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Literaturas (página 2)




Enviado por anev_diaz27



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Otros temas

La literatura india medieval aborda también otros
temas. Las primeras obras escritas en muchas de las lenguas de la
India eran de carácter sectario y tenían el
propósito de desarrollar o celebrar alguna creencia
regional alejada de la ortodoxia. Cabe citar entre ellas los
Caryapadas, versos tántricos del siglo XII
(véase Tantra) que relatan en prosa marathi las
enseñanzas y hazañas del fundador de la secta
mahanubhava. Las primeras obras en lengua kannada
(a partir del siglo X) y en lengua gujarāti (a partir del
siglo XIII) son romances jainíes. Basadas en las vidas de
santos jainíes, estas historias de temática pali o
sánscrita siguen siendo muy populares hoy.

Otros ejemplos literarios alejados de estas
tendencias sectarias pueden ser los relatos heroicos y de
caballería compuestos en rajasthani, que narran la
resistencia a
las primeras invasiones musulmanas como el poema épico del
siglo XII Prithviraja-rāsau,
de Chand Bardāi de Lahore. También se
compusieron relatos y baladas, como los surgidos al este de
Bengala.

Posteriormente se desarrollaron otras
literaturas religiosas de importancia asociadas con ciertas
filosofías y sectas regionales: los textos tamiles de los
siglos XIII a XV, dedicados a la secta hindú medieval
shaiva-siddhanta; las obras de los lingayats (una secta
hindú consagrada al culto de Siva) en lengua kannada,
entre las que destacan especialmente las vacanas o dichos de
Basava (fundador de la secta de mediados del siglo XII) y sus
discípulos; y los textos tántricos, en especial los
del noreste de la India, que más tarde dieron origen a
géneros como el mangala-kavya (poesía
de un acontecimiento presagiado) de Bengala. Esta poesía
estaba dirigida a divinidades como Manasa (la diosa serpiente),
formas locales de la principal deidad femenina llamada Devi
(véase Hinduismo).

La principal influencia para la literatura
india posterior fueron los primeros vestigios del culto a Krishna
y Rama, practicado en el norte de la India, escritos en las
lenguas vernáculas. La historia de Krishna se
desarrolló en sánscrito a partir del
Mahabharata y a través del Bhagavata-Purana,
hasta el poema compuesto en el siglo XII por Jaydev,
Gitagovinda (El canto del vaquero);
pero hacia 1400 surge una serie de poemas de
amor, escritos
en maithili (hindi oriental de Bihār) por el poeta Viyapati,
que influyeron de manera decisiva en el culto a Radha-Krishna
practicado en Bengala y en toda la literatura
erótico-religiosa asociada con
él.

La tradición bhakti

El pleno florecimiento del culto a
Radha-Krishna, bajo los místicos hindúes caitanya
(en Bengala) y vallabhacharya (en Mathura), pasa por la
bhakti. La palabra bhakti implica la
devoción personal a un
dios, muy alejada de los ritos brahmánicos, un intenso
anhelo comparable al deseo de los amantes o al de un niño
separado de su madre. De hecho la bahkti es cualquier
forma de amor humano. Si bien se encuentran indicios de esta
actitud en la
obra de los alvars tamiles (místicos que
escribieron himnos extáticos de alabanza a Visnú
entre los siglos VII y X), fue el entusiasmo de los
místicos sufíes islámicos lo que hizo que la
bhakti inundase todos los canales de la vida intelectual y
religiosa en la India desde finales del siglo XV. El sentimiento
era el mismo, pero su forma variaba de una región a otra.
La bhakti se dirigía también a Rama (una
reencarnación de Visnú), como se manifiesta
especialmente en las obras escritas en avadhi (hindi oriental) de
Tulsi Das, cuyo Ramcaritmanas (Lago de los actos de
Rama,
1574-1577) se ha convertido en la versión
canónica del Ramayana en todo el norte
hindiparlante. Los primeros gurús, o fundadores de la
religión
sij, particularmente Nanak y Arjuna, escribieron himnos
bhakti dirigidos a sus conceptos de deidad. Estos himnos
constituyen los primeros documentos
escritos en panyabi y forman parte del Adi Granth
(Libro primero o Libro original), libro sagrado
de los sijs, compilado en 1604 por Arjuna.

Durante el siglo XVI, en otras regiones,
la bhakti se dirigió a otras formas de divinidad.
Así, por ejemplo, la princesa Rajasthani y el poeta Mira
Bai escribieron sus versos para alabar a Krishna, al igual que el
poeta gujarāti Narsimh Mehta.

LITERATURA INDIA DEL PERIODO
INTERMEDIO

En la literatura escrita entre 1500 y
1800 la corriente de versiones de las epopeyas sánscritas
tradicionales continúa su flujo imparable, al tiempo que
surgen las formas literarias en urdu y persa.

Material tradicional

Durante este periodo la literatura india
se escribe también en urdu, una lengua nueva. El urdu, que
se habla en la región de Delhi, es similar al hindi y
contiene muchas palabras árabes y persas. Los poetas urdus
emplean casi siempre las formas persas, como el ghazal (para la
poesía amorosa), además de una forma
islámica de la bhakti, la masnavi (para el
verso narrativo), y la marsiya (para las elegías).
La literatura en urdu surgió primero en los reinos
islámicos de Decán, donde la experimentación
literaria era aparentemente más fácil y menor el
prestigio de la lengua literaria ortodoxa, el persa. Esta
tradición culminó con la poesía
lírica de Wali. El urdu cobró entonces fuerza como
lengua literaria en Delhi y Lucknow. Los ghazals de Mir y
Ghalib pueden considerarse la cima de la poesía
lírica en urdu. Los poetas urdus eran en su mayoría
artistas cosmopolitas y urbanos, si bien algunos adoptaron
el lenguaje
propio de la poesía popular, como se pone de manifiesto en
la poesía escrita en panyabi, pushtu, sindhi y otras
lenguas regionales.

EL PERIODO MODERNO

Destacados poetas como Ghalib vivieron y
trabajaron durante el periodo de dominación
británica, que provocó una auténtica
revolución
literaria en todas las lenguas de la India como resultado del
contacto con el pensamiento
occidental. También durante esta época los
misioneros cristianos llevaron a la India la imprenta, y la
influencia de las instituciones
de enseñanza occidentales fue sin duda
decisiva. A mediados del siglo XIX surgió en los grandes
puertos de Bombay, Calcuta y Madrás una nueva
tradición literaria en prosa en la que se inscribe
la novela, el
relato, el ensayo y el
drama literario (este último incorpora tanto modelos
sánscritos clásicos como modelos occidentales) que
poco a poco absorbió a todos los géneros
poéticos tradicionales. Los núcleos septentrionales
de Delhi y Uttar Pradesh fueron los últimos influidos por
esta nueva tradición, y como la mayoría de los
musulmanes no se aprovecharon de la nueva educación, la
literatura urdu pudo preservar en gran parte su integridad. Los
poetas urdus permanecieron fieles a la métrica y las
formas tradicionales, mientras que los bengalíes tomaron
como modelo a
poetas ingleses como Percy Bysshe Shelley, en la década de
1840, o T. S. Eliot, en la
de 1940.

En los últimos 150 años
son muchos los escritores que han contribuido al desarrollo de
la literatura india moderna, escrita en cualquiera de las quince
lenguas principales de la India, entre las que se incluye el
inglés.
El bengalí ha ido cobrando fuerza a lo largo del proceso de
occidentalización y hoy ofrece una de las literaturas
más extensas de la India. Uno de sus principales
representantes es Rabindranath Tagore, el primer escritor indio
galardonado con el Premio Nobel de Literatura (1913).

La obra de otros dos grandes
dirigentes y escritores indios del siglo XX se conoce a
través de su traducción a diversas lenguas europeas: la
poesía del líder y
filósofo islámico Muhammad Iqbal, escrita
originalmente en urdu y persa; y la autobiografía de
Mohandas K. Gandhi, Mis experiencias con la verdad,
escrita originalmente en gujarāti entre 1927 y
1929 y considerada hoy un clįsico.

Si bien la mayor parte de la
literatura india del siglo XX sigue sin traducirse a otras
lenguas, algunos escritores en lengua inglesa son relativamente
conocidos en Occidente. Cabe citar entre ellos a Mulk Raj Anand,
autor de novelas de
protesta social como Intocable (1935) y Coolie
(1936); y R. K. Narayan, autor de novelas y relatos sobre la vida
rural en el sur de la India. La primera de las numerosas obras de
Narayan, Swami y sus amigos, apareció en 1935;
otros títulos más recientes son El maestro
inglés
(1980), El vendedor de golosinas (1983)
y Bajo el árbol de Banyan. Entre los autores
más jóvenes de la India moderna, que manifiestan su
nostalgia del pasado, destacan Anita Desai, con En
custodia
(1984), la historia de un maestro fatalmente
hechizado por la poesía; y Ved Mehta, residente en
Estados
Unidos, que ahonda en sus raíces indias en una serie
de recuerdos sobre su vida familiar y su educación en
diversas escuelas para invidentes de la India y Estados
Unidos.

LITERATURA PORTUGUESA

Literatura
portuguesa, conjunto de obras literarias
escritas en portugués y otras lenguas. Destaca por la
dulzura de su poesía lírica y el ingenio mordaz de
su prosa satírica. La literatura portuguesa puede
dividirse en cuatro periodos: de 1200 a 1415, la edad de los
trovadores; de 1415 a 1580, el florecimiento humanista, que
rivalizó con el de Castilla; de 1580 a 1820, época
de estancamiento, y desde 1820 hasta el presente, el renacimiento
romántico. Desde el siglo XII hasta el siglo XIV,
floreció una rica y precoz literatura dentro de la
península Ibérica escrita en la lengua del noroeste
de España
y que se conoce como la lírica galaico-portuguesa. Pero es
a partir del siglo XIV cuando ya puede empezarse a hablar de una
literatura propiamente portuguesa. Hasta el siglo XVII muchos
portugueses escribieron también en castellano, por
lo que se les atribuye la autoría de la mejor novela de
caballería española, Amadís de
Gaula.

