Todo marchaba a la perfección, hasta que un
día llegó a sus oídos la dorada noticia, y
fue esa noticia la que cambió sus vidas para siempre. Fue
un día de agosto, cuando Joaquín le comunicó
a su amada que se embarcaría hacia California, él
veía cercana la oportunidad de sacar la pobreza de su
vida y no podía desaprovecharla. Y así
partió junto a un gran grupo de
hombres hacia el norte, dispuestos a encontrar fortuna. A los
pocos meses de su partida, Eliza descubrió que una
criatura convivía con ella en su vientre, se encontraba
sola y desamparada por lo que habló con Mama Fresia quien
intentó provocarle un aborto, pero
este, por razones del azar, no resultó.
Una tarde en el puerto, John le presentó a la
familia su cocinero, Tao Chi´en, un médico chino
plagado de sabiduría, con un intenso pasado en el cual
había perdido a su hijo y a su amada esposa, Lin. Eliza
decidió pedirle ayuda a este hombre alto,
curtido por los vientos de muchas latitudes, con una barba oscura
y ojos de acero. Ella se
embarcaría ante la odisea de
salir en busca de su amante, escondida en la cala del
bergantín Emilia. Recibió
también el auxilio de Mama Fresia, quien luego
debió retirarse de su trabajo y volver a su pueblo natal.
En el viaje comenzó a sentirse mal, por momentos
perdía el
conocimiento, pero gracias a la ayuda de su amigo, el
médico Tao Chi´en y de una de las prostitutas que se
habían embarcado, Azucena Placeres, logró
sobrevivir a pesar de perder a su bebé en el camino. El
viaje se hizo infinito, insoportable, Eliza no pudo ver la
luz original
hasta el día en que desembarcaron en las tierras
californianas, allí debió vestirse con las ropas de
Tao para pasar desapercibida, ya que las mujeres allí eran
escasas y muy deseadas por la multitud del lugar. Se hizo pasar
por el hermano tonto y sordomudo de Tao mientras recorrían
el lugar, y al ver tanta gente las esperanzas de encontrar a su
amado se iban haciendo agua. Eliza
pasaba desapercibida en el papel de muchacho oriental, y
observaba esa tierra plagada
de hombres solos y prostitutas, también como los
adoradores del becerro del oro perdían el alma en el
camino a la fortuna.
A medida que transcurrían los días la
dominaban sentimientos encontrados por su compañero de
aventuras. Hasta que un día él decide quedarse en
Sacramento y Eliza debió seguir el camino sola. Como lo
echaba de menos, le escribía todos los días
relatándole sus sentimientos y la manera de encontrar
fuerzas para seguir adelante en su búsqueda. Cuando se le
acabó el dinero,
comenzó a trabajar interpretando la correspondencia de los
mineros, de los cuales la mayoría eran analfabetos, para
aquellos hombres solos rodeados de codicia y violencia, recibir
una carta de sus seres queridos significaba aún más
que el oro de sus bolsillos, por lo que se lo daban a Eliza para
que leyera sus cartas. En este
trabajo tomó el nombre de Elías Andieta, y
decía ser el hermano de Joaquín de quien iba en
búsqueda. Luego de unas semanas decidió que
debía seguir su camino, cabalgó a lo largo de la
Veta Madre de sur a norte, desde Mariposa hasta Downieville y
luego de vuelta, siguiendo la pista cada vez más confusa
de Joaquín por cerros abruptos, desde los lechos de los
ríos hasta los faldeos de la Sierra Nevada. Al preguntar
por él al principio, pocos recordaban a una persona con ese
nombre o descripción, pero hacia finales del
año su figura fue adquiriendo contornos reales y eso le
daba fuerza a la
joven para continuar su búsqueda.
Una tarde una caravana de vagones recorrió la
calle y se detuvo a la salida del pueblo, se trataba de uno de
los saloons, donde vendían botellas de ron y
pilas de
tarjetas
postales de
mujeres en cueros. También vendían libros en
ediciones vulgares, que fueron anunciados como «romances de
alcoba con las escenas más calientes de Francia». La dueña se llamaba, Joe
Rompehuesos, una fornida holandesa de Pennsylvania, quien
encontró su destino en la inmensidad del Oeste. En ese
acogedor lugar comienza a tocar el piano para animar la fiesta.
En compañía de Joe y de las palomas mancilladas
(las chicas que se ganaban la vida con la más antigua
profesión del mundo), Eliza se enamoró de la
libertad.
Todos pensaban que "el chilenito", como la apodaban, era
simplemente un afeminado. Con la caída del invierno, Joe
decide detener los vagones y hacerse cargo de los enfermos. Un
día tocó la puerta un hombre congelado, totalmente
incógnito y misterioso, que le cuenta a Eliza sobre
Joaquín Murieta, pero sin seguridad de que
sea su amado. Eliza demuestra su valor "de hombre" cuando debe
amputarle los dedos a este hombre sin nombre para que no pierda
la mano.
Joaquín Murieta junto a su banda son conocidos
por sangrientos crímenes y por sus grandes robos de
dinero a
gringos, que reparte entre la colonia hispanoamericana y por eso
es llamado Robin Hood.
Eliza, aunque al principio había rechazado la
posibilidad de que su Joaquín fuera un vulgar asesino
capaz de las peores atrocidades, pronto se convenció de
que el personaje calzaba perfectamente con el joven de sus
recuerdos. Se convencía de que tal vez no era
Joaquín Murieta quien torturaba a sus víctimas sino
sus secuaces, como aquel Jack Tres-Dedos, de quien se
podía creer cualquier atrocidad.
Un famoso periodista llamado Jacob Todd, con el nombre
de Jacob Freeman, un viejo pretendiente de Miss Rose, conocido de
la infancia por
Eliza, decide ir en busca de Murieta para relatar su historia y
hacerse famoso. Al enterarse de esto, Eliza visita a Jacob y
éste al reconocerla manda a llamar a su supuesto
tío John, quien después de muchos años
reconoció ser el padre de la joven. Este se dirige a
Chile, donde cuenta la noticia y Miss Rose, ya muy angustiada,
decide emprender el viaje en busca de su tesoro
perdido.
Luego de una epidemia que contagió a todos en los
vagones, Joe Rompehuesos decide cerrar el negocio, por lo que
Eliza se va a vivir con su entrañable amigo Tao. Con la
ayuda de este, desiste de la idea de seguir buscando a su
escurridizo amado, lo que la hace sentir cada día
más atraída por su compañero. Eliza ayuda a
Tao en el consultorio y se encarga de las sing song girls,
unas pobres chinas maltratadas, junto a su amigo las ayudan a
escapar de su futuro.
