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Buscando el origen




Enviado por miguelandres



    Y se hizo la luz, o mejor
    dicho, la luz se separó de la materia poco
    después del la Gran Explosión. De este momento ya
    hace más de 20.000 millones de años. Es en este
    punto donde empieza nuestra historia, la del universo conocido
    en el que más tarde apareceremos nosotros en
    escena.

    Tan sólo 15.350 millones de años
    después del Big Bang (Hace
    4.650 m.a.), la explosión desde la cual surgiría
    toda la materia, antimateria y cualesquiera partículas que
    forman nuestro universo, comenzó la formación de
    una estrella. Este hecho no tendría mayor trascendencia si
    no fuese porque esa estrella era el Sol, nuestro
    Astro Rey. En aquel entonces el sistema solar era
    un conjunto de basura
    espacial girando alrededor de la recién nacida estrella.
    Polvo y gases a la
    deriva en una órbita elíptica (Fig. 1 y 2). Hasta
    que toda esa materia empezó a entrar en colisión, y
    así empezaron a formarse partículas más
    densas, luego serían pequeños fragmentos, y
    más tarde enormes agrupaciones de roca y metales. La
    gravedad de estos náufragos espaciales empezó a
    interactuar, atrayendo unos contra otros y comenzando a formar lo
    que hoy conocemos como planetas.

    Uno de ellos se formó a una distancia relativa
    del Sol, ni demasiado lejos como para que sus líquidos y
    gases quedasen congelados en la superficie, y tampoco demasiado
    cerca como para que todo lo que hubiese en la superficie fuese
    evaporado por la radiación
    solar. El tamaño de este planeta también fue una
    apasionante coincidencia, ya que no era tan colosal como Saturno,
    cuya gravedad atrapa y condensa sus gases en la superficie, ni
    tan pequeño como Marte, que dejó escapar los gases
    de su atmósfera hace ya unos cuantos miles de
    millones de años.

    La atmósfera se formó poco después
    del nacimiento del planeta, pero su composición era bien
    distinta a la actual. Formada a partir de la expulsión de
    gases del interior, y retenida gracias a la fuerza
    gravitatoria, se componía en su mayor parte por hidrógeno, condiciones favorables
    éstas para la creación de compuestos
    orgánicos prebióticos como los
    aminoácidos, que más adelante darán paso a
    la vida.

    A esta altura es evidente que hablamos de la Tierra.
    Pero no iban a ser éstas las únicas casualidades
    que preparasen al planeta para ser la placa de Petri ideal para
    la vida. Hace unos 4.600 millones de años, cuando nuestro
    planeta todavía era una enorme bola de magma incandescente
    un asteroide del tamaño de Marte colisionó contra
    la superficie. En esta época no había nada que
    destruir, ya que la vida ni siquiera había tenido
    oportunidad de aparecer. Pero este incidente a nivel planetario
    prepararía aún mejor nuestro planeta dando
    así mejores oportunidades para los futuros seres vivos. De
    la gran colisión se desprendió un enorme fragmento
    de la prototierra, quedándose en su órbita hasta
    nuestros días. Así podemos decir que nuestro
    satélite, la Luna, es hija de la Tierra y de un
    asteroide con muy buena puntería.

    Los metales pesados como el hierro, se
    aglomeraron en el interior de la tierra, dando lugar al
    núcleo (Fig. 4). Éste consta de dos parte, un
    núcleo interno sólido y otro externo
    líquido, ambos formados por metal de hierro. Éste
    ultimo es el responsable del magnetismo
    terrestre, como si de una gigantesca dinamo se tratase, el metal
    fundido gira alrededor del núcleo sólido, generando
    un invisible campo protector alrededor de la Tierra. Este hecho
    también es importante para la posterior formación
    de la vida, ya que el campo
    magnético desvía los vientos solares (Fig. 5) y
    algunos tipos de radiación hacia las partes exteriores del
    planeta, protegiendo así a la futura vida de sus nocivos
    efectos.

