La pampa sagrada de los Incas. Leyenda y realidad en los andes peruanos
La selva es densa, húmeda, peligrosa
y cargada de misterios. A cada paso, tambaleante y tenso, uno
puede experimentar sensaciones que exceden lo cotidiano, y cada
abismo, quebrada o río tempestuoso nos trae a la realidad
una verdad que nosotros, hombres de ciudad, sólo
alcanzamos a intuir estando cómodamente sentados en
nuestros "civilizados" hogares: y es que el contacto, simbiosis y
relación con "lo natural" está
fracturado.
En la selva, y más aún cuando ésta
se combina con la montaña (como lo es en el caso peruano),
todas nuestras más seguras convicciones físicas e
intelectuales
se ven relativizadas y, en más de una oportunidad, la
ortodoxia científica en la que uno se ha formado tambalea,
corriéndose el riesgo
(encantador, por cierto) de dejarse llevar por la leyenda y el
folklore,
abandonando el "academicismo de escritorio" que, muchas veces, es
tan irreal como los mitos y
supersticiones relatados por los escasos colonos que viven y
luchan en la espesura.
De ahí su exotismo, su magia y atracción.
La selva oculta y moviliza. Hace resucitar dentro nuestro al
adolescente que alguna vez fuimos, despertando el impulso
primario por explorar, por conocer, como escribía Rudyard
Kipling, "qué hay detrás de las montañas".
La selva sigue siendo el caldero ideal para el
imaginario.
La EXPEDICION VILCABAMBA nació en setiembre de
1997 guiada por ese espíritu romántico.
Queríamos indagar, más allá de los documentos
españoles de los siglos XVI y XVII, qué tipo de
región era esa en la que los Incas se habían
refugiado desde 1536 a 1572. Deseábamos explorar las
derruidas sendas del Antisuyu (parte oriental del Imperio de los
Incas), intentando pisar esas mismas piedras que españoles
y quechuas, por motivos distintos, pisaron cuando iban en pos de
la última capital
imperial del Tahuantinsuyu: la legendaria Vilcabamba "La Vieja",
reducto postrero de la elite incaica tras la conquista
ibérica del Perú.
Nunca supusimos que la empresa fuera
tan dura y riesgosa. Si bien los cronistas españoles
(Murúa, Rodríguez de Figueroa, Ocampo Conejeros,
Hurtado de Arbieto y tantos otros) nos lo venían
previniendo desde hacía más de cuatrocientos
años, tuvimos que experimentar en carne propia ese
nerviosismo, admiración y miedo que la selva, las
montañas y sus precipicios, inevitablemente, producen.
Salimos "al campo" a reconfirmar nuestra admiración por
los incas y, paradójicamente, terminamos reconociendo, y
comprendiendo con mayor profundidad, el empuje y arrojo de
aquellos primeros, ambiciosos y muchas veces crueles
conquistadores españoles. Más allá de
cualquier juicio de valor, que
seguramente pecaría de anacrónico, tenemos hoy una
visión de la Conquista mucho más amplia,
contradictoria y humana (no, humanitaria), de la que
poseíamos antes; una perspectiva en la que la
traición, la cobardía y la valentía se
encuentran distribuidas en ambos bandos.
Los valles de los ríos Vilcabamba (antes Vitcos)
y Pampaconas, ubicados aproximadamente a unos doscientos
kilómetros al noroeste de la ciudad de Cusco, están
cargados de historia. De una historia
épica que —por ser épica— mezcla lo
real con lo irreal; las anécdotas ficticias con los hechos
históricamente confirmados. La utopía y la resistencia,
antes poderosas de manera consciente, se diluyen en leyendas cuyo
significado profundo pocos (o nadie) en la zona reconocen como el
producto de un
proceso de
larga duración. Vilcabamba ha dejado de ser el
símbolo de antaño. Su orgullosa resistencia
está mayormente olvidada. Los quinientos años de
Conquista y Colonización han cumplido con su cometido en
toda la región, y el follaje de la selva ha cubierto mucho
más que sus edificios, palacios y plazas. Aún sigue
siendo —en muchos aspectos— una ciudad perdida,
porque parece haber perdido su esencia.
