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Postmodernidad: El retorno de Dios…




Enviado por aldafar



    1. Introducción
    2. Marco
      Teórico
    3. Contextualización
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía

    Propósito

    El propósito de nuestro trabajo
    será el de una aproximación al tema de la postmodernidad. Tema complejo dado que entran
    dentro muchas variables,
    variables filosóficas, culturales, artísticas y
    religiosas. También vuelve complejo nuestro trabajo el
    hecho de que la postmodernidad es en materia de
    filosofía lo que podríamos llamar lo más
    contemporáneo de lo contemporáneo. Es el "hoy"
    filosófico, continuamente están apareciendo
    libros,
    artículos de revista,
    artículos de internet, que hacen que el
    material a disposición sea prácticamente
    inabarcable.

    Pretendemos no quedarnos solo en la exposición
    del tema sino formular también los desafíos
    filosóficos, teológicos y pastorales que la
    postmodernidad trae consigo.

    Introducción

    Nuestro trabajo consta de tres grandes
    partes:

    • Una primera parte o marco
      teórico, en donde pretendemos exponer los rasgos
      generales de la postmodernidad en lo que tiene que ver con sus
      antecedentes históricos, su pensamiento
      filosófico, sus características en lo relacionado
      con lo cultural y artístico y finalmente en lo
      relacionado a lo religioso que propiamente el objetivo de
      nuestro trabajo.
    • Una segunda parte o contextualización, en
      donde analizaremos el tema de la religión en la era
      de la postmodernidad, la crítica postmoderna a la religión,
      la postmodernidad ante el Dios cristiano, la religiosidad en la
      era postmoderna y la "New
      Age".
    • Finalmente una tercera y última parte o
      conclusión, en donde pretendemos reflexionar sobre lo
      expuesto así como señalar lo que en nuestra
      opinión son los grandes desafíos pastorales que
      la postmodernidad nos impone.

    Marco Teórico

    Antecedentes

    Desde los años veinte existe un creciente
    malestar contra la modernidad. Se
    trata de un malestar antiguo. El romanticismo,
    aquél vasto movimiento que
    predominó en Europa durante la
    primera mitad del S XIX, puede considerarse como la primera
    reacción antimoderna. Lo que pasa es que en éste
    caso se trató de una reacción nostálgica.
    Querían volver atrás a la edad
    media.

    Después del romanticismo ha habido otros muchos
    brotes inconformistas frente a la modernidad. Cerca de nosotros
    conviene recordar a los "hippies" y su "Flower power"; y sobre
    todo la espectacular revuelta del mayo francés de
    1968.

    El nacimiento de la
    postmodernidad

    Al comenzar el estudio de la postmodernidad, la primera
    tentación es la de buscar una definición que la
    caracterice, pero la postmodernidad no es susceptible de una
    definición clara ni de una teoría
    acabada que la explique. La postmodernidad es ante todo, un nuevo
    estilo de
    vida. Podemos hablar de que hay una "postmodernidad de la
    calle" y de que hay también una "postmodernidad de los
    intelectuales"
    (Lyotard, Vattimo, Baudrillard, Lipovestky, Derrida, etc.). Pero
    éstos filósofos no son otra cosa que notarios que
    levantan acta de lo que pasa en la calle.

    No podemos fechar exactamente el nacimiento de la
    postmodernidad, pero como dato curioso podemos citar a Charles
    Jencks (arquitecto norteamericano) que afirma que la
    postmodernidad nació el 15 de julio de 1972 exactamente a
    las 3:32 de la tarde, cuando dinamitaron en Saint Louis (Missouri
    EE.UU) varias manzanas que habían sido construidas en los
    años cincuenta sometidas a los estándares modernos
    de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se
    vieron obligados a reconocer que la máquina moderna para
    vivir – tal como la definió Le Corbusier – había
    resultado inhabitable. La postmodernidad surge a partir del
    momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que
    ya no era válido el proyecto moderno.
    No podemos entender bien la postmodernidad si no percibimos que
    está toda ella hecha de desencanto.

    Adiós a la idea de
    progreso

    La modernidad fue el tiempo de las
    grandes utopías sociales: los ilustrados creyeron en una
    próxima victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por
    medio de la ciencia;
    los capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la
    racionalización de las estructuras de
    la sociedad y el
    incremento de la producción; los marxistas esperaban la
    emancipación del proletariado a través de la lucha
    de clases… Las discusiones sobre el "como" podrían ser
    interminables, pero la convicción compartida por todos era
    que "se puede".

    Pero a lo largo de los últimos cincuenta
    años, todas estas esperanzas se han manifestado
    inconsistentes. Es verdad que la ciencia ha
    beneficiado notablemente la vida de las personas, pero
    también ha hecho posible desde el holocausto
    judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki; el
    marxismo en
    vez de traer el paraíso comunista, dio origen a la masacre
    de Tian an men; las sociedades
    capitalistas avanzadas han alcanzado un alto nivel de vida, pero
    están a su vez corroídas por dentro por el gusano
    del tedio y del
    sin sentido… En resumen, para toda una generación, el
    mundo, de pronto, se ha venido abajo.