Ante el clamor popular, el gobernador puso precio a la
cabeza de Joaquín Murieta con un plazo de tres meses. El
24 de julio, a pocos días de que se cumpliera el plazo
asignado, el capitán Harry Love y sus mercenarios matan a
Murieta. Su cabeza es puesta a la vista de todo el pueblo, y
Eliza, ya en ropas de mujer, va a reconocer a su amado en
compañía de su futuro pretendiente, Tao. Ya nadie
podría quitarle esas alas nuevas que comenzaban a crecerle
en su espalda.
En 1848, Juan Augusto Sutter, nacido en Reynenberg,
Alemania,
había emigrado a América
para buscar fortuna. Atraído por la fertilidad del
suelo, se
estableció en el valle del Sacramento y se
convirtió rápidamente en el hombre más
importante de la región. En enero de ese mismo año,
nueve días después del término de la
Guerra entre
Estados Unidos
y México con
la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, un joven carpintero
que trabajaba con Sutter, James Wilson Marshall, mientras
verificaba el estado de
un desaguadero en el cual había corrido agua durante la
noche, encontró un pedazo de metal brillante, uno de los
millones de pepitas de oro que habían bajado por la fuerza
de las corrientes de la sierra durante milenios.
Marshall llevó la pepita a Sutter. Una vez
convencidos de que se trataba de oro, volvieron a toda prisa al
aserradero, removieron el agua en
busca de más oro y se miraron abiertamente a los ojos.
Habían descubierto la tierra del
oro. El Sacramento se convirtió así en el nuevo
Pactolo (río en el que, según la leyenda
mitológica, se bañó el Rey Midas y que desde
entonces arrastra pepitas de oro). Juraron que guardarían
el secreto. Pero probablemente el fuerte de Sutter fuese el peor
lugar de California para guardar un secreto, y empezaron a verse
pepitas en los bares y tiendas de la zona y en las ciudades
misionales. Sam Brannan terminó de romper este secreto mal
guardado. El 12 de mayo se paseó por la calle Montgomery,
en San Francisco, con un sombrero de piel de castor
y un recipiente lleno de polvo de oro en sus manos, gritando:
¨¡Oro!¡Oro!¡Oro en American
river!¨.
"Poco después Sam Brannan, editor de un
periódico y predicador mormón
enviado a propagar su fe, recorría las calles de San
Francisco anunciando la nueva. Tal vez o le habrían
creído, pues su fama era algo turbia – se rumoreaba
que había dado mal uso al dinero de Dios y cuando la
iglesia
mormona le exigió devolverlo, replicó que lo
haría… contra un recibo firmado por Dios –
pero respaldaba sus palabras con un frasco lleno de polvo de oro,
que pasó de mano en mano enardeciendo a la
gente."
Las noticias se
difundieron tan rápidamente como lo permitieron los
tiempos. El mundo entero llegó a conocer la dorada
noticia. Los barcos que navegaban por el Pacífico llevaron
estas noticias a Perú, Chile, Hawai y
Australia.
"La noticia del oro descubierto en California
llegó a Chile en agosto. Primero fue un rumor alucinado en
boca de navegantes borrachos en los burdeles de El Almendral,
pero unos días más tarde el capitán de la
goleta Adelaida anunció que la mitad de sus marineros
había desertado en San Francisco.
- ¡Hay oro por todas partes, se puede
recoger a paladas, se han visto pepas del tamaño de
naranjas! ¡Cualquiera con algo de maña se
hará millonario!- contó ahogado de
entusiasmo."
Pronto la horda de los buscadores de
oro invade la región. Aquel alud humano, sin más
ley que la
fuerza de sus puños y los caños de sus
revólveres, cubre la apacible y floreciente comarca. La
áurea promesa empuja a aquellos hombres. Abandonan
familia, tierras, negocios,
todo, para enrolarse en una aventura tan incierta como peligrosa.
Las ciudades se despoblaron, los comerciantes abandonaron sus
actividades, los vaqueros soltaron el ganado a su suerte, los
tenderos traspasaron sus negocios por cualquier cosa, los
médicos renunciaron a su apostolado e incluso los soldados
desertaron y los aventureros bajaron en masa al valle del
Sacramento. El tropel frenético se encamina en pos del
sueño americano materializado en el metal patrón
del hombre.
"Al grito de ¡Oro! ¡Oro! tres de cada
cuatro hombres abandonaron todo y partieron a los placeres. Hubo
que cerrar la única escuela, porque
no quedaron ni los niños."
En 1848, a pesar de la guerra de México con
Estados Unidos, California seguía siendo considerado como
un lugar remoto y perdido. A fines de ese año, 6.000
hombres trabajaban en las excavaciones por los principales
ríos y cerros del lejano California, nadie desconfiaba de
la promesa de ¡Oro Gratis!, el oro estaba "ahí
tirado" para quien lo juntara.
Al año siguiente, se inició formalmente la
Fiebre del Oro. Surgieron y florecieron entonces ciudades que
desaparecieron con igual rapidez. A fines de ese año casi
90.000 gambusinos habían llegado a California.
"Por primera vez en la historia, el oro se
encontraba tirado por el suelo, sin dueño, gratis y
abundante, al alcance de cualquiera resuelto a
recogerlo."
Los gambusinos eran un grupo mezclado.
Prácticamente todos eran hombres, y una tercera parte
venía del extranjero. Entre los no estadounidenses, el
mayor grupo era de ingleses, seguido de franceses, mexicanos,
hawaianos, australianos y chilenos. Los mineros provenían
de todas las clases de la sociedad euroamericana. La mala
pasión llamada codicia cala hondo y no distingue clase social o
color de piel. En
la novela, la autora denomina a esta mezcla de inmigrantes como
los argonautas y los describe de la siguiente manera:
"De las más lejanas orillas llegaban los
argonautas: europeos escapando de guerras,
pestes y tiranías; yanquis ambiciosos y corajudos; negros
en pos de libertad; oregoneses y rusos vestidos con pieles, como
indios; mexicanos, chilenos y peruanos; bandidos australianos;
hambrientos campesinos chinos que arriesgaban la cabeza por
violar la prohibición imperial de abandonar su patria. En
los enlodados callejones de San Francisco se mezclaban todas las
razas."