    En este punto de la historia podemos dejar un poco de
    tranquilidad a la Tierra para que su superficie se vaya
    enfriando, y se cree una superficie sólida que conocemos
    como corteza. Ahora el planeta era una enorme bola de magma
    encerrada en una delgada cáscara de roca. Y como era de
    esperar, el magma era demasiado inquieto como para perder
    protagonismo, y así es como por cualquier fisura en la
    corteza aprovechaba para salir al exterior y formar así
    enormes volcánes. La diferencia que había en aquel
    entonces es que la corteza terrestre era aún tan fina, que
    las erupciones volcánicas se sucedían como algo
    normal por toda la superficie planetaria.

    Todo no era tan malo como puede parecer. Las brechas y
    erupciones ayudaban a extraer el agua en
    forma de vapor que había quedado atrapada en el interior
    terrestre, que al llegar a cierta altura, y gracias a la gravedad
    ni demasiado fuerte, ni demasiado débil de la Tierra, se
    condensaba y caía a la superficie en forma de
    precipitaciones, estamos presenciando en este punto la
    formación de los océanos.

    Este es un buen momento para realizar una pequeña
    recapitulación, ya que en breve sucederá algo de
    vital importancia. Tenemos un universo lleno de espacio y
    compuestos químicos, un sistema solar con
    una estrella, y un planeta a una distancia adecuada de la misma.
    A su vez el tamaño de este planeta también es
    adecuado para la vida. Además cuenta con varios sistemas de
    protección como el magnetismo terrestre, la
    atmósfera y la gravedad de los gigantescos planetas que
    orbitan más allá de la Tierra que desvían
    posibles ataques de asteroides procedentes del exterior del
    sistema estelar. Sin olvidar la función
    lunar, que mantiene la oscilación terrestre ayudando a
    regular el clima.

    La vida, tal y como hoy la conocemos, está basada
    en la química
    del carbono. La
    estructura
    atómica del carbono es ciertamente promiscua,
    característica por la cual tiende a emparejarse a la
    perfección con átomos de diversa índole,
    incluso consigo mismo. Cuatro son los electrones que forman su
    valencia, con lo cual debe ganar otros cuatro electrones para
    completar su estructura de valencia. Esto significa que el
    carbono podrá crear enlaces con otros cuatro
    átomos, y así formar moléculas complejas
    como las proteínas
    y el ADN.

    Además del carbono; el hidrógeno, el
    oxigeno, el
    nitrógeno, el fósforo y el azufre son elementos
    esenciales para la vida, y casualmente, todos estos se daban en
    la superficie terrestre hace unos 3.800 millones de años.
    En cierto modo, la vida en la tierra no es una casualidad, ni una
    espontaneidad de la naturaleza, el
    hecho de que una primera y única célula
    surgiese por generación espontánea es pura ciencia
    ficción. Pero las condiciones que prepararon a la Tierra
    si responde al azar o a la casualidad, el hecho es que estamos
    aquí. Como dijo el premio Nobel Christian de Duve sobre la
    vida, "es una manifestación obligatoria de la materia,
    obligada a surgir siempre que se dan las condiciones apropiadas".
    Con lo cual somos pura química, nada diferencia los
    elementos que dan forma a los seres vivos y la materia
    inerte.

    ¿Si no hubo una primera célula, como
    apareció la vida en la Tierra? La cuestión es
    más complicada que una célula surgiendo
    espontáneamente. Se postulan varias hipótesis acerca del surgimiento de la
    vida. En 1953, Standey L. Miller consiguió sintetizar en
    el laboratorio
    aminoácidos simples, imitando las inclemencias de la
    atmósfera primitiva. Aunque los aminoácidos son
    base esencial de la vida, ya que son el ingrediente para formar
    las proteínas, por si mismos no están vivos.
    También se han encontrado aminoácidos en meteoritos
    caídos recientemente y encerrados en los glaciares
    polares.

