- En el claustro
materno - La sociedad
primitiva - Historia del
Pensamiento - La
homosexualidad - Bibliografía
La homosexualidad
como rasgo social específico es un tema que poco se
discute pero muchos tienen la curiosidad por conocerlo aún
con cierta discrecionalidad. Esta ambigüedad no es distinta
a la existente en la naturaleza del
conflicto
socio-biológico. La homosexualidad, masculina o femenina,
siempre ha existido en la sociedad tanto
primitiva como la moderna. La conducta de
orientación sexual invertida al orden establecido para la
reproducción no es casual y mucho menos
esporádica. Su presencia en otras especies animales distinta
a los homínido, a la cual el hombre
pertenece, nos indica que el fenómeno tiene un origen en
el torrente biológico influido para su expresión
por los factores del medio
ambiente.
La humanidad en el curso de su evolución ha dejado huellas que destacan su
conducta erótico-sexual como expresión primordial
de inteligencia,
y, de igual forma, testimonios de su crueldad para reprimirla. En
esa permanente lucha entre el tanatu y el eros la
sociedad define los perfiles de conducta, pero sólo el
individuo es
consciente de sus propios actos y responsable de orientarlos
acorde con la naturaleza (fuerzas instintivas) de la
empatía. Esos impulsos destinados a la atracción,
cortejo y cópula, son ancestrales y, por ende, codificados
como "señales
impresas" en el genoma y transmitidas entre especies desde el
origen mismo de la vida.
En las páginas siguientes se pretende trazar
de forma escueta un cauce que se amolda a la perspectiva
evolutiva y coevolutiva de los diversos aspectos que
atañen a la homosexualidad. El lector crítico
encontrará grandes vacíos que sabrá llenar
de acuerdo a su interés,
pues el intento no es otro que el de transmitir una
opinión sustentada para contribuir en la
orientación y fomento de la discusión de la
temática homosexual como condición humana
inalienable. Los argumentos históricos, literarios y
biológicos tienen el soporte en la selecta bibliografía
consultada.
Sexo, erotismo y amor son
aspectos del mismo
fenómeno, manifestaciones de lo
que llamamos vida.
("La Llama Doble. Amor y
Erotismo")
Octavio Paz
La vida brota en el planeta con la presencia del
agua sobre la
convulsa superficie, y este fluido tiene su origen como producto del
sinergismo caótico entre las turbulencias gaseosas de la
atmósfera,
las radiaciones cósmicas y las emanaciones terrestres.
Este incipiente líquido saturado de múltiples
componentes atmosféricos reacciona con los elementos
sólidos e inicia la configuración molecular de
"algo" distinto a sus partes estructurales, que, en el proceso de
consolidación, adquiere intrínsecamente la
extraordinaria capacidad de autorreproducirse. Esta es la
molécula de la vida, conocida hoy como el ADN o
Ácido Deoxirribonucleico. Desde
entonces hasta ahora han transcurrido unos 3000 a 3500 millones
de años. En el ínterin, estas moléculas
autorreproductoras se adaptan a su medio ambiente e
inician el proceso de organización de "formas de vida" u
organismos, primero unicelulares (procariotes: virus, algas,
bacterias y
hongos) y
luego pluricelulares (eucariotes: animales y plantas). El
común denominador entre las especies y el "tronco
común ancestral" es el ADN, lo demás es diversidad,
selección natural y adaptación, es
decir, evolución, en la cual el gen (ADN) y el medio
ambiente son las variables
determinantes.
Para continuar con está burda
simplificación de la evolución es necesario poner
en claro lo siguiente: la herencia, el
desarrollo y
la evolución son, en esencia, procesos
epigenéticos; es decir, heredamos genes que determinan el
patrón de desarrollo; y es así como durante el
curso de éste algunos genes se activan y otros se
desactivan, dando origen a cambios transitorios y/o permanentes
de la acción
de estos genes. Por consiguiente, el desarrollo
epigenético no es más que una sucesión de
procesos cualitativos disímiles que se siguen uno a otro
en una secuencia definida.
El sexo, en
términos evolutivos, ha sufrido una diversidad de formas
como ninguna otra función
biológica; no obstante, su fin primordial es la
reproducción y con ella la variabilidad genética
mediante la segregación y recombinación de los
genes. En ciertos organismos primitivos conocidos (algas y
hongos) la propagación se lleva a cabo por vía
asexual, una simple fisión: se juntan y se unen de a
pares. En otros existe algo paradójico, tienen varios
"sexos", no diferenciados como macho y hembra pero sí
definidos en función de la afinidad íntima entre
ellos. En otras palabras, estos organismos se "empatan"
según el grado de atracción (sexualidad
relativa): los más positivos se reproducen en
abundancia, los intermedios también pero un poco menos, y
los débiles o negativos no se procrean aún cuando
siguen apareciendo en generaciones sucesivas. Así, la vida
se extiende y progresa, y la adaptación a los cambios de
los diferentes medios permite
el desarrollo de nuevas especies con mayor grado de
especialización de la función sexual, lo cual hace
suponer que en el genoma (ADN) se comienza a "imprimir" las
primeras señales para la conformación de la
maquinaria genética básica responsable de las
vías hacia el desarrollo del dimorfismo sexual. Esta
capacidad ancestral para la bisexualidad parece razonable dada la
amplia existencia en el reino animal y vegetal del
hermafroditismo.