El 9 de septiembre de 1850 California pasó a
formar parte de la Unión. En noviembre de 1849 ya casi
había formado un gobierno local y
redactado una constitución que garantizaba el derecho a
disfrutar y defender la vida y la libertad, adquiriendo,
poseyendo y protegiendo la propiedad, y
buscando la felicidad, una mezcla de lo sublime y lo
práctico, típicamente californiana. Pero el
gobierno y la política apenas
despertaban el interés de
los buscadores de oro.
"En septiembre de 1850, le tocó participar
en una ruidosa celebración patriótica cuando
California se convirtió en otro Estado de la
Unión. La nación
americana abarcaba ahora todo el continente, desde el
Atlántico hasta el Pacífico."
Al terminar 1850, ya se había agotado el mineral
más accesible, y la explotación requirió
especialistas y mucho capital. En
octubre de ese año, unos 57.000 mineros trabajaban en
arroyos dorados que corrían por las cuestas occidentales
de la sierra. Sin embargo, las multitudes
disminuyeron.
"El oro fácil de la superficie empezaba a
escasear. Cierto, no faltaban mineros afortunados que tropezaban
con una pepa del tamaño de un zapato, pero la
mayoría se conformaba con un puñado de polvo
conseguido con un esfuerzo desmesurado. Mucho se hablaba del oro,
le dijeron, pero poco del sacrificio para obtenerlo. Se
necesitaba una onza diaria para hacer alguna ganancia, siempre
que uno estuviera dispuesto a vivir como perro, porque los
precios eran
extravagantes y el oro se iba en un abrir y cerrar de
ojos."
Muchos mineros fueron a probar suerte en las
prósperas ciudades californianas de Stockton, San
Francisco y Sacramento. Otros regresaron a sus casas, puede que
avergonzados, pero repletos de aventuras que contar a sus nietos
el día que los tuviesen. Durante un periodo breve, pero
muy intenso, los mineros del oro desarrollaron un modo de vida
memorable.
"Para entonces la fiebre del oro empezaba a
transformarse en una inmensa desilusión colectiva y Tao
veía masas de mineros debilitados y pobres, aguardando
turno para embarcarse de vuelta a sus pueblos. Los
periódicos calculaban en más de noventa mil los que
retornaban. Ya no desertaban los marineros, por el contrario, no
alcanzaban las naves para llevarse a todos los que deseaban
partir."
Casi ningún gambusino se enriqueció. Los
primeros fueron los más afortunados. Algunos ganaron hasta
500 dólares diarios, en una época en la que los
obreros especializados en los estados del este percibían 2
dólares diarios. Los gambusinos que llegaron hacia fines
de 1849 pocas veces tuvieron suerte de sus predecesores. Pero aun
los que ganaron poco, se enorgullecían de haber
participado en uno de los periodos épicos de la historia
de su país.
"Millares de argonautas regresan a sus casas
derrotados, pues no han conseguido el Vellocino de Oro y su
Odisea se ha tornado en tragedia…"
Los hombres que desencadenaron la fiebre del oro, John
Sutter y James Marshall, fueron únicamente dos de los
muchos perdedores que hubo en este juego.
Marshall murió en 1885 cerca del lugar de su
descubrimiento, arruinado, amargado y quejándose de su
destino. Sutter, cuyas tierras fueron invadidas, se
defendió durante algunos años. Pero la historia le
había apartado a un lado, y murió en 1880,
después de pedir durante años al Congreso que le
devolvieran sus tierras.
San Francisco había crecido desmesuradamente. Al
finalizar la década contaba con una población de 50.000, un nivel que Nueva
York tardaría ciento noventa años en alcanzar. La
capital de California había sido Sacramento desde 1854,
pero fue San Francisco quien presidió sin rival este
Estado en formación.
Cualquier oportunidad de que California
se convirtiese en un lugar tranquilo fue desechada en 1859 por
otro torrente de riquezas procedentes de la sierra. En esta
ocasión se trataba de plata.
Como ya hemos relatado anteriormente, el descubrimiento
de James Wilson Marshall fue un suceso que tuvo
repercusión en muchas partes del mundo. A California
llegó gente de todos lados en busca de fortuna. La
oportunidad de superarse sin la necesidad del duro trabajo,
llevaba a aquellos hombres a abandonar todo y trasladarse a las
tierras doradas. La enorme migración
provocó una nueva sociedad, para la cual se necesitaba una
nueva organización. Las nacionalidades y las razas se
mezclaban, pero todos estaban motivados por un mismo objetivo: la
obtención de oro.
La idea de trasladarse a California fue tentadora para
miles de personas de todos los lugares de la tierra, pero
sólo aquellos más audaces y aventureros se
atrevieron a dejarlo todo y viajar distancias enormes para lograr
dicho cometido. Muchos de ellos ignoraban por completo las
desventuras que deberían enfrentar, por esos tiempos no se
tenían conocimientos de la topografía del lugar, de las condiciones
climáticas ni de las distintas costumbres de los pueblos.
Tanto los lugareños como los inmigrantes debieron
adaptarse a esta nueva situación que en los mejores casos
derivó en la creación de una nueva
legislación para organizar las diferentes comarcas, pero
muchas veces todo terminó en luchas sangrientas en las que
tanto unos como otros fueron devastados.
Además de todos estos inconvenientes debemos
mencionar que la veracidad de los dichos por los que estos
buscadores de fortuna se trasladaran hasta allí, era nula.
No era cierto que el oro manaba de los ríos y que se
encontraba con mucha facilidad. Por el contrario fueron
sólo unos pocos los que lograron enriquecerse y la gran
mayoría debió buscar trabajo, aprender un oficio y
también hubo muchos que se dedicaron a la delincuencia;
como fue el caso de Joaquín Murieta, aquel legendario
bandido y a su vez el protagonista de la novela de Isabel
Allende.
La historia nos ha demostrado que el emigrar, bajo
cualquier circunstancia, es traumático para cualquier ser
humano. El terruño, las costumbres, la familia, los
afectos, son muy difíciles de olvidar y es aún
más difícil adaptarse a nuevas situaciones. Este
aspecto es fundamental para comprender el crecimiento y el
cambio de los
protagonistas de la novela "Hija de la fortuna" que sufren todas
estas vicisitudes porque partieron en busca de un sueño.
Cada cual el suyo, Joaquín una vida nueva que le
cambiaría su condición social; Eliza simplemente
buscaba a su amado y padre del hijo que llevaba al partir. Ambos
debieron elegir un camino en este desconocido lugar.
