- Los inicios: la Roma
Imperial - La Edad Media
- El Renacimiento y el desarrollo
del capitalismo - El primer Banco
Central - La escena
contemporánea - Bibliografía
básica
1. LOS INICIOS
: LA ROMA
IMPERIAL
La historia de las tasas de
interés (o del precio del
dinero) se
encuentra íntimamente ligada a la historia del propio
dinero primero, y, de los bancos
después.
Desde la parábola de los talentos relatada en la
Biblia (Mateo, Cap. 25, vers. 14 y ss.), el interés
fue considerado como fuente de creación de más
dinero y la institución donde operaba éste hecho
(los bancos) considerada como mágica, revistiéndose
de un carácter divino que con el paso del
tiempo
dejó los ropajes sacros para tornarse más secular y
materialista.
Asimismo, las tasas de interés desde tiempo inmemorial
estuvieron ligadas a la abstención del sujeto
económico de consumir en el presente a fin de obtener una
recompensa a futuro. En ambas operaciones
clásicas (ahorro y
préstamo) las tasas de interés serán las que
determinen el atractivo para dejar de consumir ahora y ahorrar, o
solicitar un préstamo para un fin económico
determinado, entrando en función
dos variables
importantes (no las únicas): el capital y el
tiempo transcurrido. La diferencia entre las tasas del dinero
ahorrado y las tasas del dinero prestado será la ganancia
del banco,
descontando sus gastos
operativos1.
En la antigua Roma, los intereses no estaban por cierto
regulados como ahora, ni existía un banquero central o
cosa parecida, pero sí existía la banca comercial y
los préstamos a interés, que muchas veces dejaban
al pobre deudor y a su familia sumidos
en la esclavitud:
"…cuando un deudor no podía pagar los usureros
intereses exigidos, una rigurosa ley autorizaba
al acreedor a encarcelar o a recluir a esclavitud al deudor y a
su familia".2
Las deudas eran incluso cobradas con la vida (como en el drama
de Shakespeare,
"El mercader de Venecia"), lo cual no tenía
ningún fin pragmático, salvo como acto de
satisfacción personal, debido
a que el acreedor veía extinguirse junto con la vida del
deudor, la obligación contraída. Conforme avanza la
historia de la humanidad, las formas de castigo se hicieron
más "civilizadas", ya no se exigía la vida del
deudor, ahora perdía sus derechos civiles, primero
bajo la forma de esclavitud y posteriormente la prisión
por deudas, ésta última en vigencia hasta el siglo
XIX.
Retornando al Imperio Romano,
el interés usurero era un hecho común y nada
censurable. Los patricios, los nobles de la época, eran
los primeros en practicarlo con los plebeyos, socialmente por
debajo de ellos. Bruto, patricio respetado, con la obsesionante
idea de acabar con el Imperio y restablecer la República
(era lo que hoy definiríamos como un liberal con tintes
izquierdizantes), pasaría a la historia no sólo por
ser uno de los asesinos de Julio César por amor a la
República, sino porque era un prestamista de dinero a
altos intereses:
"Bruto era un hombre rudo,
insensible, acreedor despiadado y usurero sin entrañas
que exigía intereses del 48 por
ciento".3
Poco antes de la caída del Imperio Romano y con el
advenimiento del Cristianismo,
uno de sus últimos emperadores, Justiniano, haría
todo lo posible para unir Iglesia y
Estado.4 Roma la pagana cedió
paso al cristianismo, cambiando las costumbres, hábitos,
y, por supuesto, la práctica de los préstamos a
interés, por lo que Justiniano comenzó a
regularlos, considerando como legítimo que el acreedor
obtenga un beneficio al prestar su dinero, pero limitando el
nivel de las tasas, cuidando que no halla excesos.
El afán de Justiniano por cristianizar Roma no
servirá de mucho. La desintegración del otrora
poderoso Imperio Romano era un hecho histórico que no
podía detenerse y fruto de esa desintegración
vendrían a surgir los nuevos Estados Bárbaros, en
la época que ahora conocemos como la Edad
Media.