    Los postmodernos tienen la experiencia de un mundo duro
    que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder
    cambiarlo. Y, ante la falta de posibles alternativas, una
    melancolía suave y desencantada recorre los
    espíritus.

    Para Vattimo, momento del nacimiento de la
    postmodernidad en filosofía es con la idea nietzcheana del
    eterno retorno de lo igual, el fin de la idea de la
    superación característica de la modernidad: " Si la
    modernidad se define como la época de la
    superación, de la novedad que envejece y es sustituida por
    una novedad más nueva, en un movimiento incesante que
    desalienta toda creatividad al
    mismo tiempo que la exige y la impone como única forma de
    vida… si ello es así no se podrá salir de la
    modernidad pensando en superarla. El recurrir a fuerzas
    eternizantes indica ésta exigencia de encontrar un camino
    diferente. Nietzsche ve
    con mucha claridad, que la superación es una
    categoría típicamente moderna y que por lo tanto,
    no puede determinar una salida de la modernidad"

    Los postmodernos consideran a la idea de progreso un
    espejismo, y no se consideran a sí mismos llamados a
    superar. Hablan de postmodernidad simplemente porque su tiempo ha
    aparecido después de la modernidad.

    El fin de la historia.

    Los filósofos postmodernos afirman que la
    historia ha sido un invento de los historiadores y ésta
    sólo existe en los libros de texto. En
    realidad hay tan sólo acontecimientos sin ninguna
    conexión entre sí. El mundo está constituido
    por una multitud de átomos-individuos que estamos juntos
    por casualidad. No tenemos ningún proyecto. Simplemente
    nos cruzamos unos con otros, o incluso nos atropellamos unos a
    otros.

    Los postmodernos afirman que los historiadores han
    tenido poca memoria y han
    recordado pocos acontecimientos. Si hubieran recordado todos, se
    habría visto que no existe otra cosa que un caos de
    biografías
    individuales. La gran historia se disuelve en muchas historias
    microscópicas. Tantas como individuos.

    Los modernos, creyendo posible construir un futuro
    mejor, sacrificaron el presente al futuro y, como no hay futuro,
    se quedaron sin presente y sin futuro. Los postmodernos,
    convencidos de que no hay posibilidad de cambiar la sociedad, han
    decidido disfrutar del presente con una actitud
    hedonista que recuerda el carpe diem.

    Hedonismo y
    "resurrección de la carne".

    La postmodernidad es el tiempo del "yo" del intimismo.
    En las librerías de "best sellers" abundan los libros de
    técnicas sexuales, los libros sobre la
    "meditación trascendental", las guías de cuidados
    para el cuerpo, los remedios para la crisis de la
    vida adulta, la psicoterapia
    al alcance de todos, el control mental,
    el Rei Ki, etc. Y todo esto se explica porque a raíz de la
    pérdida de confianza en los proyectos de
    transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar
    todas las fuerzas en la realización personal, y
    aparece una neurasténica preocupación por la
    salud que se
    manifiesta en la obsesión por la terapia personal o de
    grupo, los
    ejercicios corporales y masajes, el sauna, la dietética
    macrobiótica y las vitaminofilias, la
    bioenergética, etc.

    Los hombres modernos gustaron identificarse con
    Prometeo, que, desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el
    fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad. En
    1942, Camus sugirió que el símbolo idóneo no
    era tanto Prometeo como Sísifo, que fue condenado por los
    dioses a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una
    montaña, desde donde volvía a caer siempre por su
    propio peso. Ahora llegaron los postmodernos y dicen
    "¡dejemos la roca abajo y disfrutemos de la vida!". Los
    postmodernos, olvidándose de la sociedad, concentran todos
    sus esfuerzos en la realización personal. Hoy es posible
    vivir sin ideales, Lo que importa es conseguir los ingresos
    adecuados, conservarse joven, cuidar la salud… Con mucha
    razón los estudiosos de estos fenómenos han hecho
    notar que el símbolo de la postmodernidad ya no es
    Prometeo ni Sísisfo, sino Narciso, el que enamorado de
    sí mismo, carece de ojos para el mundo
    exterior.

    La vida sin imperativo
    categórico.

    La postmodernidad significa también la muerte de
    la ética.
    Eliminada la historia, ya no hay deudas con un pasado
    arquetípico ni tampoco obligaciones
    con un futuro utópico. Cuando queda tan sólo el
    presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo
    que quiera. Ahora la estética sustituye a la ética. Como
    dice Joaquín Sabina, "al deseo los frenos le sientan
    fatal. ¿Que voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui
    sin soda, el sexo sin boda,
    las penas con pan…?"