Los adoradores del becerro del
oro
Todos los hombres viajaron hacia California decididos a
hacer fortuna rápidamente y volver a casa, los mineros
subordinaron todo el hallazgo y se concentraron en el trabajo
sucio: recoger grava de oro. Se interrumpía la labor a
mediodía para comer. Al ocaso, cenaban frijoles, papas,
carne seca de res o de cerdo salada, galletas y manzanas secas.
La ausencia de productos
lácteos, frutas y verduras frescas en la
dieta de los mineros, además de la falta de sanidad, ya
que muchos de ellos tomaban agua de pozos de filtración de
sólo un metro de profundidad, produjeron escorbuto,
disentería y otras enfermedades.
"Trabajaban con la cabeza al sol, las piernas en
el agua helada y la ropa empapada; dormían tirados por el
suelo sin soltar sus armas,
comían pan duro y carne salada, bebían agua
contaminada por centenares de excavaciones río arriba y
licor tan adulterado, que a muchos les reventaba el hígado
o se volvían locos. Eliza vio morir a dos hombres en pocos
días, revolcándose de dolor y cubiertos del sudor
espumoso del cólera
y agradeció la sabiduría de Tao Chi´en, que
no le permitía beber agua sin hervir."
Aun así, a los mineros les irritaba el tiempo que
debían perder para cocinar, y contrataban cocineros
locales, casi siempre chinos.
Aunque las minas eran trabajadas por grupos numerosos,
los lazos comunitarios eran débiles. Ninguno quería
trabajar para otro sino para su propio beneficio.
"La mayoría de las sociedades
para explotar las minas se había deshecho en los
últimos días, el tedio de la
navegación había creado enemigos entre quienes
antes fueran socios y cada hombre pensaba sólo en
sí mismo, sumido en propósitos de inmensa
riqueza."
En el siguiente fragmento se describe lo terrible de un
día en la vida del minero, este día se reiteraba
diariamente hasta que después de mucho tiempo
volvían a sus casas derrotados con las manos vacías
o en algunos casos morían:
"El minero pasa la mañana buscando oro:
este metal es la razón por la que dejó su trabajo
en Chicago y se unió a la estampida rumbo a California. A
mediodía aún no ha encontrado nada y hace una pausa
para almorzar. La tarde transcurre, y el buscador de oro
continúa con el penoso trabajo de recoger tierra y lavarla
con la esperanza del valioso metal. Al anochecer, su suerte
todavía no ha cambiado. Regresa al campamento para cenar
frijoles, papas, pan y manzanas secas. Mientras reanuda la
búsqueda, se convence a sí mismo de que
mañana será el día de la fortuna y de que
regresará a casa como un hombre rico."
Un gambusino de California en 1850 escribió lo
siguiente:
"Apenas puedes darte cuenta de lo sucio que es
este negocio del oro y de la clase de vida que tienen los
mineros. Vivimos más como animales que como
seres humanos."
Se preparaban salones de fiesta, donde abundaban la
embriaguez, los juegos de
mesa, las prostitutas y el baile. Allí los mineros
gastaban el poco oro que habían conseguido en el
día.
"Conocí a un muchacho de Georgia, un pobre
lunático, pero me dicen que no siempre fue así. A
comienzos del año dio con una veta de oro y raspó
de las rocas nueve mil
dólares con una cuchara, pero los perdió en una
tarde jugando al monte."
"Eliza vio hombres perder en un par de noches la
ganancia de meses de esfuerzo titánico y llorar en el
pecho de las chicas que habían ayudado a
esquilmarlos."
Como muestran las siguientes citas, por la escasez de
mujeres los hombres debían disfrazarse de ellas para
sentir por un momento que había una mujer cerca, ya que
las únicas mujeres que se aventuraban a aparecer como tal
eran las prostitutas:
"Con chaqueta de mujer y falda, un recio y barbudo
minero adopta el papel femenino, en el baile sabatino del
campamento minero."
"[…] entonces algunos hombres se colgaban
un pañuelo de cinturón, en señal de que
asumían el papel de damas, mientras los otros se turnaban
para sacarlos a bailar."
"Tres músicos tocaban en sus violines las
canciones favoritas y apenas tocaron «Oh Susana»,
himno de los mineros, un par de cómicos barbudos, pero
vestidos de mujer, saltaron al ruedo y dieron una vuelta
olímpica entre obscenidades y palmotazos,
levantándose las faldas para mostrar sus piernas peludas y
calzones con vuelos. El público los celebró con una
generosa lluvia de monedas, y un estrépito de aplausos y
carcajadas."
La mayor carencia… la
mujer
Las mujeres de nivel social bajo para enriquecerse
viajaban a California, a esas tierras de múltiples
oportunidades, allí prestaban sus servicios a
los hombres solitarios quienes en mucho tiempo no habían
estado junto a una mujer. Estas debían de hacer todo a
cambio de dinero para sobrevivir y a la vez para enriquecerse.
Sus servicios eran durante todo el día, y los hombres
esperaban en largas colas hasta ser atendidos. En la novela, uno
de los muchos casos que allí se presenta es el de Azucena
Placeres, una mujer que viajó hacia estas tierras buscando
fortuna.
"Azucena prestaba gratis sus servicios de
enfermera, pero quien se atreviera a poner mano encima de sus
firmes carnes debía pagar en dinero constante y sonante,
porque no había que confundir el buen corazón
con la estupidez, como decía. Éste es mi
único capital y si no lo cuido estoy jodida, explicaba,
dándose alegres palmadas en las
nalgas."
Las mujeres escaseaban muchísimo en las tierras
californianas: en 1.850, las mujeres constituían apenas el
7,5% de la población. Los hombres desesperaban por ver una
mujer pasar frente a ellos. Las siguientes citas muestran la
situación:
"No había una sola mujer en muchas millas a
la redonda, pero de vez en cuando pasaba un vagón tirado
por mulas cargado de prostitutas. Las esperaban con ansias y las
compensaban con generosidad"
"Los hombre son capaces de caminar muchas millas
para ver a una mujer de cerca. Una muchacha instalada tomando sol
frente a una taberna en pocos minutos tendrá sobre sus
rodillas una colección de bolsitas de oro, regalo de los
hombres embobados ante la evocadora visión de unas
faldas."
La minoría de las mujeres se sacrificaba junto a
sus maridos en los lavaderos de oro, trabajando arduamente para
conseguir lo deseado, en cambio otras preferían ganarse la
vida lavando ropas ajenas y cocinando exquisiteces.