Con el fin de Roma y la posterior aparición de los
Estados Bárbaros, la Iglesia tendrá una
participación hegemónica y totalizante en la vida,
hábitos y modo de pensar de los habitantes de los nuevos
estados.
Inicialmente, la Iglesia Católica se opuso a los
préstamos a interés, que eran considerados poco
menos que un pecado. Un noble que practicase ese oficio se
estaría rebajando (recordemos una vez más las mofas
y humillaciones de las que era objeto el Viejo Sylock en "El
Mercader de Venecia", mucho peor era la situación en
pleno medioevo). Al no poder
dedicarse los cristianos directamente al oficio de prestar dinero
a interés, a una minoría le fue delegada esa labor:
los judíos,
que pasarían a ser los futuros banqueros del Renacimiento.
Poco a poco, la Iglesia comenzó a mostrar cierta
flexibilidad en los préstamos a interés, debido a
que en más de una ocasión, por sus múltiples
asuntos mundanos (entre ellos las guerras por
alguna causa divina), andaba en aprietos de dinero y un
préstamo a nombre de Dios nunca era mal recibido. Muchas
fortunas se hicieron al amparo de esta
tolerancia:
los Médicis, los Borgia, entre otros, fueron lo que ahora
conocemos como "nuevos millonarios", que una vez conseguida una
posición económica sólida, buscaron el
amparo del poder político de la Iglesia para acrecentar
aún más sus fortunas.
Soplaban nuevos vientos, un cisma estaba por producirse en el
seno de la Iglesia.
Una nueva corriente al interior, encabezada por Martín
Lutero, encontraba la justificación ideológica a
las actividades de una nueva clase social
en ascenso: la burguesía. Prestar dinero, trabajar en una
industria
laboriosamente para obtener un beneficio, no era ya considerado
un pecado, sino todo lo contrario, toda actividad hecha
dignamente y al amparo de la ley, era bien vista a los ojos de
Dios; por lo que dedicarse a comerciar mercancías o
prestar dinero a interés tenía la complacencia del
Señor y de la Sociedad.5
Finalizada la edad media y finalizado el oscurantismo que
reinó sobre Europa, estaba
próximo el Renacimiento,
entrando la humanidad a una nueva etapa histórica con el
desarrollo del
por entonces furioso y revolucionario sistema
capitalista.
3. EL RENACIMIENTO Y EL
DESARROLLO DEL CAPITALISMO
No es casual que en los países donde caló
más la reforma protestante como Alemania o
Inglaterra, el
capitalismo
encontrara su máxima expresión, y, como
consecuencia de ello, los préstamos a interés se
intensificaran, al incrementarse el comercio. Caso
contrario fue la Francia
católica de los Luises, que tendría que esperar
hasta fines del siglo XVIII para, al calor de la
Revolución
Francesa, entrar al capitalismo con fuerza y con
él las operaciones que le son inherentes. Ni que hablar de
España
o Portugal, países que se quedaron rezagados en la
historia y no lograron sincronizar con sus vecinos.
El desarrollo del capitalismo realmente no se debió
sólo a la reforma Luterana, existieron otras causas, dos
fueron fundamentales: el descubrimiento de
América y el desarrollo de las labores artesanales en
las urbes. No es nuestra intención el entrar en detalles
sobre estas dos causas, bastará decir que el
descubrimiento de América
trajo consigo una cantidad nunca vista de oro y plata a
Europa, lo cual originó también una
inflación arrasante, con las consecuencias de malestar
social entre la población. Aparte de ello, los metales preciosos
trajeron también consigo la lubricación de la
economía,
necesaria para el auge de las transacciones comerciales que el
capitalismo imponía.
Por otra parte, los siervos que conseguían su libertad del
Señor Feudal se iban a vivir a unos villorios
(embrión de las futuras urbes) que se llamaban Burgos (de
allí la voz Burguesía), reunidos por gremios de
acuerdo al oficio que realizaban. Fruto de esta
especialización nacerían los orfebres, de donde
devendrían a la postre los joyeros por un lado y los
banqueros por el otro. Instalados primero en tiendas ambulantes,
luego al ir consolidando su posición se
establecerían en locales más seguros que se
llamarían Bancos (en recuerdo a los banquitos en que se
sentaban al pie de la tienda en sus tiempos más humildes),
y se dedicarían al viejo oficio de prestar dinero.