EDAD DE LOS TROVADORES

La poesía galaico-portuguesa de corte
trovadoresco surge en el siglo XIII durante el reinado de Alfonso
III y alcanza su esplendor en el de su hijo Dionís,
él mismo un excelente trovador. En aquel siglo sobresalen
los sacerdotes Airas Nunes y Joan Airas de Santiago, João
Garcia de Guilhade y el jogral (juglar) Martin Codax. Los
géneros cultivados en esta época eran de tres
tipos: cantigas de amor, quejumbrosas canciones de amor de
tipo trovadoresco; cantigas de amigo, canciones populares
entonadas por las mujeres, llenas de gracia y aún vivas en
la tradición folclórica oral, y cantigas de
escarnio,
sátiras burlescas y difamatorias. Se
conservan más de 2.000 canciones reunidas en tres
cancioneros (de Ajuda, Vaticana y Colocci-Brancuti) y un cuarto
libro de cantigas dedicadas a la Virgen
María por el rey Alfonso X el Sabio. En los siglos
XIII y XIV aparece la prosa literaria portuguesa en los livros
de linhagens
(libros de
linajes), además de crónicas, vidas de santos y
otras literaturas edificantes traducidas del latín,
así como adaptaciones de los romances artúricos de
los caballeros de la tabla redonda.

RENACIMIENTO

A finales del siglo XV vuelve a
florecer la cultura
portuguesa, en parte como resultado de la expansión
ultramarina alrededor de Africa y el
crecimiento de las ciudades portuarias del Atlántico. La
curiosidad acerca de la naturaleza
humana que caracterizó el renacimiento
abrió nuevos horizontes a la escritura sin
llegar a romper con la doctrina eclesiástica medieval ni
con la lírica de los trovadores. Las influencias
clásicas e italianas, una mayor variedad de formas, y la
excitación propia de la novedad caracterizan la mejor
poesía del Cancionero general (1516), recopilado
por Garcia de Resende, que engloba la obra de 300 poetas, cuatro
de ellos famosos: el mismo Resende, que versifica uno de los
grandes temas románticos de la literatura europea, el
asesinato de Inés de Castro; Gil Vicente, que fundó
el teatro
portugués escribiendo y representando para la corte desde
1502; Bernardim Ribeiro, poeta melancólico autor del
Libro de las nostalgias (1554-1557), más conocido
por el título de Menina e moça (niña
y doncella), primeras palabras de la novela en la que se combinan
lo pastoral y lo caballeresco, y Francisco de Sá de
Miranda, que viajó a Italia y
revolucionó la poesía portuguesa introduciendo la
métrica italiana. Gil Vicente, el más grande de los
cuatro poetas, escribió obras filosóficas como
La barca del Infierno (1516) siguiendo el modelo de Dante;
románticas, Amadís de Gaula (1523?), y
farsas, Auto de la India (1509?). Sus obras retratan a
toda la sociedad
portuguesa, desde gitanos y esclavos negros a prelados y
príncipes, contemplados todos con la receptividad de un
humanista cristiano, a veces serio y otras veces alegre, y
siempre incluyendo canciones inspiradas en la poesía
folclórica del país.

EDAD DE ORO DE LA
LITERATURA

En la siguiente generación,
António
Ferreira (1528-1569) profundizó las innovaciones de
Sá de Miranda en Inés de Castro (1587), una
tragedia en verso en la que aparece un coro griego, y Jorge
Ferreira de Vasconcelos (c. 1515-c. 1585), autor de
varias comedias costumbristas en prosa, entre ellas
Eufrósina (1555), una réplica moral a La
Celestina
de Fernando de Rojas. La prosa narrativa
avanzó poco y se siguió cultivando la novela de
caballerías y los romances en prosa y verso como
Lusitania transformada (1595), de Fernão
Álvares do Oriente, o los cuentos
morales de Gonçalo Fernandes Trancoso. En el siglo XVI se
escribieron muchos tratados morales
y religiosos, la mayor parte de ellos en forma de
diálogos, que es típica del humanismo,
como Imagen de la vida cristiana (1563), de Heitor Pinto;
el apasionado Consolación de Israel en sus
tribulaciones
(1553), del escritor judío
portugués Samuel Usque, y una crítica
de las prácticas coloniales, Soldado
práctico
(1590), de Diogo do Couto.

Couto es famoso sobre todo por ser uno de
los mejores entre los historiadores que registraron el esplendor
y el ocaso del imperio portugués. El primero fue Eanes de
Azurara, que escribió sobre el
príncipe portugués Enrique el Navegante, pero
el más destacado, João de Barros, siguió el
modelo clásico del historiador romano Livio en su
ambiciosa historia de las conquistas de ultramar,
Décadas de Asia (1552-1615), que Couto
continuó, cubriendo entre ambos la historia y geografía del siglo
XVI. Otros historiadores fueron el humanista Damião de
Góis, que escribió la crónica del reinado
del rey Emanuel, y Gaspar Correia, que utilizó su
experiencia como secretario de Afonso de Alburquerque, el
conquistador de Goa y Malacca, para escribir una minuciosa y
emocionante Memoria de la India (1858-1866). Las obras en
prosa más ricas en escenas exóticas,
dramáticas y picarescas de esta época son los
libros de viajes.
Además de una serie de historias de naufragios recogidas
en el siglo XVIII, La trágica historia del mar
(1735-1736), Álvaro Velho escribió en 1838 un
relato verídico del descubrimiento de la ruta
marítima hacia la India entre 1497 y 1498, y en 1817 Pero
Vaz de Caminha el de la costa de Brasil en 1500.
Peregrinaciones (1614), publicada póstumamente,
recoge las aventuras noveladas de Fernão Mendes Pinto en
el Lejano Oriente como comerciante, pirata y esclavo.

CAMÕES Y EL DECLINAR DE LA EDAD DE
ORO

Todo el auge y declive de la edad de
oro en Portugal, con sus ideales de caballero, cristiano y
amante, se encuentra resumido en la vida y la obra del escritor
más importante de la literatura portuguesa, el poeta
Luís de Camões. De origen noble aunque pobre, de
joven probó fortuna en la corte y más tarde en
África y Asia.
Regresó a su país arruinado y con la salud quebrantada, pero con
un tesoro imperecedero: su poema nacional Os
Lusíadas
(1572), que en portugués significa
'los hijos de Lusus'. Esta obra constituye quizá la mejor
epopeya del renacimiento, así como un homenaje a los reyes
portugueses del pasado y a todo el pequeño pero
intrépido país. El viaje de Vasco da Gama a la
India proporciona el tema, que el poeta engrandeció
incluyendo la mitología antigua. La obra culmina en una
apoteosis intemporal del espíritu humano como conquistador
de la naturaleza.
Camões también fue un excelente poeta lírico
en el uso del lenguaje
más dulce y puro para describir el amor ideal
y lo absurdo del destino humano. Sus Poemas (1595),
sonetos y canciones rivalizan en sutileza filosófica con
las del poeta italiano Petrarca. También escribió
varias obras de teatro de tema clásico.

Camões destacó por encima
de muchos valiosos poetas de su tiempo y de las dos siguientes
generaciones, entre ellos Diogo Bernardes y su hermano Agostinho
da Cruz, que escribieron sobre Dios revelado en el idílico
vergel del campo portugués. Francisco Rodrigues Lobo
también abordó temas pastoriles.

Camões inspiró a los escritores
portugueses durante siglos y preservó el espíritu
nacional durante la era de estancamiento que supuso su
sometimiento a la corona de Castilla, pero las consiguientes
luchas de los portugueses para recuperar y mantener su independencia
sólo fueron compensadas por la prosperidad de la gran
colonia: Brasil. Aun así, esta tercera época
produjo varios escritores importantes. Los comentarios
(1639) sobre Os Lusíadas de Manuel de Faira e
Sousa, poeta, historiador y crítico literario, constituyen
una labor monumental de veneración y erudición. Lo
mejor de la obra de Francisco Manuel de Melo, cuya experiencia
por los cargos que ocupó y su ingenio agudo no le faltaron
en la cárcel o el exilio, se encuentra en sus poemas, las
cartas a sus
amigos y en sus Apólogos dialogados (1721) sobre
temas de la época. Otros maestros de estilo barroco fueron
los clérigos Antonio das Changas, soldado y fraile, y el
predicador jesuita, conocido internacionalmente, António
Vieira, cuyos sermones, que llenan quince volúmenes, son
únicos por su fuerza imaginativa, su ingenio, su atrevida
crítica profética y su encendido
patriotismo.

SIGLO XVIII

En el siglo XVIII la formalidad
académica clásica francoitaliana se impuso a la
exuberancia barroca en nombre del "buen gusto" y abunda la
literatura didáctica, quedando relegada la
inspiración poética a Brasil. El verdadero
método de
estudiar
(1746), un tratado sobre educación,
antiescolástico y antijesuita, de Luís
António Verney, impulsó reformas propias de
la
ilustración. António José da Silva
escribió obras de teatro burlescas para títeres y
Francisco Xavier de Oliveira, que huyó a Inglaterra, se
convirtió en el primer ensayista portugués con sus
informales Cartas familiares (1741-1742). El periodo
romántico se anunció en los sonetos
autobiográficos y filosóficos, Rimas
(1791-1799), de Manuel Maria Barbosa du Bocage, un bohemio
temerario que malgastó su talento en improvisaciones y
obscenidades.