    Otra teoría
    acerca del principio de la vida es la que expresa Lynn Margulis,
    y dice que para que exista la vida es necesaria una identidad
    propia que separe al organismo del mundo exterior. Una forma
    sencilla de explicar esta postura es la tendencia química
    que tienen los lípidos a
    la hidrofobia. El ejemplo más simple es la cápsula
    que forma una gota de aceite al caer
    sobre el agua. Este
    mecanismo es el que utiliza la membrana celular para separarse
    del mundo exterior, un lado hidrófobo y otro
    hidrófilo.

    Una postura un tanto controvertida, pero no por eso
    menos válida, es la de Richard Dowkins, que postula que lo
    primero de todo fue el ADN. Mares de moléculas de ADN
    desnudas, luchando por la supervivencia y desplazando a las
    moléculas menos aptas.

    Cualquiera de las hipótesis puede
    ser la correcta, o incluso ninguna de ellas, a no ser que
    descubramos la forma de viajar en el tiempo nunca
    podremos saberlo con certeza. Con lo cual tan solo podemos sacar
    conjeturas acerca de lo que pasó. Que todas las
    circunstancias se hubiesen dado al mismo tiempo para luego unirse
    y formar una célula simple, también sería
    una hipótesis plausible.

    Entonces no hubo una primera célula madre, la
    vida comenzó en los mares primigenios como
    culminación de un orden químico. Pero es posible
    que en los comienzos la vida se hubiese formado y extinguido en
    diversas ocasiones.

    Ahora las primeras formas de vida, las bacterias
    (Fig. 6), nadaban a sus anchas en las cálidas aguas poco
    profundas del arqueense transformando su entorno. A la vista del
    hombre, tan
    sólo serían pestilentes manchas marrones o verdosas
    en la superficie del agua, pero eran mucho más que eso:
    nuestros antepasados.

    Algunas de las bacterias que comparten el planeta con
    nosotros hoy en día, poco han cambiado su forma de vida a
    la de los microorganismos primigenios, pero bien es cierto, que
    las bacterias son muy eficaces en lo que a la supervivencia se
    refiere, y cuando un organismo es efectivo para sobrevivir en su
    entorno, a penas necesita cambio. Otras
    bacterias si necesitaban cambiar debido a la, cada vez mayor,
    falta de recursos. Fue
    entonces cuando la escasez de
    hidrógeno dio paso a la fotosíntesis. Éste tipo de metabolismo,
    utiliza la luz solar, el dióxido de carbono y el agua para
    conseguir energía, y desprende como residuo oxígeno. La atmósfera primigenia
    nada tenía que ver con la que hoy conocemos, el
    oxígeno era casi inexistente, la mayor parte del
    oxígeno que había en la superficie, se encontraba
    en forma de agua.

    Poco a poco, y gracias a la fotosíntesis el oxígeno se fue
    acumulando en la atmósfera. Una noticia bastante
    pésima para los organismos microscópicos que
    habitaban la Tierra por aquel entonces, ya que el oxígeno
    es muy reactivo y por lo tanto mortal para ellos. Hoy
    todavía podemos encontrar muchos organismos anaerobios,
    como por ejemplo Clostridium tetani, la bacteria causante del
    tétanos, que prolifera en el interior de las heridas lejos
    del alcance del fatal oxígeno.

    Al principio el oxígeno empezó
    acumulándose en las capas más altas de la
    atmósfera, en forma de O3, dando lugar a la capa de Ozono,
    que devuelve al espacio gran cantidad de la temida
    radiación solar. Pero llegó un punto en el que la
    atmósfera no soportaba más oxígeno y si los
    microorganismos querían segur sobreviviendo sin estar
    confinados al fondo marino, tenía que hacer un nuevo
    invento metabólico que les protegiese del efecto letal del
    gas. Y
    así fue, lejos de protegerse de él, lo utilizaron
    como fuente de energía, aquí nació la
    respiración.