Conforme estas actividades se fueron tornando más
complejas, obligó al artesano a tomar aprendices o
empleados a salario y
fabricar las mercancías a mayor escala, conforme
se incrementaba la demanda,
gracias a lo cual estaban a un paso de la automatización del trabajo y la
producción en serie a gran escala.
Era el inicio duro y difícil del capitalismo,
resurgiendo el tráfico comercial en Europa y las
transacciones en dinero, y la subsecuente intervención de
los bancos y la aplicación de las tasas de interés
a los préstamos.
Comenzarían a circular los primeros billetes, los que
tenían un rédito en base a una tasa de
interés al momento en que el tenedor de estos papeles
quisiera convertirlos a metal. Claro que no siempre
cumplían los banqueros con la palabra empeñada y en
más de una ocasión los tenedores de los billetes se
veían con un papel inservible entre manos.
Sin embargo, a pesar de estos problemas, las
tasas de interés jugarían un papel preponderante en
las transacciones, al regular la expansión del crédito, necesario en los albores de
ésta nueva etapa histórica. El crédito,
así como el ahorro, van a formar parte importante del
engranaje de la acumulación original del capital.
Al ser las tasas de interés un instrumento tan
delicado, desde los albores del capitalismo fueron
preocupación de los gobiernos de aquella época, no
pudiendo dejarlas al libre albedrío de la oferta y la
demanda, lo que habría originado un cobro desmedido sobre
el capital mutuado, como sucedió en la antigua Roma. Es
interesante el recuento histórico que sobre ésta
época realizó Adam Smith en
su libro
Riqueza de las Naciones:
"Por decreto de Enrique VIII, fue prohibida en Inglaterra
y declarada ilegal toda usura o interés que pasase del
diez por ciento…La reina Isabel renovó el Estatuto de
Enrique VIII, en el Cap. 8 del 13, y prosiguió siendo el
diez por ciento el precio legal de la usura hasta la Constitución 21 de Jacobo I, que la
restringió al ocho por ciento. Fué reducida a
seis poco después de la restitución de Carlos al
trono, y por la Constitución 5 de la Reina Ana se
limitó al cinco. Todas estas diversas regulaciones, al
parecer, fueron hechas con mucha justicia y
oportunidad".6
El liberalismo
económico de la época comprendió muy bien
que el precio de una mercancía tan delicada como el dinero
debía ser regulada por el Estado y no
dejarlo en manos de intereses particulares que buscan casi
siempre el lucro personal. Recordemos que nos encontramos en los
albores, cuando el capitalismo era una criatura que necesitaba
ser robustecida, para lo cual era imprescindible que el Estado
tomara directamente en sus manos la regulación de algunos
instrumentos sumamente sensibles en la vida económica,
como son las tasas de interés, vía el ordenamiento
jurídico existente en aquellos años; y, así
lo comprendieron los gobernantes de la que sería la
primera potencia
hegemónica en el mundo capitalista.
Pero, en algunas ocasiones los gobernantes son muy celosos en
sus políticas
y a Eduardo VI se le ocurrió suprimir el cobro de
intereses. Veamos lo que pasó:
"En el reinado de Eduardo VI, prohibió el celo
religioso todo género
de ella, aún en calidad de
interés mercantil, pero esta prohibición, como
otras muchas de su especie, se dice no haber producido efecto
alguno, y acaso haber aumentado, más bien que
disminuido".7
El celo religioso en esta ocasión lo causó la
Reforma y, al parecer, Eduardo VI interpretó mal el
sentido ideológico que implicaban los nuevos vientos que
soplaban al interior de la Iglesia.