SIGLO XIX

La cuarta época, la del
emergente nacionalismo,
todavía sigue su curso. El nacionalismo portugués
surgió a partir de la ideología revolucionaria francesa y las
invasiones napoleónicas de la península
Ibérica en el primer cuarto del siglo XIX. Jóvenes
intelectuales
de clase media
como João Baptista Almeida Garrett y Alexandre Herculano
pasaron años de exilio en Francia e
Inglaterra, donde aprendieron de primera mano las ideas
románticas de libertad y
nacionalismo. De regreso a Portugal, Almeida Garrett llevó
a cabo el renacimiento de la escena nacional con dramas
históricos como Hermano Luiz de Sousa (1844). Tuvo
más éxito
como poeta, plasmando en versos sus amores, idealizando las
desgracias del genio en un largo poema sobre Camões, o
reelaborando baladas populares portuguesas. En Viajes por mi
tierra
nativa
(1846) creó un caprichoso relato que mezcla
romance, sátira y autobiografía en un estilo
refrescante y locuaz. Herculano fue un reputado historiador de la
edad media
portuguesa, pero también escribió ficción
histórica, como Eurico, el presbítero
(1844), novela sobre los visigodos y los moros, en la que
abordó el tema del celibato sacerdotal.

Ignorando las tendencias extremas, el romanticismo
portugués se combinó con preceptos
neoclásicos en dos autores románticos que pueden
considerarse modelos del estilo portugués puro: el poeta
ciego António Feliciano de Castilho, y su aventajado
discípulo Camilo Castelo Branco, más
romántico en su estilo de vida
que en sus escritos. Castelo Branco creó una
galería de personajes campesinos y habitantes de pueblos
del norte de Portugal en relatos y novelas costumbristas como
Amor de perdición (1862) y Cuentos de Minho
(1875-1876). En 1865 un grupo de
destacados estudiantes universitarios desplazaron a Castilho en
nombre de las "nuevas ideas": filosofías alemanas,
socialismo
francés, ciencia y
arte realista.
El más dotado (y el más infeliz) del grupo fue un
poeta de las Azores, Antero Tarquínio de Quental, que
escribió sonetos filosóficos que alternan entre las
altas esperanzas del progreso humano y un absoluto desaliento
(Sonetos completos, 1886). Al grupo pertenecen
también el primer historiador literario en el sentido
moderno, Teófilo Braga; el economista y brillante
historiador cultural, Joaquim Oliveira Martins; Guerra
Junqueiro, el poeta social más importante, y el mejor
escritor de ficción realista, José María
Eça de Queirós. La Reliquia (1887), de este
último, está escrita en una prosa sutil y
maestra.

Durante el último cuarto del siglo
XIX, estos artistas eclipsaron a un grupo de talentos más
jóvenes, los poetas simbolistas Camilo Pessanha, muy
versado en cultura china
(Clepsidra, 1922); Eugénio de Castro, autor de
Oaristos (1890), y António Nobren, cuyo
único libro, Sólo (1892), pone de manifiesto
una vuelta al nacionalismo sentimental de Almeida Garrett,
novelando a partir del folclore, pero opuesto a cualquier
cambio. Entre
los tradicionalistas destacan António Correia de Oliveira,
famoso por su libro de poesía Mi tierra
(1915-1917), y el poeta portugués más importante
desde Almeida Garrett, Fernando Pessoa. Intensamente nacional
pero también anticatólico e irónico,
ecléctico y místico, Pessoa escribió
utilizando varios nombres para expresar dramáticamente las
conflictivas personalidades que convivían en su propia
alma.
Después de su muerte,
comenzaron a ser ampliamente leídos y elogiados sus poemas
y ensayos
literarios; uno de sus escritos más significativos es
Oda triunfal (1914). Aunque perteneció al movimiento
futurista, conocido en Portugal como "modernismo",
siempre fue una figura solitaria y se mantuvo al margen de la
defensa de las instituciones democráticas, al contrario
que la mayoría de los intelectuales, enfrentados al
conservadurismo tenaz de la política, entre ellos
Aquilino Ribeiro, autor de novelas realistas; el poeta
panteísta Teixeira de Pascoães; el poeta e
historiador Jaime Cortesão, y el ensayista António
Sérgio, enemigo de los mitos
nacionalistas. La cena del obispo (1907), del dramaturgo y
poeta Júlio Dantas, destaca por su ingenio y sentido del
ambiente.

SIGLO XX

Tras el colapso de la
República en 1926, la lucha por las libertades se
renovó en la generación del poeta Miguel Torga,
autor de un Diario (iniciado en 1941) en prosa y verso,
que constituye un comentario único sobre sus vivencias y
los acontecimientos de la época y el país; la
narradora Irena Lisboa, profunda reveladora de vidas
patéticas y oscuras; Ferreira de Castro, famoso por su
novela La jungla (1930), sobre un portugués
emigrante en Brasil, y José Rodrigues Miguéis,
autor de novelas psicológicas como Escuela del
Paraíso
(1960), que evoca la ciudad de Lisboa en
1910.

A estos escritores se unieron otros
muchos que reaccionaron contra la exagerada introspección
de José Régio y José Gaspar Simões,
editores de la revista
literaria Presença (1927-1940),
consagrándose al realismo
social o neorrealismo. A este movimiento, que experimentó
con nuevas técnicas
narrativas, pertenecen el existencialista Vergílio
Ferreira, autor de la novela Alegría breve (1965),
y José Cardoso Pires, que escribió El
huésped de Job
(1963).

El neorrealismo, junto con las obras
literarias procedentes del Nordeste de Brasil, una región
parecida social y climáticamente a África,
impulsó la literatura de los territorios portugueses en
África con la narrativa social y regional de Baltasar
Lopes y Manuel Lopes, de Cabo Verde. En Tierra muerta
(1949), Castro Soromenho describe las relaciones entre negros y
blancos en Angola. Francisco José Tenreiro, de Santo
Tomé, fue el primer escritor portugués en defender
el orgullo de la negritud africana en una poesía
lírica cada vez más comprometida.

Dentro de la experimentación
surrealista y concretista destacan poetas como Jorge da Sena,
maestro de la asociación de ideas e imágenes
tanto en prosa, con Andanzas del demonio (1960 y 1967),
como en verso, con Metamorfosis (1963). En menor medida
que en la poesía, los nuevos puntos de vista están
revitalizando la narrativa portuguesa, no sólo a
través de ideas extranjeras como el existencialismo y el estructuralismo, sino también gracias a la
emancipación de las mujeres, que comprenden la mitad de la
población lectora del país. Entre
las escritoras portuguesas modernas se encuentran Agustina
Bessa-Luis, que aborda la incomunicación y complejidad
psicológica de las mujeres de la clase media en novelas
como La sibila (1953), y poetisas como Sofia de Melo
Breyner Andresen. En 1972, Maria Isabel Barreno, Maria Teresa
Horta y Maria Velho da Costa colaboraron en la producción de un libro de ensayos, relatos
y poesía, Las tres Marías, inspirado en
Cartas de una monja portuguesa, un clásico del
siglo XVII escrito en forma de cartas de amor apasionado,
atribuidas a una monja portuguesa, Marianna Alcoforado, que se
publicó por primera vez en París en 1669 y
apareció en Portugal en 1819. Debido a su contenido
feminista y erótico, Las tres Marías fue
prohibido y sus autoras comparecieron ante un tribunal, lo que
provocó una gran protesta internacional. En 1974, con la
llegada al poder del
nuevo gobierno
portugués, se perdonó a sus autoras y el libro
volvió a venderse.

Aunque la escasa audiencia teatral ha
relegado al drama moderno portugués a círculos de
entusiastas, destaca el dramaturgo Bernardo Santareno, cuyas
obras analizan problemas
nacionales sobre un trasfondo psicológico, como en El
infierno
(1968).

LITERATURA FRANCESA

Literatura
francesa, literatura escrita en lengua francesa
desde aproximadamente finales del siglo XI hasta el presente.
Antes del siglo IX, el latín era la lengua literaria de
Francia.

LITERATURA PRECLÁSICA

A finales del siglo XI florecieron
en Francia las primeras formas poéticas en francés,
las canciones de gesta.

Edad media

Las canciones de gesta son poemas largos
que relatan las proezas de los caballeros cristianos compuestas
posiblemente por trovadores errantes, conocidos como juglares,
para entretener a peregrinos o a las cortes feudales. Los autores
de las canciones se inspiraban en tres fuentes
principales, por lo que los poemas se clasifican en tres grupos: los
ciclos francés, bretón y clásico.

El ciclo francés trata
principalmente de héroes franceses que ponen sus armas al servicio de la
religión. La figura central es Carlomagno, que se
convierte en el héroe del cristianismo.
El poema épico más famoso de este grupo, compuesto
a finales del siglo XI y principios del
XII, es la Canción de Roldán.

El ciclo bretón está basado
en su mayor parte en el folclore celta. El poeta principal fue
Chrétien de Troyes, que vivió a finales del siglo
XII. Sus poemas versan principalmente sobre el semilengendario
rey Arturo de Inglaterra y sus nobles caballeros.

El ciclo clásico es el menos
original y por lo tanto, el menos importante. Utilizando material
de los clásicos, los escritores cristianizaron a
Agamenón, Aquiles, Ulises, y a los héroes de Tebas,
Troya y Roma. La obra
más conocida de este ciclo es el Roman
d'Alexandre.

