Y se hizo la luz, o mejor
dicho, la luz se separó de la materia poco
después del la Gran Explosión. De este momento ya
hace más de 20.000 millones de años. Es en este
punto donde empieza nuestra historia, la del universo conocido
en el que más tarde apareceremos nosotros en
escena.
Tan sólo 15.350 millones de años
después del Big Bang (Hace
4.650 m.a.), la explosión desde la cual surgiría
toda la materia, antimateria y cualesquiera partículas que
forman nuestro universo, comenzó la formación de
una estrella. Este hecho no tendría mayor trascendencia si
no fuese porque esa estrella era el Sol, nuestro
Astro Rey. En aquel entonces el sistema solar era
un conjunto de basura
espacial girando alrededor de la recién nacida estrella.
Polvo y gases a la
deriva en una órbita elíptica (Fig. 1 y 2). Hasta
que toda esa materia empezó a entrar en colisión, y
así empezaron a formarse partículas más
densas, luego serían pequeños fragmentos, y
más tarde enormes agrupaciones de roca y metales. La
gravedad de estos náufragos espaciales empezó a
interactuar, atrayendo unos contra otros y comenzando a formar lo
que hoy conocemos como planetas.
Uno de ellos se formó a una distancia relativa
del Sol, ni demasiado lejos como para que sus líquidos y
gases quedasen congelados en la superficie, y tampoco demasiado
cerca como para que todo lo que hubiese en la superficie fuese
evaporado por la radiación
solar. El tamaño de este planeta también fue una
apasionante coincidencia, ya que no era tan colosal como Saturno,
cuya gravedad atrapa y condensa sus gases en la superficie, ni
tan pequeño como Marte, que dejó escapar los gases
de su atmósfera hace ya unos cuantos miles de
millones de años.
La atmósfera se formó poco después
del nacimiento del planeta, pero su composición era bien
distinta a la actual. Formada a partir de la expulsión de
gases del interior, y retenida gracias a la fuerza
gravitatoria, se componía en su mayor parte por hidrógeno, condiciones favorables
éstas para la creación de compuestos
orgánicos prebióticos como los
aminoácidos, que más adelante darán paso a
la vida.
A esta altura es evidente que hablamos de la Tierra.
Pero no iban a ser éstas las únicas casualidades
que preparasen al planeta para ser la placa de Petri ideal para
la vida. Hace unos 4.600 millones de años, cuando nuestro
planeta todavía era una enorme bola de magma incandescente
un asteroide del tamaño de Marte colisionó contra
la superficie. En esta época no había nada que
destruir, ya que la vida ni siquiera había tenido
oportunidad de aparecer. Pero este incidente a nivel planetario
prepararía aún mejor nuestro planeta dando
así mejores oportunidades para los futuros seres vivos. De
la gran colisión se desprendió un enorme fragmento
de la prototierra, quedándose en su órbita hasta
nuestros días. Así podemos decir que nuestro
satélite, la Luna, es hija de la Tierra y de un
asteroide con muy buena puntería.
Los metales pesados como el hierro, se
aglomeraron en el interior de la tierra, dando lugar al
núcleo (Fig. 4). Éste consta de dos parte, un
núcleo interno sólido y otro externo
líquido, ambos formados por metal de hierro. Éste
ultimo es el responsable del magnetismo
terrestre, como si de una gigantesca dinamo se tratase, el metal
fundido gira alrededor del núcleo sólido, generando
un invisible campo protector alrededor de la Tierra. Este hecho
también es importante para la posterior formación
de la vida, ya que el campo
magnético desvía los vientos solares (Fig. 5) y
algunos tipos de radiación hacia las partes exteriores del
planeta, protegiendo así a la futura vida de sus nocivos
efectos.
En este punto de la historia podemos dejar un poco de
tranquilidad a la Tierra para que su superficie se vaya
enfriando, y se cree una superficie sólida que conocemos
como corteza. Ahora el planeta era una enorme bola de magma
encerrada en una delgada cáscara de roca. Y como era de
esperar, el magma era demasiado inquieto como para perder
protagonismo, y así es como por cualquier fisura en la
corteza aprovechaba para salir al exterior y formar así
enormes volcánes. La diferencia que había en aquel
entonces es que la corteza terrestre era aún tan fina, que
las erupciones volcánicas se sucedían como algo
normal por toda la superficie planetaria.
