son impresionantes. Su fama
también se basa en sus sátiras, pero con frecuencia
se inclina al didactismo, como ocurre en su Ensayo sobre la
crítica
(1711).

Otro gran satírico, pero esta vez
en prosa, fue Jonathan Swift, cuya percepción
profunda y desesperada de las estupideces y las maldades propias
de la naturaleza humana contrasta con la crítica
social de sus contemporáneos. En Una modesta
proposición
(1729) alcanza elevadas cimas de terrible
ironía. Los viajes de
Gulliver
(1726) es su obra más conocida, y en ella
hace gala nuevamente de una lucidez y de un dominio de la
escritura
más que notables.

La época de Johnson

La época de Samuel Johnson,
desde 1774 hasta aproximadamente 1784, representa un tiempo de
cambios en los ideales literarios. El clasicismo y el
conservadurismo literario asociados con Johnson constituyen una
reacción frente al culto a los sentimientos que anuncian
los precursores del romanticismo.
Aunque su poesía es heredera de las tradiciones y formas
de Pope, Johnson es más conocido como prosista,
conversador extraordinariamente dotado y árbitro literario
de la vida cultural urbana de su época, como queda en
claro gracias a una de las más famosas biografías inglesas,
Vida de Samuel Johnson (1791), de James
Boswell.

Johnson salió de la pobreza merced a
honradas tareas literarias, como su Diccionario de la lengua
inglesa
(1755), que fue la primera obra de su estilo en la
que se realizaba una labor recopilatoria de acuerdo con las
normas lexicográficas modernas. También
colaboró asiduamente en los periódicos. Su relato
filosófico, Rasselas (1759), recuerda a Swift (y a
su contemporáneo francés Voltaire), en
su percepción de la vanidad de los deseos humanos. Pero a
pesar del pesimismo que le caracteriza, su independencia
e integridad intelectual lo sitúan entre los grandes
escritores de la época.

El amigo de Johnson, Oliver
Goldsmith, realizó una mezcla curiosa entre lo viejo y lo
nuevo. Su novela El
vicario de Wakefield
(1766) comienza con un humor seco, pero
pronto pasa a ser un relato lleno de lamentaciones. En su
poesía y teatro, Goldsmith mostró simpatía
por las clases más bajas de la sociedad.

William Cowper y Thomas Gray cultivaron
una sensibilidad reflexiva y una melancolía desconocidas
en las generaciones previas. William Blake realizó una
obra importantísima que consiste, por una parte, en
canciones líricas casi infantiles (Cantos de
inocencia
, 1789), y por otra en oscuros poemas donde
expone una nueva visión mitológica de la vida
(El libro de
Thel,
1789). Toda la poesía de Blake expresa la
negación del ideal de la razón (a la que
consideraba destructora de la vida), y defiende la fuerza de los
sentimientos, pero de un modo más vital que cualquiera de
los otros prerrománticos mencionados.

La novela, sobre todo la novela
sentimental, se convierte en un género popular en este
periodo. Entre los autores que cultivan este género se
encuentra Samuel Richardson, un defensor de los sentimientos
sencillos e inocentes. Su novela Clarissa (1747-1748)
narra, por medio de cartas que
intercambian los personajes, la adversidad a la que se enfrenta
una joven inocente destruida por el hombre al
que ama. Henry Fielding muestra su relación con el
espíritu satírico de autores anteriores y la
influencia que ejerció sobre él la lectura de
Cervantes, en
su novela Joseph Andrews (1742), que parodia otra novela
de la virtud asediada, Pamela (1740), de su
contemporáneo Richardson. La gran novela de Fielding,
Tom Jones (1749), revela un espíritu vigoroso y
saludable; es una comedia en la que la fuerza bienintencionada
prevalece sobre la hipocresía. Tobias Smollet
escribió bastantes novelas de
aventuras picarescas. De Laurence Sterne, otro gran novelista
inglés de la época, es La vida y opiniones de
Tristram Shandy
(1759-1767).

ROMANTICISMO

La época romántica inglesa,
que se extiende de 1789 a 1837, privilegió la
emoción sobre la razón. El culto a la naturaleza,
tal y como se entiende en la actualidad, también
caracterizó la literatura romántica, así
como la primacía de la voluntad individual sobre las
normas sociales de conducta, la
preferencia por la ilusión de la experiencia inmediata en
cuanto opuesta a la experiencia generalizada, y el interés
por lo que estaba lejos en el espacio y el tiempo.

La primera manifestación importante del
romanticismo fueron las Baladas líricas (1798) de
William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge,
dos jóvenes que se vieron impulsados a la actividad
creadora por la Revolución
Francesa, algunos de cuyos ideales fueron la
afirmación de la libertad, el
espíritu y la unidad sincera de la raza humana. Los poemas
de Wordsworth de esta obra abordan temas comunes con una frescura
absolutamente nueva. Por otra parte, la principal
contribución de Coleridge, el poema "Cantar del viejo
marino", consigue crear con maestría una ilusión de
la realidad relatando acontecimientos extraños,
exóticos y, evidentemente, irreales. Para Wordsworth el
gran argumento siguió siendo el mundo de las cosas simples
y naturales, en el campo o entre la gente. Reprodujo la realidad
con una mirada que le añadía una grandeza no
percibida con anterioridad. Su representación de la
naturaleza humana es sencilla pero al mismo tiempo reveladora. En
"La abadía de Tintern" o en "Oda sobre los atisbos de
inmortalidad", alcanza momentos sumamente elevados cuando habla
de la relación amistosa entre la naturaleza y el alma
humana. Su estilo supone un rechazo del inmediato pasado
poético, pues condenaba la idea de un lenguaje
específicamente poético.

Coleridge, al contrario que Wordsworth,
escribió pocos poemas, y sólo durante un periodo de
tiempo muy breve. En "Kubla Khan", la belleza y horror de lo
lejano se evocan en un estilo que remite al esplendor y
extravagancia del de los isabelinos.

Otro poeta que encontró
inspiración en lo lejano fue Walter Scott quien,
después de realizar una labor de recopilación de
antiguas baladas de su Escocia natal, escribió una serie
de poemas narrativos en los que glorificaba las virtudes de la
sencilla y vigorosa vida de su país en la edad media,
aunque con un estilo que carecía de originalidad. Gracias
a ellos fue reconocido por sus contemporáneos mucho antes
de que las grandes figuras de Wordsworth y Coleridge quedaran
consagradas. Posteriormente escribiría novelas
históricas que le valieron su reputación de
escritor en prosa.

Los poetas románticos de la segunda
generación fueron revolucionarios hasta el final de su
carrera, a diferencia de los tres anteriores, que cuando llegaron
a una edad madura renunciaron a sus ideales de juventud. Lord
Byron es uno de los ejemplos de una personalidad
en lucha trágica contra la sociedad. Tanto en su inquieta
vida, como en poemas como Las peregrinaciones de Childe
Harold
(1812) o Don Juan (1819) reveló un
espíritu satírico y un realismo
social que lo sitúan aparte de los demás poetas
románticos.

El otro gran poeta revolucionario de
la época, Percy Bysshe Shelley, es autor de una
poesía más profunda. En ella expresaba sus dos
ideas principales: que el enemigo era la tiranía de
gobernantes, las costumbres y las supersticiones, y que la bondad
inherente del ser humano eliminaría, antes o
después, el mal del mundo y lo elevaría al reino
eterno del amor
trascendental. Tal vez sea en Prometeo liberado (1820)
donde expresa de un modo más completo esas ideas, aunque
las cualidades poéticas más evidentes de Shelley
(la correspondencia natural entre la estructura
métrica y el estado de
ánimo del autor, la capacidad para dar forma a
abstracciones efectivas, y su idealismo
etéreo) se pueden encontrar en la mayoría de sus
poemas, como "Oda al viento del oeste", "A una alondra" y
"Adonais", este último escrito en honor de John Keats, el
más joven de los grandes románticos.

La poesía de Keats es, por
encima de la de los demás románticos, una respuesta
a las impresiones sensoriales desprovista de toda
filosofía moral o
social. Pero en "La víspera de santa Inés", "Oda a
una urna griega" y "Oda a un ruiseñor", todos ellos
escritos en torno a 1819,
hizo gala de una lucidez sin igual con respecto a las sensaciones
inmediatas y de una habilidad incomparable para
reproducirlas.