    Freud
    afirmó "En el proceso de
    maduración, el yo averigua que es indispensable renunciar
    a la satisfacción inmediata, diferir la adquisición
    de placer, soportar determinados dolores y renunciar, en general,
    a ciertas fuentes de
    placer (…) El paso del principio del placer al principio de la
    realidad constituye uno de los programas
    más importantes del desarrollo del
    yo."
    En la Postmodernidad es el ello el llamado a mandar.
    Desaparece toda barrera; todo es indiferente y, por lo tanto,
    nada está prohibido. Para los postmodernos ¡vive
    feliz! es el único imperativo
    categórico.

    Siento luego
    existo.

    En la postmodernidad el homo sapiens ha sido
    sustituido por el homo sentimentalis. El homo
    sentimentalis no es simplemente el hombre que
    siente, sino el hombre que
    valora el sentimiento por encima de la razón. Milan
    Kundera, exponente de la postmodernidad en literatura, escribe:
    "Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que
    subestima el dolor de muelas. Siento, luego existo es una verdad
    que posee una validez mucho más general."
    A la
    tiranía de la razón ha sucedido ahora una
    explosión de la sensibilidad y de la subjetividad. En
    algunos círculos, el ataque contra la razón y la
    objetividad ha alcanzado dimensiones de cruzada, y algunos
    jóvenes hacen suya la afirmación de Nietzsche:
    "Todos los pensamientos son malos pensamientos… El hombre no
    debe pensar."

    Imperio de lo "débil",
    de lo "light".

    Los postmodernos niegan los grandes discursos de
    la modernidad sin refutarlos, porque emprender el trabajo de
    refutarlos supondría que siguen tomando en serio la
    razón. En la postmodernidad no queda más remedio
    que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del
    pensamiento; únicamente hay lugar para un pensamiento
    débil y fragmentario: "Yo, aquí, ahora, digo
    esto."
    La postmodernidad es la desvalorización de las
    grandes cosmovisiones. Lyotard sostiene que la postmodernidad es
    el fin de los metarrelatos.

    Nihilismo.

    Los postmodernos prefieren vivir en la
    desfundamentación de pensamiento. No sólo
    consideran que las convicciones firmes que dieron seguridad y
    razones para vivir a las generaciones pasadas han desaparecido
    para siempre, sino que aceptan el hecho sin ningún sentido
    de tragedia. Lipovestky afirma: "Dios ha muerto, las grandes
    finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo:
    ésta es la alegre novedad."

    Las grandes cosmovisiones son, según los
    postmodernos, potencialmente totalitarias. Todo aquél que
    se siente depositario de una gran idea trata de ganar para ella a
    los demás y, cuando éstos se resisten,
    recurrirá fácilmente al terror. En cambio
    quién se sabe portador de un pensamiento débil
    será necesariamente tolerante para con quienes piensan de
    forma distinta.

    El individuo
    fragmentado.

    El individuo postmoderno, al rechazar la disciplina de
    la razón y dejarse guiar preferentemente por el
    sentimiento, obedece a lógicas múltiples y
    contradictorias entre sí. En lugar de un yo integrado, lo
    que aparece es la pluralidad dionisíaca de personajes. De
    hecho, se ha llegado a hacer un elogio de la esquizofrenia.

    Todo lo que en la modernidad convivía en
    tensión y conflicto
    convive ahora sin dramas, furor ni pasión. Cada cual
    compone "a la carta" los
    elementos de su existencia tomando unas ideas de acá y
    otras de allá, sin preocuparse demasiado por la mayor o
    menor coherencia del conjunto. Estamos de vuelta del racionalismo,
    y ahora manda el sentimiento.

    El individuo postmoderno, sometido a una avalancha de
    informaciones y estímulos difíciles de estructurar,
    hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundeo incierto de
    unas ideas a otras. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene
    certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son
    susceptibles de modificaciones rápidas. Pasa de una cosa a
    la otra con la misma facilidad con que cambia de
    detergente.

    También en las relaciones personales el
    postmoderno renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser
    independiente afectivamente, no sentirse vulnerable. El medio
    para conseguirlo es lo que ha sido llamado el "sexo frío"
    (cool sex), orientado al placer breve y puntual, sin ambiciones
    de establecer relaciones excluyentes ni duraderas.

    Los "tics" del lenguaje dicen
    mucho al respecto de la Postmodernidad. Al encontrarse dos amigos
    de mentalidad moderna, se preguntaban con naturalidad:
    "¿Qué es lo que hacés?" (en la
    modernidad se daba por supuesto que siempre había que
    estar haciendo algo). Para la cultura
    postmoderna esa pregunta sería un insulto. No se trata de
    hacer, sino de estar. La pregunta hoy sería:
    "¿En que estás?", con el signo de
    transitoriedad que en castellano tiene
    el verbo estar. Canta Joaquín Sabina: "Cada noche un rollo
    nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la
    meditación. Hoy el alcohol y la
    droga.
    Mañana el aerobic y la reencarnación".