De todas formas, para aquel que ha dedicado buena parte
de su vida a conocer su historia, Vilcabamba, la "Pampa Sagrada",
continúa conservando un halo de vivificante interés
que, con las viejas crónicas españolas en mano,
permite que se reconstruya parte de su aparente olvidada
historia.
Según se afirma, los Incas y su poderío
terminaron en esta ciudad en 1572, tras la captura de
Túpac Amaru a unos kilómetros de ella. Vilcabamba
habría sido, pues, la tumba del Estado
incaico. Pero los relatos populares (que son en donde se conserva
una resistencia inconsciente) siguen negando este hecho. Ellos
nos hablan de una "Vilcabamba La Grande" (la "verdadera"), que ha
dejado de ser vieja y se resiste a ser encontrada. Refieren, de
manera constante, sobre la existencia del Paititi o Paikikin, que
no sería otra cosa que el verdadero y último
reducto imperial, vigente hasta la actualidad en algún
lugar inexplorado (que los hay) de la profunda selva; conservando
los tesoros, el boato y el germen de un futuro y renovado Imperio
Incaico.
Como en las novelas, se habla
de comunidades protectoras, de agresivos aborígenes
machiguengas, paco-pacoris o huachipaires que, manteniendo una
actitud de
reverencial respeto por esas
ruinas, eliminan a todo profanador que aventure su cabeza a costa
de fama y fortuna.
¿Leyendas populares?…
Toda la región es una potencial mina sin
explotar. Son pocos los yacimientos arqueológicos
debidamente catalogados, deforestados o convenientemente
conservados. Las selvas de Vilcabamba, la vieja región
Tampú de las crónicas, aún esperan que se
saquen a la luz decenas de
templos, pucarás, palacios y ciudadelas del antiguo
Tahuantinsuyu. Allí todavía es posible el
romántico sueño de las ciudades
perdidas.
Como de forma acertada nos dijera un especialista
norteamericano (destacado por la Universidad de
California en Cusco): "Si los historiadores y arqueólogos
europeos, que mueren por un mero jarrón griego o romano,
supieran lo que se puede encontrar en estos valles,
cambiarían de especialidad. ¡Estamos hablando de
ciudades enteras por descubrir y pocos son los que saben o creen
en ello!".
Y así, motivados por un objetivo
concreto
(llegar hasta las ruinas de Vilcabamba "La Vieja"), pero
impulsados por los rumores y la magia del folklore, nos pusimos
en camino.
LA TRAVESÍA
"Más adentro, en la selva, del otro
lado,
hay gente… y son Incas."
[Testimonio recogido de un Chamán en
Cusco. Agosto de 1998].
"Están retirados en el dicho
descubrimiento de la selva
la mayor parte de los indios que faltan
del Perú."
[Testimonio de Juan Recio de León,
hecho al rey de
España. Lima, Perú,
1623].
A lo largo de los doce días que duró la
EXPEDICION VILCABAMBA, hombres, caballos y equipo, atravesamos
diversos pisos ecológicos, pasando de la puna a la ceja de
selva y, finalmente, a la selva tropical, propiamente dicha; que
es en donde se encuentra emplazada la antigua capital de la
resistencia Inca. Los contrastes son imponentes y las palabras se
vuelven inútiles a la hora de describir el ominoso
contexto natural de la región.
La temperatura y
el follaje cambiaban con el sólo paso de las horas, a
medida que descendíamos de los 4.000 metros de altura
sobre el nivel del mar (Abra de Qolpaqasa) hasta los 600 metros,
que es en donde culminamos la pesada caminata (pueblo
selvático de Kiteni, a dos días más
allá de las ruinas).