Al mismo tiempo existía una
literatura más popular basada en historias breves en
verso. Al principio estas obras trataban sólo temas
religiosos, que indicaban la preponderancia de la Iglesia sobre
la vida y el arte. Pero poco a poco estos textos fueron
haciéndose cada vez más profanos. Los
fabliaux florecieron en los siglos XII y XIII, y
aparecieron en este periodo las sátiras Le Roman de
Renart
y Le Roman de la Rose.

Le Roman de Renart es una
alegoría animal de unos 32.000 versos (después
aumentaron a 100.000), en la que se critica cautelosamente a
ciertas clases de la sociedad medieval francesa, incluyendo al
clero y a la nobleza. Este tipo de literatura se gestó a
partir de antiguas colecciones de fábulas de
animales,
especialmente de una traducción en verso de fábulas
de Marie de France del siglo XII.

La corriente didáctica y alegórica llegó
más lejos aún, en el siglo XIII, con el Roman de
la Rose,
una obra de unos 22.000 versos en la que la rosa
simboliza el amor y la amada; el deseo del poeta es entrar en el
jardín y conseguir la rosa. Los primeros 4.000 versos los
compuso Guillaume de Lorris, y Jean de Meun (o Meung; entre 1240
y 1305) más tarde escribió el resto del poema. La
influencia de este texto se
extendió por toda Europa hasta el
siglo XVII.

Influida por la poesía
árabe y por los ritos precristianos, se cultivó en
la corte de los condes de Toulouse y de Leonor de Aquitania una
poesía trovadoresca que instauró una
concepción del amor integrada en el sistema de
valores feudal
(véase Amor cortés). La poesía de los
trovadores provenzales hizo su aparición a principios del
siglo XII y tuvo en la figura de Guillermo de Aquitania su primer
gran representante. Esta poesía alcanzó su plenitud
expresiva en los poetas Bertran de Born, Arnaud Daniel y Guiraut
de Bornelh.

Durante los siglos XIV y XV se
desarrollaron nuevas formas poéticas. Guillaume de
Machaut, aunque fiel a las formas poéticas del amor
cortés, introdujo muchas novedades, sobre todo en el plano
formal. La poesía del siglo XV francés tiene a sus
más destacados representantes en Charles
d’Orléans y François Villon. Este
último compuso sus dos obras importantes, Le petit
testament
(1456) y Le grand testament (1461), a modo
de escritos burlescos. Le grand testament está
formado por baladas. Estas obras, que abarcan un total de no
menos de 2.500 versos, toman forma de confidencias de un hombre consigo
mismo con un gran afán de vivir, aunque compartido con el
sentido medieval del pecado y la preocupación por la muerte.
Debido a su expresividad e individualismo, los poemas de Villon
han ejercido influencia sobre la poesía lírica que
se ha prolongado incluso hasta el siglo XX.

La evolución de la literatura
medieval francesa, de religiosa a profana, se ve más
claramente en el teatro. Los dramas litúrgicos del siglo
XI estaban compuestos de pasajes extraídos de la Biblia en
prosa latina. Trataban siempre del nacimiento y la pasión
de Cristo. Con la aparición de actores aficionados en el
siglo XII, se adoptó el francés en el drama profano
o secular, que empleaba aún temas bíblicos. En el
siglo XIII se amplió el temario con milagros sobre los
santos y la Virgen María. De este periodo datan
también la primera obra pastoral y ópera
cómica, El juego de Robin
y de Marion.
Los milagros de la Virgen María fueron el
tema favorito durante el siglo XIV, y más adelante fueron
adaptadas, como representaciones sueltas, las canciones en estas
obras religiosas. En el siglo siguiente, el interés
popular por el teatro aumentó, y las producciones
teatrales se liberaron de la influencia
eclesiástica.

Excepto por su interés
histórico, la prosa no tuvo mucha importancia en la
literatura francesa antes del siglo XVI. Los relatos de aventuras
consistían meramente en versiones en prosa de las
canciones.

Son dignos de mención tan
sólo unos pocos historiadores, entre ellos Godofredo de
Villehardouin y Jean de Joinville, cronistas de las Cruzadas;
Christine de Pisan, autora de crónicas de la corte en
elegantes versos; y Alain Chartier, cronista en verso de la
desastrosa batalla de Agincourt. Todos ellos fueron eclipsados
por Jean Froissart, cuyas crónicas describían
intensamente el mundo de las órdenes de
caballerías. Las Memorias (1524) de Philippe de
Comines, que contenían ideas similares a las de su
coetáneo italiano Maquiavelo,
aportaron el primer relato francés de los sucesos
políticos, desde el punto de vista de un hombre de
Estado.

El renacimiento

En el siglo XVI la literatura
francesa sucumbió a la arrolladora influencia del
renacimiento italiano. Los versos de Petrarca y los conceptos
clásicos, en especial los de filosofía
platónica, fueron aceptados con entusiasmo. Se adoptaron
en la corte de Margarita, reina de Navarra, que se
convirtió en el centro de la cultura francesa de la
época. El más importante de los primeros poetas del
renacimiento fue el escritor del siglo XVI, Maurice Scève,
cuyas obras reflejan la intelectualidad del renacimiento. La
expresividad emocional de Villon y de poetas de la Pléyade
posteriores, desaparece en el verso de Scève y se
convierte en una expresión formal de la percepción
y el
conocimiento. Teniendo esto en cuenta y por sus alusiones
oscuras, tiene cierto parecido con corrientes poéticas del
siglo XX.

El renacimiento llegó a su
máximo apogeo con la nueva generación de poetas.
Siete poetas formaron un grupo conocido por la Pléyade,
cuyo mentor incuestionable fue Pierre de Ronsard y crearon una
nueva época literaria. Sus muy imitadas odas y sonetos, en
Amores de Cassandra (1552), y su poema épico
inacabado, La Franciada (1572), le convirtieron en el
poeta más famoso del siglo. Utilizó a los antiguos
clásicos como modelo, de acuerdo con las teorías
poéticas de Joachim du Bellay, segundo en importancia
entre los poetas de la Pléyade. Con la perfección
de sus formas poéticas, Ronsard ayudó a preparar la
llegada del clasicismo.

Las nuevas ideas del renacimiento y
en especial el nuevo concepto del
humanismo hicieron su primera aparición en los escritos de
François Rabelais. De sus cinco libros, los más
famosos son Pantagruel (1532) y Gargantúa
(1534), cómicas historias épicas de gigantes.
Rabelais utilizó estos personajes para personificar la
libertad y potencialidad del humanismo, que quería lograr
el desarrollo completo del cuerpo y de la mente. Recomendaba una
amplia moralidad,
llamada pantagruelismo, dedicada a satisfacer todo lo que
requería la naturaleza humana, como una manera de aceptar
racionalmente la realidad. Rabelais proyecta un realismo,
germinado en la alegoría Le Roman de la rose, que
vuelve a aparecer en el siglo XVII en las comedias del dramaturgo
Molière. Uno de los escritores en prosa más
importantes de Francia, Rabelais destacó por su vitalidad
e ingenio y su fe ilimitada en la capacidad del espíritu
humano.

Michel de Montaigne fue el prototipo del
humanista erudito francés. Describió en sus
Ensayos (1581-1588) su filosofía personal de todos
los temas que le interesaban. Recomendaba un escepticismo suave
pero universal de lo que ofrecía la filosofía para
escapar de la frustración y del desencanto y lograr
contentarse en la vida. Su sistema pedagógico hace
hincapié en un espíritu abierto a la investigación más que a la
acumulación de hechos. En política y
religión, Montaigne era conservador, en búsqueda de
la serenidad social e individual. Los Ensayos ofrecieron
el primer modelo del hombre honesto, es decir, el caballero culto
del siglo XVII.

CLASICISMO E ILUSTRACIÓN

El siglo XVII, conocido por el gran
siglo, es la época clásica de la literatura
francesa. Estuvo marcado por el largo reinado de Luis XIV, con el
que Francia alcanzó la cima de su poder y la
hegemonía política y cultural. A esta época
le siguió la Ilustración en el siglo XVIII, en el que el
poder francés perdió fuerzas y la energía
intelectual de la nación
buscó el cambio y la reforma.

Periodo clásico

Una de las primeras figuras del
clasicismo fue François de Malherbe, que a pesar de ser un
poeta mediocre, estableció los criterios literarios del
siglo: la razón pura, el sentido común y la
perfección de la forma. En la consolidación de
estos principios contribuyeron las influencias del salón
de la marquesa de Rambouillet y de la Academia
Francesa.

La marquesa de Rambouillet fue
considerada la fundadora del preciosismo, una reforma del
lenguaje, los modales y del ingenio. Fue satirizada más
tarde por Molière en Las preciosas ridículas
(1659), por su amaneramiento y exageración. Pregonaba el
refinamiento en el lenguaje, los sentimientos y las relaciones
sociales. La marquesa de Rambouillet reunió en su
salón a la mayoría de las figuras literarias
contemporáneas. La forma y el contenido eran el tema de la
controversia literaria de la época. Se discutían y
criticaban los dos sonetos, 'Job', de Isaac de Benserade, y
'Uranie', de Vincent Voiture. Cabe destacar otra mujer que
influyó en la moda literaria de
la época, la marquesa de Maintenon.