    Tolerancia e
    indiferencia.

    Con la pérdida de confianza en la razón,
    se ha perdido también toda esperanza de alcanzar cualquier
    consenso social. Hoy cabe todo y todo tiene su público,
    incluso las mayores extravagancias culturales. Alguien ha
    afirmado de manera jocosa: "Hace no sé cuántos
    años dijo no sé quién que cualquier cosa
    despojada de su utilidad es
    arte. Esto
    significa que si ves un retrete colgado en el techo, no intentes
    la meada parabólica, antes bien hay que consultar el
    catálogo."

    Los hombres modernos creían todavía que la
    libre confrontación de opiniones conduciría antes o
    después a un acuerdo en torno a la verdad
    y la justicia. Los
    postmodernos ni creen alcanzar ese grado de integración social ni tampoco lo desean en
    absoluto. Como afirmaba Nietzsche: "Mi juicio es mi juicio
    (…) y otro no tiene derecho a él. Hay que desterrar el
    mal gusto de querer compartir el parecer de muchos. Un
    `bien´ ya no es un bien en boca del prójimo. No
    puede haber, por lo tanto, un `bien comúm´. Esa
    expresión encierra una contradicción en sí
    misma"
    .

    Parece que entre nosotros desde hace un tiempo ha
    empezado a darse un nuevo modo de ser más ecléctico
    y liberal, que huye de las opiniones "fuertes", por considerarlas
    de mal gusto desde el punto de vista estático.

    El retorno de los
    brujos.

    Si el racionalismo de la modernidad socavó las
    creencias religiosas, no podemos sorprendernos de que la
    reacción postmoderna haya traído consigo un retorno
    de lo religioso.

    En cuestiones de religión la modernidad se
    negó a creer lo que era digno de credibilidad, la
    Postmodernidad no pone reparos en tragarse lo increíble.
    Podemos ver en la religiosidad postmoderna la "venganza de lo
    reprimido" de la que habló Freud: la modernidad
    inhibió la sed de Dios, que es un constitutivo del ser
    humano, y ahora brota en estado
    "salvaje". Quizás sea también expresión de
    una sociedad peligrosamente frustrada que se está
    volviendo cada vez más receptiva a soluciones
    mesiánicas y fanáticas. Y desde

    luego, no podemos descartar en ello una crítica
    implícita a una religión cristiana que en los
    últimos años había adquirido rasgos
    moralistas e intelectuales.

    El retorno de
    Dios.

    Pero en la Postmodernidad no sólo retornan los
    brujos; también retorna Dios. Es lógico que, al
    entrar en crisis la razón del racionalismo, queden de
    nuevo abiertas las vías de acceso a la fe que la
    modernidad clausuró. Como decía Pascal: "el
    corazón
    tiene sus razones que la razón no conoce"
    .

    Sin embargo, en la Postmodernidad Dios no puede ser
    demasiado exigente. Debe contentarse con lo que se ha llamado "la
    religión light".

    Dado que el postmoderno obedece a lógicas
    múltiples, frecuentemente prepara él mismo su
    "cóctel religioso" con unas gotas de islamismo, una pizca
    de judaísmo, algunas migajas de cristianismo,
    un dedo de nirvana; todas las conminaciones son posibles,
    añadiendo para ser un poco más ecuménico,
    una cucharadita de marxismo o un paganismo a gusto del consumidor.
    Teniendo presente el rechazo postmoderno a la
    fundamentación, no debe sorprendernos que al individuo no
    le preocupe en lo absoluto la falta de coherencia del
    conjunto.

    Contextualización

    Rasgos de la
    crítica postmoderna a la religión.

    El pensamiento postmoderno, en cuanto declara el fin de
    todo proyecto y normativa histórica totalizante, no solo
    es un enemigo frontal de la modernidad, sino también de
    cualquier otro donde aparezca la pretensión de sentido
    global y de orientación general de la vida.

    La postmodernidad es una forma de ateísmo
    nihilista que no pretende reapropiarse nada, y por eso mismo
    representa el rechazo máximo de Dios y la
    religión.

    La postmodernidad recoge la bandera nihilista izada por
    Nietzche y declara ya el momento de tomar en serio la muerte
    cultural, conceptual, de Dios. No se trata de un ateísmo
    cualquiera o de la irreligiosidad sin más, sino de la
    desaparición de Dios y su rastro.