    Es curioso el hecho por el cual tardó menos en
    darse el paso de lo inanimado a lo vivo, que de las células
    procariotas –sin núcleo (Fig. 7)– a las
    eucariotas –con núcleo (Fig. 8)–. Fue a partir
    del eón proterozoico (hace 1.300 m.a.) cuando se empieza a
    tener constancia de los primeros organismos eucariotas. Es
    aquí donde entra en escena una de las teorías
    más fantásticas de la historia de la evolución: la endosimbiosis. Algunas
    bacterias consiguieron respirar, sin embargo otras no, con lo
    cual estaban condenadas a vivir fuera del alcance del
    oxígeno. Pero al parecer, algunas de estas bacterias,
    intentaron devorar y digerir sin éxito a
    bacterias respiradoras. Una bacteria un tanto indigesta, ya que
    ésta seguía viva en su interior y le
    confería una ventaja que antes no tenía: la
    respiración. Desde el momento en el que ambos individuos
    se hacen indispensables el uno para el otro –cuándo
    la supervivencia es imposible sin ambos– lo denominamos
    simbiogénesis. Al principio esta hipótesis fue muy
    controvertida y discutida por la comunidad
    científica, pero hoy en día ya nadie duda acerca de
    esto. La mejor prueba viviente es la mitocóndria celular
    –orgánulo con el que respiran todas las
    células eucariotas– que dispone de su propio
    material genético que está más estrechamente
    relacionado con el bacteriano que con el de sus células.
    También la forma de reproducción de la mitocóntria es
    más cercanas a la bacteriana, y se da en un momento
    diferente al del resto de la
    célula.

    Es posible que para formar el núcleo de las
    células eucariotas, se diese un proceso
    endosimbiótico parecido. Sin duda, el proceso que dio
    lugar a los cloroplástos (orgánulo
    fotosintético de las células vegetales) tiene el
    mismo origen que el de las mitocóndrias.

    Es maravilloso que la simbiosis entre organismos diese
    paso a nuevos individuos con nuevas y mejores
    características. Nunca sabremos el orden, ni las
    combinaciones concretas pero si que podemos especular sobre
    ellas. Por ejemplo una espiroqueta (bacteria en forma de gusano)
    en simbiosis con otra bacteria mayor puede conferirle la
    capacidad desplazarse (como un espermatozoide) para encontrar
    lugares con mayor cantidad de nutrientes, o huir de un
    depredador, a cambio la otra célula podría
    alimentar a su simbionte.

    De esta forma es como vemos la transición de los
    organismos unicelulares a los pluricelulares, y consiguientemente
    a hongos, animales y
    plantas.

    La célula nucleada, dio lugar también a
    una nueva forma de reproducción. Hasta ahora, las
    bacterias lo hacía por mitosis o
    bipartición, esto es que una sola célula duplicaba
    su tamaño y se dividía en dos, también
    podemos llamarlo clonación, ya que el resultados son dos
    individuos genéticamente iguales. La nueva forma de
    reproducción fue el sexo, para el
    cual hacían falta dos individuos que combinasen su
    material genético para dar lugar a un tercero con la mitad
    de dicho material de parte de un progenitor y la otra mitad por
    parte del otro.

    Este es un buen momento para hacer un alto en el camino
    de la evolución hacia el ser humano y explicar de manera
    sencilla algunos principios de la
    genética.
    El ADN o ácido desoxiribonucleico es la
    macromolécula que lleva el material genético de
    todo ser vivo. En las bacterias se encuentra flotando por el
    citoplasma, así le confiere la ventaja de hacer
    intercambios genéticos horizontales. Esto significa que
    puede intercambiar material genético con otras bacterias,
    vivas o muertas y modificar características
    metabólicas. En las células eucariotas (las
    nuestras) el ADN está encerrado en el núcleo y
    empaquetado en cromosomas (Fig.
    9), con lo cual el intercambio genético sólo se
    hace de manera vertical, o de padres a hijos. En el caso de los
    humanos existen cuarenta y seis cromosomas agrupados es
    veintitrés pares, uno por parte de cada
    progenitor.

    La función del ADN es bien sencilla: sintetizar
    proteínas. Las proteínas son moléculas
    orgánicas formadas a su vez por aminoácidos. Tan
    sólo existen veintiún tipos de aminoácidos,
    que se combinan de las más diversas formas para formar las
    proteínas que más tarde tendrán una
    función específica en el organismo. Ejemplos de
    proteínas son la hemoglobina, que es la que da el color rojo a la
    sangre y
    transporta el oxígeno por todo el cuerpo, o la queratina
    con la que se forman las uñas y el pelo.