La Academia Francesa fue en su origen una
sociedad privada de eruditos que se transformó en 1635 en
una corporación estatal, ante la insistencia del cardenal
Richelieu. Los académicos propusieron la
preparación de un diccionario,
una gramática y un manual de
retórica. Se terminó y público sólo
el diccionario. Claude Favre Vaugelas realizó la mayor
parte del trabajo del
léxico. Sus Remarques sur la langue
française
(Notas sobre la lengua francesa,
1647) lograron establecer los principios del uso de la lengua.
Estuvieron entre los miembros fundadores de la Academia, Valentin
Conrart, su primer secretario, y los poetas Jean Chapelain,
François Maynard, el marqués de Racan y Vincent
Voiture. Antoine Furetière, que se hizo miembro en 1662,
fue expulsado en 1685 por recopilar un diccionario (que no fue
publicado hasta 1690) cuya estructura
sería considerada después más lógica
que la adoptada por la Academia.

Nicolas Boileau-Despréaux fue el principal
crítico y teórico literario de la época
clásica; su influencia se extendió por toda Europa.
Creía en la razón y en la ley natural y era
partidario de las definiciones exactas; su búsqueda
consistió en establecer reglas por las que la literatura
se convirtiera en una disciplina tan
precisa como la ciencia.
Sus principales obras, escritas en verso, son Las
sátiras
(comenzadas en 1660),
Épîtres (Epístolas, comenzadas
en 1669), y L'Art poétique (1674; El Arte de la
Poesía
).

Ejerció también una poderosa
influencia literaria Jacques Bénigne Bossuet, el
predicador más célebre de la época de Luis
XIV. Fue tutor del delfín y llegó a ser el
principal portavoz de la iglesia en Francia. Sus sermones y
oraciones fúnebres (Oraciones fúnebres,
1689) son modelo de retórica clásica.

Pierre Corneille fue el primero de los
maestros franceses de la tragedia clásica. Su primer gran
éxito fue El Cid (1636 ó 1637). Corneille
intentaba utilizar las unidades aristotélicas de lugar,
tiempo y acción,
pero la tensión dramática de sus tragedias era
psicológica, derivada de las aspiraciones y frustraciones
de los personajes en su esfuerzo por lograr la grandeza con el
ejercicio supremo de la voluntad. Jean Baptiste Racine, sucesor
de Corneille, fue incluso más valorado. Menos
retórico y menos formal, logró más
naturalidad en sus obras; utilizó pasajes líricos,
que enriquecieron sus últimas obras dramáticas con
el uso de coros, emplazamientos espectaculares, alternando temas
clásicos, por ejemplo, Bérénice
(1670) y Fedra (1677), con temas bíblicos en
Esther (1689) y Athalie (1691). En todas sus obras
dramáticas las protagonistas principales eran mujeres, y
las tensiones dramáticas giraban en torno a las
vicisitudes del amor.

Molière, el tercer gran escritor
de teatro del siglo XVII, es el maestro francés de la
comedia. Su agudo sentido teatral hace que sus obras sigan siendo
representadas con éxito hoy en día. Esto puede ser
atribuido, al menos en parte, al hecho de haber sido actor y
director. Entre sus comedias más conocidas están
Las preciosas ridiculas, Tartufo (1664), El
misántropo
(1666), y El burgués
gentilhombre
(1670). Molière satirizó los
puntos débiles de la época, como el amaneramiento
de los salones literarios, y los fallos humanos más
comunes como la hipocresía, la credulidad, la avaricia, y
la hipocondría. Sus creencias filosóficas,
semejantes a las de Rabelais y Montaigne, pregonaban el derecho
del individuo a
desarrollarse según su propia voluntad.

Cabe destacar la contribución, en
esta época, de los jansenistas, un grupo católico
puritano opuesto a los jesuitas.
Algunos de los escritores y pensadores franceses más
originales y contundentes de aquel tiempo fueron jansenistas,
entre ellos los polemistas teológicos, Arnauld y Pierre
Nicole aunque la figura principal es el filósofo,
físico, matemático, y místico Blaise
Pascal. En los
Pensées (Pensamientos, 1670), Pascal
llegó a la conclusión de que ciertas realidades
espirituales escapaban a la razón humana.

Entre otros escritores notables de la
época estaban los dos moralistas François de la
Rochefoucauld y Jean de la Bruyère. La Rochefoucauld ha
sido considerado uno de los epigramistas más famosos de
todos los tiempos. En sus Reflexiones y máximas
morales
(1665), combina el interiorismo psicológico
con una concisión que da a cada uno de sus epigramas
brillantez y equilibrio. Su
condición social de aristócrata otorgó
autoridad a su
opinión sobre la vida de la corte. Dado que la esencia de
sus máximas es la vanidad de la pretensión humana y
de la rivalidad, fue un aliado de los jansenistas.

El juicio moral que La
Bruyère hizo de su tiempo fue más duro y más
comprensivo que el de La Rochefoucauld. Su obra principal, Les
"caractères" de Théophraste, traduits du grec, avec
les caractères ou les moeurs de ce siècle

(Los caracteres de Teofrasto, traducidos del griego, con los
caracteres o las costumbres de este siglo,
1688) es una
colección de epigramas con retratos de estudios de
personajes y personalidades satirizadas aquí y
allá, que encarnaban los vicios y debilidades de su
tiempo.

La mejor novelista de la época fue
la Condesa Marie Madeleine Madame de La Fayette. Debido a su
interiorismo psicológico, su novela La Princesa de
Clèves
(1678) se ha valorado como ejemplo temprano de
la novela moderna. Escrita con gran talento, se distingue por su
sencillez, con sólo dos personajes, los amantes cuya
relación abarca toda la acción.

Jean de la Fontaine, que está
a la altura de Racine como poeta y a la de los grandes
moralistas, es uno de los maestros de la época. En sus
Fábulas (1668-1694) utilizó las estructuras de
las fábulas morales de Esopo. Aportó a cada
fábula, sin embargo, la facilidad y el interés
narrativo de la historia breve. El uso de animales como
personajes en una época de censura, le permitió dar
rienda suelta a su ingenio, fantasía, humor, y observación de la debilidad
humana.

Siglo de las Luces

El siglo XVIII, época de la
Ilustración, se llamó así porque la mayor
parte del esfuerzo intelectual se concentró en disipar la
superstición y el oscurantismo de la Iglesia y de otras
doctrinas institucionales. Estuvieron entre sus precursores
François de Salignac de la Mothe Fénelon, Bernard
le Bovier Fontenelle, y Pierre Bayle. En la Historia de los
oráculos
(1686) Fontenelle atacó la base
milagrosa del cristianismo y de la Iglesia con el pretexto de
exponer la credulidad de los griegos y de los romanos. El
Telémaco de Fénelon (1699) abogaba por la
tolerancia
religiosa y la escribió como guía para su
discípulo real, el duque de Bourgogne. Estos dos
escritores se distinguieron por su buen estilo.

Los Pensamientos diversos sobre el cometa
de 1680
de Bayle (1680; 1682) y, en particular, su
Diccionario histórico y crítico (1697)
fueron útiles para escritores y pensadores, que vieron en
él un modelo intelectual a seguir. En toda esta
enseñanza había un escepticismo sin compromiso
religioso, sostenido por razones y ejemplos.

La encarnación del espíritu
de la Ilustración fue Voltaire. En
Cartas inglesas o filosóficas (1734) atacó
los métodos de
los que se valía la Iglesia, desde su punto de vista, para
explotar la debilidad humana. También atacó los
sistemas
teístas y optimistas de filósofos, teólogos y reformistas,
en particular a los del filósofo alemán Gottfried
von Leibniz. En su tiempo Voltaire fue considerado, en primer
lugar, como filósofo, y sus obras eclipsaron, hasta pasado
el tiempo, sus sátiras clásicas, como la novela
Cándido (1759).

Los racionalistas franceses rechazaban la
escolástica y exponían los nuevos conceptos
mecánicos, siendo incluidos también en la
Enciclopedia, una obra diseñada para abarcar y
sistematizar todo el conocimiento
humano. Esta vasta tarea fue dirigida por Denis Diderot. Su
ingeniosa obra El sobrino de Rameau (1761) y otras de sus
obras demostraron que también era un buen escritor. En la
Enciclopedia tuvo la colaboración de muchos de sus
coetáneos más ilustres, incluyendo naturalistas,
etnólogos, filósofos, economistas y
estadistas.

Un libro notorio de esta
época, El espíritu de las leyes (1748-1750),
de Charles de Secondat, barón de Montesquieu,
sigue teniendo mucha influencia en el pensamiento político
moderno.

La ficción en el siglo XVIII,
cuando no es una fantasía filosófica como en las
obras de Voltaire, se escribía con el espíritu de
La princesa de Clèves. Al igual que en la novela
Manon Lescaut (1731) de Abate Prévost, y La vida
de Marianne
(1731-1741) de Pierre de Marivaux, se limitaban a
describir las crisis de amor
de dos personajes. Más elaborada fue la escandalosa e
ingeniosa novela de intriga social, Las amistades
peligrosas
(1782), de Pierre Choderlos de Laclos.

El naturalista Georges Leclerc de Buffon
dedicó su vida a la recopilación de la monumental
Historia natural (44 volúmenes, 1749-1804), que
formó parte de la reclasificación de la flora y
fauna, que tanto
preocupó a los naturalistas del siglo XVIII.

A pesar de que ahora se
recuerda a Jean-Jacques Rousseau sobre
todo por Confesiones (1782), tuvo un efecto revolucionario
en el pensamiento político de su tiempo con El contrato
social
(1762), en el que la relación del individuo con
la sociedad se concibe como un contrato, por el que el individuo
pierde algunos derechos personales, a
cambio de obtener la igualdad legal
y asistencia mutua. Los dirigentes de la Revolución
Francesa se consideraron sus discípulos.
Ejerció también una influencia revolucionaria en
materia de
educación, con Emilio (1762), y en ficción
inauguró el romanticismo con Julie, o la nueva
Eloísa
(1760).

