Todas las disciplinas crean un discurso
propio mediante el cual explican su objeto de estudio.
Así, el trabajo social
(incluyendo aquí a la educación social)
se nutre de referencias científicas (ciencias
conjeturales como la pedagogía social, la psicología, etc.), y
se sustenta en modelos
teóricos para crear un lenguaje
reconocido por todos sus profesionales.
En la traslación del modelo
teórico al de la praxis
profesional hay una transformación del discurso. En esa
translación unos conceptos son usados con mayor o menor
fortuna, otros se desvirtúan perdiendo su sentido
primigenio al pasar al lenguaje profesional.
Unas expresiones desaparecen, las sustituyen otras con
mayor capacidad explicativa o, simplemente, porque algún
profesional de prestigio las pone de moda.
Con el tiempo algunos
de estos conceptos con los que se crea un corpus propio son
exportados a otras disciplinas para, finalmente, acabar formando
parte del lenguaje común. Un ejemplo: el periodismo ha
acuñado el concepto de
familia
desestructurada, rescatado de las ciencias
sociales, pretendiendo dar un halo de científica
rigurosidad a algunas de sus noticias.
Pero, paradoja, con esto consigue al final el efecto
contrario.
El término acaba popularizándose tanto, su uso
es tan indiscriminado, que al final pierde (si es que alguna vez
lo había tenido) su intención explicativa.
Cuando, tratando de utilizar un lenguaje propio, nos olvidamos
del significado de las palabras, de su sentido primigenio, las
palabras pasan de ser una categoría conceptual inscrita en
un modelo a ser una etiqueta.
La etiqueta descarga todo su poder de
generalización. La generalización es tan
subyugante, tan seductora que impide al profesional cualquier
esfuerzo en estudiar el caso concreto, con
sus matices. Porque LA ETIQUETA lo explica todo: el problema, la
hipótesis, la solución. Todo.
La etiqueta es luego acuñada por la opinión
pública y los medios de
comunicación que, como ya hemos dicho, revisten con un
barniz de cientificidad la noticia al utilizar palabras que se
utilizan en otro argot profesional.
Tampoco aquí el periodismo se preocupa de investigar,
verificar y contextualizar la noticia, pues toda
explicación queda reducida a la etiqueta.
Finalmente la etiqueta, propuesta por el profesional y
refrendada por los medios, es
enganchada al cuerpo mismo del usuario y se convierte desde ese
momento en su estigma.
No es este, ya se habrá adivinado, un diccionario al
uso. Tampoco pretende indagar en la raíz
etimológica de cada palabra, porque aquí lo que se
critica no es (salvo alguna excepción) el concepto en si,
sino su uso indiscriminado, perverso en ocasiones, que conlleva
siempre una forma de poder. Es este, pues, un ejercicio de
autocrítica para, como dice el filósofo Xavier
Antich, "seguir buscando las palabras que nos faltan".
Las expresiones y conceptos contenidos en este artículo
representan una pequeña muestra recogida
mediante la observación de informes,
coordinaciones, reuniones, noticias en la prensa, etc.
Algunos conceptos están escogidos por el poder
estigmatizante que ejercen sobre los sujetos. Otras expresiones,
quizás más inocentes, solo revelan algunos
eufemismos y prejuicios.
A modo de ejemplo:
Los medios de
comunicación han hecho célebre este concepto
que utilizan sin complejos para explicar cualquier noticia que
huela a situación marginal. Todo un éxito
de nuestra profesión que ha conseguido colar en los
cuarenta principales de los media a su concepto
estrella.
Familia desestructurada se utiliza en servicios sociales, pero
también lo esgrimen médicos, profesores,
voluntarios, periodistas, etc. que no dudan en calificar a las
familias, sin ningún tipo de reparo, con tremenda
categoría.
Familia desestructurada es un cóctel donde el
ingrediente principal (lazos familiares poco tradicionales y
problemas con
los hijos aparte) es la pobreza.
De ahí su poder ejemplarizante: "Nosotros no somos
así" parece decir quien lo utiliza.
Y cuando de una familia se decide que es desestructurada, los
matices, su historia, sus razones, las
peculariedades, todas esas "contrariedades" que dificultan
qué generalicemos tan alegremente y que nos obligan a
pensar un poco más, se van de vacaciones.
HIPERACTIVO
La educación, aunque investida de oropeles, se
convierte muy a menudo en la tarea de parar el movimiento
continuo. Revolverse más de la cuenta en el pupitre se
castiga hoy con Tranquimazin.
Cuando el diagnóstico científico se populariza
y se hace moda se convierte en una etiqueta con la que distinguir
a todo aquel que se salga de la norma.