"Veo muy pocas mujeres en las minas, pero unas
cuantas con agallas suficientes para acompañar a sus
maridos en esta vida de perros. Los
niños se mueren de epidemias o accidentes,
ellas los entierran, los lloran y siguen trabajando de sol a sol
para impedir que la barbarie arrase con todo vestigio de
decencia. Se arremangan las faldas y se meten al agua para buscar
oro, pero algunas descubren que lavar ropa ajena u hornear
galletas y venderlas es más productivo, así ganan
más en una semana que sus compañeros
partiéndose las espaldas en los placeres durante un mes.
"
Grupos Sociales:
- Gam Saan Haak
En 1852, más de veinte mil chinos emigraron a
California en busca de oro y trabajo; los llamaban Gam Saan Haak:
Viajeros a la Montaña de oro.
La agitación en Estados Unidos en contra de los
chinos como grupo racial y étnico data casi desde la
llegada al país, intensificándose particularmente
en el estado de California y en la región de la costa del
Pacífico, en donde se concentraba el mayor número
de estos inmigrantes y sus descendientes. Quejas de que los
chinos trabajaban por sueldos más bajos y así
reducían los salarios en
general condujeron a actos de violencia y discriminación en su contra en los pueblos
y comunidades del oeste, a pesar de los esfuerzos para
protegerlos de algunos grupos religiosos y otras personas. El
movimiento
antichino se extendió por toda la nación
en la medida en que los inmigrantes chinos se iban estableciendo
en las regiones mineras del noroeste, así como en los
pueblos y ciudades de los estados del oeste medio y del este. Los
racistas atacaban a las comunidades chinas, y destruían
sus casas y tienditas. Los linchaban, les arrancaban el cuero
cabelludo, los castraban y los marcaban con hierros candentes; y
para humillarlos, les cortaban la trenza tradicional. El
siguiente pasaje demuestra la situación similar vivida por
el protagonista chino Tao Chi´en:
"En San Francisco lo habían atacado tres
matones y antes que alcanzara a desprender su cuchillo del cinto,
lo aturdieron de un trancazo por el gusto de divertirse a costa
de un «celestial». Al despercudirse se
encontró tirado en un callejón, embadurnado de
inmundicias, con su coleta mochada y envuelta en torno al cuello.
Entonces tomó la decisión de mantener el cabello
corto y vestirse como los fan güey."
Los colonos formaron pequeñas comunidades o
ghettos (barrios), que con el tiempo se convirtieron en los
conocidos chinatowns (barrios chinos) de los centros urbanos
más grandes.
"Tao Chi´en se dirigió al barrio
chino y comprobó que los rumores eran ciertos: sus
compatriotas habían construido una ciudad completa en el
corazón de San Francisco, donde se hablaba mandarín
y cantonés, los avisos estaban escritos en chino y
sólo chinos había por todas partes: la
ilusión de encontrarse en el Celeste Imperio era
perfecta."
Hacia la década de 1860, los chinos, expulsados
de las minas, trabajaban en la construcción de las vías del
ferrocarril, donde los capitalistas los aprovecharon para bajar
el costo de la mano
de obra en una tercera parte.
- Sing Song Girls
En la década del 1850, San Francisco
también fue centro de la llegada de mujeres de todas
partes del mundo, principalmente chinas, para ejercer la prostitución dentro de ese ambiente
masculino de los buscadores de oro. Estas jóvenes mujeres
eran trasladadas por mercaderes que las compraban por poco dinero
y las intercambiaban como una mercadería más. En la
novela, la autora las denomina las sing song girls, y
describe su trayectoria desde China hasta la
ciudad del oro:
"Las niñas eran baratas y viajaban en la
cala de los barcos en grandes cajones acolchados. Así
sobrevivían durante semanas, sin saber adónde iban
ni por qué, sólo veían la luz del sol cuando
les tocaba recibir lecciones de su oficio."
Señala también que los marineros eran los
encargados de entrenarlas y hacerles perder su inocencia para
cuando llegaran a destino. Muchas de ellas morían de
disentería, cólera o deshidratación; otras
lograban saltar al agua en momentos en que las subían a
cubierta para lavarlas con agua del mar. Las demás, sin
lugar donde acudir, debían aceptar su realidad. Al llegar
al puerto, los agentes de inmigración recibían
soborno y sellaban sin leer los falsos papeles de adopción o
de matrimonio. La autora continúa su descripción de
la siguiente manera:
"En el muelle las recibía una antigua
prostituta, a quien el oficio había dejado una piedra
negra en lugar del corazón. Las conducía
arreándolas con una varilla, como ganado, por pleno centro
de la ciudad, ante los ojos de quien quisiera mirar. Apenas
cruzaban el umbral del barrio chino desaparecían para
siempre en el laberinto subterráneo de cuartos ocultos,
corredores falsos, escaleras torcidas, puertas disimuladas y
paredes dobles, donde los policías jamás
incursionaban, porque cuando allí ocurría era
«cosa de amarillos » una raza de pervertidos con la
cual no había necesidad de meterse,
opinaban."
En ese recinto las niñas debían enfrentar
su suerte. Las dejaban descansar una noche, las bañaban,
les daban de comer y a veces las obligaban a tragar una taza de
licor para aturdirlas un poco. A la hora del remate las llevaban
desnudas a un cuarto atestado de compradores, quienes
después de inspeccionarlas hacían sus
ofertas.
"Algunas se remataban para los burdeles de
más categorías o para los harenes de los ricos; las
más fuertes solían ir a parar a manos de
fabricantes, mineros o campesinos chinos, para quienes
trabajarían por el resto de sus breves existencias; la
mayoría se quedaba en los cubículos del barrio
chino."
Allí debían aprender su oficio: para no
ser estafadas debían distinguir el oro del bronce,
debían ser capaces de atraer a los clientes y
complacerlos sin quejarse. También las obligaban a firmar
un contrato, el
cual no podían leer, vendiéndose por cinco
años. Vivían en condiciones inhumanas.
"Vivían hacinadas en cuartos sin
ventilación, divididos por una cortina gruesa, cumpliendo
como galeotes hasta morir."
- Los negros
Hacia 1860 había más de 4.000 negros
libres en California, la mayoría en las regiones mineras
cerca del horcajo del río Americano. Por lo general,
trabajaban en minas mal construidas y muy peligrosas, donde
muchos murieron por los derrumbes.