    Pero lo que hace tan maravilloso al ADN es su
    espectacular forma de duplicarse a si mismo. Por decirlo de un
    modo sencillo, el lenguaje
    del ADN es una especie de código
    morse, en vez de un punto y una raya tenemos cuatro
    nucleótidos: A, G, C y T. Éstos a su vez se
    combinan en tripletes, o grupos de tres
    letras, si codifican proteínas se llaman codones, y cada
    codón tiene como correspondencia un aminoácido.
    Setenta y cuatro son los tripletes posibles, combinando los
    cuatro nucleótidos tomados de tres en tres con
    repetición. Como sólo existen veintiún tipos
    de aminoácidos es obvio que hay varios tripletes que
    corresponden a un mismo aminoácido. La cadena del ADN es
    doble, esto quiere decir que la Adenina –A– siempre
    va emparejada con la Tinina –T–, y la Guanina
    –G– con la Citosina –C– (Fig. 10). Esto
    es un par de bases, de este modo cuando las dos espirales se
    separen para formar cuatro, siempre sabrá que letra tiene
    que aderirse a su pareja. Un gen está formado por un gran
    grupo de pares
    de bases, divididos por codones, que son el código que
    luego se transformará en una proteína que
    tendrá una función específica en el
    organismo.

    Las células nucleadas disponen de un par de genes
    para la misma función, uno por parte del padre y otro por
    parte de la madre. El gen dominante establecerá la
    característica frente al gen recesivo. De este modo un gen
    defectuoso siempre puede ser sustituido por su alelo (o gen
    homólogo).

    Las pequeñas mutaciones, generalmente suelen dar
    como resultado organismo enfermos, y en otras ocasiones, no
    tienen ninguna trascendencia. Pero tras miles y millones de
    años de evolución esas mutaciones a veces ofrecen
    ventajas evolutivas. A esto se le llama neodarwinismo, cosa que
    veremos más adelante.

    La era de los animales y la plantas comenzó hace
    580 millones de años, pero la mayor parte de ellos eran de
    cuerpo blando y no han dejado prácticamente ningún
    fósil. Es en el cámbrico cuando empieza el auge y
    diversificación las formas de vida, y lo mas importante, a
    utilizar el calcio, que se acumulaba como material de desecho
    igual que en otros tiempos lo hacía el oxígeno.
    Para nosotros es importante la utilización del calcio en
    los animales del cámbrico, ya que es este elemento el que
    ayuda a fosilizar estructuras
    compuesta por él.

    Después del período cámbrico se
    sucedieron todo tipo de organismos que hoy ya conocemos como los
    peces
    mandibulados, peces óseos, reptiles e insectos. De los
    reptiles surgió una estirpe que dominó todo el
    mesozoico desde 245 hasta 66 millones de años
    atrás: los dinosaurios.
    Durante su reinado disfrutaron de las más diversas formas
    y ventajas evolutivas, pero una de ellas, su tamaño, iba a
    propinarles una mala pasada. Hade unos 65 millones de
    años, en el golfo de Méjico impactó un
    asteroide destruyendo todo tipo de vida a centenares de
    kilómetros a la redonda, y cambiando el clima terrestre.
    Toda la atmósfera quedó cubierta por cenizas, las
    plantas ya no podían realizar la fotosíntesis y los animales más
    grandes no sobrevivieron a la escasez de alimento.

    Sin embargo esta catastrófica extinción,
    dejó un espacio libre a otra nueva estirpe que
    dominará la Tierra hasta nuestros días: los
    mamíferos –en sus orígenes
    pequeños roedores de sangre caliente que aprovechaban la
    noche para alimentarse– dejaron de tener grandes
    depredadores. Esto les dio paso para poder
    evolucionar hasta todas las formas de mamíferos que
    conocemos hoy en día.