Estos nuevos organismos mejor dotados por su potencial
multicelular desarrollan órganos reproductores que
producen células
sexuales o gametos masculinos y femeninos, y también
poseen un órgano copulativo sin que en ellos exista un
sexo definido; a tales organismos se les llama hermafroditas
(moluscos, plantas florales, lombrices, etc). El hermafroditismo
aparece como una función sexual con ventajas competitivas,
en un principio a través de la autofecundación y
luego, para evitar la pérdida de la plasticidad evolutiva,
generan la atracción a la cópula y establecen la
fertilización cruzada de sus gametos, lo cual da paso para
que se desarrolle en forma definitiva la bisexualidad. En este
estadio se asegura la separación de los sexos (masculino y
femenino) y se garantiza la reproducción mediante la
cópula del organismo masculino con sus espermatozoides y
el femenino con sus óvulos. Así, la
fertilización que comprende la unión de gametos
provenientes de diferentes individuos, permitió la
división del trabajo entre
los dos sexos, y, de igual forma, la evolución de la
capacidad mental, que culmina en el hombre.
La atracción para la cópula es una
expresión socio-biológica que se manifiesta en
diversa formas en el reino animal. Es una conducta ancestral
precodificada (instintiva) que se estableció para la
búsqueda de la pareja, el "empate" y la
reproducción. Son las hormonas de la
reproducción, en particular la hormona liberadora de las
gonadotropinas (GnRH o LHRH)- la más primitiva – y
la prolactina (PRL), como las proteínas
responsables de la inducción de esta manifestación
biológica. La existencia de la GnRH data de hace
más de 800 millones de años, y su estructura
molecular es la misma desde el pez más remoto
(Teleóstes) hasta el humano, y su diferencia entre
especies está dada por algunos cambios de ubicación
de los aminoácidos que la componen, ¡y más
nada! ¡De tal palo (ADN), tal astilla (GnRH)! ¿No es
maravilloso? La PRL es un poco más joven que la anterior,
unos 600 millones de años; y posee una homología
estructural muy similar a su hermana menor (500 millones de
años), la hormona del crecimiento (GH). Estos compuestos
químicos fundamentales para la reproducción, el
crecimiento y el desarrollo, se originan del manto primario del
ADN, esa proteína de la vida que generó las
primeras señales hormonales para la atracción y la
propagación en el organismo asexuado (sexualidad
relativa), que quedaron "impresas" en el genoma para
manifestarse como conducta de cortejo, atracción y
cópula. ¿Acaso la sexualidad relativa no es
la forma primaria de homosexualidad? Si no fuera
así ¿cómo explicar el hermafroditismo, que
sigue siendo homosexualidad? Las señales "impresa"
en el genoma (genotipo) que superan los estragos de las presiones
de la selección natural no se borran sino que persisten, y
afloran tan pronto las condiciones les son favorables
(fenotipo).
En términos genéticos, se mantiene el
paradigma que
el fenotipo es la expresión del genotipo en un ambiente
determinado, pudiéndose expresar por la ecuación
P=G+E+IGE, donde P=fenotipo,
G=genotipo, E=ambiente,
IGE=interacción genotipo-ambiente. En otras
palabras, la manifestación externa de un carácter depende de los genes que lo
determinan y del efecto que el ambiente pueda tener sobre la
propia constitución genética del individuo.
En ciertos casos, para algunos caracteres, puede ocurrir que el
componente ambiental sea nulo o muy pequeño, mientras que
en otros el componente ambiental sea tan grande que enmascare el
efecto genético o bien, si el componente genético
no existe (G=0) porque en realidad no se trata de un
carácter hereditario, entonces es obvio que el fenotipo o
manifestación externa del carácter no depende
más que del ambiente. La influencia del factor ambiental
es muy diferente en caracteres de tipo cualitativo con
variaciones bien definidas, donde suele ser pequeña o
nula, que en los de tipo cuantitativo, donde puede ser más
o menos importante. La metodología de los estudios en
genética permite diseñar los experimentos
apropiados para discernir en muchos casos entre el componente
genético y el componente ambiental.
II
En el claustro marino – el claustro materno del origen de la vida
– se promueve y nutre el desarrollo de nuevas especies
acuáticas que de forma gradual perfeccionan nuevas
funciones
acordes con las exigencias de sus propias modificaciones
somáticas. La diversidad poblacional se sustenta del lecho
marino y entra en competencia por
la supervivencia: las especies débiles sirven de alimento
a las más fuertes para que asciendan en la escala evolutiva
y progrese. La
metamorfosis de estos vertebrados "culmina" con la
formación de unas especies singulares que pueden salir del
agua y respirar en el medio atmosférico, con
características locomotrices y reproductivas mejor
dotadas. Tales especies en definitiva logran su adaptación
fuera del lecho materno marino e inician una etapa evolutiva que
exigirá el crecimiento y el desarrollo de nuevos
órganos y nuevas funciones en armonía con el medio
donde se propague. A partir de este espécimen la
naturaleza configura el ejemplar protoprimate, el
Dryopithecus, hace unos quince o veinte millones de
años, y de este se desprende una línea
filética que daría origen a los
póngido (chimpancé, orangután,
gorila) y otra que a la larga se convertirá en la especie
de los homínidos, a la cual pertenece el hombre. A
partir de este momento, en la línea filética humana
se van sucediendo los Ramapithecus (que vivieron hace unos
ocho o catorce millones de años), los Australopithecus
afarensis (hace unos cuatro millones de años), A.