Todo no era tan malo como puede parecer. Las brechas y
erupciones ayudaban a extraer el agua en
forma de vapor que había quedado atrapada en el interior
terrestre, que al llegar a cierta altura, y gracias a la gravedad
ni demasiado fuerte, ni demasiado débil de la Tierra, se
condensaba y caía a la superficie en forma de
precipitaciones, estamos presenciando en este punto la
formación de los océanos.
Este es un buen momento para realizar una pequeña
recapitulación, ya que en breve sucederá algo de
vital importancia. Tenemos un universo lleno de espacio y
compuestos químicos, un sistema solar con
una estrella, y un planeta a una distancia adecuada de la misma.
A su vez el tamaño de este planeta también es
adecuado para la vida. Además cuenta con varios sistemas de
protección como el magnetismo terrestre, la
atmósfera y la gravedad de los gigantescos planetas que
orbitan más allá de la Tierra que desvían
posibles ataques de asteroides procedentes del exterior del
sistema estelar. Sin olvidar la función
lunar, que mantiene la oscilación terrestre ayudando a
regular el clima.
La vida, tal y como hoy la conocemos, está basada
en la química
del carbono. La
estructura
atómica del carbono es ciertamente promiscua,
característica por la cual tiende a emparejarse a la
perfección con átomos de diversa índole,
incluso consigo mismo. Cuatro son los electrones que forman su
valencia, con lo cual debe ganar otros cuatro electrones para
completar su estructura de valencia. Esto significa que el
carbono podrá crear enlaces con otros cuatro
átomos, y así formar moléculas complejas
como las proteínas
y el ADN.
Además del carbono; el hidrógeno, el
oxigeno, el
nitrógeno, el fósforo y el azufre son elementos
esenciales para la vida, y casualmente, todos estos se daban en
la superficie terrestre hace unos 3.800 millones de años.
En cierto modo, la vida en la tierra no es una casualidad, ni una
espontaneidad de la naturaleza, el
hecho de que una primera y única célula
surgiese por generación espontánea es pura ciencia
ficción. Pero las condiciones que prepararon a la Tierra
si responde al azar o a la casualidad, el hecho es que estamos
aquí. Como dijo el premio Nobel Christian de Duve sobre la
vida, "es una manifestación obligatoria de la materia,
obligada a surgir siempre que se dan las condiciones apropiadas".
Con lo cual somos pura química, nada diferencia los
elementos que dan forma a los seres vivos y la materia
inerte.
¿Si no hubo una primera célula, como
apareció la vida en la Tierra? La cuestión es
más complicada que una célula surgiendo
espontáneamente. Se postulan varias hipótesis acerca del surgimiento de la
vida. En 1953, Standey L. Miller consiguió sintetizar en
el laboratorio
aminoácidos simples, imitando las inclemencias de la
atmósfera primitiva. Aunque los aminoácidos son
base esencial de la vida, ya que son el ingrediente para formar
las proteínas, por si mismos no están vivos.
También se han encontrado aminoácidos en meteoritos
caídos recientemente y encerrados en los glaciares
polares.
Otra teoría
acerca del principio de la vida es la que expresa Lynn Margulis,
y dice que para que exista la vida es necesaria una identidad
propia que separe al organismo del mundo exterior. Una forma
sencilla de explicar esta postura es la tendencia química
que tienen los lípidos a
la hidrofobia. El ejemplo más simple es la cápsula
que forma una gota de aceite al caer
sobre el agua. Este
mecanismo es el que utiliza la membrana celular para separarse
del mundo exterior, un lado hidrófobo y otro
hidrófilo.
Una postura un tanto controvertida, pero no por eso
menos válida, es la de Richard Dowkins, que postula que lo
primero de todo fue el ADN. Mares de moléculas de ADN
desnudas, luchando por la supervivencia y desplazando a las
moléculas menos aptas.
Cualquiera de las hipótesis puede
ser la correcta, o incluso ninguna de ellas, a no ser que
descubramos la forma de viajar en el tiempo nunca
podremos saberlo con certeza. Con lo cual tan solo podemos sacar
conjeturas acerca de lo que pasó. Que todas las
circunstancias se hubiesen dado al mismo tiempo para luego unirse
y formar una célula simple, también sería
una hipótesis plausible.
Entonces no hubo una primera célula madre, la
vida comenzó en los mares primigenios como
culminación de un orden químico. Pero es posible
que en los comienzos la vida se hubiese formado y extinguido en
diversas ocasiones.