    Hasta ahora, el ateísmo clásico que
    podía venir representado por Feuerbach, Marx y Freud,
    trataba de disputar a Dios un espacio, unos valores y una
    libertad que
    precisamente su afirmación parecía
    negárselos al hombre. El ateo negaba a Dios para afirmar
    un proyecto de hombre. La esencia alienada del hombre era
    reivindicada en el rechazo a Dios. A la centralidad excluyente de
    Dios le venía a sustituir la no menos excluyente de
    hombre. El ateísmo clásico representaba la
    reacción humanista frente a la concepción alienante
    de Dios y de la religión. Pero este ateísmo
    humanista estaba guiado por un proyecto: unos ideales de cultura
    y de sociedad donde el hombre fuera realmente el responsable de
    su construcción. Para ello el énfasis
    en la razón, sobre todo científica, y en la
    organización racional de la sociedad, y en la política como camino
    hacia una mayor libertad y emancipación del hombre y hacia
    una sociedad más justa, solidaria e
    igualitaria.

    El giro postmoderno significa el abandono y
    confrontación con este humanismo
    moderno. Para el pensamiento postmoderno "la muerte de Dios"
    representa a la vez, la liquidación del humanismo.
    Accedemos a través de la "muerte de Dios" al
    descubrimiento de la inexistencia de fundamento alguno donde
    asentar nada, llámese realidad, mundo, historia,
    razón, sentido…, o cualquiera de las grandes palabras
    que, a su vez, sostienen a otras no menos importantes, como
    libertad, justicia y verdad.

    Tres son, por tanto, los nuevos rasgos de este
    ateísmo postmoderno:

    a) No es un ateísmo de
    reaprobación
    . Frente al ateísmo clásico
    que buscaba en la eliminación de Dios la
    entronización del hombre, lo propio de la postmodernidad
    es no querer heredar nada con la "muerte de Dios". No se le
    arrebata al creyente nada para devolvérselo. No se trata
    de expropiaciones o restauraciones en nombre de un proyecto
    humano para el que la fe sería un
    obstáculo.

    b) No es un ateísmo humanista. No es la
    muerte de Dios para glorificar al hombre. No se sustituye a Dios
    por el hombre. No se busca elevar a este "pequeño dios"
    que es el hombre. Ni tampoco se busca defender los valores
    humanos sustraídos a nuestra cultura, a nuestra
    sociedad o a nuestro tiempo por alguna institución
    (Iglesia) o
    alguna clase
    (aristocrática o burguesa).

    c) El ateísmo postmoderno es un nihilismo
    positivo
    . Siguiendo a Nietzche, entienden que la "muerte de
    Dios" y la desvalorización de los valores
    supremos abren vertiginosas potencialidades. Sin Dios, se trata
    ahora de buscar sentido en la pérdida de sentido. Ver la
    existencia desfundamentada como "chance". Es el nihilismo
    como valor, como
    ocasión para elegir y dar valor a las cosas.

    Postmodernidad y el Dios
    cristiano

    La actitud postmoderna postula una y otra vez una
    apertura a la realidad, manantial de la vida y del ser, que juzga
    cerrado por el conceptualismo y la logificación moderna.
    Hay una defensa de la vida, de su inagotabilidad e inefabilidad,
    constreñida, atada, por los lazos del dominio estrecho
    de lo racional. Contra este encadenamiento desecador se alza la
    cruzada postmoderna antimetafísica y anti-fundamentadora.
    Pero en la mayoría de los escritos de los autores
    postmodernos, laten unas expectativas cuasi místicas ante
    la realidad vivida desde una apertura mental y vital no
    encajonada por los moldes mentales de la racionalidad funcional
    moderna.

    El primado de la
    experiencia.

    El absoluto es aquello de lo que no se puede hablar. Hay
    que gozarlo en el manantial de la vida.

    La filosofía de la mañana postmoderna
    apela al pensamiento tentativo, fragmentario y fruitivo. Parece
    decirnos, con su continua distancia frente a las pretensiones
    objetivadoras y controladoras del pensamiento predominante, que
    frente al problema de la realidad, de la vida y del hombre,
    más que pensar hay que experimentar.

    Se apunta claramente hacia la supremacía de la
    experiencia sobre la razón en las cuestiones relativas al
    sentido último y, en general, como actitud vital en todas
    las cuestiones. Esto se percibe en el modelo
    predominante en que se inscribe el pensamiento postmoderno: el
    cambio de paradigma que
    gira de la conciencia hacia el lenguaje
    (comunicación). El predominio,
    señalado reiteradamente por Lyotard, de lo performativo
    sobre lo denotativo, de los contextos de uso sobre los
    significados, señala esta preeminencia de la
    pragmática sobre la teoría.

    Considerada desde el punto de la credibilidad y la
    aceptación, la fe se juega también más en el
    terreno de la práctica y la experiencia que en el de la
    argumentación y el convencimiento racional. Este siempre
    tiene una función
    crítica, nada despreciable, de eliminador de
    obstáculos y facilitador de la audición del
    mensaje. Pero en último término, la fe se acepta
    por experiencia propia. Hay una especie de contagio o
    participación en la experiencia del otro, que me lleva a
    comprender y aceptar su propuesta de sentido.