africanus (hace unos tres millones de años), y el
género
Homo: Homo habilis (dos millones de años),
Homo ergaster, Homo erectus (un
millón de años), Homo antecessor (800.000
años) y Homo sapiens (H. sapiens
neanderthalensis, el hombre de Neanderthal, que
vivió hace unos doscientos a cien mil años, y H.
sapiens sapiens, el hombre de CroMagnon, que
vivió hace unos treinta y cinco a cuarenta mil años
y cuyos restos óseos son ya iguales a los del hombre
moderno).
El homínido por necesidad (conducta hormonal)
despliega un carácter gregario y social, que no es
producto de su "racionalidad" sino de las fuerzas
biológicas ancestrales (genes), las cuales comparte con
otros seres vivientes que le sirven de sustento. La conducta
sexual del bípedo primitivo no era distinta a la de sus
congéneres inferiores: la atracción, el cortejo y
la cópula seguían las directrices determinadas por
las descargas hormonales y ejecutadas en el momento oportuno
dentro del ciclo vital. La homosexualidad no era castigada sino
por la naturaleza misma: no apareamiento heterosexual, no
reproducción. Luego, se podría presumir que en ese
período de transición entre homínido y
Homo sapiens el desarrollo de la conducta sexual
debió ser más instintiva que racional, y la
escogencia de la pareja para la cópula estuvo bajo
control de la
hembra mientras ésta era cortejada por un
séquito de
admiradores. Así, la Fémina sapiens con un
cerebro
más evolucionado que su Hominal erectus establece
la relación de pareja, la cual preserva para que le
dé protección junto a sus crías y
también como proveedor de insumos. De la misma forma
pudieron establecerse parejas homosexuales, por una parte, dada
la necesidad de salvaguarda, y, por otra, al seguir los propios
impulsos biológicos ancestrales.
Es plausible suponer que en estos grupos
sociales primitivos la promiscuidad como fenómeno
social natural estuvo presente, pero el instinto de
conservación de la especie moldeó la conducta de
apareamiento para la reproducción. Sin embargo, en ese
caos de atracción y cópula se despiertan
sensaciones nuevas que son percibidas por ese novel cerebro que
las integra y las evoca como señales primarias de una
rudimentaria imaginación que, como destello evolutivo de
inteligencia, le abre paso al erotismo para establecer la
diferencia fundamental entre el sexo animal y el del Homo
sapiens. En ese período incipiente de la inteligencia
humana comienzan a confluir tanto los factores biológicos
ancestrales de atracción para la cópula como los
recientes de la imaginación o erotismo, sin que ello
conlleve la discriminación entre los sexos pero
sí la identificación y selección de la
pareja más placentera. No es descabellado, por tanto,
inferir que la Fémina sapiens con su cerebro mejor
dotado haya iniciado las primeras relaciones homosexuales
conscientes e inteligentes, gracias a su
imaginación.
Las herramientas
rudimentarias de piedra, hueso y madera, son
las huellas de la prehistoria que
hoy los antropólogos y paleontólogos exhiben como
muestra del
desarrollo de la inteligencia humanoide; asimismo, las pinturas
rupestres en rocas y cavernas,
nos pone en evidencia el grado de sensibilidad del Homo
sapiens al expresar en forma gráfica su íntima
relación con su entorno medioambiental. En el
período Neolítico, el cual corresponde a las
postrimerías de la Edad de Piedra, el ser humano da
muestras de organización tribal y creatividad
artística, desarrollo de la agricultura y
elaboración de instrumentos con metales y piedra
tallada. El culto a los dioses, testimonio del desarrollo de la
imaginación o erotismo, está dedicado al falo como
símbolo o atributo sexual, y confirma que la incipiente
cultura humana
jerarquiza en el espíritu lo que más satisfacciones
le produce sin ignorar aquello que le genera dolor extremo como
la muerte. La
sobrevivencia y la reproducción, que son conductas
instintivas, tienen ahora a otra compañera generada por la
imaginación (erotismo) – que es inteligencia – y,
así, el ser humano comienza a descubrir al mundo exterior
a través de los ojos de la razón (¿nace la
Filosofía?).