Su presencia en California era una cuestión muy
candente. Mucha gente temía que llevar esclavos negros
bajara el salario de los
obreros "libres" y por eso quería prohibir la
migración de todos los negros. En 1849, ese fue el
tema de mayor debate en el
Congreso Constitucional de California.
Un año después, California entró a
la Unión estadounidense como "estado libre", donde se
prohibía la esclavitud. Si
bien se permitía la migración de negros, se les
prohibía votar, dar testimonio o entrar a la milicia. Al
igual que otros "estados libres", California tenía una Ley
del Esclavo Fugitivo, según la cual se comprometía
a entregar al dueño a todo esclavo que escapara a ese
estado. En realidad, muchos de los trabajadores "libres", sobre
todo los negros e indígenas, vivían y trabajaban en
condiciones de virtual esclavitud.
"En ese año 1850, la legislatura de
California aprobó un impuesto a la
minería
diseñado para proteger a los blancos. Negros e indios
quedaron afuera, a menos que trabajaran como esclavos, y los
forasteros debían pagar veinte dólares y renovar el
registro de su
pertenencia mensualmente, lo cual en la práctica resultaba
imposible […] La ley sólo se aplicaba contra
extranjeros de piel oscura, a pesar de que los mexicanos
tenían derecho a la ciudadanía americana, según el
tratado que puso fin a la guerra en 1848."
En California surgió un fuerte movimiento contra
la esclavitud. Los negros convocaron varios congresos durante la
década de 1850. Muchos blancos los apoyaron, entre ellos
300 abogados que firmaron peticiones contra las leyes que
discriminaban a los negros. En un caso famoso, Archie Lee, un
esclavo que viajó a California con su dueño,
ganó su libertad ante un tribunal; los gastos los
sufragaron 4.000 negros libres.
- Los indios
Ningún grupo de la sociedad sufrió
más a consecuencia de la fiebre del oro que los
indígenas. Una serie de grupos paramilitares
sistemáticamente asesinaba indígenas y secuestraba
a sus hijos en un intento por obtener acceso a una mayor cantidad
de tierras en busca de oro. El resultado de este genocidio,
además de los asesinatos al azar cometidos por otros
individuos, fue la muerte de
100.000 indígenas en tan sólo cinco años de
la fiebre del oro. La población indígena
norteamericana se había reducido a tan sólo 70.000.
En un discurso ante
los legisladores del Estado en enero de 1849, el gobernador,
Peter H. Burnett, prometió lo siguiente:
"Continuará una guerra de
exterminio entre las razas hasta que se extinga la raza
india".
La prensa
aclamó la campaña y en 1853 el Yreka Herald,
un periódico norteamericano, pidió al gobierno que
"ayudara a los ciudadanos del norte en una guerra de exterminio a
muerte de
todos los pieles rojas. Ya no hay que esperar la hora del
exterminio; la hora ha llegado, la labor ha empezado. Al primero
que pida tratado o paz hay que tratarlo como traidor". Otros
periódicos expresaron sentimientos similares. La
situación para la población indígena se
volvió cada vez más desafortunada.
En la novela, cuando Eliza se encuentra con una aldea de
indígenas, ellos le cuentan el siguiente episodio que
había ocurrido hacía poco tiempo:
"[…] tomaron por asalto una aldea, hicieron
cuarenta prisioneros entre mujeres y niños y como
escarmiento ejecutaron a siete de los
hombres."
En algunos pueblos se ofrecía dinero por la
cabeza o el cuero cabelludo de los indígenas. En 1850 se
aprobó la ley de "Protección de los indios" que
permitía a los blancos poner a trabajar a cualquier
indígena que no pudiera comprobar su fuente de ingreso.
Como los indígenas no tenían el derecho de hablar
en un tribunal, la ley automáticamente favorecía a
los blancos. Muchos ni se molestaban en cumplir la ley y
simplemente compraban niños y mujeres indígenas;
ese tráfico fue la fuente de grandes fortunas. La vida de
los indígenas era sacrificada, la siguiente cita lo
demuestra:
"Iban de aquí para allá con sus
mujeres cansadas y sus niños hambrientos, procurando lavar
oro en los ríos en sus finos canastos de mimbre, pero
apenas descubrían un lugar propicio, los echaban a
tiros."
Aunque eran menos y no tenían armas, los
indígenas opusieron resistencia al
genocidio.
El delito
Al principio, la criminalidad no era considerable. Los
mineros no necesitaban vigilar sus posesiones al salir a
trabajar. Pero hacia mediados de 1849, en cuanto la competencia por
las magras ganancias se volvió reñida, proliferaron
robos y crímenes mayores. La ley era dictada por el
más fuerte. La xenofobia se
exacerbaba, se realizaban acusaciones infundadas de robo, asalto
o abigeato contra los latinos.
"_Hace unos meses teníamos un código
de honor y hasta los peores rufianes se comportaban con decencia.
Se podía dejar el oro en una carpa sin vigilancia, nadie
lo tocaba, pero ahora todo ha cambiado. Impera la ley de la
selva, la única ideología es la codicia. No se separen de
sus armas y anden en parejas o en grupos, esto es tierra de
forajidos _explicó"
Los mineros improvisaban sus propias cuadrillas de
vigilancia. Los juicios eran sumarios, en cualquier taberna o
sala de juegos, se formó un «jury» que
condenaba en el acto al acusado a la pena de azotes o a la horca.
Terminada la ceremonia los mineros tomaban unos tragos y
volvían al trabajo.
"Los peores crímenes, invadir una
pertenencia ajena antes del plazo y robar, se pagaban con la
horca o con azotes, después de un juicio sumario en que
los mineros hacían de jueces, jurado y
verdugos."
Cuando cundía la noticia de un acto delictuoso,
los mineros se reunían para escuchar testimonios y
dictaminar el castigo al delincuente. A veces, todo un grupo
actuaba como jurado colectivo. En otras ocasiones, elegían
entre ellos un juez y un jurado. Los males venéreos
aniquilaban a hombres y mujeres por igual. La muerte de Josefa,
en la novela, demuestra el accionar del jurado. La
siguiente cita narra la situación:
"Un minero ebrio se había introducido a
viva fuerza en la habitación de Josefa y ella lo
había rechazado clavándole su cuchillo de monte
medio a medio en el corazón. A la hora en que llegó
Jacob Freemont el cuerpo yacía sobre la mesa, cubierto con
una bandera americana, y una muchedumbre de dos mil
fanáticos enardecidos por el odio racial exigía la
horca para Josefa… el improvisado jurado la condenó
en pocos minutos"
El despojo violento de yacimientos y el homicidio por
robo eran una constante frente a la ausencia de fuerzas del
orden.