Ahora las primeras formas de vida, las bacterias
(Fig. 6), nadaban a sus anchas en las cálidas aguas poco
profundas del arqueense transformando su entorno. A la vista del
hombre, tan
sólo serían pestilentes manchas marrones o verdosas
en la superficie del agua, pero eran mucho más que eso:
nuestros antepasados.
Algunas de las bacterias que comparten el planeta con
nosotros hoy en día, poco han cambiado su forma de vida a
la de los microorganismos primigenios, pero bien es cierto, que
las bacterias son muy eficaces en lo que a la supervivencia se
refiere, y cuando un organismo es efectivo para sobrevivir en su
entorno, a penas necesita cambio. Otras
bacterias si necesitaban cambiar debido a la, cada vez mayor,
falta de recursos. Fue
entonces cuando la escasez de
hidrógeno dio paso a la fotosíntesis. Éste tipo de metabolismo,
utiliza la luz solar, el dióxido de carbono y el agua para
conseguir energía, y desprende como residuo oxígeno. La atmósfera primigenia
nada tenía que ver con la que hoy conocemos, el
oxígeno era casi inexistente, la mayor parte del
oxígeno que había en la superficie, se encontraba
en forma de agua.
Poco a poco, y gracias a la fotosíntesis el oxígeno se fue
acumulando en la atmósfera. Una noticia bastante
pésima para los organismos microscópicos que
habitaban la Tierra por aquel entonces, ya que el oxígeno
es muy reactivo y por lo tanto mortal para ellos. Hoy
todavía podemos encontrar muchos organismos anaerobios,
como por ejemplo Clostridium tetani, la bacteria causante del
tétanos, que prolifera en el interior de las heridas lejos
del alcance del fatal oxígeno.
Al principio el oxígeno empezó
acumulándose en las capas más altas de la
atmósfera, en forma de O3, dando lugar a la capa de Ozono,
que devuelve al espacio gran cantidad de la temida
radiación solar. Pero llegó un punto en el que la
atmósfera no soportaba más oxígeno y si los
microorganismos querían segur sobreviviendo sin estar
confinados al fondo marino, tenía que hacer un nuevo
invento metabólico que les protegiese del efecto letal del
gas. Y
así fue, lejos de protegerse de él, lo utilizaron
como fuente de energía, aquí nació la
respiración.
Es curioso el hecho por el cual tardó menos en
darse el paso de lo inanimado a lo vivo, que de las células
procariotas –sin núcleo (Fig. 7)– a las
eucariotas –con núcleo (Fig. 8)–. Fue a partir
del eón proterozoico (hace 1.300 m.a.) cuando se empieza a
tener constancia de los primeros organismos eucariotas. Es
aquí donde entra en escena una de las teorías
más fantásticas de la historia de la evolución: la endosimbiosis. Algunas
bacterias consiguieron respirar, sin embargo otras no, con lo
cual estaban condenadas a vivir fuera del alcance del
oxígeno. Pero al parecer, algunas de estas bacterias,
intentaron devorar y digerir sin éxito a
bacterias respiradoras. Una bacteria un tanto indigesta, ya que
ésta seguía viva en su interior y le
confería una ventaja que antes no tenía: la
respiración. Desde el momento en el que ambos individuos
se hacen indispensables el uno para el otro –cuándo
la supervivencia es imposible sin ambos– lo denominamos
simbiogénesis. Al principio esta hipótesis fue muy
controvertida y discutida por la comunidad
científica, pero hoy en día ya nadie duda acerca de
esto. La mejor prueba viviente es la mitocóndria celular
–orgánulo con el que respiran todas las
células eucariotas– que dispone de su propio
material genético que está más estrechamente
relacionado con el bacteriano que con el de sus células.
También la forma de reproducción de la mitocóntria es
más cercanas a la bacteriana, y se da en un momento
diferente al del resto de la
célula.
Es posible que para formar el núcleo de las
células eucariotas, se diese un proceso
endosimbiótico parecido. Sin duda, el proceso que dio
lugar a los cloroplástos (orgánulo
fotosintético de las células vegetales) tiene el
mismo origen que el de las mitocóndrias.
Es maravilloso que la simbiosis entre organismos diese
paso a nuevos individuos con nuevas y mejores
características. Nunca sabremos el orden, ni las
combinaciones concretas pero si que podemos especular sobre
ellas. Por ejemplo una espiroqueta (bacteria en forma de gusano)
en simbiosis con otra bacteria mayor puede conferirle la
capacidad desplazarse (como un espermatozoide) para encontrar
lugares con mayor cantidad de nutrientes, o huir de un
depredador, a cambio la otra célula podría
alimentar a su simbionte.