    ¿Cómo es posible que de un pequeño
    roedor surgiese la especie humana? La respuesta a esto la
    encontramos en la teoría de la evolución de
    Darwin. La
    evolución no tiene objetivos, el
    hecho de que un organismo pase de una forma a otra viene dada
    gracias a la selección
    natural. Para que un organismo diverja de otro es necesario un
    aislamiento geográfico. De esto se dio cuenta Darwin en su
    viaje a bordo del Beagle, allá por la década de
    1830. Tras estudiar la flora y la fauna de las
    Galápagos llegó a la conclusión de que esos
    organismos eran descendientes de especies ya conocidas en los
    continentes, pero con modificaciones sustanciales.

    ¿Qué había pasado?
    ¿Porqué aquellos organismos se habían
    alejado evolutivamente de sus parientes continentales? El
    archipiélago de las Galápagos es de origen
    volcánico, y tiene una edad relativamente corta, con lo
    cual, cuando éste se formó era un nicho
    ecológico virgen. Los animales y plantas que hoy habitan
    esas islas, fueron en otros tiempos náufragos de las
    mareas o el viento que dieron paso a nuevas especies. Ya que el
    nuevo entorno en el que habitaban era diferente, las
    modificaciones que sufrirían también lo fueron con
    respecto a sus antepasados continentales.

    Un ejemplo claro es el tamaño y la forma de los
    picos de los pinzones de las Galápagos. Éste viene
    dado por el tipo de alimentación que
    lleva cada uno de los grupos de aves, en cada
    una de las diferentes islas. Como podemos apreciar en la imagen (Fig. 11),
    cada uno de los picos está adaptado con una función
    concreta.

    Otro ejemplo es el de las iguanas de las
    Galápagos, que tuvieron que adaptarse a un medio
    acuático para poder acceder al alimento de los arrecifes,
    ya que en tierra firme la vegetación era prácticamente
    inexistente. Aún así, la evolución no es
    algo que lleve a cabo un organismo sólo, sino que todos
    los seres vivos de un ecosistema
    coevolucionan los unos con respecto a los otros. Un buen ejemplo
    es el del leotardo y la gacela. Las gacelas más
    rápidas logran escapar de las voraces fauces del
    depredador y así consigue dejar más descendencia
    que las gacelas más lentas. A su vez, los leopardos
    más rápidos obtienen más y mejores piezas y
    alimentar así mejor a su prole, teniendo más
    oportunidades de que sus genes reemplacen a los de sus
    congéneres más lentos. Con lo cual, los genes de la
    velocidad son
    seleccionados en igual media tanto en el depredador como en la
    presa, así ambos organismo coevolucionan para dar como
    resultado individuos más veloces.

    Y los humanos, cómo hemos llegado a ser lo que
    somos. El antepasado más antiguo conocido del hombre, el
    Ardiphitecus Ramidus, disfrutaba de una vida arborícola en
    el África Oriental. Esta especie de simio antropomorfo
    presentaba una gran serie de similitudes con respecto a los monos
    actuales. Pero a finales del Mioceno, hace unos 5 millones de
    años, es donde empezaría la carrera de la
    evolución hacia el hombre. Un
    repentino cambio climático reconfiguró la
    vegetación existente en África, desplazando los
    frondosos bosques por extensas sabanas. Como ya hemos mencionado
    en varias ocasiones, esos simios tenían dos opciones: o se
    adaptaban al nuevo entorno o perecían.

    ¿Cuál el la característica
    más importante en el ser humano? ¿Su cerebro, su mano
    prensil, su bipedestración…? En realidad es todo el
    conjunto. Por ejemplo los delfines
    tienen un cerebro bastante bien desarrollado, pero sin embargo no
    pueden asir objetos ni manipularlos. Los canguros australianos
    son bípedos, pero su capacidad cerebral deja demasiado que
    desear. Los monos antropomorfos (Fig. 13) actuales tienen manos
    prensiles, pero no llegan a ser tan precisas como las nuestras.
    Además, por ellos mismos sólo son capaces de
    realizar tareas sencillas con sus manos, son inteligentes, pero
    no lo demasiado.