Lo que nos interesa como lección de la historia es que
los controles de precio -en este caso el precio del dinero- si
son muy exagerados pueden tener resultados contraproducentes. La
historia se va a repetir muchas veces; y, nuestro país
-como muchos de América
Latina- fueron un claro ejemplo de como una medida dictada
con buenas intenciones, puede tener resultados negativos. Y, es
que en las medidas económicas no funciona lo que si algo
es bueno en poca cantidad, lo es mucho más en cantidad
mayor. A veces se cree de buena fe que si los exagerados
controles de precios
-incluyendo el del dinero- dan resultado a corto plazo, se puede
seguir en el tiempo con la misma medida e, incluso,
intensificarla. Lamentablemente la realidad es diferente y la
verdad siempre se impone. El derecho debe de tener siempre
presente esta máxima, si quiere regular el mundo
económico sin forzarlo con calzaduras o
constreñirlo.
Por otra parte, vemos que desde los inicios, las tasas de
interés fueron cuidadosamente reguladas por el Estado y
que a pesar de los más entusiastas liberales que
propugnaban la irrefrenable libertad del mercado,
éste entusiasmo fue más una ilusión que un
hecho concreto, una
teoría
económica más que una práctica constante de
la vida económica. Las sagradas leyes de la
oferta y la demanda nunca han funcionado químicamente
puras, siempre han existido interferencias, sea de los mismos
agentes económicos o de otras variables económicas;
aunque ello no significa que debamos caer en el extremo opuesto
de querer controlar la actividad económica con decretos o
leyes, lo cual sería un imposible. La intención
más bien es ir a la búsqueda de un delicado punto
intermedio, entre la teórica "libertad de mercado" y los
controles estatales. Ese justo punto intermedio sólo
podría ser encontrado estudiando concienzudamente la
realidad, tomando en cuenta las diferentes variables
económicas y los fines que se persiguen y, claro
está, dejando de lado los dogmas de las teorías, creyendo que son la respuesta a
todo problema que se quiera resolver en la vida diaria.
El primer Banco Central nació en Inglaterra hacia 1694.
Originalmente fue un banco más, con la diferencia que
tenía como cliente selecto
al gobierno inglés,
al cual iba a parar gran parte de sus colocaciones, a cambio de
privilegios reales. Pero, conforme el capitalismo se va
expandiendo y tornándose más compleja la vida
económica, y, subsecuentemente, las operaciones
financieras tomaron también ese carácter, se va
sintiendo la necesidad de implementar una política monetaria a
fin de regular la expansión o contracción del
crédito, con lo que el Banco de Inglaterra
comenzaría a tomar la forma de un Banco Central, siendo
una de sus funciones la de
regular el crédito. Uno de los instrumentos para esa tarea
sería la regulación de las tasas de interés.
Veamos que pasaba por aquella época.
Estamos ya en el siglo XIX, gracias a las guerras
napoleónicas, el comercio de los ingleses aumentó
notablemente. Napoleón le hizo un gran favor a su eterna
rival, Inglaterra. Gracias a su ambición de tener Europa a
sus pies, estimuló en gran medida el tráfico
comercial inglés, lo que motivó a la vez que los
bancos comerciales emitiesen alegremente billetes para los
créditos concedidos a los comerciantes e
industriales, por lo que se hacía imprescindible
regularlos:
"En aquellos años [1830-40] el Banco [de
Inglaterra] empezó a poner bajo su control las
operaciones de los Bancos subordinados o comerciales. Con esto
puso en movimiento
los dos instrumentos históricos de la política de
un Banco Central: las operaciones de mercado abierto y el tipo
de interés bancario".8
Vale la pena citar in extenso cómo era el mecanismo de
la regulación de los créditos por el Banco de
Inglaterra:
"Como hemos visto, la rápida expansión de
los préstamos comerciales bancarios y los resultantes
depósitos y gasto de estos últimos produce la
elevación de los precios. El efecto en Inglaterra,
expuesta como estaba a toda la fuerza de la competencia
extranjera, fue fomentar las compras en
el exterior. Y esto hizo que Inglaterra fuese un mercado
más caro. Síntoma de la indebidamente
rápida expansión del préstamo bancario,
fue, naturalmente, invertido en su consecución.