"Ciertas bandas se hicieron célebres por su
crueldad, no sólo robaban a sus víctimas,
también se divertían torturándolas antes de
asesinarlas"
Todos en su
búsqueda…
Uno de los bandidos sociales más famoso fue
Joaquín Murieta, para unos se trataba de un chileno; para
otros, de un mexicano. Sin embargo, al margen de cuestiones de
nacionalidad,
lo cierto es que todos coincidían en aceptar el hecho de
que la relación de lo acontecido en California tiene como
eje latinoamericano a Murieta.
"Los chilenos lo creían uno de ellos,
nacido en un lugar llamado Quillota, decían que era leal
con sus amigos y jamás olvidaba pagar los favores
recibidos, por lo mismo era buena política ayudarlo; pero
los mexicanos juraban que provenía del estado de Sonora y
era un joven educado, de antigua y noble familia, convertido en
malhechor por venganza."
En lo que también se coincide es que el joven, a
la edad de veintitrés años, en Sonora, se
casó con a Carmela, sonorense como su hermano
Félix. Atraídos por la magia de la riqueza
aurífera y las expectativas de una vida mejor, la pareja
se dirige a California donde a poco de llegar empiezan a ser
hostilizados por los norteamericanos por su calidad de
latinoamericanos. El clima de
hostigamiento crece en la misma medida que los afuerinos muestran
su potencial de trabajo y esfuerzo.
"Contaba que Joaquín Murieta había
sido un joven recto y noble, que trabajaba honestamente en los
placeres de Stanislau en compañía de su
novia."
La tragedia se desata cuando grupos armados asaltan el
sector donde residían los inmigrantes sudamericanos,
violando y dando muerte a Carmela, la mujer de Joaquín,
escarneciéndolo a él con azotes. A partir de ese
momento, abandona las vetas y decide tomar venganza contra los
hechotes con sus propias manos. Su presencia llegará a
alcanzar ribetes prodigiosos al verlo actuar por los
lugareños en dos o tres lugares al mismo tiempo, haciendo
de su existencia un motivo de leyenda. Deja de ser el bandido
inmisericorde y sangriento como lo definían sus enemigos,
para alcanzar la estatura del héroe que se pone al
servicio de la
causa de los necesitados, sin otro móvil que restituir la
justicia en un
mundo que la niega sistemáticamente. Se Convirtió
así en el Robin Hood de las Sierras. Nunca nadie pudo
probar la veracidad de todo esto. Ni siquiera aclarar cómo
se deletrea su nombre.
"En ese clima de violencia y venganza, la figura
de Joaquín Murieta iba en camino a convertirse en un
símbolo. Jacob Freemont se encargaba de atizar el fuego de
su celebridad; sus artículos sensacionalistas
habían creado un héroe para los hispanos y un
demonio para los yanquis… tuvo la inspiración de
llamarlo «el Robin Hood de California», con lo cual
prendió de inmediato una hoguera de controversia racial.
Para los yanquis Murieta encarnaba lo más detestable de
los grasientos… robaba a los yanquis para ayudar a los de
su raza."
Su cabeza es puesta a precio, y la leyenda cuenta que en
cierta ocasión escribió con su puño y letra
en el cartel que ofrecía la recompensa por su captura una
cifra alzada al doble contra quien lo denunciara.
"Habían visto en los pueblos los avisos
ofreciendo mil dólares de recompensa por la captura del
bandido. En varios habían garabateado debajo:
«yo pago cinco mil», firmado por Joaquín
Murieta."
Joaquín Murieta y sus hombres se refugiaron en la
espesura de la población mexicana de Madre Lode, cuya
cobertura era amplia y segura. Integró a sus
compañeros en un sólido grupo, que por la
simpatía de los habitantes mexicanos aumentó sus
operaciones y
efectividad. Así, Joaquín Murieta y sus hombres
fueron la expresión sublimada de los deseos de los
mexicanos de sacudirse el yugo de los anglos.
"Para los alguaciles, en cambio, nada había
de rumboso en el personaje, se trataba sólo de un vulgar
asesino capaz de las peores atrocidades, que había logrado
escabullirse de la justicia porque lo protegían los
grasientos"
"Se suponía que los mexicanos lo
escondían, le daban armas y suministraban
provisiones."
La justicia norteamericana por su parte,
organizará una feroz cacería en su contra. Los
gobernadores de California autorizan a Harry Love, viejo
hampón, para formar una compañía de
«Rangers» y en tres meses dar caza a
Murieta.
"Se le asignó un sueldo de ciento cincuenta
dólares al mes a cada hombre, lo cual no era mucho,
teniendo en cuenta que debían financiar sus caballos,
armas y provisiones, pero a pesar de ello, la
compañía estaba lista para ponerse en camino en
menos de una semana. Había una recompensa de mil
dólares por la cabeza de Joaquín
Murieta."
En mayo de 1853 sale la cabalgata, mientras los rastros
de Joaquín Murieta se esfuman con el viento.
Después de una búsqueda de tres meses, la
legión de Love se encontró con un grupo de
mexicanos no identificados cerca del Paso de Panoche, a el oeste
de los Lagos de Tulare y mató, al menos, a dos de
ellos.
"(…) mientras su jefe montaba de un salto
formidable en su brioso alazán y huía rompiendo
filas. No llegó muy lejos, sin embargo, porque un tiro de
fusil hirió al animal, que rodó por tierra
vomitando sangre. Entonces
el jinete, que no era otro que el célebre Joaquín
Murieta, sostuvo el capitán Love, echó a correr
como un gamo y no les quedó otra alternativa que vaciar
sus pistolas sobre el pecho del bandido.
_No disparen más, ya han hecho su trabajo
_dijo antes de caer lentamente, vencido por la
muerte."
A uno le cortaron la cabeza y al otro una mano, ya antes
mutilada en parte; los colocaron en frascos de vidrio y
afirmaron haber matado a Jack García, llamado Tres Dedos,
y a Joaquín Murieta y así cobraron la recompensa
ofrecida por el gobierno del estado.