De esta forma es como vemos la transición de los
organismos unicelulares a los pluricelulares, y consiguientemente
a hongos, animales y
plantas.
La célula nucleada, dio lugar también a
una nueva forma de reproducción. Hasta ahora, las
bacterias lo hacía por mitosis o
bipartición, esto es que una sola célula duplicaba
su tamaño y se dividía en dos, también
podemos llamarlo clonación, ya que el resultados son dos
individuos genéticamente iguales. La nueva forma de
reproducción fue el sexo, para el
cual hacían falta dos individuos que combinasen su
material genético para dar lugar a un tercero con la mitad
de dicho material de parte de un progenitor y la otra mitad por
parte del otro.
Este es un buen momento para hacer un alto en el camino
de la evolución hacia el ser humano y explicar de manera
sencilla algunos principios de la
genética.
El ADN o ácido desoxiribonucleico es la
macromolécula que lleva el material genético de
todo ser vivo. En las bacterias se encuentra flotando por el
citoplasma, así le confiere la ventaja de hacer
intercambios genéticos horizontales. Esto significa que
puede intercambiar material genético con otras bacterias,
vivas o muertas y modificar características
metabólicas. En las células eucariotas (las
nuestras) el ADN está encerrado en el núcleo y
empaquetado en cromosomas (Fig.
9), con lo cual el intercambio genético sólo se
hace de manera vertical, o de padres a hijos. En el caso de los
humanos existen cuarenta y seis cromosomas agrupados es
veintitrés pares, uno por parte de cada
progenitor.
La función del ADN es bien sencilla: sintetizar
proteínas. Las proteínas son moléculas
orgánicas formadas a su vez por aminoácidos. Tan
sólo existen veintiún tipos de aminoácidos,
que se combinan de las más diversas formas para formar las
proteínas que más tarde tendrán una
función específica en el organismo. Ejemplos de
proteínas son la hemoglobina, que es la que da el color rojo a la
sangre y
transporta el oxígeno por todo el cuerpo, o la queratina
con la que se forman las uñas y el pelo.
Pero lo que hace tan maravilloso al ADN es su
espectacular forma de duplicarse a si mismo. Por decirlo de un
modo sencillo, el lenguaje
del ADN es una especie de código
morse, en vez de un punto y una raya tenemos cuatro
nucleótidos: A, G, C y T. Éstos a su vez se
combinan en tripletes, o grupos de tres
letras, si codifican proteínas se llaman codones, y cada
codón tiene como correspondencia un aminoácido.
Setenta y cuatro son los tripletes posibles, combinando los
cuatro nucleótidos tomados de tres en tres con
repetición. Como sólo existen veintiún tipos
de aminoácidos es obvio que hay varios tripletes que
corresponden a un mismo aminoácido. La cadena del ADN es
doble, esto quiere decir que la Adenina –A– siempre
va emparejada con la Tinina –T–, y la Guanina
–G– con la Citosina –C– (Fig. 10). Esto
es un par de bases, de este modo cuando las dos espirales se
separen para formar cuatro, siempre sabrá que letra tiene
que aderirse a su pareja. Un gen está formado por un gran
grupo de pares
de bases, divididos por codones, que son el código que
luego se transformará en una proteína que
tendrá una función específica en el
organismo.
Las células nucleadas disponen de un par de genes
para la misma función, uno por parte del padre y otro por
parte de la madre. El gen dominante establecerá la
característica frente al gen recesivo. De este modo un gen
defectuoso siempre puede ser sustituido por su alelo (o gen
homólogo).
Las pequeñas mutaciones, generalmente suelen dar
como resultado organismo enfermos, y en otras ocasiones, no
tienen ninguna trascendencia. Pero tras miles y millones de
años de evolución esas mutaciones a veces ofrecen
ventajas evolutivas. A esto se le llama neodarwinismo, cosa que
veremos más adelante.
La era de los animales y la plantas comenzó hace
580 millones de años, pero la mayor parte de ellos eran de
cuerpo blando y no han dejado prácticamente ningún
fósil. Es en el cámbrico cuando empieza el auge y
diversificación las formas de vida, y lo mas importante, a
utilizar el calcio, que se acumulaba como material de desecho
igual que en otros tiempos lo hacía el oxígeno.
Para nosotros es importante la utilización del calcio en
los animales del cámbrico, ya que es este elemento el que
ayuda a fosilizar estructuras
compuesta por él.