En esta etapa de la vida humana, el erotismo simbolizado
en el falo se convierte en poder que
dirige la urbe. Ese poder, que es la concurrencia de las fuerzas
instintivas y eróticas, emerge y es promovido en el
cerebro más evolucionado del Homo sapiens, la
hembra o fémina sapiens. La deidad creada para el
control social eleva al sexo viril como el todopoderoso (fuerza
física,
fertilidad y placer), y establece un hito en el patrón de
conducta sexual dominante domesticada por la inteligencia
matriarcal. Esta inspiración mística promueve la
maternidad para preservar la especie ante las inclemencias de la
naturaleza y las amenazas del entorno inmediato, y reafirma a la
práctica homosexual como conducta natural en la sociedad
que rige. Asimismo, la muerte
engendra en la fémina sapiens – el ser que siente
el dolor para parir y le da ternura y protección a la
cría – la idea de conservar el cuerpo muerto bajo la tierra
emulando la prominencia abdominal del embarazo y la
maternidad, tal como lo exhiben los túmulos
pequeños y grandes encontrados en los lugares donde
tuvieron su asentamiento. El macho sapiens, despunta la
imaginación a través de la elaboración de
instrumentos para la caza y la pesca (matar
para comer), cuyo progreso y desarrollo lo lleva al grado de
"poder" para la dominación. En suma, es plausible
considerar que la vida inteligente en los humanos pudo haberse
iniciado con la confluencia de ciertos aspectos conductuales muy
notorios; uno de ellos representado en la chispa erótica
que llevó al disfrute del placer del acto sexual, la
incorporación del ritual a la muerte y, por último,
los impulsos instintivos asociados con la alimentación (la caza
y la pesca), cuyo progreso logra el desarrollo de los utensilios
para el sometimiento y la intimidación, es decir, el poder
para el control social.
La migración
y expansión de la sociedad humana trajo consigo la
consolidación de grupos sociales
en constante movimiento
debido a los fuertes cambios medioambientales; el ser humano
sobrevive las grandes heladas (Edad de los Glaciales) y con ellas
sufre transformaciones importantes en su condición
biológica para adaptarse. Durante la etapa del deshielo y
posterior a éste el Homo sapiens progresa en
mejores condiciones pero no se puede deslastrar, dado que el giro
fue muy rápido, de las modificaciones genéticas que
tuvieron lugar durante la etapa previa (Glacial). Estas
mutaciones están relacionadas con la conservación
de la energía y la presión de
la sangre (azúcar
o glucosa para
la energía, y la adrenalina para la defensa ante el
frío), y que hoy en día todavía las
mantenemos en nuestro genoma manifestándose en las
personas diabéticas y las hipertensas. Estas variaciones
que ayer fueron beneficiosas pero hoy nocivas no ejercieron
influencias negativas en los patrones de la conducta sexual, sino
por el contrario los arraizaron para conservar la
especie.
III
La sociedad
primitiva se mantuvo igualitaria hasta el descalabro del
matriarcado, gestión
que estuvo signada por la creatividad en la
organización social, política,
económica y religiosa. Este es el período esencial
de la inteligencia humana. Luego se impuso la fuerza del hombre
mediante la intimidación para erigirse en protector y sumo
sacerdote, e introduce la segregación social al establecer
las jerarquías de acuerdo a la representatividad en la
escala de valores
(familiar, religioso, económico, militar, etc.). Paso a
paso la sociedad humana amalgama sus costumbres y se organiza en
lo social y político; crea sus propios dioses, cuya
visión sobrenatural permitía a los grupos
privilegiados sojuzgar y controlar la vida colectiva. La
humanidad sigue su expansión y funda una diversidad de
grupos sociales que se asientan en territorios (pueblos) con un
conjunto de prácticas, instituciones,
ritos, ideas; en fin, todo eso que hoy denominamos cultura, y que
establece las diferencias perceptivas entre ellos tanto del mundo
interior como del que les rodea. En estas pequeñas
ciudades aparece la división social del trabajo y el
comercio, el
cual es impulsado por los excedentes
agrícolas.
Es la actividad comercial la que permite establecer la
comunicación entre los pueblos y, por ende, transmitir
la cultura que al principio fue a través del verbo
(mitos) y las
manufacturas artísticas. También es el momento
cuando surge el primer pensamiento
humano elaborado, y lo que en la sociedad neolítica
constituía una creencia y un culto rudimentario a la Diosa
Madre de la Fertilidad y el Erotismo, se convertiría de
modo imperceptible en creencias religiosas, en espíritus y
fuerzas sobrenaturales que personificaban los ciclos, las
potencias y los agentes naturales. Surgen nuevos dioses y, entre
ellos, uno muy singular que representa las relaciones
sexuales, que en la antigua Mesopotamia se
llamó Ishtar. En esta región asiática
(Mesopotamia) emergen las primeras culturas urbanas, la
racionalidad de la agricultura, la rueda, la ingeniería hidráulica y la primera
escritura
conocida (la sumeria). Así, la humanidad colmada de ritos
e ideas tuvo que buscar la separación entre ellos para dar
origen a las religiones y a la
filosofía, influidos en gran parte por la
mistificación erótica de la conducta sexual, que en
su esplendor entre bacanales y orgías acentúa la
homosexualidad como parte de la cultura, con lo cual revalida que
tal hábito no sólo obedece a las señales
biológicas intrínsecas sino también a la
influencia de los factores culturales o medioambientales.