Éste lo anticipaba el Banco aumentando los tipos de
interés bancario, el tipo al que, de una o de otra
forma, prestaba fondos a otros bancos, o al que aceptaba
instrumentos de crédito de los que buscaban fondos para
financiar transacciones comerciales. (Esta acción había sido facilitada en
1833 por una legislación que de hecho eximía a
los Bancos de las leyes sobre la usura.) Este aumento en el
tipo de interés bancario se convirtió entonces en
una señal para los Bancos de que debían
restringir sus préstamos. En el caso de que no fuese
advertida esta señal, el "Banco de Inglaterra"
podía vender obligaciones
del Gobierno en el mercado abierto y permitir que sus propias
inversiones,
incluido su papel comercial, expirasen y fuesen recogidas. Y
como este efectivo metálico no estaba en los otros
Bancos, éstos tenían menos reservas contra sus
depósitos y se veían obligados a ser más
comedidos en los nuevos préstamos. Podían
rellenar sus cajas pidiendo dinero prestado al "Banco de
Inglaterra". Pero aquí entraba en juego el
interés bancario. Como éste había
aumentado, aquellos prestatarios se sentían menos
animados y con ellos los parroquianos que en definitiva
pedían los préstamos. De este modo, el "Banco
de Inglaterra" llegó a regular el préstamo -y con
él la emisión de dinero- por el sistema bancario
en su conjunto".9
Debido a la expansión de los préstamos por los
bancos comerciales (entre otras causas, por las constantes
guerras en que se veía involucrada Inglaterra), se eleva
el volumen de la
masa monetaria y consecuentemente se elevaron los precios, con lo
que se fomentaba las compras en el extranjero (importaciones)
que eran más baratas, mientras el mercado interno
inglés era más caro. Ante esta situación, el
Banco de Inglaterra se vio obligado a aumentar las tasas de
interés al prestar a otros bancos (la tasa de
redescuento), a su vez estos se veían forzados a prestar a
una tasa de interés más elevada (tasa de
interés bancario), con lo cual los créditos
bajarían, debido a que los sujetos económicos se
inhibirían a solicitar por las altas tasas de
interés y, a su vez, bajaría el volumen del dinero
en circulación, produciéndose una reacción
en sentido contrario a la expansión monetaria. Si con esta
medida no se conseguía lo esperado, el Banco efectuaba
operaciones en mercado abierto (compra y venta directa de
obligaciones por el propio Banco Central), con lo que se
reduciría el volumen del dinero susceptible de ser
prestado.
Junto con estas operaciones, el Banco de Inglaterra
también prestó el servicio de
suministrar dinero aceptable (es decir papel moneda que sea
absolutamente confiable su conversión a oro), y,
aceptó la responsabilidad de ser el prestamista de
emergencia hacia los bancos comerciales en caso que se
encontraran en apuros de liquidez.10
Con estas características, el Banco de Inglaterra ya
puede llamarse con propiedad
Banco Central y sus operaciones realizadas en la primera mitad
del siglo XIX se convertirían en las operaciones
clásicas de un banquero central, comenzando otros
países a calcar el modelo a lo
largo del siglo XX.
Cuando el mundo se preparaba para la Gran Guerra, en
1914, Estados Unidos de
Norteamérica crea la Reserva Federal, con lo que se
homologaba a sus vecinos del otro lado del Atlántico, con
una política
monetaria sana y consevadora, sería el adios a los
experimentos
monetarios que desde la época colonial
practicó.11
Unos años atrás, el Código
Alemán de 1900 fijaba las pautas para la regulación
de las tasas de interés a fin de que no sean usureras para
el sujeto deudor. Esta pauta sería recogida por nuestro
Código
Civil de 1936, que fijaba en 5% el interés a
cobrar.
Al cesar los cañones en 1918, las economías
nacionales se tornaron más complejas. Ahora ya no
sólo los factores internos influían en gran medida
en la dinámica económica de cada
país, también comenzaron a contar los factores
internacionales. Una muestra clara y
trágica de ello fue el crack de la Bolsa de Nueva
York en el año de 192912 . El fatídico
Viernes Negro. La baja de las acciones en
Wall Street no sólo influyó en las economías
capitalistas, sino que se extendió a los países
periféricos.