Parte de la prosa romántica
va en paralelo con la poesía del mismo periodo. La
Biografía literaria (1817) de Coleridge supuso un
logro fundamental en la exposición
de los nuevos principios
literarios. Al igual que Charles Lamb y William Hazlitt,
Coleridge escribió crítica
literaria que ayudó a elevar el valor en que
se tenía la obra de los poetas y dramaturgos del renacimiento, que
habían estado
infravalorados en el siglo XVIII. Un autor fundamental de la
prosa romántica es Thomas de Quincey. Con su
fantasmagórica y apasionada autobiografía
Confesiones de un comedor de opio inglés (1821)
consiguió una gran calidad
poética.

LA ERA VICTORIANA

La era victoriana, desde la
coronación de la reina Victoria, en 1837, hasta su muerte,
en 1901, fue una época de transformaciones sociales que
obligaron a los escritores a tomar posiciones acerca de las
cuestiones más inmediatas. Así, aunque las formas
de expresión románticas continuaron dominando la
literatura inglesa durante casi todo el siglo, la atención de muchos escritores se
dirigió, a veces apasionadamente, a cuestiones como el
desarrollo de
la democracia
inglesa, la educación de las
masas, el progreso industrial y la filosofía materialista
que éste trajo consigo, y la situación de la clase
trabajadora. Por otra parte, el cuestionamiento de determinadas
creencias religiosas que llevaban aparejados los nuevos avances
científicos, particularmente la teoría
de la evolución y el estudio histórico de
la Biblia, incitaron a algunos escritores a abandonar asuntos
tradicionalmente literarios y a reflexionar sobre cuestiones de
fe y verdad.

Los tres poetas más sobresalientes
de la era victoriana se ocuparon de cuestiones sociales. Aunque
empezó dentro del más puro romanticismo, Alfred
Tennyson pronto se interesó por problemas
religiosos como el de la fe, el cambio social
y el poder
político; ejemplo de ello es su elegía In
memoriam
(1850). Su estilo, así como su
conservadurismo típicamente inglés, contrastan con
el intelectualismo de Robert Browning. El tercero de estos poetas
victorianos, Matthew Arnold, se mantiene aparte de los anteriores
porque es un pensador más sutil y equilibrado. Su labor
como crítico literario es muy importante y su
poesía expone un pesimismo contrarrestado por un fuerte
sentido del deber, como ocurre en su poema "Playa de Dover"
(1867). Algernon Charles Swinburne se orientó hacia el
escapismo esteticista con versos muy musicales pero
pálidos en la expresión de emociones. Dante
Gabriel Rossetti, y el también poeta y reformador social
William Morris, se asocian con el movimiento
prerrafaelista, que intenta aplicar a la poesía la reforma
que ya se había introducido en la pintura.

La novela se convirtió en la forma
literaria dominante durante la época victoriana. El
realismo, es decir, la observación aguda de los problemas
individuales y las relaciones sociales, fue la tendencia que se
impuso, como se puede comprobar en las novelas de Jane Austen,
como Orgullo y prejuicio (1813). Las novelas
históricas de Walter Scott, de la misma época, como
Ivanhoe (1820), tipifican, sin embargo, el espíritu
contra el que reaccionaban los realistas. Pero el nuevo
espíritu lo dejaron bien a la vista Charles Dickens y
William Makepeace Thackeray. Las novelas de Dickens sobre la vida
contemporánea, como Oliver Twist (1837) o David
Copperfield
(1849), demuestran una asombrosa habilidad para
recrear personajes increíblemente vivos. Sus retratos de
los males sociales y su capacidad para la caricatura y el humor
le proporcionaron innumerables lectores y el reconocimiento de la
crítica como uno de los grandes novelistas de todos los
tiempos. Thackeray, por otro lado, pecó menos de
sentimentalismo que Dickens y fue capaz de una gran sutileza en
la caracterización, como demuestra en La feria de las
vanidades
(1847-1948).

Otras notables figuras de la novela victoriana
fueron Anthony Trollope y las hermanas Brontë. Emily
escribió una de las más grandes novelas de todos
los tiempos, Cumbres borrascosas (1847), mientras sus
hermanas Charlotte y Anne también escribieron obras
memorables. George Eliot es otra
destacadísima novelista de la literatura universal,
así como George Meredith y Thomas Hardy.

Una segunda generación de novelistas
más jóvenes, muchos de los cuales continuaron su
obra en el siglo XX, desarrollaron nuevas tendencias. Robert
Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad
intentaron devolver el espíritu de aventura a la novela, y
alcanzaron algunas de las grandes cimas de la narrativa inglesa.
Una intensificación del realismo se produjo con Arnold
Bennett, John Galsworthy y H. G. Wells.

El mismo espíritu de crítica
social inspiró las obras de teatro del irlandés
George Bernard Shaw, que hizo más que ningún otro
por despertar al teatro de la somnolencia en la que había
estado durante el siglo XIX. En una serie de poderosas obras,
claramente influenciadas por las últimas teorías
sociológicas y económicas, expuso, con enorme
habilidad técnica, la estupidez de los individuos y de las
estructuras
sociales de Inglaterra y del
resto del mundo moderno.

LA LITERATURA DEL SIGLO XX

Dos guerras mundiales, una grave depresión
económica y la austeridad de la vida en Gran
Bretaña que siguió a la segunda de esas guerras,
explican las diversas direcciones que ha seguido la literatura
inglesa en el siglo XX. Los valores
tradicionales de la civilización occidental, de los que
los espíritus victorianos sólo habían
empezado a dudar, fueron seriamente cuestionados por muchos de
los escritores jóvenes. Las formas literarias
tradicionales se dejan con frecuencia de lado, y los escritores
buscan otros modos de expresar lo que consideran que son nuevos
tipos de experiencia, o experiencias vistas desde nuevas
perspectivas.

La narrativa posterior a la I Guerra
Mundial

Entre los novelistas y autores de
relatos, Aldous Huxley es uno de los que expresan mejor la
sensación de desesperanza del periodo posterior a la I
Guerra Mundial
en Contrapunto (1928), una obra escrita con una
técnica que marca una ruptura
con respecto a las narraciones realistas previas.

Antes que Huxley, y de hecho antes
de la guerra, las novelas de E. M. Forster, como Una
habitación con vistas
(1908) y Regreso a Howards
End
(publicada también como La mansión,
1910), habían expuesto el vacío de los intelectuales
y las clases altas. Forster proponía un regreso a la
sencillez, a los sentidos y a
la satisfacción de las necesidades del ser físico.
Su novela más famosa, Pasaje a la India (1924),
combina estas preocupaciones con un análisis exacto de las diferencias sociales
que separaban a las clases dominantes inglesas de los habitantes
nativos de la India,
demostrando la imposibilidad de la permanencia de un gobierno
inglés.

D. H. Lawrence también expuso la
necesidad de un regreso a las fuentes
primigenias de la vitalidad de la raza. Sus numerosas novelas y
relatos, entre las que destacan Hijos y amantes (1913),
Mujeres enamoradas (1921) y El amante de lady
Chatterley
(1928) son mucho más experimentales que las
de Forster. El evidente simbolismo de los argumentos de Lawrence
y la exposición directa de sus opiniones rompen los lazos
con el realismo, que se ve reemplazado por la propia dinámica del espíritu de su
autor.

Mucho más experimentales y heterodoxas
fueron las novelas del irlandés James Joyce. En su novela
Ulises (1922) se centra en los sucesos de un solo
día y los relaciona con patrones temáticos basados
en la mitología
griega. En Finnegans Wake (1939), Joyce va más
allá creando todo un vocabulario nuevo a partir de
elementos de muchos idiomas para realizar una narración de
asuntos de la vida diaria entrelazada con muchos mitos y
tradiciones. De algunos de estos experimentos
participan las novelas de Virginia Woolf; sus obras La
señora Dalloway
(1925) y Al faro (1927)
expresan la complejidad y evanescencia de la vida experimentada a
cada momento. Ivy Compton-Burnett atrajo a menos lectores con sus
originales disecciones de las relaciones familiares, elaboradas
casi siempre a base de escuetos diálogos, como ocurre con
Hermanos y hermanas (1929) y Padres e hijos
(1941).

