- Resumen
- Antropología
física - Antropología cultural y
filosófica - La capacidad de
trascendencia - Conclusión
- Bibliografía
En la Antropología Filosófica y Cultural,
así como en general en la Biología y la
Filosofía, resulta de singular importancia
definir cual es la esencia del hombre, cuales
son las fronteras de lo humano, es decir, cual es la
característica fundamental que hace que el hombre sea
hombre y lo diferencia del resto de las criaturas.
Los recientes avances en las distintas ciencias no
dan respuestas claras al respecto: por el contrario, se
encuentran en muchos animales
manifestaciones de raciocinio, lenguaje,
sociabilidad , fabricación de instrumentos, etc., que
aunque difieren en grado con lo que se podría llamar
verdaderamente humano, no dan lugar a un límite
preciso.
En cambio,
estudios en algunos Homínidos han demostrado la existencia
de un culto a los muertos, en base a la creencia en una vida en
el más allá, así como una variedad de
rituales míticos y mágicos, que no tienen
antecedentes en ninguna otra especie.
Resultaría así que la religiosidad, entendida en
sentido amplio como una postura de aceptación o de rechazo
ante la trascendencia, sería exclusiva y excluyente del
ser humano.
"Pues para ésto considera previamente
que hay Dios, lo cual es una verdad tan evidente, aún en
lumbre natural, que no hay nación
en el mundo, por bárbara que sea, que no conozca ser
así, aunque no sepa cual es el verdadero Dios".
Fray Luis de Granada (Vita Christi,
1928).
A la hora de definir la esencia del hombre, problema
ampliamente debatido y de suma importancia en la Antropología Filosófica y Cultural,
surgen de inmediato serias dificultades. La definición
griega clásica del hombre como "Animal racional",
donde la racionalidad sería la diferencia
específica de lo estrictamente humano, no compartida por
el resto de los animales, parece diluírse a la luz de los
últimos avances de la Etología y la Psicología Comparada,
que encuentran, al menos en forma vestigial, indicios de una
cierta capacidad de raciocinio en diversos mamíferos, especialmente notable en algunos
Primates y Cetáceos. Este raciocinio, desde luego, alcanza
un desarrollo muy
inferior al humano, pero aún así no pasa de ser
solamente una diferencia de grado, sin un límite preciso
(7; 16). Como oportunamente lo había notado Aristóteles, "Los animales difieren del
hombre y éste de aquellos por meras gradaciones de
más o de menos" (15).
Tampoco son fructíferos los intentos de la
Paleoantropología por dilucidar cuándo un
determinado Antropoide es Homínido, pre-Homínido o
Simio. Las presuntas delimitaciones por los creacionistas
"científicos" son solamente definiciones simplistas
propias de quienes fuerzan los resultados objetivos de
una investigación hacia una idea preconcebida:
entretanto, los antropólogos verdaderamente
científicos ponen a veces términos entre simios y
hombres, pero haciendo la salvedad de que son arbitrarios, ya que
la naturaleza se
presenta ante la ciencia mas
o menos como un "continuum" evolutivo, al menos en este nivel
fenomenológico. Es decir que los restos fósiles,
por sí solos, tampoco permiten una delimitación
clara y válida (8; 12).
En este trabajo
intentaremos demostrar, a la luz de descubrimientos y estudios en
diversas ramas de la Antropología, que, sin embargo, la
idea de la religiosidad en un sentido muy amplio, o, si se
prefiere, la autoconciencia de la trascendencia a la "fisis"
aparece como privativa de lo humano, no visible en grado alguno
en ninguna otra especie animal, y podría por lo tanto ser
un criterio demarcativo eficiente.
Desde mucho antes de Darwin, las
Ciencias Biológicas han dejado bien en claro que en el
orden estrictamente natural no existe ninguna diferencia
importante entre el hombre y los demás animales. Su grado
de distanciamiento, en la Taxonomía
Zoológica, con los otros Primates, es el mismo que puede
haber entre otras dos especies de un mismo género,
tal como un león con un tigre, un perro con un lobo o un
caballo con un burro, pero no hay ningún criterio objetivo que
permita considerar al hombre como una especie distinta en alguna
característica importante de los demás seres vivos
(16).
Los restos fósiles de Homínidos que se
encontraron en las primeras décadas del siglo XX, tales
como el Zinjanthropus, el Pitecanthropus y algunos otros, han
sido agrupados convencionalmente en el género Homo, aunque
no todos en la especie Homo sapiens. Por otro lado están
los auténticos Simios, como Oreopithecus o Ramapithecus de
diferentes especies. Pero en los extremos más cercanos las
diferencias son poco claras (8).
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