    La religiosidad en la era
    postmoderna.

    Ya no movilizan la sensibilidad actual la
    transformación de la realidad y la superación de lo
    que se llamó "la paradoja cristiana": la esperanza de los
    creyentes piadosos que no tenía repercusión en la
    situación desesperanzada de la realidad
    socio-política y económica. Hoy, parece que la
    utopía cristiana no siente la necesidad de hacerse
    creíble históricamente si no es permaneciendo
    exclusivamente como religiosa.

    Estaríamos frente a una religiosidad que propone
    a sus fieles fines espirituales y religiosos. Un cambio radical
    que sitúa en el lado opuesto de las preguntas de las
    décadas de los 60, 70 y 80, que hacían del
    compromiso político el centro unificador de la vida de los
    creyentes.

    Hoy se solicita de la religión que colme el
    vacío dejado por el fracaso de la utopía moderna.
    La religión vendría a ser como uno de los lugares
    donde se resiste al proyecto de la modernidad. La crítica
    postmoderna encontraría en la religión uno de los
    vectores
    institucionales donde se cristaliza y se expresa para amplias
    mayorías no intelectuales el malestar de la modernidad. Se
    cuestionan no sólo los valores de la modernidad (la
    racionalización, el pragmatismo,
    la organización, la disciplina, etc.), sino el
    estilo de vida, los imperativos éticos e intelectuales que
    están en el trasfondo del desarrollo moderno occidental:
    el progreso, el desarrollo tecnológico y la
    expansión del consumo.

    Una de las características más llamativas
    de esta religiosidad postmoderna es lo que utilizando la
    expresión weberiana se ha definido como "las comunidades
    emocionales". Distintos grupos de
    inspiración cristiana que predominan hoy en la Iglesia
    como: carismáticos católicos, grupos rurales
    neomonásticos, comunidades neocatecumenales,
    círculos fundamentalistas, grupos de oración
    corporal, zen, círculos ecuménicos "libres", etc.
    Todos ellos presentan una serie de rasgos como los
    siguientes:

    a) Adhesión personal voluntaria a dichos grupos,
    que crea un fuerte lazo emocional entre sus miembros. Normalmente
    son grupos reunidos en torno a un personaje "carismático",
    a cuyo "rol" profético se apela con frecuencia.

    b) Relativa porosidad en sus fronteras: las comunidades
    emocionales son, por lo general, modos flexibles de
    asociación. Es decir, predomina una relación
    subjetiva y pragmática del compromiso con un grupo
    religioso y aun con la religión misma. Se subraya
    así el vínculo interpersonal y su libertad frente a
    las implicaciones sociales.

    c) Predominio de la experiencia espiritual de los
    participantes frente a las formulaciones dogmáticas u
    objetivas. El control de la ortodoxia lo ejercen los investidos
    de poder dentro del grupo.

    d) Localismo, en el sentido de que el horizonte y la
    legitimación de su existencia recaen sobre
    el propio grupo y sobre el portador del "carisma". Este rasgo
    hace a estos grupos pocos receptivos y bastante alérgicos
    a las normas
    establecidas desde fuera de ellos.

    Esta descripción de rasgos comunes es matizable
    en uno u otro aspecto cuando se aplica a un grupo determinado.
    Pero sirve para tratar de aprehender una sensibilidad de nuestro
    tiempo.

    Todos los autores reconocen que estas nuevas tendencias
    religiosas no son puro efecto de una reacción antimoderna.
    Estos movimientos mantienen rasgos típicamente modernos:
    así, por ejemplo la adaptación de los dogmas a las
    necesidades y gustos de los individuos (una especie de fe a la
    carta), es un
    utilitarismo religioso que se está extendiendo en muchos
    de estos grupos incluso dentro de la Iglesia Católica.
    Igualmente, la espiritualidad de estos grupos tampoco deja de
    tener incidencia en la vida personal de los individuos, tanto
    interior como exterior, puesto que ofrece desde ventajas
    socio-psicológicas hasta éxitos en otras
    actividades.

    Nos encontramos ante un fenómeno que, si bien
    presenta rasgos de rechazo del proyecto de la modernidad, no
    puede caracterizarse masivamente de anti-moderno, porque, a pesar
    de contener muchos rasgos críticos de la modernidad,
    también ofrece valores y resultados de la
    misma.

    El fenómeno sectario,
    la
    New Age, el neo-paganismo.

    Todo un trabajo de investigación merecerían cada uno de
    estos tres temas, pero por su importancia en la cultura de
    nuestro tiempo, por los desafíos filosóficos,
    teológicos y pastorales que implican y por que creemos que
    están íntimamente relacionados con la
    postmodernidad, los analizaremos brevemente.