Evelyn Waugh, como Huxley, trazó
una sátira de las debilidades sociales en la
mayoría de sus obras, como Los seres queridos
(1948). Graham Greene, convertido al catolicismo (como Waugh),
investigó el problema del mal en la vida humana; es el
caso de sus obras Un caso acabado (1961) o Los
comediantes
(1966). La celebridad de George Orwell le viene
de dos novelas, una alegórica, Rebelión en la
granja
(1945), y una mordiente sátira, 1984
(1949), ambas dirigidas contra los peligros del
totalitarismo.

La narrativa posterior a la II Guerra
Mundial

Después de la II Guerra
Mundial han aparecido pocas tendencias claramente distinguibles
en la narrativa inglesa, al margen de los llamados
"jóvenes airados" de las décadas de 1950 y 1960.
Este grupo, que
incluye a los novelistas Kingsley Amis, John Wain, Alan Sillitoe
y John Braine, fustiga los valores
caducos de la vieja Inglaterra. Iris Murdoch realizó un
análisis cómico de la vida contemporánea en
sus muchas novelas, como Bajo la red (1954), El
príncipe negro
(1973) o El buen aprendiz
(1986).

Anthony Burgess, profundo escritor, se hizo
famoso por su novela sobre la violencia
juvenil, La naranja mecánica (1962), y John Le
Carré ganó gran popularidad por su ingeniosas y
complejas novelas de espionaje, como El espía que
surgió del frío
(1963) o La casa Rusia
(1989). William Golding explora el mal del ser humano en la
alegórica El señor de las moscas (1954), y
obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1983. Durante la
década de 1960 el realismo social de escritores como Amis,
Braine y Alan Sillitoe, con su énfasis en el restrictivo
provincianismo inglés, dio paso a influencias más
internacionales. V. S. Pritchett y Doris Lessing, desde posturas
muy distintas, obtuvieron el reconocimiento de los lectores.
Lessing destacó por novelas en las que se ocupa del papel
de la mujer en la
sociedad actual, como ocurre en El cuaderno dorado (1962).
Debe subrayarse también el humor negro altamente
estilizado de escritores como Angus Wilson y Muriel
Spark.

El género negro es una
moda dominante en
gran parte de la narrativa de la década de 1980 que,
además, se centra en la creciente ambición de los
desclasados y en el implacable individualismo capitalista. Martin
Amis escribe con un coloquialismo que remite a los novelistas
estadounidenses, y produce salvajes sátiras, como
Dinero (1984) o Campos de Londres (1989). Ian
McEwan es el autor de una serie de relatos y novelas muy
interesantes que se ocupan de momentos de extrema crisis con un
inquietante vigor que le convierte en el mejor escritor de los de
su generación. Ha habido también un surgimiento de
escritores poscoloniales, que revitalizaron la novela con nuevas
perspectivas y argumentos. V. S. Naipaul, Nadine Gordimer, una
escritora surafricana que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en
1991 y Ruth Prawer Jhabvala, se han aproximado inteligentemente
al colonialismo y a sus consecuencias desde perspectivas muy
diversas. Salman Rushdie, que ha echado abajo las distinciones
entre británicos y no británicos, cultiva la
sátira política y ridiculiza
los nacionalismos de los países sobre los que ha escrito.
Utiliza la técnica del realismo mágico, lo mismo
que hizo Angela Carter, que adaptó el estilo a objetivos
feministas. Kazuo Ishiguro, nacido en Japón,
ha escrito, entre otras novelas, Los restos del día
(1989) donde retrata a un mayordomo inglés.

Otros escritores importantes son Peter
Ackroyd, David Lodge y Malcolm Bradbury, junto a escritoras como
A. S. Byatt y Jeanette Winterson.

La poesía moderna

Dos de los más destacados
poetas del periodo moderno combinaron tradición y
experimento en su obra. El escritor irlandés William
Butler Yeats fue el más tradicional. En su poesía
romántica, escrita antes del cambio de siglo,
explotó antiguas tradiciones irlandesas, y luego
desarrolló una expresión poética honesta,
profunda y rica en su madurez con La torre (1928), entre
otras importantes colecciones de poemas. El segundo poeta fue T.
S. Eliot, nacido en Estados Unidos,
consiguió la consagración inmediata con Tierra
baldía
(1922), el poema más famoso de comienzos
de siglo. Por medio de un conjunto de asociaciones
simbólicas de acontecimientos legendarios e
históricos, Eliot expresa su desesperación sobre la
esterilidad de la vida moderna. Su movimiento hacia la fe
religiosa le llevó a la escritura de Cuatro
cuartetos
(1943), donde combina una dicción coloquial
con una literaria; las complejas yuxtaposiciones poéticas
le emparentan con poetas como John Donne. Obtuvo el premio Nobel
en 1948.

De los muchos poetas que escribieron
poemas teñidos de pesimismo a causa de la I Guerra
Mundial, Siegfried Sassoon, Wilfred Owen y Robert Graves se
cuentan entre los más importantes. La habilidad de Graves
para producir una poesía pura y clásicamente
perfecta hizo que su celebridad continuase mucho después
de la II Guerra Mundial. Sus novelas históricas como
Yo, Claudio (1934) también contribuyeron a mantener
su popularidad. Los poemas de Edith Sitwell, que expresaban un
individualismo aristocrático, fueron publicados durante la
I Guerra Mundial. Pero sus poemas más conmovedores
aparecieron después de la II Guerra Mundial, como El
cántico del sol
(1949).

De la siguiente generación de
poetas llevados por la conciencia
popular y las agitaciones sociales de la década de 1930,
los más conocidos son W. H. Auden, Stephen Spender y C.
Day Lewis. El experimentalismo continuó siendo una
característica importante en la poesía, como las
metáforas exuberantes del escritor galés Dylan
Thomas, cuyo amor casi de carácter místico por la vida y su
comprensión de la muerte quedan expuestos en algunos de
los poemas más hermosos de mediados de siglo.
Después de la muerte de Thomas, en 1953, emergió
una nueva generación de poetas, entre los que se cuentan
D. J. Enright, Philip Larkin y Thom Gunn.

Los poetas que constituyeron el llamado
"el movimiento", determinados a reintroducir el formalismo y
cierto antirromanticismo en la poesía
contemporánea, fueron Peter Porter, Alan Brownjohn y
George MacBeth, entre otros. Ted Hughes, cuya poesía es
famosa por la presentación de la naturaleza salvaje, se
convirtió en uno de los poetas más famosos de
Inglaterra y se le nombró poeta laureado en 1984,
después de la muerte de John Betjeman. La década de
1960 vio también la emergencia de una poesía
más popular influida por el jazz y la generación
Beat estadounidense. Los poetas más destacados de este
grupo son Adrian Henri, Roger McGough y Brian Patten.

En la década de 1970 surgió
un número significativo de poetas en Irlanda del Norte,
entre ellos Seamus Heaney, que obtuvo el Premio Nobel de
Literatura en 1995, y Tom Paulin. También hubo bastantes
voces femeninas: Carol Ann Dufy, Jackie Kay y Liz
Lochhead.

El teatro moderno

Aparte de las últimas obras de
George Bernad Shaw, el teatro más importante en
inglés del primer cuarto del siglo XX lo escribió
otro irlandés, Sean O'Casey. Otros dramaturgos del periodo
fueron James Matthew Barrie y Noel Coward. En la década de
1960, con los llamados "jóvenes airados", se inició
una nueva fuerza en el teatro inglés. Destacan entre ellos
John Osborne, Arnold Wesker, Shelagh Delaney y John Arden, que
centraron su atención en las clases trabajadoras,
retratando la monotonía, mediocridad e injusticia de sus
vidas. Aunque Harold Pinter y el irlandés Brendan Behan
escribieron también obras que se desarrollaban en
ambientes de clase trabajadora, se mantienen al margen de los
jóvenes airados. Fuera de cualquier tendencia, el
novelista y dramaturgo irlandés, residente en Francia,
Samuel Beckett, que
obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1969, escribió
obras lacónicas y simbólicas en francés y
las tradujo al inglés, como la obra de teatro Esperando
a Godot
(1952) y la novela Cómo es
(1964).