Después del período cámbrico se
sucedieron todo tipo de organismos que hoy ya conocemos como los
peces
mandibulados, peces óseos, reptiles e insectos. De los
reptiles surgió una estirpe que dominó todo el
mesozoico desde 245 hasta 66 millones de años
atrás: los dinosaurios.
Durante su reinado disfrutaron de las más diversas formas
y ventajas evolutivas, pero una de ellas, su tamaño, iba a
propinarles una mala pasada. Hade unos 65 millones de
años, en el golfo de Méjico impactó un
asteroide destruyendo todo tipo de vida a centenares de
kilómetros a la redonda, y cambiando el clima terrestre.
Toda la atmósfera quedó cubierta por cenizas, las
plantas ya no podían realizar la fotosíntesis y los animales más
grandes no sobrevivieron a la escasez de alimento.
Sin embargo esta catastrófica extinción,
dejó un espacio libre a otra nueva estirpe que
dominará la Tierra hasta nuestros días: los
mamíferos –en sus orígenes
pequeños roedores de sangre caliente que aprovechaban la
noche para alimentarse– dejaron de tener grandes
depredadores. Esto les dio paso para poder
evolucionar hasta todas las formas de mamíferos que
conocemos hoy en día.
¿Cómo es posible que de un pequeño
roedor surgiese la especie humana? La respuesta a esto la
encontramos en la teoría de la evolución de
Darwin. La
evolución no tiene objetivos, el
hecho de que un organismo pase de una forma a otra viene dada
gracias a la selección
natural. Para que un organismo diverja de otro es necesario un
aislamiento geográfico. De esto se dio cuenta Darwin en su
viaje a bordo del Beagle, allá por la década de
1830. Tras estudiar la flora y la fauna de las
Galápagos llegó a la conclusión de que esos
organismos eran descendientes de especies ya conocidas en los
continentes, pero con modificaciones sustanciales.
¿Qué había pasado?
¿Porqué aquellos organismos se habían
alejado evolutivamente de sus parientes continentales? El
archipiélago de las Galápagos es de origen
volcánico, y tiene una edad relativamente corta, con lo
cual, cuando éste se formó era un nicho
ecológico virgen. Los animales y plantas que hoy habitan
esas islas, fueron en otros tiempos náufragos de las
mareas o el viento que dieron paso a nuevas especies. Ya que el
nuevo entorno en el que habitaban era diferente, las
modificaciones que sufrirían también lo fueron con
respecto a sus antepasados continentales.
Un ejemplo claro es el tamaño y la forma de los
picos de los pinzones de las Galápagos. Éste viene
dado por el tipo de alimentación que
lleva cada uno de los grupos de aves, en cada
una de las diferentes islas. Como podemos apreciar en la imagen (Fig. 11),
cada uno de los picos está adaptado con una función
concreta.
Otro ejemplo es el de las iguanas de las
Galápagos, que tuvieron que adaptarse a un medio
acuático para poder acceder al alimento de los arrecifes,
ya que en tierra firme la vegetación era prácticamente
inexistente. Aún así, la evolución no es
algo que lleve a cabo un organismo sólo, sino que todos
los seres vivos de un ecosistema
coevolucionan los unos con respecto a los otros. Un buen ejemplo
es el del leotardo y la gacela. Las gacelas más
rápidas logran escapar de las voraces fauces del
depredador y así consigue dejar más descendencia
que las gacelas más lentas. A su vez, los leopardos
más rápidos obtienen más y mejores piezas y
alimentar así mejor a su prole, teniendo más
oportunidades de que sus genes reemplacen a los de sus
congéneres más lentos. Con lo cual, los genes de la
velocidad son
seleccionados en igual media tanto en el depredador como en la
presa, así ambos organismo coevolucionan para dar como
resultado individuos más veloces.
Y los humanos, cómo hemos llegado a ser lo que
somos. El antepasado más antiguo conocido del hombre, el
Ardiphitecus Ramidus, disfrutaba de una vida arborícola en
el África Oriental. Esta especie de simio antropomorfo
presentaba una gran serie de similitudes con respecto a los monos
actuales. Pero a finales del Mioceno, hace unos 5 millones de
años, es donde empezaría la carrera de la
evolución hacia el hombre. Un
repentino cambio climático reconfiguró la
vegetación existente en África, desplazando los
frondosos bosques por extensas sabanas. Como ya hemos mencionado
en varias ocasiones, esos simios tenían dos opciones: o se
adaptaban al nuevo entorno o perecían.