    Nuestro momento actual dista mucho de desconocer la
    fascinación por lo sagrado, que irrumpe por caminos que
    parecían ya poco transitados o reservados a los marginados
    de la religión. Quién se sorprende ya por ciertos
    programas de televisión, ciertos programas de radio, ciertos
    avisos en diarios y revistas en donde aparecen "ofertas
    religiosas" mezcladas con "ciencia": radiestesia, control mental,
    reiki, budismo,
    meditación trascendental, viajes
    astrales, Jesús cósmico, Iglesias
    Pentecostáles, grupos gnósticos, etc. Pero,
    ¿qué es lo que está ocurriendo? los intentos
    de explicación son varios.

    Se han dado explicaciones de tipo cultural por parte de
    espíritus crítico-sociales que hablan del
    predominio de una dimensión de la racionalidad vinculada a
    la ciencia, la técnica y la producción. Esta
    explicación, con variantes y matizaciones múltiples
    se puede aplicar fácilmente a la situación de la
    religión en la modernidad. Ha habido una auténtica
    represión cultural de las dimensiones que se abren a la
    profundidad de la realidad de las que vive la experiencia
    religiosa. Esta represión de lo sagrado, tenía que
    aflorar por algún sitio. Y, siguiendo la sugerencia
    psicoanalítica, aparece ahora en manifestaciones
    deformadas, aberrantes, de eso reprimido. He aquí una
    explicación cultural de la ola nebuloso-esotérica
    que nos invade.

    Un segundo tipo de explicación sería la
    crítico-religiosa, efectuada desde el interior mismo de
    nuestra tradición cristiana y que responde a la pregunta:
    ¿Por qué aparece este fervor religioso por la
    vía de lo esotérico, lo trivial o lo misticoide, y
    no por la vía de una revitalización
    cristiana?

    Hemos caído en el acartonamiento ritual,
    sacramental y catequético; hemos vaciado la
    religión de misterio con tanta moralización y tanta
    rutina. Los espíritus deseosos de encontrarse con Dios han
    encontrado ideologías progresistas o conservadoras, pero
    no experiencia interior; por eso se han marchado por otros
    caminos, a veces disparatados.

    Hay quién ha afirmado que esto es una bofetada
    del Espíritu
    Santo a las religiones tradicionales que
    no han sabido responder a las necesidades del hombre
    actual.

    La tercera explicación nos introduce de lleno en
    ese mundo de la "New Age" religiosa, o sensibilidad
    mística de nuestro tiempo. Nos hallaríamos ante el
    inicio de una nueva época (la de Acuario) que supone una
    sensibilidad diferente de la que ha predominado hasta hoy (era de
    Píscis), más belicosa, delimitativa,
    institucionalizada y racionalista.

    La nueva religiosidad postmoderna no es cristiana, pero
    tampoco es anti-cristiana, sino que supera al cristianismo
    recurriendo a otras denominaciones, y haciendo de ellas una
    verdadera "ensalada religiosa".

    Conclusiones

    Hemos señalado en éste trabajo que la
    postmodernidad es antes que nada un nuevo estilo de vida. Una
    nueva actitud ante la cual el hombre contemporáneo
    enfrenta la sociedad, la cultura, la religión, la propia
    vida personal (su salud, su cuerpo, el sexo, el consumo,
    etc.).

    En el terreno de lo filosófico, la postmodernidad
    hunde sus raíces en lo más profundo del proyecto
    moderno, y desde el fracaso de este, brota toda ella hecha de
    desencanto y nihilismo. Es comprensible si nos ponemos en la
    piel del
    hombre moderno, la idea de progreso, las ideologías que
    pretendían dar una explicación omnicomprenciba de
    la realidad, todo más tarde o más temprano se vino
    al suelo. Es
    inevitable ver a la razón moderna como la culpable de las
    guerras
    mundiales, de la
    contaminación, de los campos de concentración,
    de la amenaza atómica… La desconfianza en la
    razón, en los racionalismos son la consecuencia de todo
    esto.

    Frente a un mundo que por más de medio siglo
    vivió bajo la amenaza de la autodestrucción, la
    aparición del karpe diem como único imperativo
    categórico es explicable también.

    No creemos que el hombre pueda vivir en el vacío
    toda su vida, la pregunta por el sentido aparecerá
    irremediablemente, el sentido de la vida, el sentido del
    sufrimiento, la experiencia de una vida limitada, la propia
    muerte y la de los demás como signo de finitud,
    abrirá necesariamente a la búsqueda del
    sentido.

    Pensamos que el hombre postmoderno es también un
    hombre en búsqueda de respuestas que la propia
    postmodernidad no es capaz de dar. El llamado retorno de lo
    religioso es un síntoma de esa búsqueda. El
    catolicismo tradicional muy lleno de "modernidad" no ha sabido
    todavía dar respuestas a estas búsquedas. Y
    así vemos como cada día nuestro pueblo a no
    encontrar las respuestas en la Iglesia, las busca y cree
    encontrarlas fuera, en las sectas o los nuevos movimientos
    pseudo-religiosos.