Literatura inglesa

Literatura inglesa, literatura producida en
Inglaterra, desde la introducción del inglés antiguo por
los anglosajones en el siglo V hasta la actualidad. La obra de
los escritores irlandeses y escoceses que se identifican
estrechamente con la vida y las letras inglesas también se
considera parte de la literatura inglesa. Para otros escritores
irlandeses y escoceses, véase Literatura irlandesa;
Literatura escocesa. Para otras literaturas en inglés,
véase Literatura estadounidense; Literatura
australiana; Literatura canadiense.

INGLÉS ANTIGUO O ERA
ANGLOSAJONA

Este periodo se extiende desde
aproximadamente el 450 hasta 1066, el año de la conquista
normanda de Inglaterra. Las tribus germánicas de Europa que
invadieron Inglaterra en el siglo V, después de la derrota
romana, trajeron con ellas el inglés antiguo o lengua
anglosajona, que constituye la base del inglés moderno
(véase Lengua inglesa). También aportaron
una tradición poética específica cuyas
características formales pervivieron asombrosamente hasta
su derrota por parte de los invasores franco-normandos seis
siglos más tarde.

La mayor parte de la poesía
en inglés antiguo probablemente fuera compuesta para ser
cantada, con acompañamiento de arpa, por el bardo. Audaz e
intensa con frecuencia, pero también melancólica y
elegíaca en espíritu, esta poesía insiste en
la tristeza y futilidad de la vida, y en la indefensión de
los humanos ante el poder del destino. Casi toda ella está
compuesta sin rima, a partir de cuatro sílabas acentuadas
que alternan con un número indeterminado sin acentuar
(véase Versificación). Otra
característica formal de la poesía en inglés
antiguo es la aliteración estructural, o uso de
sílabas con sonidos similares. Estas cualidades de forma y
espíritu aparecen en el poema épico Beowulf,
escrito en el siglo VIII. El texto empieza
y termina con el funeral de un gran rey, y describe las
hazañas de un héroe de la cultura
escandinava, Beowulf, que aparece además como salvador del
pueblo. Se incorporan fragmentos de otros relatos heroicos que
iluminan la acción
principal, pero que también contribuyen a la
simetría. Otro rasgo del poema es un debilitamiento de la
sensación del poder definitivo de un destino arbitrario.
La idea cristiana de dependencia respecto a un Dios justo
está presente. Rasgo típico, por otra parte, de
otras muestras de la literatura de la época, que en su
mayor parte fue preservada en los monasterios gracias a la labor
de los copistas.

La leyenda y la historia sagrada
fueron también el tema de poemas formalmente relacionados
con el Beowulf. Es el caso de los sencillos poemas de
Caedmon, un hombre humilde
de fines del siglo VII, del que el historiador y teólogo
Beda el Venerable dijo que había recibido su don
poético de Dios. Y también del lenguaje más
trabajado de Cynewulf y su escuela.

Aparte de estas composiciones religiosas,
los poetas anglosajones produjeron poemas líricos
más breves en los que no hay referencias
específicas a la doctrina cristiana y que evocan la dureza
de las circunstancias y la tristeza de la condición
humana.

La prosa en inglés antiguo
viene representada por gran número de obras religiosas,
entre las que destacan diversas traducciones de obras latinas de
Beda el Venerable y de Boecio.

EL PERIODO INGLÉS MEDIO

Se extiende de 1066 a 1485 y se
caracteriza por la gran influencia de la literatura francesa en
las formas y temas. Desde la conquista normanda de Inglaterra en
1066 hasta el siglo XIV, la lengua francesa remplazó a la
inglesa en las composiciones literarias, y el latín
mantuvo su categoría de lengua erudita. Hacia el siglo
XIV, cuando el inglés volvió a ser utilizado por
las clases dirigentes, había sufrido profundas
transformaciones y había adquirido la
característica que aún posee de incorporar
libremente numerosos términos extranjeros, en esta
época del latín y del francés.

La literatura del inglés medio de
los siglos XIV y XV está mucho más diversificada
que la literatura anterior en inglés antiguo. Influyen
elementos italianos y franceses, y se mantienen diversos estilos
autóctonos, razones que contribuyen a que se creen obras
difíciles de clasificar.

Entre los poemas que presentan una
cierta continuidad formal con respecto al inglés antiguo,
destaca Piers el labrador de William Langland. Se trata de
una extensa y apasionada obra estructurada en forma de visiones
oníricas que sirven a su autor para presentar una
concepción cristiana de la vida y denunciar la
situación de los pobres, la avaricia de los ricos y la
maldad de todo el mundo. En ciertos aspectos puede ser comparada
con otro gran poema construido bajo el molde del sueño
alegórico, la Divina Comedia de Dante.

Otro poema visionario, La perla,
escrito hacia 1370, también tiene un carácter
doctrinal, aunque su tono es más abiertamente
artístico.

Un tercer poema aliterativo,
supuestamente compuesto por el mismo autor anónimo de
La perla, es Sir Gawain y el Caballero Verde
(c. 1380), un relato de aventuras caballerescas y amor,
influido por las obras francesas del mismo tipo.

Chaucer

Dos poemas no aliterativos forman parte
de la obra de Geoffrey Chaucer. Son Troilo y
Crésida
(c. 1385), el relato del destino fatal de
un amor noble que tiene lugar en la Troya de Homero, y El
cuento del
caballero
(c. 1382), que como el anterior, se basa en la
obra de Boccaccio. Chaucer también tradujo obras francesas
y latinas y, sobre todo, compuso (probablemente después de
1387) los Cuentos de Canterbury. Se trata de una
colección de 24 historias narradas por un grupo de
peregrinos que se dirigen a la catedral de Canterbury.
Caracterizadas por su gran viveza, tocan asuntos que van de la
inocencia religiosa a la castidad matrimonial, pasando por la
descripción de la hipocresía de los
villanos y la volubilidad de las mujeres.

En el siglo XV la poesía
siguió influida por Chaucer, pero se puede afirmar que los
temas y estilos medievales estaban ya agotados. Destaca la obra
de Thomas Malory, La muerte de Arturo (1469-1470), que
trasladaba la tradición de las novelas artúricas de
origen francés a una prosa inglesa de sobresaliente
vitalidad.

EL RENACIMIENTO

En 1485 dio comienzo una edad de
oro de la
literatura inglesa que duró hasta 1660. A partir de la
introducción de la imprenta, en
1476, el número de lectores se multiplicó. El
aumento de la clase media, el desarrollo del comercio, la
difusión de la educación entre los
laicos y no sólo los clérigos, la centralización del poder y de la intensa
vida intelectual en la corte de los Tudor y los Estuardo, fueron
elementos que favorecieron un nuevo ímpetu en la
literatura. La nueva literatura, sin embargo, no florecerá
del todo hasta 1550, durante el reinado de
Isabel I.

La aportación inglesa al movimiento
europeo conocido como humanismo
también pertenece a este periodo. El humanismo, que
fomenta el estudio de los autores de la antigüedad
clásica, favoreció la aparición de un estilo
en el que se recreaban los moldes de la misma. La riqueza y
profusión metafórica debe mucho a la fuerza
educadora de este movimiento. La figura de Tomás Moro
sobresale entre los humanistas ingleses por su obra escrita en
latín Utopía (1516).

Poesía del renacimiento

La poesía de comienzos del siglo
XVI por lo general es menos importante, a excepción de la
obra de John Skelton, que ofrece una curiosa combinación
de influencias medievales y renacentistas. Los dos grandes
innovadores de la poesía renacentista del último
cuarto del siglo XVI son Philip Sidney y Edmund
Spenser.

Sidney, considerado como el modelo de
gentilhombre renacentista, es el iniciador de la moda del soneto
con su Atrophel y Stella (c. 1582). Escrita con un
estilo metafórico de influencia italiana, en esta obra
celebra el ideal de feminidad al modo platónico. Sidney
introduce también la idealización del sujeto amado,
tema surgido tanto del platonismo como del ideal caballeresco del
amor cortés, que seguirá imponiéndose en
gran parte de la poesía y el teatro de fines del siglo
XVI.