¿Cuál el la característica
más importante en el ser humano? ¿Su cerebro, su mano
prensil, su bipedestración…? En realidad es todo el
conjunto. Por ejemplo los delfines
tienen un cerebro bastante bien desarrollado, pero sin embargo no
pueden asir objetos ni manipularlos. Los canguros australianos
son bípedos, pero su capacidad cerebral deja demasiado que
desear. Los monos antropomorfos (Fig. 13) actuales tienen manos
prensiles, pero no llegan a ser tan precisas como las nuestras.
Además, por ellos mismos sólo son capaces de
realizar tareas sencillas con sus manos, son inteligentes, pero
no lo demasiado.
Entonces todo empezó saliendo de los bosques,
cuando había que recorrer grandes extensiones de terreno
para buscar alimento y refugio y tener las extremidades
superiores libres para asir objetos y a sus crías: esto
les era ventajoso. Los ahora Australopitecinos (Fig. 15), ya eran
bípedos. Sus manos, aunque no tan precisas como las
nuestras, ya les ayudaban en diversas labores, como por ejemplo
algo tan simple como lanzar una piedra. Esto era muy útil
tanto para protegerse de los depredadores, como para robarles su
merecida caza. Ahora tenían acceso a la carne y a su
preciada y nutritiva proteína. Los animales
herbívoros necesitan un aparato digestivo
muy largo y complicado para poder descomponer toda la materia
orgánica y así digerirla. Al incluir en su dieta
las proteínas animales, su aparato digestivo fue
disminuyendo y simplificándose, dejando vía libre
al desarrollo de
otros órganos como el encéfalo.
Así que los homínidos, hace 2 millones de
años ya eran bípedos, disponía de unas manos
prensiles bastante desarrolladas, y un cerebro en plena fase de
expansión. Es aquí donde el cerebro
culminaría su desarrollo gracias a la cultura. La
caza, la construcción de armas, la
tecnología, el desarrollo del lenguaje, son
algunos de los factores que harían evolucionar al
órgano del pensamiento.
Los mejores comunicadores organizarían mejor las
cacerías, además, si tenían mejores armas,
tendrían más posibilidades de caza para sobrevivir
y perpetuar sus genes. Con lo cual, la selección natural,
escogería a los homínidos más inteligentes y
mejor adaptados.
En la actualidad la única especie del género
homo, el hombre, no sólo está totalmente adaptado a
su entorno, sino que adapta el entorno a sus propias necesidades.
Existen menos diferencias entre el hombre y un lince
ibérico, que entre el felino y una bacteria. Con esto
intento romper el mito
antropocéntrico de que el hombre es el centro de todo, y
que es la culminación de la evolución, la
perfección. De hecho, si hemos de encontrar animales
evolutivamente perfectos, debemos buscar en otro sitio. Los
cocodrilos, son animales que no han modificado a penas su
organismo en millones de años. Ellos ya existían
antes que los dinosaurios y ahora están aquí con
nosotros. Si no han necesitado cambio en todo este tiempo
será porque han conseguido una supremacía
evolutiva. Pero esto no significa que vaya a durar
eternamente.
El hombre algún día desaparecerá, o
bien extinguiendose como el 99,9% de todas las formas de vida que
han existido en la Tierra a lo largo de 3800 millones de
años, o bien evolucionará a una nueva especie. Pero
para que eso suceda debe pasar mucho tiempo aún, al menos
unos cuantos millones de años, momento en el que no
estaremos para presenciarlo. Todo esto suponiendo que el hombre
no evolucione de forma artificial, seleccionando deliberadamente
sus genes, pero eso ya no es evolución, sino
selección artificial, y si es llevada al extremo, como en
el caso del nazismo se
denominaría eugenesia.
Nuestro Sol está a la mitad de su vida. Dentro de
4000 millones de años, si todavía seguimos en la
Tierra, el Sol aumentará su tamaño convirtiendose
en una Gigante Roja abrasando todo lo que encuentre a su paso,
incluido el Sistema Solar. Pero antes de esto ya habremos tenido
muchas posibilidades de extinguirnos con la colisión de un
asteroide, por ejemplo. A lo largo de la vida en la Tierra, la
extinciones masivas han formado parte del ciclo vital y como
hemos visto, algunas de ellas las hemos usado en nuestro
beneficio, aún sin saberlo. La quinta extinción
está por llegar. Y quién sabe, quizá el
nicho ecológico que deje el hombre ofrece la posibilidad a
otra especie para evolucionar como vida inteligente.
© Miguel Andrés Vicente
2005