Es digna de mención, finalmente,
la obra de André Chénier, que murió en la
guillotina a los 31 años de edad. Su poesía, se
distingue por una belleza pura. Algunos estudiosos aseguran que
Chénier es el mejor poeta francés del siglo
XVIII.

En el periodo de reacción que
sucedió a la Revolución Francesa, los principales
escritores fueron el conde Joseph de Maistre, que trataba en sus
libros, de modo nostálgico, las glorias del Antiguo
Régimen, y el vizconde François René
de Chateaubriand, que pregonaba una vuelta a la religión,
que con su individualismo, celebración ditirámbica
de la naturaleza y énfasis de los valores
estéticos de la religión ayudó a introducir
el movimiento romántico.

EL SIGLO XIX

Durante el siglo XIX surgieron
numerosos grupos literarios. Los primeros fueron los
románticos, seguidos por los realistas, parnasianos,
simbolistas y naturalistas.

Romanticismo

A pesar de sus ideas políticas
radicales, las novelas de Madame de Staël fueron un anticipo
de las preocupaciones y métodos de los románticos
de la generación siguiente. Corinne o Italia (1807)
fue considerada su obra maestra.

Estuvo a la cabeza de los primeros
románticos Alphonse de Lamartine, escritor sentimental y
artesano consumado. Los románticos se aventuraron a romper
las reglas y sustituir la contención clásica por la
emoción exaltada. El componente más productivo y
militante de esta corriente fue Victor Hugo, que, en
Hernani (1830) utilizó el escenario de tribuna para
exponer sus ideas románticas. Le apoyaron los novelistas
Dumas padre y Théophile Gautier, y los poetas Alfred de
Vigny, Alfred de Musset y Charles Nodier. La literatura
romántica formó parte de un movimiento
artístico y general como se ve en la pintura del
artista Eugène Delacroix y del compositor Ambroise
Thomas.

El conflicto entre el pensamiento
revolucionario y reaccionario tras la restauración de la
monarquía francesa en 1815 se vio reflejado
en la literatura. Los principales escritores conservadores han
sido mencionados anteriormente y entre los escritores radicales
se encuentran el poeta Pierre Jean de Béranger, que estuvo
dos veces en prisión por sus ideas republicanas expresadas
en su obra; la novelista y una de las primeras feministas George
Sand, que fue pionera de la novela social; el historiador Jules
Michelet, que exaltaba la Revolución Francesa, y algunos
precursores del socialismo como Saint-Simon,
Charles Fourier, Pierre Proudhon y Louis Blanc. En un punto
intermedio se encuentran las obras de los historiadores
François Guizot, Adolphe Thiers y Augustin Thierry, y los
escritos de Benjamin Constant. La novela más famosa de
Constant, Adolfo (1816), en la que describe su tormentosa
relación con Madame de Staël, no tiene sin embargo
ningún trasfondo político.

Realismo

A Honoré de Balzac se le
considera un autor puente entre las dos corrientes, la
romántica y la realista. Se asemeja a los escritores
románticos por su gran fuerza, variedad y carencia de
forma. Pero su disposición materialista,
observación minuciosa y preocupación por el
detalle, le convierten en el primer realista. Su ambiciosa obra
La comedia humana (47 volúmenes, 1829-1850),
escrita en veinte años, consta de novelas y relatos
breves. Los personajes de esta obra pertenecen a casi todas las
clases
sociales y profesiones, y representan el panorama social de
la Francia del siglo XIX.

Entre los grandes escritores realistas
franceses figuran Stendhal, Gustave Flaubert y Prosper
Mérimée. La aguda percepción
psicológica de Stendhal se anticipó a los
novelistas psicológicos modernos y fue reconocida y
alabada por Balzac. Las novelas principales de Stendhal son La
Cartuja de Parma
(1839) y Rojo y negro (1830). El
ejemplo más claro del realismo meticuloso de Flaubert lo
tenemos en Madame Bovary (1857). Su técnica es
sutil y sus resultados sublimes; los personajes y las situaciones
van creciendo ante el lector a través de una
acumulación gradual de detalles cuidadosamente observados
y presentados por el autor. A pesar de tener ciertas cualidades
románticas, a Mérimée puede
considerársele como realista por el retrato
psicológico de sus personajes. Sus mejores obras son
historias breves (un poco más largas de lo habitual),
entre ellas Carmen (1846) y Colomba
(1852).

Al mejor crítico francés,
Charles Augustin Sainte-Beuve, se le clasifica como realista.
Empezó siendo partidario de los románticos, pero
rompió con ellos y se convirtió en defensor del
realismo. Creía que el deber principal de un
crítico no era juzgar sino entender, investigaba la
biografía
y el entorno, creyendo que todo ello podía afectar a la
obra de un escritor. Sus ensayos son prácticamente los
primeros, y quizás los mejores, ejemplos de crítica
sociológica y psicológica. Entre sus principales
obras están Las charlas del lunes (15
volúmenes, 1851-1862); Retratos de mujeres (1844);
Retratos contemporáneos (1846); y Historia de
Port-Royal
(1840-1859).

Parnasianismo y simbolismo

En poesía, la reacción
contra el romanticismo empezó con Esmaltes y
camafeos
(1852), de Théophile Gautier, que
había sido cabecilla de la escuela
romántica en su juventud. Los
parnasianos llevaron el cambio más lejos, entre ellos
Charles Marie René Leconte de Lisle, Sully Prudhomme y
José María de Heredia. Estos poetas buscaban y
lograban una belleza limitada, impersonal y cincelada, aunque se
considera más una vuelta al clasicismo que una innovación tras el romanticismo. El caso de
Charles Baudelaire es diferente. A pesar de que la técnica
pulida de su verso está tan trabajada como la de los
parnasianos, su obra es muy personal al expresar su amargura,
agonía, y desesperación. Se prohibió la
publicación de su mejor obra, Las flores del mal
(1857), hasta que suprimió ciertas estrofas
ofensivas.

Baudelaire ejerció influencia sobre los
simbolistas, a veces llamados despectivamente decadentes, que
fueron sus discípulos. Su obra tuvo carácter
marcadamente experimental, en verso libre. Entre los simbolistas
destacan Paul Verlaine, Henri de Régnier, Stéphane
Mallarmé, el conde de Lautréamont, Tristan
Corbière, Charles Cros y Jules Laforgue. La obra de
Lautréamont Los cantos de Maldoror (1868)
influyó más tarde en los surrealistas. Algunos
escritores belgas se asociaron con los simbolistas, entre ellos
Georges Rodenbach, Émile Verhaeren y Maurice Maeterlink.
El escritor más influyente del simbolismo sin embargo fue
Arthur Rimbaud, que escribió sus poemas más
representativos e ingeniosos antes de cumplir los 19 años.
La poesía simbolista tiene una calidad sugerente
y velada que le une al impresionismo de
pintores como Claude Monet y compositores como Claude
Debussy.

En prosa, varios escritores buscaron
efectos simbolistas. Entre ellos, Remy de Gourmont,
crítico literario, Édouard Dujardin, cuya novela
Han cortado los laureles (1888) es un ejemplo temprano de
expresión del fluir de la conciencia, y
Henri de Régnier, un destacado poeta
simbolista.

Naturalismo

Al final del siglo XIX algunas de
las tendencias realistas, que tuvieron en la obra de Flaubert su
máximo ejemplo, llevaron a la corriente llamada
naturalismo, que hacía especial hincapié en el
entorno y la herencia como
principales determinantes de la acción humana.
Dirigió esta corriente el historiador y crítico
Hippolyte Taine, cuya obra más famosa es Historia de la
literatura inglesa
(1863-1864). Taine creía que
actitudes
humanas, como la virtud y el vicio son productos como
el azúcar
y los ácidos, y
que la cultura humana es el resultado de influencias formativas
como la raza y el clima. Los
hermanos y colaboradores literarios Edmond y Jules de Goncourt
fueron teóricos y defensores de la novela naturalista.
Destacaron con Germinie Lacerteux (1864). Tras la muerte
de su hermano, Edmond de Goncourt fundó y legó
testamentariamente sus bienes a la
sociedad Goncourt que tenía como fin alentar la literatura
naturalista. Influyó en la obra de Alphonse Daudet, un
novelista realista —más conocido por sus
descripciones de Provenza en Cartas desde mi molino
(1869)— cuya obra está plagada de humor.

El naturalismo fue adoptado como
principio fundamental y técnica literaria por Émile
Zola, el escritor más significativo de este movimiento.
Usaba el término en particular, para describir el
contenido y propósito de sus novelas, que se
caracterizaban por el determinismo histórico formulado por
Taine. La técnica literaria de Zola se ve claramente en
La taberna (1877), Nana (1880), y Germinal
(1885). Fue tan extrema la influencia de su técnica que en
1887 Edmond de Goncourt y Daudet, junto con cinco
discípulos del mismo Zola, formaron un grupo de
oposición responsable por medio de un manifiesto contra la
novela de Zola La Tierra (1888). También se opuso a
Zola el escritor Paul Bourget, famoso por su novela El
discípulo
(1889) que daba más importancia a
la
motivación psicológica que a la ambiental, un
aspecto del naturalismo ignorado por Zola. En el campo del relato
breve, el escritor naturalista más importante fue Guy de
Maupassant, cuyas obras incluyen las colecciones Mademoiselle
Fifí
(1882) y Cuentos de día y de noche
(1885), así como varias novelas; como escritor de relatos
breves, Maupassant, cuyo maestro literario fue Flaubert, no tiene
igual.