Pero el mayor monumento a ese idealismo
es la obra incompleta La reina de las hadas (publicada con
sucesivos añadidos entre 1590 y 1609), de Spenser. En los
seis libros que
pudo completar el autor presenta las virtudes caballerescas; a lo
largo del poema aparecen además la figura de Arthur, el
perfecto caballero que aglutina todas las virtudes, y Gloriana,
la representación del ideal de feminidad y
encarnación de la reina Isabel. Spenser trató de
crear, a partir de elementos heredados de los ciclos
artúricos y de la épica medieval, una obra que
elevara la literatura nacional inglesa a la altura de la de la
antigüedad griega y romana, y de la de la Italia
renacentista.

Otras dos tendencias poéticas
comenzaron a mostrarse a fines del siglo XVI y comienzos del
XVII. La primera está representada por la poesía de
John Donne y de los demás poetas llamados
metafísicos, que llevaron el estilo metafórico a
cumbres casi inalcanzables de complejidad e ingenio. Entre los
seguidores de Donne estuvieron George Herbert, Henry Vaughan y
Richard Crashaw. Andrew Marvell escribió poesía
metafísica de gran fuerza.

La segunda tendencia poética fue
una reacción al estilo exuberante de Spenser y a las
audacias metafóricas de los metafísicos. Ben Jonson
y su escuela, con una pureza y contención clásicas,
son los principales representantes. Influyeron en figuras
posteriores como Robert Herrick.

El último gran poeta del
renacimiento inglés fue John Milton, que hizo frente con
mayor madurez que Spenser a la tarea de escribir una épica
inglesa. Para ello se basó en la tradición
cristiana y bíblica y, con gran sencillez y capacidad
poética, narró en Paraíso perdido
(1667) las maquinaciones de Satán que llevaron a la
caída de Adán y Eva. Sus otros poemas, como
Paraíso recuperado (1671), también revelan
una asombrosa fuerza poética bajo el control de una
mente profunda.

Teatro y prosa renacentista

Aunque la poesía renacentista
vivió un periodo de auge, fue el drama el que
disfrutó de mayor estima. La obra de su mayor
representante, William Shakespeare, ha recibido reconocimiento
universal. Anteriormente había existido el drama
religioso, pero el teatro renacentista superó esa
tradición medieval y, hacia 1580, se representaron
comedias y tragedias escritas en un verso elaborado bajo la
influencia de los ejemplos clásicos. El gusto popular
exigía un sensacionalismo lejano del espíritu de la
literatura griega y romana. Sólo Séneca
sirvió de modelo a una tragedia popular de sangre y
venganza, Tragedia española (1586) de Thomas Kyd.
Unos años después, Christopher Marlowe
inició la tradición de la crónica del
destino fatal de reyes y potentados. La trágica
historia del doctor
Fausto (1604) y El judío
de Malta
(1633), sus obras más conocidas, están
ya escritas en un estilo que en algunos aspectos se puede
comparar al de Shakespeare.

En lo que se refiere a prosa,
brilla especialmente la gran traducción de la Biblia,
llamada Biblia del rey Jaime, o Versión autorizada, que se
publicó en 1611 y supuso la culminación de dos
siglos de esfuerzos por conseguir la mejor traducción
inglesa de los textos originales. Su vocabulario, imágenes
y ritmos han influido en los escritores en inglés de todas
las épocas a partir de entonces.

Shakespeare

Tanto la tragedia como la comedia
isabelinas alcanzaron su auténtico florecimiento en la
obra de Shakespeare. Más allá de su talento, de la
riqueza de su estilo y de la complejidad de sus argumentos (en
todo lo cual supera a los demás dramaturgos isabelinos),
su comprensión del ser humano confiere a su obra una
grandeza inmortal y le convierte en la figura más
importante de la literatura inglesa. En sus comedias muestra el
encanto pero también los aspectos ridículos de la
naturaleza humana. Sus grandes tragedias bucean en las
profundidades del alma. En sus últimas obras, gracias a la
creación de una atmósfera misteriosa y
exótica, y a los rápidos cambios entre buena y mala
fortuna, anticipa los dramas de la época siguiente.
Así se comprueba en la obra de la figura más
influyente del teatro inglés de ese periodo, Ben
Jonson.

LA RESTAURACIÓN Y EL SIGLO
XVIII

Este periodo se extiende desde 1660,
año en que el rey Carlos II volvió a ocupar el
trono, hasta 1789 aproximadamente. La literatura se
caracterizó entonces por la búsqueda de la
moderación, el buen gusto y la simplicidad. Los grandes
tratados filosóficos y políticos de la época
promueven el racionalismo, como demuestra la obra de John Locke,
que defendía la experiencia como base exclusiva del
conocimiento, o la de David Hume.

En el pensamiento político, la
aceptación arbitraria del derecho divino de la
monarquía (una creencia popular en el renacimiento) casi
sucumbió ante el escepticismo, hasta el punto de que
Thomas Hobbes, en su Leviatán (1651), tuvo que
defender la idea del absolutismo desde posturas
racionalistas.

Tal vez la obra histórica
más importante en inglés sea Historia de la
decadencia y ruina del Imperio romano
(6 volúmenes,
1776-1788), de Edward Gibbon.

Las etapas que atravesó el gusto
literario del periodo de la Restauración y del siglo XVIII
suelen denominarse a partir de las tres grandes figuras
literarias que perpetuaron la tradición clásica en
esta época: Dryden, Pope y Johnson.

La época de Dryden

La poesía de John Dryden
posee una grandeza, una fuerza y un tono que fueron muy bien
recibidos por los lectores, que todavía tenían
cosas en común con los isabelinos. Al mismo tiempo,
marcó el tono de la nueva época al conseguir una
nueva claridad y establecer una limitación de
moderación y buen gusto.

Su reputación se apoya
básicamente en la sátira, una forma que se
convirtió en la dominante de la época.
Absalón y Ajitófel (1681-1682) es una de las
mejores. Sin embargo, la mayor parte de la obra de Dryden fue
para el teatro. Sus tragedias heroicas, como La conquista de
Granada
(1670), sacrificaban la realidad y la consistencia de
los hechos y personajes en favor de argumentos extravagantes
presentados con un estilo sobrecargado. Algo que no ocurre con
Thomas Otway, cuya obra Venecia preservada (1682), alcanza
elevadas cimas de ternura y sensibilidad.

Superior a la tragedia, la comedia de la
época se inspira directamente en Ben Jonson, aunque
resulta más refinada, si bien con menos fuerza. Critica la
ambición de la clase media y las normas sociales con un
tono que roza la amoralidad. La reacción contra este tipo
de comedias, conocidas como comedias de costumbres, ya se
había empezado a producir en el momento en que su mayor
exponente, William Congreve, obtenía un gran éxito
con Amor por amor (1695).

Al igual que ocurrió con su
poesía, la prosa de Dryden sirvió de modelo del
género en su época. Aunque de naturaleza diferente,
fue notable también la prosa de otras dos importantes
figuras del momento, Samuel Pepys y John Bunyan. Pepys
escribió un diario que constituye un valioso documento
sobre la vida del periodo. Bunyan, por su parte, escribió
El peregrino (1678), una narración alegórica
sobre los seres humanos y las verdades fundamentales de la vida,
la muerte y la religión.

La época de Pope

En la época de Alexander Pope
(que se sitúa entre el fallecimiento de Dryden, en 1700, y
su propia muerte, en 1744), el espíritu clásico de
la literatura inglesa alcanzó su punto de máximo
esplendor.

Más que ningún otro poeta
inglés, Pope se sometió a la exigencia de que la
fuerza expresiva del genio poético sólo se
podía manifestar del modo más razonable,
lúcido y equilibrado del que fuera capaz la razón
humana. Pope no posee la majestuosidad de Dryden, pero su
facilidad, armonía y gracia son impresionantes. Su fama
también se basa en sus sátiras, pero con frecuencia
se inclina al didactismo, como ocurre en su Ensayo sobre la
crítica
(1711).