    Ya se han empezado a levantar las voces en contra de la
    postmodernidad. Como se levantaron en su momento contra la
    modernidad. Pero, ¿no sería mejor aceptar el hecho
    en vez de enfrentarlo?, la postmodernidad está entre
    nosotros y el hombre postmoderno está buscando respuestas,
    está buscando a Dios; démoselo entonces. No ha sido
    la actitud de diálogo la
    predominante en la Iglesia en relación a la modernidad. Y
    muchos de los "dialogantes" fueron excluidos por considerarse que
    habían pactado con el enemigo y se habían
    "contaminado". Habrá que esperar hasta el Concilio
    Vaticano II para advertir un giro. El Vaticano II supone el
    reconocimiento del diálogo con la modernidad. Los
    enfrentamientos y conflictos
    daban paso al diálogo. La exclusión daba paso a la
    coexistencia. El diálogo mostraba que era posible
    colaborar juntos en la humanización.

    Pero casi al mismo tiempo que la Iglesia
    reconocía oficialmente concluido el tiempo del conflicto e
    inauguraba el del diálogo, un nuevo giro de la
    sensibilidad socio-cultural declaraba exhausto el proyecto de la
    modernidad.

    Da la sensación de que llegamos tarde. Es de
    esperar que no lleguemos tarde ahora, que hayamos aprehendido de
    la historia. Pero, ¿cómo dialogar con la
    postmodernidad? El cristianismo se encuentra mal equipado.
    Había adquirido estatuto dialogante con el proyecto de la
    modernidad cuando los vientos culturales soplaban ya en otra
    dirección. La respuesta no la tenemos, y
    esta es sin duda uno de los desafíos filosóficos,
    teológicos y pastorales que se nos presentan.

    Decíamos más arriba que el hombre
    postmoderno era el hombre de la búsqueda de un sentido, y
    que en esa búsqueda salía a buscar a Dios a veces
    por caminos aberrantes. El hombre busca a Dios, y es nuestro
    deber darlo a conocer (cfr. Evangelii Nuntiandi nº 21 ss).
    Éste ha sido el desafío de siempre, salvo que ahora
    adquiere ribetes bien distintos. ¿Qué Dios busca el
    hombre postmoderno? Sin duda que cada uno podrá dar su
    respuesta. Nosotros tenemos un único Dios para anunciar:
    el Dios de Jesucristo, el de un Dios que se "enloquece" de
    amor y no se
    guarda ni a su propio hijo por la vida de sus creaturas. Pero
    debemos ser creativos en el anuncio, eliminar la
    ideologización propia de la década del 60, la
    ritualización, los moralismos. La propuesta debe ser capaz
    de responder a la pregunta por el sentido en el lenguaje propio
    de la nueva sensibilidad postmoderna. Este es sin duda el mayor
    de los desafíos.

    Bibliografía

    1- Freud, Sigmund. "Lecciones introductorias al
    Psicoanálisis"

    Editorial Biblioteca Nueva,
    Madrid. 1960
    3a

    2- González Carbajal. Luis. "Ideas y creencias
    del hombre actual"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1991

    3- Lipovestky, Gilles. "La era del
    vacío"

    Editorial Anagrama, Barcelona. 1988 3a

    4- Lyotard, J F. "La postmodernidad (explicada a los
    niños)"

    Editorial Anthropos, Barcelona. 1990

    5- Mardones, José M. "¿Adónde va
    la religión?"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1996

    6- Mardones, José M. "Postmodernidad y
    cristianismo"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1988

    7- Nietzche, Friederich. "El Anticristo" (obras
    completas t. 4)

    Editorial Prestigio, Bs. As. 1970

    8- Nietzche, F. "Más allá del bien y
    del mal, aforismo 43" (obras completas t. 3)

    Editorial Prestigio, Bs. As. 1970

    9- Pascal, Blaise. "Pensamientos" (obras
    completas)

    Editorial Alfaguara, Madrid. 1981

    10- Vattimo, Gianni. "El fin de la
    modernidad"

    Editorial Gedisa, Barcelona. 1990

    Otras fuentes

    11- Sabina, Joaquín. "Como decirte como
    cantarte" (Joaquín
    Sabina y viceversa)

    Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986

    12- Sabina, Joaquín. "Güisqui sin
    soda" (Joaquín Sabina y viceversa)

    Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986

    Autor: Álvaro Daniel Farías Díaz
    (33 años)

    E-mail:

    Estudiante de tercer año de la Licenciatura en
    Psicología
    de la Universidad
    Católica del Uruguay

    Miembro Asesor del Servicio de
    Estudio y Asesoramiento sobre Sectas y Nuevos Movimientos
    Religiosos del Uruguay (SEAS
    – Uruguay)

    Especializado en Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos
    por la Fundación SPES Buenos
    Aires– Argentina.

    16 de junio de 2004 – Montevideo –
    Uruguay

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