El pórtico de la Grecia
clásica sirve de entrada al nuevo mundo de las ideas, y la
historia del
pensamiento nace y madura en esta región
mediterránea. Homero,
místico padre de la cultura helénica, abrió
todo un camino tanto en el lenguaje
como en las ideas, por el que Grecia caminaría durante
siglos. Surge la ciudad-Estado
(polis) y con ella se encarna la ley
(nomos) hallada por la razón, hecho que distingue
la civilización de la barbarie (voluntad de un rey) que
con orgullo el griego sentenciaba: "No tenemos más amo que
la Ley". Esta madurez de la conciencia social
del griego tiene su genuina representación en la
trilogía trágica de Esquilo, la
Orestíada, sobre la cual baste recordar lo
siguiente: Orestes se debate consigo
mismo porque, para cumplir su destino, ha debido matar a su madre
infiel y asesina de su marido el rey, este acto de venganza
(justicia a las
leyes de la
polis) lo lleva a juicio en el que se establece un
conflicto de competencia entre la ley natural (derecho a la vida)
y la ley social, que al final, aunque repugne a la ley natural,
es la que se impone. Orestes cae en manos de las Furias
(Divinidad infernal que tenía por misión
atormentar a los malos) y enloquece.
En los poemas
homéricos (Ilíada y la Odisea), se recoge y
exalta los valores
épicos de que eran portadores los antiguos héroes
micénicos y, en uno de los pasajes de la
Ilíada, Homero, sin recato, expresa el dolor de
Aquiles y su cólera
mítica al contemplar el cadáver lacerado del
bellísimo Patroclo, su amante; que luego fuera vengado al
darle muerte a Hector, el héroe troyano, autor de su
desgracia. Este homoerotismo del varón era una
manifestación natural y bien cultivada de esa sociedad
donde nace la polis y la nomos, y en aquellas a las
cuales Homero canta su historia. Por otra parte, es menester
mencionar a Hesíodo, cuyos poemas (Teogonía y
Trabajos y días), en particular la
Teogonía – que es un catálogo de divinidades
-, pone en alto relieve a
Eros (el Amor) como
"el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja
los miembros y subyuga la voluntad y los sentidos de
dioses y de hombres"; asimismo, el poema parece ser el primer
intento de la inteligencia humana por buscar una
explicación al origen de la vida. Otras expresiones de
igual trascendencia pero en diferente género son las
esculturas de Polícleto (Doríforo, Dióscuro y el
Diadumeno), en cuyas proporciones y equilibrio de
esos cuerpos residía toda la belleza del Universo,
según su propia definición.
Son relevantes en la poesía
griega los versos lésbicos de Safo, poetisa de la
antigüedad que, por boca de Platón,
la reconoció como la décima musa. Alceo y
Anacreonte, otros líricos contemporáneos de Safo y
con las mismas inclinaciones homosexuales. Safo se dirige a un
grupo de
muchachas y funge como iniciadora de éstas hacia la vida
adulta en lo erótico y sexual. Alceo, canta a los amigos y
a la invocación de los enemigos, que fueron sus amigos
pero cambiaron de bando por las circunstancias
sociopolíticas. Anacreonte, al igual que el anterior
manifiesta una clara e inequívoca tendencia homosexual en
sus expresiones líricas a sus jóvenes amantes. Debe
destacarse, además, que en la Grecia clásica
prevaleció un carácter misógino en la
polis, estigma éste que desapareció en la
época alejandrina, cuando sucede una "revolución
invisible": la mujer abandona
el gineceo y aparece en público a reclamar su
posición en la sociedad helenística, según
da cuenta el poema de Teócrito, La hechicera.
Es imprescindible resaltar las figuras de Sócrates y
Platón
en este contexto. El primero, el Maestro, aunque no
escribió nada, dejó con su elocuencia las
enseñanzas que moldearon a plenitud la historia del
pensamiento occidental. Al Maestro lo inmortaliza su
discípulo, Platón, en sus obras (Los Diálogo
– El Banquete, Fedros-, entre otras) como personaje
literario. Este dúo paradigmático no sólo
trascendió por sus aportes al conocimiento
en general y a la filosofía en particular sino
también por su muy conspicua homosexualidad. Sus
detractores, los sofistas, aparte de señalarles sus
divergencias en lo atinente a las concepciones filosóficas
también le cuestionaban con severidad y vehemencia sus
desmanes, atribuyéndoles las funestas consecuencias en los
educando. Sobre el particular, dice Aristófanes en su
obra, Las Nubes: hablan los sofistas a la
filosofía, que son los personajes de la
comedia……"Acuérdate de mis palabras: algún
día /se dará cuenta esta ciudad de lo que has /
hecho con sus hombres: / afeminados y locos". Sí algo
repugnaba en demasía al espíritu de los griegos era
el pecado de exceso o desmesura. Asimismo, nada oculta era la
relación íntima que el insigne Perícles
tenía con Fidias, el máximo exponente de la
escultura griega. En fin, en la literatura y las artes
griegas el homosexualismo masculino tiene un alto nivel de
aparición, mientras que el femenino es excepcional; pero
en todo caso, el amor, la belleza y el disfrute de los placeres
homo o heterosexuales eran los temas más sobresalientes en
la escultura, la épica y lírica del tiempo y del
lugar de los grandes pensadores de la civilización de las
luces y, hoy, a través de sus obras, nos percatamos, no
sólo de su genio sino del entorno socio-cultural de la
época, que para entonces constituía el
cúmulos de voces y tradiciones milenarias que encontraron
su máxima expresión humana.