Otro gran satírico, pero esta vez
en prosa, fue Jonathan Swift, cuya percepción profunda y
desesperada de las estupideces y las maldades propias de la
naturaleza humana contrasta con la crítica social de sus
contemporáneos. En Una modesta proposición
(1729) alcanza elevadas cimas de terrible ironía. Los
viajes de Gulliver
(1726) es su obra más conocida, y
en ella hace gala nuevamente de una lucidez y de un dominio de la
escritura más que notables.

La época de Johnson

La época de Samuel Johnson,
desde 1774 hasta aproximadamente 1784, representa un tiempo de
cambios en los ideales literarios. El clasicismo y el
conservadurismo literario asociados con Johnson constituyen una
reacción frente al culto a los sentimientos que anuncian
los precursores del romanticismo. Aunque su poesía es
heredera de las tradiciones y formas de Pope, Johnson es
más conocido como prosista, conversador
extraordinariamente dotado y árbitro literario de la vida
cultural urbana de su época, como queda en claro gracias a
una de las más famosas biografías inglesas, Vida
de Samuel Johnson
(1791), de James Boswell.

Johnson salió de la pobreza
merced a honradas tareas literarias, como su Diccionario de la
lengua inglesa
(1755), que fue la primera obra de su estilo
en la que se realizaba una labor recopilatoria de acuerdo con las
normas lexicográficas modernas. También
colaboró asiduamente en los periódicos. Su relato
filosófico, Rasselas (1759), recuerda a Swift (y a
su contemporáneo francés Voltaire), en su
percepción de la vanidad de los deseos humanos. Pero a
pesar del pesimismo que le caracteriza, su independencia e
integridad intelectual lo sitúan entre los grandes
escritores de la época.

El amigo de Johnson, Oliver
Goldsmith, realizó una mezcla curiosa entre lo viejo y lo
nuevo. Su novela El vicario de Wakefield (1766) comienza
con un humor seco, pero pronto pasa a ser un relato lleno de
lamentaciones. En su poesía y teatro, Goldsmith
mostró simpatía por las clases más bajas de
la sociedad.

William Cowper y Thomas Gray cultivaron
una sensibilidad reflexiva y una melancolía desconocidas
en las generaciones previas. William Blake realizó una
obra importantísima que consiste, por una parte, en
canciones líricas casi infantiles (Cantos de
inocencia
, 1789), y por otra en oscuros poemas donde expone
una nueva visión mitológica de la vida (El libro
de Thel,
1789). Toda la poesía de Blake expresa la
negación del ideal de la razón (a la que
consideraba destructora de la vida), y defiende la fuerza de los
sentimientos, pero de un modo más vital que cualquiera de
los otros prerrománticos mencionados.

La novela, sobre todo la novela
sentimental, se convierte en un género popular en este
periodo. Entre los autores que cultivan este género se
encuentra Samuel Richardson, un defensor de los sentimientos
sencillos e inocentes. Su novela Clarissa (1747-1748)
narra, por medio de cartas que intercambian los personajes, la
adversidad a la que se enfrenta una joven inocente destruida por
el hombre al que ama. Henry Fielding muestra su relación
con el espíritu satírico de autores anteriores y la
influencia que ejerció sobre él la lectura de
Cervantes, en su novela Joseph Andrews (1742), que parodia
otra novela de la virtud asediada, Pamela (1740), de su
contemporáneo Richardson. La gran novela de Fielding,
Tom Jones (1749), revela un espíritu vigoroso y
saludable; es una comedia en la que la fuerza bienintencionada
prevalece sobre la hipocresía. Tobias Smollet
escribió bastantes novelas de aventuras picarescas. De
Laurence Sterne, otro gran novelista inglés de la
época, es La vida y opiniones de Tristram Shandy
(1759-1767).

ROMANTICISMO

La época romántica inglesa,
que se extiende de 1789 a 1837, privilegió la
emoción sobre la razón. El culto a la naturaleza,
tal y como se entiende en la actualidad, también
caracterizó la literatura romántica, así
como la primacía de la voluntad individual sobre las
normas sociales de conducta, la preferencia por la ilusión
de la experiencia inmediata en cuanto opuesta a la experiencia
generalizada, y el interés por lo que estaba lejos en el
espacio y el tiempo.

La primera manifestación importante del
romanticismo fueron las Baladas líricas (1798) de
William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge, dos jóvenes
que se vieron impulsados a la actividad creadora por la Revolución
Francesa, algunos de cuyos ideales fueron la afirmación de
la libertad, el espíritu y la unidad sincera de la raza
humana. Los poemas de Wordsworth de esta obra abordan temas
comunes con una frescura absolutamente nueva. Por otra parte, la
principal contribución de Coleridge, el poema "Cantar del
viejo marino", consigue crear con maestría una
ilusión de la realidad relatando acontecimientos
extraños, exóticos y, evidentemente, irreales. Para
Wordsworth el gran argumento siguió siendo el mundo de las
cosas simples y naturales, en el campo o entre la gente.
Reprodujo la realidad con una mirada que le añadía
una grandeza no percibida con anterioridad. Su
representación de la naturaleza humana es sencilla pero al
mismo tiempo reveladora. En "La abadía de Tintern" o en
"Oda sobre los atisbos de inmortalidad", alcanza momentos
sumamente elevados cuando habla de la relación amistosa
entre la naturaleza y el alma humana. Su estilo supone un rechazo
del inmediato pasado poético, pues condenaba la idea de un
lenguaje específicamente poético.

Coleridge, al contrario que Wordsworth,
escribió pocos poemas, y sólo durante un periodo de
tiempo muy breve. En "Kubla Khan", la belleza y horror de lo
lejano se evocan en un estilo que remite al esplendor y
extravagancia del de los isabelinos.

Otro poeta que encontró
inspiración en lo lejano fue Walter Scott quien,
después de realizar una labor de recopilación de
antiguas baladas de su Escocia natal, escribió una serie
de poemas narrativos en los que glorificaba las virtudes de la
sencilla y vigorosa vida de su país en la edad media,
aunque con un estilo que carecía de originalidad. Gracias
a ellos fue reconocido por sus contemporáneos mucho antes
de que las grandes figuras de Wordsworth y Coleridge quedaran
consagradas. Posteriormente escribiría novelas
históricas que le valieron su reputación de
escritor en prosa.

Los poetas románticos de la segunda
generación fueron revolucionarios hasta el final de su
carrera, a diferencia de los tres anteriores, que cuando llegaron
a una edad madura renunciaron a sus ideales de juventud. Lord
Byron es uno de los ejemplos de una personalidad en lucha
trágica contra la sociedad. Tanto en su inquieta vida,
como en poemas como Las peregrinaciones de Childe Harold
(1812) o Don Juan (1819) reveló un espíritu
satírico y un realismo social que lo sitúan aparte
de los demás poetas románticos.

El otro gran poeta revolucionario de
la época, Percy Bysshe Shelley, es autor de una
poesía más profunda. En ella expresaba sus dos
ideas principales: que el enemigo era la tiranía de
gobernantes, las costumbres y las supersticiones, y que la bondad
inherente del ser humano eliminaría, antes o
después, el mal del mundo y lo elevaría al reino
eterno del amor trascendental. Tal vez sea en Prometeo
liberado
(1820) donde expresa de un modo más completo
esas ideas, aunque las cualidades poéticas más
evidentes de Shelley (la correspondencia natural entre la
estructura métrica y el estado de ánimo del autor,
la capacidad para dar forma a abstracciones efectivas, y su
idealismo etéreo) se pueden encontrar en la mayoría
de sus poemas, como "Oda al viento del oeste", "A una alondra" y
"Adonais", este último escrito en honor de John Keats, el
más joven de los grandes románticos.

La poesía de Keats es, por
encima de la de los demás románticos, una respuesta
a las impresiones sensoriales desprovista de toda
filosofía moral o social. Pero en "La víspera de
santa Inés", "Oda a una urna griega" y "Oda a un
ruiseñor", todos ellos escritos en torno a 1819, hizo gala
de una lucidez sin igual con respecto a las sensaciones
inmediatas y de una habilidad incomparable para
reproducirlas.