"El valiente capitán Harry Love
procedió a cortar de un sablazo la cabeza del supuesto
Murieta. Alguien se fijó que otra de las víctimas
tenía una mano deforme y asumieron que se trataba de Jack
Tres-Dedos, de modo que también lo decapitaron y de paso
le rebanaron la mano mala."
Un cartel llama a la exhibición del trofeo de un
bandido del cual no se tiene certeza de su apellido. Concurre
toda California.
"Durante semanas exhibieron en San Francisco los
despojos del presunto Joaquín Murieta y la mano de su
abominable secuaz Jack Tres-Dedos, antes de llevarlas en viaje
triunfal por el resto de California. Las colas de curiosos daban
la vuelta a la manzana y no quedó nadie sin ver de cerca
tan siniestros trofeos. Eliza fue de las primeras en presentarse
y Tao Chi´en la
acompañó…"
En agosto de 2003 se cumplieron 150 años desde
que la cabeza de Joaquín Murieta recorrió
California en exhibiciones morbosas que sellaban el fin de esas
fechorías. Pablo Neruda le
dedicó varias canciones, una de ellas es "A Joaquín
Murieta":
"Con el poncho embravecido
y el corazón destrozado
galopa nuestro bandido
matando gringos malvados.
Galopa con poncho rojo
y en su caballo con alas
y allí donde pone el ojo,
mi vida, pone la bala.
Por esta calle llegaron
esos hombres atrevidos.
Se encontraron con Joaquín
y Joaquín con su destino."
Al comenzar a analizar el tema de esta novela, fuimos
conociendo un mundo nuevo en la vida de los buscadores de oro en
aquella antigua California del 1850 que página a
página nos fue fascinando.
De más está decir que el relato que
realiza la autora, rico en descripciones y lleno de
pasión, nos transporta al momento descrito con una
precisión y un realismo
sorprendentes.
La historia de los buscadores de oro, sus sueños
y frustraciones ha sido tratada en muchas oportunidades en obras
literarias y cinematográficas, pero lo que más nos
maravilló en esta obra es la conexión y el
paralelismo que hace Isabel Allende entre la ficción y la
realidad especialmente con la persona de Joaquín
Murieta.
Nosotros no llegamos a conocer al personaje y sin
embargo está presente en todo el relato. La
descripción que de él realiza la protagonista,
Eliza, nos marca su
crecimiento y cambio de actitud al
llegar a aquellas tierras.
La vida de todos esos hombres fue tan dura como la que
sufrieron todos los inmigrantes que ha tratado la historia. Los
lugares desconocidos, las diferentes culturas y sobre todo las
dificultades que debían enfrentar para poder cumplir
el sueño por el que se habían
trasladado.
Como ya lo hemos tratado en este trabajo fueron
sólo unos pocos los que realmente lograron obtener oro
fácilmente y muchos otros, ante la adversidad, se
entregaron a la delincuencia.
La novela es sin igual porque a pesar de ser una novela
romántica, desarrolla un contexto histórico de un
modo tal que nos resulta novedoso y atrapante. Todos sus
personajes son representativos de la época; pero los
buscadores de oro y especialmente Joaquín Murieta, son un
reflejo de ellos y por lo tanto podemos decir que esta es una
obra que quedará para siempre en la memoria y
en el corazón de nosotros, sus lectores.
- Allende Isabel; "Hija de la fortuna" Ediciones
Debolsillo; Buenos Aires,
2005 - Biblioteca de Consulta Microsoft
Encarta, 2005. 1993-2004 Microsoft Corporation - Enciclopedia Británica "Barsa", William Benton
Editor, 1974 - Enciclopedia "Lo sé todo", Editorial
Larousse,1962 - Guías visuales Clarín "Los Ángeles y San Francisco", A Dorling
Kindersley Book - Horacio Quiroga, "Cuentos de
amor, locura
y muerte" Clásicos Huemul, Buenos Aires,
1993 - Los libros del viajero "California", El país
Aguilar S.A, 1989 - Nueva Enciclopedia Sopena, Editorial Ramón
Sopena, S.A. - Reader´s Digest, "Hábitos y Costumbres
del Pasado", 1996 - www.clubcultura.com
- www.google.com.ar
- www.memoriachilena.cl
- www.trovadores.net
Citas:
1 ALLENDE, ISABEL; Hija de la fortuna Ediciones
Debolsillo; Buenos Aires, 2005; Pág. 137.
2 Op. Cit.; Pág. 136
3 Op. Cit; Pág 137
4Op. Cit; Pág 250
5 Op. Cit; Pág 250
6 Op. Cit; Pág 350
7 Op. Cit; Pág 255
8 Op. Cit; Pág 350
9 Op. Cit; Pág 351
10 Op. Cit; Pág 291
11 Op. Cit; Pág 241
12 Reader´s Digest, Hábitos y Costumbres
del Pasado, 1996; Pág. 321
13 Op. Cit; Pág 321
14 ALLENDE, ISABEL; Hija de la fortuna Ediciones
Debolsillo; Buenos Aires, 2005; Pág. 309
15 Op. Cit; Pág 332
16 Reader´s Digest, Hábitos y Costumbres
del Pasado, 1996; Pág. 321
17 ALLENDE, ISABEL; Hija de la fortuna Ediciones
Debolsillo; Buenos Aires, 2005; Pág. 292
18 Op. Cit; Pág 298
19 Op. Cit; Pág. 229
20 Op. Cit; Pág. 292
21 Op. Cit; Pág. 308
22 Op. Cit; Pág. 308
23 Op. Cit.; Pág.
24 Op. Cit.; Pág. 354
25 Op. Cit.; Pág. 384
26 Op. Cit.; Pág. 384
27 Op. Cit.; Pág. 385
28 Op. Cit.; Pág. 385
29 Op. Cit.; Pág. 362
31 ALLENDE, ISABEL; Hija de la fortuna Ediciones
Debolsillo; Buenos Aires, 2005; Pág. 265
32 Op. Cit.; Pág. 266
33 Op. Cit; Pág. 243
34 Op. Cit; Pág. 289
35Op. Cit; Pág. 375
36 Op. Cit; Pág. 362
37 Op. Cit.; Pág. 376
38 Op. Cit.; Pág. 394
39 Op. Cit.; Pág. 372
40 Op. Cit.; Pág. 436
41 Op. Cit.; Pág. 376
42 Op. Cit.; Pág. 372
43 Op. Cit.; Pág. 424
44 Op. Cit.; Pág. 437
45 Op. Cit.; Pág. 438
46 Op. Cit.; Pág. 438
Camila Bastard
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