Bajo el imperio creado por Alejandro
Magno, que se extendía desde el Danubio hasta Egipto y desde
la península helénica hasta la India y el
macizo montañoso de Hindukush, la Época
helenística inicia su auge y expande la cultura griega
a todo su dominio, y, es
así como la cultura romana toma la influencia de la
tierra de las
luces.
Durante el largo período del Imperio Romano no
cambia mucho en lo que atañe a los aspectos
socio-culturales de la homosexualidad. La libertad de
escoger pareja continuó como tradición en todas las
esferas de la vida pública y privada de los ciudadanos.
También la historia, la literatura y las demás
artes dan cuenta de esta conducta sexual, que, como testimonio
podemos distinguir a Ovidio con su Arte de Amar, al
egregio emperador Julio César con su adorado Bruto, y al
preclaro emperador Adriano con su bello Antinóo. Asimismo,
la familia
adquiere un valor sagrado
y político, y la mujer alcanza una
posición social y doméstica que la distingue de la
subordinación y exclusión a que fuera sometida
durante la misoginia griega. Sería redundante continuar
con un sin fin de nombres y obras ilustres que han forjado la
parte histórica de la Humanidad, donde el hombre se
encontró así mismo, adoró su cuerpo y
confrontó a sus dioses con la razón; aun cuando,
sí es pertinente delinear ciertos aspectos que
caracterizaron a la oscura Edad Media, en
cuyo seno se fraguó el delirio al pecado, la culpa y la
expiación, y con ello la castidad toma un sitial
preeminente que reprime las libertades individuales.
IV
Sí la Historia del
Pensamiento la dividen los filósofo en antes de
Sócrates y después de éste, la Historia de
la Humanidad a partir de la Edad Media se divide en antes y
después de Cristo. Los pensadores griegos tuvieron la
virtud de cuestionar a los dioses a través de la
razón, mientras que los profetas Hebreos
contemporáneos criticaban a la sociedad bajo la óptica
de la religión. La primera tendencia
predominó durante más de un milenio hasta la
caída del Imperio Romano, y, con ello, la aparición
del cristianismo
en Occidente y el islamismo en Oriente. Las dos corrientes
religiosas optaron por monopolizar tanto la vida civil como
religiosa de la sociedad y el concepto de
ciudadano desaparece. El individuo pierde su libertad de
expresión y queda subordinado a los designios de los
papas y cónclaves que determinan: "Yo soy la Verdad" y "Yo
soy el que soy", es decir, Dios. Todo aquello contrario a la
Divinidad se convertía en herejía y sería
expuesto a los suplicios de la tortura para expiar los pecados de
la carne (sexo) y del espíritu (filosofía).
La humanidad pierde su norte y no sabe donde mirar, la
realidad está escindida entre buenos y malos, es decir
entre herejes y devotos; la cultura extravía el poder
político y la inspiración se resigna a rendirle
culto al Creador y servir como vasallo a su señor feudal.
Las expresiones literarias permitidas por la Santa
Inquisición no pasaron de escritos proselitistas
religiosos que incluían relatos de virtudes admirables,
curaciones portentosas, hombres de vida ejemplar y milagreros
santificantes. Aparecen las Cruzadas y con ellas Los Templarios,
especie de soldado híbrido (monje-militar), en cuyas
campañas y conquistas dejaban una estela de terror y
muerte en nombre de La Cruz; el púlpito de las iglesias se
transformó en una especie de ágora para catequizar
y sostener, en el nombre de Dios, a los jerarcas en el poder. Las
congregaciones, los conventos, abadías y monasterios,
constituyen los medios de sobrevivencia de la cultura de una
sociedad cuyo espíritu fuera saqueado y sometido
inmisericorde a la voluntad "divina" de papas y sacerdotes. En
estos recintos del silencio y la oración se vive en forma
clandestina y con mayor intensidad las manifestaciones de la
conducta homosexual reprimida, que, bajo el terror del pecado y
la culpa, la lascivia del beato artista se proyecta en pinturas y
murales con expresiones contemplativas sublimes del goce del
placer oculto. La obra de Bracciolini, Contra
hipócritas, encierra historias de la lujuria
homosexual de los monjes, la exaltación del amor y el
erotismo de la vida en un marco de alto contenido
"antisistema"(Escolástico).
Bajo este imperio oscurantista y cruel la humanidad pasa mil
quinientos años, sometida a la ignorancia y al despotismo
de la sotana entronizada, primero en Constantinopla y luego
retornada a Roma. Ese Dios
medieval, preconizado e impuesto por la
ortodoxia eclesiástica, tiene una inmensa deuda con la
humanidad que jamás podría saldar; los
crímenes cometidos a la libertad de expresión, la
inteligencia, la creatividad y el desarrollo, que quemó en
la hoguera, ni siquiera el perdón sería suficiente
para hacer justicia . Sin embargo, el fermento de la
enigmática rebeldía se insinúa y de manera
progresiva toma forma en algunos terrenos que forjan la mente
renacentista, y, si duda, pregúntele a Dante por La
Divina Comedia, o a Petrarca, con sus cantos a los trovadores
del amor y el placer, o a Santo Tomás de
Aquino, quien antes de morir salió de ese tormento
místico y declaró que toda su obra (Summa
theologica y Las Diputaciones) le parecía paja;
y, para rematar, aparece el Carnaval con sus parodias profanas
pero regeneradoras de la sociedad, La Celestina, de F. De
Rojas, y Boccaccio con el Decamerón y otras
exquisiteces que aluden los temas eróticos homo y
heterosexuales.