Parte de la prosa romántica
va en paralelo con la poesía del mismo periodo. La
Biografía literaria (1817) de Coleridge supuso un
logro fundamental en la exposición de los nuevos
principios literarios. Al igual que Charles Lamb y William
Hazlitt, Coleridge escribió crítica literaria que
ayudó a elevar el valor en que se tenía la obra de
los poetas y dramaturgos del renacimiento, que habían
estado infravalorados en el siglo XVIII. Un autor fundamental de
la prosa romántica es Thomas de Quincey. Con su
fantasmagórica y apasionada autobiografía
Confesiones de un comedor de opio inglés (1821)
consiguió una gran calidad poética.

LA ERA VICTORIANA

La era victoriana, desde la
coronación de la reina Victoria, en 1837, hasta su muerte,
en 1901, fue una época de transformaciones sociales que
obligaron a los escritores a tomar posiciones acerca de las
cuestiones más inmediatas. Así, aunque las formas
de expresión románticas continuaron dominando la
literatura inglesa durante casi todo el siglo, la atención
de muchos escritores se dirigió, a veces apasionadamente,
a cuestiones como el desarrollo de la democracia inglesa, la
educación de las masas, el progreso industrial y la
filosofía materialista que éste trajo consigo, y la
situación de la clase trabajadora. Por otra parte, el
cuestionamiento de determinadas creencias religiosas que llevaban
aparejados los nuevos avances científicos, particularmente
la teoría de la evolución y el estudio
histórico de la Biblia, incitaron a algunos escritores a
abandonar asuntos tradicionalmente literarios y a reflexionar
sobre cuestiones de fe y verdad.

Los tres poetas más sobresalientes
de la era victoriana se ocuparon de cuestiones sociales. Aunque
empezó dentro del más puro romanticismo, Alfred
Tennyson pronto se interesó por problemas religiosos como
el de la fe, el cambio social y el poder político; ejemplo
de ello es su elegía In memoriam (1850). Su estilo,
así como su conservadurismo típicamente
inglés, contrastan con el intelectualismo de Robert
Browning. El tercero de estos poetas victorianos, Matthew Arnold,
se mantiene aparte de los anteriores porque es un pensador
más sutil y equilibrado. Su labor como crítico
literario es muy importante y su poesía expone un
pesimismo contrarrestado por un fuerte sentido del deber, como
ocurre en su poema "Playa de Dover" (1867). Algernon Charles
Swinburne se orientó hacia el escapismo esteticista con
versos muy musicales pero pálidos en la expresión
de emociones. Dante Gabriel Rossetti, y el también poeta y
reformador social William Morris, se asocian con el movimiento
prerrafaelista, que intenta aplicar a la poesía la reforma
que ya se había introducido en la pintura.

La novela se convirtió en la forma
literaria dominante durante la época victoriana. El
realismo, es decir, la observación aguda de los problemas
individuales y las relaciones sociales, fue la tendencia que se
impuso, como se puede comprobar en las novelas de Jane Austen,
como Orgullo y prejuicio (1813). Las novelas
históricas de Walter Scott, de la misma época, como
Ivanhoe (1820), tipifican, sin embargo, el espíritu
contra el que reaccionaban los realistas. Pero el nuevo
espíritu lo dejaron bien a la vista Charles Dickens y
William Makepeace Thackeray. Las novelas de Dickens sobre la vida
contemporánea, como Oliver Twist (1837) o David
Copperfield
(1849), demuestran una asombrosa habilidad para
recrear personajes increíblemente vivos. Sus retratos de
los males sociales y su capacidad para la caricatura y el humor
le proporcionaron innumerables lectores y el reconocimiento de la
crítica como uno de los grandes novelistas de todos los
tiempos. Thackeray, por otro lado, pecó menos de
sentimentalismo que Dickens y fue capaz de una gran sutileza en
la caracterización, como demuestra en La feria de las
vanidades
(1847-1948).

Otras notables figuras de la novela victoriana
fueron Anthony Trollope y las hermanas Brontë. Emily
escribió una de las más grandes novelas de todos
los tiempos, Cumbres borrascosas (1847), mientras sus
hermanas Charlotte y Anne también escribieron obras
memorables. George Eliot es otra destacadísima novelista
de la literatura universal, así como George Meredith y
Thomas Hardy.

Una segunda generación de novelistas
más jóvenes, muchos de los cuales continuaron su
obra en el siglo XX, desarrollaron nuevas tendencias. Robert
Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad intentaron
devolver el espíritu de aventura a la novela, y alcanzaron
algunas de las grandes cimas de la narrativa inglesa. Una
intensificación del realismo se produjo con Arnold
Bennett, John Galsworthy y H. G. Wells.

El mismo espíritu de crítica
social inspiró las obras de teatro del irlandés
George Bernard Shaw, que hizo más que ningún otro
por despertar al teatro de la somnolencia en la que había
estado durante el siglo XIX. En una serie de poderosas obras,
claramente influenciadas por las últimas teorías
sociológicas y económicas, expuso, con enorme
habilidad técnica, la estupidez de los individuos y de las
estructuras sociales de Inglaterra y del resto del mundo
moderno.

LA LITERATURA DEL SIGLO XX

Dos guerras mundiales, una grave
depresión económica y la austeridad de la vida en
Gran Bretaña que siguió a la segunda de esas
guerras, explican las diversas direcciones que ha seguido la
literatura inglesa en el siglo XX. Los valores tradicionales de
la civilización occidental, de los que los
espíritus victorianos sólo habían empezado a
dudar, fueron seriamente cuestionados por muchos de los
escritores jóvenes. Las formas literarias tradicionales se
dejan con frecuencia de lado, y los escritores buscan otros modos
de expresar lo que consideran que son nuevos tipos de
experiencia, o experiencias vistas desde nuevas
perspectivas.

La narrativa posterior a la I Guerra
Mundial

Entre los novelistas y autores de
relatos, Aldous Huxley es uno de los que expresan mejor la
sensación de desesperanza del periodo posterior a la I
Guerra Mundial en Contrapunto (1928), una obra escrita con
una técnica que marca una ruptura con respecto a las
narraciones realistas previas.

Antes que Huxley, y de hecho antes
de la guerra, las novelas de E. M. Forster, como Una
habitación con vistas
(1908) y Regreso a Howards
End
(publicada también como La mansión,
1910), habían expuesto el vacío de los
intelectuales y las clases altas. Forster proponía un
regreso a la sencillez, a los sentidos y a la satisfacción
de las necesidades del ser físico. Su novela más
famosa, Pasaje a la India (1924), combina estas
preocupaciones con un análisis exacto de las diferencias
sociales que separaban a las clases dominantes inglesas de los
habitantes nativos de la India, demostrando la imposibilidad de
la permanencia de un gobierno inglés.

D. H. Lawrence también expuso la
necesidad de un regreso a las fuentes primigenias de la vitalidad
de la raza. Sus numerosas novelas y relatos, entre las que
destacan Hijos y amantes (1913), Mujeres enamoradas
(1921) y El amante de lady Chatterley (1928) son mucho
más experimentales que las de Forster. El evidente
simbolismo de los argumentos de Lawrence y la exposición
directa de sus opiniones rompen los lazos con el realismo, que se
ve reemplazado por la propia dinámica del espíritu
de su autor.

Mucho más experimentales y heterodoxas
fueron las novelas del irlandés James Joyce. En su novela
Ulises (1922) se centra en los sucesos de un solo
día y los relaciona con patrones temáticos basados
en la mitología griega. En Finnegans Wake
(1939), Joyce va más allá creando todo un
vocabulario nuevo a partir de elementos de muchos idiomas para
realizar una narración de asuntos de la vida diaria
entrelazada con muchos mitos y tradiciones. De algunos de estos
experimentos participan las novelas de Virginia Woolf; sus obras
La señora Dalloway (1925) y Al faro (1927)
expresan la complejidad y evanescencia de la vida experimentada a
cada momento. Ivy Compton-Burnett atrajo a menos lectores con sus
originales disecciones de las relaciones familiares, elaboradas
casi siempre a base de escuetos diálogos, como ocurre con
Hermanos y hermanas (1929) y Padres e hijos
(1941).