El concepto se banaliza hasta tal punto que veda cualquier
intento serio en identificar al niño que de verdad lo
sufre.
Lo que son las cosas, en la edad adulta, vaya usted a saber
porqué, ser hiperactivo se acaba considerando un valor
añadido.
LLAMAR LA ATENCIÓN
Al contrario que otros conceptos que hacen suyos determinadas
profesiones, el llamar la atención es utilizado, indistintamente,
por profesores, psicólogos y educadores. Un niño
patalea, grita, roba, luego, solo quiere llamar la
atención, dicen profesionales concienzudos reunidos en
torno a una mesa,
coordinados.
Difícil discernir si este concepto forma parte del
lenguaje técnico o popular, puesto que tanto se utiliza en
reuniones de profesionales como una madre hablando de su hijo con
el pescadero. Eso si, es uno de esos recursos que
desarman sin decir absolutamente nada.
Un niño patalea, grita, roba: no es que quiera llamar
la atención, es que la llama, eso es evidente y
debería hacernos pensar de inmediato en por qué
hace lo que hace, qué produce su malestar, cómo
podemos ayudarle.
Algo falla cuando llamar la atención se
convierte, no en una consecuencia tan evidente que resulta banal
decirla, sino en el diagnóstico mismo. Decimos: solo lo
hace para llamar la atención y respiramos tranquilos.
No hay de que preocuparse. Ya se le pasará.
MANIPULADORA
Es esta una palabra de fuerza
contundente, indiscutible, con la que de un plumazo se distingue
a una usuaria de nuestros servicios. La he escuchado en muchas
reuniones y leído en no pocos informes.
Pocas palabras ejercen tanto quórum cuando se las
nombra. Pocas palabras nos hacen callar tan deprisa como
esta.
Primero decimos el nombre de la acusada (es más
frecuente que sea el de una mujer,
quizás es que tengamos el prejuicio,
hombres y mujeres, de que ellas lo son más que ellos) y
después recalcamos el MUY manipuladora (afinen el oído, en
casi todas las conversaciones el adverbio muy casi siempre
acompaña al sustantivo).
Nadie pregunta -¡aguafiestas!- ¿Por qué
manipuladora? ¿Qué manipuló? ¿Lo es
siempre? ¿No descansa los domingos?
De nuevo una palabra vacía que nos permite librarnos
del farragoso trabajo de
saber las razones de la persona (una con
nombres y apellidos y no un mero adjetivo), sus equivocaciones,
sus aciertos, sus posibilidades de cambio.
Ante la tentación de palabras tan ejemplarizantes un
ejercicio saludable: recordar que también nosotros podemos
ser manipuladores, a veces.
PADRE AUSENTE:
Estamos ante una expresión que está tomando,
dadas las prisas del profesional en poner etiquetas en sus
informes, otros derroteros para los que fue pensada.
Si nos fijáramos más en la musicalidad de las
palabras no deberíamos usar ausente, una palabra tan
hermosa, cuando lo que de verdad queremos decir es que no existe
el padre y que no vale la pena gastar ni un minuto de
reunión en hablar de el. "Me gusta cuando callas porque
estas como ausente", decía Neruda. Padre ausente nos
remite, pues, a un padre evocador, siempre pensando en las
musarañas, mientras la familia se
desmorona a sus espaldas.
A pesar de eso, este Padre ausente puede ejercer un poder real
y simbólico enorme en la familia y nos puede pillar
mirando para otro lado.
Pasa como con todas las generalizaciones, nos libra de cavilar
y nos pone a dormir a pierna suelta.
Los que hemos crecido intelectualmente con el lema: es
imposible no comunicar, deberíamos confrontarlo con el
concepto de Padre ausente. Por coherencia, más que
nada.
PADRE PERIFÉRICO
Es una variedad del anterior aunque este padre si que
está por ahí, merodeando. En ocasiones, nuestra
retórica crea figuras inquietantes.
PRE-DELINCUENTE
Si hay un término que tendría que hacer
sonrojarnos ese es el de predelincuente. Tenía la
esperanza de que con los estudios de diplomatura, con nuestra
profesión entrando en la universidad, con
el saber en definitiva, este término, príncipe de
lo prejuicios, insulto a la inteligencia,
se abandonaría por completo. Pero aun colea por
ahí.
Desde aquellos pseudocientíficos que estudiaban a los
asesinos según la forma y el tamaño de su
cráneo no se había pertrechado tamaño
atropello.