    Entonces todo empezó saliendo de los bosques,
    cuando había que recorrer grandes extensiones de terreno
    para buscar alimento y refugio y tener las extremidades
    superiores libres para asir objetos y a sus crías: esto
    les era ventajoso. Los ahora Australopitecinos (Fig. 15), ya eran
    bípedos. Sus manos, aunque no tan precisas como las
    nuestras, ya les ayudaban en diversas labores, como por ejemplo
    algo tan simple como lanzar una piedra. Esto era muy útil
    tanto para protegerse de los depredadores, como para robarles su
    merecida caza. Ahora tenían acceso a la carne y a su
    preciada y nutritiva proteína. Los animales
    herbívoros necesitan un aparato digestivo
    muy largo y complicado para poder descomponer toda la materia
    orgánica y así digerirla. Al incluir en su dieta
    las proteínas animales, su aparato digestivo fue
    disminuyendo y simplificándose, dejando vía libre
    al desarrollo de
    otros órganos como el encéfalo.

    Así que los homínidos, hace 2 millones de
    años ya eran bípedos, disponía de unas manos
    prensiles bastante desarrolladas, y un cerebro en plena fase de
    expansión. Es aquí donde el cerebro
    culminaría su desarrollo gracias a la cultura. La
    caza, la construcción de armas, la
    tecnología, el desarrollo del lenguaje, son
    algunos de los factores que harían evolucionar al
    órgano del pensamiento.
    Los mejores comunicadores organizarían mejor las
    cacerías, además, si tenían mejores armas,
    tendrían más posibilidades de caza para sobrevivir
    y perpetuar sus genes. Con lo cual, la selección natural,
    escogería a los homínidos más inteligentes y
    mejor adaptados.

    En la actualidad la única especie del género
    homo, el hombre, no sólo está totalmente adaptado a
    su entorno, sino que adapta el entorno a sus propias necesidades.
    Existen menos diferencias entre el hombre y un lince
    ibérico, que entre el felino y una bacteria. Con esto
    intento romper el mito
    antropocéntrico de que el hombre es el centro de todo, y
    que es la culminación de la evolución, la
    perfección. De hecho, si hemos de encontrar animales
    evolutivamente perfectos, debemos buscar en otro sitio. Los
    cocodrilos, son animales que no han modificado a penas su
    organismo en millones de años. Ellos ya existían
    antes que los dinosaurios y ahora están aquí con
    nosotros. Si no han necesitado cambio en todo este tiempo
    será porque han conseguido una supremacía
    evolutiva. Pero esto no significa que vaya a durar
    eternamente.

    El hombre algún día desaparecerá, o
    bien extinguiendose como el 99,9% de todas las formas de vida que
    han existido en la Tierra a lo largo de 3800 millones de
    años, o bien evolucionará a una nueva especie. Pero
    para que eso suceda debe pasar mucho tiempo aún, al menos
    unos cuantos millones de años, momento en el que no
    estaremos para presenciarlo. Todo esto suponiendo que el hombre
    no evolucione de forma artificial, seleccionando deliberadamente
    sus genes, pero eso ya no es evolución, sino
    selección artificial, y si es llevada al extremo, como en
    el caso del nazismo se
    denominaría eugenesia.

    Nuestro Sol está a la mitad de su vida. Dentro de
    4000 millones de años, si todavía seguimos en la
    Tierra, el Sol aumentará su tamaño convirtiendose
    en una Gigante Roja abrasando todo lo que encuentre a su paso,
    incluido el Sistema Solar. Pero antes de esto ya habremos tenido
    muchas posibilidades de extinguirnos con la colisión de un
    asteroide, por ejemplo. A lo largo de la vida en la Tierra, la
    extinciones masivas han formado parte del ciclo vital y como
    hemos visto, algunas de ellas las hemos usado en nuestro
    beneficio, aún sin saberlo. La quinta extinción
    está por llegar. Y quién sabe, quizá el
    nicho ecológico que deje el hombre ofrece la posibilidad a
    otra especie para evolucionar como vida inteligente.

    © Miguel Andrés Vicente

    2005

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