Evelyn Waugh, como Huxley, trazó
una sátira de las debilidades sociales en la
mayoría de sus obras, como Los seres queridos
(1948). Graham Greene, convertido al catolicismo (como Waugh),
investigó el problema del mal en la vida humana; es el
caso de sus obras Un caso acabado (1961) o Los
comediantes
(1966). La celebridad de George Orwell le viene
de dos novelas, una alegórica, Rebelión en la
granja
(1945), y una mordiente sátira, 1984
(1949), ambas dirigidas contra los peligros del
totalitarismo.

La narrativa posterior a la II Guerra
Mundial

Después de la II Guerra
Mundial han aparecido pocas tendencias claramente distinguibles
en la narrativa inglesa, al margen de los llamados
"jóvenes airados" de las décadas de 1950 y 1960.
Este grupo, que incluye a los novelistas Kingsley Amis, John
Wain, Alan Sillitoe y John Braine, fustiga los valores caducos de
la vieja Inglaterra. Iris Murdoch realizó un
análisis cómico de la vida contemporánea en
sus muchas novelas, como Bajo la red (1954), El
príncipe negro
(1973) o El buen aprendiz
(1986).

Anthony Burgess, profundo escritor, se hizo
famoso por su novela sobre la violencia juvenil, La naranja
mecánica
(1962), y John Le Carré ganó
gran popularidad por su ingeniosas y complejas novelas de
espionaje, como El espía que surgió del
frío
(1963) o La casa Rusia (1989). William
Golding explora el mal del ser humano en la alegórica
El señor de las moscas (1954), y obtuvo el Premio
Nobel de Literatura en 1983. Durante la década de 1960 el
realismo social de escritores como Amis, Braine y Alan Sillitoe,
con su énfasis en el restrictivo provincianismo
inglés, dio paso a influencias más internacionales.
V. S. Pritchett y Doris Lessing, desde posturas muy distintas,
obtuvieron el reconocimiento de los lectores. Lessing
destacó por novelas en las que se ocupa del papel de la
mujer en la
sociedad actual, como ocurre en El cuaderno dorado (1962).
Debe subrayarse también el humor negro altamente
estilizado de escritores como Angus Wilson y Muriel
Spark.

El género negro es una moda
dominante en gran parte de la narrativa de la década de
1980 que, además, se centra en la creciente
ambición de los desclasados y en el implacable
individualismo capitalista. Martin Amis escribe con un
coloquialismo que remite a los novelistas estadounidenses, y
produce salvajes sátiras, como Dinero (1984) o
Campos de Londres (1989). Ian McEwan es el autor de una
serie de relatos y novelas muy interesantes que se ocupan de
momentos de extrema crisis con un inquietante vigor que le
convierte en el mejor escritor de los de su generación. Ha
habido también un surgimiento de escritores poscoloniales,
que revitalizaron la novela con nuevas perspectivas y argumentos.
V. S. Naipaul, Nadine Gordimer, una escritora surafricana que
obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1991 y Ruth Prawer
Jhabvala, se han aproximado inteligentemente al colonialismo y a
sus consecuencias desde perspectivas muy diversas. Salman
Rushdie, que ha echado abajo las distinciones entre
británicos y no británicos, cultiva la
sátira política y ridiculiza los nacionalismos de
los países sobre los que ha escrito. Utiliza la
técnica del realismo mágico, lo mismo que hizo
Angela Carter, que adaptó el estilo a objetivos
feministas. Kazuo Ishiguro, nacido en Japón, ha escrito,
entre otras novelas, Los restos del día (1989)
donde retrata a un mayordomo inglés.

Otros escritores importantes son Peter
Ackroyd, David Lodge y Malcolm Bradbury, junto a escritoras como
A. S. Byatt y Jeanette Winterson.

La poesía moderna

Dos de los más destacados
poetas del periodo moderno combinaron tradición y
experimento en su obra. El escritor irlandés William
Butler Yeats fue el más tradicional. En su poesía
romántica, escrita antes del cambio de siglo,
explotó antiguas tradiciones irlandesas, y luego
desarrolló una expresión poética honesta,
profunda y rica en su madurez con La torre (1928), entre
otras importantes colecciones de poemas. El segundo poeta fue T.
S. Eliot, nacido en Estados Unidos, consiguió la
consagración inmediata con Tierra baldía
(1922), el poema más famoso de comienzos de siglo. Por
medio de un conjunto de asociaciones simbólicas de
acontecimientos legendarios e históricos, Eliot expresa su
desesperación sobre la esterilidad de la vida moderna. Su
movimiento hacia la fe religiosa le llevó a la escritura
de Cuatro cuartetos (1943), donde combina una
dicción coloquial con una literaria; las complejas
yuxtaposiciones poéticas le emparentan con poetas como
John Donne. Obtuvo el premio Nobel en 1948.

De los muchos poetas que escribieron
poemas teñidos de pesimismo a causa de la I Guerra
Mundial, Siegfried Sassoon, Wilfred Owen y Robert Graves se
cuentan entre los más importantes. La habilidad de Graves
para producir una poesía pura y clásicamente
perfecta hizo que su celebridad continuase mucho después
de la II Guerra Mundial. Sus novelas históricas como
Yo, Claudio (1934) también contribuyeron a mantener
su popularidad. Los poemas de Edith Sitwell, que expresaban un
individualismo aristocrático, fueron publicados durante la
I Guerra Mundial. Pero sus poemas más conmovedores
aparecieron después de la II Guerra Mundial, como El
cántico del sol
(1949).

De la siguiente generación de
poetas llevados por la conciencia popular y las agitaciones
sociales de la década de 1930, los más conocidos
son W. H. Auden, Stephen Spender y C. Day Lewis. El
experimentalismo continuó siendo una característica
importante en la poesía, como las metáforas
exuberantes del escritor galés Dylan Thomas, cuyo amor
casi de carácter místico por la vida y su
comprensión de la muerte quedan expuestos en algunos de
los poemas más hermosos de mediados de siglo.
Después de la muerte de Thomas, en 1953, emergió
una nueva generación de poetas, entre los que se cuentan
D. J. Enright, Philip Larkin y Thom Gunn.

Los poetas que constituyeron el llamado
"el movimiento", determinados a reintroducir el formalismo y
cierto antirromanticismo en la poesía
contemporánea, fueron Peter Porter, Alan Brownjohn y
George MacBeth, entre otros. Ted Hughes, cuya poesía es
famosa por la presentación de la naturaleza salvaje, se
convirtió en uno de los poetas más famosos de
Inglaterra y se le nombró poeta laureado en 1984,
después de la muerte de John Betjeman. La década de
1960 vio también la emergencia de una poesía
más popular influida por el jazz y la generación
Beat estadounidense. Los poetas más destacados de este
grupo son Adrian Henri, Roger McGough y Brian Patten.

En la década de 1970 surgió
un número significativo de poetas en Irlanda del Norte,
entre ellos Seamus Heaney, que obtuvo el Premio Nobel de
Literatura en 1995, y Tom Paulin. También hubo bastantes
voces femeninas: Carol Ann Dufy, Jackie Kay y Liz
Lochhead.

El teatro moderno

Aparte de las últimas obras de
George Bernad Shaw, el teatro más importante en
inglés del primer cuarto del siglo XX lo escribió
otro irlandés, Sean O'Casey. Otros dramaturgos del periodo
fueron James Matthew Barrie y Noel Coward. En la década de
1960, con los llamados "jóvenes airados", se inició
una nueva fuerza en el teatro inglés. Destacan entre ellos
John Osborne, Arnold Wesker, Shelagh Delaney y John Arden, que
centraron su atención en las clases trabajadoras,
retratando la monotonía, mediocridad e injusticia de sus
vidas. Aunque Harold Pinter y el irlandés Brendan Behan
escribieron también obras que se desarrollaban en
ambientes de clase trabajadora, se mantienen al margen de los
jóvenes airados. Fuera de cualquier tendencia, el
novelista y dramaturgo irlandés, residente en Francia,
Samuel Beckett, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1969,
escribió obras lacónicas y simbólicas en
francés y las tradujo al inglés, como la obra de
teatro Esperando a Godot (1952) y la novela Cómo
es
(1964).

Evelyn Díaz Ardón

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