Aun así la palabreja va salvando obstáculos y
adaptándose a cada generación de educadores. A los
aprendices de Aramis Fuster no les hace falta la
pedagogía, ya se ve.
RIESGO
Nuestro discurso profesional adolece, en ocasiones, de un
lenguaje propio. Hemos adaptado al trabajo social conceptos que
provienen de la medicina
(prevención, diagnóstico, intervención,
etc.) con la dificultad que supone utilizar expresiones creadas,
originariamente, para otra disciplina.
Lo confieso, no tengo una propuesta para sustituir la palabra
riesgo. Nos
hemos acostumbrado tanto a ella que ya parece casi de la familia,
pero prueben a hablar con gente "normal". Si, si, gente que no
sea del gremio, que no se dedique a estos menesteres nuestros
(existen, se lo aseguro).
Confronte el término con su mujer, sus amigos, sus
hijos ya verá como no resiste ni un asalto.
En fin, podemos hablar de indicadores, a
secas (indicadores que, por cierto, necesitan una revisión
urgente para adaptarse a la actualidad). No necesitamos esta
expresión a menos que consideremos que vivir ya es un
riesgo.
SIGLAS:
Conversación entre dos educadores:
-Ya hiciste el PEI?
-No, me falta la valoración de l’EAP.
Además, no se si el EAIA necesitará también
el informe del
DAM.
-En mi EBASP lo prioritario es la valoración del CSMIJ.
Pero es una indicación de nuestra CAP que había
trabajado en la DGAM, quiero decir… la DGAIA, ya
sabes.
– ¿Y lo hacéis ES y TS juntos?
-Normalmente los hago solo yo porque son casos de IES o de
CEIP. Pero si se ha de pedir un SAD o un PIRMI o ingresar en un
CRAE entonces lo hacemos los dos más la TF.
-Ah, ya. Bueno, quedamos después a tomar un café?
-¿Un qué?
SOCIAL
Nuestro Santo Grial. Apellidamos a nuestras profesiones con
este lastre sin caer en la cuenta que social, lo que se dice
social, lo es casi todo.
Otros profesionales (profesores, médicos) ya se han
dado cuenta de eso y en muchas reuniones insisten en derivarte,
perspicaces ellos, cualquier cosa con la excusa de que es un
problema social. Demuéstrales con argumentos
convincentes que están equivocados. Es imposible.
Psicología social, educación social, trabajo
social, socioeducativo, sociosanitario, lo social nos llena la
boca.
Tendremos que ir pensando en como discriminar nuestras
experiencias profesionales (lo que nos toca y no nos toca hacer)
en base a algo más consistente que considerarlo social o
no. Eso o que nos sigan considerando chicas/chicos para todo (lo
social).
USUARIOS DE SERVICIOS
SOCIALES:
Usuarios de servicios sociales. También llamados
coloquialmente nuestros usuarios.
Clientes, pacientes, público, turistas, usuarios. Cada
profesión define a las personas a las que atiende y
reflexiona sobre ellas.
Durante mucho tiempo el concepto Nuestros Usuarios no
designó sólo a la persona que iba a los servicios
sociales, no. Para muchos educadores y trabajadoras sociales,
Nuestros Usuarios significaba (todavía significa
para algunos) toda una categoría, subliminal si se quiere,
pero categoría al fin. Nuestros Usuarios
simbolizaba una cierta manera de vestir más bien sencilla,
un lenguaje más bien pobre, una procedencia más
bien sospechosa, una actitud
más bien sumisa.
A medida que los servicios sociales se modernizan y ofrecen
una atención profesional y cualificada, usuario del
servicio puede
ser cualquiera. También, claro, las personas sencillas y/o
sumisas, pero no sólo ellas.
A pesar de esto, todavía hay resistencias,
por parte de profesionales e instituciones,
a abrir los servicios sociales a toda la población y a seguir considerando a
nuestros usuarios como a los únicos
legítimos del servicio.
VERBALIZAR
Nada en contra de esta palabra más allá de la
antipatía que me produce su pedante cadencia. Es solo que
su uso es tan excesivo en nuestros lares que llega a irritar.
Ya se sabe, cuando una persona normal y corriente viene a
vernos, en el mismo momento que entra en nuestro despacho, deja
de hablar y decir y por un proceso de
osmosis
comienza a verbalizar. Y donde dijo digo, verbaliza Diego.
Escuchémonos en cursos y en coordinaciones: El loable
esfuerzo por crear un lenguaje científico y alejado del
vulgo a veces nos hace hablar muy raro.
Palabras clave: lenguaje, educación social,
servicios sociales, disciplinas
Sera Sánchez Rodríguez
(educador social y mediador familiar)