Contrario al materialismo de
Taine y también al individualismo romántico de
Michelet está la obra del crítico e historiador
Ernest Renan. Su obra principal es Historia de los
orígenes del cristianismo
(7 volúmenes,
1863-1881). Renan ejerció influencia en los novelistas
Pierre Loti, Maurice Barrès y Anatole France.

Anatole France tenía una
visión social parecida, en cierto modo, a la de Zola, pero
él utilizó la ironía en su expresión.
Sus libros son un comentario de la irracionalidad de las fuerzas
sociales. Están llenos de compasión hacia el
débil, y de ira contra los abusos de poder. Sus obras
más características son, quizás, la novela
corta realista, El caso Crainqueville (1901), y sus
fantasías satíricas La isla de los
pingüinos
(1908) y La rebelión de los
ángeles
(1914).

Otro gran escritor del siglo XIX fue el
naturalista Jean Henri Fabre. Sus estudios sobre la vida de los
insectos, muy fáciles de leer, se han convertido en modelo
para popularizar textos científicos, tanto en Francia como
en el extranjero.

EL SIGLO XX

La literatura en Francia en el siglo XX
se ha visto profundamente afectada por los cambios que han
conmovido a toda la vida cultural de la nación.
A los impulsos innovadores del simbolismo, se añadieron
grandes influencias foráneas, como por ejemplo, la
danza moderna
introducida por la bailarina estadounidense Isadora Duncan y el
ballet ruso, la música del compositor
ruso Ígor Stravinski, el arte primitivo y, en literatura,
el impacto que produjo el novelista Fiódor Dostoievski y,
un poco más tarde, el novelista irlandés James
Joyce. Las tendencias se compenetraron tanto, y los cambios
fueron tan rápidos, que es necesario que los veamos desde
la perspectiva del tiempo para comprenderlos bien.

Algunos individualistas

Por el camino de Swann
(1913), de Marcel Proust, volumen primero
de En busca deltiempoperdido (16 volúmenes,
1913-1927), se considera generalmente, una de la mejores novelas
psicológicas de todos los tiempos. Romain Rolland, cuya
obra más famosa, Jean Christophe, apareció
en diez volúmenes entre 1904 y 1912, pasó la
Guerra Mundial en Suiza, escribiendo llamamientos
pacifistas. Sus ideas sobre la guerra están contenidas en
su novela Clérambault: historia de una conciencia libre
durante la guerra
(1920). El inmoralista (1902) de
André Gide expresaba la convicción de que, mientras
la libertad en sí misma es admirable, la aceptación
de las responsabilidades requeridas por la libertad es
difícil, tema que llevó aún más lejos
en La puerta estrecha (1909). La obra de Gide se
distinguió por su independencia en el pensamiento y la
expresión. La famosa novela Jean Barois (1913), de
Roger Martin du Gard, es un estudio sobre el conflicto existente
entre el entorno místico y la mente científica del
siglo XIX. Entre los grandes escritores católicos,
destacaron el poeta místico y novelista Francis Jammes y
François Mauriac. La obra de Mauriac, carente por completo
de didáctica o proselitismo, está dedicada al
estudio del mal, del pecado, de la debilidad, y del sufrimiento.
Sus novelas y poesía traslucen la influencia, no de
novelistas, sino de Pascal, Racine y Baudelaire, y en todas ellas
anida un sentimiento trágico, cierta actitud reservada y
un estilo puro.

Jean Cocteau, trabajó en diferentes
campos artísticos, y fue el autor, entre muchas otras
obras, de el libro de poemas Canto llano (1923), de la
novela Los hijos terribles (1929), de la obra de teatro
La máquina infernal (1934), de la película
La sangre de un
poeta
(1930), de crítica, así como de
ballets.

Jean Giraudoux llamó la atención en un principio por sus
narraciones realistas de la vida provinciana francesa (Los
Provinciales,
1909). La impresión que ya causaba de
escritor poderoso y original, se vio potenciada por el realismo
de sus libros de guerra, consiguiendo el premio Balzac con uno de
ellos. Se consagró después como escritor
dramático. Dos de sus obras, Anfitrión 38
(1939) y La loca de Chaillot (1945), lograron fama
internacional. La mayor parte de la obra de Giraudoux muestra
fantasía, inventiva y un estilo elegante, que algunos
críticos han tildado de preciosista, aunque otros le han
proclamado uno de los grandes estilistas de la
literatura.

Jules Romains empezó escribiendo
teatro pero luego se pasó a la novela. En Los hombres
de buena voluntad
(27 volúmenes, 1932-1947),
intentó condensar la vida moderna francesa al completo.
Escribe sobre la doctrina llamada unanimismo, teoría
según la cual el individuo y la sociedad son un todo. La
novela de Jules Romains retrata el alma colectiva de la
sociedad.

Guillaume Apollinaire fue escritor y poeta de
manifiestos culturales. Su obra Los pintores cubistas
(1913) sirvió de instrumento para establecer la escuela
cubista de pintura. Sus volúmenes de poemas
Alcoholes (1913) y Caligramas (1918) fueron muy
populares entre los surrealistas, grupo en el que influyó
de manera notable.

El poeta católico, dramaturgo y
apologista Paul Claudel se mantuvo apartado de los
círculos literarios. El sentimiento religioso predomina en
toda su obra y es la inspiración de su poesía
lírica, lo que se muestra en Cinco grandes odas
(1909-1910), en La cantata a tres voces (1931) y en obras
dramáticas como El libro de Colón
(1930).

El teatro del Vieux-Colombier, fundado en
1913 por el actor y crítico literario Jacques Copeau, dio
un gran apoyo a jóvenes dramaturgos como Claudel. Produjo,
en su primera temporada, obras suyas y de Martin du Gard, entre
otros.

Paul Valéry comenzó como
simbolista y llegó a ser uno de los mejores poetas
psicológicos de su tiempo. A través de su
técnica, intentó expresar sus ideas abstractas
dentro de la más rigurosa estructura formal.
Mallarmé y Valéry siguieron la tendencia de la
poesía francesa moderna introducida por Baudelaire, a
través de sus traducciones de las obras del escritor
estadounidense del siglo XIX Edgar Allan Poe,
y de sus propios trabajos. Se caracteriza, en parte, por una
inquietud especial por el sonido
significativo. En su definición del simbolismo,
Valéry observaba que la nueva poesía quería
recuperar de la música lo que le pertenecía. En la
práctica, sin embargo, Valéry volvió a
utilizar las reglas clásicas de la métrica.
Creía que en el acto de escribir la poesía se
doblega ante la voluntad con una fuerza útil.

Los temas de las novelas de Henry de
Montherlant abarcan desde los deportes (Las
olímpicas,
1924) a las corridas de toros (Los
bestiarios,
1926), o el lugar de la mujer en la
vida moderna (Adolescentes, 4 volúmenes,
1936-1939). Como en el caso de Mauriac y Giraudoux, Montherlant
también escribió teatro, tragedias
históricas como La Reina muerta (1942) y algunas
obras dramáticas situadas en la época
moderna.

Debido a su gran éxito
popular y a su extraordinaria productividad
(publicó un total de ochenta volúmenes), Colette
(Sidonie Gabrielle Colette) tardó mucho en ser reconocida.
El valor
literario de sus escritos fue finalmente reconocido en Francia
por Marcel Proust y André Gide. El estilo de novelas como
Chéri (1920) y Gigi (1945) es muy elegante,
y su aguda percepción la une a los grandes realistas
psicológicos del mundo literario.

La I Guerra Mundial

El relato realista de la I Guerra Mundial en
El fuego (1916) de Henri Barbusse inspiró Las
cruces de madera
(1919) de Roland Dorgelès,
precursores de los libros antibélicos de finales de la
década de 1920 que aparecen no sólo en Francia,
sino también en Alemania,
Inglaterra y Estados Unidos. El ensayista André Maurois
escribió sobre la guerra en clave de humor en Los
silencios del coronel Bramble
(1918). Más tarde fue
uno de los primeros en escribir biografías noveladas
como Ariel, o la vida de Shelley (1923). La suave
ironía con la que el cirujano Georges Duhamel trató
el tema bélico en Vida de mártires (1917) le
separó tanto de aquéllos que veían la guerra
como una experiencia gloriosa como de los que sólo
veían el horror. En sus últimas novelas Duhamel se
convirtió en cronista de la Francia burguesa. Todos los
horrores de la I Guerra Mundial aparecieron en toda su
crudeza en El gran rebaño (1931) de Jean Giono,
cuyas obras muestran un pacifismo militante y una
antipatía por la hegemonía de las máquinas.

Dadá y Surrealismo

En los últimos años de
la I Guerra Mundial surgió en Francia, Alemania,
Suiza, España y muchos otros países, un movimiento
de jóvenes poetas y pintores que dieron lugar a las
vanguardias artísticas. En rebelión contra todas
las formas artísticas tradicionales, iniciaron su andadura
declarando su intención de destruir el arte. Hacia 1923,
algunos miembros del grupo, bajo el liderazgo de
André Breton, se separaron del resto y formaron un
movimiento, utilizando para denominarlo un término
inventado por Guillaume Apollinaire: el surrealismo.
Breton, el líder y máximo exponente del grupo,
empezó su carrera estudiando medicina. En
1916 influyó en él notablemente Jacques
Vaché, que proclamaba su deseo de vivir en permanente
estado de aberración mental. La impresión que le
produjo este personaje casi legendario, junto con el entusiasmo
de Breton por los poemas de Rimbaud, dieron una nueva
filosofía del arte y de la vida, en la que los valores
más importantes son los dictados por el inconsciente. A
pesar de los ataques a los que se vio sometido el surrealismo,
este movimiento tenía sus orígenes muy arraigados
en la literatura francesa. Lautréamont, Baudelaire, Cros,
Rimbaud, y los simbolistas en general fueron sus antecesores
directos.