Los senderos son estrechos y convinan, para desgracia y
sacrificio de quienes los recorren, piedras, barro y abismos tan
profundos que, a pesar del silencio diurno de la selva, impiden
que se escuche el rugir del río, que siempre
acompaña al caminante unos cientos de metros por
debajo
Los nervios se ponen a prueba a cada paso. Cuando la
senda se estrecha, y sólo hay espacio para apoyar un pie a
la vez, la ayuda del bastón se hace imprescindible y el
trabajo en equipo
un hecho inevitable. Los puentes colgantes (en donde casi
perdimos a uno de los caballos), y las débiles estructuras de
sólo dos o tres troncos (que también tienen la
pretensión de ser llamadas "puentes"), nos hicieron dudar,
en más de una oportunidad, de sí debíamos o
no proseguir. Pero el equilibrio
surgía siempre de alguna parte, y las manos entrecruzadas
permitían vadear los arroyos y riachuelos que se
interponían en cada quebrada. Aunque fueron los conos de
deslizamiento nuestra peor pesadilla. Cuando la ladera de la
montaña se desploma, arrastrando árboles, rocas y sectores
de camino, dejando a la vista un largo "tobogán" de arena
y piedrecillas sueltas, que se prolonga hasta el cauce del
río, cientos de metros más abajo, la aventura puede
trocarse en drama. Allí el peligro se hace concreto y el
riesgo algo bien real. Uno se olvida del paisaje (convertido en
"enemigo"), de las ruinas, de la historia, y se pregunta
qué fue lo que lo llevó a ese lugar.
Afortunadamente, la pericia de nuestro guía, Francisco
"Pancho" Cobos Umeres, nos enseñó en donde pisar
correctamente, en donde apoyarse y cómo mantener el
pellejo a salvo (por más que las legiones de mosquitos
desatendieran esa experiencia, y las constantes aplicaciones de
repelentes).
Nuestros campamentos eran humildes. Dos carpas, un
fogón u una cuantas lonas de nylon para resguardar a la
carga y los arrieros, que se obstinaban en dormir a la intemperie
con el objeto de cuidar a los seis caballos que nos
acompañaban.
Por la noche, las charlas se prolongaban hasta no muy
tarde, combinándose en ellas apreciaciones, recuerdos de
la jornada, chistes y las
siempre presentes leyendas. Se nos habló de osos, de
pumas, de chimokos (venenosísimas víboras) y de
ruinas nunca visitadas por gringos, en los cerros vecinos.
Tampoco faltaron los comentarios sobre enojosos Apus
(espíritus de las montañas), o celosos "incas
residuales" vigilándonos desde las alturas cubiertas de
árboles.
La fortuna quiso que, de la mano de Don Gerónimo
Kispikusi, arribáramos, en un desvío del camino y
siguiendo un viejo sendero Inca recién descubierto, a los
derruídos muros de un templo (un supuesto Quipuhuasi, o
Casa de la Sabiduría) que permanecía, como tantas
otras ruinas de la zona, sin catalogar por el INC (Instituto
Nacional de Cultura). No
era un Machu Picchu, ni siquiera una construcción en Estilo Imperial, pero el
hecho de encontrar esa perdida manifestación de arquitectura
incaica, colmó al grupo de
alegría y emoción. Sin querer los objetivos de
la Expedición se habían ampliado, y el relevamiento
exploratorio se enriquecía con este humilde pero
significativo hallazgo.
Cuando arribamos finalmente al emplazamiento de
Vilcabamba "La Vieja" (actualmente conocido con el nombre de
Espíritu Pampa, la Pampa de los Espíritus) tomamos
conciencia de que
un largo sueño terminaba de concretarse. Habíamos
seguido los pasos de reconocidos exploradores de nuestro siglo
(Hiram Bingham, Gene Savoy, Edmundo Guillén, Víctor
Angles) y experimentado sensaciones semejantes a las de ellos, y
a las de tantos españoles e incas que, hace cuatro
centurias, construyeron la historia del valle.
Hoy, tras el trabajo de
campo practicado en la zona, podemos sostener que los antiguos
incas no sólo se adaptaron perfectamente bien a un entorno
para ellos extraño, sino que, con toda seguridad,
levantaron otras ciudades mucho más adentro en la selva.
Ciudades que todavía esperan ser encontradas.
Nota: véase el libro completo
de la Expedición en
Dedicado a la memoria del
gran explorador
e investigador arequipeño, Dr. Don
Carlos
Neuenschwander Landa, amigo y mentor
de mi pasión por el Paititi.
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
Director de la Expedición Vilcabamba
‘98