La sociedad, al inicio del Renacimiento,
"comienza" a revisar sus conductas y a discriminarlas: florece
las artes y con ellas el pensamiento se revela contra el yugo de
la mente medieval. En suma, el ser humano rescata el derecho a
penetrar el orden divino de la Naturaleza, y reaparece la
Historia, la Filosofía, la Literatura y las Artes, como
testigos "silenciosos" de la evolución del pensamiento y
obra de la Humanidad. El Homo sapiens para alcanzar estos
peldaños de inteligencia traspasó las barreras
impuestas por la invencible selección natural, la cual le
permitió preservar lo mejor de su patrimonio
genético-cultural, dejando a la vera del camino lo no apto
e inadaptado a su entorno medio-ambiental, tal como sucediera con
la ceguera medieval. La sociedad ante esta nueva aurora discurre
que el "hombre puede ser él mismo" y que "todos
lo son todo"; aunque influida por un alto contenido
religioso, vuelca su esencia para ubicar de nuevo al ser humano
en el centro del mundo. La revolución renacentista es
pletórica en ideas y nuevas concepciones
humanísticas, mercantilistas, arquitectónicas,
políticas, científicas, etc. Los
protagonistas, entre muchos otros, son León Battista
Alberti, con sus inspiraciones acerca del "hombre
universa"; Nicolás Maquiavelo,
que le entrega a su príncipe el gran tratado El
Príncipe, basado en la observación realista de la sociedad y pone
al descubierto la llamada razón de Estado y la
Realpolitik de la vida moderna; Thomas Mun, quien
desarrolla los conceptos del mercantilismo
en la nueva nación-Estado; Thomas Moro y su
utopía de la sociedad perfecta; Copérnico, que puso
a la Tierra y a los otros planetas a
girar alrededor del sol, y, a éste como centro del
universo; Leonardo da
Vinci, Miguel Angel, Vesalio, Gutenberg (la imprenta),
Galileo, Rafael, Erasmo de Rótterdam, Shakespeare, etc.
Toda esta constelación de estrellas o de alumbrados e
iluminados gozan del prestigio bien ganado por su creatividad y
aporte regeneradores a la sociedad, e influyen para disipar,
entre otras "cosas", que el amor por la mujer no es un tormento
inútil de energías espirituales y que la
atracción y relación sexual con otro ser de su
mismo sexo no es pecaminoso, porque ello nace en la propia
naturaleza
humana. Así, en Florencia, capital de la
cultura y el comercio, se exhibe por las calles y en la plaza
pública el fragante y magnifico Leonardo rodeado de su
corte de efebos; Shakespeare, colmado de pasión le dedica
sus sonetos de amor al joven conde de Southampton, y, Miguel
Ángel, en el fulgor de su incontinencia universal, se
derrite en los suyos por el caro Tomassino; mientras que el
tierno y pulcro Rafael caía en los brazos de sus amigos
procaces y desaliñados.
El humanismo del
renacimiento no duró mucho, las intrigas palaciegas y de
monasterios dio al traste con el espíritu de las
libertades individuales, la Reforma y Contrarreforma interrumpe
el progreso y creatividad intelectual, y, el sexo reprimido
vuelve a las abadías y congregaciones. El amor furtivo y
las perversiones sexuales crece debajo de las sotanas y
hábitos religiosos, así como entre cortesanos y
monarcas, pese al pecado y la culpa, dado que la naturaleza
humana no la detiene Dios porque es negarse a sí mismo.
Hasta nuestro días, la impronta medieval está
presente respecto al sexo y la conducta sexual; la actitud
prejuiciosa a los homosexuales no es más que una
rémora de la coercitiva moral
hipócrita de antaño. La literatura en todos sus
géneros ha sido y sigue siéndolo la disidente que
persevera en sacar a la luz los
sentimientos impasibles de la sociedad sometida a las
pretensiones del poder político, militar y religioso.
La ciencia, a
pesar de su gran libertad para el desarrollo y creatividad, es
cómplice de esos verdugos de la civilización, pues
su pacata postura mira con desdén la temática
homosexual como fenómeno natural que merece un trato
científico igual al de la hipertensión arterial, la diabetes o
el
cáncer. Si el SIDA no fuera
mortal y expansivo, las comunidades de homosexuales
vivirían aún en el ostracismo medieval, porque la
gonorrea y la sífilis
los mantuvo en ese status quo, gracias a la
penicilina.