Las tasas de interés jugarían un papel
importante en la recuperación de la crisis. Dentro
de los parámetros keynesianos, las tasas de interés
van a influir sobre el crédito, si bien sin la excesiva
importancia que le atribuían los monetaristas (para los
keynesianos más importante era la política
fiscal), tornándolo barato o caro, lo cual a su vez va
a influir sobre el ahorro, el consumo, la
inversión y el objetivo
anhelado del pleno empleo, en una
época donde la desocupación alcanzaba niveles
alarmantes.
Tendría que ocurrir otra Guerra Mundial
para que las naciones entendieran que sus economías ya no
eran islas y que era necesaria la cooperación. El ejemplo
más notable y concreto fue el de las naciones europeas,
que luego de ser enemigas acérrimas, pasaron a ser socios
comerciales, hasta formar el actual bloque de la Unión
Europea.13
La creación de instituciones
financieras internacionales y el nuevo orden económico,
tras los acuerdos de Bretton Woods (1944), hizo que la
autonomía nacional de los Estados fuera cada vez menor,
viéndose comprometidos y limitados por los tratados con
organismos como el FMI o el Banco
Mundial, a lo que se sumó -en los últimos
años- el fin del bloque socialista, dándose las
condiciones necesarias para una expansión comercial sin
fronteras de lo que ha venido en llamarse
globalización, proceso que a
nosotros nos ha tomado desprevenidos, sin mucho que ofrecer o que
ganar y con poco margen para negociar.
Como decía hace muchos años atrás Jan
Tinbergen, acerca de las políticas financieras y
monetarias que adopte un país, cuando el mundo
todavía estaba dividido por la guerra fría,
y no se vislumbraba ni remotamente el proceso globalizador que
acaeció a fines del siglo XX y menos la pérdida de
las autonomías nacionales:
"El conjunto de políticas financieras y monetarias
adoptadas por un país es de la mayor importancia, no tan
sólo para el bienestar de dicho país sino
también para el de otros. Por ello resulta indispensable
un cierto grado de centralización en las políticas
financieras y monetarias mundiales (o, por lo menos, en el
mundo no comunista). La autonomía nacional en este
campo no puede considerarse como una condición
beneficiosa, puesto que los errores en las políticas
nacionales tendrán consecuencias que se
extenderán inevitablemente más allá de las
fronteras del país". 14
La solución está en nosotros mismos, en lo que
hagamos o dejemos de hacer hoy. Ningún tratado comercial
será de por si la llave mágica que nos
sacará del subdesarrollo
y de la pobreza. Es
una verdad que debemos aceptar; y urge más que nunca una
política
económica pragmática y eficaz, al margen de las
anteojeras ideológicas o los antagonismos
políticos.
Sólo el tiempo dará un balance definitivo
sobre nuestro comportamiento actual.
Galbraith, John K.: El dinero, de dónde vino
adónde fue. Ediciones Orbis. España, 1983.
Grimberg, Carl: Historia
Universal.
Smith, Adam: Investigación de la naturaleza y
causas de la riqueza de las naciones. Edición
Orbis. España, 1983.
Tinbergen, Jan: Hacia una economía
mundial. Edición Orbis. España, 1983.
Weber, Max: La ética
protestante y el espíritu capitalista. Edición
Sarpe. España, 1984.
Autor:
EDUARDO JIMÉNEZ JIMÉNEZ
República del Perú
Estudios de Derechos en la Universidad San
Martín de Porres. Lima – Perú.
Abogado
Actualmente curso una Maestría en Derecho Civil y
Comercial.
Ex Miembro de la COMISIÓN CONSULTIVA DE DERECHO
PROCESAL CIVIL del ILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS DE LIMA.
Año: 2004
El presente trabajo es el capítulo inicial de mi
libro inédito titulado "Tasas de interés: un
enfoque jurídico-económico" (año
2004).