Por la naturaleza dictatorial de Breton,
que chocaba con la independencia de sus miembros, el grupo
siempre fue muy cambiante. Algunos de los que pertenecieron, en
un momento u otro, al surrealismo se mencionan más
adelante.

Primero dadaísta, Louis Aragon se
pasó al surrealismo en 1924 y escribió varios
libros de poemas, incluyendo El libertinaje (1924). En
1928, sin embargo, en Tratado de Estilo, atacó los
motivos de sus obras. Se hizo comunista en 1930, fue entonces
expulsado del movimiento surrealista. Sus novelas Las campanas
de Basilea
(1934) y Los bellos barrios (1936) le
consagraron dentro y fuera de Francia. Durante la
ocupación alemana en la II Guerra Mundial,
volvió a escribir poesía, en Le
Crève-coeur
(1941; El quebranto, 1943) y Los
ojos de Elsa
(1942), para lamentar la derrota de su
país.

En Paul Eluard, el movimiento
halló, quizás, a su mejor poeta. Tras un comienzo
dadaísta, sus poemas, de Le Necéssité de
la vie et la conséquence des reves
(La necesidad de
la vida y la consecuencia de los sueños,
1921), son
modelos de imágenes independientes entre sí. Cuando
se unió al grupo surrealista, en 1923, Eluard
entrelazó las imágenes en la contemplación
del amor como parte del espíritu universal,
particularmente en Morir de no morir (1924) y Capital
del dolor
(1926). En estos libros las imágenes emanan
del poeta, sin conexión alguna con la naturaleza, que es
una entidad separada. Aunque rompió su conexión con
el surrealismo, los poemas de Eluard sobre la II Guerra
Mundial, Poesía y verdad (1942) y En la cita
alemana
(1945), presentan la misma técnica de
imágenes para lamentar la caída de Francia y
ensalzar la consiguiente resistencia.

Philippe Soupault, fundador del movimiento
surrealista con Breton, fue desacreditado por los propios
surrealistas en 1930 por el contenido de sus estudios Henri
Rousseau, le Douanier
(1927) y William Blake (1928),
en los que se dejaban ver ciertos principios contrarios al
movimiento. Desde entonces ha escrito algunos libros de
interés como por ejemplo Charlot (1931), un ensayo
sobre el cómico estadounidense Charlie Chaplin, y
Recuerdos sobre James Joyce (1943), en el que Soupault
recuerda sus experiencias como traductor de la novela de Joyce,
Ulises.

Otras maneras y temas

Algunos novelistas emplearon maneras
diferentes de expresión, no surrealistas, para describir
el espíritu de aquellos tiempos. André Malraux, que
había vivido la revolución y la
contrarrevolución, refleja una vida sobre la que siempre
se cierne la muerte en sus novelas La condición
humana
(1933), sobre la revolución en China; La
época del desprecio
(1935), sobre el movimiento
marginal anti-nazi en Alemania, y La esperanza
(L'Espoir, 1938), sobre la Guerra Civil
española.

El aviador Antoine de
Saint-Exupéry llegó a ser considerado el escritor
mejor de su generación, con obras como Vuelo
nocturno
(1931) y Tierra de hombres (1939). El enfoque
humanístico de El principito (1943), ha convertido
esta fábula amable en libro favorito universal de chicos y
grandes. En materia de misantropía absoluta, no se han
llegado a superar las novelas de Louis Ferdinand Céline;
Viaje al fin de la noche (1932) describe la
catástrofe sin posibilidad de alivio, y en Mort
à crédit
(1936) todas las aspiraciones humanas
están sujetas a una cruel ironía. Marguerite
Yourcenar, nacida en Bruselas de doble nacionalidad
francesa y estadounidense, es alabada por la pureza
clásica de su estilo e intelectualidad. Escritora de
novelas históricas tales como Memorias de Adriano
(1951) y su biografía familiar Recordatorios
(Souvenirs Pieux, 1973), fue la primera mujer en 1980, que
accedió a la Academia Francesa. En contraste, están
las historias populares semiautobiográficas sobre el amor
moderno de Françoise Sagan, una de las primeras novelistas
que publicó después de la II Guerra Mundial.
La primera novela de Sagan, Buenos días tristeza
(1954), que ganó el premio de la crítica, fue la
que la consagró.

Entre los poetas más destacados
de este siglo está Saint-John Perse. Su
Anábasis (1924) describe paradójicamente al
poeta separado y al mismo tiempo muy involucrado en la actividad
humana. La actitud oficial de los simbolistas fue la reserva; la
de los surrealistas, la agresividad. Perse representa una actitud
más equilibrada y clásica en la que el poeta
contempla la vida y participa en ella. Esta actitud se hace
aparente en Marcas (1957), el poema más largo que
escribió. René Char fue uno de los poetas
más importantes de su generación. Su
adhesión al surrealismo en la década de 1930 se
modificó al participar en la década siguiente en la
resistencia. Escribió sus mejores poemas entre 1940 y 1944
y publicó una colección de poemas, Las hojas de
Hypnos
sobre la guerra.

A Jean-Jacques Servan-Schreiber, fundador del
semanario L'Express (1953) y miembro del gabinete del
presidente Valéry Giscard d'Estaing en 1970, se le
atribuye haber cambiado la opinión
pública francesa sobre la guerra de Argelia por sus
exposiciones de las atrocidades cometidas por los franceses,
Teniente en Argelia (1957). En El desafío
americano
(1967) alertaba sobre la excesiva influencia de los
Estados Unidos en Europa.

Existencialismo

En la década de 1940, bajo el
liderazgo del filósofo, dramaturgo y novelista Jean-Paul
Sartre, una
dimensión negativa y pesimista desarrolló el
movimiento filosófico y literario llamado existencialismo.
La tesis general
—expuesta en El ser y la nada (1943) de
Sartre— plantea básicamente que la existencia humana
es inútil y frustrante, y que el individuo es solamente un
cúmulo de experiencias personales. En sus obras
dramáticas Las moscas (1943), A puerta
cerrada
(1944), y Las manos sucias (1948), Sartre se
extendió en temas que ya habían sido tratados antes
de la guerra en su libro de cuentos El muro (1939). En su
trilogía Los caminos de la libertad (1945),
intentó mostrar al individuo sin ilusiones y consciente de
la necesidad de participar en todas las instancias de la
sociedad. La discípula más acérrima de
Sartre fue su compañera de toda la vida Simone de
Beauvoir, que escribió, entre otras muchas obras, la
novela Los mandarines (1954), que trata de un modo
encubierto las relaciones personales de algunos de los
principales existencialistas franceses. Su obra La ceremonia
del adiós
(1981) es un homenaje a Sartre. En su
día, Albert Camus
podría haber sido englobado en el existencialismo,
particularmente por su obra Calígula (1944); aunque
en sus dos novelas más importantes, El extranjero
(1942) y La peste (1947), reconoció la conveniencia
y la necesidad del esfuerzo humano.

Últimas tendencias

En la década de 1950, dos
escuelas de literatura experimental surgieron en Francia. El
teatro del absurdo y el antiteatro cuyo claro ejemplo son las
obras del rumano de nacimiento Eugène Ionesco, de Samuel
Beckett y de Jean
Genet. La popular Esperando a Godot (1948) de Beckett, y
Los negros (Les Nègres, 1959) y Los
biombos
(Les Paravents, 1961) de Genet son claros
ejemplos de esta escuela, opuesta al análisis psicológico y al contenido
ideológico del existencialismo.

A la vez que el antiteatro,
surgió la antinovela o nouveau roman (un término
aplicado por primera vez por Sartre a una novela de Nathalie
Sarraute) que ha llamado mucho la atención, principalmente
las novelas y teorías de Sarraute, Claude Simon, Alain
Robbe-Grillet y Michel Butor. Al igual que los dramaturgos, los
nuevos novelistas se oponen a las formas tradicionales de la
novela psicológica, enfatizando el mundo puro y objetivo de
las cosas. Las emociones y los
sentimientos no se describen como tales; más bien, el
lector debe imaginarse como son, siguiendo la relación
entre los personajes y a través de los objetos que tocan y
ven. La novela de Sarraute Retrato de un desconocido
(1949) abrió el camino, seguido de obras tales como
¿Los oye usted? (1972) y anterior a ésta, la
de Robbe-Grillet La celosía (1957) y la de Butor
La modificación (1957). Simon escribe novelas
históricas muy densas, utilizando la técnica
expresiva del monólogo interior. Su obra más
importante es La ruta de Flandes (1960).

Una nueva escuela de crítica
literaria, el estructuralismo, basada en parte en el trabajo del
antropólogo francés Claude Lévi-Strauss,
surgió en Francia a partir de la década de 1960. El
máximo exponente de esta escuela fue Roland Barthes. Su
obra Elementos de semiología (1964) es una introducción a la semiótica; sus Ensayos
críticos
y Nuevos ensayos críticos
fueron publicados en 1964 y 1972 (respectivamente). La
última tendencia crítica es la conocida por
desconstrucción, cuyo pionero es el filósofo y
crítico Jacques Derrida. (Véase Véase
también
Crítica literaria).

Entre los escritores que han dominado el
panorama literario más reciente destacan los miembros del
OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle, ‘taller
de literatura potencial’), como Georges Perec, Raymond
Queneau y Jacques Roubaud, o escritores de la talla de Michel
Tournier, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Philippe Sollers y
Marguerite Duras.

Partes: 1, 2, 3, 4
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