V
La homosexualidad cualquiera
que sea su género, gracias al séptimo arte (cine) y a la
literatura, comienza a ser tolerada por la sociedad. Los actores
y escritores que nacieron con esas "señales" impresas de
la conducta homosexual, casi obligados por las circunstancias, se
han abierto ante el mundo para manifestar su condición
humana. Muchos de ellos, salvo excepciones (Oscar Wilde, Truman
Capote, entre otros.), mantuvieron oculta una vida bisexual hasta
bien entrada la edad adulta. Esta identidad
tardía es un rasgo social producto de una homofobia
colectiva internalizada que proviene de las presiones de un
sistema con
prejuicios atávicos. En un contexto general, la
homosexualidad en el hombre aparece en la infancia (5-7
años), establece las primeras relaciones con pareja del
mismo sexo durante la adolescencia,
y reconoce su condición al comienzo de la edad adulta o se
mantiene en estado bisexual. En el curso del período que
aún no ha integrado su identidad como homosexual el
individuo se comporta sexualmente como si esa es la verdadera
atracción natural de su sexo, y la entiende así en
términos de conducta. ¿Pueden los factores
medioambientales por sí solos inducir esta
conducta?
Los seres humanos somos animales que pertenecemos a la especie
de los homínidos y evolucionamos de la misma forma que el
resto de las especies, por tanto, es la Teoría
Evolutiva la que mejor se perfila para explicar los patrones
epigenéticos de las diferencias sexuales y sus
orígenes, mientras que, por otra parte, un enfoque
coevolutivo podría ser más consistente en el
esclarecimiento de los modelos de
socialización; en consecuencia, de la
conjunción de ambos enfoques puede acentuarse, por una
parte, la importancia que tienen los genes como unidades de
selección y, por otra, la naturaleza de la
selección de la pareja, en la cual existe una variabilidad
respecto a la "cualidad o valor del apareamiento" de los
individuos. A lo largo de las páginas precedentes se
intenta seguir – de forma rudimentaria – con fidelidad
estos preceptos aún excluyendo los filogenéticos y
ontogénicos (in extenso) por razones obvias.
En el curso de la evolución del sexo quedaron
"impresas" señales químicas (genes) ancestrales en
el genoma que son determinante de la conducta de empatía,
cortejo y cópula para la reproducción. La inversión del patrón heterosexual,
es decir, la tendencia a la conducta homosexual, supone la
existencia de esos genes (señales) que están
activos pero
modificados o genes que se encuentran en estado inactivo. Lo
contrario a ello, ¿cómo explicaría la
presencia de tal conducta en otras especies animales? La
mayoría de los estudios epidemiológicos en gemelos
(es un método que
se utiliza para detectar la etiología genética de
una enfermedad humana. La premisa básica del estudio
consiste en que los gemelos monocigotos – gemelos
idénticos – se forman a partir de la división de un
óvulo fertilizado, y son portadores de genes
idénticos; mientras que los gemelos dicigotos –
gemelos disímiles– no son genéticamente
más similares que dos hermanos nacidos en embarazos
separados) reportan una alta (> 65%) tasa de concordancia
(término utilizado para designar que los dos gemelos
exhiben el carácter bajo estudio) para la
orientación homosexual en los gemelos monocigotos, y la
correspondiente a los gemelos dicigotos (30.5%) es de
significativa importancia. Para complemento, los estudios en
familias con hijos adoptados que presentan la
característica indican una tasa de concordancia que, junto
con las de los gemelos, sustenta la noción según la
cual la conducta de orientación homosexual tiene sin duda
un alto componente biológico (genes) que, en
términos estadísticos, se le puede atribuir
más del 50% de la varianza. Es importante destacar que
ciertas variaciones de lo genes relacionados con la actividad
estrogénica poseen particular influencia en lo relativo a
la "señales sociales" para el apareamiento. Los ratones de
laboratorio
con alteraciones de una proteína denominada receptor beta
de los estrógenos son proclives a manifestar "problemas" de
apareamiento sexual, pues no distinguen el sexo de su pareja.
Estos hallazgos son indicativos de la posible existencia de
mecanismos moleculares complejos que implican la
interacción de receptores con una serie de
proteínas desconocidas codificadas por unos genes
aún no identificados.
En suma, sin las pretensiones extremistas del determinismo
biológico y de acuerdo a la vivencia de la homosexualidad
en el curso de la humanidad, es innegable la existencia del
componente genético como asiento orgánico de la
orientación sexual invertida. El fenotipo homosexual es
complejo, no se trata de un solo gen que se active o se modifique
sino de múltiples genes que actúan al
unísono cuando se dan las condiciones para expresarse, tal
como sucede con la diabetes mellitus o la hipertensión
arterial. Estos procesos biológicos son de carácter
poligénico (muchos genes comprometidos), en los cuales
intervienen diversos factores (ambientales internos y externos)
para que se manifieste, y los grados de expresión del
fenómeno son muy variables. Los análisis genéticos de las
diferencias conductuales entre los seres humanos requiere de un
plan
experimental cuidadoso y de modelos genéticos apropiados,
con los que se logre arribar a inferencias confiables y
consistente.
(*) Médico Endocrinólogo-Genetista. Profesor
Titular. Facultad de Medicina.
Universidad de
Los Andes. Mérida-Venezuela.
Mérida, Noviembre de 2002
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El Autor
Adolfo Moreno
Mérida